KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XVII

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"Anhelé ese beso, del mismo modo que ambicioné que la eternidad se mantuviera en ti"

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Kagome se mantenía abstraída en las líneas que había creado hacía un momento atrás. El apartamento se había quedado en silencio no hacía mucho y ella asumió que su amiga Ayumi se había dormido. Fue en ese momento en que reparó en el total silencio que la rodeaba, tanto en la calle por la que no se escuchaba a nadie transitar, como por InuYasha que permanecía sentado en su cama. Miró a su costado para encontrarlo tumbado de medio lado. Su primera reacción fue de asombro ¿En qué momento se había dormido?

Se giró en la silla de escritorio y lo observó, a través de la corta distancia que había entre ambos. Parecía relajado, completamente entregado al sueño, y tuvo la sensación de estar viendo algo que reconocía de las imágenes que había aún sin dibujar en su mente. Se preguntó por la posibilidad de estar visionando momentos futuros, aunque de inmediato desecho la idea; la historia en su cabeza sucedía en otro tiempo y con un ser sobrenatural. De todos modos, se descubrió considerando que la belleza de InuYasha era sobrenatural de muchas formas. Había un emotivo corazón bajo las capas de reserva y desinterés; quizás, incluso, el alma de un idealista. Pensó en tomar el block de dibujo y trazar líneas con la imagen de él dormido, no obstante, se contuvo ante la posibilidad de perturbar su sueño.

Se puso en pie, conservando el mayor silencio posible, y a continuación lo cubrió con una manta. Lo observó durante un instante más, apagó la luz y salió de la habitación.

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InuYasha estaba acostumbrado a dormir poco, los horarios de trabajo que tenía lo obligaban a ello. Cuando le era posible, y su mente no se encontraba programada para despertarlo, se dejaba llevar por el sueño y descansaba por todo el tiempo que le debía al cuerpo. Esta noche en particular parecía una de esas, tanto así que incluso los sueños que tuvo se mantuvieron nítidos en su mente cuando despertó. El lugar en que estaba se mantenía en silencio, entreabrió los ojos, notando una semi oscuridad que por un momento le pareció conocida. Se permitió respirar profundamente, conteniendo y rememorando el aroma que lo llenaba todo; era su aroma, el de Kagome, ese que él podía reconocer a cientos de metros de distancia, incluso cuando aún no cruzaba el pozo.

¿El pozo?

Abrió los ojos del todo y se sentó en el sitio en que estaba echado, pronto comprendió que era una cama. Sus pensamientos se centraron y recordó el apartamento de Kagome, a su amiga Ayumi y la habitación en la que estaba. Extendió una mano, le pareció que había una lamparilla de noche a su izquierda. Cuando encendió la luz y la habitación se configuró ante sus ojos, comprendió que aquel extraño pensamiento reciente debía ser parte del sueño que acababa de tener. Negó con un gesto de su cabeza, probablemente aún estaba cansado. Esa misma consciencia sobre sí mismo lo hizo pensar en Kagome y recorrió la habitación con la mirada, comprobando que ella no se encontraba aquí. Era lo lógico, después de todo él se había dormido en su cama. En cuanto iluminó esa comprensión como una idea en su mente, advirtió lo extraño que le resultaba algo así, InuYasha rara vez bajaba la guardia. De inmediato se supo en problemas, aunque no del tipo de complicaciones que conocía. Se puso en pie dispuesto a marcharse, sin embargo se vio detenido por los trazos que Kagome había delineado en una hoja. Dio un paso hacia el escritorio y se vio a sí mismo, esbozado en una escena que trajo consigo una emoción que de tan abrumadora, le quito el aliento. Era una escena escueta, emotiva y además InuYasha tenía claro que se trataba de aquella historia que Kagome estaba creando, sin embargo verse abrazado por ella con tal emoción lo hizo sentirse lleno. No supo en qué momento el pensamiento real y la ficción se fusionaron dentro de él, no obstante supo lo hermoso que era recordar cómo se había enamorado de ella.

Ante esa idea se sonrió y se asustó y dio un paso atrás, respirando con cierta ansiedad. Lo mejor sería marcharse y volver a la realidad.

Salió de la habitación y recorrió el corto pasillo que conectaba con la sala. La oscuridad se veía rota por una suave luz en el genkan y esa misma luz le permitió distinguir a Kagome, recogida sobre sí misma en un futón extendido en mitad de la sala. InuYasha se quedó de pie, mirándola, mientras consideraba la idea de despertarla para que se fuese a descansar a la cama. No obstante, un sentimiento egoísta le hizo desear quedarse ahí a contemplar su sueño. Se agachó y se mantuvo en silencio, intentando que su propia respiración fuese todo lo silenciosa posible para así poder escuchar la de ella. La emoción volvía a llenarlo por dentro. Extendió una mano y la puso por delante de la boca de Kagome, notando el calor de su aliento. Era difícil saber si este enorme anhelo que sentía estaba provocado por su sueño, por el dibujo que vio o por la soledad que lo acompañaba siempre.

