—¿Constance? —llamó Ella, sosteniendo una bandeja con una taza de café caliente para la morena y un café frío para ella. Constance no había comido nada desde el desayuno y esperaba que, al menos, le diera algunas mordidas al sándwich de ensalada de pollo que Alva había preparado como merienda.

La habitación estaba vacía, pero la puerta que daba al balcón estaba entreabierta, y una suave brisa agitaba las cortinas blancas.

—Ahí estás —suspiró al ver parte de la espalda de la mujer. Su aliento se entrecortó cuando salió al balcón y se dio cuenta de que Constance se había quedado dormida. Ella dejó con cuidado la bandeja en el extremo de la mesita y cerró la portátil antes de colocar una mano sobre el antebrazo de Constance.

—Cariño —susurró, acariciándole suavemente el brazo. A pesar de que habían acordado —entre todos— que durante ese fin de semana no se tocaría ni se hablaría nada relacionado con el trabajo, Ella notó que algo había estado distrayendo a la mujer. Así que fue unpequeñosecreto entre ambas que Constance subiera a la habitación con el pretexto de descansar un poco después de haber jugado y nadado con los niños, cuando en realidad el plan era que revisara sus correos.

—¿Hmm? —Constance pestañeó lentamente y pareció desconcertada por un instante antes de ubicarse e incorporarse, masajeándose los músculos del cuello—. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? —preguntó, notando que la portátil estaba cerrada y un café esperaba por ella junto a un sándwich.

—Poco más de una hora. Rafael ya había comenzado a preguntar por ti, pero les aseguré que tal vez te habías quedado dormida... lo cual parece que era cierto —dijo con una leve sonrisa, mientras le acercaba el café humeante.

—¿Cafeína a estas horas?

Ella se puso una mano sobre el corazón.

—¿Constance Isles rechazando un café? —rio divertida cuando la mujer puso los ojos en blanco pero aceptó la taza y tomó un sorbo, cerrando brevemente los ojos. Constance nunca había rechazado un café y no comenzaría ahora—. No te preocupes, no tiene cafeína. —Pudo haber jurado que Constance consideró seriamente escupirlo.

—¿Cómo te has atrevido...? —comenzó a decir y luego pausó cuando la rubia apoyó un brazo sobre la mesa y la mejilla en su puño cerrado, mientras bebía un sorbo de su café con hielo. La expresión de Ella no era de nerviosismo ni miedo, sino de enamorada tontísima. Sus emociones eran tan obvias en su mirada que Constance no pudo hacer otra cosa más que suspirar—. No puedo contigo —se resignó—. No puedes mirarme así.

—¿Así cómo? —preguntó con un tono risueño. Constance refunfuñó e hizo ademán de abrir la portátil, pero Ella la detuvo—. No más trabajo este fin de semana —dijo con un tono más serio.

—Tengo mucho que hacer, Ella. Sé que todos nos comprometimos a...

—No me importa.

—¿Perdón? —El ceño se le frunció, y sus labios formaron una fina línea. Se había jurado que nunca más permitiría que alguien —sin importar quién— tratara su trabajo y su pasión como lo había hechoél.

—Te ayudaré. Te dije que lo haría, pero este fin de semana es para que todos nos relajemos. No hay excepciones, lo sabías. Sabes que después de estos días todos volveremos a nuestras vidas muy ocupadas y no sabemos cuándo volveremos a estar juntos de este modo. Maura estará en la universidad, los mellizos regresarán al colegio, Elena y Lucas pronto volverán al trabajo a tiempo completo, y los demás estarán muy ocupados enCiaocon los preparativos para la Fashion Week...

—Soy consciente de todo eso, Ella, pero estoy muy atrasada... La semana pasada no hice mucho y he perdido un poco el ritmo. —Decir "poco" quedaba corto.

