KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
.
Capítulo XXI
.
Kagome llevaba casi treinta minutos esperando a InuYasha. Había decidido bajar un poco antes de la hora acordada, las once de la mañana, por si él llegaba primero. Sin embargo, el tiempo pasaba y no lo veía aparecer. Llegó a pensar que lo sucedido la noche anterior, cuando estaba a punto de marcharse, lo había hecho reconsiderar el venir por ella del modo en que quedaron. Kagome se llevó una mano al estómago, intentando contener la incertidumbre que se le manifestaba como un vacío que nada tenía que ver con no haber desayunado.
Respiró hondamente para ver si de ese modo conseguía calmar su ánimo. Pudo observar que una pareja se acercaba desde un lado de la calle y se quedó mirándolos de un modo que rayaba en lo descortés. Las dos personas, un chico y una chica, venían muy cerca uno del otro y en ocasiones sus manos se rozaban del modo que hacían quienes se comprenden a un nivel romántico. No pudo evitar ansiar aquello y desvió la mirada cuando se dio cuenta de lo incorrecta que estaba siendo al invadir su intimidad con su insistencia. No obstante, volvió a enfocarse en ellos cuando le dieron la espalda.
La chica, más o menos de su edad, le tocó el brazo al chico con su hombro y éste la miró y le sonrió. Aquel gesto, que admiró y envidió a partes iguales, le resultó cargado de ternura.
—¿Ves algo interesante?
Kagome se sobresaltó al escuchar la voz de InuYasha, estaba tan ensimismada que no lo había visto aparecer.
—¿Cuándo has llegado? —la pregunta resultó más bien una queja por el tono que usó. Pudo ver que InuYasha mostraba una suave sonrisa.
—Hace nada, un instante —respondió con cierta diversión y Kagome se sintió molesta al notar que había sido descubierta.
—Pues, qué sepas que llevo media hora aquí —se quejó, para resarcir un poco su orgullo.
—Lo siento, no consegui llegar a tiempo —la disculpa era sincera, sin embargo la sonrisa que InuYasha mantenía contrastaba con el arrepentimiento real.
—¿Estás seguro de lamentarlo? —Kagome lo miró inquisitiva. Buscaba mostrar cierta dureza que él consiguió arrebatarle sólo con descansar la mirada en su boca por un segundo.
—Sí —la respuesta fue un suspiro que a Kagome se le metió bajo la piel, sacudiéndole el cuerpo— ¿Vamos? —preguntó InuYasha a continuación, buscando su propia calma.
Kagome asintió, sin conseguir emitir una palabra.
InuYasha guio la dirección por la que irían y a medida que comenzaron a caminar la tensión entre ambos se fue aflojando.
—¿Me contarás a dónde me llevas? —preguntó Kagome.
—En principio, a la estación —manifestó él, refiriéndose a los trenes interurbanos.
Kagome prácticamente rodó los ojos en un gesto de claro cansancio.
—¿Podrías ser más específico? —insistió.
—A la estación de trenes —continuó mofándose.
Kagome detuvo su andar y puso ambas manos sobre su cintura en un gesto de enfrentamiento.
—Estás muy gracioso hoy —le dijo— y como no entiendo tu humor, quizás sea mejor que me vuelva al apartamento.
Kagome se giró para marcharse, sin embargo no llego a dar dos pasos cuando InuYasha la sostuvo por la parte alta de un brazo.
—No te vayas, lo siento —se disculpó y ella se quedó mirando por un momento la mano de él que la liberó con delicadeza.
—¿A dónde vamos? —ahora lo miró a los ojos y esperó.
InuYasha sonrió.
—Quiero que conozcas a Myoga —le dijo con un tono suave que Kagome consiguió interpretar como cuando un corazón comienza a abrirse y mostrar sus emociones.
Entonces fue que ella se relajó y asintió.
.
El tiempo que tardaron en llegar a destino les sirvió para comentar algunas cosas, como lo tarde que había llegado InuYasha al sitio en que vivía con Shippo, sólo para encontrarse con que el chico no estaba.
Probablemente pensó que yo no llegaría —le había mencionado a Kagome y ésta de inmediato comenzó a hilar hechos en su cabeza.
