FRAGMENTOS
¡Hola!
- Annie Perez:¡Ay, mi bella, te abrazo fuerte! La verdad es que a Kagome la vida le está sacudiendo sin piedad, y créeme, duele escribirlo tanto como leerlo. Pero no pierdas la fe, que el destino siempre tiene giros inesperados… No todo está dicho todavía. ¡Nos leemos pronto, y espero que disfrutes este capítulo!
-Kayla Lynnet:Te juro que he leído tu comentario con una mezcla de risa nerviosa y culpa extrema. Pero ¿qué hago? ¡El drama es mi oxígeno y la angustia de ustedes mi gasolina! (Solo un poquito, no me odies) jeje. A ver, vamos por partes porque tu comentario es un ensayo con más análisis que mi propia historia :D Primero, sí, la historia se repite y eso duele, porque Kagome no merece esto, pero el destino (o mi malévola "pluma") no se la pone fácil. ¡Y ese Koga! Al menos él está ahí, pero, como dices, NO ES LO MISMO. Y aquí es cuando me escondo tras mi escritorio mientras me lanzas tus sartenes por Inuyasha. Sobre Kikyo… JAJAJAJA "araña patona" me mataste. Pero tienes razón, esta mujer no está loca porque sí, y si algo nos ha enseñado la historia es que cuando Kikyo está en modo silencio, hay que temerle más que nunca. Algo se está cocinando y no es nada bueno… Ahora, lo de Inuyasha y Yura… CORRO ANTES DE QUE ME ASESINES. PERO, pero, pero, no todo es lo que parece. (O sí, quién sabe…) ¿Y esa última parte? ¿Moroha sin reacción? ¡ME ENCANTA QUE SUFRAS CON ESO! JAJAJAJAJA digo, uy, qué triste. Pero no te preocupes, mi bella, todavía queda historia, y lo que se viene hará que NECESITES esa esquina oscura para llorar más. TERESA SUPREMA, DICES. ME HALAGAS, PERO NO ME HAGO RESPONSABLE POR CORAZONES ROTOS NI TEORÍAS DESTRUIDAS. Gracias por leer, por sufrir, por sentir cada pedacito de la historia y por compartirlo conmigo de esta forma tan increíble. Te prometo que lo que viene será MEMORABLE.
PD: Voy a reforzar mis defensas porque sé que me lanzarás algo en el próximo capítulo.
- Cbt1996:¡Me encantó leer tu review! Se nota que la historia te ha impactado profundamente y que cada giro te ha llegado hasta lo más hondo. Me parece muy interesante cómo hiciste un análisis tanto desde la perspectiva de lectora como desde la de escritora. Es cierto que generalmente en este tipo de historias se espera que sea el protagonista masculino quien rescate a la protagonista, pero darle ese papel a la madre de Kagome fue un gran acierto narrativo. Le da un peso emocional diferente y resalta ese amor incondicional que, como bien dices, no todas las personas experimentan, pero que es una fuerza poderosa cuando está presente. Sobre Naomi y Toga, es una buena pregunta. Quizás ella intentó contactarlo, pero él, cegado por la misma información falsa que engañó a Inuyasha, no creyó en la posibilidad de que Kagome estuviera en peligro. Eso abriría otro matiz interesante sobre cómo los Taisho también fallaron en confiar en Kagome (me fascina esa teoría). Y me encantó tu comentario sobre los fragmentos de corazones en el suelo, porque es verdad que esta historia está rompiendo a todos poco a poco. Creo que… Realmente me gané el título de Teresa Suprema jeje. Y respecto a Inuyasha, entiendo completamente tu postura. Es frustrante verlo tan cegado por lo que le hicieron creer, y aunque tiene una justificación dentro de la trama, eso no lo exime de la culpa. Kagome sufrió demasiado y sería injusto que todo se solucionara de inmediato solo porque él finalmente conoce la verdad. Estoy de acuerdo en que debería pasar por un verdadero proceso de redención y que, al menos por un tiempo, él sea quien vea desde la distancia lo que pudo haber tenido (aunque creo que también ambos se lo merecen). Tu idea sobre Koga también es válida. Él estuvo ahí cuando Kagome más lo necesitó, y aunque sabemos que el final más esperado es el InuKag, hay una parte de justicia narrativa que haría que muchos prefirieran que Kagome se quedara con alguien que sí confió en ella y la protegió en sus peores momentos. Es impresionante cómo esta historia sigue teniendo este impacto y en muchos lectores. Tu review refleja perfectamente la intensidad de las emociones que despierta, y estoy más que encantada con semejante análisis. ¡Gracias por compartirlo mi querida Cindy!
- Rosa. Taisho:¡Aquí estoy! ¡No me maten todavía! Respira, respira… ok, no, mejor lloremos juntas porque entiendo completamente tu dolor. Sabía que el capítulo iba a ser difícil, pero verlo reflejado en tus palabras me hace darme cuenta de que realmente te llegó al corazón. Y sí, lo admito, fui cruel. Muy cruel. Pero es que esta historia no iba a ser fácil para nadie, mucho menos para Kagome. Lo de Moroha es… desgarrador, no hay otra forma de decirlo. Es su hija, su bebé, a la que protegió con todo lo que tenía en ese encierro, y ahora la ve alejarse. La desesperación de Kagome es algo que quería plasmar con toda la crudeza posible porque, en este punto, su mundo sigue derrumbándose. Inuyasha… ay, Inuyasha. No hay palabras que lo justifiquen. Su necedad, su desconfianza, su orgullo… todo eso lo está hundiendo y, peor aún, está arrastrando a Kagome con él. ¿Se merece su amor? En este momento, la pregunta es para ambos. Y si lo quieren recuperar, van a tener que pagar cada una de sus decisiones. Sobre Koga… lo entiendo completamente. Ha sido el único constante, el único que estuvo sin dudar, el único que no necesitó pruebas para confiar en Kagome. Y sí, en este momento, él parece ser la única persona que merece estar con ella. Pero… ¿es suficiente la lealtad para el amor? Aún queda mucho por ver. Por otro lado, Rin, Sango, Kagura… ¡todas fallaron de alguna manera! Y sé que eso duele porque ellas fueron los pilares en la vida de Kagome. Pero cada una tiene su propia historia, sus propias razones (aunque no las justifiquen). Y sí, Kikyo se merece un castigo. Un castigo real. Pero todo tiene su momento, y no dudes que habrá consecuencias para todos los que la hicieron sufrir. Gracias, de verdad, por este comentario. Me hiciste reír, me hiciste sentir el impacto de lo que escribí, y, sobre todo, me hiciste ver que la historia sigue cumpliendo su propósito: hacer sentir. Nos vemos en el próximo capítulo… ¡si es que sobrevivo a tu ira!
- Karii Taisho:¡Hola, hola, mi bella Karii! Ayñññññ, tu comentario me ha dado vida y me ha roto el corazón al mismo tiempo. La esperanza de Kagome… sí, esa esperanza que se aferra a la idea de que él vendrá por ella, cuando él ya se rindió. ¿Duele? Duele. Inuyasha, Inuyasha… ay, Inuyasha. Sé que su actitud ha despertado mucha rabia, pero todo lo que ha pasado lo ha ido quebrando también. Sus errores tienen consecuencias, y ahora no queda más que esperar a ver cómo enfrenta la verdad. Y por supuesto, todo lo que Kikyo ha hecho no se queda atrás… La lucha de Kagome apenas comienza. Ya no es solo el dolor, es la necesidad de recuperar lo que le arrebataron. Y no está sola. Su madre, su fuerza interior y su determinación la llevarán más lejos de lo que cualquiera imagina, ya lo verás. Gracias por compartir todas tus emociones conmigo. Me encanta leerte y sentir esa pasión en cada palabra. ¡Nos vemos en el próximo capítulo para más, mucho más!
- Marlenis Samudio:¡Hola! Tu review es un torbellino de emociones y te entiendo tanto. Todo lo que Kagome ha pasado es una herida profunda, y lo peor es que aquellos que debieron conocerla mejor la dejaron caer. La confianza y el amor se prueban en los momentos más oscuros, y aquí quedó claro quiénes realmente estaban con ella… o, mejor dicho, quiénes no lo estaban. La esperanza rota de Kagome duele, porque a pesar del tiempo, ella siguió creyendo en él… solo para descubrir que él se rindió. Y lo peor es que su lucha apenas comienza. Recuperar a Moroha no será fácil, y hay tantas fuerzas en juego que todo puede volverse aún más complicado (créeme). Koga… ay, Koga, él también tiene lo suyo, y su silencio en ese momento pesó demasiado. Pero ya veremos si el destino le da la oportunidad de redimirse o si su papel en esta historia solo complicará más las cosas. Y sí, la gran pregunta sigue en el aire: ¿quién hará que InuYasha abra los ojos? Porque cuando lo haga, cuando entienda todo… será demasiado tarde. Y yo sé que todas queremos ver ese momento (y lo veremos). Gracias a ti por leer y compartir todo lo que sientes, de verdad me emociona muchísimo leerte. ¡Nos vemos en el próximo capítulo!
