Cuando Constance abrió los ojos, se dio cuenta de varias cosas: estaba en la cama sola, un leve pulso de música se escuchaba desde los pisos inferiores y había dormido más de la cuenta. Se bañó y se preparó para el largo día que le esperaba y, antes de bajar, revisó la habitación de Ella, sorprendiéndose al encontrarla vacía y la cama impecable.
—Buenos días —saludó, mientras bajaba un poco el volumen de la música. Antes de poder acercarse a la cafetera, su hija preguntó:
—¿Café?
Constance miró a Maura y luego a Izzy, quien no había dejado de cortar fruta.
—Sí —respondió, y se sentó al otro lado de la isla, intentando no comentar nada sobre el manejo del cuchillo en la mano de Amelia. Ella le había enseñado a cocinar varias cosas a los niños. Noah no había estado muy interesado, ya que, según él, el microondas era todo lo que necesitaba para lo que él quería comer.
Constance aceptó la taza y abrió los ojos sorprendida al detectar el sabor de la crema de caramelo. Maura la miraba con una gran sonrisa, como si estuviera esperando algún comentario al respecto. Aquello fue una grata distracción de cómo Amelia parecía cortar trozos de sandía con más rapidez.
—Ella me dijo que ese era el secreto —dijo Maura, sin poder aguantarse.
—¿Sí? —preguntó Constance con una leve sonrisa. Estaba sorprendida de que le hubiera tomado tanto tiempo a Ella compartir ese pequeño secreto—. ¿Y dónde están Ella y Noah?
—Salieron a correr —comentó Izzy, metiéndose un trozo de sandía en la boca y ofreciéndole uno a Maura.
—No sé cómo tienen tanta energía tan temprano… —pensó Constance en voz alta, tomando un sorbo de café.
—Después de todo el cardio que hizo en la noche… —dijo Izzy, mordiendo una uva e intentando no reírse cuando Constance casi se ahoga con el café—. Ayer salió a correr en la noche —le recordó.
—Cierto. —Constance se aclaró la garganta.
Noah entró por la puerta trasera cuando Constance apenas había terminado la mitad del café, escuchando cómo Maura le contaba a Izzy sobre su universidad y dormitorio. Las tres miraron cómo el joven se sirvió un vaso de agua del grifo, se lo bebió entero y luego las miró como si se estuviera preguntando en qué momento habían aparecido.
—'Nos días, Cons —dijo y se fue corriendo, avisando que se iba a bañar antes de que la mujer pudiera siquiera abrir la boca.
—Es un animal —dijo Izzy.
—No hables así de tu hermano, Amelia.
Maura se rio entre las dos.
Todas miraron hacia la puerta trasera otra vez cuando volvió a abrirse y Ella entró con la respiración agitada, sudorosa, y un periódico en la mano que soltó encima de la isla.
—'Nos días —saludó con la respiración entrecortada y se sirvió un vaso de agua del grifo, bebiéndoselo tan rápidamente que algunas gotas de agua se deslizaron por su garganta, y luego tosió, golpeándose el pecho con la palma de la mano.
Izzy hizo un ruido de desaprobación y luego susurró algo al lado de Constance que sonó bastante a "de ahí lo aprende".
Maura había agarrado el periódico y buscaba el Sudoku.
Constance abrió la boca, lista para decirle unas cuantas cosas a Ella, pero la cerró de repente cuando Ella comenzó a bajar el cierre de la chaqueta deportiva y se la quitó, revelando un brasier deportivo negro y un abdomen brillante de sudor.
—Ya quiero llegar a la playa. ¿Noah se fue a bañar? ¿Me voy a bañar, desayunamos y salimos? ¿O desayuno ahora y…?
—Báñate primero —cortó Constance. No podría soportar seguir mirándola así. Que Ella la mirara con una sonrisa, el rostro enrojecido y sudado, no estaba ayudando en absoluto.
—…Page Six dice que volviste a los brazos de Ma… otra vez —comentó Maura, leyendo el titular por encima.
Las tres se quedaron tensas. Constance no pudo apartar la mirada de su hija, y Ella las miraba a las tres frente a ella, esperando alguna reacción… de alguien. Quién fuera, porque apenas podía pestañear o cerrar la boca.
Lo que ninguna esperaba fue la risa de la rubia, que pasó la página con desinterés, volviendo a buscar el Sudoku.
