IV

¡Felicidades a los novios!

Dios.

Syaoran observó con desconsuelo cómo la puerta de su alcoba nupcial se cerraba. Se encontraban en el mismo hotel donde se llevó a cabo la discreta ceremonia de bodas, solo asistieron ambas familias y sus asociados más importantes debido a que el periodo de luto por la muerte de Hien Li aun no terminaba.

Una de las condiciones que se le impuso a Syaoran para ascender al cargo de jefe de familia fue, precisamente, casarse.

Ven, Syaoran, tomemos una copa.

La voz de Meiling lo hizo afrontarse a la realidad, el anillo alrededor de su dedo le ajustaba, tal y como lo hacía la corbata de su traje de gala.

Creo que ya tuve suficiente por esta noche —balbuceó él, yendo a sentarse en el borde de la cama de forma lánguida y entorpecida. Los pétalos de rosas que adornaban el cobertor saltaron deformándose con su peso—. Me iré a otro dormitorio en un rato, nuestras familias no tardan en marcharse.

Meiling se arrancó su brillante tiara de la cabeza denotando su profunda tristeza.

En un inicio sus padres pensaban casarla con un anciano emiratí de sesenta años que ya contaba con dos esposas. Ellos siempre le dejaron en claro que la venderían al mejor postor, la menospreciaban por haber nacido mujer. Al enterarse de ese repugnante destino, se escapó a Inglaterra a buscar a su mejor amigo de la infancia, amenazando con quitarse la vida si él no le ayudaba a liberarse de ese compromiso.

Syaoran aceptó ofrecerse como cebo dentro de esa sucia subasta, pero nunca imaginaron que ese acuerdo corrupto se convertiría en una realidad tan pronto. En los doce meses que duró su compromiso, Meiling se mudó a la mansión Li con el propósito de aprender los deberes de una buena esposa.

Las visitas de Syaoran fueron escasas, esquivas y su trato displicente. El compromiso y su estupidez arruinaron su bonita amistad. Eso dolía porque en el fondo siempre estuvo enamorada de él.

Podrías quedarte —Meiling fue a tomar la mano de Syaoran, acariciando con sus dedos la alianza que horas antes ella misma le colocó—. Podríamos intentarlo, me refiero a ser un matrimonio de verdad.

Syaoran comenzó a reírse como si le hubiesen contado un chiste.

Nosotros nunca tendremos ese tipo de relación.

¿Por qué? ¿Tan desagradable te resulto?

Es un matrimonio por conveniencia, tú necesitabas escapar de tu antiguo prometido y yo un documento que me respalde como un digno hombre de familia para recibir mi herencia —Syaoran ultimó la caricia de su esposa para aflojarse el nudo de la corbata—. Seremos un matrimonio solo de nombre, eres libre de vivir tu vida como mejor te convenga.

Es muy sencillo para ti decir eso, eres hombre y la sociedad no verá repudiable tu comportamiento indigno. En cambio yo… —Meiling bajó su tono de voz, no se acercó a él para buscar pelea.

Se levantó la falda del vestido de novia sentándose a horcajadas en el regazo de Syaoran. El olor a alcohol brotaba de él con cada respiración, sus ojos bonitos e intensos lucían adormilados, estaba evidentemente borracho.

Por favor, solo una vez —Meiling suplicó desabrochando la camisa de Syaoran—. Solo esta noche, dame la oportunidad de demostrarte que puedo complacerte.

Las manos de Meiling se deslizaron por todo su cuerpo, el techo giraba sobre él cuando se tumbó de espaldas a la cama con su nueva esposa bajándole los pantalones. ¿Qué sentido tenía conservar el decoro cuando lo único que le quedaba por disfrutar en la vida eran sus momentos de lujuria?

La vida soñada junto a la mujer que una vez amó, estaba más lejos que nunca.


—¿Syaoran está de regreso?

Meiling Li se levantó con prisa de la mesa con la aparición de Qiang Wèi en su vivero personal. Las tijeras de podar se resbalaron de la superficie, cayendo al piso con un sonido ensordecedor.

Qiang sonrió un poco ante el avistamiento de la esposa de su jefe, era una mujer preciosa de deslumbrantes ojos rubíes. Esa mañana vestía un sombrero de mimbre y guantes rosas que desentonaban con su vestido tradicional.

Traspasar las fronteras de la mansión Li era retroceder a la antigüedad. Esa familia tenía costumbres demasiado anticuadas, estaba seguro de que, si las leyes en derechos humanos no fuesen tan estrictas, todavía castigarían a las sirvientas golpeándolas con varas de madera o azotes después de cometer el mínimo error.

—Su suegra está saliendo a buscarlo en este momento, señora.

Qian despojó a Meiling de su sombrero, el sol que se filtraba era discreto, sin embargo ella odiaba broncearse.

—¿Por qué esta mujer es diferente? —se quejó Meiling, esquivando la mirada de Qiang—. Dime, ¿qué tiene de especial? Sé que Syaoran tiene muchas amantes a su disposición pero nunca dejó de asistir a nuestras citas por escaparse con una de ellas.

Desde que Qiang se convirtió en la sombra de su jefe, aprendió que Li solo se encontraba con su esposa en días previamente acordados. Nunca dentro de la mansión. Meiling era llevada al lujoso apartamento de vivienda de su marido para pasar la noche ahí, el resto de los días, si surgía algún compromiso al que debían asistir juntos u otro tipo de eventos, Syaoran solo disponía de su compañía un par de horas y luego la devolvía a casa con Qiang.

El secretario se volvió el paño de lágrimas de una mujer casada, en medio de las confidencias que compartieron, se enamoró perdidamente de Meiling Li.