- DR:Créeme, haré que Inuyasha pague cada una de sus decisiones equivocadas (en realidad esto va para todos los que tomaron malas decisiones, y Kagome no está eximida). Cuando la verdad explote, cuando se vea lo que ambos perdieron, cuando realmente entiendan lo que pasó… uff, va a doler. Pero, aunque se merezcan el uno al otro o no, el lazo entre ellos es fuerte, y si bien está algo dañado, aún puede reconstruirse… aunque no será fácil ni inmediato. Inuyasha va a tener que luchar, de verdad luchar, por recuperar lo que dejó caer. Así que sí, será InuKag, pero no sin antes hacer que la reflexión los guie en sus próximas dediciones. Gracias por seguir aquí, ¡nos vemos en el próximo capítulo!
- Lin Lu Lo Li:¡Qué gran de análisis! Tienes toda la razón, el dolor de Kagome es tan profundo que ni siquiera la lógica podría alcanzarla en este punto. No importa cuántas veces alguien le diga "entiéndelo", porque su corazón ya está roto, y cuando se pierde la esperanza, el dolor se convierte en odio. Es humano, es real, y es devastador. Koga sigue siendo un misterio en todo esto. ¿Es su amor lo que lo hace actuar así? ¿O es la lealtad lo que lo motiva? Porque sí, el Koga que conocíamos siempre fue más de razón que de emoción… pero aquí lo vemos en una línea muy difusa entre lo que siente y lo que cree correcto. Por otro lado, Moroha… ay, mi niña. No podemos culparla por lo que siente, porque como bien dices, está en una edad complicada, en donde lo que le han dicho durante años pesa más que la verdad que aún no ha descubierto. Y aunque Inuyasha nunca haya hablado mal de Kagome, las palabras de los demás y el contexto en el que creció moldearon su visión. Su dolor está ahí, aunque no lo exprese abiertamente (al menos por ahora). Y lo de InuYasha y Kagome… uff. Será una guerra, una de las más duras. Inuyasha luchará por su hija y por el lugar que cree tener en su vida, pero Kagome no es la misma chica de antes. No se rendirá sin pelear, y aquí no hay un camino fácil para nadie (eso te lo aseguro). Hoshi, pobrecito, ajeno a todo, pero inevitablemente en el centro del huracán. Y Rin… atrapada entre dos mundos, dos familias, dos lealtades. Esto solo se pondrá más intenso. Gracias por compartir tu sentir, mi bella. Nos vemos en el próximo capítulo.
- MegoKa:¡Qué emoción leerte otra vez! :) Sin duda, este capítulo ha sido una bomba emocional, y lo has dicho perfectamente: Kagome necesitaba esta dosis de realidad. No se puede jugar con los sentimientos, no se puede mentir esperando que todo siga igual. Inuyasha tuvo razones para creer lo que creyó, y aunque nos duela, Kag también tuvo responsabilidad en todo esto (Me alegra mucho que seas de las pocas que lo entendió, la culpa es compartida). Y lo de Moroha… Dios, sí. No necesita que le hablen mal de su madre, porque el vacío que dejó su ausencia ya le marcó el alma. Es un peso que lleva sin siquiera entenderlo del todo, y eso es lo más doloroso de todo. Estoy que muero por lo que sigue, y espero que lo disfrutes. ¡Gracias por sentirlo tanto como yo, mi bella! Y nuevamente, me alegra volver a leerte.
¿Qué puedo decir?
Siento mucho la demora. El capítulo estaba listo hace tiempo, pero tenía un viaje programado que no pude cancelar. Por eso, el capítulo 36 se retrasó más de lo esperado, pero aquí está finalmente la nueva actualización.
Por cierto, quiero agradecer especialmente a las encantadoras Kayla, Cin, Rosa y Karii por la nominación en el #top_teresa_semanal. Aunque no pude ser muy activa para agradecer en su momento, aprovecho ahora para hacerlo. Muchas gracias también a las personitas que votaron por el capítulo 35 de FRAGMENTOS y por sus hermosas interacciones y reseñas. Me llena de alegría saber que están disfrutando de la historia tanto como yo disfruto al escribirla. ¡Gracias por todo el apoyo!
.
Ahora, con respecto al capítulo.
¿Por qué son así? Jaja
Les juro que Inu no es malo, y ya lo han crucificado demasiado jaja. La verdad es que aquí nadie es completamente inocente ni completamente culpable. Inuyasha cometió errores, sí, y los va a pagar con creces, pero Kagome tampoco es perfecta. Ella también tomó decisiones impulsivas, también guardó silencios que quizás no debía.
Veámoslo de este modo, esta historia no es solo sobre el sufrimiento de Kagome o la terquedad de Inuyasha, es sobre las consecuencias de sus acciones, sobre cómo ambos fallaron y cómo el destino los ha puesto en un camino lleno de espinas que tendrán que recorrer juntos o separados.
Así que sí, él va a llorar, pero Kagome también tendrá que enfrentar sus propias sombras. Si al final logran reencontrarse, será porque ambos habrán cambiado y aprendido de sus errores. Nada de perdón fácil, nada de amor sin cicatrices.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
P. D. Este es el primer capítulo largo que hago… disfrútenlo.
IMPORTANTE
Hola a todos.
Lamentablemente, mi cuenta de Facebook fue inhabilitada, y aunque aún no sé exactamente la razón, ya hice la apelación y estoy esperando una respuesta. No puedo negar que ha sido una situación frustrante, pero mientras tanto, he tomado algunas medidas para seguir en contacto con ustedes.
Por ahora, he creado un canal en WhatsApp, donde contaré con más detalle lo que pasó y, sobre todo, podrán saber si crearé una nueva página en Facebook. Si quieren estar al tanto de cualquier novedad, nos leemos por allá.
Agradezco mucho la preocupación de quienes se dieron cuenta de lo que pasó. Su apoyo significa muchísimo para mí, y espero que pronto todo vuelva a la normalidad.
Nos seguimos leyendo.
CANAL: XideVill Chapters
Probablemente el Link estará en mi perfil de FanFiction o Wattpad.
Atte. XideVill
Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.
CAPÍTULO 36.
INUYASHA
–¿Kagome…? –Mi voz salió en un susurro antes de poder detenerla. No estaba seguro de lo que veía, pero su nombre escapó de mis labios como si al decirlo pudiera confirmar que era real.
Kagome… ¿de verdad estaba ahí? Había algo en mi pecho que se apretó al verla, una sensación confusa que no supe nombrar. Sorpresa, sí… pero también algo más. Algo que llevaba tiempo intentando enterrar.
Di un paso. Ni siquiera pensé en darlo, fue mi cuerpo el que respondió antes que mi mente. Pero a mitad de camino, la duda me alcanzó. Me detuve. No sabía si acercarme o si debía retroceder. Quería verla más de cerca, confirmar que era real, pero también… temía lo que su presencia significaba en estos momentos.
–¿Qué… qué haces aquí? –Las palabras salieron de mi boca sin peso, sin emoción alguna. Pero en cuanto las pronuncié, vi cómo la atravesaba, como si cada sílaba fuera una daga afilada. Y, por un instante, me pregunté si en el fondo había querido que doliera.
–Vine por mi hija.
Miré a Koga. Luego a ella. Y luego otra vez a Koga.
Y lo entendí.
Fue un instante, un parpadeo, pero dentro de mí algo se quebró con un ruido sordo. No era rabia. No era sorpresa. Era algo más profundo, más cruel. Como si todo lo que había estado conteniendo durante cinco años se derrumbaba en este preciso momento.
Ella estaba aquí, y no por mí, sino por la promesa que hace años hizo Koga. Venían por Moroha. Iban a recuperarla.
Pero… no estaba dispuesto a permitírselo.
Ya me habían quitado demasiado.
Mis manos se apretaron al ver su expresión, al notar la determinación en sus ojos. ¿Cómo podía atreverse a aparecer de la nada, como si el tiempo no hubiera pasado? Como si no hubiera dejado atrás a su hija, como si todo este tiempo no hubiera significado nada.
Moroha era mía. Yo la crie después de que ella se fuera. Yo estuve cuando me necesitó.
Ella no tenía derecho.
Y si pensaba que iba a llevársela así de fácil… estaba muy equivocada.
