KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XXX

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"Mirarla, era como observar el infinito en el espacio compacto de una persona."

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InuYasha y Kagome se mantenían quietos y silentes. Permanecían acostados sobre la cama, uno frente al otro. El único movimiento que existía era el de sus manos unidas proporcionando suaves caricias sobre los dedos del otro. Se miraban y en ese gesto se condensaba toda la emoción de lo que acababan de compartir. InuYasha mentiría si dijera que no deseaba repetir el modo en que la pasión los había desbordado y volver a sentir la plenitud de ese momento. Kagome, por su parte, se preguntaba si debía iniciar una nueva sesión de caricias íntimas o le convenía esperar a que lo hiciera él. Aquellos pensamientos separados, aunque sincronizados, sucedían en medio de la semi desnudez en la que se encontraban. El sopor del sexo los había inundado, del mismo modo que generó en ellos un estado de efervescencia emocional que no podía ser expresada aún por las palabras. Esa era la razón de que sólo se mantuviesen en medio de caricias sutiles y miradas.

InuYasha alzó una mano y le tocó la mejilla, sin poder mirarla a los ojos en un primer instante. Se notaba atrapado por sensaciones que no conseguiría confesar. La caricia sobre la cara se movió con suavidad hasta el labio inferior, se quedó observando la boca de Kagome y el modo en que ésta se mantenía dócil a la espera de cualquier cosa que él quisiese hacer. La necesidad de tenerla volvió con fuerza y la miró a los ojos, deseando ver la misma inquieta ansia que lo llenaba. Ella era preciosa para él. No lo era por la belleza que tenía a simple vista, eso lo podían ver todos. Kagome era hermosa de un modo profundo, de ese modo grandioso que se entiende con el corazón y que luego se enlaza al alma.

Se acercó muy despacio, aún con cierto temor a tomar la iniciativa de algo que ella pudiese rechazar. Respiró profundamente cuando consiguió tocar sus labios con los propios, absorto en la increíble sensación de poseer una emoción que no se podía comparar con nada que recordara conocer. Se sentía como si estuviese entreabriendo una puerta que guardaba un secreto que nadie más conocía, excepto ella.

Se entregó al beso que al principio fue sólo un toque, y que a continuación se convirtió en caricias más intensas e InuYasha notó el modo en que Kagome cedía más de sí, a la vez que exigía más de él. Percibió el modo en que el toque de los dedos fluyó hasta convertirse en manos llenas de calor, sensaciones y piel. Aquellas sensaciones los llevaron hasta una nueva unión del cuerpo, armónica e impensada para dos personas que acababan de tenerse por primera vez.

InuYasha creyó en que aquello podía llamarse magia. Kagome estaba segura de que lo era.

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A InuYasha nunca le había parecido tan luminoso e interesante caminar por las calles conocidas de Tokyo, hasta hoy. Se había detenido a mirar algunos sitios puntuales por los que pasaba habitualmente; tiendas de alimentos, una casa decorada con plantas hasta en la puerta de metal que daba entrada al pasillo lateral de ésta, el ladrar de un perro pequeño que probablemente permanecía dentro de alguno de los apartamentos. Tuvo un pensamiento claro sobre el hecho de que aquello seguramente estaba ahí cada día y que él por primera vez lo percibía. Había belleza en los detalles de la ciudad e InuYasha sabía la razón por la que ahora era capaz de ver todo eso.

Sonrió por enésima vez desde que había dejado el apartamento de Kagome entre besos que amenazaban con impedirle la separación de ella. Sentía que le era imposible mantener su expresión en total neutralidad por lo que simplemente terminaba sonriendo. Aún tenía en el cuerpo las sensaciones de la intimidad que habían compartido, y en las manos la docilidad del cuerpo de Kagome cuando se entregaba a él. El ansia por permanecer con ella por días o semanas era manifiesta y evidente ahora mismo, igual que el sol que comenzaba a caer al final de un día que resultó inesperadamente inolvidable.

Suspiró al recordar que debía estar pronto en el Kyomu. Podía llegar más tarde, Jakotsu lo cubriría sin problema, aun así debía apresurarse. En su mente comenzó un recuento de labores para saber en qué momento podría ver nuevamente a Kagome. Esta noche terminarían tarde, era lo habitual en un sábado. Quizás podía escaparse un momento en el medio día de mañana, del mismo modo que hizo hoy, e ir con Kagome aunque sólo fuese para darle un beso. De pronto un beso pareció lo más indispensable de su mundo y eso lo aterró y fascinó por igual.

Intentó recomponerse, no le faltaba demasiado para llegar a la casa que ocupaban Shippo y él. Necesitaba ver al chico antes de dejarlo solo por horas, nuevamente. Le preocupaba esa soledad. Comerían algo y le pediría que fuese con Myoga por un par de días. Le sorprendió ver a Shippo de pie al inicio de una calle adyacente. Junto a él tenía una bolsa de tela que descansaba hacia la pared de la casa que había en aquella esquina.

—Shippo —mencionó su nombre cuando lo tuvo a poca distancia. El chico alzó la mirada del libro que estaba leyendo, era el último que había conseguido en la biblioteca.

