Rook

Rook se despertó sobresaltada, todo dándole vueltas. Las voces de Solas, Varric y una voz aguda, femenina, le daban vueltas en la cabeza, como una sinfonía discordante de voces, haciendo que gruñese, con dolor.

"¡Tienes que escucharme!"

"No tienes ni idea de lo que has hecho"

"¡SOLAS!"

La elfa sacudió la cabeza, intentando despejarse, mientras un dolor, fuerte, se asentaba en su parte trasera, un rugido, que parecía venir de su interior opacando sus pensamientos. Rook terminó de incorporarse, tocándose en el chichón de su cabeza, dolorida.

Entonces, lo recordó todo de golpe.

El ritual. Solas, metido en su cabeza. Varric, con el puñal del dios clavado en el pecho, casi sin respirar. Empezó a jadear, rápidamente, con el miedo en su pecho.

No. Él no podía estar muerto. No su mejor amigo. Por el Hacedor, por todo lo que el destino quisiese.

Qué no le quitase a su amigo. Era lo único que pedía. No otra vez, por favor. No podría soportar más perdidas así.

—¿Varric? —preguntó, alterada, mientras abría los ojos, observando a todas partes, asustada, buscándolo.

—¡Vaya, pero mira quién se levanta de entre los muertos!

Varric se incorporó de al lado suya, con una media sonrisa, en una especie de cama, que actuaba de camilla. Su pecho estaba cubierto por una venda, que parecía cubrir la herida en el pecho, mientras su rostro tenía algunos arañazos, pero nada grave. Parecía agotado, cansado, pero, por lo demás, estaba perfectamente bien, dentro de lo que cabía. Rook lo miró atolondrada, como si no se lo creyese aún.

—Sigues vivo— emitió débilmente, con un nudo en la garganta.

Qué duro era este enano, por Andraste. Y cómo lo agradecía ahora mismo, no pudo evitar pensar, mientras se acordaba de la daga de Solas, brillante y poderosa.

Varric rio un poco, aunque esa risa terminó en una tos dolorida, mientras se frotaba el pecho, con un gesto de dolor.

—Hace falta más de una daga de lirio para matarme, Rook —se burló de ella el enano, con esa guasa tan característica suya.

Rook lo miró, incrédula, aún sin creérselo. Las imágenes del apuñalamiento bailaban por su cabeza, repitiéndose en bucle, como si su mente intentase analizarlo.

—Pero… Vi cómo Solas te clavaba la daga y caías al suelo y…— un dolor de cabeza le sobrevino de repente, haciendo que gruñese de nuevo, nublándole la mente por momentos— ¿Qué pasó exactamente, Varric?

—Harding consiguió sacarnos a ti, a Neve y a mí de una pieza. Le debo una comida después de todo esto— le contestó Varric, restándole gravedad a la situación. Entonces, Rook agachó la vista, ligeramente, mirando sus manos, la culpabilidad arrasándola mientras recordaba todo, poco a poco.

—Lo siento, Varric—Rook apretó los puños y frunció los labios con disgusto hacia si misma—. No fui capaz de detener a Solas y tú, a cambio, has acabado así. Vaya mejor amigue soy. Tenía miedo de alterar la magia del ritual y provocar algo peor si empezaba a manipularla pero, solo si hubiera sido más…

—Ey, chavale—Varric le susurró con cariño, interrumpiendo su diatriba y utilizando el apodo que solo utilizaba con Rook, sabiendo que era muy importante para ellos dos. Su rostro le transmitía la paz que ella necesitaba ahora, urgentemente, con la ansiedad subiendo por su pecho—. Todo va a salir bien. Como aquella vez que frustraste una misión de los Antaam, ¿te acuerdas? Y no solo eso, sino que desobedeciste a tus superiores Cuervos. A los Cuervos Antivanos, Rook, joder. Qué huevos tienes algunas veces.

Rook se limpió las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos, intentando calmarse. Asintió, aunque, en su interior, aún seguía frustrada por su indecisión. Si tan solo se le hubiese ocurrido algo, cualquier cosa, su amigo no habría acabado así. Y todo hubiese ido mejor, se recriminó de nuevo.

Varric debía estar oliendo lo que pensaba, porque ladeó los labios en una sonrisa.

—Confío en ti, Rook. Con mi vida, ya lo sabes— Varric se dio unos golpecitos flojos en el pecho, dando énfasis a sus palabras, mientras señalaba su herida.