—¿Eh? —preguntó Izzy, siendo la única que reaccionó, más confundida por la reacción (o la falta de) de Maura.
—Si siempre están juntas —explicó Maura entre risas, alzando la cabeza hacia Ella—. ¿En qué momento te fuiste? —Era una pregunta claramente retórica y algo que Maura parecía encontrar muy divertido, pero Ella asintió, dándole la razón, acercándose para agarrar varias uvas y apoyándose en los codos sobre la isla, dejando inconscientemente muy poco de su escote a la imaginación.
—¿No te ibas a bañar? —le recordó Constance, mirándola directamente a los ojos y luego al escote, intentando comunicarlealgocon la mirada. Sin embargo, Ella pasó olímpicamente de largo y siguió hablando con Maura sobre lo tontos que eran los que escribían esos artículos.
—No me sorprendería si un día dicen que te casaste con Ma y te convertiste en nuestra malvada madrastra —comentó Izzy, y Maura soltó una carcajada seguida de una exclamación al notar que el Sudoku parecía ser más complicado de lo que esperaba.
Ella se tragó una uva entera y tosió varias veces, golpeándose el pecho hasta pasarla. Izzy sonrió inocente cuando su madre le lanzó una mirada.
—Me voy a bañar.
Constance tomó otro sorbo de café, siguiendo con la mirada las caderas de Ella. Ambas empezaban a preguntarse desde cuándo los mellizos habían comenzado a lanzarles indirectas, porque se estaban dando cuenta de que este tipo de comentarios no eran nuevos. Tal vez un poco más obvios, pero no nuevos.
—¡Por fin llegaron! —exclamó Elena, saliendo de la casa para ayudarlas.
—¡Cámbiense de ropa antes de meterse en el agua! —advirtió Ella, suspirando al ver que los tres jóvenes corrían dentro de la casa sin prestarle mucha atención.
—¿Ya están todos? —preguntó Constance al bajar del auto, notando que el auto de Sarah y Rafael ya estaba en el garaje.
—Sí. Ustedes son las últimas en llegar. Quién lo diría —añadió sonriente, ignorando la expresión poco divertida de Constance.
—Es culpa de ella —dijo la morena, señalando a Ella, quien bajaba dos maletas de mano de la parte trasera del auto—. Estuvo bañándose por casi una hora y luego tomó la salida equivocada.
—¡Ey! No es mi culpa que por un accidente hayan cerrado el único camino que yo conocía.
—Es tu culpa cuando no me haces caso y no sigues mis instrucciones —refutó Constance.
—¿Ustedes dos ya están casadas, no? —comentó Elena con una sonrisa de oreja a oreja—. Este fin de semana será más divertido de lo previsto.
—¿Tú no tienes un infante que cuidar? —preguntó Constance.
—Por suerte Alva no lo ha soltado desde que llegamos. Estoy aprovechando cada segundo.
—Me cambiaré para estar al tanto de los niños —decidió Constance.
—Los otros niños pueden ocuparse de eso. Lo primero que hicieron fue preparar la parrilla y las cosas para el asado, después de eso pues… —miró en dirección al océano— No han salido del agua.
—Sí que será genial —comentó Ella al pasar por su lado, cargada con las mochilas de los niños y las dos maletas.
Elena y Constance permanecieron sin moverse por varios segundos, simplemente observando cómo Ella intentaba atravesar la puerta principal sin soltar ninguna mochila. Le tomó varios intentos, pero lo logró.
—Solo te falta un anillo —se atrevió a decir Elena con una risita, y literalmente salió corriendo, siguiendo a su hermana antes de que Constance pudiera siquiera girarse hacia ella.
Constance bajó del segundo piso de la casa, lista para salir y disfrutar de la caída del sol. A pesar de ser una persona mañanera, los atardeceres eran sus favoritos, especialmente cuando estaba en la playa.
Nunca había tenido a más de dos personas en esa casa, y ahora cada habitación estaba ocupada; no había un momento de silencio. Seguía siendo una sorpresa que le gustara tener a esas personas en su espacio personal, personas que se habían convertido en una segunda familia. Incluso le agradaba la presencia de los perros de Sarah y Alva, que ahora dormían sobre una cama gigante de perros que Sarah había traído para ellos. A Constance ni siquiera le molestaba la gran cantidad de pelo que soltaban siempre que se sacudían.