—Te ayudaré —repitió, enderezándose en la silla. Dejó a un lado su café para tomar una de las manos de Constance—. Podemos seguir revisando tus correos en la noche antes de dormir. No por mucho tiempo —advirtió—, pero si eso te deja un poco más tranquila, podemos comprometernos. Sé cuán importante es tu trabajo para ti, cariño. Y espero que sepas que tienes todo mi apoyo y que quiero seguir ayudándote.

—Sigues teniendo esa idea tan absur...

—No termines esa oración, Isles. Te asistí esas dos semanas y todo marchó perfecto, incluso con la presencia y presión de tu madre. Trabajamos muy bien juntas... hacemos muchas cosas muy bien juntas —añadió, moviendo divertidamente las cejas. Sonrió cuando Constance no pudo resistirse y sus labios formaron una leve sonrisa—. Además, no tengo mucho trabajo ahora... terminé de escribir lo que tenía pendiente y ya no tengo ningún contrato —dijo mientras acariciaba distraídamente los nudillos de la mano de Constance. Apartó la mirada de la mujer por un instante al escuchar las voces de los hombres que salían de la casa, caminando en la oscuridad hacia la arena para preparar una fogata y los fuegos artificiales.

—¿Qué propones? —preguntó Constance, como lo había hecho la primera vez que Ella se ofreció a ayudarla.

—Me estoy volviendo loca con tanta energía y necesito algo que hacer —confesó—. No importa cuántas veces corra, sigo inquieta. —Ella pausó cuando Constance arqueó una ceja, acompañada de una mirada que muchas veces precedía a terminar en una cama o en cualquier superficie que Constance considerara útil—. No creo que quieras estar todo el día en la cama —susurró, como si pudiera leerle la mente.

—No sé —dijo Constance en voz baja, tomando otro sorbo de café y relamiéndose los labios—. La idea no pinta nada mal, la verdad.

Ella soltó una carcajada inesperada y se alzó un poco de la silla para alcanzar sus labios y besarla brevemente.

—Me encantas, ¿sabías?

—Es agradable cuando me lo recuerdas.

—Ujum. No creas que has logrado hacer que con tus encantos olvide el tema. —Ella se relajó en la silla, cruzando la pierna con un tobillo sobre la rodilla, y volvió a apoyar una mejilla en un puño cerrado, mirando a la mujer frente a ella con ojos azules que parecían oscurecerse con cada segundo—. Quiero ser tu mánager, asistirte con lo que necesites. Sé que, aunque no me lo digas, te preocupa que estemos todo el tiempo juntas... pero, cariño, ya lo estamos. Y esas dos semanas no tuvimos ni un solo problema, y me trataste como tu igual.

—Eres mi igual —interrumpió. Ella asintió con una sonrisa.

—Sé que lo somos. Que así lo ves tú. Dame otra oportunidad, Constance. Si podemos estar juntas y puedo hacer que te relajes... con el trabajo, también —añadió, y esta vez las dos rieron juntas, aunque Constance negaba con la cabeza, un poco divertida—. Estaré feliz de hacerlo... y de verdad necesito algo que hacer, cualquier cosa, antes de perder la cordura.

Constance soltó un suspiro derrotado.

—Sí he notado que estás corriendo más de lo usual... —pensó en voz alta, ignorando cómo Ella asentía con vehemencia y una sonrisa deslumbrante—. Está bien... pero, de momento, cumpliré con mi palabra y no habrá más trabajo por hoy.

Ella la sorprendió poniéndose de pie y tomando su rostro entre ambas manos, depositando un beso sonoro sobre sus labios.

—Me haces tan feliz.

—No es que tome mucho... —susurró sobre labios suaves, y fue ella quien se acercó nuevamente para besarla al notar la sonrisa en los labios de la rubia.

Ella volvió a sentarse y le acercó el plato con el sándwich.

—Come un poco. Los niños están tramando algo, aunque no sé qué es. Solo sé que Noah insistió a Rafael y Lucas para que compraran lo necesario para hacer una fogata. Se lo llevaron a la tienda, y desde entonces han estado ocultando algo.

