Capitulo 2.

-Takashi era miembro de los Shinsengumi.

El joven discípulo dejó caer todas las cosas que traía en las manos cuando asimiló lo que acababa de escuchar.

-Me estás jodiendo, Kaoru, no puedes soltarme algo así tan de repente. -El chico se inclinó, junto con su maestra, a recoger las cosas.

-Te he dicho muchas veces que dejes de hablar de esa forma, tienes que ser más educado. -La dueña del dojo Kamiya le frunció el ceño. -Además, tu preguntaste.

-Pero, ¿Cómo…?

Kaoru suspiró mientras volvía a ponerse de pie. -Escúchame bien, sé que es un poco sorpresivo, pero si lo analizas bien, no tiene mucha importancia. Conocí a esas personas mucho antes de que Kenshin apareciera en mi vida, Takashi siempre fue sincero con mi padre, desde un principio nos dijo que había pertenecido a los Shinsengumi, y si te digo la verdad, nunca le presté realmente atención a eso. Nunca me importó. La guerra entre los patriotas y los Shinsengumi era un asunto demasiado lejano para mí, demasiado difícil de comprender, hasta que…-No siguió hablando, solo volvió a suspirar.

-Hasta que apareció Kenshin. -Yahiko terminó la oración por ella y también suspiró. -Igual creo que estás siendo exagerada, no creo que se moleste. Sería absurdo.

-Yo también lo creo, Yahiko, pero, simplemente, no soy capaz de decirlo. -Kaoru dejó de mirar a su alumno y posó su vista en el camino. -No quiero que piense que lo estoy traicionando o algo así… "No quiero que se enoje conmigo, no quiero que vuelva a irse, no quiero que se separe nunca de mí." -Pensó, y aunque podía intuir que sus sentimientos no eran desconocidos para nadie, era incapaz de expresarlos en palabras

-Fea, eso sí que es estar exagerando. -Yahiko la miró con burla. -¿Y qué hay de Hiroshi?

-¡Qué no me digas fea!

-Ya…ya hemos llegado. -Tsubame los interrumpió.

Ambos se sorprendieron al ver la entrada del dojo.

-Los Shinsengumi no importan ahora. -Sentenció Kaoru. -Lo único que importa es que Kenshin nos crea.

-Así es. -Yahiko afirmó y aunque miraba con decisión la puerta, era incapaz de moverse.

-¿Qué estás esperando? Ve a abrir. -Le ordenó la chica.

-¿Y por qué tengo que abrir yo? Es tu casa, estúpida.

-Porque yo te lo estoy ordenando. -Kaoru apretó el kimono con más fuerza contra su cuerpo.

-Eres una cobarde.

-Ja. Mira quién lo dice, ni siquiera eres capaz de abrir una puerta.

-¡Ya está bien! ¡Entren de una vez! ¡Me tienen de los nervios! -La voz de Sanosuke se escuchó molesta del otro lado.

Entraron al dojo sorprendidos de que fuera el peleador callejero el que los estuviera esperando en la entrada.

-¡Me va como una mierda eso de ser sutil! -Los encaró de inmediato, totalmente de frente, como era propio de él. -¡Si tienen algo que decir, díganlo ahora y déjense de rodeos!

Kaoru suspiró, otra vez, y no recordaba otro día en su vida en que hubiera dejado escapar tanto aire. Tsubame se escondió detrás de ella. -Quieres dejar de gritar. -Exigió. -Es cierto, tengo algo que contarles. "Ahora o nunca". -Se repitió en su mente.

-¡Te estoy escuchando, habla de una vez! -El hombre alto le ordenó.

-¿A quién crees que le estás hablando de esa forma, imbécil? -Se defendió. -¡Deja de gritarme ahora mismo!

-Vamos, vamos, Kaoru. -La voz de Megumi los sorprendió a todos. La mujer estaba de pie en el pasillo, junto con Kenshin que traía una bandeja con tazas de té y bocadillos. -El cabeza de pájaro está preocupado por ustedes, desde que llegué no ha dejado de parlotear sobre las posibles enfermedades que podían haber pescado por ahí.

-¡Esto no es asunto de ustedes! -Yahiko no lo soportó más y les respondió con molestia. -¡¿Qué estás haciendo aquí de todos modos?!

-¿Todavía sigues enojado conmigo? -Megumi le sonrió. -Creo que ya me he disculpado muchas veces.

-¡Cállate!

-Por favor, qué tal si nos sentamos y escuchamos lo que la señorita Kaoru tiene que decirnos. -Propuso el samurái, sabiendo que si la discusión se prolongaba no acabaría nunca.

Kaoru tragó el té, pero no pudo disfrutar de su sabor al sentirse observada por todos los demás adultos. Ninguno la apresuraba, le estaban dando su tiempo para que se preparara para hablar, pero no le quitaban la mirada de encima, ansiosos y expectantes. Siendo sincera, prefería mil veces enfrentarse a las preguntas directas y bruscas de Sanosuke, y hasta también a la faceta siempre suspicaz pero comprensiva de Megumi, que, a la expresión siempre sonriente, pero imposible de descifrar, de Kenshin. Odiaba tener que mentirle.

En sus más profundos, oscuros y secretos deseos, estaba el que llegara el día en que pudiera parecerse a su primera esposa, aunque fuera solo un poco, deseaba con ansías adoptar un poco de aquella tranquila personalidad que le habían descrito y que había logrado cautivar y frenar a un Kenshin que ella jamás conocería. Y no era que dudara del hombre que tenía en frente, sabía con total seguridad que este no dudaría en sacrificar su propia vida solo con tal de protegerla, y estaría eternamente agradecida con él, pero ahora quería otra cosa. Quería que Kenshin volteara a verla no como alguien a quien tenía que correr a proteger, deseaba que la viera como una mujer, y no como alguien de quien no se sentía merecedor. Sus ojos se encontraron con los del pelirrojo y sintió que el calor se le subía al rostro.

-Lo…lo siento mucho…esto es mi culpa.

Las tímidas y poco audibles palabras de Tsubame lograron sacarla de sus propios pensamientos, se recompuso y, juntando todo el valor que tanto la caracterizaba, comenzó a hablar. -Claro que no es tu culpa, Tsubame-chan. -Le sonrió a la muchacha y, a propósito, evitó lo más que pudo la mirada del samurái. -Nagaoka Mikio la ha estado hostigando y dice que, como servidora de su familia, Tsubame-chan está obligada a casarse con él.