—No lo sé —Qiang mintió. Si bien fue obligado por Ieran a contarle la verdad, era algo que habitualmente sucedía. Syaoran sabía que tarde o temprano su madre intervenía en todos sus asuntos—. Su suegra también siente curiosidad al respecto, por eso decidió viajar para averiguarlo.

—Syaoran no puede dejarme —sollozó Meiling, arrojándose a los brazos de Qiang—. Tienes que evitarlo.

Qiang acarició la cabeza de Meiling con sumo cariño, ella era el principal motivo por el que deseaba conservar su trabajo.

—¿Qué hay sobre usted? —preguntó, sosteniendo a la chica del mentón, su rostro afligido le hacía doler el corazón—. ¿Confirmó su sospecha?

El labio inferior de Meiling tembló en un inútil intento de contener sus lágrimas, eso fue suficiente respuesta para Qiang.

—Debe conseguir que él se acueste con usted, o al menos, hacerle creer que lo hizo.

—Syaoran no ha vuelto a tocarme desde nuestra noche de bodas, lo sabes —replicó ella—. No sé qué hacer, estoy volviéndome loca.

Qiang mandó a volar el mandil que envolvía la figura de Meiling, desatando el nudo que unía los extremos de su kimono.

—Yo también estoy volviéndome loco. No creo sobrevivir un día más sin usted.

Alzó a Meiling en brazos, tirando las masetas que ocupaban la mesa para desnudar con libertad el cuerpo de la mujer. No hubo previos ni intermedios, estaba tan desesperado que fue directo al acto. Él era un esclavo oportunista que sedujo a la princesa del palacio sin tener nada qué ofrecerle, los padres de Meiling nunca los dejarían ser felices por su cuenta.

La única forma de mantenerse juntos de manera segura era ocultándose bajo el ala de familia Li.


Syaoran exhaló apretándose el puente de la nariz después de pasar la noche entera en vela revisando documentos que necesitaban de su autorización. Esto ni siquiera era una consecuencia de haber despedido a su secretario, sino del giro romántico e irresponsable en su itinerario.

Desde que asumió las responsabilidades de su padre, no podía tomarse más de un fin de semana libre y ahora llevaba una semana yendo de un punto a otro con Sakura.

Lo cierto era que no se arrepentía.

Con el cuerpo dolorido abandonó su estudio estirando los brazos para relajar los músculos de su espalda. Todavía era demasiado temprano para que llegara la servidumbre y carecía de sentido irse a dormir faltando una hora para la salida del sol.

De manera inconsciente se encontró frente a la habitación de Sakura, esa enorme edificación de roble se convirtió en su portal al paraíso. No quería violentar su privacidad entrando a hurtadillas luego de pregonar hasta el cansancio que iba a comportarse como un caballero pero se negaba a desaprovechar más oportunidades junto a ella.

Eran tan confiada que ni siquiera se molestaba en ponerle seguro a la puerta. Y si él fuese un poco más sincero con respecto a sus deseos por ella, Sakura incluso dormiría con un artefacto de defensa debajo de su almohada.

La apreciación lo hizo sonreír. Ella era la única persona a la que nunca le causaría daño.

Se arrodilló a la cabeza de su aposento, apoyando los brazos suavemente en el borde de la cama. Sakura descansaba sobre su costado con los labios entreabiertos, el sonido de su respiración era tenue y apacible, era como velar a un niño que sueña sin ningún tipo de preocupaciones.

Justo la visión que anhelaba tener el resto de su vida.

—Sakura, ¿puedes escucharme? —susurró Syaoran dibujando la línea de su cabello sin establecer un contacto real—. Tienes que ser feliz acosta de todo, ¿entiendes? Estoy preparándome para que no tengas que dejarme atrás, aun si piensas que no te merezco, no te atrevas a soltarme la mano.

En medio de sus delirios, debió quedarse dormido, porque la próxima vez que recuperó la noción del tiempo, fue gracias a las caricias que Sakura le daba en la cabeza.

—Buenos días —Syaoran se aclaró la voz, enderezándose a toda prisa.

Sakura se cubrió con la sábana, dejando solo sus ojos verdes visibles.

—Buenos días.

—¿Mi presencia aquí te puso incómoda? —Syaoran falló en su intento de incorporarse, sus piernas estaban entumecidas.

Sakura negó sin retirarse su capa protectora.

—Todavía es temprano y no he cepillado mis dientes —explicó.

Una risa mitigó la expresión inquieta de Syaoran.

—Deberías borrar ese ítem de tu lista de inseguridades.

Sakura cerró los ojos, encogiéndose aún más bajo la sábana.

—No quiero que tengas una mala impresión sobre mí.

—¿Cómo lo evitarás en el futuro? Es un hecho que dormiremos juntos algún día y pretendo despertarte con un beso cada mañana.

Oh, no.

Syaoran tenía toda la razón, aunque se esforzara en levantarse primero para asearse, no lo lograría a menudo. Era una dormilona irreformable, así que empujó lejos sus cohibiciones y atrajo a Syaoran a la cama, la mitad superior del cuerpo de él estaba encima de ella, era un peso tolerable.

—¿A eso viniste? ¿Ibas a despertarme con un beso?

Los brazos de Sakura rodeaban con fuerza su espalda, Syaoran apenas se sostenía sobre sus codos evitando atosigarla con su cercanía. Pese a ello, sus pechos se tocaban con cada respiración descoordinada. El cuerpo de Sakura irradiaba un calor atrayente y sus palabras lo sometían a una tentación formidable.

Syaoran terminó trepándose por completo a la cama, amoldando su cuerpo al de Sakura. Las mejillas de ella se ruborizaban con el transcurrir de los segundos, era un momento que ambos debieron compartir once años atrás. Cuando él podía corresponder a estas demostraciones de afecto con la misma timidez e inocencia que Sakura.

—¿Estás segura? ¿Podemos hacerlo? —murmuró, frotando su mejilla con la de ella. Habían pasado dos días desde su primer beso en la piscina.

