KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XIV

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"El amor es una constante que sólo el alma que no exige nada es capaz de descifrar"

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Una vez fuera del hotel, InuYasha pareció atento a todos los movimientos que había alrededor, algo que Kagome notó de las dos veces que habían estado en este distrito. A pesar de la sensación de tensión en él, continuaron recorriendo el barrio por entre los callejones, conservando cierta normalidad. Kagome reparó en que él parecía estar cómodo en los espacios en los que no era visible para otros, al menos no demasiado. Ella no sabía cómo era posible lo segundo con las características físicas que tenía InuYasha; parecía que con éstas su destino era resaltar ahí dónde fuese.

—Queda a unas pocas calles —lo escuchó decir, justo antes de que le dedicara una fugaz mirada por encima del hombro.

Kagome asintió y emitió un sonido en concordancia. Luego se distrajo un momento, observando los pequeños balcones y escaleras traseras que había en los edificios. En uno de ellos pudo ver a una mujer que estaba fumando e inclinada hacia un lado con la cadera apoyada en una de las barandillas de una escalera. De entre las cosas que notó, la que más destacaba era su vestimenta; un abrigo de algo parecido a lana moteada, dejando entrever una enagua de color claro a modo de vestido. De inmediato vino a su mente la imagen de la decadencia y de estar mirando a alguien que tiempo atrás resultaría deslumbrante. La mujer le guiñó un ojo cuando se percató que Kagome no dejaba de mirarla. Luego la escuchó soltar una expresión.

—¿Qué miras, hāfu?

El sonido de la voz se vio aumentado por el espacio encajonado en que estaban. InuYasha miró a lo alto y vio a la mujer, extendió la mano y tomó la de Kagome para acercarla a él y que no hubiese duda que estaba a su cuidado. Unos pasos más allá Kagome se animó a hablar.

—¿Por qué me ha dicho así? Yo no soy mestiza —preguntó casi en un susurro.

InuYasha sonrió, aunque su gesto más bien denotaba cierta ironía.

—No lo dice por tu raza, lo dice por tu clase social —intentó aclarar.

—¿Clase social? —ella seguía sin entender.

Ambos permanecían aún de la mano. Kagome era totalmente consciente de ese toque y de lo natural que parecía entre ellos. A su mente vinieron una serie de momentos en los que el personaje de su cabeza tomaba la mano de la chica que lo acompañaba. Quiso evitar el pensamiento y se centró en lo que InuYasha decía.

—Sí, se nota que no eres de este barrio —explicó un poco más.

—¿Cómo se nota? —preguntó con total ingenuidad.

InuYasha la miró hacia atrás y en ese momento la sonrisa cambió, pasó de la ironía a la diversión.

—¿Tú te miras al espejo por la mañana? —él formuló la pregunta con un todo juguetón que a Kagome le pareció dulce.

—Sí—sólo pudo responder aquel monosílabo.

InuYasha volvió a reír y no dijo nada más.

—No te rías, no soy extraña —bufó Kagome, mirando su indumentaria. El vuelo que generaba la falda de tejido escocés que llevaba le tocaban poco más arriba de la rodilla y la chaqueta oscura le tapaba la blusa y el sweater de debajo.

—Aquí sí lo eres —declaró él con dulce amabilidad.

Continuaron el camino, dejando atrás a aquella particular mujer.

—Ya casi estamos —lo escuchó explicar. No pudo responder nada, la mayor parte de su atención estaba puesta en la unión que ahora llevaban sus manos.

Kagome tuvo la necesidad de cerrar los dedos en torno a los de él, no obstante le parecía algo demasiado íntimo y no se atrevía a romper un toque así de hermoso por su impaciencia. Suspiró muy bajito, casi en un susurro que esperaba InuYasha no escuchase.