-¡Pero que mierda de hombre es ese! ¡Oigan, eso ya no se puede hacer! -Sanosuke se recostó con alivio en el pasillo, por un momento había creído que se trataba de algo más difícil de solucionar. -¡Yo mismo iré a darle una paliza!

-¡Por eso es que no queríamos contarte, imbécil! -Le gritó Yahiko. -No podemos hacer eso.

-¿Y qué es lo que quieren hacer? -Megumi le sonrió a la más pequeña. -No te preocupes, cariño, es obvio que no permitiremos jamás que ese hombre te ponga una mano encima.

Kaoru tragó saliva, antes de seguir hablando. -Tsubame-chan ha pedido una semana de vacaciones, así no le traerá problemas al Akabeko ni a Tae-san. Cuando vuelva a trabajar, quiere que la acompañemos a realizar una denuncia a la policía. Y, si fuera posible, queríamos hablar directamente con tu amigo, Kenshin. -Lo miró otra vez, directamente, haciéndole frente con todo el coraje que podía juntar.

-No creo que a Saito le tome demasiados problemas controlar a un hombre como Mikio. -Kenshin le sonrió tranquilamente a la pequeña señorita que mantenía su mirada baja. -Así que, señorita Tsubame, no tienes de qué preocuparte, nosotros te ayudaremos. Aquí podrás pasar tu semana de vacaciones tranquilamente, ni Mikio ni sus hombres se acercarán al dojo.

-¡No se quedará aquí! -El discípulo del dojo Kamiya Kasshin habló con brusquedad. -¡Mañana se irá a visitar un familiar lejano…! ¡Irá…!

-Necesitamos que nos acompañen a dejarla al ferrocarril. -Kaoru terminó de hablar por él. -Creemos que quizás Mikio o sus hombres intenten hacerle algo en el trayecto.

-¿Y por qué no puede quedarse aquí? -Kenshin preguntó, mientras sus ojos observaban a la maestra y luego a su alumno.

-Mi tía…Mi tía me estará esperando. Es un viaje…es un viaje que tenía planeado desde hace un tiempo. Por favor, sé que es una molestia, pero si pudieran ir a dejarme al ferrocarril, estaría realmente muy agradecida. -Fue la tímida trabajadora del Akabeko la que los ayudó a completar la mentira.

Al samurái no le quedo de otro remedio que aceptar. -Por supuesto que la iremos a dejar, señorita Tsubame, y no es ninguna molestia.

-¡Oye! ¿Armaste tanto escándalo solo por esto? -Sanosuke le preguntó molesto a la maestra de kenjutsu.

-Tú no tienes que ni siquiera venir. -La chica le respondió enseguida. -Con Kenshin será más que suficiente, tú no eres necesario.

El peleador quedo callado e indignado por el trato recibido, mientras Megumi reía quedamente.

-Iré a preparar una habitación para que Tsubame pasé la noche. -Kaoru se puso de pie. -Yahiko le hará compañía. ¡Así que todos ustedes la dejarán en paz! ¿Me escucharon?

Todos los adultos asintieron.

Tsubame se ofreció a preparar la cena y Yahiko se vio obligado a acompañarla.

Megumi terminó de beber su té tranquilamente y observó de reojo a los otros dos hombres que quedaron a su lado. Sanosuke estaba molesto y, en cierto modo, lo comprendía, era un idiota poco observador, pero su instinto lo obligaba a estar con la guardia en alto porque intuía que algo no andaba bien. Y Kenshin, era simplemente Kenshin. No iban a engañarlo. -Bien. -Dijo sonriendo. -No sé qué es lo que están ocultando, pero está claro que no tienen deseos de compartirlo.

-¡Cómo si fueran a engañarme tan fácil! -Sanosuke casi gritó.

-No te hagas el importante. -Lo regañó Megumi. -No tienes idea de lo que pasa, si nosotros no estuviéramos aquí, no te darías cuenta de absolutamente nada.

-Cierra la boca, mujer.

-Se inventaron una buena mentira, hay que reconocerles eso. -Megumi volvió a sonreír.

Kenshin suspiró. -Es como si alguien les hubiera dicho lo que tenían que decir. -Pronunció suavemente, tratando de encontrar el porqué de tanto misterio.

-Quizás no debamos preocuparnos tanto. -Comentó la doctora. -Después de todo, quieren hacer una denuncia a la policía y no involucrarse directamente, están mostrando algo de madurez.

Kenshin se dirigió a la cocina y encontró a Yahiko batallando con una cebolla, no podía cortarla como la chica le indicaba y estaba comenzando a frustrarse. "Tan parecido a su maestra". Pensó.

Le quitó la cebolla de las manos y lo hizo por él y, mientras cortaba pequeños cuadritos de la verdura, lo observó de reojo, tratando de encontrar aquello que con tanto esmero le ocultaban.

-¿Qué me ves? -Preguntó el joven al descubrirlo.

-¿En verdad todavía seguirás enojado con la señorita Megumi y con Sanosuke?-Decidió que lo mejor era comenzar por otra parte.

Yahiko se revolvió su cabello con frustración y recordó, inevitablemente, porque estaba tan enojado con esos dos.

Dos días después de que Saito los llevará a casa, se encontraba afuera del dojo, repitiendo una y otra vez un movimiento que se la había hecho especialmente difícil, mientras que Kaoru lo corregía sentada en el engawa. Ni siquiera se había fijado en qué momento habían llegado, pero su concentración se perdió al escuchar la voz de Sanosuke con Megumi, que se habían sentado junto a su maestra.

-La verdad. -Pronunció la doctora. -Ahora siento un poco de lástima por Enishi.

-¿Qué estás diciendo mujer? -Respondió el luchador. -Él mismo se forjó su propio camino.

-Por eso lo digo, hizo todo lo que tuvo al alcance, dio todo de sí mismo para vengar a su hermana, pero la realidad le reventó en la cara al descubrir que esta misma jamás le hubiera permitido hacer nada que lastimara a Kenshin.

