XXXVI. El asunto ultrasecreto.

«La verdad es tan necesaria a la vida, que cuando falta se busca siquiera su apariencia.»

Franz Tamayo.

Abril 2025.

Liam nunca creyó que sería parte de algo grande.

En realidad, él mismo era algo grande, aunque la idea no le gustara. Sin embargo, se sentía bien el elegir un papel voluntariamente, sin más pretensiones que el ayudar a los demás y, de paso, perfeccionar aquello por lo que su existencia era «algo grande».

¡Por el Ángel! Que eso no se le subiera a la cabeza jamás, o Getty no pararía de compararlo con Jace Herondale.

Pudo escuchar por un momento a Getty iniciar su conversación con el señor Darling, pero se perdió el resto al dar vuelta en una esquina, rumbo a la cocina. Ella lo pondría al corriente después; además, no es como si sirviera de algo su presencia, en el sentido de que solo escucharía la mitad de los diálogos.

Cuando Getty comenzó a idear aquel plan, Liam sintió en ella cierto alivio. Era como si de repente, algo desagradable de su persona se volviera increíblemente útil y valioso, cosa que quizá fuera cierta. A nadie le gustaban las burlas malintencionadas por algo inherente a ti (si lo sabía él…), y solo podía imaginar lo que la rubia habría pasado cuando de pronto, hablaba sola en donde cualquiera pudiera notarla.

Frunciendo el ceño, Liam llegó al comedor, entró y lo cruzó casi sin prestar atención a nada más. Sus padres le habían dado una buena charla cuando descubrieron su condición, asegurándole que era parte de él, algo que podía usar o no, pero que no lo definía por completo. No lo creyó del todo entonces, pero conforme se animó a usarla, descubrió que poco a poco dejaba de temerle, queriendo entonces aprovecharla para hacer cosas buenas.

Se preguntó vagamente si Getty tendría algunas ideas para su condición. Se lo preguntaría.

—¡Hola!

El saludo lo tomó desprevenido, por lo que dio un respingo y casi tiró su carga.

—Perdón, Liam, no queríamos asustarte —aseguró quien hablara antes, Gunnar Trueblood, que como indicara Beatriz, estaba acompañado por el resto de sus hermanos—, ¿qué traes ahí?

—Bebidas y muffins. Getty y yo se las compramos.

Fueron las palabras mágicas, porque al segundo siguiente, los cuatro Trueblood lo rodearon, quitándole con cuidado la carga.

—¡Chocolate caliente! ¡Quiero uno, Gunnar!

—¡Ya, Christian, un momento! Ivar, Nora, ¿quieren chocolate?

—¡Yo sí!

Nora Trueblood asintió con la cabeza y soltó unas rápidas palabras en noruego que hicieron que Gunnar frunciera el ceño, haciéndole señas a Christian para que revisara la bolsa de muffins.

—¿Cuáles son los sabores de esto? —Christian se giró hacia Liam, curioso.

—Eh… Hay de chocolate, de vainilla con almendras y de… Naranja, creo.

—¡Naranja! ¡Dame ese! —pidió Gunnar, pasándoles vasos a sus hermanos más pequeños antes de añadir—. Perdón, Christian, ya no queda chocolate.

—¿Qué hay entonces?

—Bueno… Té chai y un… ¡Ah, me quedo con esto! ¡Macchiato con caramelo!

—¡No! ¿Por qué?

—No deberías beber café.

—¡Esa cosa apenas tiene café!

A Liam, increíblemente, le gustó ver aquel bullicio. Le hacía pensar en las cosas buenas, en lo que valía la pena, y no en el montón de problemas que últimamente parecían estallar a su alrededor. Además, considerando lo que habían pasado, los chicos Trueblood lucían menos tristes y más decididos a desenvolverse bien en la nueva vida que llevaban.

—Oye, ¿dijiste que tus padres están de viaje?

Liam asintió, aunque todavía no se acostumbraba del todo a que Gunnar preguntara cosas de aquel modo, con una contundencia que casi rayaba en la grosería.

—¿Son como Astrid, verdad?

—Mi padre lo era, sí.

—¿Era? ¿Ya no? —Ivar arrugó la frente, tratando de comprender.