Sakura se movió, besándolo en la mejilla a modo de respuesta. La emoción que le provocaba estar a solas con un chico lindo en su habitación en una posición comprometedora sobre su cama, era algo que nunca pensó que viviría.

Las sábanas crujieron con Syaoran retomando el control de la situación, colocó los brazos de Sakura a un lado de su cabeza aprensando con cuidado sus muñecas. El éxtasis manifestándose en sus orbes esmeraldas, lo instó a entrelazar sus labios.

El cuerpo de Sakura se redujo a esa susceptible zona que Syaoran acariciaba con su boca. El contacto fue breve, mágico e ingenuo. Duró menos que el beso de la alberca, sin embargo pudo sentir la inconmensurable pasión de ese hombre hacia ella.

Sakura estiró el cuello en busca de una repetición, encontrándose con que Syaoran estaba huyendo de la cama.

—¿Es por mi aliento? —gritó ella, inquieta.

Syaoran se peinó el cabello hacia atrás con los dedos, dándole la espalda.

—No.

—¿Entonces? —exigió quedándose de rodillas sobre el colchón.

—No eres tú, soy yo…

—Tampoco tienes mal aliento —Sakura meditó ladeando la cabeza—. En realidad hueles muy bien, tú loción es de excelente calidad y tienes un ligero sabor a café.

Eso era entendible, Syaoran bebió cuatro tazas para mantenerse despierto.

—Eres tan inocente —suspiró él—. Ya lo entenderás a medida que avancemos en nuestra convivencia. Prepárate para salir, vamos a comer afuera.

Sakura abrió la boca con asombro. Pasó su vida entera rodeada de hermanos varones y aun así se atrevía a ignorar un detalle tan importante. Los hombres despertaban susceptibles por la mañana.

En lugar de avergonzarse se echó a reír con la apresurada fuga de Syaoran de su recamara.

Era asombroso ir compenetrándose con él. Syaoran era como un camino sin baches para ella, podía acelerar cuánto quisiera y frenar de la misma forma sintiéndose segura.


Junichiro Amaki, secretario ejecutivo a cargo de la oficina de Syaoran Li, tocó tres veces la puerta antes de abrirla. Su jefe se negaba a contestar el teléfono, pero en la recepción tenía un visitante bastante insistente. Así que, para relajar los ánimos, decidió escudarse con una charola de té elaborado con hojas de Sakura.

Li tendía a ponerse de buen humor cuando recibía un regalo relacionado con las flores de cerezo, algo bastante peculiar, si se destacaba su carácter impasible.

Me tomé el atrevimiento de servirle un poco de té —dijo el secretario, colocando la taza en la esquina de la mesa.

Syaoran sonrió percibiendo el aroma de la bebida caliente, levantó el antifaz oscuro que le cubría los ojos y se sentó a degustarla.

¿Algún asunto que no puedas manejar por ti mismo? —preguntó, mirando su reloj. A media tarde acostumbraba tomarse un descanso de cuarenta minutos para despejar su mente. Escuchar quejas, tomar decisiones y evadir a los oportunistas se volvía más y más molesto con el pasar de los años.

Gente que ni se dignaba en devolverle el saludo cuando su padre vivía, ahora se arrojaba al suelo para besarle los pies. Tenía que evaluar bien con quién portarse condescendiente y a quién pasar de largo.

Su nivel de estrés era tal, que llevaba un mes entero sin ocupar los favores de ninguna de sus amantes. Syaoran creía que a sus veintinueve años, ya había visto y disfrutado todos los placeres que el sexo podía ofrecer. Debía encontrar un nuevo pasatiempo que lo inspirara.

Este hombre dice ser amigo suyo, se presentó como Eriol Kinomoto, ejecutivo de las agencias Kinomoto, nuestros encargados de publicidad…

Syaoran cruzó las piernas reclinándose en el respaldo del sofá. Los fantasmas de su pasado estaban resucitando.

Qiang debe haber gestionado la finalización del contrato con los Kinomoto —supuso con enorme diversión—. Lo recibiré, hazlo pasar.

Junichiro hizo una reverencia, marchando obedientemente a cumplir su labor: sostener la puerta abierta para darle entrada a Eriol.

Lamento presentarme sin una cita —se disculpó Eriol, con una leve inclinación, reparando en la informalidad de su contraparte.

Syaoran no hizo otra cosa que señalarle la silla frente a él, antes de colocarse de nuevo el antifaz sobre los ojos y tumbarse de espaldas en el sofá.

Eriol suspiró. Bien merecido se lo tenía. Cortó lazos con Syaoran posterior a la pelea que tuvo con su hermano menor, Kaito, en el día de su graduación del instituto y aun así tuvo el valor de usar el honorifico de "amigo" para lograr una audiencia con él.

Poco se sabía de la vida privada de Syaoran Li, su viejo compañero mantenía su buen aspecto y aunque mucho se corría la noticia de su boda, Eriol notó que no llevaba una alianza en el dedo.

¿Qué quieres? —musitó Li.

Lo sabes bien, nuestras familias han trabajado juntas prácticamente desde la fundación de las empresas, ¿por qué quieres terminar una relación laboral tan larga? ¿Qué hicimos mal?

Eriol se cuidó de no alterar el tono de su voz, él era el jefe del departamento de finanzas de las agencias Kinomoto y sus pronósticos financieros iban a sufrir un déficit tremendo si Syaoran Li cerraba su cuenta con ellos.

Nuestros padres gozaban de cierto grado de amistad —Syaoran recordó con desgano—. Y nosotros, la nueva generación, nos llevamos como perros y gatos. Tú me odias, el CEO de tu compañía me partió la cara hace años y yo le fracturé la nariz a Kaito. Sus trabajos son medianamente buenos, pero no los necesito. Mi marca se vende sola, así que le daré el contrato a una empresa emergente.