-¡Concéntrate, Yahiko! -Kaoru le gritó y se unió a la conversación de los demás, sin dejar de mirarlo. -Creo que, en el fondo, lo que realmente le afectó fue el hecho de no ser capaz de darse cuenta de los verdaderos sentimientos de su hermana. Era su único familiar, él la amaba más a que a nada. -El tiempo transcurrido ya le había dado la capacidad de hablar de él como un tema casi casual.

Sanosuke volvió a hablar. -Bueno, si lo dicen así, a mí también me da un poco de lástima.

-¡¿Yahiko?! ¿Qué estás haciendo? -Kaoru le gritó, pero, por la sorpresa, no alcanzó a detenerlo.

-¡Ni una mierda de lástima debería darles es pedazo de basura! ¡¿Me oyen?! -Había lanzado su propia espada y si no fuera por los reflejos de Sanosuke que la atajó en el aire, hubiera golpeado a Megumi.

La maestra se puso de pie de inmediato. -Yahiko, discúlpate de inmediato. Pudiste haber lastimado a Megumi-san.

-¡Pues me importa una mierda! ¡Tendría lo que se merece por estar hablando estupideces! ¡Escúchame, zorra, no te permito volver a pronunciar el nombre de ese desgraciado en esta casa!

-¡Yahiko! -Kaoru le gritó para intentar calmarlo, pero le fue imposible.

Sanosuke aún mantenía su brazo extendido, sujetando la espada, sorprendido por la rabieta del muchacho. Megumi lo entendió de inmediato y no pudo evitar sonreír dulcemente.

-¡¿Te hago gracia, estúpida?! -El joven se molestó aún más, se puso furioso. -¡Te atreves a hablar de ese imbécil con total libertad porque no fue a ti a quien se llevaron de casa en contra de su voluntad! ¡No me importa que seas una mujer, te borraré de la cara tu puta sonrisa ahora mismo!

Kaoru lo sujetó por atrás firmemente, totalmente segura de que, si no lo hacía, su discípulo sería capaz de saltarle a golpes a la otra mujer.

-¡Suéltame, Kaoru! ¡La voy a hacer papilla! ¡Aprenderá a mostrar respeto! ¡Suéltame!

-Yahiko, por favor, tranquilízate. -La voz de Kenshin lo sorprendió, pero no lo detuvo.

-¡¿Acaso también vendrás con lo mismo, pedazo de estúpido?! ¡Ni se te ocurra mencionarlo! ¡Ninguno de ustedes! ¡No vuelvan a nombrarlo! -Continuaba retorciéndose entre los brazos de su maestra, pero no lograba soltarse.

Kenshin le sonrió. -La señorita Kaoru todavía tiene el hombro lesionado, si sigues así, se lastimará aún más.

Eso fue todo. Dejó moverse. Dejó de forcejear de inmediato, pero los brazos de Kaoru jamás se separaron de su cuerpo.

Megumi sintió como los ojos se le llenaban de lágrimas, no las dejó escapar, respiró profundo, se puso de pie y comenzó a caminar con determinación hacia el chico. Sin embargo, su intención fue mal interpretada.

-Ten cuidado con lo que piensas hacer, Megumi. -Kaoru la observó fieramente. -Entiendo que el chico se ha pasado, pero sigue siendo mi discípulo.

La doctora la ignoró caminando hacia ellos y, cuando los tuvo al alcance, los envolvió a ambos en un abrazo. -Lo siento mucho, de verdad. -Se separó un poco y acarició tiernamente los cabellos del niño. -No volverá a ocurrir, te lo prometo.

El samurái suspiró al mismo tiempo que observaba por el rabillo del ojo como Sanosuke les daba la espalada a todos para no mostrar su rostro.

-¡Sanosuke! -Megumi le gritó. -¡Ven a disculparte ahora mismo!

El hombre, ya recompuesto, se volvió a mirarlos y se rascó la cabeza. -Bien, bien, me disculpo. La he cagado.

-¡Déjenme entrenar, estúpidos! -Les gritó el más pequeño, con un fuerte rubor en las mejillas.

-Están bastante arrepentidos por lo que dijeron, deberías tratar de disculparlos. -Kenshin le sonrió.

-¿Qué hay de ti? -Le preguntó. -¿También sientes lástima por él?

Por un instante, el samurái pensó en evadir la pregunta, pero la mirada intensa de aquel joven, no se lo permitió. -No. -Yahiko se merecía la verdad. -No siento lástima, siento culpa. -Le confesó. -Por él y, sobre todo, por la señorita Kaoru. –"Y también por Tomoe". -Pero intuyo que mencionar el nombre de la que había sido su esposa no sería bien recibido por el muchacho.

-¡Pues yo prefiero odiarlo! -Medio le gritó. -¡Lo odio por lo que hizo!

-Tus sentimientos son completamente válidos.

-¡Todos deberían odiarlo! ¿Qué es eso de estar teniendo sentimientos tan complejos? Nos hizo daño. ¡Le hizo daño! -Yahiko respiraba aceleradamente y apretaba sus puños con fuerza.

Y Kenshin lamentó no haberse dado cuenta antes de las emociones contenidas de aquel chico. Había tenido que pasar mucho tiempo para que recién vieran algún tipo de reacción por parte de él expresada en palabras, pero, cuando volvieron al dojo, no era raro encontrarlo durmiendo fuera de la habitación de Kaoru, y también pasaron un par de meses en los cuales la seguía a todas partes, siempre vigilándola, siempre pegado a su lado. Y solo fue por la propia intervención de la maestra del dojo, que aflojó un poco con la protección que había impuesto.

La supuesta muerte de Kaoru había afectado a todos a niveles que nadie era capaz de llegar a reconocer, el dolor y la impotencia los había hecho darse por vencidos de inmediato. La habían abandonado. Solo el muchacho que tenía delante, aún con sus cortos años, se había quedado a dar pelea, aun cuando también debía haber tenido el corazón hecho pedazos. Posó una mano en su cabeza en un gesto cariñoso. -La señorita Kaoru debe estar muy orgullosa de ti. Todos lo estamos.

Yahiko se deshizo del contacto de inmediato con las mejillas ruborizadas. -¿A qué viene eso?

-A que un muchacho como tú, no debería albergar esos sentimientos de odio en su corazón. -Kenshin volvió a su labor en la cocina. -Eres demasiado venerable para eso.

-No puedo evitarlo.

