KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XVIII

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Registro bibliográfico

Pergamino Nº 44

Descubrimiento 8828, Sengoku

Hemos estado junto al río esta tarde. Ha sido un día cálido y Kagome parecía brillar con el reflejo del sol en el agua. Ha recordado una de las tantas tardes que pasamos aquí años atrás y ha sonreído mucho. Por un momento me ha parecido que no era capaz de separar el pasado del presente.

Ahora descansa y velo su sueño como cada noche.

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Kabukicho era un barrio particular, en él se podía encontrar lo más diverso de la ciudad y el ambiente ligeramente decadente a Kagome le recordaba a un final de fiesta constante y Sango parecía compartir su pensamiento.

—¿Podemos ir a un sitio menos concurrido? —quiso saber su amiga.

Se habían reunido un rato atrás, en la estación de metro y aunque Kagome mantenía en secreto el deseo de encontrarse con InuYasha en una especie de casualidad guiada, debía reconocer que su concepto de la diversión no pasaba por lo que este barrio, en particular, ofrecía.

—Claro —aceptó, ocultando lo mejor posible la culpabilidad que sentía por ser ella la que sugirió venir hasta aquí. Había sido un acto egoísta y no era lo que tenía pensado para el reencuentro con una amiga. En ese momento recordó a Kaede—. De hecho, conozco un lugar en el que creo estarás cómoda —se animó ante su propia idea.

Pudo ver que Sango le sonreía, para luego argumentar su fastidio.

—Hay prácticas en estos lugares, que aunque no están tipificadas como delito, se acercan demasiado al límite y cuando te dedicas a mantener el orden, eso resulta agotador —comentó su amiga.

Kagome la observó por un momento, no tenía mucha más edad que ella misma y sin embargo tuvo la sensación que sus vivencias no podía ni llegar a imaginarlas. Notó el modo en que su amiga intentaba mantener la mirada fija en un punto por delante de ella, como si no quisiese reparar en lo que había alrededor.

—Lo siento —se disculpó Kagome, completamente consciente de su responsabilidad—, de verdad.

Advirtió la mano de Sango en su brazo y la cálida cercanía de la chica. Aquello de inmediato la llevó a rememorar sus juegos de cuando eran niñas y en ese momento Kagome reconoció la fuerza que contenía un recuerdo y su capacidad para transformar un momento.

—Oh, no te preocupes, estaremos bien —la animó Sango, del mismo modo que hacía cuando eran pequeñas, mientras se adentraban por calles menos concurridas de Kabukicho, consiguiendo aislarse de la parte central del barrio.

Kagome avanzó, intentando guiarse en parte por lo que recordaba que había andado con InuYasha por este lugar y por su propia orientación. Pasó por la desembocadura a una de las calles estrechas que le pareció era por la que se encontraba el hotel de Miroku y desde ahí sólo estarían a un par de calles de la izakaya de Kaede.

—¿Vienes mucho por esta zona? —fue la pregunta que Sango dejó en el aire y que a Kagome, de forma alegórica, le pareció ver rebotar de una pared a otra. Estaba claro que su amiga no colgaba nunca el uniforme.

—He estado aquí un par de veces —aceptó, a pesar de la sensación de estar siendo evaluada por Sango. Kagome sabía lo que en realidad quería saber su amiga— Y sí, he hecho alguna transacción comercial en algún establecimiento, justo un par de calles más atrás, por si te lo preguntas —desde luego, lo suyo no era la sutileza y le pareció divertido jugar con la ambigüedad de la respuesta.

En ocasiones Kagome tenía la sensación de haber vivido demasiados momentos de tensión que le habían causado dolor, a pesar que no podía relacionar ninguno de esos momentos con algo que recordara de su vida. A veces se preguntaba qué tanto la afectaba el personaje en su cabeza, más aún cuando en mitad de un sueño le parecía recrear un instante como si lo hubiese vivido.

—Perdona —se apresuró a decir Sango—. No buscaba incomodarte. Supongo que es inevitable para mí sacar a la cazadora de delitos que llevo dentro.

