KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXXI
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"Los demonios siempre están en el infierno, y el infierno está en todas partes."
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Kikyo recibió el golpe en la cara y el dolor tardó un segundo en llegar. La piel de la mejilla le quemó en la zona que acababa de ser maltratada. Su primer pensamiento fue un por qué, el segundo un porque es él. No quiso mirar a Naraku de inmediato, mirarlo ahora mismo sería un acto de rebeldía, y la corta distancia que los separaba hacía aún más evidente la fuerza física que el hombre tenía y lo que podía ocasionar si su enfado aumentaba.
—Llevas mucho tiempo conmigo, Kikyo, y te tengo por una mujer inteligente —Naraku pronunció cada palabra con una calma inverosímil dada su última acción, y eso conseguía que su voz resultara terrible.
Kikyo se masajeó la zona dolorida y notó que la incomodidad se extendía a la unión de la mandíbula. No dijo nada, no se quejó. Comenzó a dudar de su propio criterio, quizás lo que Naraku quería de ella no era tan difícil de ejecutar como se lo había manifestado a él anteriormente.
—¿Harás lo que te pido? —Naraku efectuó la pregunta con suavidad, en tanto le acariciaba la cara en el lugar que acababa de lastimar.
Kikyo se remontó a unos cuántos años atrás y a las caricias afectuosas que el hombre le daba por entonces. Le sonrió, aparentando para él la candidez que se esperaba de ella. No obstante, Kikyo no era ingenua.
—Lo haré —un débil tartamudeo jugó en la inflexión de su voz. La mirada rojiza del hombre se mantuvo en la boca de ella mientras le acariciaba el labio con el pulgar. Kikyo permitió la caricia, porque sabía que Naraku, al igual que ella, no se creía la sumisión del otro y éste no era más que un juego que ambos jugaban bien.
—Así me gusta —el murmullo llegó un instante antes que el roce de los labios de Naraku.
Su beso resultó dulce, delicado como el rocío en una mañana de primavera. Kikyo lo recibió con docilidad, no le costaba, nunca le había sido difícil. Naraku era el tipo de persona que conseguía cambiar el ánimo de un momento con dos palabras o dos toques. En ocasiones Kikyo llegó a pensar que aquello sucedía porque él realmente creía que sus acciones eran buenas.
El beso se acrecentó poco a poco hasta el punto exacto en que las caricias podían dar paso a la intimidad. En ese instante Naraku se detuvo, del mismo modo que venía haciendo durante al menos dos años. Kikyo no se quejó, lo aceptó con la misma naturalidad con que aceptó aquella primera vez en que fue apartada de su cama.
—Ahora ve —Naraku le indicó la salida con un gesto suave de la cabeza, mientras aún mantenía una mano sobre un brazo de ella, generando una dócil caricia—. Si te resulta difícil, imagina que es otra persona. InuYasha… por ejemplo.
Kikyo quiso replicar algo, sin embargo cualquier intensión de ello murió en su garganta. Comprendía la razón de que lo mencionara justamente a él. Pudo ver una sonrisa lacónica en los labios de Naraku, que no la miraba a los ojos. La sonrisa duró un instante y luego volvió el rostro serio de hace un momento, de antes del golpe. Se alejó de ella dando un paso hacia atrás y le hizo un gesto con la mano para que se fuese. Kikyo respiró hondamente y dejó una suave reverencia entre ambos antes de tomar el camino hacia la puerta.
La relación que Naraku y ella tenían siempre había sido extraña, y Kikyo la había escogido así.
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La noche comenzaba a hacerse presente y las luces de las tiendas y la calle ya se habían encendido, consiguiendo que la tarde muriese incluso antes de hacerlo realmente. Kagome caminaba en solitario por entre las personas que buscaban algo de diversión en el barrio en que vivía, un sábado por la noche. La temperatura era baja mientras se dirigía hacia la estación del tren que estaba cerca del apartamento que compartía con Ayumi. No había querido detenerse en la preocupación que había mostrado su amiga al ver que ella salía sola. Kagome tenía un objetivo y pensaba cumplirlo. Por un momento se permitió pensar en el invaluable escudo que proporcionaba el amor, dado que ella se sentía ahora mismo protegida de cualquier cosa que pudiese pasar.