No tardaron demasiado en estar ante la entrada de una izakaya que gritaba por todos los recuadros de su entrada que era un sitio de mala muerte. Por ambos lados de un marco de madera vieja, colgaban avisos desgastados en su color y material, anunciando lo que a Kagome le parecieron platos grasientos; se preguntó si habría algo comestible en ese lugar. InuYasha tiró con suavidad de ella hacia el interior y una vez comenzó a avanzar por un corto pasillo, él le soltó la mano. Aquel gesto la distrajo por un momento, aunque el bullicio dentro la hizo regresar, todo parecía mucho más luminoso aquí en contraste con la entrada.

Se trataba de un recinto relativamente pequeño, cuyas mesas se encontraban ordenadas unas junto a otras, de forma perpendicular a la entrada de modo que al centro se generaba un pasillo que daba a la cocina. Ésta estaba demarcada por un noren de dos partes en el que aparecía lo que Kagome asumió como el nombre del sitio; kusuri.

—¿Medicina? —preguntó Kagome, refiriéndose a la inscripción.

—Sí, Kaede suele decir que la comida cura el cuerpo y el alma —le pareció que InuYasha sonreía al dar aquella respuesta.

Se iban acercando a la cocina y Kagome se quedó de pie a un metro del noren, mientras InuYasha alzaba una de las cortinillas y hablaba hacia el interior.

—¿Está Kaede? —lo escuchó decir.

Desde el interior se escuchó la voz calmada y firme de una mujer.

—¿Quién lo pregunta?

Kagome pudo ver que InuYasha sonreía nuevamente.

—El chico perro —fue la respuesta que dio y Kagome tuvo una extraña sensación entre la sorpresa y la comprensión. Nunca había escuchado a nadie referirse a otro de ese modo y aun así le parecía una descripción que resonaba en algún espacio de su mente.

A continuación pudo vislumbrar a una figura menuda en estatura, aunque fuerte en constitución física; tardó un poco más en ver su cara. Cuando la mujer se asomó fuera de la cocina, Kagome pudo apreciar que se trataba de una mujer que estaría entre los cincuenta y cinco y los sesenta años. Pudo ver que traía un ojo cubierto por un parche de color gris oscuro que contrastaba de forma impresionante con la sonrisa amable que le llenó las mejillas en cuanto vio a InuYasha.

—Demasiado llevas sin venir por aquí, chico perro —la escuchó decir, para luego ver cómo alzaba una mano y le daba un golpe con la palma a InuYasha en el hombro.

—Ya ves, la vida de adulto —respondió él, sin dejar de mostrar una cuota de diversión en su gesto. Kagome fue consciente de lo mucho que deseaba ver esa expresión de serena felicidad en él de forma permanente.

Kaede hizo un sonido especulativo que Kagome interpretó como una aceptación parcial de la excusa que InuYasha le daba. Después de eso, instaló la mirada de un solo ojo en ella. Por un momento sintió que le podría leer el aura y hasta el alma, si quería. Kagome reflexionó sobre la fuerza que contenía aquella mujer a la que no se atrevería a llamar anciana.

—¿Vienes acompañado? —preguntó Kaede, para responderse a sí misma, antes que InuYasha alcanzase a decir media palabra— Hola, soy Kaede.

La mujer se presentó y Kagome le hizo la reverencia apropiada de cortesía.

—Ella es Kagome —procedió InuYasha. No era la primera vez que le presentaba a alguien, sin embargo esta vez le importaba lo que la mujer pudiese decir.

—Kagome —repitió el nombre, como si buscara algo en el sonido de él— ¿Qué haces con el chico perro? —la pregunta parecía, incluso, graciosa. No obstante Kagome notó un genuino interés por parte de Kaede y eso la alegró, después de todo InuYasha parecía tener a alguien que se preocupaba por él.

—Lo dibujo —respondió, alzando ligeramente el portafolio que llevaba bajo el brazo.

Kaede abrió un poco más el único ojo visible, como queriendo transmitir su sorpresa.

—¿Dibujarlo? ¿A él? —insistió en la sorpresa— Y ¿Qué le ves de interesante?