–¡Papito! Mi tía Kagura necesita ayuda con…
Su voz me tomó por sorpresa. No me dio tiempo para reaccionar, para prepararme. Mi cuerpo se tensó instintivamente, como si las palabras hubieran llegado demasiado rápido, demasiado de golpe. Y en ese instante, supe que ya nada sería igual.
–Moroha…
No lo pensé, simplemente reaccioné. Me interpuse en su camino antes de que Kagome pudiera dar otro paso.
No dije nada. No hacía falta. Mi postura lo decía todo.
No iba a permitir que se acercara a mi hija solo para lastimarla.
Moroha dudó, solo por un instante. La vi mirarla, vi ese destello en sus ojos… pero no supe qué significaba. Ya no podía leerla como antes.
Esperé, aunque no sabía qué estaba esperando. Quizá que corriera hacia ella, que la llamara como solía hacerlo cuando era pequeña.
Pero no lo hizo.
Se giró sin decir nada, sin siquiera un gesto que nos confirmara si su madre seguía existiendo en su corazón. Solo se fue.
Y yo…
Yo no hice nada.
Me quedé ahí, de pie, sin mirarla a ella tampoco, porque sabía lo que encontraría si lo hacía. Sabía que en su rostro estaría el mismo dolor que sentía ardiéndome en el pecho.
En todo este tiempo, evité hablarle a Moroha sobre Kagome. Me limité a cuidar el recuerdo de su madre, nunca le dije que ella nos dejó… jamás lo haría. Pero tampoco le hablé más de ella, dejé que su recuerdo se esfumara lentamente, solo así dejaba de doler. Solo así, podía seguir con mi vida y podía protegerla.
Así que me mantuve firme, quieto, como siempre lo había hecho. Como si esa barrera invisible que me separaba de Kagome pudiera protegernos a los dos de lo inevitable. Del dolor.
Aunque en el fondo, sabía que no había barrera lo suficientemente fuerte para detener lo que esto significaba.
–Tú… –musitó, mirándome a los ojos–. ¿Cómo pudiste…?
Vi cómo Koga la sujetó del hombro, intentando detenerla, pero ella se soltó, con los ojos ardiendo en una mezcla de dolor y furia.
–La pusiste en mi contra…
Negué con la cabeza. No. No era así. Pero antes de que pudiera decirlo, su voz se quebró en un grito ahogado.
–¡Hiciste que mi propia hija me odie!
El golpe no fue físico, pero dolió como si lo fuera.
La miré, tratando de encontrar las palabras correctas, pero no había ninguna. No cuando su dolor se estrellaba contra mí como un vendaval. No cuando cada palabra suya era una acusación que no podía borrar.
No cuando, en el fondo, parte de mí también temía que fuera cierto.
–No sabes lo que dices… –solté, sintiendo la garganta seca–. Será mejor qué tú y tu amante se vayan…
El sonido de la bofetada resonó en el silencio, pero el fuego que se extendió por mi mejilla no fue nada comparado con la tormenta en su mirada.
No me moví. No reaccioné. Solo la miré, con el rostro aún inclinado por el golpe, con algo en el pecho que dolía más que cualquier herida física.
No sé qué fue peor: la bofetada en sí o darme cuenta de la magnitud de su cinismo.
–Al fin pude con las cosas de Kanna…
La voz de Kagura se fue apagando cuando sus ojos recorrieron la escena frente a ella.
Su expresión cambió en un instante, pasando de la normalidad al desconcierto.
–¿Kagome…? —soltó, como si el aire se le hubiese atascado en la garganta.
Kagome no la miró. Seguía con la mirada fija en mí, la respiración agitada, su mejilla encendida por la rabia.
–Sesshomaru, saca a todos de aquí –ordené, y él obedeció de inmediato.
Escuché algunas palabras confusas salir de la boca de mi madre mientras se retiraba con los demás, pero no intenté descifrarlas. No importaba. Nada importaba en ese instante, excepto el peso del silencio que quedó atrás.
Y fue como un detonador.
Koga no dejaba de estar alerta, firme tras Kagome, como si esperara que yo hiciera algo. Como si estuviera listo para interponerse entre nosotros si era necesario.
Pero ella…
Ella simplemente me miraba.
Esa mirada.
Que, si no fuera por la ocasión, ya me habría desarmado. Ya habría hecho que soltara toda esa rabia acumulada, todo ese peso que llevaba cargando durante años.
Pero esta vez no. Esta vez, en esos ojos no había dulzura, no había amor. Solo quedaban las ruinas de lo que alguna vez fuimos.
–No importa lo que diga. No importa todo lo que tenga que decir… –comenzó ella, con la voz temblorosa, pero firme–. Tú ya tienes tu verdad, ¿no es así?
–Es la verdad con la que tú me dejaste.
–¡No! –exclamó, agitada–. Es la verdad a la que tú te sometiste.
Di un paso atrás. No quería estar cerca de ella. No quería escuchar sus excusas. No había excusas para su abandono. No había excusas para su traición.
–Solo vete, Kagome –Mi voz sonó baja, pero afilada–. Todo estaba bien hasta antes de que regresaras.
La vi congelarse.
Vi cómo el brillo en su mirada desapareció por completo. Como si hubiera roto algo dentro de ella, pero eso solo era mi imaginación.
–¿Todo estaba bien…? –musitó, con el dolor teñido en cada sílaba–. ¿Todo estaba bien para ti? Ni siquiera te preguntaste si todo estaba bien para mí.
–¿Por qué hacerlo? –solté, áspero, sin contener la amargura–. Tú decidiste dejarnos. Fue tu elección…
–No…
–¡Te fuiste y ni siquiera te importó el bienestar de nuestra hija…!
–¡Inuyasha! –Koga se interpuso entre nosotros, pero lo aparté de un empujón.
–Me drogaste para luego casarte con este idiota –solté las palabras con veneno, con la rabia que llevaba años conteniendo en mi pecho.
Di un paso más, acortando la distancia entre nosotros, hasta que solo un respiro nos separara.
–¿Sabes a qué hora desperté de los efectos?
La vi retroceder, como si cada palabra la empujara más lejos. Pero no iba a detenerme.
–¿Te importó siquiera el bienestar de Moroha?
–Basta…
–¡Le pudo haber pasado algo estando sola en esa cabaña, pero no te importó!
–No es cierto –gritó, con la desesperación vibrando en su voz–. ¡Nunca la hubiera dejado si hubiera tenido otra opción!
–Opción –escupí la palabra con desdén–. ¡Siempre tuviste opción, Kagome!
–¡No sabes nada!
–¡Sé suficiente!
El silencio cayó entre nosotros, pesado, sofocante. Solo nuestras respiraciones agitadas llenaban el espacio.
Kagome temblaba. No de miedo. No de rabia. De algo más profundo.
–Nunca quise dejarla… –murmuró, con la voz quebrada–. Nunca quise dejarte…
Me reí. Una risa amarga, hueca mientras miraba hacia otro lado.
–No me vengas con eso ahora.
Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, pero ya no me importaba.
–¿Sabes qué es lo peor de todo? –mi voz bajó, pero cada palabra cortaba como una cuchilla–. Que por un segundo… un maldito segundo… pensé que tal vez tenías una razón. Que tal vez habría una explicación para todo esto.
Ella apretó los labios.
–Pero no fue así… Kagura llegó y sembró una chispa de esperanza. Me aferré a ella con todas mis fuerzas, deseando que fuera real. Te busqué, Kagome, todos saben que lo hice, y no fue por mí, sino por Moroha. Quería darle una respuesta clara a sus preguntas sobre dónde estabas, pero solo encontré una dolorosa verdad.
–No me buscaste… –musitó.
–¡Lo hice! Fui hasta esa maldita casa donde supuestamente hicieron la llamada a Kagura, contacté a la señora de limpieza y… ¿Sabes qué encontré? –No apartó la mirada de mí–. Ella me contó lo felices que eran. ¿Cómo lo describió? ¡Ah, sí! Me dijo que eran felices como toda pareja recién casada esperando su primer hijo…
–Eso no es cierto, Hoshi es tuyo…
Mi corazón latió con fuerza, como si intentara salirse de mi pecho. Una mezcla de rabia y desesperación me inundó. Kagome me sostuvo la mirada, con los ojos brillando por lágrimas contenidas y yo no hice más que mirarla con desprecio.
–¿Te diviertes? –cuestioné sosteniendo su mirada–. ¿Se divierten?
Me aparté de ella, dejando que el silencio llenara la habitación, pero mi mirada se clavó en los dos. Koga no decía nada, probablemente porque sabía que este asunto solo nos concernía a Kagome y a mí, pero no me engañaba. Él también estaba involucrado en esta maldita farsa.
–¿Creen que soy su estúpido juguete? –exploté.
–Solo escúchala… –dijo Koga, con una calma que solo consiguió incrementar mi furia.