Estás siendo demasiado arrogante, ¿no crees? —Eriol se puso en pie, arrebatándole el antifaz a Syaoran, si iba a despedirlo, al menos, quería que lo mirara a los ojos.

Los arrogantes fueron ustedes, yo quise sostener una buena relación con tu familia, estuve tan dispuesto a estrechar nuestros lazos que incluso quise hacer mía a tu hermana, ¿no lo recuerdas? —Syaoran se alimentó de la furia en los ojos de Eriol—. Si te la pido a cambio de no rescindir el contrato, ¿me la darás?

Eres un hijo de puta —Eriol tomó con ambas manos los hombros de Syaoran, obligándolo a sentarse—. Sakura no es una mujerzuela que esté a la venta. No has madurado nada, ¿qué pensaría tu esposa de todo esto?

Syaoran empujó a Eriol, deshaciéndose de su agarre. Se lo quitó de encima como a una molesta legaña matutina. Avanzando a su escritorio sin molestarse en ponerse los zapatos, sacó una carpeta de las profundidades de una gaveta y la arrojó encima de la mesa de cristal, ocasionando que la taza de té cayera al piso.

Ustedes los Kinomoto tienden a malinterpretarlo todo —espetó Syaoran, volviendo a sentarse, cogiendo la única galleta que se salvó del turbulento altercado—. He revisado cada propuesta publicitaria durante los últimos cinco años y ninguna me había sorprendido tanto como esta. Sucede que mi equipo se contactó con ustedes para discutir su aprobación y dijeron que las carpetas que enviaron no fueron las autorizadas.

Eriol abrió el folio pasando las hojas con cuidado, era la propuesta para la temporada otoñal del presente año, todo le pareció de maravilla hasta que se fijó en la firma del ejecutor: Sakura Kinomoto.

En este momento, Sakura no está capacitada para dirigir un proyecto de esta magnitud, ella es solo una asistente en la oficina… —murmuró Eriol. Demonios. Cómo pudieron dejar pasar este error, Sakura a menudo le presentaba propuestas a Touya con la esperanza de obtener la oportunidad de dirigir un proyecto por primera vez en su vida, y el motivo por el cual su hermano mayor nunca las aceptaba era, porque Sakura no tenía capacidad de mando. Era demasiado tímida y pasiva para el cargo.

¿Por qué? Recuerdo que era muy inteligente —opinó Syaoran, sin negar que ese nombre removió en él sentimientos que creía extintos.

Te presentaré una propuesta mejor —repuso Eriol—. Dame una nueva oportunidad.

Syaoran suspiró, sin reaccionar a la reverencia de su ex amigo. Ellos seguían menospreciando a la pobre Sakura y aunque desconocía el tipo de mujer en la que esa chiquilla peculiar se había convertido, anhelaba verla una vez más.

De acuerdo, iré a las oficinas de tu agencia la próxima semana para escuchar otra propuesta —Al instante en que Eriol se enderezó expresando sorpresa, Syaoran pulverizó la galleta cerrando su mano y esparció las migajas como si fuesen un puñado de arena—. Pero, si no logran impresionarme, solo tendrán dos opciones: aceptar la campaña que propone Sakura con ella como cabeza del proyecto o finalizar formalmente nuestro contrato.

De acuerdo.

El corazón de Syaoran se desató en un golpeteo eufórico ante la expectativa, admitiendo que nunca olvidó por completo a Sakura Kinomoto. La esperanza de su acercamiento, se volvió su única motivación hasta que llegó el día de la tan ansiada reunión.

Bienvenido, Li-sama.

Esa frase no fue la bienvenida a una reunión empresarial, sino a un nuevo modo de vida, la puerta de entrada a su fantasía más íntima. Indiscutiblemente, esa voz precipitó el surgimiento de un nuevo hombre en él.

¿Cómo has estado, Sakura-san?

En realidad, Syaoran no necesitaba una respuesta. Sakura se conservaba idéntica a la niña de sus recuerdos, de mejillas suaves y ojos deslumbrantes. Su bonito cabello reflectaba la luz artificial del piso y su espectacular figura iba envuelta en una tentadora fachada recatada.

¿Nos conocemos?

¿No me recuerdas?

L-lo lamento…

Syaoran luchó de manera incesante hasta derrocar las defensas del castillo en el que ella permanecía cautiva, cada caída, cada derrota, valieron la pena. Por fin podía inclinarse ante la princesa.

Olvídalo, me emocioné mucho de verte, es todo. El culpable de que no puedas recordar, soy yo, nunca me presenté de manera formal contigo, Syaoran Li —De no contar con una retahíla de gente a sus espaldas, le habría tomado de la mano para besarla, por el momento iba a conformarse ofreciéndole una respetuosa reverencia—. De ahora en más, estarás tan consciente de mi nombre como yo del tuyo.

«Porque no volveré a perderte de vista nunca más».


—¡Está hermosa! —gritó Fiorella juntando las manos a la altura de su pecho—. Si el señor no se decide a dormir con usted esta noche, yo misma los encerraré bajo llave.

El rostro de Sakura se ruborizó, aunque la dama mayor era un poco metiche, su habilidad con las manos fue bastante útil. La trenza que cruzaba su cabello entrelazado con listones dorados, fue toda una proeza de realizar.

Por la mañana recorrió el pueblo con Syaoran en una amena caminata, enterándose de una fiesta que se estaría llevando acabo en una de las villas cercanas.

Al principio Sakura estuvo reticente en aceptar la invitación porque se trataba de una mascarada y Syaoran propuso ir cada quien por su lado para sumarle emoción a su encuentro. Ella todavía no se sentía con confianza de reconocerlo entre una multitud con el rostro cubierto, sin embargo tomaría la ocasión como un mensaje del destino.