—¡Qué bien que llegas! Te iba a esperar diez minutos más —lo vio tomar la bolsa que tenía a los pies.

—Y ¿A dónde se supone que ibas? —cuestionó.

—¿Lees tus mensajes? — Shippo arrugó ligeramente el ceño.

InuYasha metió las manos a los bolsillos de la sudadera que llevaba, y luego se revisó los bolsillos del pantalón. En ese momento comprobó que no llevaba consigo el móvil que le había dejado Naraku.

—No tengo el teléfono —le explicó.

—¿Lo has perdido? —se sorprendió su amigo.

—No. Me lo he dejado en un sitio —comenzó a caminar en dirección a la casa que compartían, mientras pensaba en que tendría que volver al apartamento de Kagome. El rodeo le quitaría un tiempo importante, sin embargo la idea le satisfacía.

—No pierdas el tiempo, han clausurado la casa —le explicó Shippo.

InuYasha detuvo el paso y miró al muchacho, para luego enfocarse en la bolsa que llevaba, sólo en ese momento comprendió que contenía las escasas pertenencias que mantenían en el lugar.

—Vaya —fue todo lo que pudo decir ante la noticia. Miró nuevamente en dirección a la casa y pudo distinguir el color amarillo del precintado.

Shippo hizo un sonido especulativo y luego habló.

—Sabíamos que algún día pasaría ¿No? —a continuación sonrió sin ánimo.

InuYasha asintió con un gesto reflexivo. Comprendió que ya se le había acabado el tiempo de sentirse feliz y debía comenzar a pensar en los siguientes pasos a dar para cuidar de Shippo.

—Toma la bolsa y vámonos —anunció.

—¿A dónde? —Shippo tomó la bolsa de tela.

—Pasarás esta noche en casa de Myoga —comenzó a caminar a la espera de que el muchacho lo siguiese.

—Eh, espera, aquí también van cosas tuyas —Shippo se quejó con cierto tono divertido. InuYasha miró hacia atrás y sonrió al comprobar que el chico rara vez perdía el humor. Retrocedió el par de pasos que había entre ambos y tomó la bolsa para volver al camino.

—Anda, vamos —lo instó una vez más.

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Kagome permanecía en su habitación, echada sobre su cama y completamente sumida en las imágenes que repasaba en su mente. Tal vez debía de ser más cautelosa, no ilusionarse con tanta facilidad, sin embargo estaba exultante. La euforia de lo que habían compartido InuYasha y ella continuaba presente en su cuerpo y en sus emociones, consiguiendo que el tiempo pasase sin que se diera cuenta. Aún se le erizaba la piel al recordar la sensación de tenerlo dentro de ella y el modo en que él se agitaba, repetía su nombre y la miraba a los ojos con intensidad febril. Suspiró, en un gesto instintivo que la ayudaba a encontrar calma. Se giró de medio lado y se recogió un poco en sí misma. Notó el modo en que la ansiedad crecía dentro de ella al recordar el momento en que InuYasha se había ido. Rememoró la imagen de las manos, unidas en un gesto íntimo y casi tierno, creando un contacto mínimo acordado para conseguir la fuerza suficiente y separarse. Aun bajo ese pacto, InuYasha no dejaba de efectuar una caricia lenta con los pulgares.

No quiero irme —había confesado él, en tanto observaba las manos de ella entre las propias.

No lo hagas —Kagome tenía la impetuosa sensación de que nada importaba más allá de ellos dos.

Lo escuchó y vio sonreír.

No me tientes —aquella petición parecía encerrar promesas que a ella le erizaron la piel.

Cuando finalmente se soltaron de las manos Kagome sintió un vacío frío como la oscuridad, y comprendió que algunas personas se conocen y otras se encuentran. Ellos parecían haberse encontrado desde la primera mirada, y no existía fuerza en el mundo que la hiciese pensar diferente.

Se echó hacia él y lo besó, siendo recibida de inmediato, sin lugar para la duda.

Aquel beso había resultado intenso y contenido. Ambos comprendían que no había espacio para más tiempo compartido este día. Luego de aquello se despidieron con la promesa de volver a encontrarse dentro de poco.

Aun ahora, en medio del recuerdo de ese momento, la piel se le sensibilizaba.

Kagome salió de la cama, añorando su calor y las remembranzas que ahora contenía. No obstante, no podía mantenerse por más tiempo atada a ese lugar. Observó sobre el escritorio el dibujo que había comenzado un rato antes y que aún era un bosquejo deslavado de lo que deseaba hacer. Al principio, cuando tomó la hoja de papel, quiso plasmar la maravillosa expresión de InuYasha cuando el deseo lo inundaba. Sin embargo, el sólo recuerdo le resultaba tan íntimo que se sentía abrumada y le era imposible crear algo semejante.

Escuchó la puerta de entrada y la voz de Ayumi.

—¿Kagome? —la escuchó hablar desde la pequeña sala. Probablemente su amiga se estaba quitando los zapatos.

—Estoy en mi habitación —alzó ligeramente la voz, para ser escuchada a través de la puerta abierta.