—No me sorprendería si hizo que compraran más carne —dijo distraídamente mientras examinaba el sándwich antes de darle un pequeño mordisco.

Ella quería decir muchas cosas. Expresar lo que sentía en su pecho cada vez que Constance hablaba de sus hijos de esa forma, o cuando la veía interactuar con ellos, abrazarlos o hacer una acción tan simple como apartarle el cabello de los ojos a Noah. Pero lo único que hizo fue observarla, rezumando todo el amor que sentía por ella.


El flash de una cámara la cegó, y Constance estiró una mano con la intención de cubrir el lente. ¿Cómo era posible que aún estuvieran tomando fotos? ¿Cuántas cámaras desechables había repartido Ella? Elena le sonrió mientras se preparaba para tomar otra foto, aunque esta vez fue de Sarah. Lucas estaba al lado de Elena, mirando el monitor de bebé. Luego alzó la mirada cuando la mujer lo llamó por su nombre y le tomó una foto justo cuando él sonrió.

—¿Tú no has tomado ninguna foto? —le preguntó Rafael, maldiciendo cuando el chocolate derretido cubrió parte de su pulgar.

—No —respondió Constance, mirando de reojo a Ella, que hablaba animadamente con Sarah y Alva al otro lado de la fogata. No se sorprendió cuando los niños los llamaron después de cenar para comers'mores. Ella había gritado de emoción y fue la primera en salir al aire libre para ver lo que Noah y los hombres habían preparado para ellos.

—¿No te dio una? —preguntó, mostrándole su cámara—. No te he visto tomando fotos.

Constance le lanzó una mirada que respondió su pregunta al instante, y él sonrió antes de tomarle una foto, pillándola por sorpresa. Su cámara estaba en la habitación, y Ella la había usado para tomar fotos de ella y las dos juntas.

—Todos ustedes son peores que lospaparazzi—dijo en un susurro, ignorando la risa de Elena al escucharla.

—¿Nos comparas con esa escoria? —preguntó Rafael, llevándose una mano al pecho con fingida indignación.

Constance negó con la cabeza y estuvo a punto de responder, pero se calló al notar que Ella se acercaba con una sonrisa divertida en los labios, llevando dos varas de hierro en una mano y lo necesario para hacers'moresen la otra.

—¿Hay espacio?

—Siéntate aquí, mi Santorini —dijo Rafael rápidamente mientras se ponía de pie, murmurando que necesitaba buscar agua.

—No tenía que inventar esa excusa —dijo Ella, sentándose al lado de Constance y sonriéndole cuando la mujer alzó la mirada al sentir que sus muslos se tocaban.

—Ha estado quejándose de que necesitaba hidratarse desde que le dio el primer mordisco a sus'more.

—Ya veo. —Le entregó una vara—. Creo que eres toda una experta en este proceso —susurró.

—Tuve una buena maestra —dijo con un tono de voz tan suave que provocó un cosquilleo por todo el cuerpo de Ella. La morena tomó el envoltorio de chocolate de las manos de Ella y comenzó a abrirlo, partiendo la barra como Ella le había enseñado años atrás.

—Aquí tiene,mademoiselle.

Ella abrió los ojos de par en par y luego sonrió de oreja a oreja.

—¿En serio? —Intentó imitar el tono serio que Constance había usado en aquella ocasión, pero no le salió—. Esta vez tenemos dos, así que podemos hacerlo juntas.

Al otro lado de la fogata, Sarah descansaba la cabeza en el hombro de Alva, con los ojos cerrados, escuchando a la mujer hablar sobre cómo le gustaba el malvavisco un poco más quemado.

—Aún no comprendo cómo puedes comer tanto dulce sin que te empalagues.