En ese momento Kagome bajó la mirada y se dio cuenta de lo difícil que le resultaba referirse en voz alta sobre lo que le gustaba de InuYasha.

—Ya déjalo, vieja, la vas a espantar antes que pueda comer y no veas cómo le suena el estómago —intervino InuYasha.

—¿Cómo lo sabes? —Kaede dejó de mirarla y se enfocó nuevamente en él.

—Tengo buen oído ¿Recuerdas? —sonrió y la mujer lo hizo también, parecían compartir alguna memoria.

Kagome sólo pudo reparar en que acababa de mirar por encima de la cabeza de InuYasha y, si no supiera que era imposible, habría jurado que le había visto por un instante un par de orejas peludas a cada lado de la coronilla.

Desde el interior de la cocina se escuchó a alguien llamar a Kaede y ésta miró por entre las cortinas.

—Enseguida estoy —respondió y luego se enfocó en InuYasha y ella nuevamente—. Vamos, pónganse cómodos y pidan lo que quieran —los invitó a sentarse en una mesa que había a un lado de la cocina, ligeramente separada del resto de la fila.

Kagome observó la forma en que InuYasha le hacia una suave reverencia a la mujer y ésta le dio una palmada cariñosa en el brazo, nuevamente muy cerca del hombro. Luego de eso le indicó a ella que se sentara; Kaede se perdió en la cocina nuevamente.

—¿Qué quieres pedir? —preguntó InuYasha, mirando la carta plastificada que había sobre la mesa.

—Pues…

Comenzó a mirar lo que ofrecía el sitio y dado el frío que hacía, acompañado por la hora, se decidió rápidamente por un ramen.

—Hoy me toca pagar a mí —sentenció a continuación, mientras InuYasha dejaba a un lado su propia carta— ¿Ya has decidido?

—Sí —mencionó él, con calma—, pero pago yo.

Kagome se sintió preocupada, no sabía cómo abordar el tema de las finanzas del chico, después de todo no era directamente su problema. Separó los labios y los volvió a cerrar, haciendo ese gesto un par de veces en busca de las palabras adecuadas.

—No te preocupes, Kaede y yo tenemos un trato —se adelantó a aclarar InuYasha, mirándola a los ojos sólo por un instante mili centésimo.

¿Por qué parecía evadirla?

—Oh —expresó ella, sin dejar de mirarlo, consiguiendo que él la observase un momento más largo que el anterior.

—Quieres saber cuál es —sentenció. Aquello no fue una pregunta, estaba lejos de serlo. Quizás InuYasha estaba más acostumbrado de lo que demostraba al juicio ajeno.

Kagome asintió un par de veces, con calma, para que él comprendiera que lo suyo era mera curiosidad.

—Ella me da de comer y yo la ayudo con algunos trabajos del restaurante. No es complicado —Se encogió de hombros y luego alzó la mano para que se les acercara una de las personas que atendía. Una vez que el chico, que tendría justo la mayoría de edad, les tomó el pedido, InuYasha le dedicó una mirada intensa, mucho más decidida, y agregó— ¿Qué habías pensado?

¿Qué había pensado?

Nada en realidad. Por un instante se permitió reflexionar en lo difícil que debía ser para InuYasha soportar el juicio de otros y no sucumbir a la inacción. Ella misma no sabía si sería capaz de sacar adelante sus sueños si tuviese una barrera así en su vida. Era cierto que su madre le había puesto complicado lo de estudiar arte, para ella las carreras rentables estaban en la administración, la economía o la informática; sin embargo, los obstáculos que le había puesto siempre habían sido salvables. Suponía que para InuYasha no habría sido igual; en realidad, se dio cuenta que presuponía muchas cosas de InuYasha y que sabía muy poco en realidad.

—¿Qué te gusta hacer? —soltó la pregunta, de pronto, sin demasiado filtro. Kagome necesitaba centrar el caos que ahora mismo había en su mente.