Ella y Sarah alzaron la mirada al verla bajar el último escalón y entrar en el espacio abierto del salón y la cocina. Ella le sonrió sin dejar de pelar una papa, mientras Sarah volvía a mirar las instrucciones de la receta que había estado leyendo en voz alta.
—¿Necesitan ayuda con algo? —preguntó Constance, mirando de reojo a Alva, que estaba entretenida con Elena y Liam.
—Todo bajo control acá —respondió Ella mientras la observaba, notando que Constance buscaba algo con la mirada, y entonces añadió—: Fueron a comprar más carne. ¿Saldrás? —preguntó al verla agarrar una de las sillas plegables. Constance asintió—. Iría contigo, pero... —hizo un gesto hacia Sarah, quien puso los ojos en blanco antes de decir:
—No me dejarás sola en esta cocina —advirtió con un tono tajante y luego suspiró cuando Ella respondió con una risa.
Constance cerró la puerta deslizante de cristal, y al girarse se encontró con unos ojos azules mirándola. Había pensado que Noah estaba dormido, ya que no se había movido de la hamaca desde que salió del agua. Las mejillas del muchacho ya estaban sonrojadas por el sol de esa tarde, y estaba agradecida por haber insistido tanto en que se reaplicara protector solar varias veces.
—¿Vas a nadar?
—Creo que el sol te afectó demasiado —dijo, acercándose a la hamaca. Unas horas antes, cuando Ella la acompañó a mirar a los niños divertirse en el agua, Ella le comentó que el pelo de Noah estaba fuera de control, pero él insistió en que no se lo cortaría hasta que tuviera que volver al colegio.
Noah sonrió, apenas manteniendo los ojos abiertos.
—¿Mañana nadarás con nosotros? —preguntó, y Constance suspiró—. Podríamos enseñarle a Ma otra vez. ¿Crees que recuerde lo que le enseñamos? Maura dijo que podría ser como andar en bicicleta... aunque nunca he visto a Ma en una...
Constance no pudo evitar apartarle un mechón de la cara al niño. Ella tenía razón: ese pelo estaba fuera de control.
—Mañana lo sabremos.
—¿Eso es un sí? ¿Te meterás al agua con nosotros?
La mujer sonrió ante la emoción en su voz y asintió.
—Deberías entrar y bañarte, que la cena estará lista pronto.
El muchacho resopló, pero comenzó a incorporarse.
—¿Con Sarah y Ma en la cocina? —resopló de nuevo—. Tengo más fe en Lucas.
—Eso lo dices porque él está al mando de la carne —dijo, quitándose los zapatos para caminar descalza en la arena, sonriendo al escuchar la risa de Noah.
Constance desplegó la silla y se sentó, cerrando los ojos por unos segundos, simplemente escuchando el distante graznido de unas gaviotas, las olas, sintiendo el aire oceánico en su rostro.
Tranquilidad.
Era una pena que, al estar en la costa este, no pudiera ver el sol poniéndose directamente sobre el océano. Sin embargo, la transformación del cielo, teñido de tonos cálidos mientras el sol se ocultaba detrás de la tierra, la dejaba igual de fascinada. Las nubes anaranjadas y rosadas, los colores del atardecer reflejados en el mar, creaban una visión sin igual.
Por un instante, tuvo el impulso de pararse y buscar a Ella para compartir ese momento con ella, pero se contuvo. Lo haría mañana, si fuera posible. Esperaba poder compartir muchos atardeceres juntas.
La tranquilidad se vio interrumpida por los quejidos del hombre que se acercaba a ella.
—¿Cómo llegaste aquí sin zapatos? Creo que me he enterrado algo.
Constance cerró los ojos e inspiró profundamente.Adiós, paz y tranquilidad.
—Esto es hermoso. Podría hacer una sesión de fotos durante un atardecer. Tal vez para el verano que viene —pensó él en voz alta, desplegando su propia silla al lado de la de Constance.
—Una foto en la playa para una edición de verano... revolucionario. Empiezo a pensar que es suerte queCiaosiga en pie.
—Tu imperio sigue en pie y marcha bastante bien. No te puedes quejar.
—No es mi imperio —dijo, aunque como socia estaba más que al tanto de cómo marchabaCiao. Sabía que no había cometido un error al dejar a Rafael al mando.