-Lo sé. -Kenshin volvió a sonreírle. -Pero pregúntate esto. ¿Crees que puedas afirmar que la señorita Kaoru lo odie por lo que hizo?

Yahiko guardó silencio de inmediato.

-No lo hace. -Continuó Kenshin. -Porque es igual que tú, así que, en tu interior, deberías tratar de encontrar la forma de perdonarlo y deshacerte de cualquier sentimiento negativo.

El chico frunció el ceño. -Será difícil. -Admitió.

-Lo sé. -Volvió a observarlo y supo que ahora era el momento. -¿Hay algo que desees contarme? -Tanto Yahiko como la otra niña se tensaron notoriamente, eran demasiado pequeños todavía para poder controlar las reacciones de su cuerpo y ninguno de los dos estaba acostumbrado a mentir.

-No. No hay nada. -Yahiko respondió con seriedad y, por primera vez desde que Kenshin había entrado a la cocina, bajó la mirada.

-Bien. -El samurái sonrió nuevamente. –"Será un poco más difícil de lo que pensaba". No conseguiría sacarle información al muchacho, no así, a este no le gustaba mentir, prefería ir siempre de frente, pero la lealtad hacia su maestra era mucho más fuerte e intensa. Entendió que la verdad, o lo que sea que ocultaban, lo tendría que descubrir a través de ella.

A la mañana siguiente, todos los integrantes del dojo Kamiya estuvieron listos y preparados para dirigirse a su destino.

-¿Qué rayos hacen aquí ustedes dos? -Le preguntó Kaoru mirando a Sanosuke y Megumi.

-Anda, te levantaste de pésimo humor. -Megumi sonrió. -Por esa razón, pienso que Ken-san, debería venirse conmigo unos días, así descansaría de tus maltratos. -Pronunció maliciosamente, colgándose del brazo del samurái.

-¡Cierra la boca! -Kaoru la observó con rabia. -¡Y quítate de encima! -La separó del brazo de Kenshin.

-¡Ya déjense de estupideces y vámonos! -Yahiko gritó exasperado.

Una vez que llegaron a la estación y Tsubame compró el boleto, a la maestra de Kenjutsu los nervios comenzaron a apretarle el estómago. Sabía que no tenía que hacerlo, se repetía intensamente en su mente que no debía hacerlo, pero, de todas formas, miraba disimuladamente a su alrededor, esperando encontrar las caras de sus otros amigos. Confiaba plenamente en las habilidades de Takashi para sacar a Tsubame del ferrocarril, pero no estaba tan segura si iba a poder hacerlo sin que Kenshin se diera cuenta.

La hora había llegado. La chica se despidió de todos y se marchó.

-¡Ya está hecho! ¡Vámonos a casa! -Yahiko emprendió rápidamente el camino de vuelta.

-Oye, mocoso, porque tanta prisa, ya que estamos aquí, comamos algo. -Sanosuke se alzó de hombros despreocupadamente.

-¡Yo no te invitaré nada! -Kaoru le respondió mucho más a la defensiva de lo que ella misma esperaba.

-¿Pueden decirnos por qué están tan nerviosos? -Megumi los miró acusadoramente. -La chica estará bien. Dentro de una semana, la vendremos a buscar, haremos la denuncia y dejaremos que Saito se haga cargo de Mikio. Si lo pensamos es un muy buen plan, uno bastante maduro. Veo que han crecido mucho, niños. -Los molestó.

-Mete tus narices en tus propios asuntos. -Yahiko le hizo un infantil desprecio. -Bien. ¿Dónde comeremos? Yo creo que la mejor opción es allá. -Señaló un lugar bastante apartado de la estación.

-Me parece. No podemos irnos sin comer algo delicioso. -Sanosuke exclamó contento. -Después de caminar me da hambre.

-Siempre tienes hambre. -Megumi le reprochó. -Y nunca traes dinero.

Kenshin solo sonrió al escucharlos discutir.

Kaoru se distanció un momento, quedando atrás de todos y aprovechando que estaban entretenidos decidiendo que comer, miró hacia atrás y notó como el ferrocarril se alejaba cada vez más hasta el punto en que ya fue incapaz de verlo. "Por favor, que todo salga bien" . Pidió en su mente.

-¿Hay algo que la preocupa, señorita Kaoru?

Dio un brinco por la impresión y le frunció el ceño al samurái. -Te dije que dejarás de hacer eso.

Kenshin le ofreció un dulce y le sonrió. -Lo siento, no pretendía asustarla. ¿Está buscando a alguien?

-No…claro que no…-Tomó el dulce con delicadeza y le sonrió de vuelta tímidamente -Solo estoy preocupada por Tsubame-chan. -Reconoció.

En otro de los puestos del comercio, alejado de donde ellos estaban, Hiroshi, su esposa Yasu, y la esposa de Takashi, Airi, observaban divertidos la situación, en su propio puesto improvisado de ropa. Habían quedado de acuerdo en que solo Takashi sería el que iría a la estación a buscar a la niña, pero quisieron tomar sus propias precauciones por si se presentaba algún problema.

-Pero miren que bien portada. -Hiroshi sonrió burlón, acomodando las telas por colores.

-No la molestes, cariño. -Su esposa, embarazada de 6 meses, sonreía con ternura. -Una mujer siempre querrá dar la mejor de las impresiones ante el chico que le gusta. Además, hacen una bella pareja.

-No quiero arruinarles su diversión. -Dijo Airi. -¿Pero alguno vio en qué momento se acercó a la princesa con un dulce en la mano para ella?

Hiroshi frunció el ceño. -No por nada es conocido como el más fuerte de los patriotas.

La mujer embarazada sonrió. -Pues eso de la velocidad divina solo le servirá en los combates, a mi punto de vista es un hombre bastante lento.

-¿Qué quieres decir? -Airi le preguntó.

-Qué ya ha pasado bastante tiempo, ya es hora de que emplee otro tipo de acercamiento. -Comentó divertida.

-Qué locuras dices, mujer. -Su esposo hizo un intento de reprenderla.

-¿Qué? -Yasu le hizo un gesto despreocupado con los hombros. -Por si no lo han notado, Kaoru-chan es toda una mujer ahora, y una mujer hermosa, ella necesita un hombre a su lado, no solo un guardaespaldas.

-Ya, ya, mejor pongan atención. -Airi interrumpió su conversación y los tres volvieron a mirarlos disimuladamente sin querer perderse movimiento alguno del samurái.