—¿Te vas? —escuchó tras de él y miró a Ayumi que permanecía junto al pasillo.

InuYasha se puso en pie y asintió como respuesta, intentando no mostrar que acababa de ser descubierto en medio de un momento que le resultaba demasiado íntimo.

—Tengo trabajo —susurró y se acomodó el bolso para tomar camino a la puerta. Ayumi se mantuvo en silencio y entonces InuYasha se giró—. Dile que la veré en un par de días.

Ella separó los labios, parecía querer decir algo, no obstante cerró la boca y asintió.

Ayumi se quedó en silencio cuando el chico aquel se fue y observó a su amiga dormida. Tuvo la sensación de estar en presencia de un suceso, de algo que marcaría la vida de Kagome. Se preguntó si debía despertarla y que se fuese a la cama. Decidió que era mejor no hacerlo, conociendo a Kagome, le costaría retomar el sueño y se quedaría dibujando o algo así. Volvió a su habitación y miró la hora en el móvil que tenía en la mesilla; faltaba dos minutos para las cinco de la mañana ¿Quién trabajaba a las cinco de la mañana?

No era ignorante, sabía que existían trabajos a todas horas, sin embargo dada la apariencia de InuYasha, sin chaqueta para el frío y con unas deportivas desgastadas que pedían a gritos ser reemplazadas, sólo podía pensar en que quizás era un buraku; por el bien de Kagome, esperaba que no. Si sus propios padres se enteraban le impedirían seguir viviendo con su amiga. Ayumi entendía que había algo injusto en aquella discriminación, casi podría decir que no tenía sentido en el tiempo en que vivían. No obstante, las cosas eran como eran.

Ya se lo preguntaría a Kagome mañana y esperaba que su amiga no se enfadara con ella.

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Kagome no se consideraba una persona compleja, en realidad creía que su vida era todo lo complicada que podía ser la vida del ochenta por ciento de la población de su país. Aun así se cuestionaba sobre si su existencia era compleja o era ella, su mente y pensamientos, los que la hacían intransitable algunos días. Hoy mismo, sin nada más que hacer que recoger su habitación, lavar la ropa que había usado durante la semana de trabajo y decidir entre dibujar por la tarde o echarse en el sofá a ver alguna de las series que seguía, sentía que el mundo se le caía encima. Tenía días como este, no demasiados, aunque quizás más de los que desearía; todo alrededor era inabordable porque nada se ajustaba a su criterio de perfección, ni siquiera el último dibujo que estaba haciendo de InuYasha y probablemente eso era lo que menos se ajustaba al refinamiento que buscaba. Tal vez esa vorágine de su mente fue la que consiguió que aceptara, sin remilgos, la invitación de Sango, su amiga de la infancia. La chica le había enviado unos cuántos mensajes luego de encontrarse por casualidad una tarde, Kagome prefería ahorrarse el pensar en la circunstancia, y le había comentado que le avisaría para quedar a comer algo el día en que los turnos del trabajo se ajustaran un poco.

Hoy era ese día.

Kagome comenzó con las tareas pendientes en el apartamento que compartía con Ayumi y pensó en el atuendo que llevaría esa tarde para reunirse con Sango. Tenía una falda que se le ajustaba hermosamente a la forma del cuerpo y que quedaría muy bien con las medias de flores oscuras que había adquirido esa misma semana. Sus pensamientos la llevaban, inevitablemente, a la posibilidad de encontrarlo a él. Casi sacudió la cabeza para alejar esa idea, aunque sabía que cuando Sango le preguntó dónde podían verse, ella había escogido el barrio de Kabukicho con un ápice de esperanza oculta.

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A InuYasha le parecía que el mundo era un espacio demasiado pequeño para vivir en él y experimentar parte de lo que muchos decían era la felicidad. Cada vez que sentía que estaba cerca de esa emoción, algo se interponía y le recordaba la pecera pequeña en la que vivía, ese espacio en que sólo los peces más grandes comían y conseguían nadar. Él podía llegar a ser un pez de aquellos, ese era el ofrecimiento que estaba implícito en las palabras que Naraku le dedicaba cada vez que lo tenía cerca. No obstante, InuYasha sabía que ceder a esa posibilidad era como permitir

que alguna oscura deidad se apoderase de su alma a cambio de un deseo engañoso.