Liam negó con la cabeza. Si le llegaban a pedir más detalles, daría la versión corta de la historia; a fin de cuentas, casi siempre, era la que otros conocían.

—Entonces, ¿nos podemos arrepentir si no nos gusta todo esto? —Gunnar hizo un ademán que abarcaba su entorno.

Liam abrió los ojos de par en par.

—No es tan simple —comenzó, hablando con cuidado, ya que sabía que era importante—. Los cazadores de sombras, una vez que aceptan las Marcas, deben seguir la Ley. Y la Ley dice, oficialmente, que si quieres dejar de ser cazador de sombras, se te quitan las Marcas y se te exilia.

Hizo una mueca ante la mención de lo último, lo que fue suficiente para que los niños Trueblood se quedaran callados, con miedo en sus rostros.

—El abuelo —se acordó de pronto Christian, mirando a sus hermanos por turnos, incluso a Nora, abstraída en su muffin—. As–Max nos lo contó, ¿se acuerdan? Por eso nosotros no supimos de los cazadores de sombras hasta que vinieron por ella. El abuelo quería mucho a la abuela, pero para que pudieran casarse, tuvo que dejar de ser cazador de sombras.

—Casi ningún cazador de sombras quiere dejar de serlo —aclaró Liam con suavidad—, pero ha habido casos en que sí. Deben estar muy seguro, porque duele que te quiten las Marcas.

—¿Mucho? —preguntó Gunnar en un susurro, sin rastro alguno de su habitual tono firme.

Liam asintió lentamente.

—Por eso As–Max insiste tanto en que estemos seguros —acotó Christian, en un tono de voz tan bajo como el de su hermano mayor.

—¿Tu papá dejó de ser cazador de sombras por tu mamá? —preguntó Gunnar al cabo de un minuto, recuperando parte de su aplomo.

—Podría decirse que sí —respondió Liam, encogiéndose de hombros al aclarar—, aunque es difícil de explicar.

—¿Por qué? —Christian ladeó la cabeza, confundido.

Liam miró a los cuatro hermanos, recordándose de dónde habían venido, por qué estaban ahora en el Instituto, sin saber si debía contestar o no.

—¿Han estudiado ya Historia Nefilim? —inquirió en su lugar.

—Un poco —fue Ivar quien contestó, de pronto con los ojos iluminados por la emoción—. A mí me gusta la Historia y As–Max me buscó libros. ¿Por qué?

—¿Has hallado allí algo que llamaron «Guerra Mecánica»?

—No que me acuerde. ¿Cuándo pasó?

—Eh… Los años no los recuerdo, pero fue antes de mil novecientos.

—¡Ah, es que no he llegado ahí!

—¿Qué tiene que ver esa guerra con tu padre? —Gunnar, como era de esperar, fue quien recordó el tema de su charla de manera algo tosca.

—Ahí peleó él, con su parabatai.

—Momento, ¿nos estás diciendo que tu padre es muy, muy viejo? —Christian se quedó boquiabierto, antes de sacudir la cabeza y correr a uno de los bancos de la cocina, el cual ocupó tan deprisa, que por poco se le cayó el muffin que aún tenía en la mano—. Quiero saberlo todo. Cuéntame, ¿sí?

—Sí, cuéntanos —secundó Gunnar, ayudando a llevar a Ivar y Nora a ocupar bancos, poniéndoles delante sus respectivas bebidas y muffins, que casi se terminaban—. Astrid ya hizo su parte, pero quiero saber más de dónde nos estamos metiendo. Si te parece bien —añadió, como si de pronto notara que el tema podría ser delicado.

A Liam le sorprendió, de pronto, tener un público tan dispuesto a escucharlo. No era algo frecuente, no con el volumen al que solía hablar. Sin embargo, no le importaba, no cuando se veían realmente interesados en saber de su familia, así que asintió con la cabeza y fue a sentarse también.

Pasar el rato contando una historia de sus padres, no sonaba del todo mal.