—Es uno de mis tantos talentos, amor —dijo Alva con una sonrisilla antes de darle un golpecito en el muslo para llamar su atención hacia els'moreque sostenía en la mano—. Prueba.

—Alva...

—Venga, solo una mordidita.

Sarah suspiró y abrió los ojos lentamente. Lo primero que vio fue a Elena, que sonreía mientras tomaba fotos de Lucas y Rafael, quienes posaban de manera cómica frente a la cámara. Cerca de ellos, Constance y Ella sostenían sus malvaviscos sobre la fogata, susurrando y riéndose entre sí. Una profunda calma, cálida y envolvente, inundó a Sarah de repente, y, sin darse cuenta, apretó un poco más fuerte el brazo de Alva. Sabía que tenía parientes lejanos en un rincón del noroeste de Inglaterra, pero hacía años que no sabía nada de ellos, y esa idea ya no le dolía. Miró a su alrededor y, en ese instante, comprendió que había encontrado un nuevo hogar con Alva y aquellos que estaban allí compartiendo esa noche. Las risas, las voces y el chisporroteo del fuego llenaban el aire, envolviéndola en una tranquilidad que hacía años no sentía. Por primera vez en mucho tiempo, todo parecía en su lugar, como si ese fuera exactamente el sitio al que pertenecía.

—¿Sarah?

La suave voz preocupada la sacó de sus pensamientos. Alzó la vista y, al encontrarse con los ojos de su mujer, sonrió con sinceridad.

—Solo una.

No pudo contener la risa al ver la expresión de sorpresa en el rostro de Alva.


—¿Es seguro?

—No hay nada de qué preocuparse. Nos aseguramos de que todos fueran seguros para los niños —aseguró Lucas antes de acercarse al grupo de adolescentes que asistían a Rafael con los fuegos artificiales.

Algunos vecinos ya habían comenzado con los fuegos artificiales, y Noah no quería quedarse atrás. Sarah se había quedado más tranquila cuando Alva salió de la casa, asegurándole que los perros estaban bien y que ni cuenta se habían dado gracias a la insonorización de la casa.

—¿Te quedarás aquí? —preguntó Constance al acercarse a la fogata.

—Estoy muy cómoda —respondió Ella, que parecía hundirse más en la silla con cada segundo que pasaba—. ¿Me harás compañía?

—Creo que sí. Cuando era niña me quemé la ropa con los fuegos artificiales.

—¿Por eso Rafael está perdiendo la cabeza con todas las preguntas que le has hecho sobre la seguridad? Ven aquí, yo te protegeré.

—Tonta.

Ella descansó la cabeza en el hombro de la morena.

—Los niños parecen estar pasándola bien —susurró.

Constance asintió en silencio, sintiendo el terciopelo de la caja que tenía oculta en el bolsillo de su pantalón. Los gritos emocionados de los muchachos y el estallido de un fuego artificial en varios colores fueron una pausa bienvenida para sus nervios.

—Ella —comenzó a decir, moviéndose un poco para mirarla a los ojos.

La rubia la miró, expectante, y ladeó la cabeza unos segundos después cuando Constance solo la observó sin decir nada más.

—Quería… —tragó en seco, aferrando la caja con más fuerza. Los colores de los fuegos artificiales se reflejaban en el rostro de Ella, evocando en su mente el recuerdo de aquella noche en una feria en Francia, cuando había confesado sus sentimientos por primera vez.

—Podemos entrar si te molestan —dijo, haciendo un gesto hacia el cielo.

—No, no es eso. Quería darte algo...

Ella se quedó sin aliento al ver la caja y luego buscó alguna explicación en los ojos verdes de la mujer.

—No es lo que piensas... digo, no es... no es un anillo —explicó, mordiéndose el labio al escucharse tartamudear por los nervios. La suave sonrisa en los labios de Ella logró calmarla lo suficiente como para abrir la caja.

Ella se cubrió la boca al ver el logo de Cartier.