¿Estaba con su novia? —le había preguntado e InuYasha asintió, para explicarle a continuación que había multado al chico, por así decir, con un día de trabajo social.
Kagome lo comprendió cuando se fueron acercando al lugar al que InuYasha la llevaba y pudo ver a un adolescente delgado, al que la ropa parecía quedarle grande por todos lados, que levantaba una caja del suelo y la transportaba al interior de una casa. La coleta de color rojizo delató por completo a Shippo.
—Ahí está —Kagome indicó su descubrimiento.
—Sí. Probablemente, no muy contento —admitió InuYasha.
—Supongo que es normal, después de todo, de cierta forma lo has castigado —Kagome se sorprendió al descubrir lo extraño que le resultaba que InuYasha estuviese a cargo de la educación de alguien. Era muy joven, debía tener un par de años más que ella—. Nunca te he preguntado qué edad tienes —apuntó.
—Si te lo digo, descubrirás que soy un viejo —se mofó él.
¡InuYasha! —escucharon la voz de Shippo cuando éste se dio cuenta que se acercaban. A Kagome le pareció que se había recogido un poco hacia sí mismo cuando la vio a ella.
—Hola —Shippo le entregó un saludo tímido que a todo lo largo de la emisión de esa palabra intentó cambiar de tono para parecer más seguro. Aun así Kagome lo notó.
—Hola. Me alegra verte bien —fue la respuesta que ella dio y que aderezó con un poco más de información—. InuYasha me contó sobre tu brazo. Ya está curado, por lo que veo.
Shippo hizo un extraño gesto con las cejas. Parecía que iba a arrugar el ceño, aunque finalmente no lo hizo.
—InuYasha cuenta demasiadas cosas —se quejó, aunque no parecía del todo molesto.
—Puede ser —agregó el aludido—. También le conté que no estabas anoche cuando llegué.
Shippo apretó los labios, en tanto un sonrojo furibundo se le instaló en la parte alta de las mejillas. Kagome reparó en lo celoso que parecía el chico sobre su intimidad. No le sorprendió, después de todo tenía a InuYasha como ejemplo.
—Myoga te está esperando —mencionó Shippo, con un tono molesto que expuso muy bien su ánimo. Luego de aquello, volvió a la labor que estaba llevando a cabo.
Unos niños salieron del interior del edificio y estuvieron a punto de chocar con Shippo, quien hizo una pequeña pirueta con la caja que llevaba en las manos para evitarlos. Casi de inmediato les soltó una queja y uno de los niños se detuvo para hacer una reverencia a modo de disculpa. Fue en ese momento que Kagome reparó que la entrada a la casa tenía un banco de madera, muchas macetas con plantas y algunos juguetes de madera pintados de colores.
—¿Es una guardería? —preguntó.
—No exactamente —respondió InuYasha, invitándola a seguir hacia el interior.
Kagome avanzó, agradeciendo a InuYasha por alzar el noren que anunciaba el nombre del establecimiento: Ichidō. Podía significar camino o rayo de esperanza, pronto Kagome comprendería que era más bien lo segundo.
—Myoga —llamó InuYasha, una vez estuvieron dentro.
Kagome pudo observar el espacio que era más o menos como la sala de un apartamento mediano. Tenía tres mesas que podían albergar a seis o siete personas cada una. Más allá, al fondo, había un umbral sin puerta que por el olor que llenaba el sitio debía de ser una cocina.
—¿Un comedor comunitario? —le preguntó a InuYasha en voz baja. Observó a un grupo de niños que se divertían con un juego de mesa.
—Eso también —aceptó él. Kagome se sorprendió al notar un alegre orgullo en sus palabras—. Ven —le pidió a continuación, avanzando hacia el umbral que había de fondo—. Myoga ¿Estás ahí?
Kagome alcanzó a recorrer la mitad de aquella sala, cuando apareció un anciano de baja estatura con la cabeza cubierta con una gorra de cocina y ataviado con un delantal a la cintura que daba pistas claras de qué trabajo estaba efectuando.
—Muchacho, ya has tardado —fue el saludo que recibió por parte del hombre.