-No creo que deba preocuparse, señorita Kaoru. -Kenshin la animó. -Estoy seguro que Saito hará algo al respecto y Nagaoka y sus hombres dejaran de molestar a la señorita Tsubame.

-Tienes razón. -Kaoru asintió y le regaló una sonrisa mucho más segura.

-Ahora deberíamos acercarnos a los demás. -Le dijo con su usual sonrisa, pero una vez que la chica le dio la espalda, cambió su expresión a una seria y fría, y fijó sus ojos en las personas que estaban varios puestos alejados de ellos, pero que sabía no habían dejado de observarla.

Horoshi, su esposa Yasu y Airi sintieron un escalofrió por la espalda. Se supieron descubiertos, pero se compusieron casi al instante y continuaron ofreciendo sus prendas como si nunca hubieran recibido una mirada asesina.

-No se lo ha tragado. -Dijo Hiroshi con una falsa sonrisa. -Puede que no se haya enterado todavía de la verdad, pero sabe que algo pasa.

-Casi me muero del susto. -Airi tomo aire profundamente. -Es un hombre realmente peligroso.

Yasu también sonrió. -Creo que se enojó por que la estábamos mirando. O, mejor dicho, por tú la estabas mirando. -Le dijo a su esposo.

-Si nos dedicó una mirada como esa solo por estar mirándola, no me quiero imaginar lo que nos hará si se entera que la estamos ayudando a meterse en algo peligroso. -Le reprochó su esposo.

-De todas formas, creo que son buenas noticias para Kaoru-chan. -Yasu acariciaba su panza tranquilamente.

-Yasu, el embarazo te tiene un poco mal ¿Verdad? -Hiroshi la observaba preocupada. -Te dije que no tenías que venir.

-Vamos, cállate, no entiendo porque todos los hombres tienen que ser tan estúpidos. -La mujer le habló a su panza. -Espero que tú seas una chica, pero si no, no te preocupes, tú madre te enseñará muy bien todo lo importante.

Airi sonrió dándole la razón.

-No las estoy siguiendo. -Reconoció Hiroshi.

La esposa de Takashi suspiró. -Creo que el patriota es un hombre posesivo y celoso.

-¿Celoso? -El único hombre del puesto no les creía para nada. -Yo más bien creo que es un hombre precavido.

-Cariño. -Su esposa lo corrigió. -Si nosotros presentáramos algún tipo de peligro para Kaoru-chan, estoy segura que Himura habría hecho mucho más que solo mirar hacia acá. Se ha enfadado porque ha descubierto a otro hombre mirando a su mujer y la prueba está en que esperó a que la princesa le diera la espalda para lanzarnos su mirada de asesino.

-Entonces ¿Creen que les haya creído la mentira o no? -Hiroshi suspiró frustrado.

-No lo sé. -Airi doblaba las telas diligentemente. -Sus sentidos son demasiado agudos, lo más probable es que sospeche que le están ocultando algo.

El regreso al dojo ocurrió sin ningún percance.

Después del almuerzo Sanosuke acompañó a Megumi a la clínica, y Kenshin partió al mercado a comprar las cosas que la dueña de casa le había ordenado.

Kaoru y Yahiko se dejaron caer de espaldas en el suelo del dojo, suspirando aliviados. La primera parte de su plan había resultado relativamente bien. A esa hora del día, lo más probable era que la pequeña Tsubame estuviera muy bien escondida en la casa de Takashi. Lo único que faltaba era recuperar el papel y hacerlo desaparecer.

-No quiero que vayas sola. -Le dijo el chico. -Es peligroso.

-Yahiko. -La mujer suspiró. -Si alguien ve a un niño entrar a la casa de Mikio es obvio que del primero que sospecharán será de ti. En cambio, si yo voy disfrazada de hombre, aunque me vean, no sospecharan de nosotros.

-Pero…

-Pero nada. -Kaoru lo detuvo. -Además, tú también escuchaste lo que nos dijo Tsubame en el puesto de ropa, mañana en la noche, Mikio y sus hombres siempre se van de juerga a la misma casa de placer, la han hecho una rutina inquebrantable. Solo dejan a uno o dos hombres vigilando su casa. Será sencillo. En lo que tenemos que concentrarnos ahora, es en lograr que Kenshin también salga.

Sanosuke apareció en la entrada del dojo y, maestra y alumno, sonrieron. Él sería mucho más fácil de engañar y, sobre todo, si estaban solos.

-Sano, acércate. -Le pidió Kaoru, sentándose en el suelo, invitando al otro hombre a hacer lo mismo.

-¿Qué pasa? -El más alto preguntó de inmediato.

-Queremos que hagas algo por Kenshin. -Le dijo Yahiko. -Algo que él no se atreverá a pedirte.

-¿Qué mierda es esto?

Kaoru se revolvió el cabello. -Escúchame, idiota, ha pasado demasiado tiempo ya, y Kenshin no ha hecho nada más que estar aquí encerrado. Quiero que salga, aunque sea una noche, a divertirse y a despejarse. Se lo merece.

-¿Y que tengo que ver yo en todo esto? -Preguntó el peleador.

-Qué tú eres su amigo. -Kaoru lo observó con determinación y le tendió un sobre con dinero. -Mañana en la noche quiero que te lo lleves a esa casa de apuestas a la que han ido otras veces, quiero que lo ayudes a relajarse. Y te lo estoy pidiendo porque sé que contigo se comportará de manera diferente a si nosotros dos hacemos algo por él ¿Entiendes?

-Esto es todavía más sospechoso. -Le dijo sin recibir el sobre.

-¡Pues claro que lo es! -La chica alzó su voz. -¿Crees que aceptará algo de mi parte? No te lo estaría pidiendo si no lo conociera. Él también se merece un poco de descanso y nosotros no podemos brindárselo. Si tú eres el que lo hace, su disposición será totalmente distinta. ¿Entiendes? Por favor, Sanosuke, ayúdanos. -Sabía que no debía sentirse orgullosa de su mentira, pero lo había hecho bien, tanto que Yahiko también la miraba con asombro.

-¡Maldita sea! ¡Está bien! -Sanosuke le arrebató el sobre de las manos. -Y dejen de estar tan misteriosos, par de idiotas, preocupan a los demás.