–¡Tú me dijiste que el hijo que esperaba Kagome era tuyo! ¡¿Ya lo olvidaste?! –grité, dejando salir toda la rabia–. ¡Te reíste de mí y ahora vienes con esto!
–Quieres una verdad –intervino Kagome y yo la miré.
–No, solo quiero que se vayan con sus mentiras.
–No me iré sin mi hija.
–Y ella no se irá contigo –dije, acercándome a ella lentamente, sintiendo mi corazón latiendo con fuerza –. Lo juro, Kagome, no me quitarás lo único que me mantuvo vivo todos estos años.
La determinación en mi voz fue clara, cortante. No importaba lo que me dijeran ni lo que me hicieran. Ella no iba a llevarse a Moroha. No sin una pelea, no sin enfrentarse a la verdad de todo lo que había hecho y dejado atrás.
–No me importa lo que pienses de mí ahora… –susurró, dejando que su aliento me golpeara el alma–. Me dejaste, Inuyasha… seguiste con tu vida pisoteando la mía, no me culpes por tratar de recuperar lo que perdí por protegerlos.
Esas palabras me sacudieron más de lo que quería admitir. La verdad que intentaba evadir, las decisiones que había tomado y las consecuencias que dejé atrás.
Pero… ¿qué estaba haciendo mal? Solo dejé que ella siguiera con su vida, fue su decisión dejarme, y yo renuncié a ella después de comprobar que era feliz. ¿Por qué ser egoísta, si en su momento también me había hecho feliz?
El remordimiento me asfixiaba, una verdad que ya no podía evadir. Sabía que me había convencido a mí mismo de que lo que hice fue lo correcto, que ella necesitaba seguir adelante sin mí, que se había enamorado de alguien más, y que yo ya no podía ser parte de su vida.
Pero ahora… salía a relucir otra versión, una que si era verdad dolería.
–¿Tampoco puedes dormir?
Miré a la dueña de aquella voz. Kagura ocupó el asiento frente a mí en medio del patio. Aquel lugar se había convertido en mi escape luego de que Kagome se fuera.
Kagura me observaba con una calma que me inquietaba, como si supiera exactamente lo que estaba pensando, como si tuviera el control de todo a su alrededor. Su presencia no era la misma de antes, algo en ella había cambiado, pero yo... yo seguía atrapado en el mismo lugar, en el mismo dolor.
–Sabes, Inuyasha –dijo, rompiendo el silencio con su tono suave pero firme–, no todo tiene que ser una batalla. No tienes que cargar con todo el peso tú solo.
Mis ojos se entrecerraron, un gesto que me salió sin pensarlo.
–No me hables de batallas, Kagura –respondí–. No soy un maldito soldado para que vengas a darme consejos.
Kagura no pareció alterarse. Se quedó allí, en su asiento, observándome sin inmutarse. Su mirada era fría, pero no vacía. Sabía lo que hacía. Y esa fue la razón por la que mis palabras no lograban atravesarla.
–No, Inuyasha –dijo suavemente–, no soy alguien que venga a dar consejos. Pero sí sé lo que es cargar con el dolor de una decisión equivocada. Y sé que te está consumiendo.
Esas palabras me atravesaron, más de lo que hubiera querido admitir.
–No sé qué hacer… –fue todo lo que pude decir, mis palabras salieron con un peso insoportable. Mi alma, mi corazón, todo en mí se sentía roto–. Mi cabeza no hace más que dar vueltas y vueltas al asunto sin importarle el dolor que eso me causa. Moroha… se encerró en su habitación, y no quiere hablar con nadie –dije con un nudo en la garganta, incapaz de ocultar la angustia que me atravesaba–. La escuché llorar, Kagura. ¿Sabes cuánto me duele eso? Sabes lo mucho que desearía ahorrarle ese sufrimiento, ella no… ella no merece todo esto.
Kagura permaneció en silencio, pero su mirada fue suficiente para saber que entendía lo que decía. En su rostro se reflejaba una comprensión dolorosa, como si ella también hubiera experimentado lo mismo.
–Tarde o temprano preguntará, querrá saber la verdad –dijo finalmente, su voz fue suave pero firme.
–No quiero que lo sepa –respondí rápidamente, con el miedo golpeando mi pecho.
La idea de que Moroha se enterara de la verdad, de todo lo que había pasado, me aterraba. No estaba listo para verla mirarme con esos ojos, los mismos que una vez me vieron como su héroe, pero ahora llenos de preguntas que no quería responder.
–No estoy hablando de tu verdad, de la verdad que tú y yo nos vimos resignados a creer –dijo Kagura con calma–. Sino de la verdad de ambos. Tú y Kagome tienen que hablar…
La simple mención de su nombre, Kagome, me causó un retorcijón en el estómago. Lo sabía, lo sabía muy bien, pero eso no significaba que estuviera dispuesto a enfrentarlo. El peso de todo lo que había pasado entre nosotros, las palabras no dichas, los secretos, las heridas abiertas... ¿Cómo podía enfrentarla después de todo eso?
–No… –mi voz salió quebrada, como si al decirlo tratara de convencerme a mí mismo.
–Sabes que sí –interrumpió–. Y eso es justamente lo que tu mente te trata de decir al darle vueltas y vueltas al asunto. Te está arrastrando hacia una confrontación que sabes que es inevitable, Inuyasha.
Mi cuerpo se tensó ante sus palabras, como si cada sílaba fuera una daga lanzada directo al centro de mis dudas. Kagura tenía razón, lo sabía, pero la idea de enfrentar otra verdad, de ver a Kagome, de revivir todo lo que se había perdido... me aterraba.
.
–Mi amor, ¿Puedo pasar? –dije con voz suave, tratando de no sonar demasiado urgente, pero no podía evitar que mi corazón se acelerara.
Esperé largos segundos después de tocar la puerta, el silencio era abrumador. Era de día, el sol ya había salido hacía varias horas, pero Moroha se negaba a salir de su habitación. La distancia entre ella y yo parecía cada vez mayor, una barrera invisible que crecía con cada minuto de silencio.
–Hija… Solo quiero saber si aún sigues ahí… –seguí, con mi voz temblando levemente al intentar mantenerme tranquilo.
No quería que ella pensara que estaba presionándola, pero no podía soportar más la idea de que estuviera ella sola con sus pensamientos, con su dolor.
–Princesa…
Entonces la puerta se abrió lentamente, dejándome verla. Ella… estaba de pie, mirando al suelo, como si evitara cualquier contacto visual. Sus ojos, aunque apagados, seguían siendo los mismos, pero había algo en su postura, algo que me partía el alma.
–Moroha… –dije, tratando de que mi voz no temblara, pero no pude evitar que se me quebrara al ver la distancia que se había creado entre nosotros, como si ella me estuviera mirando a través de una capa de cristal invisible.
No dijo nada. No movió un músculo, solo me observó, como si estuviera esperando que fuera yo quien dijera algo que pudiera sanar el dolor que la invadía. ¿Pero cómo? ¿Cómo podía encontrar las palabras correctas cuando no las tenía ni para mí mismo?
Entonces acorté la distancia y la atraje hacia mí, envolviéndola entre mis brazos con la esperanza de que, al menos por un momento, pudiera sentirla cerca. De inmediato, sentí sus manos aferrarse a mi espalda, como si quisiera aferrarse a mí con toda su fuerza, como si me necesitara tanto como yo a ella.
–Papi…
Aquella palabra me rompió, no la escuchaba llamarme así desde que era una pequeña. Mi cuerpo se tensó y un nudo se formó en mi garganta. Las lágrimas comenzaron a amenazar con salir, pero no pude, no quería que ella me viera así, vulnerable, sin saber si era el consuelo que ella realmente necesitaba o si era yo quien necesitaba más de ella en este momento.
–Quiero hablar con ella…
Me tensé.
–Moroha… –dije apartándola con suavidad–. No sé si… hija… –finalmente solté un suspiro–. ¿Estás segura?
Ella asintió lentamente, sus ojos reflejaban el vestigio de todo el llanto de anoche. Esa fragilidad, esa tristeza, me partió en mil pedazos.
Volví a abrazarla, solo para calmarme a mí, porque era todo lo que podía hacer en ese momento. Sus hombros temblaron ligeramente al principio, pero luego se aferró a mí con más fuerza, como si estuviera buscando en mi abrazo un refugio seguro.
.
"Ella ya está aquí"
Fue el mensaje que me envió mi madre, mientras yo estaba en mi habitación. Me armé de valor, sabía lo que tenía que hacer, primero iba a hablar con ella y luego… solo si la verdad no dolía tanto, le iba a permitir hablar con Moroha. Pero en este punto, cualquier otra realidad, distinta a la que había aprendido a aceptar, iba a destrozarme. Sin embargo, ya no podía seguir ocultando lo que era evidente. No podía seguir protegiéndola de una verdad que ya se había hecho palpable. Tenía que enfrentarla, aunque doliera más de lo que imaginaba.