Suspiró y sonrió una vez más, no había parado de hacerlo en todo el día.
InuYasha y ella no se habían dedicado elocuentes declaraciones de amor, no obstante, Kagome sentía que lo compartido era tan válido como cualquier palabra de las no dichas.
El viaje en metro fue tranquilo, quizás demasiado para ser en un horario concurrido de día sábado. Sin embargo, ella no percibía el entorno del modo en que lo hacía habitualmente. Las calles que pasaban ante la ventanilla del vagón resultaban poco relevantes, Kagome sólo podía pensar en InuYasha y en entregarle el móvil que sostenía dentro del bolsillo del abrigo. Se dio cuenta que el teléfono estaba en su habitación una vez Ayumi estuvo en el apartamento y compartieron un instante de sinceridad en el que Kagome consiguió reservarse todos los detalles de la visita de InuYasha. Cuando vio el aparato se quedó mirándolo durante un largo momento en que ella, simplemente, se sintió conectada a él por tener ese objeto en su mano. No fue hasta que el teléfono comenzó a vibrar sobre el escritorio, ante lo que Kagome asumió como una retahíla de mensajes, que pensó en que quizás InuYasha podía necesitar aquello con urgencia. De entre los pocos detalles que él compartió con ella sobre lo que haría hoy, estaba su trabajo nocturno en el Kyomu. Y esa era la razón por la que ella se dirigía hasta ese lugar.
Esperaba no tener que entrar al club después de la experiencia que tuvo el día en que siguió a InuYasha, no parecía buena idea encontrarse con el mismo hombre de ese día. Sin embargo el escudo de amor que parecía envolverla la llevó a sentirse capaz de solventar cualquier problema. Ocultó, hacia la ventana del tren, la sonrisa que se le formó en los labios ante ese pensamiento lleno de la dulzura del enamoramiento. En ese momento llegó a su mente una imagen tierna, diría que cándida, del InuYasha de sus dibujos besando a la protagonista de su historia con la delicadeza de quién toca por primera vez una flor. Kagome sintió que las mejillas se le calentaban ante la sensación vivaz de ese beso en sus propios labios, y de inmediato se notó dividida entre dos hombres diferentes, lo que era absurdo. Cerró los ojos y se obligó a recordar que había un solo InuYasha real. Luego de ello volvió a reírse de sí misma.
El tren avisó de la parada en que la tenía que bajar.
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InuYasha acababa de salir de la ducha y miró las prendas de ropa que él mismo había dejado sobre la cama de Myoga. El hombre fue muy amable al permitirle usar el baño y dejar que Shippo se quedase en su casa por unos días. Sabía que podía contar con ello, aun así InuYasha agradecía cuando alguien le mostraba amabilidad desinteresada. No eran demasiadas las personas así que había encontrado en su vida, dos, quizás tres; Kagome era una de ellas. No pudo evitar sonreír de forma sutil al recordarla.
Miró la hora en el pequeño reloj que Myoga tenía en la mesilla de noche, junto a la pintura en acuarela de un árbol junto a una cabaña y un río. La obra estaba enmarcada para preservarla mejor. Regresó la mirada a la hora en el reloj y aceptó que finalmente hoy no podría pasar por el apartamento de Kagome. Suspiró y comenzó a acomodarse mejor la ropa, empezando por ajustar la cintura del pantalón para tomar una camiseta oscura que había apartado sobre la cama. En el momento en que su pierna tocó el borde del colchón, uno de tantos recuerdos vino hasta él e inevitablemente Kagome estuvo en sus pensamientos otra vez. La piel se le erizaba sólo con el recuerdo de la sensación de estar dentro de ella. Se tensó y soltó el aire con una exhalación pesada que buscaba liberar el ansia que se despertaba en su cuerpo al rememorar lo vivido. No le quedaba demasiado tiempo para llegar al Kyomu, así que intentó enfocar su pensamiento.