—Sé que no usas muchas joyas y que tu estilo es más... minimalista. Cuando lo vi, pensé en ti... —explicó mientras Ella rozaba los dos pequeños anillos entrelazados—. Cada uno es diferente, único, pero juntos crean algo más fuerte y hermoso —continuó mientras Ella sacaba la cadena, sorprendida al examinar de cerca los pequeños anillos y notar que sus diseños eran distintos—. Al igual que ellos, tú y yo estamos entrelazadas de una forma que no se puede romper, que va más allá de cualquier distancia o recuerdo perdido. Esta cadena es una promesa, mi manera de decirte que siempre estaré a tu lado, que siempre estaremos conectadas, sin importar lo que pase. Tú eres una parte de mí para siempre...

Constance ahogó un gemido de sorpresa cuando Ella la abrazó con fuerza.

—La usaré todos los días —susurró en el cabello de Constance y luego besó sus labios suavemente, confiada de que la atención de los demás estaba en los fuegos artificiales—. ¿Me lo pones?

Constance asintió y soltó una sonrisa nerviosa al notar que sus manos temblaban ligeramente. Ella lo notó, pero no hizo más que sonreírle, con un brillo de felicidad en sus ojos. Constance rodeó el cuello de Ella con delicadeza, inclinándose un poco para asegurarse de cerrar el broche con precisión. Sentía el calor de su respiración y el ligero perfume que desprendía, lo que hizo que sus propios latidos resonaran en sus oídos.

—Hermoso. —Dejó que la cadena descansara sobre la clavícula de Ella, sus dedos rozando por un instante la piel cálida antes de retirarse.

—Entrelazadas... —repitió en voz baja Ella, y Constance asintió—. Te comería a besos si no tuviéramos una audiencia. Pero tendremos... —Constance siguió la línea de visión de Ella, cayendo en cuenta de que estaba mirando hacia el balcón de su habitación— ... después.

La risa de Constance se mezcló con el estruendo de los fuegos artificiales, mientras Ella rodeaba su brazo con el de la morena y volvía a acomodarse en la silla, apoyando su cabeza en el bíceps de Constance. Miró al cielo, acariciando inconscientemente los pequeños anillos en la cadena.


Constance estaba de pie al borde de la cama, descalza para no interrumpir el silencio que llenaba la habitación. En sus manos sostenía la cámara desechable que Ella le había entregado. No la había usado antes, pero cuando abrió los ojos y vio la luz del amanecer filtrándose a través de las cortinas y cómo los rayos iluminaban el torso desnudo de Ella, supo que ese momento merecía ser capturado.

Con cuidado, Constance levantó la cámara frente a su rostro. Su respiración se entrecortó al observar a través del visor de la cámara el pecho de Ella, que subía y bajaba con un ritmo tranquilo, y se mordió suavemente el labio inferior al notar los destellos del sol sobre la cadena plateada que descansaba sobre su clavícula.

Su dedo tanteó el botón, presionándolo con suavidad. El disparo resonó en la quietud con un clic seco. Ella no se movió. Constance, casi conteniendo el aliento, giró el rodillo. El pequeño mecanismo crujió, terminando en un suave clack que marcaba el avance de la película.

Cuando volvió a mirar a través del visor, casi deja caer la cámara al suelo de la sorpresa: una sonrisa soñolienta y un par de ojos azules la miraban.

—¿Qué haces? —preguntó Ella, estirándose y arqueando la espalda. Constance ahogó un gemido mientras presionaba el botón de la cámara sin pensar.

Ella parpadeó ante el destello del flash, y su sonrisa se tornó pícara al entender lo que Constance estaba haciendo.

—¿Revelarás estas fotos, cierto? —preguntó Constance, con un leve sonrojo en las mejillas.

—No pensaba hacerlo porque hay muchas entre todas las cámaras, pero… puedo asegurarme de revelar yo misma esa.

—Sería lo más prudente —dijo antes de aclararse la garganta.