Kaoru sonrió. -Estábamos tratando de buscar el momento para decírtelo, estúpido. No iba darte dinero delante de Kenshin.

-Más te vale que no desaproveches el dinero, Sanosuke, o Kaoru te matará. -Yahiko le sonrió.

-Cállate, mocoso.

-Y, Sanosuke. -Kaoru lo observó con advertencia. -Te estoy dando este dinero para que lo lleves a la casa de apuestas y nada más, te despellejaré vivo si me entero que has utilizado el dinero en otro tipo de diversión.

El hombre soltó una carcajada. -Señorita, temes que me lleve a tu hombre a un prostíbulo.

-¡Cierra la boca, Yahiko es un niño, imbécil! -Kaoru le reclamó ruborizada.

-Por mí ni se molesten.

Kenshin caminaba por el mercado tranquilamente, ya había pasado por todos los puestos en los que solía comprar los víveres e insumos para la casa, y todavía no daba con el lugar que buscaba. Había visto el nombre en el envoltorio del kimono que Kaoru había comprado el día anterior y sus sospechas fueron en aumento al cerciorarse de se trataba de un puesto bastante alejado. Llegó al lugar y lo observó detenidamente, tenían varios kimonos doblados ordenadamente en una repisa afuera, pero suponía que debería haber muchos más adentro de la tienda, y también un lugar apropiado para que las personas se probaran las prendas. A buenas y primeras, solo parecía un simple puesto de ropa.

En el puesto de enfrente, Yasu observaba la espalda del pelirrojo, sentada desde su lugar. Su esposo había tenido razón. No habían logrado engañarlo.

-Bueno, por lo menos, Hiroshi no está aquí, así que no quedarás viuda. -Airi que armaba las cajas para poner los dulces sonrió divertida al ver la cara de disgusto que le dedicaba su nuera.

-Buenas tardes.

Ambas mujeres saltaron del susto y vieron que el samurái les regalaba una sonrisa amistosa. Solo le habían quitado los ojos de encima unos segundos.

-Mierda. -Yasu le frunció el ceño. -¿Me quieres hacer parir antes de tiempo? -Le preguntó acariciando su panza.

-Lo siento mucho. -Kenshin la observó tranquilamente. -Pero me gustaría comprar unos cuantos dulces.

-Ya está bien. -Fue Airi la que lo enfrentó. -Te conocemos, hombre. -Le sonrió. -Te has vuelto un poco famoso por estos lados.

-¿Yo? -Preguntó de forma inocente.

-"Si, hazte el muy imbécil, pero a nosotras no nos descubrirás tan fácil" -Fue lo que realmente hubiera querido responderle, pero le sonrió amigablemente, casi igual que él. -Desde que te enfrentaste a la policía hace un tiempo y también por todas las personas a las que has ayudado luego de eso, te has vuelto muy popular. De hecho, mi esposo es un gran admirador tuyo.

Yasu soltó una pequeña carcajada. -¿De cuáles dulces desea llevar, señor samurái? -Le preguntó con una sonrisa divertida.

-Por favor, díganme Kenshin. -El hombre eligió los dulces y luego volvió a mirarlas. -Espero que su bebé nazca muy bien.

-¡Por supuesto! ¡Traeré al mundo a un bebé fuerte y sano! -Yasu le sonrió con confianza.

Una vez que el pelirrojo se despidió de ellas, Yasu volvió a sonreír. -Que cruel eres, Airi, dijiste que Takashi-san es admirador de un patriota.

La aludida rio quedamente. -Kaoru-chan tendrá problemas, no tiene la experiencia para manejar a un hombre como este. Estoy segura que se ha llevado los dulces solo con la intención de observar su reacción.

-No seas tan pesimista. -Yasu volvió a sonreír. -Además, nosotras mismas le dijimos a Kaoru-chan lo que tenía que decir si algún día sucedía algo como esto.

-La princesa es muy mala mintiendo, y peor todavía, improvisando. El samurái estará con toda su atención en ella.

-Pues nada como una buena sesión de sexo para distraerlo. -Yasu comentó con diversión.

Fue Airi la que rio esta vez. -Sabes que Kaoru-chan no ha llegado a ese nivel todavía.

-Pues ya es tiempo. -Yasu volvió a acariciar su panza con cariño -Si el hombre no quiere tomar la iniciativa porque es un caballero, ella debería seducirlo, meterlo en su cama, y al otro día lo tendría pidiéndole matrimonio. Es simple.

Airi negó son su cabeza divertida. -Eres terrible ¿Sabes?

Kenshin volvió al dojo con todos los encargos, preparó el té e invitó a los demás a compartir los dulces. Se sentía un poco mal al saber que daría un golpe bajo, pero ella era la testarudez personificada y hacerla ceder por las buenas sería casi imposible.

Megumi ayudó a Kenshin a disponer las cosas, mientras que los demás iban llegando. La última en aparecer fue la dueña de casa.

-Estos están realmente buenos, Kenshin, tienes bueno ojo. -Sanosuke ni siquiera terminaba de comer para hablar.

-Podrías comportarte, idiota, estamos todos comiendo. -Megumi lo regañó como de costumbre.

Kenshin sonrió y le tendió con cuidado los dulces a la joven. -Pruébelos, señorita Kaoru, y me dice que le parecen.

Kaoru pasó saliva con dificultad. "Mierda, mierda, mierda" -Miraba los dulces y en lo único que podía pensar era en que la había descubierto. Se mordió el labio inferior y enfrentó la mirada del samurái quien estaba totalmente concentrado en ella. Apretó un poco los dientes, sintiendo que el rostro se le acaloraba, pero no se amedrentó. -Gracias, Kenshin. -Tomo un poco de aire antes de seguir hablando. -Pero estos dulces ya los he probado antes, las personas que los venden solían ser amigos de mi padre. -Repitió exactamente las mismas palabras que sus amigas le habían dicho que dijera. Pronunció palabra por palabra, tal como lo había ensayado muchas veces.

Kenshin volvió a sonreír. -Qué casualidad. -Le dijo. –"Pequeña mentirosa" . Pensó con cierta diversión.

-¡Pero están realmente buenos! -Sanosuke volvió a exclamar con gusto.