—Tenía que pasar por Kagome —se explicó InuYasha y en ese momento el anciano miró por un costado y la observó.
—Buenos días —saludó ella, con una reverencia acorde al momento y a la edad del hombre.
—Así que usted es la señorita Kagome —respondió Myoga, entregando su propia reverencia—. Shippo la mencionó.
Kagome se sintió extraña al ser recibida de ese modo en un sitio que no sabía que existía.
—Pasen —indicó el hombre—. Tengo el arroz en la olla.
InuYasha observó a Kagome un momento, cómo si evaluara su percepción del lugar. Ella le mostró una sonrisa suave que no llegaba a ser alegre. Él supuso que era lo normal, después de todo el centro le era desconocido. Decidió que le enseñaría todo lo que pudiese.
—Vamos —le indicó y extendió su mano con la intención de tocar de la Kagome, no obstante, se detuvo a mitad de camino—. Sígueme.
Era totalmente consciente del modo en que se había despedido de ella la noche anterior. Aún notaba el tenue calor de sus labios en los propios cada vez que lo recordaba y luego de ello se le aceleraba el corazón como a un adolescente. No quería dejar demasiado espacio para las ilusiones, InuYasha sabía bien que la mayor parte de las veces éstas se diluían dejando agujeros en el espacio que habían ocupado. Prefería amparar aquel momento en el lugar de un anhelo que jamás se cumpliría, de ese modo podía mantener controladas las expectativas.
—Por aquí, la cocina —le indicó, en cuánto estuvieron más allá del umbral interior por el que había entrado Myoga.
Kagome observó la cocina que a pesar de no ser demasiado grande, estaba perfectamente organizada para hacer el trabajo más efectivo.
—Estos son los dominios de Myoga —se animó a explicar InuYasha.
Kagome, simplemente asintió.
—Ya ve, señorita, no hay mucho misterio aquí —indicó Myoga.
—Por favor, llámeme Kagome —pidió ella, intentando aligerar la carga de cortesía que implicaba el que un hombre mayor como Myoga la tratase con tal cuidado.
El anciano le sonrió y volvió la mirada hasta InuYasha para dirigirle unas palabras.
—Me cae bien tu chica —dijo.
Ambos se miraron.
Oh, no es mi chica.
No, no soy su chica.
Sonaron al unísono.
Kagome se sonrojó fervorosamente, en tanto InuYasha buscó la forma de disimular la sorpresa.
—Oh, lo siento, es lo Shippo me contó. Dijo que vendrías con tu chica —Myoga indicó hacia la puerta con la cuchara de madera que estaba usando. Shippo apareció por el umbral con una de las cajas que estaba ayudando a dejar en el interior.
—¿Qué pasa? —preguntó, ajeno a lo que acababa de suceder.
—Nada, chico —dijo InuYasha—. Myoga necesita ayuda para toda la siguiente semana —le mostró una sonrisa que Shippo conocía y ya sabía interpretar.
—Eso no es del todo cierto ¿Es así, Myoga? —quiso confirmar con el anciano.
InuYasha se cruzó de brazos y a Kagome le pareció que con ese sólo gesto resultaba más alto.
—No del todo —comenzó a decir Myoga, quien fue interrumpido por un vociferante Shippo.
—¡Lo ves! —el muchacho lo miró con claro desafío. Sin embargo Myoga agregó.
—Como tampoco es cierto que Kagome sea su chica —el anciano se giró nuevamente hacia la olla y revolvió el contenido con la cuchara de madera.
—Ops —fue todo lo que Shippo se animó a agregar. Dejó la caja junto a las demás y se marchó en silencio.
InuYasha no supo qué más decir y a Kagome pareció pasarle lo mismo.
—Muéstrale a Kagome el resto del lugar —intervino Myoga.
—Claro —aceptó InuYasha, reaccionando—. Ven —se dirigió nuevamente a Kagome.
—Luego vuelvan por unos onigiri —advirtió el anciano.
Kagome hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y siguió el camino que InuYasha le indicaba. Se trataba de un pasillo estrecho y corto que daba a una puerta cuya mitad superior era de madera y cristal. InuYasha abrió ésta, dejando apenas lugar para que Kagome pasase junto a él sin rozarlo.