Se permitió esta reflexión mientras permanecía oculto entre las sombras, por enésimo día, en busca de Muso y de completar la tarea que Naraku le había dado. En todos esos días había tenido que dedicar tiempo a más trabajos pequeños que le daban de comer a él y a Shippo, que cada día aprendía con más rapidez las lecciones que le dejaba y aquello lo alegraba tanto como le añadía una preocupación; el muchacho necesitaría un maestro más consistente que él. Suspiró en medio de ese pensamiento, intentando idear una manera de que sus recursos lo ayudasen para poner al chico en un camino mejor que el propio. Además, ni siquiera se había podido plantear hablar con Kagome. El sólo pensamiento de su nombre ponía en la mente de InuYasha la imagen de la chica que le parecía extremadamente dulce para la realidad mundana y oscura que él conocía. Era probable que lo mejor para ambos fuese no verla más.

Se centró nuevamente en la tarea que tenía delante, más aún ahora que veía que en la puerta principal del establecimiento que llevaba Yura, había algo de movimiento por parte del personal. Al principio sólo vio a dos aprendices, los mismos que estaban con la mujer unas mañanas atrás. Eso lo llevó a recordar lo poco que dormían Jakotsu y él unos años antes; sólo las horas en las que el Kyomu permanecía cerrado y que no llegaba a ser cuatro. De todos modos, por ese entonces todo le parecía más fácil, a pesar de detalles como este. En ese momento distinguió a Muso Zanyo que se quedó de pie en la calle, mientras hablaba a uno de los muchachos más jóvenes. Pudo notar la forma en que su cuerpo se tensaba del mismo modo que haría para enfrentar una batalla. El razonamiento le resultó extraño, él nunca hacía alegorías de ese tipo en su mente. Arrugó el ceño un momento, pensando en que quizás era la influencia de Kagome la que lo estaba volviendo extraño. Estaba molesto, le costaba recordar la suavidad y el calor del espacio que ella habitaba y le resultaba obvio que si la llevase a donde él dormía, Kagome desentonaría totalmente. Nada de lo que InuYasha tristemente poseía podía conseguir darle a ella un mínimo de cuidado.

Observó el modo en que Muso le procuraba dos golpes sobre el hombro al chico con el que hablaba, un gesto que él reconoció de inmediato como un modo de poner en marcha una orden y esperar a que ésta fuese cumplida. Cuando Muso se quedó sólo y comenzó a encender un cigarrillo, pensó en que había llegado el momento de entregar el encargo que tenía en el bolsillo. Jugueteó con el sobre entre los dedos y se ajustó la capucha, antes de salir de su escondite para comenzar a recorrer los varios metros que lo separaban de su objetivo. Al dar unos pocos pasos notó que Muso se distraía con algo, o alguien, que se acercaba por el callejón y mostraba cierta socarrona sonrisa que a él lo obligó a mirar en la misma dirección. La visión que tuvo lo hizo trastabillar y detenerse por un instante. Se sintió aturdido y confuso.

¿Qué hacía ella aquí? ¿Se la estaba imaginando? —InuYasha supo que no era su imaginación. Kagome paseaba junto a otra chica que él también recordaba del día en que ambos habían salido a cenar.

Muso se adelantó unos pasos hacia ellas e hizo un descarado repaso visual a Kagome, que hoy parecía especialmente hermosa con el atuendo que llevaba; un vestido del color anaranjado del otoño y medias oscuras que le decoraban las piernas con un diseño floral. El hombre les habló y para InuYasha estaba claro que creía poder convencerlas de entrar en su establecimiento. Notó que se le oprimía el estómago, del mismo modo que la había sucedido cuando vio a Kagome entrar en el Kyomu, llevada por Renkotsu. Se acercó hasta ella y se interpuso entre Muso y las mujeres, puso su mano abierta sobre el pecho del hombre y lo miró a los ojos antes de hablar.

—Creo que tienes suficiente material para una noche —dijo, usando un tono correcto y firme que parecía aplicar la fuerza justa de una espada antes de cortar.

Muso miró la mano que descansaba sobre su pecho y se dio cuenta que aprisionaba algo. Devolvió la mirada a los ojos de InuYasha y respondió.

—Probablemente sí.

—Eso me parecía —InuYasha cerró el breve trato que ambos hombres acababan de hacer.

Luego de aquello retiró la mano, con cuidado de descender el sobre que debía entregar hasta el bolsillo de la chaqueta que Muso vestía.

A continuación observó a Kagome que se había ruborizado furiosamente, algo que él concibió como una de las cosas más hermosas que había visto.

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Continuará

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N/A

Concepto

Buraku: persona que realiza trabajos considerados impuros o descendiente de familias que se dedicaban a este tipo de trabajo (personas que trabajan en mataderos de animales, funerarias, curtiendo la piel para la elaboración de productos, etc.)

Espero que el capítulo les haya gustado y que me cuenten en los comentarios.

Besos

Anyara