Y no lo fue. Tuvo que hacer algunas pausas, las cuales aprovecharon los chicos para traducir todo a Nora, lo que Liam encontró conmovedor y deseó que por favor, le estuvieran suavizando los detalles más escabrosos. Los cazadores de sombras solían ser de estómago fuerte, pero Nora era muy pequeña; además, hasta hacía poco, vivía felizmente ignorante del Mundo de las Sombras.

Fue casi al final de su narración que Getty lo encontró allí, pero en vez de llamarlo, le hizo un gesto para que siguiera hablando y luego fue hacia el refrigerador, de donde sacó una botella de agua, de la cual bebió un par de largos tragos. A continuación, cerró la botella y fue a sentarse junto a Liam, poniendo atención a lo último de lo que él contaba acerca de la Guerra Mecánica.

—Hola, Getty, ¿dónde estabas? —soltó Gunnar a modo de saludo.

—Fui a guardar algo en mi habitación —Getty se encogió de hombros antes de girarse hacia Liam y preguntar con cautela—. ¿A qué vino la historia de tus padres?

—Surgió porque él ya no es cazador de sombras —respondió Liam y lo dejó así.

Los Trueblood mostraron un ligero desconcierto, pero Getty solo asintió. Seguro a los hermanos de Astrid les parecía que había dicho poco, pero sabía que para Getty, eso era suficiente.

—¡Entonces también les hablaste un poco de tu madre! ¡Y de Jessamine!

—¿La fantasma? Sí, la mencionó —Gunnar frunció el ceño por un momento, antes de dar señas de recordar una cosa y no tardó en decirlo—. Se apellida Lovelace, ¿no? ¿Cómo tú?

—Sí, pero no somos parientes de sangre —Getty asintió con la cabeza—. Mi padre fue adoptado por unos Lovelace.

Cuando Gunnar abrió la boca, seguramente para hacer alguna de sus acostumbradas preguntas, Liam intervino al poner delante de Getty un muffin.

—Ya solo quedó el de cúrcuma y chispas de chocolate, como pensabas —soltó, a modo de explicación, susurrando a toda velocidad.

—¡Gracias por guardármelo! Oigan, ¿qué van a practicar en la tarde? Astrid por fin acabó con los cuchillos, ¿no?

La pregunta iba para Gunnar y Christian, así que ellos se lanzaron a una diatriba sobre cómo su hermana mayor era demasiado seria con las lecciones de armas. En un momento dado, Getty le dedicó una mirada de reojo a Liam y movió los ojos como si señalara algo a su espalda, cosa que Liam tardó solo un segundo en entender, así que asintió.

Por lo visto, el plan empezó con buen pie.

—&—

Más tarde, después de cenar, Getty le preguntó a Liam si quería acompañarla un rato, antes de que ambos se fueran a dormir. Él dijo que sí, pero no se le ocurrió que su amiga iba a arrastrarlo a su habitación, la que por cierto, no conocía hasta ese momento.

Como el resto del Instituto, entrar allí le dio la impresión de que había sido antes de alguien más y que su actual dueña, si bien añadió cosas propias aquí y allá, no acababa de quitarle el aire ajeno. El decorado era antiguo, del siglo pasado quizá, a juzgar por los muebles de madera oscura de aspecto muy elegante, entre ellos la cama con dosel; ésta, al menos, sí le hacía pensar a Liam en Getty, pues en sus mantas predominaban el verde, el azul y unas cuantas motas de amarillo pálido. La tapicería de la silla que se hallaba delante de un secreter, de un naranja oscuro, casi rojo, chocaba con casi todo lo demás, pero hacía juego con el resto del mobiliario, curiosamente.

—¿Tú elegiste la habitación? —se oyó preguntar Liam, antes de pararse a pensarlo.

—Sí, por el secreter —Getty esbozó una enorme sonrisa mientras señalaba el mueble mencionado, en aquel momento cerrado—. Tenía un cajón abierto, el que queda justo a la derecha, ¿ves que tiene algo grabado en el pomo? Pues ahí estaban las llaves y pensé "me lo quedo".

Liam, desde donde estaba, no distinguía el grabado que Getty mencionaba, solo vislumbraba algo parecido a un triángulo. No se atrevió a acercarse para mirarlo mejor, más que nada porque Getty sacó de una esquina algo enorme y ovalado de color verde pálido y lo empujó a un costado de su cama, cerca de él.