Esta sería la confirmación de que Syaoran era su pareja ideal, la meta era reunirse con él antes de la medianoche, hora en la que era obligatorio retirarse las máscaras.

—¿Quiere que le tome una fotografía?

—Sí, por favor —aceptó Sakura, sosteniéndose la falda del vestido. Fue a posarse en el alfeizar de la ventana, cuya vista era adornada por las flores iluminadas del jardín. Pensaba enviársela a Tomoyo, con quien sostuvo una comunicación fluida en los últimos días.

Ella era una de las razones por las que quería regresar a Tokio, gracias a Syaoran abrió los ojos sobre distintas cosas que deseaba experimentar. No quería seguir andando por la vida sin tener el placer de tomar una copa con una buena amiga.

Fiorella desplegó su talento fotográfico obligándola a adoptar distintas poses, una vez satisfecha, guardó el celular de Sakura en un pequeño bolso que le entregó junto a su respectivo antifaz.

—Debe apresurarse, el señor partió hace bastante, creo que está más ansioso que yo —canturreó la mucama, halando a Sakura hacia la recepción—. El carruaje está listo, recuerde que ante cualquier inconveniente, puede llamarnos e iremos de inmediato por usted.

—Entendido, gracias por todo —dijo Sakura, entrando al coche. A la mañana siguiente partirían de la villa y extrañaría bastante las ocurrencias de esa imprudente italiana que hizo las veces de hada madrina.

Las manos le sudaban por debajo de los guantes, su nerviosismo en ese momento no tenía limites. Intentó distraerse en los parajes de los campos verdes que la tarde anterior admiró montada en la graciosa motocicleta que Syaoran alquiló, abrazarlo y recostar la cabeza en su espalda fue su parte favorita.

Eso le hizo pensar por primera vez que le hubiese gustado conocerlo antes, así su soledad habría sido mucho más liviana de sobrellevar. Syaoran no parecía aburrirse a su lado, escuchaba con atención cada una de sus ocurrencias, a veces le daba consejos y otras, le jugaba bromas.

Con la mano en el corazón podía jurar que Syaoran le gustaba. Por eso se arriesgó a besarlo y por eso mismo, reuniría el valor para dormir con él esa noche. No quería regresar a Japón siendo la mujer indecisa y apagada que solía ser. Quería darle la cara al mundo con un espíritu renovado.

La vereda que conducía a la villa encantada era iluminada con antorchas reales y si la línea de automóviles aparcados en la entrada no fuesen un indicativo del transporte principal del siglo veintiuno, Sakura hubiese creído que cayó en un portal al pasado.

El chofer le ofreció su mano y la escoltó hasta el vestíbulo, donde los edecanes le dieron la bienvenida. Sakura tragó saliva sintiéndose intimidada por la exagerada cantidad de personas que albergaba la mansión.

La mayoría de hombres llevaban trajes de gala comunes con máscaras vistosas, algunas insinuaban formas de animales como cuervos, osos o panteras. Y las féminas destacaban con sus corsés apretados y sus faldas pomposas.

Sakura se topó con su propia imagen en el espejo, arrepintiéndose un poco de su selección, era quizá demasiado inofensiva, parecía una adolescente en su noche de graduación por su vestido rosa con mangas que terminaban en sus codos adornadas con encaje blanco. Mantuvo sus hombros al descubierto y sus pechos sobresalían lo justo, no llevaba nada revelador.

Sus accesorios también fueron discretos, no consideró la competencia del entorno. ¿Qué tal si Syaoran se iba con una chica más atractiva? Se le rompería el corazón, definitivamente.

—Disculpe, señorita, ¿le gustaría bailar?

Sakura se sobresaltó, viendo sobre su hombro a la persona con un representativo antifaz veneciano adornado con cascabeles y picos en la parte superior que le recordaron a un emblemático bufón. Lo escrutó entrecerrando los ojos llegando a la conclusión de que ese no era Syaoran Li.

—Lo siento —se disculpó resuelta a continuar su travesía—, tengo acompañante.

El hombre atendió sus palabras con educación, retirándose sin objeciones.

Eso sirvió para que el orgullo de Sakura se hinchara, ¡un desconocido la invitó a bailar! No debía lucir tan mal después de todo.

Los camareros se movían a la rapidez de las faldas de campana de las mujeres en la pista, elevando las charolas por encima de su cabeza para evitar las colisiones con los invitados, eran un poco más de las once cuando visualizó por fin a un posible candidato a príncipe azul.

El hombre descendía de las escaleras del segundo piso con una gracia imperial, su máscara negra adornada con sinuosos detalles dorados solo dejaba al descubierto el tercio inferior de su rostro, pero reconocería ese peinado rígido en cualquier lugar.

Sakura sonrió abriéndose paso en medio de las decenas de cuerpos danzantes, aturdiéndose por el calor un segundo. La música acelerada poseyó su corazón, haciéndolo latir de manera desenfrenada. Pese a su esfuerzo, no consiguió alcanzar a su objetivo, quien se dirigía con pasos seguros al jardín.

Ella apretó los dientes corriendo con toda la velocidad que sus tacones le permitían, aún no se acoplaba a ese tipo de calzado, haciendo que fuese complicado manejarlo en terrenos pedregosos.

Las pequeñas piedras crujieron bajo sus pies, restándole equilibrio, Sakura supo que al segundo siguiente terminaría enterrando la nariz en el piso. Cerró los ojos preparándose para el golpe, una exhalación forzosa salió de su boca por la presión aplicada en su estómago.

Alguien le había salvado de caer.

Sakura sorbió aire con un murmullo de alivio entrecortado. El brazo masculino apretaba debajo de sus pechos, haciendo difícil la expansión de su tórax.

—Me encanta que te pongas en circunstancias de riesgo, facilitas mis tareas de conquista.