De repente, las puertas de la estancia donde se encontraban, que parecía ser una pequeña enfermería, se abrieron, bruscamente. Neve entró, con un gesto de alegría en su rostro, como si le hubiese pasado algo bueno. Al verla despierta, pegó un respingo, sorprendida, pero se acercó a ella, apresuradamente, con la preocupación en su rostro.

—¡Rook! ¡Estás despierta! —exclamó, juntando sus manos, aliviada.

Rook le sonrió, algo dolorida, con la cabeza aun dándole tumbos, con ese rugido en su interior disminuyendo.

—Mala hierba nunca muere, por desgracia—bromeó, pasándose una mano por el cuello. Después, analizó a su amiga, con ojo crítico, buscando sus heridas—¿Cómo estás, Neve?

Esta se pasó una mano por el rostro, apartándose su pelo, que estaba suelto. Un moretón le rodeaba todo el ojo, y una herida, aún algo fresca, le recorría el rostro, probablemente dejándole una cicatriz en el futuro.

—He estado en peores—le comentó Neve, encogiendo un hombro. Después, se abrazó a sí misma, mirando su alrededor—. Iba buscando pociones de curaciones aquí, en la enfermería. Perdón por interrumpir tu descanso.

Rook hizo un gesto de negación con la mano y se levantó, despacio, apoyándose en la camilla, mientras analizaba su equilibrio de pie.

Parecía que, a pesar de los mareos, podría caminar tranquilamente.

—Ya me iba igualmente. Quería estirar un poco las piernas.

Neve le asintió, mientras rebuscaba en un armario, tarareando una tonadilla.

—Ten cuidado al explorar, no te vayas a caer —le comentó, con soltura, sin mirarla, al oír sus pasos acercándose a la salida.

Rook se detuvo en seco. La miró, girándose lentamente, mientras ladeaba la cabeza.

—¿Caer? — preguntó confusa a la detective, pensando que a lo mejor alguna sustancia del armario empezaba a afectar a su amiga.

Quizás había un poco de raíz élfica caducada en esos armarios. Vete tú a saber. Neve volvió a asentir, sin mirarla aún.

—El eluvian nos ha traído a un sitio algo…extraño. El mundo de los sueños. El más allá, a lo mejor. Quién sabe—Neve dio un gritito de entusiasmo y cogió un frasco del armario. Pasó por el lado de Varric y se apoyó en una mesa mientras soltaba el frasco con cuidado, su líquido, de color azul verdoso moviéndose dentro de él—. Y, otra cosa, Rook. No solo estamos nosotras. Lo digo para que no te lleves la sorpresa cuando la veas.

Rook sentía como su cabeza volvía a dar vueltas, sin encontrarle sentido a lo que murmuraba Neve. Debía haber de esa raíz caducada en los armarios, sin duda.

—¿La vea? ¿A quién? —preguntó, repitiendo como un loro y posando sus manos en la cadera, tamborileando los dedos.

Neve no le contestó, concentrada en sus pesquisas con la poción, mientras ojeaba un libro, que había cogido de una de las estanterías, como si ya conociese el sitio perfectamente. Rook miró desconcertada a Varric, sin saber que pensar, pero este solo se encogió de hombros, con una sonrisa ladeada.

—Ve a investigar, Rook. Yo me voy a quedar por aquí, descansando. La edad no perdona, ya sabes.

Acto seguido, se dio la vuelta y se echó a dormir, roncando profundamente casi al instante.

Rook se quedó un segundo mirando a la nada, pensando que había hecho ella para merecer tantas cosas sin sentido en su vida, mientras negaba con la cabeza, suspirando.


Con cuidado, bajó las escaleras que estaban un poquito más allá de la enfermería. Entonces, silbó, impresionada, mientras miraba su alrededor. La estancia en la que se encontró era enorme, con un astrolabio roto flotando encima de una mesa central, algo grande, rodeado de estanterías flotantes, que no paraban de moverse a su alrededor. En una de las paredes de la sala había unas estanterías, llenas de libros y unos artefactos extraños, y el techo, que estaba bastante alto, podía ver una especie de rejilla extraña.

Dio una vuelta sobre sí misma, cuando se acercó a esa mesa, apoyándose levemente con una mano. La estancia tenía dos escaleras que bajaban hacia una especie de sótano, acompañando a las dos que subían (y por donde había bajado ella). Más arriba, cerca de la enfermería, había otros pasillos que derivaban a más habitaciones, algunas cerradas por extrañas enredaderas, que tenía aspecto de estar mustia, como si hubiese estado tapando esas estancias desde hace mucho, mucho tiempo. Rook miró a su frente, enderezándose otra vez. Más adelante, parecía estar la puerta de salida, que estaba presidida por una doble puerta, bastante grande. Mientras se dirigía a ella, Rook no pudo evitar pensar que la estancia parecía estar abandonada, como si nadie la hubiese pisado en años.