—Anda, siéntate. Quiero contarte lo de Darling.

—¿En eso? ¿Qué es?

—¡Un puf! Me lo regalaron en Nueva York.

—¿Cuándo fuiste…? —Liam sacudió la cabeza y obedeció, acomodándose en aquella cosa en forma de esfera, que resultó suave al tacto y con una consistencia muy inestable—. Es raro, pero está bien —admitió cuando finalmente logró una posición que le gustó—. ¿Qué pasó?

—Bueno, me fui con Darling, a dar una vuelta, fingiendo que andaba pensando en mis cosas mientras me bebía lo que compré. Cuando estaba segura de que no había nadie, le di a Darling una clase súper rápida del Mundo de las Sombras, y luego lo que quería que intentara por nosotros. Al principio no me creyó, obviamente, pero luego debió pensar que una niña con tatuajes no podía inventarse una historia tan rara, por mucha imaginación que tuviera. Dijo que ayudaría, pero que no prometía nada porque casi nunca se topaba con otros fantasmas.

—Dijiste "casi" —apuntó Liam enseguida.

—Ajá. Por lo que dijo Darling, puede ir a más lugares que la mayoría de los fantasmas, lo que es raro. Le aseguré que eso podría servir y me creyó. Al final, parecía bastante entusiasmado, ¿sabes? En el fondo, creo que siempre quiso una aventura.

—Los mundanos no saben lo que se pierden —musitó Liam, entre sarcástico y afectuoso.

No podía negar que, en muchas ocasiones, había envidiado a los mundanos. No tenían la menor idea de lo que acechaba en sitios macabros y solitarios, o que podían cruzarse en cualquier momento con seres que no eran como ellos, aunque a veces se vieran como tales. A su modo, no sufrían demasiado, solo lo que sus sencillas vidas les lanzaban, algo que Liam a veces preferiría padecer que todo lo que implicaba tener su condición.

—Liam, no contestes si no quieres, pero ¿sabes lo que tus padres están haciendo en su viaje?

El nombrado arrugó la frente y aprovechó el puf para acurrucarse un poco, abrazando sus piernas y apoyando la barbilla en las rodillas. Lo pensó con sumo cuidado antes de responder.

—Si no recuerdo mal, estaban viajando antes a sitios donde se reportaban desapariciones de mestizos, para investigar lo que pudieran. Después, con lo que me pasó, creo que sospecharon que iban a ser más atrevidos en lo que querían, y quizá a estas alturas ya sepan lo de los Trueblood y sospechen lo mismo que Astrid.

—¿Que van tras los que tengan sangre de cazador de sombras, marcados o no?

Liam alzó la cabeza y asintió lentamente, mirando a su amiga.

—Muy bien, conseguimos algo bueno con Darling, creo. Si se da la oportunidad, le pediré el favor a otro fantasma, pero de momento, lo dejaré así.

—Getty, si no quieres, no me cuentes, pero… ¿Crees que a esto se refería Jessamine? —Liam tragó saliva y continuó—. ¿De verdad crees que Alphonse hacía algo así?

La chica arrugó la frente, antes de acomodarse un rizo tras la oreja.

—Al siempre ha sido… reservado —contó ella, con aspecto de no estar segura de que el adjetivo fuera del todo acertado—. Lo conocemos, pero al mismo tiempo, hay cosas de él de las que nunca hemos oído. Rafael me contó una vez que no era culpa suya, sino que estaba tan acostumbrado a estar solo, que ahora no sabe cómo hablar con los demás de sus cosas.

Liam comprendió a qué se refería Getty, al menos en parte. Si bien tenía a sus padres, nunca le resultó sencillo expresarse con palabras, sobre todo después de que se manifestara su condición y supiera, sin que nadie se lo explicara, que no había nadie más como él a quién recurrir.

—Tiberius, una vez, dijo que lo único que podíamos hacer es estar ahí para Al, para cuando quisiera hablar, porque así sabría que con nosotros nunca tiene que quedarse callado —Getty apretó los labios por un momento y pasó de estar sentada en el borde de su cama, a echarse hacia atrás, quedando tendida con los brazos por encima de su cabeza—. Creo que Tiberius lo entiende un poco más que nosotros, porque también le cuesta hablar de sí mismo. No es que me importe, Tiberius es genial y todo, solo… Quisiera hacer algo, Liam. Siento que no ayudo.