Sakura movió la cabeza en reacción al cosquilleo que esa voz provocó en su oído.

—¿Cómo pudiste saber que se trataba de mí? —preguntó Sakura, posando su mano en la de Syaoran.

Syaoran le dio un beso en el hombro, rodeándola con ambos brazos.

—No te he quitado la vista de encima desde que llegaste, quería evitar que otras personas se te acercaran —confesó, embriagado de su dulce aroma—. Estás impresionante, eres la más hermosa de la fiesta.

En contra de su voluntad, Syaoran se apartó de ella, devolviéndole su espacio. El antifaz blanco de Sakura combinaba a la perfección con el adorno central de su vestido. Ella era la representación de la pureza y la integridad, mientras que él, era solo una mancha de suciedad que se aferraba a su ropaje.

—No mientas, hay personas mejores vestidas ahí adentro —opinó cabizbaja.

—Esa ropa te hace lucir más joven de lo que eres. ¿Por qué crees que aquel hombre se te acercó? Te confundió con una jovencita fácil de seducir.

Era una suerte que su rostro estuviese medio cubierto, de lo contrario, Syaoran habría notado su rubor supremo.

—No me interesa seducir a nadie más que a ti.

Con temor, Sakura fijó sus ojos en los de Syaoran, los adornos dorados de su máscara se opacaron en comparación al impetuoso entusiasmo que sus orbes ámbares demostraron.

—Yo quiero aprender a quererte de una forma sincera —continuó Sakura—. Quiero que seas la persona que me enseñe cómo debo amar y todo lo que eso implica. Quiero ir a muchas citas contigo, aprender tus gustos, besarte y que me beses de vuelta. Además, si es posible, quiero que… hagamos el amor antes que este viaje termine.

Syaoran amplió su sonrisa, era la declaratoria más sublime de su existencia. Sakura gritó en voz alta que deseaba hacer el amor con él, lo único que lamentó fue que estuviesen en un país extranjero, quizás ninguna de las personas que transitaban alrededor pudo entenderlo.

Pero a él se le grabó a carne viva su petición.

Desde su reencuentro, Syaoran no dudó ni una sola vez que Sakura era la mujer de su vida, quería llenarse con su risa, apaciguar su volubilidad y potenciar la confianza en sus talentos. Sakura era una estrella cuyo brillo pasaba desapercibido para el ojo común, pero para él, era única e irrepetible.

—Bailemos —propuso tocando la delicada seda que cubría la mano de su amada—. Primero en la pista, y después, te guiaré paso a paso en la cama.

El volumen de la música ascendiendo en la cabeza de Sakura acalló la insensatez de su intrépido arrojo. Sus vacaciones estaban regresando al punto deshonesto con el que fueron planeadas, solo que el hombre frente a ella no era un desconocido que la evitaría a la mañana siguiente, Syaoran Li iba a entregarle también una parte de él.

—¿Sabes bailar? —Syaoran preguntó, situándolos en el centro de la pista.

Sakura tenía el aspecto de un tierno corderito destinado al sacrificio. Cuán equivocada estaba. Él no iba a echarla al fuego ni la degollaría para deleitarse con su ofrenda. Tenía previsto montarle un altar, adorarla sin descanso el resto de su vida.

—He bailado un par de veces, en las bodas de mis hermanos —relató ella, le estaba faltando la respiración, la mirada ígnea de Syaoran la sofocaba.

—¿Los hombres que te invitaron eran tus familiares? —Imaginarla con su cintura rodeada por el brazo de otro, lo colmaba de celos. Depositó la mano de Sakura a la altura de su hombro y recogió la otra con delicadeza—. Responde.

Sakura jadeó por la fuerza insolente con la que Syaoran la atrajo hacia él. No podía retirar su vista de sus atrayentes ojos ambarinos, esa máscara que ocultaba sus ya conocidas facciones amables, la excitaba de manera poco conveniente. No sobraba ni el minúsculo espacio entre ellos, la falda abombada de su vestido era empujada atrás por las piernas de Syaoran.

—Sí —susurró, agobiada por el calor de sus emociones—. Tal parece que me obligué a esperar por ti todo este tiempo.

La luz del salón se apagó, quedándose a oscuras una pequeña eternidad. Algunos murmullos afligidos llegaron a sus oídos pero pronto fueron evaporados por la luz natural de las velas. La orquesta cambió a una tonada romántica y relajante bajo la que comenzaron a moverse.

Syaoran se aferraba al cuerpo de Sakura por algo que iba más allá de la posesividad, el pánico lo invadía desde las profundidades de su ser, si aquello era un sueño, prefería morir a despertar. El cambio en el escenario fue para anunciar la caída de la media noche, la gente comenzó a retirarse sus antifaces, tomando conciencia del aspecto de sus parejas.

Syaoran no necesitaba de eso, era ciego cuando de Sakura se trataba. Aun con sus ropas prudentes y sus gafas encubridoras, ella le parecía una belleza, porque ninguna otra mujer poseía un alma tan hermosa.

Sus labios rozaron los de ella captando su aliento abrumado con caricias lentas que seguían el ritmo de sus pasos. La mano de Sakura estrujó la de él, catalizándole su nerviosismo. No sabía qué hacer para calmarla cuando Syaoran mismo se derretía en inquietudes.

Fueron los únicos que se marcharon de la fiesta con su antifaz todavía puesto, Syaoran pensó que si se lo quitaba, no podría mantener el control.

—Sakura… —comenzó a decir, plantado en los atrios de la habitación de la chica.

—Tengo veintisiete años, Syaoran —Sakura predijo sus palabras, él iba a pedirle que lo pensara mejor, y lo cierto era que ya no quería esperar—. Puedo lidiar con las consecuencias.