Verla fue el primer golpe que recibí. Sin esfuerzo alguno, siempre lograba verse bien, y esta vez no era la excepción. Sus ojos encontraron los míos en medio de la habitación, atrapándome en una mirada que me desarmó por completo. Pero para mi desgracia, no estaba sola. Y ese fue el segundo golpe que recibí. Koga estaba a su lado, demasiado cerca, demasiado cómodo… como si ese fuera su lugar. Como si siempre lo hubiera sido.
–Creí que solo hablaríamos los dos –solté al acercarme.
Kagome pasó su mirada a Koga y este, como si leyera su mente, se levantó.
–Lo sé, Taisho –dijo firme–. Sé que esta conversación no me concierne.
–Koga… –musitó Kagome.
–Estaré afuera –Pasó por mi lado sin dejar de mirarme–. Por si surge algo.
Lo seguí con la mirada hasta que salió, cerrando la puerta tras de sí. Solo entonces volví mi atención a Kagome.
–¿Siempre necesitas que él te proteja? –pregunté, sin molestia en mi voz, solo con el peso del cansancio.
–No es eso… –susurró, pero sostuvo mi mirada.
–Entonces dime qué es –di un paso hacia ella–. Dime por qué él está aquí, por qué siempre está a tu lado… dime por qué carajos tengo que enterarme de todo así. Vienen a presumir su amor… ¿es eso?
Kagome apretó los labios, sus manos temblaban sobre sus piernas.
–Inuyasha… ¿Para eso me llamaste? Yo… la verdad es que no quiero pelear contigo.
–¿No quieres pelear? –reí sin ganas–. Kagome, fuiste tú quien decidió desaparecer de nuestras vidas, y ahora apareces como si nada.
Ella cerró los ojos un instante, antes de alzarlos de nuevo hacia mí.
–No me fui porque quise.
Me quedé en silencio. No me atreví a creerle, pero tampoco pude ignorar el temblor en su voz.
–Bien, entonces quiero escuchar tu verdad. Al menos eso merezco.
Ella miró hacia otro lado con indignación palpitando en su rostro.
–Hablas como si fueras la víctima de todo esto…
–¡¿Y qué no lo soy?! –exclamé rompiendo con todo–. Vi cómo la persona que más amaba en el mundo desapareció con otro sin dejar rastro. Me drogaste… –repetí, sintiendo la rabia atenazar mi garganta–. Pude haber muerto. Y ¿sabes qué me despertó? El llanto de mi hija. ¡Solo tenía cinco años, Kagome! ¿Puedes imaginarlo? Abrí los ojos con la cabeza dándome vueltas, con el cuerpo entumecido, y lo primero que vi fue a Moroha de pie junto a mí… con lágrimas en los ojos… diciendo que tenía hambre. ¡Era tan solo una niña!
Ella se llevó una mano a la boca, como si intentara ahogar un sollozo, como si la escena se estuviera formando en su mente con toda la crudeza que yo había vivido.
–Durante todo el camino de regreso no hizo más que preguntar por ti –continué, sin piedad, sin poder detenerme–. Su madre… la madre que hacía apenas unas horas estaba con nosotros, riendo, disfrutando de lo que éramos: una familia.
Mi voz se quebró. Respiré hondo, pero el dolor seguía ahí, clavado como un puñal en el pecho.
–Familia que, por cierto, destruiste al casarte con Koga –espeté con amargura–. Te lo dije, Kagome. Te dije cuánto me dolía verte con él… cuánto me destrozaría perderte por segunda vez por su culpa. Pero tú… solo te fuiste.
No podía pensar con claridad. Solo sentía. Solo dolía.
–Aun así –mi voz descendió a un murmullo lleno de amargura–, nunca le hablé mal de ti a Moroha. Nunca ensucié tu nombre, aunque hubiera tenido mil razones para hacerlo. Sin embargo, yo… yo solo quería que te recordara como la madre amorosa que eras. Pero al crecer… –solté una risa rota, sin alegría–, al crecer uno se da cuenta de muchas cosas. Tal vez eso fue lo que le pasó a mi hija.
El aire en la habitación se volvió denso, casi irrespirable. Podía escuchar el latido de mi propio corazón retumbando en mis oídos.
Kagome no apartaba la mirada de mí. Sus ojos, aquellos que alguna vez fueron mi hogar, ahora estaban llenos de furia, de dolor, de desesperación.
–Yo no dejé a nuestra hija, yo no te dejé a ti –su voz era firme, pero su garganta temblaba, ahogada por la angustia–. Estoy segura de que Kagura te lo dijo hace mucho… ¡Esa era la verdad! La verdad a la que me aferré porque era mi única esperanza… Tú eras mi única esperanza, Inuyasha. No sé qué cambió con el tiempo… No sé en qué momento dejaste de confiar en mí. Pero en estos cinco años… yo no hice más que poner mi fe en ti.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras hablaba.
–Creí que vendrías por nosotros. Que nos salvarías… ¡Pero no fue así! Y sí, Kikyo está detrás de todo esto –continuó, apretando los puños–. ¡No fue mentira, maldita sea, NO LO FUE! Ella me amenazó… ¿Recuerdas aquella vez en la que pensamos que un oso había entrado en la cabaña? Bueno… no fue un oso, fue ella. Todo el tiempo, siempre fue ella.
Cada palabra caía sobre mí como un puñetazo.
–Encontré una nota y una navaja en el abrigo de Moroha –soltó con la voz quebrada–. Era una clara amenaza. No solo para mí, Inuyasha… también para Sango, para Kagura, para nuestra hija. No tenía otra opción. Tenía que hacer lo que me decía… ¡Me tenía en sus manos! Y yo solo quería protegerlos…
Mi estómago se retorció con un frío terrible.
–Luego me enteré de que Koga también estaba bajo amenaza. Nos vimos obligados a cumplir con los caprichos de esa demente. Y él recién había recuperado a su hermana y no estaba dispuesto a perderla. Solo por ella lo hizo.
Sus ojos ardían. No de odio, sino de algo peor: desesperanza.
–Cada uno actuó por miedo… ¡Fue miedo! Yo solo… yo no quería que esto pasara, no lo busqué, nunca lo busqué… Pero con cada respiro, con cada maldito día, la esperanza se iba apagando.
Kagome respiró hondo, pero su pecho se agitaba con cada palabra.
–Esa es mi verdad… –susurró con voz temblorosa, para luego alzar la mirada con furia–. No. Esa es la única verdad –Su mandíbula se tensó–. Yo no los dejé. ¡Yo no los abandoné! ¡Tú más que nadie sabes cuánto amo a Moroha! Que por ella haría lo que fuera… ¡Y así lo hice! Pero tú… tú no hiciste más que creer en las mentiras que Kikyo esparció sobre mí. Dime, Inuyasha… ¿Te viste obligado a creerlas? ¿Alguien te convenció de lo contrario? ¿Te amenazaron con la vida de Moroha? –Se acercó un paso más–. ¿O fuiste tú? ¿Tú y tu maldita falta de confianza en mí?
Quise hablar, pero no encontré la voz.
–¡Creí que me conocías! –gritó con una mezcla de furia y angustia–. Creí que en este mundo no existía nadie más capaz de conocerme a la perfección que tú… ¿Por qué, Inuyasha? –Sus labios temblaron–. ¿Por qué no dices nada…?
El silencio se volvió insoportable.
–¿Ahora prefieres quedarte callado? –soltó con amargura–. ¿Por qué no me reclamas como hace unos minutos? ¿Por qué no me gritas? ¡¿Por qué no dices algo?! –Su voz se rompió en mil pedazos–. Cinco años esperé para verte… Cinco malditos años estuve secuestrada solo pensando en ti.
Mis puños se cerraron con tanta fuerza que mis uñas se clavaron en la piel.
–¿No se te hace familiar, Inuyasha? He pasado mi vida encerrada. Una vez con Moroha… y ahora con Hoshi…
Se llevó las manos a la cara, temblando.
–¿Quién me devuelve todo eso…? ¿Quién me devuelve todo ese tiempo…? –Su voz se volvió un susurro, uno lleno de un dolor desgarrador–. Creí que con tu amor bastaba… pero me duele haberme equivocado. Me duele haber puesto todas mis esperanzas en ti… me duele comprobar que no me amabas lo suficiente como decías.
El peso de esas palabras cayó sobre mí como una sentencia.
–Y también me duele darme cuenta de que aquellos a quienes consideré mi familia… aquellos por los que sacrifiqué tanto… –Su voz descendió hasta un susurro trágico– …me dieron la espalda. Tus padres, mi propia hermana, Sango y también Kagura… todos.
