Rook

Tras sus compañeras dividirse y separarse cada una por su lado, Rook suspiró en la silla, frotándose la frente, agotada tras los últimos acontecimientos. Lavellan, la única que se había quedado a su lado, la miró con pesar, mientras se abrazaba a sí misma, como si tuviese frio, como si hubiese visto algo en la propia pelirrosa que la había sumido en sí misma.

—Es agotador, ¿verdad?

Rook la observó, sin saber a qué se refería, alzando su vista hacia ella, con confusión. Lavellan desvió su mirada, mirando hacia la nada, sin enfocar nada, sumergida en unos recuerdos que solo veía ella.

—El liderazgo. Que todo recaiga en ti, que todo el mundo espere una palabra tuya. Tú, que nunca has sido nada más que una pieza aparte, de repente, te conviertes en la Reina, destinada a poder hacer cualquier movimiento— su mano cogió la pieza imaginaria de ajedrez, haciendo un gesto brusco, como si derribase un peón más pequeño—. Todo en tus manos, pero una pieza más que puede ser sacrificada y que debe sacrificarse, por salvar al rey.

Lavellan la observó fijamente, haciendo que Rook tragase saliva, con nerviosismo, ante esa intensidad, ante ese discurso que parecía hecho para la elfa.

Ese discurso que solo demostraba que lo que había sido y lo que era Lavellan.

Una líder. Una dirigente.

La Inquisidora.

—No dejes que te derriben, Rook.

Entonces, Lavellan se puso en marcha, saliendo por la doble puerta principal, dejándola sola, con el ruido del astrolabio encima suya, perenne. Rook expulsó el aire que había retenido, sin darse cuenta, al oír hablar a la Inquisidora tan misteriosamente, tan elocuentemente que hacía que todo parase a su alrededor, casi sin saberlo.

—Madre mía, qué intensa es —Rook sacudió la cabeza, con una sonrisa ladeada, sin poder evitar que la diversión calase en ella, por un momento —. Lo peor quizás es que me cae bien, a pesar de todos sus secretos— murmuró para sí misma, negando aún con la cabeza.

Tejedor emitió un murmullo en acuerdo, haciendo que soltase una risa en alto. Rook se levantó de la silla, dando unas palmaditas en sus piernas, decidida.

—Bueno, vamos a dejar de perder el tiempo. Tengo que buscar un sitio para meditar…o para lo que sea que necesite.

Dio una vuelta sobre sí misma, observando la estancia, decidiendo a donde ir, mientras empezaba a silbar una tonadilla. Entonces, se dirigió hacia las escaleras que subían, por donde se iba a la enfermería, pensando que habría más éxito encontrando alguna habitación libre por ahí, sabiendo del tamaño del Faro.

Aun a las malas, podría molestar al enano yendo a la enfermería una vez más.

En ese momento, justo cuando empezaba a subir los escalones, algo le llamó la atención haciendo que se girase abruptamente.

Apoyó la mano en la pared, curiosa, mientras sus ojos no dejaban de analizar la curiosa pared, que parecía tener manchas, restos de algo.

¿Suciedad?, se dijo, rascándola un poco.

No, suciedad no, se dio cuenta. Era pintura. Entonces eso era...

—¿Murales? —susurró, curiosa.

Efectivamente, se podían ver unos murales desgastados, pintados en la pared, de los que no se podían descifrar que habían sido antiguamente. Rook los inspeccionó atentamente.

—Parecen escenas, representaciones de algo…—murmuró, recorriendo las líneas, recorriendo esos trozos que se desprendían al tacto.

Se dio cuenta de que había varios de ellos, repartidos por toda la estancia, con el mismo desgaste que el que tenía delante.

¿Solas sabía pintar? Curiosa faceta del dios.

Al final, para pintar se necesitaba empatía, emociones para reflejar en un lienzo, sentir simplemente.

Y Solas… Solas no parecía sentir nada. Solo iba en busca de su objetivo: la destrucción del Velo.

¿Al final, no había roto su propio corazón en el camino, un corazón qe había pertenecido a una elfa de pelo blanco, de unos ojos que ahora solo podían ver la tristeza y el odio en el mundo?

Sacudiendo la cabeza, se separó de la pared, pensando que tampoco serian tan importantes si no se había tomado la molestia de cuidarlos, viendo el degaste severo de las pinturas.

Sabiendo que, por una vez, quizás se acercaba a la verdad con ese pensamiento.


Unos pasos más adelante, se dio cuenta de una nueva estancia que no había visto antes, tapada antes por esas raíces mustias.

El Faro estaba cambiando, se dio cuenta, al mirar alrededor.

Parecía más vivo. Mas feliz. Había menos raíces muertas e incluso le pareció ver algunas hojas en esos tallos, como si estuviesen reviviendo.

Al final sí que iba a ser una entidad propia.

Entró en la habitación, curiosa por este hecho. Tras atravesar un pequeño pasillo, dio a una puerta de madera, que abrió, asomándose al interior de la estancia. Silbó, sorprendida.