¿En serio podía? Comenzó a dudarlo después de retirarle el antifaz, delineó con sus dedos sus atractivas cejas, deslizándose por su bien definida nariz hasta que Syaoran le atrapó los dedos con los dientes.

Sakura se llenó de expectativa, sintiéndose osada, le deshizo la corbata, ocasionando que él le devolviera la movilidad de su mano. Con un temblor torpe, Sakura continuó con los botones de la camisa, dejándose envolver con el calor que manaba de él.

El cuerpo de Syaoran era glorioso, su piel bronceada adornada con las duras formas de sus músculos. Sakura besó su pectoral izquierdo, quedándose ahí varios segundos. Él se tensó, víctima de su corazón delator, que gritaba con cada toque de ella.

—¿Puedes escucharlo, cierto?

La voz de Syaoran fue una mezcla de dulzura y rudeza, como el néctar que se desliza ablandando cualquier superficie roma. Sakura pegó la oreja a su pecho, encantada por la sensación de la longitud de aquella espalda desnuda bajo sus manos.

—Creo que todavía no domino ese idioma, ¿qué intenta decir?

Sería ambiciosa solo una vez, solo esa noche, quería a Syaoran Li solo para ella.

—Sakura, me enamoré de ti siendo apenas un chiquillo, viví mis años tratando de encontrar a alguien que tuviese un mínimo parecido contigo porque tú eras inalcanzable para mí, yo… —Syaoran acunó el rostro de Sakura entre sus manos después de quitarle el antifaz, era ella, su mística princesa encantada—. Tengo miedo, no quiero hacerte daño.

—Confío en ti —Sakura se separó de él y tomando valentía, le dio la espalda, indicándole que estaba lista para liberarse de su ropa—. Es tu oportunidad de demostrarme todo lo que sientes por mí, contágiame de tu amor, Syaoran.

Esto era todo lo que Syaoran había soñado por años, su ropa en el piso revuelta con la de Sakura, el sonido de sus respiraciones y la humedad de sus cuerpos resonando en la noche, el idilio sugerente que anhelaba repetir por el resto de su vida.


—¿Te encuentras bien? —Syaoran sentía el brazo entumecido, Sakura durmió la madrugada entera encima de él, y podía asegurar que era el dolor más delicioso que alguna vez experimentó.

Sakura se movió, acortando sus distancias, era difícil verlo a la cara después de todas las cosas que habían hecho. La forma en la que él besó cada parte de su cuerpo abriéndose paso en su interior, fue magnifica. Tanto que acabó rogándole por una repetición.

—Estoy bien, deja de preocuparte. Al regresar te prometo que haré un poco más de ejercicio —Sakura comparaba su sensación matutina con la de un accidente por aplastamiento, le dolían zonas del cuerpo de las que ni siquiera era consciente en el pasado—. No me arrepiento, si es lo que estás pensando.

—¿Quieres que te ayude a asearte?

Sakura negó cubriéndose los pechos con los brazos en un acto reflejo, estaba demasiado expuesta, las frazadas fueron arrojadas por ella misma al piso.

Syaoran sonrió, dándole un beso en la frente.

—Te traeré algo de fruta y café, partiremos a media mañana.

Al verlo incorporarse, Sakura se puso de rodillas en la cama pegándose a la espalda de él como una medusa, sus roces eran divinos, ardientes, seguía sediento de ellos.

—Nunca en mi vida me sentí tan feliz, Syaoran. Lamento no haberte reconocido antes.

¿Cómo serían sus vidas si Sakura le hubiese prestado atención en el instituto? Tal vez este momento se habría anticipado a su noche de graduación y ahora estarían disfrutando de un viaje de aniversario de bodas. Imaginarse casado con ella le generaba una emoción satisfactoria.

Syaoran tiró de ella hasta que consiguió sentarla en su regazo, los listones de su cabello estaban dispersos en la cama, dejándolo salvajemente desatado. Era hermosa.

—Voy a acapararte a partir de hoy, nadie logrará alejarte de mí otra vez. Eres mía, me diste tu inocencia y voy a guardarla como mi mayor tesoro.

Sakura se rio, besando la mejilla de Syaoran.

—De nuevo con tus comentarios machistas.

—Piensa lo que quieras, tú despiertas mis instintos más primitivos, debes tomar la responsabilidad de ellos.

Sakura balanceó sus piernas en un gesto cohibido.

—Por el momento, reservémonos esas demostraciones de afecto para la noche, aun no me siento con la confianza de enseñarte mi cuerpo a plena luz del día.

Syaoran se hizo el desentendido, a ella ya no le quedaba nada por ocultar, sin embargo, preservaría el pudor de su mujer.

—Entonces me iré —La depositó con cuidado en la cama, estirando los brazos al levantarse—. A diferencia de ti, a mí no me avergüenza enseñarte mi cuerpo desnudo. Mira todo lo que quieras mientras me visto.

Recogió con lentitud sus prendas, decidiendo que era buena idea ponerse primero los calcetines. Se vistió con descaro frente a ella con una sonrisa arrogante en su atractivo rostro. Sakura estaba convertida en una remolacha cuando salió de la habitación, Syaoran se preguntó qué cara pondrían los Kinomoto al saber que finalmente sedujo a su angelical hermanita.

La alegría se le drenó de la sangre al encontrarse con su madre sentada en uno de los sillones de la recepción. A Syaoran se le acalambró el pecho, esto no podía ser real.

—Parece que no te dio gusto verme —se burló Ieran, poniéndose de pie con la magnificencia propia de ella—. Nunca creí que la antiestética hija de los Kinomoto fuera a gustarte. ¿Su vagina tenía algo especial? Como es evidente que ya saciaste tu curiosidad, regresemos a casa.

—Sakura es la mujer de mis sueños —replicó Syaoran—. Por favor, no vuelvas a hablar así de ella.