El otro día llegó y, mientras Kaoru y Yahiko entrenaban en el dojo, junto a otros jóvenes alumnos, Sanosuke hacía un esfuerzo realmente grande intentado convencer a Kenshin para que lo acompañara a la casa de apuestas.

-No creo que sea buena idea. -Dijo el samurái.

-Vamos, Kenshin, solo serán un par de horas. Vamos a divertirnos, hombre.

Megumi suspiró. -Yo me ofrezco a quedarme en el dojo con ellos. -Pronunció la mujer. -Los mantendré vigilados, lo prometo. No puedo decir que este sea la mejor compañía, pero deberías salir y relajarte.

-¡Oye! -El hombre más alto protestó enseguida.

Kenshin suspiró. -Está bien. Solo dos horas y volvemos a casa. -Aceptó solamente para que Sanosuke lo dejará en paz.

-¡Muy bien!

La noche llegó y los hombres partieron a la casa de apuestas.

-Megumi-san. -Kaoru la llamó hacia la cocina. -¿Podrías ayudarme con algo, por favor?

-¿Qué sucede?

-La otra vez me ayudaste con una infusión para los cólicos, ¿Podrías…?

-Por supuesto. -La mujer sonrió y comenzó a hurgar en la cocina para buscar las hierbas que necesitaba. Preparó un té y se lo tendió a la muchacha que la esperaba tranquilamente. -Esto debería servir, después de enseñaré a prepararlo para que lo hagas tú misma este otro mes.

Kaoru le sonrió. -Muchas gracias. -Lo recibió y sonrió al sentir el agradable aroma. -Me acostaré temprano, Megumi-san. -Le dijo. -Yahiko quiere hablar contigo, pero no sabe cómo hacerlo, y conmigo ahí, le será casi imposible ¿Podrías ayudarlo un poco, por favor?

-Por supuesto, Kaoru, pero dime ¿Tú no estás molesta por lo que dijimos?

La más joven la observó con sorpresa. -Claro que no. -Respondió con sinceridad. -He perdonado a Enishi por lo que hizo hace bastante tiempo, encuentro que todos deberíamos hacerlo, pero a Yahiko le ha resultado muy difícil. Cada vez que he intentado hablar con él ha resultado un total desastre.

-Yo hablaré con él. -Megumi le sonrió. -No te preocupes, tú vete a descansar.

-Muchas gracias. -Kaoru se despidió de ella, entró en su habitación y comenzó a prepararse. Solo la primera parte de la conversación con Megumi había sido mentira, y encontraba que su actuación había sido bastante pasable. Y maldecía no poder mentir de esa manera y no controlar sus emociones cuando él estaba presente.

Apretó mucho más las vendas de sus pechos, no solo necesitaba cubrirlos y sostenerlos, necesitaba ocultarlos casi por completo. Aquello le dificultaba un poco la respiración, pero pretendía ser rápida. Se vistió con un traje de hombre que mantenía muy bien escondido debajo de unas tablas sueltas del piso de su habitación, junto con la vieja espada que había pertenecido a su abuelo, y se la ciñó firmemente al cinto en su cintura. No estaba totalmente acostumbrada al peso de una espada de verdad, pero los hombres de Mikio no eran tan hábiles, además estarían aburridos y distraídos, si es que había más de uno. Sujetó su cabello con ahínco y lo ocultó debajo de un oscuro sombrero, y terminó su atuendo cubriendo su cuello hasta la nariz por una bufanda completamente negra.

Estaba lista.

Salir del dojo a hurtadillas hacía que el corazón le latiera de prisa. No lo había vuelto hacer desde que Kenshin había llegado a su casa. Movió silenciosamente las viejas tablas de la pared del patio trasero y salió de su casa gateando por un pequeño espacio. Movió unas plantas de afuera, intentado tapar el agujero, ya que, si lo cerraba, no lo podría volver a abrir desde afuera sin meter ruido.

Estaba hecho.

Caminó rápidamente, evitando ser vista por las pocas personas que andaban en la calle. Llegó a la casa de Nagaoka Mikio y tuvo que tomarse un minuto para calmar su respiración y el temblor de sus manos. Escaló con dificultad una de las paredes, dándose impulso con unas cajas de madera que encontró. Saltó al interior y se topó frente a frente con el supuesto guardián, que ya iba por la segunda botella de sake.

-¿Quién mierda eres, maldito? -El hombre sacó su espada y se puso en guardia, pero, por culpa del alcohol, no podía mantenerse derecho.

Atacó deprisa, aprovechando su oportunidad y su suerte. Sacó su espada del cinto y, sin desenvainar, le propinó un certero golpe en el cuello a su rival, dejándolo inconsciente de inmediato.

-Muy bien, eres bueno, te lo reconozco.

La otra voz masculina no la sorprendió, cuando atacó al primer hombre, lo vio acercarse por el rabillo del ojo.

-Pero conmigo no te será tan fácil, a mí no me gusta mucho el alcohol. -El hombre desenvainó y apresuró su ataque contra ella.

Detuvo la espada de su contrincante con la suya propia, todavía sin desenvainar. Con ambas manos y utilizando todo el peso de su cuerpo, le hizo frente. Aun así, sintió que era empujada hacia atrás. En una pelea de verdad, ella no podía permitirse un combate a fuerza bruta, saldría siempre perdedora. Así que, aunque le disgustaba y lo encontraba una total bajeza en un supuesto duelo limpio, hizo lo que Takashi le había enseñado. Estiró su cuello, liberando su boca de la prenda que la cubría y le escupió en la cara al otro hombre, haciendo que perdiera la concentración y ella lo aprovechó para alejarse de él, ocultando su rostro de inmediato.

-¡Maldito, desgraciado! -El desconocido se limpió el rostro con asco. -¡Desenvaina tu espada ahora mismo!

Kaoru pudo esquivar sus ataques con facilidad, todos y cada uno de ellos, el hombre, por más que lo intentó no fue capaz de acertarle ninguno. Cuando logró comprender la razón, la sorpresa la dejó paralizada por unos segundos. Fatal error. El hombre la pilló desprevenida y atacó con furia. La chica alcanzó a poner su espada como defensa, pero sabía que con la fuerza del ataque terminaría tirada en el suelo. Además, por el peso de esta no podía mover con igual rapidez una espada de verdad.

Antes del ataque una roca golpeó la pierna derecha del hombre, logrando que perdiera el equilibrio.