Parecía una sala de meditación. Estaba decorada por diferentes cuadros y tenía un armario apoyado en una de las paredes. En la que de fondo tenía una pared enorme hecha acuario y en la que, en frente, tenía un sillón verde, enorme, donde estaba apoyada su maleta de viaje y, a su lado, la daga de Solas, esta vez apagada, en silencio.

—Mis cosas— murmuró para sí misma, acercándose a la maleta y abriéndola, viendo su interior—. Debe de haberla puesto aquí Neve o Harding— miró a su alrededor, observando la estancia con curiosidad—. A ver, tampoco está mal. Cualquier estancia me vale, realmente.

Sacando su ropa más cómoda, cortesía de los cuervos, se cambió, colgando su armadura en el armario, no sin antes darle un poco de lavado con un paño que siempre llevaba. Colocó todas sus cosas repartidas por la estancia, decorando un poco el espacio, que parecía que nadie tocaba desde hace siglos, utilizando las pocas mesitas y cómodas que había. En medio de la mudanza, se fijó en uno de los cuadros, que parecía tener un trono dibujado en él. Se detuvo, por unos momentos, a mirarlo.

Ese trono…es como si lo hubiese visto antes. Pero no sabía dónde. Se encogió de hombros, y siguió con su tarea. Tras una hora y una buena limpieza, suspiró satisfecha, al mirar la estancia, más ordenada ahora.

—Perfecto—dijo, orgullosa de sí misma.

Por último, colocó una de sus pertenencias más valiosas en un mueble que se encontraba detrás del sillón, su recién nombrada cama. Su reflejo le devolvió la mirada, con esos ojos tan extraños que la caracterizaban. Se tocó su tatuaje favorito, de tantos que tenía en el cuerpo. Era de color azul muy claro, y acompañaba a su ojo de color plata, casi como si el color del iris se hubiese derramado por su piel.

Era lo único que se había dejado hacer en el rostro, cuando le habían exigido el vallaslin, en la mayoría de edad. Y nunca se arrepentiría de haberlo rechazado.

Esos dioses nunca la definirían. Nunca. Se miró fijamente durante unos segundos, pensando en eso. Entonces, se dio cuenta de algo.

—Vaya. Los ojos de Lavellan se parecen mucho a los míos—dijo, en un murmullo divertido.

Y eso la hizo pensar en la Inquisidora una vez más.

Ella era misteriosa. Distante. Muy diferente a que había conocido nunca. Según Harding y según los rumores, había escuchado que fue una persona memorable, simpática y amable, que apoyaba y defendía cualquier injusticia. Sus juicios siempre habían sido polémicos, sentada en su trono en Feudo Celestial, pero nadie nunca los había tachado de injustos.

Decían que era incluso más poderosa que la Divina Victoria, aunque ocho años atrás, la Inquisición se convirtió en los guardaespaldas personales de esta, siendo absorbida casi en su totalidad por la Capilla, aunque aún seguía haciendo las funciones que le correspondía:

La de castigar a los criminales y proteger a los inocentes.

Pero ahora… Le daba la impresión de que era un fantasma de lo que fue. Incluso Harding se lamentaba por su amiga perdida. Y eso la hizo deriva sus pensamientos hacia otro elfo, unido fuertemente a ella.

¿Qué había ocurrido entre Lavellan y Solas, quiénes una vez se amaron, para cambiar tanto sus personalidades?, pensó, recordando la actitud del dios, tan distante, tan sarcástica.

Totalmente diferente a lo que le había dicho Lavellan.

Se sentó en el sillón, mirando la pecera.

Porque Solas era otro caso aparte. Giró el espejo de mano en la mano, pensativa.

Un dios élfico inmortal, que no intocable. Serio, sarcástico, sin una pizca de amabilidad en todo su ser, y dispuesto a todo con tal de resolver sus planes.

¿Tan mal tenía el gusto la Inquisidora? ¿No había habido personas mucho más decentes para enamorarse?

Una risita le llegó a sus oídos, flotando en el aire. Rook miró a la nada, algo molesta.

—Ya, ya, quizás esa no es la cuestión.

Tejedor se rio de ella, una vez más. Se puso delante de Rook, no siendo más que una bruma de magia, transparente. Rook lo observó con cariño, como había hecho durante tanto tiempo.

Desde muy pequeña, Rook compartía una conexión especial con la magia. Sus hilos eran únicos el mundo, hilos que conectaban con cualquier ser de este mundo, permitiéndole ver sus recuerdos, romper sus vidas si ella quería, saber localizarlos, hasta que muriesen por sus manos, deshaciendo ese hilo, cada uno de un color diferente a sus ojos.

Era un poder peligroso. Un poder que solo Tejedor podía ayudarla a controlarlo. Y ella había tomado su nombre, para honrar esa deuda. La Tejedora no existiría sin esta presencia tan misteriosa, sin este casi espíritu que la acompañaba siempre, como un subconsciente moral.