—Tal vez se haga realidad si te lo repites unas cuantas veces más —respondió él con una risita antes de presentarle una botella y dos vasos de chupito.
Constance disimuló su sorpresa al notar que era una botella de Macallan 30.
—¿En serio has traído eso aquí? ¿No tuvimos suficiente el fin de semana?
—Vamos, Consti. Ahora sí tenemos una razón para celebrar. Es mucho mejor que ahogar las penas en alcohol, ¿no crees?
—No me llames así. ¿Qué razón hay para celebrar?
—Aparte de que estamos aquí para el 4 de julio, pues... que Ella esté aquí. En realidad, que todos estemos aquí, juntos.
Constance tragó en seco. Rafael tenía razón. Con todo lo que tenía en la cabeza, había olvidado los planes que habían hecho meses atrás para este fin de semana. No lo recordó hasta mitad de semana, cuando Ella comentó algo sobre las cosas que necesitarían traer.
La morena miró hacia el cielo antes de agarrar uno de los vasos. Rafael sonrió de oreja a oreja y se apresuró a abrir la botella y servirle una cantidad generosa antes de que ella cambiara de opinión.
—Casi lo pierdo todo —dijo Constance en voz baja, unos segundos después de probar el trago.
Rafael se relajó en su silla, mirando hacia el horizonte. Constance se preguntó qué pasaba por su cabeza. Por lo general, su amigo era, aparte de Ella, una de las pocas personas que le decía las cosas directamente... aunque esa lista parecía crecer un poquito más cada año.
—Me alegra que le hayas dado una oportunidad de... —se calló al escuchar la risa de la mujer.
—Ella fue quien me dio la oportunidad. No es la primera vez, tal vez ni siquiera la última, pero... —se mordió el labio inferior antes de continuar. Vocalizar sus sentimientos, sus inseguridades, no era fácil, ni siquiera con él— ...lo estoy intentando. Mi vida... —volvió a mirar el cielo que ya oscurecía— ...no sería la misma sin ella. Es como si en realidad no hubiera comenzado a vivir hasta que la conocí, incluso antes de su accidente. Ella me mostró cosas que nunca había siquiera experimentado; veía la vida de un modo tan inalcanzable para mí, pero en nuestras salidas...
Rafael la observaba en silencio y lo hizo por casi un minuto, estudiando el cambio en la mirada de su amiga.
—¿Te mostraba lo que podría ser? —se atrevió a preguntar.
—Como si me invitara a una realidad alternativa que simplemente era su realidad. Hacía cosas que ni siquiera había considerado posibles para mí. Cosas tan banales como sentarme en una banca en medio de un acuario y ver a personas pasar, ver cómo Maura se divertía... y eso me hacía feliz. ¿Creerías si te digo que me hizo bailar en un arcade? Ni siquiera lo veía como... no era nada romántico —aclaró, y suspiró al ver que Rafael asintió, escuchándola atentamente.
—Recuerdo que te dije que te hacía bien. No tenía idea de cómo o por qué, pero se notaba un cambio en ti. Y te creo... siempre pensé que esa mujer podía hacer hasta lo imposible.
—Cuando tuvo el accidente... esos meses fueron como un vacío. Como si todo el color del mundo se hubiera quedado con ella —rio entre dientes al recordar el tiempo que le tomó caer en cuenta del porqué—. Y estos días en los que pensé que la había perdido, me di cuenta de que sin ella no... —pausó y asintió agradecida cuando Rafael le sirvió un poco más de alcohol—. Mi vida está con ella, y creo que por fin puedo ser parte de su realidad; puedo verla tan clara... Sé que nada de esto debe hacer mucho sentido para ti...
—Creo que hace perfecto sentido —dijo Rafael, relajándose visiblemente en la silla con una gran sonrisa en los labios—. ¿Sabes a quién me recuerdas?
—¿Hmm?
—A Sarah.
Constance soltó una carcajada que hasta a ella la sorprendió.
—Ilumíname.
—Tus ojos tienen el mismo brillo que los de ella cuando me habló por primera vez de que quería comprarle un anillo a Alva. Estás loca enamorada de mi Santorini. ¿Acaso le vas a comprar un anillo también? —preguntó en tono de broma.
Constance hizo una mueca. No era la primera vez ese día que escuchaba tal ridiculez.