Curioso, dijo la vocecilla en su interior, en voz baja.

Rook se dirigió hacia la entrada, deseando respirar algo de aire fresco de una vez por todas. Al abrirlas, la luz del sol la cegó, haciéndola que cerrase los ojos por un momento y tapándose el rostro con la mano, impidiendo que la luz traspasase mucho. Después de unos segundos, entreabrió sus ojos, adecuándose poco a poco.

Joder— silbó, impresionada, al ver su alrededor.

Estaban en un enorme islote, que se dividía en varios más pequeños. Un edificio se alzaba más adelante, con trazos élficos, y una estatua de lobo presidia el centro de la pequeña plazoleta, bajo su mirada de piedra, amenazante de cierta manera.

Tal y como a quién representaba.

Pero lo peor, se dio cuenta, mientras volvía a girar en sí misma, es que todo flotaba, suspendido en el aire.

Estaban en una puta isla flotante, volvió a pensar, desconcertada. Aun así, por todos lados, había plantas muertas, como en el interior, con ese aspecto también de no haber sido residido en siglos.

De dónde venía, había una luz que incidía hacia el cielo, enorme, como si de un faro se tratase. Pero, en general, una ligera luz incidía en la isla, como si estuviese atardeciendo, pero nunca llegase ni la noche ni el día. Y en el fondo, en el horizonte, había más ruinas flotantes, bajó el cielo con aspecto grisáceo. Era todo…como estar en un sueño. Como volver a estar en ese sueño con Solas.

Supongo que tiene sentido, pensó Rook, de cierta manera. Parecía ser un sitio de ensueño, separado de la realidad. Como si fuese el más allá, tal y como había dicho la maga de hielo, con acierto. Tal y como le había advertido el dios, pensó de nuevo, sin poder evitarlo.

Se dirigió hacia delante, admirando el paisaje con las manos a la espalda, pero algo, más adelante, la hizo detenerse en seco, tensándose levemente.

Había alguien delante. Alguien que no parecía Harding, siendo la única que le faltaba por ver. Es decir, alguien desconocido.

Se acercó a esa figura, con cautela. Al acercarse, se dio cuenta de sus orejas puntiagudas, que sobresalían de un pelo blanco, puro, como la nieve y muy, muy largo, que se movía al viento. La elfa tenía la cabeza alzada hacia arriba, admirando también el cielo, como hacía Rook. Parecía ser más alta, más esbelta, casi imponente, y, se dio cuenta, tenía una prótesis de metal en su brazo izquierdo, que relucía con esa luz misteriosa.

Entonces, algo hizo clic en su cabeza, trayéndole un recuerdo confuso.

Una elfa, de pelo blanco, mirando a un dios, que la observaba, estupefacto, con dolor en su mirada.

Rook abrió los ojos desmesuradamente, recordándola de golpe.

—Tú—suspiró, sin aliento.

Entonces, la elfa se giró hacia ella, escuchando su suspiro sorprendido. Unos ojos de otro mundo la miraron, mientras el mundo se congelaba, con sus miradas cruzándose.

El azul pálido, como el cielo más claro, rodeado del cuarzo rosa más puro la miraron, con sorpresa. Al parpadear, fueron cubiertos por unas pestañas largas, también de color blanco, como su pelo. Su tez, algo pálida, acompañaba el conjunto, como si todo fuese perfectamente armonioso. El vestido, que no podía ser de otro color que blanco, se movió con un viento fantasma, mientras analizaba a Rook. La prótesis de metal brilló, queriendo acaparar la atención, con su grisáceo casi blanco reluciendo bajo esa luz de atardecer eterna. La elfa se repuso rápidamente al verla, aunque había puesto una postura defensiva, como si no se fiase del todo que Rook no fuera a atacarla.

Como si desconfiase de todo el mundo, indistintamente. Aun así, automáticamente a los pocos segundos se enderezó, adoptando una postura imponente, regia. Una media sonrisa la saludó, estirando unos labios rematados con un pintalabios de color negro brillante, decorando esa sonrisa puramente política.

—Hola— habló, con una voz fina, algo aguda, pero impresionante y regia, revelando una seriedad que no solo contenía su expresión, algo taciturna, sino que tenía toda ella, desde la cabeza a los pies.

Rook se acercó a ella, algo impresionada por la elfa, pero sin dejarse amilanar.