—InuYasha —escuchó la voz de Shippo tras la puerta que daba al pasillo.
—Sí —respondió con la voz tensa. Se acercó a la puerta y abrió.
Se encontró con la mirada del chico que pareció inspeccionarlo como haría un hermano mayor.
—Estás muy extraño hoy —Shippo entrecerró los ojos— ¿Te ha pasado algo?
InuYasha se sorprendió por la percepción del muchacho, aunque se recompuso de inmediato.
—No sé de qué hablas, enano —le puso una mano sobre la cabeza y le desordenó el pelo rojizo en un gesto que ambos conocían.
—Déjame —se quejó Shippo y le palmeó la mano—, ya no soy enano.
InuYasha sonrió, tenía que reconocerlo, desde que se vieron por primera vez el chico había crecido.
—¿Qué quieres? —desvió la conversación.
—Myoga dice que bajes a comer algo antes de irte —Shippo dijo aquello mientras miraba al interior de la habitación—. Y baja la ropa sucia para ponerla a lavar.
—Creo que es mejor llevarla a una lavandería, no quiero darle más molestias al anciano —InuYasha replicó, en tanto entraba en la habitación para tomar la ropa que vestía antes del baño y meterla en el bolso que contenía sus pertenencias.
Shippo entró tras él y tomó el bolso por sorpresa.
—Mira que eres idiota. Myoga nos ha recibido, te ha dejado el baño y nos dará de comer ¿Crees que por meter en su lavadora la tanga que llevas bajo el pantalón habrá diferencia? —la retahíla de palabras resultó desenfadada y graciosa.
—¡Oye! Esa tanga es muy preciada para mí —InuYasha aceptó la jugarreta y eso lo ayudó a liberar parte de la tensión que la responsabilidad ponía sobre sí mismo.
Shippo comenzó a reír e InuYasha sonrió en concordancia.
—Anda, baja ya —fueron las palabras que dejó el chico antes de salir de la habitación.
Echó una última mirada al lugar, asegurándose de dejar todo ordenado. Luego de aquello comió algo rápido con Myoga y Shippo. Quedó de pasar o llamar al día siguiente, y se comprometió con el anciano que los había recibido a estar en su casa el menor tiempo posible.
—Lo sé, chico. No te preocupes —había dicho el anciano e InuYasha se recordó, una vez más, que la familia era aquella con la que formabas relaciones profundas y honestas, como la que Myoga le había enseñado.
—Agradezco tu buen trato, Myoga. De todos modos nos iremos pronto —insistió.
—Mira que puedes ser cansino —se quejó Shippo. InuYasha y Myoga le dedicaron toda su atención— ¿Qué? Es cierto —se defendió el chico, pareciendo algo inseguro ahora que era el centro de la conversación—. Tu carácter responsable te lleva por el mal camino, muchacho.
Ambos hombres miraron al adolescente antes de echarse a reír.
De todos modos, InuYasha debía reconocer que Shippo tenía algo de razón. La responsabilidad era algo que llevaba con él. Se había comportado de ese modo desde que recordaba tener cosas a su cargo, aunque sólo se tratase de recoger la ropa sucia del Kyomu y programar los tiempos de lavado. InuYasha se obligaba a ser prolijo, necesitaba de ese atributo para ejercer los trabajos que Naraku le pedía, desde aquellos simples e irrelevantes hasta los más grandes.
Emprendió camino hacia Kabukicho y la vida nocturna de un sábado. El trayecto en tren le resultó más largo de lo que recordaba. Mientras recorrían la ciudad podía ver el modo en que las luces de ésta iban reemplazando a las de un día extinto en el horizonte. Se preguntó qué estaría haciendo Kagome ¿Pensaría en él?