Sus labios temblaron.
–Es duro regresar… y solo encontrar desprecio cuando no lo merezco. ¡Yo no merezco todo esto!
Cerró los ojos con fuerza, como si necesitara un respiro para no derrumbarse.
–Dime algo, Inuyasha… –pidió volviendo sus ojos hacia mí.
Pero el nudo en mi garganta me impedía responder.
–¡Maldición, dime algo! –exigió tomándome del abrigo–. ¡Dime cualquier cosa! Aunque sea una mentira... dime que nunca dejaste de buscarme, dime que Moroha aún me recuerda... ¡Dime algo por favor! Tu silencio no me está ayudando, al contrario –sollozó–. He vivido en silencio por varios años... no me hagas esto tú también...
Su voz se quebró. Sus dedos temblaban al aferrarse a mi ropa. La veía frente a mí, destrozada, vulnerable, con lágrimas resbalando por su rostro mientras me suplicaba que hablara. Pero… ¿qué podía decirle? ¿Que en algún momento había dudado de ella? ¿Que las mentiras de Kikyo se convirtieron en una verdad más fácil de aceptar que la incertidumbre de no saber dónde estaba?
Kagome bajó la mirada al notar mi silencio. Sus manos se deslizaron lentamente, soltándome con un dolor que me quemó la piel. Se llevó los brazos al pecho, abrazándose a sí misma como si necesitara sostenerse para no desmoronarse.
–Ya veo… –susurró con la voz apagada, rota.
Sentí algo dentro de mí romperse. Di un paso hacia ella, pero ella retrocedió de inmediato. No quería que me acercara. No quería verme.
–No es que no quiera responderte –logré decir, sintiendo mi voz rasposa, casi débil–. Es que… no sé qué decir. No hay palabras que arreglen esto, yo no... no hay nada que haga que el tiempo perdido vuelva…
–No es el tiempo lo que más duele –me interrumpió con un hilo de voz–. Es lo que hiciste con él…
Mi pecho se contrajo.
–Kagome…
Ella levantó la vista. Sus ojos ya no estaban llenos de furia, ni siquiera de dolor. Había algo peor en su mirada, un completo vacío.
–Tienes razón –continuó con frialdad–. No hay nada que puedas decir. Porque al final, Inuyasha, no lo hiciste. No me buscaste. No peleaste por mí. No creíste en mí…
Sus labios temblaron. Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza.
–Dime… –susurró–. ¿Al menos me extrañaste? ¿O fue fácil olvidarme…?
Negué de inmediato.
–¿Cómo podría? –solté, casi con desesperación–. Nunca. No pasaba un solo día sin pensar en ti, sin preguntarme dónde estabas, sin…
Kagome apretó los labios, como si estuviera conteniendo un sollozo.
–Entonces… ¿por qué tardaste tanto? –susurró con un tono de desolación–. ¿Por qué dejaste que pasaran tantos años…?
Quise darle una respuesta. Quise decirle que me habían cegado las dudas, el miedo, el dolor de su ausencia. Que el enojo y la traición me impidieron ver la verdad. Pero nada de eso importaba, porque al final, lo único que ella escuchaba, lo único que era real para ella, era que yo no estuve ahí.
–No tengo una excusa –Mi voz sonó apenas como un murmullo. Kagome soltó una risa ahogada, amarga.
–Lo sé –dijo con tristeza.
El silencio se hizo eterno entre nosotros. No supe cuánto tiempo pasó. Solo escuchaba su respiración agitada y el latido desbocado en mi pecho. Ella temblaba, y yo no tenía el derecho de tocarla. De sostenerla. De pedirle perdón.
Kagome se pasó las manos por la cara, secando con torpeza las lágrimas que seguían cayendo.
–Moroha… –murmuró de pronto–. Dime al menos que puedo verla…
Un escalofrío me recorrió la espalda. Kagome me miró con súplica, con desesperación… y sentí como si el mundo se viniera abajo.
Mi silencio lo dijo todo.
Su rostro se descompuso. Su respiración se volvió errática, y entonces, vi el momento exacto en el que su corazón se rompió por completo.
–¿Por qué…? –susurró–. No puedes negármelo…
Retrocedió un paso, luego otro, como si la realidad fuera un golpe demasiado fuerte para soportarlo. Negaba con la cabeza, murmurando para sí misma, negándose a creerlo.
Pero no sabía cómo decirle que fue Moroha quien solicitó verla. Que no sabía lo que iba a resultar de todo esto. Que temía por ella, por mi hija, y que no quería causarle más dolor.
–Kagome…
Ella se apartó bruscamente. Me miró con los ojos llenos de desesperación, de una angustia que me destrozó hasta los huesos.
–Bien… –solté con resignación–. La verás.
Kagome me miró de inmediato.
–Pero antes de que lo hagas quiero saber por qué no confiaste en mí –solté–. ¿Por qué no me dijiste de la nota que encontraste en la cabaña? –exigí–. Me culpas por perder mi confianza en ti, pero tú no eres muy diferente a mí…
–¿Insinúas que…?
–No –dije firme–. No insinúo nada. Lo estoy diciendo claro. Éramos un equipo, Kagome, y la confianza entre nosotros murió desde el momento en que decidiste ocultarme la verdad. Y no es solo eso. ¿Es que acaso nunca pensabas contarme que Kagura estaba viva y peor aún, que sí estaba esperando un hijo de mi hermano?
–Ella me rogó que no le dijera a nadie…
–¿Al igual que Kikyo? –cuestioné firmemente–. ¿Ella también te rogó que te quedaras callada? ¡Por Dios, se trata de tu vida! Por una vez, solo por una maldita vez, ¿no pudiste ser egoísta? Contarme lo que estaba pasando hubiera cambiado muchas cosas y, en primera, sería nuestra vida juntos.
–No tenía otra opción… –murmuró.
–Bien, pero, así como tú dices que no tenías otra opción, tú también nos dejaste sin opciones más que la resignación.
Kagome apretó los labios. Su mirada brillaba con una mezcla de rabia y dolor, pero no respondió de inmediato.
–Hice lo que pensé que era correcto… –murmuró al fin, con la voz quebrada–. No quería que nadie más saliera lastimado.
–¿Y qué hay de mí? –solté con dureza–. ¿Qué hay de nosotros? ¿Realmente creíste que ocultándome la verdad estabas protegiéndome? ¿Que dejarme en la oscuridad era la mejor opción?
Kagome cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza.
–No lo entenderías…
Di un paso hacia ella, incapaz de contener mi frustración.
–¡Entonces explícamelo! –exigí–. Porque lo único que veo es que decidiste por los dos. Me quitaste la oportunidad de pelear a tu lado, de protegerte.
Kagome tembló.
–No quería que me odiaras… –confesó con un hilo de voz–. Si algo le pasaba a Moroha, yo… no quería que fuera mi culpa.
Mi corazón se detuvo.
Ella levantó la vista y supe en ese instante que su miedo no había sido solo perderme… sino que yo llegara a despreciarla si Moroha salía herida.
Pero lo peor de todo… es que tal vez, por un momento, lo hice.
Quise acercarme a ella, mis manos vibraban temblorosas buscando sentirla bajo su tacto otra vez. Anhelaba sostenerla, sentir de nuevo esa calidez... pero la distancia entre nosotros parecía insalvable, llena de palabras no dichas, de heridas que aún sangraban, de mentiras dolorosas.
Mis dedos se movieron apenas, como si el simple acto de alcanzarla pudiera borrar los años de silencio, de decisiones erradas, de culpas compartidas. Vi cómo sus labios se entreabrían, como si también estuviera a punto de decir algo, pero su mirada temblorosa me reveló la verdad: no sabía si podía creer en mí otra vez. Y tampoco sabía si yo podía volver a confiar en ella.
Tragué el nudo en mi garganta, reuniendo el valor para pronunciar su nombre. Para hacerle ver la culpa que cargaba desde que la escuché. Para decirle que yo…
Pero justo en ese momento, la puerta se abrió, dejándonos ver la figura de mi madre.
–Cariño… –dijo viéndome–. Es Moroha.
Asentí lentamente con la cabeza. Sabía que Moroha no estaría tranquila hasta ver a Kagome otra vez, y eso me ponía ansioso.
–Espera… –dije deteniendo a Kagome sin tocarla–. Tengo miedo por lo que vaya a resultar de todo esto –fui sincero–. No sé si Moroha te recuerda o no…
Mi voz sonó quebrada, insegura. La verdad era que temía su reacción, temía lo que vería en sus ojos si la respuesta no era la que esperaba. ¿Qué pasaría si al verla, Moroha no sintiera nada? ¿Si sus recuerdos de ella no fueran más que un eco lejano, borroso, inexistente? ¿Si su corazón ya no la reconocía como su madre?