—¿Tu Santorini?
—No lo has negado —dijo él, abriendo los ojos de par en par—. ¿Acaso... en serio?
—Ya quisieras saber —provocó con una leve sonrisa. La verdad es que, un mes atrás, había comprado algo para Ella, pero no había encontrado el momento indicado para dárselo. No era un anillo... tal vez... No. No.
—¿Lo harías? Si llegaran a legalizarlo.
—¿Casarme con ella? —preguntó con algo de sorpresa. Nunca había considerado esa posibilidad.
Rafael asintió, y el brillo en sus ojos la conmovió; de verdad estaba feliz por ellas.
—No tengo idea. Lo único que sé con seguridad es que no veo una vida sin Ella. No importa si no hay anillo o matrimonio... mientras esté a su lado será suficiente para mí.
—Un brindis por eso —exclamó con una gran sonrisa, alzando su vaso.
Constance sonrió, con un leve sonrojo en las mejillas, y chocó su vaso con el de él, bebiendo hasta que los llamaron para cenar.
—Despierta.
Ella mantuvo los ojos cerrados al sentir una caricia en su mejilla y cómo un mechón de cabello era apartado de su rostro.
—Sé que estás despierta —susurró Constance.
Ella no pudo evitar la sonrisa que se formó en sus labios mientras las palabras de Constance flotaban sobre su piel, seguidas por el suave roce de un beso en su mejilla.
—Buenos días —murmuró, abriendo lentamente los ojos. Sus labios se separaron al ver a Constance. ¿Cómo era posible que, después de tanto tiempo juntas, aún se quedara sin aliento al verla? No lo comprendía.
Constance alzó una ceja al notar su expresión. Ella no hizo más que mirarla: Constance le ofrecía una leve sonrisa, recostada sobre su costado, apoyada en el codo de su brazo izquierdo, su cabeza descansando sobre la mano.
—¿Qué está pasando por esa cabecita tuya? —preguntó con un tono juguetón y una mirada penetrante.
—Estás hermosa —susurró Ella.
Constance dejó escapar una pequeña sonrisa, apenas curvando los labios. Ella seguía tumbada de espaldas, con el pecho subiendo y bajando rítmicamente con cada respiración. Su rostro, ligeramente ladeado, revelaba lo suficiente como para hacer que las mejillas de Constance se sonrojaran. Aunque su primera reacción fue querer objetar, no pudo negar la sinceridad en la mirada de Ella. Lo que sí hizo fue reírse, divertida.
—¿En serio crees eso cuando seguramente tengo apariencia de resaca?
—Cariño, si esta es tu apariencia de resaca, entonces... —se giró un poco, rodeando con un brazo la cintura de Constance, suspirando al sentir el calor de su cuerpo— ...siento mucha envidia.
—La verdad es que me siento mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta que Rafael intentó embriagarme otra vez —terminó de decir mientras los dedos de su mano libre se perdían en el cabello dorado, cuando Ella escondió el rostro en su pecho, riendo.
—Hubiera terminado así de no haberle quitado esa botella.
—Estoy muy agradecida contigo por... —Las palabras se quedaron en el aire cuando Ella se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos, y luego a sus labios— ...eso. —Apenas logró terminar antes de que Ella la silenciara con un beso que comenzó siendo inocente pero se volvió apasionado en cuestión de segundos, cuando Ella se movió para quedar encima de ella.
—Cariño, no tenemos tiempo —dijo Constance, mientras sus manos encontraban lugar en las caderas de Ella, subiendo, deslizándose por debajo de la camiseta de tirantes finos y sintiendo cómo Ella se estremecía por sus caricias.
—Odio cuando tienes razón —murmuró Ella, tomando el labio inferior entre sus dientes y tirando suavemente de él, provocando un gemido de Constance—. ¿Cinco minutos más? —preguntó, dejándose caer sobre el cuerpo de la morena.
Constance ladeó la cabeza para ver la hora. Ya había escuchado varias voces en el fondo y el olor a tocino y café se volvía más fuerte.
—Tres minutos.
Ella refunfuñó y luego suspiró, feliz, al sentir que Constance la rodeaba con sus brazos, besando su cabello.
—¿Me puedo quedar así?
—Claro, mi amor.
Un grito emocionado de Noah se escuchó, seguido por ladridos de perros.