Aunque, realmente, no podía decir que era un espíritu. No podía decir que era, en general. Cuando Rook le preguntaba sobre esta cuestión, Tejedor solo reía, con esa voz grave, que parecía masculina, tan característica suya, pero sin responderle.

Como si tuviese un secreto que ocultar. Y realmente era una presencia libre, que le hablaba cuándo quería, dentro de su mente, que aparecía cuando le apetecía, a sabiendas que solo la vería ella, a menos que él se dejase ver, como había hecho ya ante sus compañeros. Rook suspiró, agotada, volviendo al tema que le correspondía, antes de aparecer Tejedor.

—Dime, Tejedor, ¿por qué crees que es así? ¿Por qué crees que Solas y Lavellan han cambiado tanto?

Tejedor se sentó al lado suya. Su forma no era definida, pero sin duda era más alta que Rook, superándola por una cabeza.

—Quién sabe, peque—le dijo, con misterio en su voz. Rook solo bufó, divertida.

—Imposible sacarte una respuesta, como siempre, ¿no? —le inquirió, mirándolo con los ojos entronados.

Este volvió a reírse, sin contestar. Rook le sonrió ladeadamente y miró a su espejo. Un silencio se estableció entre ellos.

—¿Has llegado a ser lo que querías, Rook? —le murmuró Tejedor, acercándose levemente a ella.

Rook desvió su mirada durante un segundo hacia Tejedor, pero volvió a desviarla al espejo, pensativa, pero con un remolino de sentimientos subiendo por su pecho.

—No lo sé, Tejedor. Hay veces que me veo y pienso que aún me queda avanzar mucho en mí misma—Miró al techo, apenada, volviendo a esos pensamientos intrusivos que siempre la atormentaban—. Si soy una persona no binarie, ¿Por qué utilizo los pronombres en femenino? ¿Por qué me gusta vestir más "como una chica" ? —dijo, entrecomillando los dedos— ¿No me convierte eso en mujer?

—¿Es que para ser no binarie debes tener un código de vestimenta? ¿Una forma de expresarse estricta? — Tejedor se acercó a ella. Un rostro sin forma se acercó al suyo. Casi podía sentir una respiración fantasma, pero Rook estaba tan acostumbrada a su cercanía, que ni se inmutó.

—Pesar. Dolor. Culpa. Sientes todo eso con intensidad porque crees que nadie te amará así nunca— Tejedor se recogió lo que parecía ser un mechón de su pelo, igual de indistinguible que lo demás—. Pero ya hay gente que te quiere, Rook. Yo te quiero.

Rook le dio una palmada al aire, atravesándolo, intentando disimular las lágrimas que habían empezado a brotar en sus ojos, al escucharlo.

—¡Ay, calla, que me pones sentimental!

Tejedor rio y la abrazó tiernamente, rodeándola con esos brazos fantasmales. Rook no sentía nada físicamente, pero su corazón se calentó en el interior, haciendo que cerrase sus ojos.

Tejedor era una de las pocas constantes que le había apoyado entre tantos años de resentimiento, de rechazo entre los demás, de incomprensión. Podía quizás no ser más que un espíritu o lo que fuera, pero sabía que sin su presencia no estaría hoy ahí.

De eso estaba segura.

Este se apartó, dándole su espacio, mientras ella se limpiaba una pocas lágrimas. Cogió el espejo, que se quedó flotando y lo colocó en su sitio.

—Recuerda Rook, no eres lo que ves, sino lo que transmites —le recordó, una vez más, con ese tono tan suyo, tan misterioso.

Rook asintió, sonriéndole. Tejedor se giró hacia la pecera, en silencio. Pero habló, una vez más, tras unos segundos:

—Y sobre Lavellan y Solas… — se cortó abruptamente, alzando la cabeza y ladeándola, como si hubiese escuchado algo. Rook frunció el ceño, al verle con ese gesto extraño.

—¿Tejedor? —le pregunto, dudosa de lo que le pasaba.

—Me tengo que ir, Rook. No te preocupes— se despidió de ella y desapareció en la nada, dejando una pequeña bruma, que se desvaneció rápidamente. Rook solo parpadeó, confusa, ante la despedida tan brusca.

—¿Qué demonios? —preguntó al aire, como si alguien le fuese a responder.

Sin previo aviso, Tejedor volvió a aparecer delante suya, dándole un susto de muerte, haciendo que Rook se posase una mano en el pecho, con una inspiración profunda.

—Y otra cosa. Justo en la mesa del centro, a la derecha, hay una estancia que deberías enseñarle a Lavellan. Es una puerta circular que se abre nada más posar la mano encima de ella.

Volvió a desaparecer, dejando a Rook más confusa que antes, mientras su corazón no paraba de latir, con el susto aun en el cuerpo.

Joder.

Algún día le iba a cantar las cuarenta a este espíritu tan extraño. Y se quedaría muy, muy satisfecha.