—Y ahora me tratas de delincuente —sonrió Kagome, para aligerar un poco la tensión que notaba en su amiga.

Sango mostró una sonrisa que pareció quitarle años al romper con su habitual apariencia formal. Kagome no pudo distenderse demasiado en ese pensamiento, reparó en un hombre que se les acercaba. Ella se detuvo y Sango, que seguía tomada de su brazo, le oprimió la zona de forma ligera para transmitirle calma.

—¿Dos chicas hermosas que buscan diversión? —la pregunta estaba cargada de una intensión que Kagome reconoció de inmediato; no obstante, no tuvo tiempo de responder nada.

—Creo que tienes suficiente material para una noche —escuchó la voz de InuYasha y por un momento le pareció que se lo estaba imaginando. No obstante, la chaqueta y la capucha roja daban apoyo a su pensamiento.

—Probablemente sí —respondió el hombre que se les había acercado. Sólo en ese momento Kagome pudo ver que InuYasha le había puesto la mano sobre el pecho en un gesto disfrazado de amistoso, aunque claramente no lo era.

—Eso me parecía —nuevamente fue InuYasha quien habló. Poco después la estaba mirando directamente a los ojos, infundiéndole serenidad. Kagome sintió que se le subía el calor a las mejillas y tuvo suerte que él no lo notara, dado que volvió la atención adelante nuevamente.

—Ya hablaremos —fue lo último que dijo el hombre, antes de dar medio paso atrás, girar y alejarse.

Kagome aún estaba organizando sus emociones cuando Sango habló.

—¿Lo conoces? —el tono que usó fue muy tenso para ser sólo una pregunta, aunque lo suficientemente suave como para no parecer demasiado hostil.

InuYasha miró fugazmente a Sango y luego dirigió toda su atención a Kagome.

—Sé quién es —respondió y cambió completamente de tema— ¿Ibas a alguna parte? —preguntó a continuación, casi ignorando que no estaban solos.

—Sí, a la izakaya de Kaede —Kagome respondió con inmediatez, reconociendo el inicio de un conflicto— ¿Recuerdas a Sango? —preguntó a continuación.

InuYasha sonrió. Si había algo que admiraba de Kagome, era su capacidad para poner la honestidad por delante de todas las demás cosas y tomar la dirección de las situaciones.

—Sí, claro, tu amiga la policía —dijo, dirigiéndose a Sango con una corta y suave reverencia.

Pudo ver que la amiga de Kagome aligeraba un poco la tensión en sus hombros. El tiempo le había enseñado a leer los gestos en las personas, incluso los más sutiles.

—Yo también te recuerdo —Sango devolvió el saludo cortés con una reverencia similar a la recibida.

Kagome tuvo la sensación de estar ante dos contrincantes y no entendía muy bien la pugna que había entre ellos, sólo se habían visto una vez antes y no llegaron a entablar una conversación larga. Aunque sí recordó que a Sango le pareció conocido.

—Las acompaño hasta la izakaya —se ofreció InuYasha, no le parecía buena idea dejar a Kagome deambular por ahí, menos ahora que Zanyo la había visto con él.

Intentó pasar por alto la inicial aspereza de la amiga de Kagome, aunque no descartaba que estuviese pensando lo peor de él. Esperaba equivocarse, pero parecía la clase de persona que pasaba por la espada de su rectitud moral a todos los demás; cortando, en el proceso, cabezas e ideas diferentes a las propias.

—Si no te molesta —escuchó decir a Kagome, que lo sacó de aquel pensamiento oscuro.

InuYasha negó con un gesto suave y pensó en que no entendía cómo ella consideraba, siquiera, su compañía. Estaba seguro debía resultarle errática y poco confiable.

—Tengo ganas de verla y de presentarle a Sango —agregó Kagome. Él sonrió con suavidad.

—Kaede estará feliz de verte, de hecho me dijo que te saludase cuando nos volviésemos a ver —le explicó y casi de inmediato reparó en su error.