—¿No estaban castigados? —preguntó Sarah sin apartar la mirada del libro que leía. Desde la tumbona a su lado, Elena se rio mientras acariciaba distraídamente la espalda de Liam, que dormía sobre su pecho.
—El castigo está en pausa por este fin de semana —dijo Ella, sentada en una toalla de playa frente a ellas. Aún le costaba creer que sus hijos hubieran tenido la brillante idea de viajar solos en metro, pero ¿cómo iba a castigarlos ese fin de semana?
—Por lo menos no tienen sus electrónicos —comentó Elena.
—Estoy segura de que prefieren a Lucky y Toby —dijo Sarah y pasó la página, ajustando un poco sus gafas de sol. Cuando apartó la vista del libro por un momento, se sorprendió al ver que los perros no jugaban con Noah, sino con Izzy y Maura. Noah estaba haciendo algo junto a Rafael; luego se dio cuenta de que intentaba subir sus pies sobre los hombros de Rafael para saltar al agua, simulando un clavado.
—Voy a entrar y dejarlo dormir un rato. Creo que aprovecharé para nadar un poco —anunció Elena.
—¡Okey! —dijo Ella, mirando a su hermana por un segundo antes de volver la atención a Rafael, que se sumergía en el agua y salía con Noah sobre los hombros.
El libro de Sarah se cerró de golpe.
—¿No vas a nadar?
Ella se puso de pie y decidió sentarse en la tumbona que su hermana había ocupado. Había notado que Sarah no se había metido al agua ni se había bronceado, como lo había hecho Alva antes de entrar a la casa para ayudar a Constance a preparar unas bebidas. En general, Sarah parecía moverse solo en las sombras, y por eso había insistido en tener esa enorme carpa que la protegía de los rayos del sol.
—Eh... no. Prefiero estar aquí o jugar con ellos —dijo, señalando a los niños con una mano, sin sonar muy convincente.
—Hmmm. —Los ojos de Sarah vagaron sobre los hombros enrojecidos de Ella. A pesar de haberla visto aplicarse protector solar, Ella estaba bronceada—. No sé por qué te imaginaba como esas personas que son como un pez en el agua.
Ella rió nerviosa.
—Claro, como un pez. —Se mordió el interior de la mejilla al notar que, a pesar de las gafas de sol, era obvio que Sarah alzaba una ceja, mostrando curiosidad por su aparente nerviosismo.
—Me pregunto si Constance nadará —pensó Sarah en voz alta.
—¿Te la imaginas en traje de baño? —preguntó Ella en tono burlón, recordando las fotos que tenía de Constance del tiempo en que fue su asistente y le tomó fotos en traje de baño. Se preguntaba si volvería a verla con algo parecido...
—¿Constance en traje de baño? —Sarah soltó una carcajada.
—No es que yo vaya a ver nada nuevo... —comenzó a decir Ella, pero Sarah alzó una mano inmediatamente, deteniéndola.
—No quiero saber lo que has visto o no.
Ella rio y estiró el brazo para agarrar la cámara sobre la nevera portátil que estaba entre ambas. Sarah hizo una mueca, consciente de lo que vendría a continuación. Ella no había dejado de tomar fotos; de hecho, comenzaba a sentirse como si todos en la casa tuvieran una cámara desechable. Estaba casi segura de que el 90 % de las fotos de Noah serían de Lucky y Toby.
—Vamos, dame una sonrisa —pidió Ella.
—Son mejores cuando son naturales —dijo Sarah, pero la complació con una leve sonrisa.
—Gracias —agradeció Ella con un toque de sarcasmo, y dejó la cámara sobre la nevera antes de recostarse en la tumbona, cruzando las manos detrás de la cabeza.
—¿Estás bien? —preguntó Sarah unos momentos después. Ella ladeó la cabeza al notar un tono mucho más suave—. Quería... —exhaló con fuerza y alzó sus gafas de sol, colocándolas sobre su cabeza. Ella se giró, quedando de costado, e inconscientemente imitó el gesto de Sarah, quitándose sus gafas para mirarla directamente a los ojos—. No me he disculpado contigo por cómo te hablé el fin de semana pasado... y el mensaje de voz que te dejé...
—Sarah, no...