Mi mente se llenó de preguntas imposibles de ignorar. ¿Cómo le explicaría a Kagome todo lo que pasó en su ausencia? ¿Cómo podría hacerle entender que no fue fácil para ninguno de nosotros? ¿Que cada decisión que tomé fue por miedo, por dolor, por la culpa de haber perdido lo único que me hacía sentir completo?
Mis manos se cerraron en puños.
–No quiero que te hagas ilusiones –susurré, incapaz de mirarla a los ojos–. No sé qué recordarás de todo esto cuando la veas… pero tampoco sé qué recordará ella de ti.
El aire se volvió pesado entre nosotros. Kagome me observó con el rostro desencajado, como si esas palabras fueran la confirmación de sus peores temores. Y lo eran.
–Aun así, la veré –dijo firme–. Es mi hija, yo la crie sola por cinco años… esto no me asusta.
–Kagome…
–No me vas a convencer de lo contrario, Inuyasha. Voy a verla.
Miré a mi madre y con un suspiro asentí.
KAGOME
Izayoi, aunque no dijo nada en todo el camino, pude sentir la gran culpa que cargaba. No sé si se debía a mí, o era por otra cosa, de todas formas, no dijo nada en todo el camino.
Al llegar a una de las habitaciones de la casa, ella me dejó sola con un asentimiento de cabeza y un suspiro. Entonces supe que Moroha estaba tras esa puerta. Los nervios me carcomieron cuando sentí el frío metal de la perilla bajo mis manos.
Respiré hondo, intentando calmar el torbellino en mi pecho, pero mis manos seguían temblando. Sentí que el aire me faltaba, como si en cualquier momento mis piernas fueran a ceder.
¿Y si no me recordaba?
La pregunta me asfixió.
Tragué saliva y, con un último vistazo a la puerta cerrada, giré la perilla lentamente. El sonido del mecanismo al girar pareció amplificado en mis oídos, y cuando empujé la puerta, un suave crujido resonó en la habitación.
Mi corazón latía con fuerza.
Al otro lado, la figura de una niña de cabellos oscuros se encontraba sentada sobre una silla, con la espalda apoyada en el respaldo y las rodillas abrazadas contra su pecho. Su rostro estaba medio oculto entre sus brazos, pero su energía, su presencia…
Era ella.
Era mi Moroha.
La emoción me golpeó con fuerza, dejándome sin aliento. Quise decir su nombre, pero mi garganta se cerró. No quería asustarla. No quería romper ese momento.
Entonces, como si sintiera mi presencia, ella alzó la cabeza lentamente y sus ojos se encontraron con los míos.
Mi corazón se detuvo.
Había algo en su mirada… algo que no supe descifrar de inmediato.
¿Era confusión? ¿Curiosidad? ¿Indiferencia?
O peor aún…
¿Era olvido?
–¿Y mi papá? –fue la pregunta que hizo al verme.
–Quiso que habláramos solo las dos –dije al adentrarme y cerrar la puerta tras de mí.
El único sonido en la habitación fue el leve crujido del suelo cuando bajó los pies y se puso de pie.
–Es mejor así –afirmó.
–Moroha…
–¿Por qué volviste?
Aquella pregunta me atravesó como una daga. No fueron solo sus palabras, sino el tono en el que lo dijo, frío, cortante, cargado de una dureza que jamás imaginé escuchar en su voz. Pero al menos, fue la confirmación de que sí me recordaba.
Tragué saliva, sintiendo cómo el peso de su mirada me mantenía clavada en mi sitio. No había rabia en sus ojos, pero tampoco calidez.
–Porque tenía que hacerlo –respondí con la voz más firme que pude encontrar dentro de mí.
Moroha entrecerró los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho.
–¿Tenías que hacerlo? –repitió–. ¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo?
Mi garganta se cerró por un instante. ¿Cómo podía explicarle lo inexplicable? ¿Cómo podía hacerle entender que ninguna respuesta sería suficiente, que no existía una justificación que pudiera borrar el dolor de su ausencia?
–Porque… –exhalé con dificultad– porque nunca dejé de pensar en ti. En ustedes.
Su expresión no cambió. Seguía observándome con una mezcla de incredulidad y algo más, algo que no podía descifrar.
–No sé si eso es suficiente –dijo finalmente.
Su frialdad me dolió más de lo que estaba preparada.
–No lo es –admití–. Pero aquí estoy, y quiero intentar recuperarte.
Moroha desvió la mirada por un momento, como si mis palabras la incomodaran. Luego, suspiró y me miró de nuevo, con algo que parecía ser una chispa de molestia contenida en el fondo de sus ojos.
–Tú nos dejaste…
–Hija…
–¡No! ¡No me llames así! –dijo retrocediendo cuando me vio avanzar–. Papá nunca me dijo nada, él siempre se negaba a hablar de ti y yo no entendía por qué. Yo no entendía por qué nunca más volviste, por qué te fuiste… cuando era pequeña solo te podía ver en fotos, en aquellas fotos que escondía de papá porque sabía lo mucho que le afectaban… –dijo frustrada mientras me veía–. Pero nunca dejé de pensar en ti… para mí eras lo más importante, o al menos eso recuerdo cuando era pequeña…
–Moroha… –dije conteniendo un sollozo.
–Pero al crecer me enteré de muchas cosas por mi cuenta, cosas de las que papá me protegía al no hablarme de ti, cosas de las que desearía no haberme enterado –dijo mostrándome su celular–. ¿Ves esto? Resulta que el motivo de tu ausencia se debía a que nos dejaste porque te casaste con otro hombre. ¿Por eso nos dejaste? Me dejaste a mí y te olvidaste de nosotros. ¿Por otro hombre?
Acorté la distancia entre nosotras.
–Hija, no fue así… déjame explicarte…
–¡Ya te dije que no me llames así! ¡Tú no eres mi madre! ¡Solo lárgate de aquí, regresa con ese hombre! ¡Nosotros no te necesitamos…!
–¡Moroha!
La intervención de Inuyasha fue inesperada, y rompió la tensión al instante.
–No le hables así a tu madre…
–Inuyasha, no… –Intenté que esto no escalara a más.
–Ella no es mi madre –respondió Moroha viéndolo con tristeza–. Esta mujer nos abandonó, se olvidó de nosotros, y ahora quiere actuar como si nada ¡No es justo! ¡No es justo para ti y no es justo para mí!
Él se acercó a ella, pero Moroha no quería estar cerca de nadie en estos momentos.
–¿Crees que no lo sé…? –murmuró nuestra hija conteniendo el llanto–. Yo fui tu tortura, papito. Verme a mí fue como verla a ella. Yo fui un recuerdo constante de lo que te hizo. Y el solo pensarlo me llena de rabia… –sollozó–. No sabes cuánto odie parecerme a ella, no sabes cuantas veces desee que fuera diferente.
–No es así, hija, tú no tienes la culpa de nada –Inuyasha intentó calmarla.
–Sí la tengo… –susurró con la voz rota, su labio tembló mientras se aferraba al celular entre sus manos como si fuera lo único que la mantenía en pie–. Si yo no hubiera nacido tú no habrías sufrido tanto, papá…
–¡No digas eso! –Inuyasha reaccionó con dureza, dando un paso hacia ella, pero Moroha retrocedió, negando con la cabeza.
–Es la verdad –su labio volvió a temblar al decirlo–. No digas que no sufriste. ¡No mientas! ¡Cada vez que me veías pensabas en ella! Lo sé… Sé cuántas veces quisiste olvidarla, pero yo estaba ahí para recordártela. Una y otra vez… –sollozó completamente rota–. perdóname…
Inuyasha bajó la cabeza. No tenía palabras para negarlo. No podía. Y aquello me destrozó.
Me llevé una mano a la boca, ahogando el sollozo que amenazaba con escapar. Verla así, verla destrozada, verlos romperse frente a mí… Era insoportable.
–Moroha, por favor…
–¡No! –gritó, con la desesperación desbordándose en su voz–. ¡Tú no puedes pedirme nada! ¡Tú no tienes derecho a estar aquí, a mirarme, a llamarme hija! ¡No tienes derecho a hacer que vuelva a sentir algo por ti después de que me abandonaste!
–Moroha, no… –Inuyasha trató de insistir, pero ella se alejó aún más.
Mis piernas flaquearon y tuve que apoyarme en la pared. Sentía que no podía respirar.