—Gracias —dijo ella, apreciando el gesto de él.
Ese era uno de los tantos detalles que había ido notando sobre InuYasha. Parecía una persona educada, más allá de las circunstancias que ella le suponía. Desde que lo conocía lo había visto vestir prácticamente del mismo modo, aunque siempre limpio. Su pelo era brillante, al igual que sus dientes. Ese tipo de detalles le mostraban el cuidado que él ponía en lo que consideraba importante. Kagome pensó en que quizás aquellas eran enseñanzas que había recibido de su madre y entonces se preguntó si dicha madre aún vivía.
Había mucho que no sabía de InuYasha. Le dio una mirada furtiva, justo antes que su atención fuese atraída por el jardín trasero del lugar. Kagome pudo ver a unos cuántos niños jugar en el espacio que ahí había. Observó a un par de ellos en un tobogán, así como a otros tres que daban de patadas a un balón, mientras intentaban que éste entrara en una portería pequeña de madera.
—¿Myoga cuida de estos niños? ¿No tienen familia? —Kagome formuló las preguntas que aparecieron en su mente, sin llegar a pensar en si era correcto hacerlas.
Le sorprendió la sonrisa que InuYasha pareció mostrar al momento de responder.
—Myoga no lleva un orfanato, si es esa tu pregunta. Estos niños tienen familia. Él los recibe y les da de comer con lo que sus tutores aportan y lo que donan algunas personas. Cuida de ellos y les permite estar aquí mientras sus padres trabajan o no los pueden atender —fue la explicación que InuYasha entregó.
—Entiendo —Kagome quiso mostrar empatía, no obstante esta la sobrepasó—. Es triste —agregó.
InuYasha la observó durante un momento, parecía intentar dilucidar de qué modo se estructuraba el mundo para Kagome. Sabía, por el entorno en que la veía desenvolverse, que ella no estaba familiarizada del todo con mucho de la realidad que vivían otras personas. No se sintió ofendido, aunque su propia vida había sido peor que la de estos niños que al menos tenían una familia a la que regresar al final del día. No obstante, recordó lo mucho que odiaba que lo compadecieran. A su mente vino el recuerdo fugaz de una mujer que lo vio comiendo un trozo de pan en un parque y que se le había acercado para dejar una moneda a su lado. La mirada que esa mujer le había dado fue dolorosa para él; en ella había desanimo, como si lo diera por perdido, igual que a un animal callejero al que se le da un mendrugo y sobre el que se deja de pensar a la vuelta de la esquina. InuYasha no podía olvidar que cuando él tomó la moneda y se la quiso devolver, la mujer se echó hacia atrás hasta casi tropezar por miedo a que la tocase. Aún hoy lo enfadaba recordar aquello.
Quizás fuese ese pensamiento el que lo llevó a hablar con más pasión de la que esperaba mostrar.
—Kagome, por un momento, ponte en la situación de ellos cuando descubren que el mundo al que deberían pertenecer no los recibe ¿Puedes imaginar lo que es para estos niños comprender que no se les considera suficientemente valiosos como para reparar en ellos y sus necesidades? No son huérfanos, aunque algunos lo son a medias. Tienen padres que no saben o no pueden cuidar bien de ellos. Eso los hace defectuosos para la sociedad y deben esforzarse diez veces más que cualquier persona nacida en circunstancias óptimas para que alguien los mire e intente encontrar valor en ellos. No son unos pobres chicos, en realidad son valientes chicos que todavía sonríen para no olvidar que la vida hay que sentirla.
Kagome no pudo dejar de mirar a InuYasha, mientras él esgrimía esas palabras como si se tratara de una coraza que ella recién estaba descubriendo.
.
Continuará
.
N/A
Tenía ganas de llegar a esta parte para poder seguir desde aquí. Necesitaba poner más claramente las bases de la vida y los valores de InuYasha. Ahora a seguir.
Muchas gracias por leer y comentar. Espero que estén disfrutando de esta historia, tanto como yo al escribir.
Besos
Anyara