Constance bajó la cámara y sonrió antes de dejarla sobre la mesita de noche. Ella la siguió con la mirada y suspiró, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba al instante en que Constance deslizó los dedos sobre la cadena, rozando los anillos entrelazados con delicadeza. Las caricias se detuvieron cuando Ella envolvió su muñeca con una mano y deslizó los dedos por su antebrazo, tirando suavemente de ella para que volviera a la cama.


Constance sostenía su taza con ambas manos, disfrutando del calor que se transmitía a sus dedos y del embriagador aroma del café recién hecho. La risa de Maura, el murmullo de las conversaciones que llenaban la mesa mientras todos disfrutaban del desayuno, y el tintineo de los cubiertos al chocar contra los platos resultaban, de alguna manera, sorprendentemente relajantes.

Había tenido una noche inolvidable con la mujer que ahora estaba frente a ella, al otro lado de la mesa, cargando el tenedor con una cantidad absurda de omelette, como si la comida fuera a escapar del plato si no la devoraba en tres bocados. Cuando comenzaron a conocerse, le había sorprendido cómo lograba mantener su figura a pesar de lo mucho que comía. No fue hasta que observó la intensidad con la que Ella se ejercitaba que todo comenzó a tener sentido.

La conversación en la mesa se detuvo de repente cuando un grito frustrado de Izzy resonó desde las escaleras. Bajaba apresurada, seguida de su hermano.

—¡Déjame en paz! —espetó la joven antes de dejarse caer en la silla junto a Maura.

—¿Qué está pasando? —preguntó Ella, tan confundida como el resto de los presentes.

—Su amiga le dijo que Mateo se besó con Mary —respondió Noah con indiferencia, mientras agarraba un trozo de sandía.

—¡Te odio! ¿Por qué tienes que decirles a todos? —protestó Izzy, fulminando a su hermano con la mirada.

—"¿Quién es Mateo?" "No le digas eso a tu hermano" —hablaron Constance y Ella al mismo tiempo.

—Es su novio —aclaró Noah sin levantar la vista.

Izzy soltó un grito de frustración y se levantó de golpe, casi tirando la silla hacia atrás.

—¿¡Novio?! —exclamó Ella—. ¡Estás muy joven para tener novio! —añadió, quedándose boquiabierta al ver cómo su hija ponía los ojos en blanco.

—¡No es muy joven! Sarah tuvo su primer novio a los once —refutó Izzy, con lágrimas en los ojos.

Todos miraron a Sarah, quien también se quedó boquiabierta. Sin embargo, se recuperó rápidamente de la sorpresa y explicó:

—Solo le dije porque me preguntó. No sabía por qué quería saberlo —se defendió, lanzándole una mirada fulminante a Rafael, que comenzó a reírse a su lado.

—¿Por qué no me dijiste? —preguntó Ella a su hija, notando que Maura evitaba mirarla a los ojos, al igual que Izzy.

—Porque ibas a reaccionar así. ¡Y ya no es mi novio!

—Es lo mejor. Mateo es un estúpido sin cerebro —dijo Noah con desdén.

—¡Tú eres un estúpido! —gritó Izzy, antes de salir corriendo hacia su habitación.

Maura se levantó silenciosamente unos segundos después y la siguió.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Sarah.

—Creo que acabamos de presenciar el primer corazón roto de Izzy —respondió Elena.

—Esto es solo el comienzo, me temo —añadió Rafael, sin dejar de comer ni un instante, mientras pensaba que la adolescencia era como caminar por un campo de minas.

—Iré a hablar con ella. Y tú —dijo Ella, señalando a Noah—, hablaremos más tarde.

Antes de subir las escaleras, Ella le lanzó una mirada a Constance por encima del hombro. Constance asintió suavemente, como una forma silenciosa de ofrecerle su apoyo. Aquel fin de semana terminaría siendo memorable por muchas razones.