—No, no. Déjame decir esto, por favor. Me entrometí en un asunto que no era de mi incumbencia, y me dejé llevar por mi primer instinto e impulsos al dejar ese desagradable mensaje. Pasó exactamente lo que Page Six quería: interpreté esas fotos de la manera en que ellos querían que su audiencia lo hiciera, y creí en sus títulos cuando no debí poner en duda tu lealtad y tus valores.
—Constance es tu amiga, y pensaste que la había traicionado de ese modo y nada menos que con Jess. Las fotos fueron muy convincentes desde ese ángulo. Es difícil asegurar que yo no hubiera reaccionado igual si hubiera estado en tu lugar...
—Solo dices eso para hacerme apaciguarme —interrumpió Sarah con una mueca, y Ella abrió la boca para continuar, pero Sarah se adelantó—. No se trata de qué tan convincente es una foto, Ella. Se trata de si te conozco, si creo que eres capaz o no de hacer algo así... a Constance o a cualquiera. Quiero disculparme por cómo te traté ese día, por haber puesto en duda tu integridad.
Ella la miró en silencio por varios segundos, notando cómo los ojos de Sarah no se apartaban ni un instante de ella y cómo sus labios parecían estar tensos.
—Acepto tu disculpa —dijo, y apenas pudo evitar que la comisura de sus labios se alzara levemente cuando la mueca de Sarah se hizo más prominente.
—¿Así de fácil?
—¿Así es como suele funcionar una disculpa, no? Tú te disculpas sinceramente, y yo te perdono —comentó, sonriente, y luego soltó una carcajada al ver cómo Sarah negaba con la cabeza. Nunca se lo había dicho, pero en varias ocasiones había pensado que Constance y Sarah tenían mucho en común.
—A veces me pregunto si de verdad eres una persona real.
—¿Eso es bueno o malo?
Sarah mostró una sonrisa felina mientras volvía a colocarse las gafas, ocultando sus ojos.
—¡Bebidas listas! —anunció Alva, caminando por la arena con cuidado y sosteniendo una bandeja con bebidas.
Ella exclamó de felicidad al ponerse de pie; los cócteles que Alva preparaba eran deliciosos. Sarah sonrió y luego frunció el ceño al notar el cambio repentino en el rostro de Ella, que se quedó paralizada, boquiabierta. Sarah se giró un poco y lo comprendió: Alva se había cambiado a un traje de baño de dos piezas, y Constance la acompañaba sosteniendo la botella de licor que Rafael había pedido, vestida con un traje de baño negro de una sola pieza y un pareo en la cadera. Las dos se veían hermosas.
—Guau —exclamó Ella en un susurro.
—Te hice tu favorito —le dijo Alva, pero Ella no dejaba de mirar a Constance—. Ah, ya veo que lo dices por eso —añadió con una sonrisa pícara.
Constance se dio un golpecito con el dedo índice debajo del mentón y sonrió cuando Ella cerró la boca de inmediato.
—No estoy segura de esto...
Constance la tomó de la mano y le dio un suave apretón. Las dos estaban a la orilla, sintiendo las olas golpear sus pies. Constance había determinado que ese era el mejor momento para intentar hacer que Ella se metiera al agua, antes de que los niños se unieran. Por suerte, los niños estaban exhaustos y en ese momento tomaban una siesta bajo la sombra de la carpa.
—Estarás bien. Estoy contigo.
—¿Eso me dijiste la primera vez?
—Te tomé de la mano y todo estuvo bien —aseguró, girando la cabeza para mirarla con una tierna sonrisa—. No te enseñaré a nadar ahora si no quieres; puedes flotar o simplemente disfrutar del agua.
Ella le dio un apretón a su mano, y ambas caminaron juntas hasta que el agua les llegó al pecho.
—No pensé que se fueran a meter al agua en todo el fin de semana —comentó Rafael mientras se sentaba en la tumbona al lado de Sarah. Desde allí solo podían ver la cabeza de Constance y a Ella a veces, cuando se movía alrededor de ella.
—Tengo el presentimiento de que a Ella no le gusta mucho el mar —concluyó Sarah sin apartar la mirada de su libro.
Elena, que estaba recostada en la hamaca que había movido Lucas, rio entre dientes.
—¿Sabes algo que nosotros no? —preguntó Rafael con tono divertido.
—Soy su hermana; sé muchas cosas que ustedes no —respondió Elena con una risita, y Rafael resopló—. Ella tiene una casa en la playa, así que no es que no le guste el mar. En todo caso, le encanta.