Y fue todo lo que la chica necesitó. Lo golpeó con rudeza en el cuello y cayo inconsciente a sus pies. Miró hacia el árbol y frunció el ceño. -¿Qué estás haciendo aquí, Hiroshi? Se supone que esta era mi parte.

El aludido saltó del árbol y quedo en el patio junto con ella. -Nos preocupas, princesa. -Le sonrió. -Además, esta vez no puedes permitirte ni un solo rasguño o tu samurái se dará cuenta.

Volvió a sentir aquel molesto calor en el rostro y suspiro. -Este hombre fue alumno de mi escuela, por eso podía predecir tan fácilmente sus ataques.

-No importa. Démonos prisa y encontremos el papel.

No les costó trabajo y también se llevaron otros tantos documentos y pergaminos que fueron encontrando en el camino. Lo más sencillo sería hacerlo parecer un robo.

En menos de una hora, Kaoru ya estaba de vuelta en el dojo. Hiroshi la había ayudado a meter en total silencio las cosas por el agujero por el cual había salido y se despidieron rápidamente.

Sonrió victoriosa mientras volvía en completo silencio a su habitación con una caja en los brazos. Se desvistió, se puso su yukata para dormir y volvió a levantar las tablas del piso para esconder sus cosas. Las manos habían vuelto a temblarle que terminó por dejar caer la espada al suelo, rompiendo el silencio. Maldijo a sus nervios y se apresuró a terminar de ocultar sus cosas.

Los otros dos que se encontraban en la casa y que jugaban tranquilamente un juego de mesa, con todos sus rencores solucionados, se sobresaltaron ante aquel ruido. Yahiko se puso de pie, tirando todo a su paso, tomó su espada y corrió hacia la habitación de su maestra.

-¡Kaoru! -La llamó con desespero. -¡Kaoru!

-Yahiko, espérame, no corras así. -Megumi venia atrás de él con notoria dificultad para seguirle el paso.

-¿Por qué gritas, niño? -Kaoru no había terminado de entrar a su habitación. -Lo siento, fui al baño y se he tirado la taza de té. No quise asustarlos. -Le sonrió al más pequeño con total tranquilidad.

Este lo entendió enseguida, sonriéndole de vuelta -¡Estúpida! -Fue lo único que le respondió.

-Ustedes van a matarme algún día, lo digo en serio. -Megumi les sonrió sin llegar a entender lo que realmente pasaba.

Sanosuke llevaba un poco más de una hora en la casa de apuestas, junto a Kenshin, junto a todos sus demás amigos, había comida y alcohol, e iba ganando. Aun así, sentía que había pasado algo por alto. Observó al samurái sentado a su lado y entendió que quizás había cometido un error. -Kenshin. -Lo llamó.

El pelirrojo lo miró y frunció el ceño al ver su rostro. Y solo necesitó unos segundos para comprender la situación de inmediato -¿No me digas que fue idea de ella que me sacarás del dojo?

-¡Nos vamos a casa! -Gritó Sanosuke de improviso. -¡La mataré! ¡Te juro que la mataré! -Continuaba gritando mientras emprendían rápidamente el camino de vuelta. -¡Me ha dado hasta un sobre con dinero!

Kenshin suspiró con frustración, reconociendo que bajaba la guardia cuando se trataba de ella.

-¡Esto es tú culpa también! -Le reprochó Sanosuke. -Si no estuvieras tan concentrado en solo mirarla, te hubieras dado cuenta del engaño.

El samurái rodó sus ojos. -A ti fue al que han engañado.

Llegaron al dojo y fueron recibidos por Megumi quien los observó extrañada. -¿Qué sucede?

-¡¿Dónde están?! -El luchador gritó.

-No grites, estúpido. -Megumi lo regañó. -Están dormidos. Acabo de revisar la habitación de ambos.

Kenshin suspiró. -Quizás solo estamos un poco ansiosos. -Dijo el samurái.

-Por supuesto que eso es, es imposible que una niña pueda engañar al gran Sanosuke. Vámonos a dormir. -Se retiró a su propia habitación.

-Buenas noches, señorita Megumi. -Kenshin le sonrió.

-Que descanses. -La doctora también se retiró a la habitación de invitados.

Kenshin apagó las lámparas de la casa, dejándola en completa oscuridad. Pasó en total silencio por la habitación de Yahiko y escuchó su respiración, estaba completamente dormido. E hizo lo mismo fuera de la habitación de Kaoru. Escuchó su tranquila y constante respiración, y fue consciente de que se quedó muchos más minutos de los necesarios. La chica estaba en casa y dormía. Estaba a salvo.

La mañana llegó en el dojo Kamiya.

Kenshin con Megumi prepararon el desayuno.

La maestra y su discípulo comieron con ganas, tranquilos y contentos. No hubo reclamos, ni gritos, ni peleas. Al parecer, ambos se habían levantado de muy buen humor.

Kaoru terminó de lavar la losa, se secó las manos y le pidió al samurái que la ayudara a prender una fogata en el centro del patio.

-¿Qué quieres hacer ahora? -Le preguntó Sanosuke.

-Quiero deshacerme de algunos trastes. -Le contestó con alegría. -Están muy viejos y solo están ocupando espacio.

-Yo puedo hacerlo. -Se ofreció Kenshin, terminando de encender el fuego.

-No, Kenshin, no te preocupes, además tú hiciste el desayuno. Yahiko me ayudará. -Kaoru le sonrió con dulzura. -Tú vete a descansar.

El samurái no le quedó más que aceptar.

Y el miembro más joven del dojo ya se acercaba con una caja en las manos.

Los otros adultos quedaron sentados en el engawa, simplemente observándolos.

Lo primero que quemaron fue el papel con el sello del padre de Tsubame, sonriéndose con complicidad. Lo habían conseguido. Después fueron aventando al fuego sin ningún cuidado ni interés el resto de los papeles y documentos que Kaoru había robado.

Cuando ya estaban terminando, Saito apareció en el dojo en compañía de otro hombre.

La alegría de Kaoru se esfumó al instante, y no solo por la presencia del policía, a quien nunca se alegraba de ver. Este venía acompañado por el hombre con él que había peleado la noche anterior, el cual ella misma había reconocido como un miembro de su escuela. Y se preguntó porque la sensación de victoria le había durado tan poco.