—Y eso ¿Cuándo pensabas que sería? —Kagome hizo la pregunta e InuYasha supo que le estaba dejando caer un reproche merecido.

—Pronto, al menos es lo que esperaba —se confesó en un tono de voz justo para ser oído por Kagome y ojalá ignorado por su amiga.

Comenzaron a caminar y luego de unos pocos pasos fue InuYasha quien decidió dirigir una nueva conversación.

—¿Qué tal está Ayumi? —le pareció que hablar de la compañera de apartamento de Kagome era algo relativamente neutral.

—Oh, muy bien. Hoy se iba a casa de sus padres por un par de días —comentó con despreocupación.

Sango la miró y pareció querer decir algo, no obstante, se distrajo con el sonido de su móvil.

—No deberías hablar de eso con tanta ligereza —le advirtió InuYasha.

—Yo opino igual —intervino Sango, antes de apartarse un momento para responder a su móvil.

InuYasha no podía negar que le gustaba que Kagome confiara en él, sin embargo tenía la sensación de que ella en realidad confiaba en los demás con demasiada facilidad. Le bastaba con recordar su primer encuentro y el modo en que lo invitó a cenar sin siquiera conocerlo y con la agravante de ser él quien llevaba el bolso que Shippo le había robado.

—Oh, bueno, sólo estoy con ustedes dos —expresó Kagome con cierta indignación— . No pienso ponerme un cartel en la espalda que diga: ¡Ey, hoy estoy sola en casa, síganme!

InuYasha la vio gesticular un poco más de lo necesario en medio de la respuesta y eso le aligeró la carga de los días pasados. Tuvo que contener la amplia sonrisa que sintió manifestándose en su boca, para no resultar tan evidente. Kagome le gustaba mucho más de lo que se podía permitir aceptar.

—¿Segura que no invitarás a un desconocido a cenar? —InuYasha no pudo evitar la broma. Al menos eso le dio una excusa para sonreír, y lo hizo, incluso más al ver la sorpresa en la mirada de Kagome.

Se sintió feliz y esa era una emoción que reconocía de momentos puntuales de su vida. Como cuando recordaba las lecturas con su madre o alguna travesura en medio de la infancia.

—Eso sólo lo he hecho una vez —puntualizó.

InuYasha aplacó la sonrisa hasta que no fue más que un gesto de diversión.

—Y yo te tengo que creer —por alguna razón se sentía en confianza y eso era algo que Kagome conseguía, aunque ahora ella estuviese arrugando el ceño en un gesto que aún no podía definir si terminaría en enfado.

—Ya está —digo Sango, acercándose—. Era Kohaku para avisar que un amigo se quedará en casa.

La interrupción le quitó toda posibilidad de conocer cuál era el límite de tolerancia de Kagome; InuYasha apostaría a que no muy amplio.

—Bien —Kagome le sonrió a su amiga, intentando centrar su pensamiento.

Quiso mirar a InuYasha una vez más antes de retomar el camino, sin embargo lo evitó. Entre ellos se estaba generando un aura que la inquietaba de ese modo en que lo hacen las cosas desconocidas que importan.

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La izakaya de Kaede estaba llena y por un momento Kagome pensó en que no encontrarían sitio, no obstante, la compañía de InuYasha las había ayudado con una de las personas que atendía las mesas y que les permitió ocupar la que estaba junto a la cocina; la que Kaede reservaba para sus conocidos.

Kagome apenas estaba quitándose la chaqueta cuando la mujer apareció por detrás del noren que separaba la cocina del resto del lugar. Pudo ver que se acercaba hasta ella, mientras se secaba las manos con un paño de tela blanca. Kagome la saludó con una profunda reverencia que venía a mostrarle un agradecimiento que aún no tenía un asidero real en su vida, no obstante le parecía normal sentir aquello por Kaede. No se detuvo a pensar demasiado en ello.