Si no lo había hecho con un dios élfico…

—Tú estabas en el ritual —afirmó, sin esperar su respuesta ni saludarla, yendo al grano.

Esta asintió, algo desconfiada. También dio un paso hacia Rook, dejando que sus manos cayesen a su lado, haciéndola ver que no quería hacerle daño.

Inteligente. Era muy inteligente, se dio cuenta Rook, que entre más la admiraba, más le parecía de otro mundo.

Realmente, era una de las personas más bellas que había visto nunca. No parecía aparentar más de su edad, quizás unos 25 o 26 años, a lo sumo. Su cuerpo era esbelto, femenino, con unos pechos turgentes, pero se notaban una agilidad y una fiereza en cada paso, marcando unos músculos entrenados a lo largo de los años, en un incesante entrenamiento probablemente, analizó su mente de Cuervo.

Y su pelo... Su pelo era como una cortina de nieve pura, llegándole más allá de la cintura, precioso, brillante como una gema. Pero una de las cosas más impresionante, o más bien, que le llamaron la atención, era algo de su rostro. Mejor dicho, la falta de algo se corrigió la propia Rook.

Porque, al igual que en la propia Rook, no había ningún rastro de Vallaslin, el tatuaje de sangre tradicional en los elfos. La pelirrosa no pudo evitar silbar de admiración, al analizarla, pero tomó detalle de esto último, siendo algo no tan habitual.

No se veía todos los días a, probablemente, una elfa dalishana sin Vallaslin.

Era muy, muy extraño.

—Demonios, señorita —silbó otra vez, sin palabras ante la belleza que desprendía esta elfa tan majestuosa.

Una suerte que Rook no se enamorase fácilmente (por no decir nunca) porque, seguramente, hubiese caído de rodillas al verla, pensando que una diosa le había dado el honor de aparecer en frente suya.

Y la verdad es que estaba un poco harta ya de tantos dioses.

De la nada la elfa empezó a reírse, en voz baja, ante su desconcierto. Rook volvió a silbar, sin poder evitarlo.

¿Había algo mal hecho en esta elfa? Porque empezaba a pensar que no. Su risa sonaba como una campanilla de viento, cristalina, igual de preciosa que su dueña. Pero, entonces, otro clic sonó en la cabeza de Rook al oír esa risa, encajando como la manecilla faltante de un reloj.

El sueño con Solas. Era la misma risa (y voz) que escuchó en el sueño con Solas. Joder, esta elfa era la presencia misteriosa que casi hace que a Rook le diese un infarto.

—Tú eras esa voz —murmuró, estupefacta, mientras la señalaba y daba un paso atrás, inconscientemente. Esa presencia la había sentido como alguien muy, muy peligrosa. Y, ahora, la tenía físicamente delante suya, a un tiro de piedra.

Definitivamente, hoy no era su día de suerte, se dijo, mientras echaba de menos sus dobles dagas. Por si acaso. Solo por si acaso. Porque, aunque las hubiese ayudado en el ritual, eso no significaba que ya fuese inofensiva, directamente.

La elfa cortó la risa abruptamente al escuchar su respingo. Su expresión se volvió algo peligrosa, frunciendo los labios, con ese pintalabios negro anunciando, quizás, su muerte prematura. Su boca se abrió, intentando decir algo, pero otra voz la interrumpió antes de poder hablar, haciendo que girasen su cabeza hacia la izquierda, abruptamente.

—Ay, dios mío.

Harding se acercó a ellas, con una cara de alegría inmensa, al clavar su mirada en la elfa de pelo blanco. Se colocó al lado de Rook, dedicándole de paso una sonrisa de saludo a ella también. Acto seguido, se giró a la otra elfa y se inclinó profundamente, como si hubiese visto a la mismísima Divina Victoria.

—¡Inquisidora, cuánto me alegra verla despierta! —exclamó, con alegría.

Entonces, Rook abrió los ojos como platos. Y, seriamente, volvió a preguntarse qué había hecho malo en esta vida para que el destino se la jugase así de fuerte, mientras miraba a la mismísima Inquisidora Lavellan.

La misma persona que le había dado su contrato a los Cuervos, solicitándola a ella exclusivamente. Pero como Rook era muy Rook, nunca había preguntado por su aspecto. Y ahora empezaba a arrepentirse de no haberlo hecho.

Joder. Este día no podía mejorar más, desde luego, pensó con sarcasmo, mientras tragaba saliva, fuertemente.

Entonces, empezó a rezar a todos los dioses que conocía, élficos o no.