—Entonces, no sabrá nadar —comentó Sarah distraídamente sin dejar de leer, aunque escuchaba la conversación.
—Es eso —dijo Rafael con seguridad al notar el cambio casi imperceptible en el rostro de Elena.
—No le digan nada. Es un asunto algo... sensible para ella. Además, no sé si ya aprendió… se ve bastante cómoda allí —dijo, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al mar.
—Eso es porque está con Consti.
—Sabes que odia cuando la llamas así —comentó Sarah con un suspiro.
—En el fondo le gusta —refutó Rafael.
Sarah soltó otro suspiro antes de pasar la página de su libro.
—Tal vez estar aquí no es tan malo como había predicho —susurró Ella al sentir las manos de Constance en sus caderas, atrayéndola hacia su cuerpo, provocando que cerrara los ojos por un instante.
El sol comenzaba a descender lentamente, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados que se mezclaban con el azul.
—¿Verdad? —susurró Constance cerca de su oído.
—¿No te preocupa que nos vean?
—Los niños están durmiendo, y desde donde están no podrán ver mucho —dijo, y para confirmarlo, giró la cabeza para mirar hacia la carpa—. Solo me ven a mí —aseguró.
La respiración de Ella se entrecortó al sentir que Constance rodeaba su abdomen con ambos brazos, estrechándola contra su cuerpo sin dejar espacio entre ellas. El agua de la costa noreste estaba helada, pero el calor que emanaba del cuerpo de Constance se sentía acogedor.
—Quería compartir esto contigo.
—¿Hmm?
—Esto, también —susurró, estrechándola con un poco más de fuerza y apoyando el mentón sobre su hombro—. Pero me refería a eso.
La mirada de Ella se enfocó en la mano de Constance que salía del agua, con el dedo índice señalando hacia el cielo. Sabía cuánto le gustaban los atardeceres a Constance y que quisiera compartir uno con ella de esa forma... La intimidad del momento la estremeció, y sin pensarlo, se giró en los brazos que la sostenían segura. Constance sonrió al notar que la mirada de Ella estaba enfocada en la orilla, entrecerrando los ojos antes de relajarse y sonreír como si le estuviera diciendo que tenía razón: apenas podía distinguir la figura de Sarah sentada leyendo su libro.
—Te amo. Te amo tanto, Ella.
Ella inspiró con fuerza al escuchar esas palabras y la miró a los ojos, buscando confirmación de que había escuchado bien. De que Constance había dicho aquello y no era producto de su propia imaginación. Los labios de la morena temblaron ligeramente antes de curvarse en la sonrisa más hermosa que Ella había visto en su vida. La combinación del sonrojo en sus mejillas mojadas, la sonrisa nerviosa, el brillo en sus ojos verdes y los colores del atardecer en el rostro de la persona que más ha amado en su vida la dejaron sin habla.
Ella abrió y cerró la boca sin decir nada.
—Nunca lo habías dicho en voz alta.
Constance ladeó ligeramente la cabeza ante la especificación.
—¿Cómo es eso posible?
—Sé que me amas, Cons. Me lo demuestras todos los días... no necesitaba que lo dijeras en voz alta, pero... —Su voz se entrecortó, y se sorprendió al darse cuenta de que estaba llorando—. Me hace tan feliz escucharlo —susurró, alzando una mano para acariciar la mejilla de la morena.
—Me aseguraré de... decirlo más seguido.
—Bésame —pidió Ella sin dejar de mirarla a los ojos.
Constance sonrió y la envolvió en sus brazos con fuerza, cerrando el espacio entre ellas hasta que sus labios se encontraron en un beso lento, con sabor a sal marina. El mundo alrededor parecía desvanecerse, quedando solo el vaivén de las olas que las mecían suavemente.
—Confía en mí —susurró, y Ella no entendió hasta que Constance volvió a besarla y comenzaron a sumergirse poco a poco. Sentían cómo la fría marea acariciaba sus cuerpos, pero sus bocas permanecían unidas, y el agua las rodeaba como si quisiera resguardarlas de todo lo demás.
=== NOTA ===
Muchas gracias por su paciencia. Ha pasado un tiempo desde la última actualización. ¡Cualquier comentario será muy apreciado! 🙇 ️