—A mí me parece que sí ayudas —aseguró Liam, enderezándose casi de golpe—. No parece mucho ahora, acabas de empezar con el plan, pero…

—No, eso no. Bueno, también, pero… Lo extraño.

Escuchar eso, por alguna razón, hizo que Liam se enderezara un poco más. Getty había dado a entender, en más de una forma, que echaba de menos a sus amigos exiliados, pero en aquella ocasión, había en el ambiente otra cosa que, si bien no alcanzaba a comprender, en una parte muy dentro de sí, sabía que era importante.

—Mientras Darling da señales de vida —Getty se rió por lo bajo; Liam adivinó que era por la ironía de poner en la misma frase a un fantasma con la palabra "vida"—, ¿quieres repasar la ceremonia de parabatai?

El deseo de Getty era repentino, considerando lo que habían estado hablando. Sin embargo, Liam no discutió y enseguida, con cuidado de no rodarse por accidente, se levantó del puf.

También a él le caería bien un poco de la normalidad de un niño cazador de sombras.

—Claro. Cuando quieras.

—&—

Para la hora de la cena, Liam casi se había olvidado de los fantasmas.

Si no lo hizo por completo, fue porque se le ocurrió que tal vez, él también podría iniciar su propio plan para ayudar a sus amigos ausentes, aunque no pudiera garantizar que funcionara.

Contempló, de momento, a la gente a su alrededor en el comedor del Instituto. Getty, como siempre, estaba a su lado, mirándolo de reojo cuando no atendía lo que le decían su madre o Beatriz Vélez. Los niños Trueblood solían hacer varias preguntas en las comidas, tanto del Mundo de las Sombras como de Londres, las cuales los demás estaban contentos de explicar. Astrid Trueblood y los Sølvtorden, en realidad, hacían una doble tarea entonces, escuchando las charlas y traduciendo a la pequeña Nora lo que consideraba apto para sus oídos, pues todavía no aprendía el inglés necesario para seguirle el paso a sus hermanos y a los demás del Instituto.

Los Blackthorn y Kit Herondale, como no tardó Liam en notar, hablaban con voces serenas, pero con menos ánimo del que normalmente mostraban. Eso no le sorprendió, ya que era su estado habitual desde que Alphonse y Rafael fueron exiliados, pero por primera vez, los observó un poco más y creyó descubrir algo que, poco antes de retirarse a descansar, podría serle útil.

Pensó mucho en todos ellos cuando se preparaba para dormir. Era algo que había estado dominando para su condición, porque descubrió que entre más enfocado estuviera en una persona, entre más la conociera, obtendría mejores resultados. No lo libraba de la escalofriante sensación de desconectarse del mundo a su alrededor, de la frialdad que venía con ello, pero por lo menos, reducía el tiempo que necesitaba para enfocarse.

La desconexión con el entorno le seguía causando ansiedad, pero ya no al grado de ahogarlo.

Getty no lo sabía, pero lo había ayudado a descubrir mucho sobre cómo usar su condición. Quizá porque ella misma lidiaba con algo similar una vez, con timidez y varias pausas para calmar sus nervios, Liam se atrevió a describirle qué era lo que la condición le permitía exactamente, incluyendo los hilos que podía ver. Ella había dado algunas teorías interesantes, que tenían sentido si se consideraba lo que sabían de cierto lado de su familia.

Aun así, nunca iba a gustarle el ambiente gris, casi humeante, en el cual parecía sumergirse debido a la condición. Casi podía percibir una frialdad de otro mundo, y según su madre, probablemente lo era. Conteniendo cuanto pudo un estremecimiento, procuró concentrarse y de inmediato localizó los hilos que necesitaba, agradeciendo su existencia en primer lugar. En su experiencia, algunos podrían tardar años en formarse, pero estos eran excepciones muy apreciadas.

