Inuyasha había llegado a la ciudad hace unos días, sus padres insistían que debía ir al departamento de su hermano. Las cosas habían salido terriblemente mal en América y necesitaban un pequeño descanso. Sabía que debía haber sido totalmente honesto con sus padres, pero ya tendría tiempo para eso más adelante.

Se detuvo frente al edificio de su hermano. Había algo en el aire que lo inquietaba, un aroma embriagador que no podía ignorar. Sus sentidos, agudizados por su naturaleza vampírica, lo guiaron con precisión. Ese olor... era dulce, cálido, casi hipnótico.

Al entrar al edificio, el aroma se volvió más intenso, más imposible de resistir. Inuyasha frunció el ceño, intrigado ya la vez cautivado. Saludo despreocupado al guardia, indicando quien era. Subió al elevador, y con cada piso que ascendía, esa esencia parecía envolverlo más y más. No podía apartar su mente de ella. Algo, o alguien, lo estaba llamando.

Cuando las puertas del elevador se abrieron, Inuyasha salió con paso decidido. El departamento de Sesshomaru estaba sumido en un silencio inquietante. Sus ojos escarlata recorrieron cada rincón mientras seguían el rastro de ese aroma irresistible. No tardó en darse cuenta de que no era algo habitual. Tantos siglos de conocer a su hermano le habían enseñado que Sesshomaru jamás permitiría que algo tan humano entrara en su espacio.

Con pasos silenciosos, casi felinos, recorrió el departamento, hasta llegar al lugar donde el aroma era más concentrado, al abrir la puerta de una habitación, el olor se intensificó, embriagador, dulce, como un canto prohibido que lo llamaba.

Sus dedos rozaron la madera del marco mientras avanzaba, sus sentidos agudizándose. La cama deshecha exhalaba ese perfume inconfundible, femenino y cálido. Se inclinó, aspirando profundamente. Su pecho se tensó al reconocerlo: era la habitación de una mujer. La suavidad del ambiente lo envolvía, un contraste con su naturaleza salvaje.

De repente, un golpe de esencia más fuerte llegó desde la entrada del departamento. Se giró bruscamente, sus colmillos asomando apenas entre sus labios. Ese aroma... era ella. No la conocía, pero el deseo de poseerla ya ardía en su interior como un fuego indomable. Su instinto lo empujó hacia esa dirección, hacia el origen de aquel perfume que lo invitaba a cruzar límites que no sabía si debía romper.

Al llegar al salón principal, el olor lo toca como una ola arrolladora. Su respiración se aceleró y sus colmillos se asomaron involuntariamente. Entonces la vio. De pie frente al ventanal panorámico, estaba una chica humana. Su figura era delicada pero firme. Parecía ajena a su presencia, perdida en la inmensidad de la vista de la ciudad.

Inuyasha quedó petrificado por un instante. Era ella. La fuente de ese aroma que lo había atraído desde el primer momento. Sus instintos comenzaron a dominarlo, y antes de que pudiera detenerse a pensar, su cuerpo ya se movía hacia ella.

Sin hacer ruido, se deslizó hasta quedar apenas a unos pasos de distancia. Su mirada fija en la curva de su cuello, donde las venas pulsaban con un ritmo tentador. El hambre lo consumía, y el deseo de probar esa sangre lo cegaba.

En un movimiento veloz y silencioso, se lanzó hacia ella. La chica giró justo un tiempo para verlo venir, sus ojos llenos de sorpresa y miedo. La atrapo entre sus brazos antes de que pudiera reaccionar, inclinándose hacia su cuello con los colmillos al descubierto. La calidez de su piel bajo sus labios lo hizo estremecerse. Podía escuchar el latido frenético de su corazón, sentir la vida corriendo por sus venas. Era un festín que no podía dejar pasar.

Pero justo cuando estaba por hundir sus colmillos, una voz fría y autoritaria resonó desde las sombras.

—Inuyasha. Suéltala.

El vampiro levantó la vista, encontrándose con los ojos dorados de Sesshomaru, quien lo observaba con una mezcla de desdén y advertencia. Inuyasha gruñó, pero no soltó a la chica. La lucha interna era evidente en su rostro; el hambre y el deseo chocaban con el respeto —o quizás el miedo— hacia su hermano mayor.

— ¿Qué es esto? —preguntó Inuyasha con voz ronca, sin apartar los ojos de Sesshomaru—. ¿Por qué tienes a una humana aquí?

—Eso no te concierne —respondió Sesshomaru con frialdad—. Pero si tocas un solo cabello de tu cabeza, te arrepentirás.

Inuyasha vaciló por un momento eterno antes de soltar a la chica, quien cayó al suelo temblando. Retrocedió un paso, limpiando los labios como si pudiera borrar el deseo que aún ardía en él.