—Ni tú ni ella tuvieron el mínimo respeto por nuestra familia. ¿Te parece decente revolcarse con un hombre casado?

—Mi matrimonio con Meiling…

—¡Tu matrimonio no funciona porque tú no pones de tu parte! Te dejé casarte con la mujer que tú mismo escogiste y ahora no hay marcha atrás, vienes conmigo o voy y saco a rastras a esa mujerzuela.

El aire con el que Syaoran llenó sus pulmones para contradecir a su madre se quedó atorado en su garganta al percatarse de la presencia de Sakura en la sala, iba envuelta con una toalla de baño alrededor de su pequeña figura y su verde mirada lucía desorientada.

—¿Estás casado? —No fue capaz de expresar su duda completa, su voz se quebró con las ultimas silabas.

—¿De verdad eres la hija de los Kinomoto? —increpó Ieran, dándole una mirada desdeñosa a Sakura—. Todos nuestros aliados se enteraron de la noticia, no vengas a hacerte la inocente alegando ignorancia.

Sakura sollozó sintiendo que las rodillas se le debilitaban. Llevaba el apellido Kinomoto pero era inexistente en su círculo familiar, sus hermanos no la tomaban en cuenta para las decisiones empresariales, solo era una carga que debían sopesar.

Esa mujer que destilaba crueldad tenía razón, era culpable de haberse metido en un matrimonio por aislarse del mundo, por vivir encasillada en sus lamentaciones, pecó de imprudente. Cayó en las redes de un hombre ladino que solo jugó con su ingenuidad.

—Perdóneme —tartamudeó bajando la cabeza. ¿Qué sentido tenía defenderse? Carecía de una excusa razonable—. No volverá a saber de mí. Nunca.

—Bien, si cumples tu palabra, no le informaré la situación a la cabeza de tu familia —negoció Ieran—. Sería una vergüenza que el hermano que cuidó de ti como a su propia hija interviniera en esto.

Sakura hipó incapaz de contener su llanto, esto sería una decepción que Touya nunca podría superar, terminaría exiliándola de la familia y catalogándola como una inútil mujer que ni siquiera sabía sobre quién poner sus ojos.

Se lanzó a correr de regreso a la habitación, debía salir de ahí cuanto antes. La mano de Syaoran atrapó su brazo antes de cruzar la muralla que la protegería de él, intentó aflojar su agarre, pero fue le imposible maniobrar lo suficiente. El nudo de la toalla estaba por ceder y prefirió salvar la poca decencia que le quedaba.

—Sakura…

—No vuelvas a llamarme por mi nombre, eres el peor de los hipócritas —reclamó, detestando con todo su ser a la persona que horas atrás aclamó infinidad de veces atrapada en el éxtasis de sus caricias—. ¿Cómo te atreviste? Te aprovechaste de mi desesperación, fingiste salvarme de una mala decisión cuando tú eres la peor de las opciones. Si hay alguien a quien debes suplicarle perdón, es a tu esposa.

Syaoran reconoció esa luz agonizante en los ojos de Sakura, era idéntica a la que le mostró en la casa del terror del instituto, cada una de las fibras que la conformaban estaba sufriendo, y esta vez, era su culpa.

—Sakura, por favor, escúchame. Las cosas no son como piensas, yo nunca he tenido sentimientos por la mujer con la que me casé, nosotros…

—¡Suéltame! —gritó Sakura, agitándose de manera violenta para alejarse—. Suéltame. No lo entiendes y quizás nunca lo hagas. Antes de conocerte yo era insignificante, podía pasar desapercibida, pero ahora, gracias a ti he perdido mi honor, me degradaste, me redujiste a la nada.

Syaoran se desmoronó con esas palabras. Todos sus intentos de acercamiento se basaron en enaltecer el nombre de Sakura, quería que el resto del mundo le diera la importancia y el valor que él le daba y consiguió todo lo contrario.

El estruendo de la puerta azotándole la cara lo despertó de su estupor. Ella no podía irse, no podía dejarlo después de la espectacular noche que tuvieron juntos, no ahora que el nombre de ella estaba escrito en cada una de sus células.

—Sakura, vuelve aquí —exigió, intentando forzar la cerradura—. Hablemos, te lo suplico.

—Por Dios, Syaoran, deja de exagerar —demandó Ieran—. Andando, arreglaremos el resto de asuntos en el camino.

Syaoran desechó los reclamos de su madre, golpeando con fuerza la puerta, era tan formidable como la determinación de Sakura de dejarlo. Al entender que no cedería tan fácil, fue a buscar un candelabro de plata para romper el cerrojo. No le importaba si la asustaba un poco, prefería la imagen de loco que de mentiroso.

Las pesadas hojas de roble cedieron revelándole un espacio vacío, la toalla que ella usó como vestidura descansaba en el piso, las cosas de Sakura seguían en el armario, pero ella no estaba por ningún lado.

Por la ventana alcanzó a ver el auto que transportaba a los sirvientes huyendo de la propiedad, Sakura había logrado escapar de él. Syaoran estrelló su puño en la pared cercana, su nudillo central se desangró, pero ese insignificante dolor no se comparaba al de alma resquebrajándose.

No quería perder a Sakura por culpa de sus malas decisiones, contemplando el lecho que compartieron juntos, juró que le demostraría de qué estaba hecho y cuán lejos era capaz de llegar por amor.


Gracias por sus lecturas y comentarios, me hacen sentir muy querida jeje. Entre mi trabajo, mi casa y la familia, se me da un poco lento el actualizar pero intento ser constante con los escritos que tengo en emisión. A veces sé que se me van palabras o letras mal escritas, y me disculpo por ello. Tal vez en el fututo vuelva a editar. Mándenme buenas vibras, ya que estoy por iniciar un proyecto personal y está siendo difícil pero tengo esperanza en que me vaya bien. Nos leemos pronto.