Si bien a Rafael lo conocía desde antes de llegar a Londres, no eran frecuentes sus interacciones. Eso era lo que ocurría cuando se tenía una familia tan itinerante y, según algunos cazadores de sombras medianamente benevolentes, tan "excéntrica". Su madre y el padre brujo de Rafael eran amigos, así que a eso debía la mayor parte de sus encuentros pasados, que por la naturaleza inquieta de Rafael, solían ser fugaces pero indudablemente alegres. Por eso, pensó, la mayor parte del hilo que los conectaba irradiaba alegría, sin dejar de lado la amistad y la protección que el chico Lightwood–Bane le prodigaba, como un hermano mayor distante pero bondadoso.

El hilo de Alphonse era otro cantar y Liam se preocupó.

Antes, al contemplar los hilos del muchacho Montclaire una vez, casi se desmayó del susto. No entendió por qué iban y venían de todo su ser; específicamente, había varios conectados a sus runas permanentes, pero decidió instintivamente el no centrarse demasiado en ellos entonces, temiendo lo que podría pasar. Ahora que debía hacer precisamente lo contrario, por un fugaz momento rogó porque no ocurriera nada malo, nada qué lamentar.

La primera sensación que percibió del hilo que lo conectaba con Alphonse fue «separación».

Eso no era raro, en realidad. Físicamente, Alphonse estaba bastante lejos, incluso con un mar de por medio, si confiaba en lo que Getty y él pescaran al vuelo de lo narrado recientemente por los Trueblood y los Sølvtorden. No, esta era una sensación diferente, la cual podía distinguir ahora debido a varios experimentos realizados en privado, aprovechando los hilos de sus padres que, en las últimas semanas, también habían estado a kilómetros de Reino Unido y por lo tanto, de él. Antes de seguir divagando, siguió tanteando el hilo mentalmente, con la esperanza de obtener respuestas.

Tristeza… Nostalgia… Afecto… Agonía

Liam sintió un escalofrío totalmente diferente al que lo asaltaba cuando usaba su condición. ¿Ahora qué? ¿Le avisaba a alguien o…?

No, esto era algo en lo que quizá podría ayudar, al menos por unos minutos. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Envío a través de su hilo toda su preocupación y su ánimo, así como sus deseos de que estuviera bien, de que se quedara

«¿Liam? ¿Eres tú?»

Fue como en el Blackfiars Brigde, recordó distraídamente. No eran palabras como tales, pero las emociones en el hilo transmitían el mensaje con claridad en su cabeza. Ahora venía su parte, algo que apenas había practicado, por lo cual se concentró más.

«Liam… ¿todo bien?»

Se había tardado lo suficiente para que el otro añadiera angustia a su hilo.

«Alphonse, sí, aquí bien. ¿Qué te pasa a ti

Unos segundos después, que a Liam se le hicieron muy largos, obtuvo lo que solo podría describir como una profunda inhalación, como alguien que quisiera recuperar el aliento.

«¿Alphonse? ¿Estás bien? ¡¿Alphonse?!»

«Gracias, Liam. ¿Puedes…?»

«¿Qué?»

«¿Puedes seguir…? Lo que sea que estás haciendo… Solo un poco más…»

Ahora se sentía como si algo tirara de él, muy similar a uno de sus padres tomando su mano y llevándolo a algún sitio. La diferencia estaba en que intuía que no debía ir a donde sea que lo guiaran, no todavía y no con Alphonse… ¿Acaso era él quien lo halaba? ¿Cómo…?

«Alphonse, ¿dónde estás? ¿Dónde está Rafael?»

Hubo una pausa, tan breve como un suspiro y tan tensa como la cuerda de un violín.

«París… Y Rafe… está cerca… ¿Nuestra runa…?»

Por alguna razón, la mente de Liam se llenó con el recuerdo de la runa de parabatai que Alphonse y Rafael se habían trazado el uno al otro.

De repente, creyó saber qué más podía hacer por ellos.

Sería un desafío, pero si algo le había enseñado Getty era que de cualquier desafío podía aprender algo, así que se lanzó de lleno, orando al Ángel por no equivocarse.

Media hora después, sabría que había logrado algo extraordinario, sin precedentes y que definitivamente, no debía confiarle a cualquiera.