La obsesión de su mente lo estaba consumiendo con lentitud, muy poco a poco, al punto que notaba el modo en que todo perdía sentido al paso de los minutos lejos de ella. Respiró hondamente, una vez más, y perdió la mirada hacia el cristal de la puerta del vagón contra la que se apoyaba de costado. Comenzó a organizar los tiempos en su mente, para pasar por el apartamento de Kagome cuando terminase en el Kyomu. Podía esperar frente al edificio hasta que amaneciera. Si tenía suerte podía llamar al apartamento de Kagome en cuanto el sol despuntara por la mañana y que ella abriese. Entonces la enlazaría por la cintura, la acercaría a su cuerpo y le daría un beso que saciara la ausencia. Se recordó que tenía cosas de las que ocuparse y no era bueno que su mente estuviese suspendida en algo diferente al trabajo que tenía pendiente. Además debía buscar un lugar para Shippo y él.
Finalmente el tren llegó a la estación en la que InuYasha bajaba. Comenzó a caminar con su ritmo característico, uno que había adoptado de las tantas caminatas que hacía por la ciudad. La noche evidentemente había comenzado con todo lo que traía consigo. Lo notó sin duda en cuando entró por una de las calles adyacentes a la principal en la que estaba el Kyomu. Las risas, la música, las luces artificiales, todo generaba el rumor de la noche y su forma de ser habitada en aquella zona. Sin embargo, lo que InuYasha advirtió realmente fue una cierta tensión que percibía bajo la aparente normalidad. Se acomodó la capucha de su sudadera roja por encima de la cabeza. Aquel era un gesto que lo centraba y ayudaba a estar alerta a cualquier señal que le indicase lo que sucedía.
Al observar en diferentes puntos de la ruta que estaba haciendo, se encontró con chicos de los demás grupos y clubes que parecían atentos a algo. También había hombres de Naraku. Apresuró el paso previendo problemas, y no tardó demasiado en estar en la calle principal, a pocos metros del club. En ese momento vio a Hakkaku, uno de los chicos de Kouga, que fumaba inquieto en una esquina.
—Hakkaku —InuYasha se acercó hasta él— ¿Qué está pasando?
El hombre lo miró con cierta sorpresa que no supo esconder.
—¿Nadie te ha llamado? —fue la pregunta que le devolvió. InuYasha recordó que no llevaba el maldito móvil.
—Tuve un problema con el teléfono ¿Qué ha pasado? —insistió.
—Nada aún —el hombre dejó caer el cigarrillo en la acera y lo pisó para apagarlo—. Nos advirtieron de una posible redada.
—Ya veo, por eso encontré tantos vigías en el camino —InuYasha situó las piezas. Escuchó que Hakkaku sonreía con cierta ironía.
—No se te escapa nada ¿Eh? Con razón Kouga no te quita ojo —InuYasha iba a responder a ese comentario, sin embargo el hombre dijo algo más—. Por cierto, Jakotsu está detenido.
InuYasha fijó su atención en Hakkaku para preguntar qué había pasado, sin embargo las palabras se le ahogaron en la garganta en el instante en que escuchó que alguien lo llamaba por su nombre. Reconoció la voz de inmediato, era inconfundible para él. Se giró a un costado, todavía pensando en que debía estar equivocado. No obstante, era Kagome quien hacía un gesto con la mano a modo de saludo desde una corta distancia.
¿Qué hacía ella aquí?
InuYasha alzó la mano en un gesto destinado a detenerla y lo acompañó de una declaración.
—Espera ahí.
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Registro bibliográfico
Pergamino Nº 107
Descubrimiento 8828, Sengoku
Hoy ha sido un día cálido y ha venido Shippo, Miroku y una de sus nietas. Kagome sonrió mucho y eso me reconfortó. De pronto me sentí como hace mucho tiempo atrás, cuando todo estaba bien y ella sonreía siempre. Ahora descansa y parece tener un sueño tranquilo y sin dolor.
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Continuará.
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N/A
KOTODAMA es una historia que cuando encuentra la tecla adecuada para ser contada fluye de forma cálida. Me ha gustado escribir este capítulo tanto por lo que deja entrever como por las emociones que experimentan InuYasha y Kagome al poner en cierto orden lo que han vivido juntos.
Espero que les haya gustado y que me cuenten en los comentarios.
Un beso.
Anyara