En un movimiento rápido, el Señor tomo a su hermano por el cuello. Inuyasha gruñó, luchando contra el agarre de su hermano mayor. Sus ojos rojos brillaban con furia y deseo.

— ¿Qué demonios hace una humana aquí? —pregunto nuevamente entre dientes.

Sesshomaru lo miró con desdén, sus ojos dorados llenos de advertencia.

—Ella está bajo mi protección. No te atrevas a tocarla.

Inuyasha se quedó inmóvil, todavía sintiendo el aroma tentador de la chica mezclado con la tensión en el aire. Por primera vez en mucho tiempo, no sabía si debía retroceder… o insistir.

Kagome estaba aún en el suelo, sin poder moverse eh intentaba procesar lo que acababa de ver. Frente a ella, Inuyasha la miraba con una intensidad que la hacía sentir atrapada, como si pudiera ver directamente a través de su alma. Pero lo que había captado toda su atención eran los colmillos que se asomaban entre sus labios entreabiertos. Colmillos que no eran humanos.

"¿Qué significa eso?" Pensó Kagome, aún sin moverse. Su mente estaba inundada de imágenes: los cuentos que había escuchado de pequeña y de las historias de vampiros que tanto amaba "Esto no puede ser real", sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Su mente se llenó de preguntas y dudas. ¿Era esto una alucinación? ¿Un sueño extraño? Pero el peso de la mirada de Inuyasha, la intensidad de sus ojos escarlata totalmente dominada por sus deseos, todo era demasiado vívido para ser irreal.

— ¿Inuyasha? —susurró, apenas audible, tratando de encontrar sentido a lo que estaba pasando.

El joven de cabello plateado ladeó la cabeza, su expresión una mezcla entre curiosidad y desdén. Kagome no podía dejar de notar el parecido entre los dos hombres que tenía enfrente.

—Así que tú eres la humana de apesta el lugar —dijo Inuyasha, con un tono que parecía cargado de burla y desafío. Su voz era grave, rasposa, como si llevara consigo el peso de años de soledad y lucha.

Kagome sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía si era por el tono de su voz o por la forma en que sus ojos se clavaban en los suyos, como si estuviera evaluándola, buscando algo que ni siquiera ella sabía que tenía.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó finalmente, Sesshomaru ––– Miroku dijo que llegarías en unos días, no te esperaba tan pronto.

Inuyasha suena sin contestar, dejando entrever sus colmillos. Era una sonrisa peligrosa. Sesshomaru, con su puerta imponente y su mirada gélida, mantenía a Inuyasha atrapado por el cuello, sus garras apenas rozando la piel del otro, como una amenaza silenciosa pero letal. El aire estaba cargado de tensión, un choque de voluntades entre hermanos que parecía capaz de hacer temblar los cimientos de la mansión.

—Te lo advertiré solo una vez, Inuyasha —dijo Sesshomaru con una voz baja y peligrosa, como el gruñido de una bestia al acecho—. No te acerques a Kagome. Ella es mía.

Kagome, inmóvil, sintió cómo su corazón latía con fuerza, aunque su cuerpo no podía moverse ni un centímetro. La determinación de las palabras dichas por Sesshomaru la alteraron por completo. Su aroma se intensificó sin que pudiera evitarlo, se elevó como un susurro en el aire, un rastro dulce y embriagador que pareció encender algo primitivo en ambos vampiros. Los colmillos de Sesshomaru se asomaron apenas, y su mirada se volvió más oscura, peligrosa.

Con un movimiento brusco y decidido, Sesshomaru soltó a Inuyasha, quien cayó al suelo con un gruñido ahogado. Sin apartar la vista de su hermano menor, Sesshomaru señaló a Kagome con un gesto autoritario

—Ve a mi despacho, ahora—ordenó con frialdad.

Ella no dijo nada, pero sus ojos se abrieron con sorpresa y temor. Sin embargo, algo en la autoridad de su tono la obligó a moverse. Mientras pasaba junto al Lord, sintió el leve roce de su presencia, una mezcla de protección y posesividad que la dejó aún más confundida. Inuyasha dio un paso hacia ella, pero el leve movimiento de Sesshomaru fue suficiente para detenerlo en seco.

El despacho de Sesshomaru era una mezcla de elegancia y misterio, con estanterías de madera oscura que se alzaban hasta el techo, repletas de libros antiguos cuyo olor a papel envejecido impregnaba el aire. Frente a un enorme ventanal, estaba su escritorio, impecable, con solo algunos documentos y una pluma estilográfica descansando sobre él.

Kagome estaba de pie en medio del despacho, los brazos cruzados mientras lo miraba fijamente, esperando respuestas. Su corazón latía con fuerza, no solo por la confusión que sentía, sino también por la presencia abrumadora de Sesshomaru. Había algo en él que no podía ignorar, algo oscuro y peligroso que la atraía tanto como la aterrorizaba.