InuYasha la observó, asombrado. Nadie se había preocupado nunca por saber qué le gustaba y el sentimiento resultó tan abrumador que no pudo con él.

—Qué más da, no es importante —desvió la mirada a un lugar cualquiera de la izakaya.

—¡Claro que lo es! —expresó Kagome, con vehemencia, lo que devolvió la mirada de InuYasha que se quedó fija en ella— Las cosas que te gustan te van definiendo.

InuYasha arrugó un poco el ceño.

—¿Necesito ser definido? —no le extrañaba, para una chica como Kagome debía ser difícil soportar algo que no tuviese una etiqueta.

—Sí y no, supongo —dudó ella—. Puede ser importante para ti mismo, para que puedas sacar el mayor potencial a lo que eres.

InuYasha notó la forma en que su corazón latía con mayor prisa ante esas palabras. Por una parte se sentía capaz de comprender lo que Kagome le decía e incluso de aceptar la visión fresca e idealista que ella tenía de la vida; sin embargo sabía que lo único en que había expuesto su potencial estaba en cuestiones poco satisfactorias para una chica como ella.

—Supongo —se limitó a decir, con la voz contenida y algo apagada. Sintió la mano de Kagome posarse sobre la propia, mientras le daba un suave apretón.

—Es así InuYasha. Todos tenemos algo que entregar —dictó ella, con total seguridad y él creyó poder reconocer la fuerza de aquella convicción; era como si Kagome lo hubiese sostenido toda la vida, aunque sabía que algo así era imposible.

El silencio se hizo entre ellos, en tanto el resto del lugar hervía en conversaciones y risas. Mirarse, directamente a los ojos, se convirtió en algo fácil y se quedaron en aquel gesto por un instante que les pareció largo y corto a la vez. Fueron interrumpidos por el chico que traía la comida.

—Qué aproveche —dijo InuYasha, con los palillos en la mano, esperando a que Kagome comenzara para hacerlo él también.

Itadakimasu —respondió Kagome, con una sonrisa, expresando su propio agradecimiento por la comida.

Sorbieron los fideos a la vez y eso los hizo reír, aún con la boca llena.

—Están buenísimos —elogió Kagome.

—Lo sé, Kaede es buenísima en la cocina —agregó InuYasha.

—¿La conoces hace mucho? —sabía que él era reacio a responder sobre cuestiones personales, sin embargo podía intentar.

—Sí, bueno, unos quince años —se encogió de hombros y tomó otra parte de sus fideos.

—Eso es mucho —se animó ella.

Luego miró a su espalda, hacia el noren, pensando en que ahí había alguien que conocía a InuYasha desde que era un niño. Entonces regresó la mirada a su plato, preguntándose si tenía sentido tanta emoción por alguien que hasta hace unas semanas le era un total desconocido. En ese momento vino a su mente el recuerdo de sus dibujos y comprendió que después de todo lo conocía de toda la vida.

—¿Pasa algo? —quiso saber él. Kagome lo miró, sonrió y negó con un gesto.

—Creo que tengo otro lugar al que podríamos ir para dibujarte —le dijo. InuYasha pareció ligeramente sorprendido.

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Registro bibliográfico

Pergamino Nº 17

Descubrimiento 8828, Sengoku

Los días se van haciendo más difíciles. El invierno ha sido duro este ciclo, más de lo que recuerdo desde el invierno posterior a la muerte de mi madre. Kagome ha pasado todo el día en la cama, cubierta con capas y capas de mantas, además del hogar encendido. He tenido que salir un momento para despejarme del calor asfixiante. Sin embargo, un rato atrás, ella se giró sobre el futón, me miró y me sonrió. Supongo que aún puedo creer.

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Continuará

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N/A

Noren: cortinas que se utilizan para separar estancias.

Espero que estén disfrutando de esta historia que llega poco a poco, sin embargo va avanzando e InuYasha y Kagome se dan la mano para ello.

Gracias por leer, comentar y acompañarme.

Besos

Anyara