–Yo… nunca quise hacerte daño…
–¡Pero lo hiciste! –Sus lágrimas comenzaron a rodar, empapando sus mejillas mientras su rostro se crispaba en dolor–. Me hiciste daño, nos hiciste daño a los dos, ¡y lo peor es que nunca volviste por mí! ¡Nunca! Yo esperé… Dios sabe cuánto esperé… ¡Esperé cada día con la esperanza de verte entrar por esa puerta! Pero nunca lo hiciste. Nunca… No sabes cuánta falta me hiciste mamá…
Su voz se rompió por completo, y entonces, en el silencio sofocante de la habitación, supe que no importaba cuánto intentara explicarme, cuánto intentara hacerla entender… El dolor que le había causado era demasiado profundo.
–Hija… –susurró Inuyasha, pero ella negó con la cabeza y me miró, con los ojos llenos de lágrimas.
–Ya no importa… –murmuró, secándose el rostro con brusquedad–. Ya no espero nada de ti… Y tampoco quiero que esperes nada de mí.
Dio un paso atrás, alejándose de ambos y dejando a Inuyasha con angustia creciente. Pero se detuvo antes de salir para volver su mirada hacia mí.
–Si de verdad alguna vez me quisiste, entonces vete y no regreses…
Moroha desapareció dejándonos a nosotros dos solos en la habitación. Nadie se atrevía a decir algo, Inuyasha parecía sorprendido por el comportamiento de Moroha y yo… yo había perdido la voz.
–Hablaré con ella…
Sin pensarlo, mis dedos se aferraron a su brazo, deteniéndolo en seco.
Él giró apenas, lo suficiente para que nuestras miradas se cruzaran. En sus ojos chispeaban algo inexplicable, algo que no solo hablaba del dolor que ambos cargábamos, sino de una emoción más profunda, más antigua… más familiar.
–No lo hagas…
El silencio se volvió espeso entre nosotros. Mi mano seguía en su brazo, sintiendo el calor de su piel a través de la tela. Él no se movió, no se apartó.
El aire se cargó de algo que no podía nombrar, pero que reconocía. Su respiración, lenta y contenida, se mezcló con la mía en el breve espacio que nos separaba. Su mirada bajó apenas, lo justo para hacerme consciente de la escasa distancia entre nosotros.
Cada segundo que pasaba se sentía eterno. Un simple movimiento bastaría para romper con todo… y yo necesitaba un consuelo lo suficientemente fuerte para sostenerme. Para reparar los fragmentos que dejamos.
"–Nunca. No pasaba un solo día sin pensar en ti, sin preguntarme dónde estabas, sin…"
–Inuyasha, aquí estás… –Aquella voz irrumpió en la habitación haciendo que Inuyasha se tensara y se alejara de mí inmediatamente–. Oh, lo siento, no sabía que estabas ocupado.
Miré a la mujer que seguía de pie en la entrada. Había algo en ella que me resultaba extrañamente familiar, aunque no sabía por qué.
Quizás eran sus ojos oscuros, intensos y profundos. O tal vez era su cabello corto, enmarcando su rostro con una suavidad que la hacía ver aún más delicada.
Me detuve a observarla mejor. Era hermosa de una forma simple, sin esfuerzo, como si su presencia bastara para llenar el espacio.
Pero… ¿quién era? ¿Por qué sentía que la conocía?
–Ayer olvidé dejarle unos libros a Moroha, son para sus exámenes y…
–¿Quién…? –Intenté preguntar, pero antes de poder terminar, Inuyasha se interpuso.
–Hoy no es un buen día, Yu… –Se detuvo.
El aire pareció volverse denso de repente.
Mi mirada saltó de entre ella a Inuyasha, buscando respuestas en su rostro, pero él desvió la vista, tensando la mandíbula.
El nombre quedó suspendido en mi mente, golpeándome con la fuerza de un recuerdo enterrado, hasta que obtuve la respuesta.
¿Era ella? ¿Realmente era Margaret Desmond?
Su Yura…
–No parece que haya un buen día para esto –murmuró ella, con un dejo de ironía en su voz. Luego, su mirada volvió a mí, con esa intensidad que me hacía sentir desnuda, completamente expuesta–. Pero tal vez sí es el día para preguntar algo…
Hizo una pausa, inclinando la cabeza apenas para poder verme mejor.
–¿Por qué volviste, Kagome?
¿Por qué volví?
¿Por qué tenía que responderle a ella?
Podía sentir la mirada de Inuyasha clavada en mí, como si no pudiera hacer nada para romper el momento. Pero las palabras no salían. Mi pecho se apretó con fuerza.
Margaret, no apartó la vista de mí. Había algo en su expresión, en la forma en que sus labios se curvaron apenas, que me hizo hervir la sangre. Como si ya conociera la respuesta y solo quisiera oírla de mis labios.
–No tienes que contestar –agregó tras unos segundos–. Creo que todos aquí sabemos la respuesta.
Su tono era suave, pero la punzada en su significado fue clara.
Inuyasha soltó un suspiro pesado.
–Ya deja esto…
Margaret lo miró y luego negó con la cabeza.
–No te preocupes, Inuyasha, no he venido a discutir. Solo que no me esperaba esto.
Su mirada volvió a mí, escudriñándome.
–Iré a ver cómo está Moroha…
–¡No quiero que te acerques a mi hija! –exclamé al instante.
–Kagome…
–Suéltame –demandé cuando Inuyasha hizo el amago de sostener mi brazo–. Pero quién se cree esta mujer para…
–Su novia.
Las palabras de Margaret cayeron pesadas, implacables. Un escalofrío recorrió mi espalda, como si una brisa helada hubiera barrido la habitación de repente.
Lo miré, buscando algo en su expresión, cualquier indicio de que había escuchado mal, de que no era cierto. Pero sus ojos dorados no titubearon. No había duda en ellos.
–¿Qué…? –mi voz salió más débil de lo que esperaba.
Inuyasha suspiró, pasándose una mano por el cabello.
–Por favor, Yura, sal de aquí –pidió casi con súplica en la voz.
La habitación pareció más pequeña cuando ella se fue, como si el aire se evaporara. Me tambaleé un paso hacia atrás, pero me obligué a mantenerme firme.
–Kagome yo…
–¿Esa fue tu manera de pensar en mí? –cuestioné sintiendo que me ahogaba–. ¡¿Esa fue tu maldita forma, Inuyasha?! ¡Estando con otra mujer!
Intentó acercarse, pero di un paso atrás de inmediato, como si su sola presencia quemara.
–¡Ahora todo tiene sentido! ¡Por eso nunca me buscaste!
–No es así…
–¡Por supuesto que lo es! –solté con una risa amarga, rota, cargada de rabia y dolor–. Ahora entiendo por qué mi propia hija no me quiere a su lado… ¡Claro! ¿Para qué quererme, si ya le diste algo con qué reemplazarme?
–Kagome, basta…
–¡No me toques! –Lo aparté con un movimiento brusco, sintiendo un escalofrío de repulsión al menor roce–. Me das asco… no sé quién eres ¡Ya no te reconozco! ¡Y no quiero que vuelvas a tocarme nunca más!
Inuyasha se quedó inmóvil, su expresión era una mezcla de dolor y algo más… ¿culpa? ¿Arrepentimiento? No quería saberlo, no quería ver nada más en él.
Yo solo sentía un ardor en la garganta, un nudo en el pecho que amenazaba con romperme en cualquier momento. No podía respirar, no podía pensar, solo quería irme de aquí.
–Kagome…
–Cállate… ¡Cállate no digas nada! ¡No quiero escucharte! ¡Nada de lo que digas será suficiente!
Di unos pasos hacia la salida, mis piernas temblaban, pero me obligué a mantenerme firme. Pero antes de irme me detuve.
–¿Esto es lo que querías...? –pregunté con voz baja, sintiendo cómo todo dentro de mí se hacía pedazos–. ¿Que me enterara de esta forma? ¿Que viera con mis propios ojos que ya no tengo un lugar aquí? ¿Por eso me llamaste? ¿Fue por eso, Inuyasha…?
Inuyasha apretó los puños, pero no dijo nada. Su silencio me hizo más daño que cualquier palabra.
INUYASHA
Mi silencio fue su única respuesta.
Pero no, Kagome… No fue por eso que te llamé.
Quise decírselo, pero en este momento sentía que, sin importar las palabras que eligiera, nada podría arreglar las cosas.
–Te odio… –susurró, mientras las lágrimas finalmente caían–. Te odio con cada fibra de mi ser, Inuyasha. ¡Eres el peor ser humano que hay! –dijo sin remordimiento–. Ojalá nunca te hubiera amado, ojalá nunca hubieras sido parte de mi vida…
Se giró de inmediato y salió de la habitación, sin mirar atrás.
Me odié a mí mismo. Me odié como nunca antes lo había hecho.
Porque al final…
Le fallé.
Le fallé a Kagome.
Le fallé a Moroha.
Le fallé a la única familia que alguna vez tuve.
Continuará...