—¿Qué eres? —preguntó finalmente, con un tono desafiante que contrastaba con el temblor en sus manos. EL hecho que la habían llamado humana aún resonaba en su mente como un eco imposible de ignorar.

Sesshomaru, apoyado contra su escritorio con los brazos cruzados, la observaba con una intensidad que parecía atravesarla. Sus ojos dorados brillaban en la penumbra, y una ligera sonrisa curvó sus labios.

—Mi familia fue bendecida —respondió con calma, como si esas palabras fueran explicación suficiente.

Kagome frunció el ceño, dando un paso hacia él. —¿Bendecida? ¿Eso es lo que llamas a lo que acaba de pasar? ¿Eres un vampiro y por eso quieres mi sangre? ¿Y qué hay de mí? ¿Por qué me compraste? ¿Vas a alimentarte de mí? —Su voz era firme, pero no podía evitar que un escalofrío recorriera su espalda al pronunciar esas palabras.

Sesshomaru se enderezó y dio un paso hacia ella. —No voy a alimentarme de ti, Kagome —dijo en un tono bajo y casi seductor. Sin embargo, no ofreció más explicaciones, lo que solo aumentó la frustración de la chica.

—Entonces, ¿qué quieres de mí? —exigió saber, retrocediendo instintivamente.

Sesshomaru se mantuvo en silencio, su mirada dorada fija en Kagome como si pudiera desentrañar cada uno de sus pensamientos más oscuros. La joven trató de apartar la vista, pero el peso de su presencia era abrumador, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y opresivo. Cada fibra de su ser le decía que debía correr. Estaba atrapada, no solo físicamente, sino también por la intensidad implacable de aquel demonio. Continúo retrocediendo instintivamente.

—¿Por qué huyes? —preguntó él finalmente, su tono tan gélido como una noche sin luna—. ¿Acaso crees que puedes escapar de mí?

Kagome apretó los labios, tratando de reunir el valor suficiente para responder. Pero antes de que pudiera articular palabra, Sesshomaru inclinó la cabeza ligeramente, estudiándola con una mezcla inquietante de curiosidad y desprecio.

—Eres tan frágil… tan humana —murmuró, su voz cargada de un filo cortante que la hizo estremecer—. Y, sin embargo, hay algo en ti que me fascina. Algo que no puedo ignorar.

Dio un paso más cerca, y Kagome sintió cómo el frío parecía emanar de su figura, envolviéndola en una sensación helada que contrastaba con el calor frenético de su propio cuerpo. Su espalda por fin choco contra el librero, sin espacio para retroceder más.

—No soy tu juguete —logró decir finalmente, aunque su voz temblaba ligeramente.

El Lord arqueó una ceja, una sombra de diversión cruzando por su rostro antes de desaparecer tan rápido como había llegado.

—No necesitas recordármelo —respondió con calma letal—. No te considero un juguete, Kagome. Pero tampoco eres libre de decidir.

Su mano se movió entonces, rozando apenas su mejilla con un contacto que era tanto una caricia como una advertencia. Kagome sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral, y sus dedos se crisparon a los costados.

—Eres mía —declaró Sesshomaru con una certeza que no admitía discusión—. Desde el momento en que cruzaste mi camino, tu destino quedó sellado.

Kagome intentó replicar, pero las palabras murieron en su garganta cuando él inclinó su rostro hacia el suyo, sus ojos brillando con una intensidad casi hipnótica.

—Puedes resistirte todo lo que quieras —continuó él, su aliento frío acariciando sus labios—. Pero al final… siempre cedo a lo que deseo. Y tú… tú no eres la excepción.

Kagome cerró los ojos por un instante, tratando de recuperar el control sobre su respiración, pero el peso de las palabras de Sesshomaru seguía aplastándola. "Eres mía". Esa declaración resonaba en su mente como un eco interminable, despertando algo que no sabía si era miedo, furia… o una atracción que no quería admitir.

Siempre había amado a los vampiros, criaturas de la noche que encarnaban lo prohibido, lo eterno, lo inalcanzable. Pero nunca imaginó que su fascinación la arrastraría a este abismo. ¿Era esto lo que había deseado en secreto? ¿Ser atrapada en una red de sombras y hielo, donde su voluntad parecía desvanecerse como un susurro en la oscuridad?

Sesshomaru se apartó ligeramente, pero su presencia seguía envolviéndola como una niebla impenetrable. Sus ojos dorados brillaban con una mezcla de amenaza y promesa, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando… y disfrutara de ello.

—No luches contra lo inevitable —dijo con voz baja, casi un murmullo—. Cuanto antes lo aceptes, menos dolerá.

Kagome sintió cómo su corazón latía desbocado, pero no era solo miedo lo que la consumía. Era algo más profundo, más oscuro. Algo que la aterraba… porque tal vez no quería escapar.