A continuación fue al encuentro de su amiga y ésta la miró, dejando en el mesón de la cocina un paquete de papel que Kagome supuso era algún tipo de golosina para la cena, de esas que a Ayumi le gustaba tener para el fin de semana.

—¿Qué tal tu familia? —Kagome quiso adelantarse a las preguntas que podía querer hacer la chica. Más aún este día, en el que no pensaba mencionar nada de lo sucedido con InuYasha.

—Bien. Mamá preguntó por ti y está esperando a que vayas por casa pronto —Ayumi dijo aquello de camino a su habitación.

Kagome pegó la espalda a la pared del corto pasillo y le dejó paso. Se sentía extraña, era como si cualquiera, con sólo mirarla, pudiese saber lo que había pasado entre InuYasha y ella.

—¿Qué tal ha estado tu día? ¿Ha venido tu visitante? —Ayumi preguntó aquello con cautela, en tanto observaba la puerta de la habitación como si esperase encontrar a alguien en ese lugar.

—Ha sido un buen día —Kagome se reprendió en silencio por haber dado una respuesta como esa ¿Qué pensaría Ayumi ahora? ¿Habría sido demasiado evidente?

—¿Ha sido un buen día? —repitió su amiga en un tono suave, aunque apremiante.

Kagome notó que se le subía el calor a las mejillas y ante la declaración no verbal de sus pensamientos sólo atinó a escabullirse.

—¿Qué has traído? —se acercó hasta la bolsa de papel que Ayumi había dejado en la cocina.

—No te desvíes, Kagome —escuchó la advertencia de la chica, que claramente acortaba la distancia en su dirección.

—¿Desviarme? ¿De qué? —sabía que su respuesta no hacía más que afirmar el modo burdo en que intentaba ocultar algo.

—De lo que sea que ha pasado con tu amigo.

Amigo —se repitió en la mente de Kagome y ese calificativo le pareció inadecuado.

—Se llama InuYasha —quiso remarcar su nombre para que Ayumi se acostumbrase a que él estaba siendo parte de su vida.

Lo que habían compartido este día no podía ser algo fugaz. En cada caricia que se habían dado estaba implícito el compromiso que sentía uno por el otro; al menos eso era lo que Kagome comprendía. No se consideraba preparada para explicar lo que había vivido y esa era la razón por la que no podía compartir su vivencia con Ayumi, a pesar de ser una de sus mejores amigas.

—Sí, InuYasha, lo siento —se disculpó la chica, intentando parecer más agradable en su trato.

Se creó un silencio en el apartamento, tan pesado y confuso que ambas muchachas notaron el peso que había en las ideas no manifestadas. Kagome tomó la bolsa de papel que había traído su amiga y la abrió para descubrir cuatro dulces de arroz en su interior.

—¿De qué son? —formuló aquella simple pregunta como un modo de aligerar el momento.

—Dos de pasta de fresa y dos rellenos de chocolate —las palabras llegaron sin ánimo.

Kagome supo que su amiga no iba a insistir más con sus preguntas y que probablemente se sentía triste por la reserva que ella estaba tomando sobre su intimidad. Desde que estaban en la escuela secundaria se lo habían contado prácticamente todo, desde el primer beso que Ayumi le dio a un chico de un curso por encima del suyo, hasta la cuasi obsesión de Kagome por el personaje que dibujaba. Era por eso que este momento se había convertido en algo tenso y casi divisorio para ambas.

—¿Quieres que prepare algo de beber? —Kagome hizo la pregunta con total docilidad, lo que menos quería era que su amiga pensara que no confiaba en ella.

—Si quieres —el desgano de Ayumi se hizo indudable en el tono de sus palabras.

Kagome comprendió que debía decir algo, aunque no estaba muy segura de cómo hacerlo. Tomó un recipiente para calentar agua y buscó dos tazas para servir un té. Se quedó quieta un instante, con ambas tazas en las manos, mientras observaba el diseño de magnolias que Ayumi y ella habían escogido en una tienda, durante la primera semana que vivieron juntas. Se giró y miró a su amiga que se había sentado a un lado de la mesa que tenían en la sala y prestaba atención a su móvil, usando aquello como un modo de abstraerse. Kagome buscó la entereza para plantear lo que había en su corazón en este momento.

—Ayumi —la aludida alzó la mirada—, eres una persona muy importante para mí —comenzó a decir— y no quiero que pienses que no confío en ti —se silenció durante un corto instante para proseguir, intentado mantener la calma necesaria—. Lo que siento por InuYasha está tan profundo en mi corazón que no tengo palabras para contarlo.

Su amiga la observó por un momento que pareció más largo de lo que realmente fue.

—Creo que con eso me lo dices todo, en realidad —Ayumi acompañó esas palabras de una sonrisa dulce y afectuosa. Kagome pensó en que verdaderamente se parecía mucho a su madre.

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Continuará.

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N/A

Ahora mismo estoy en una nube con este capítulo y los anteriores. Llegar a lugares neurálgicos en las historias es siempre un reto y una satisfacción. Espero que estén disfrutando de KOTODAMA y que me cuenten en los comentarios.

Besos

Anyara