—Esta es mi amiga Sango —le dijo luego del saludo y pudo ver la forma en que las dos mujeres se saludaban respetuosamente.

—Kagome me ha hablado muy bien de su cocina —expresó su amiga y la mujer mostró agradecimiento de ese modo cortés y preciso que solía usar.

—No debe de ser mala si ha podido conseguir que crezca el chico perro —comentó Kaede, haciendo un gesto familiar y suave con el hombro a InuYasha que estaba a su lado.

Kagome rió en complicidad, a pesar de aún no haber escuchado la historia de ese apodo. Sango pareció sentirse cómoda y mostró una sonrisa por la que se filtró parte de la dulzura que Kagome le conocía de cuando eran niñas. Ese pensamiento la llevó a preguntarse si ella misma había cambiado tanto como su amiga desde su infancia. Al parecer eso era lo que hacía la edad a las personas; las volvía más rígidas y con poco margen para la confianza.

Después de aquella pequeña y cordial conversación, Kaede las invitó a sentarse y a elegir lo que querían comer. InuYasha no se sentó y aquello llamó la atención de Kagome que se movió a un lado en el banco para dejarle aún más sitio a él.

—Tranquila, yo me voy —le aclaró, con un gesto de su mano que indicaba que se detuviera. Kagome pareció querer replicar e InuYasha notó la forma en que aquello le daba felicidad, nuevamente—. Esta es una reunión de dos amigas —remarcó lo que él había advertido desde el principio.

—Por mi parte no hay problema —intervino Sango—. Tenemos sitio gracias a ti, además, así puedo investigarte mejor.

InuYasha no se había fijado en lo incisiva que podía llegar a ser la mirada de la amiga de Kagome.

—Muchas gracias —respondió con una reverencia suave, tal como la que dio al encontrarlas—, prefiero mantener mi anonimato —agregó y era totalmente cierto.

Pero qué ven mis ojos —escuchó InuYasha a su derecha y reconoció de inmediato la voz.

—Miroku —se sorprendió, no era habitual encontrárselo en algún sitio fuera de su hotel— ¿Qué haces aquí?

—Vaya, saluda primero. Me sorprende tu falta de cortesía —le dio un golpe seco sobre el hombro a modo de saludo y mantuvo la mano ahí un instante más—. Debes saber, mi amigo, que yo también me alimento y nada mejor que la comida de Kaede —quitó la mano del hombro de un InuYasha incómodo con la familiaridad de toda la situación—. Buenas noches, señorita Kagome —Miroku acompañó el saludo con una reverencia tan suave como la sonrisa que mostraba.

—Me alegro de verte Miroku —respondió ella e InuYasha la miró de forma refleja, notando como la extraña sensación de familiaridad aumentaba.

—Y la señorita aquí es… —quiso saber Miroku.

—Sango —aclaró la misma, sin dar tiempo a que Kagome reaccionara para presentarlos.

—Hermoso nombre —declaró Miroku, con una cordialidad llana y envidiable.

Sango agradeció con cierto recato que Kagome recordaba haberle visto sólo un par de veces, cuando aún era una adolescente y el chico que le gustaba en la escuela la había saludado.

No podía ser eso ¿O sí?

Dirigió la mirada en busca de la de InuYasha y éste la observó en un intento de comunicar un pensamiento sin palabras. De alguna forma ambos se entendieron.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Miroku.

—Claro —Sango se movió por el banquillo largo que estaba de su lado, dejando lugar al nuevo integrante del grupo.

—InuYasha —lo invitó de nuevo Kagome, indicando el lugar junto a ella. Él aceptó sin remilgos esta vez.

Al parecer sí, algo estaba pasando.

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Continuará

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N/A

Aquí estoy con un capítulo nuevo que me ha dejado bastante contenta. Durante una parte de él estuve algo atascada, de una forma muy absurda, y no conseguía avanzar con fluidez. Sin embargo, una vez solucioné aquello, lo demás corrió con facilidad.

Muchas gracias por leer y comentar.

Anyara