Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es completamente mi invención.
Capítulo 50
Edward
Sostuve la puerta abierta con un pie mientras cargaba la maleta más grande en una mano y usaba la otra para alcanzar el interruptor de la luz.
— Bienvenidas a casa —dije, girándome para ver a Bella y Emmy en el umbral. Probablemente había sido una compra demasiado arriesgada, no se me ocurrió pensar en su opinión, tal vez no le guste, se la haga muy pequeña, quizá el patio es muy angosto o el color de la cocina no le agrade.
Eran muchas dudas al mismo tiempo.
Bella entró con pasos cautelosos, como si aún no pudiera creer que estábamos aquí. Emmy, en cambio, no dudó ni un segundo antes de soltar su manita de la de su madre y correr hacia el interior.
— ¡Es gande! —exclamó Emmy, girando sobre sí misma. Tenía días que se había vuelto una parlanchina.
Y hablando de la casa, no era enorme, pero sí lo suficiente para los tres. Y lo más importante: era nuestro hogar.
Cerré la puerta tras ellas y dejé la maleta en el suelo.
— No es una mansión, pero tiene lo que necesitamos —dije, observando a Bella mientras recorría la sala con la mirada.
Ella deslizó los dedos por el respaldo del sofá, inspeccionando el espacio con una expresión difícil de leer. Me quedé esperando su veredicto con un nudo en el estómago.
Quise golpearme al recordar que los muebles también lo había elegido sin su consentimiento. Sin embargo, a mí favor podría decir que yo quería darle una sorpresa.
— Es lindo —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa—. Se siente… acogedor.
Exhalé el aire que no sabía que estaba conteniendo.
— Lo elegí pensando en eso —confesé—. No quería que se sintiera temporal, sino como un verdadero hogar.
Bella me miró por un largo segundo, como si procesara mis palabras, antes de asentir.
— Gracias, Edward.
No necesitaba más.
— ¡Tu papá! —Emmy apareció corriendo y me agarró de la mano—. ¡Ven, ven!
Me dejó sin opción cuando empezó a tirar de mí con la fuerza de alguien que cree que pesa el doble de lo que realmente pesa.
— ¿A dónde vamos? —pregunté, siguiéndola mientras ella se reía.
— ¡A mi cuaaato!
La llevé hasta la habitación que había preparado para ella y observé cómo se detenía en seco en la entrada, sus ojos redondos y vivaces llenos de asombro.
Había sido sencillo, pero suficiente: una camita baja con sábanas de su color favorito, algunos peluches esperándola en la almohada y un estante con cuentos infantiles.
— ¿Te gusta, pequeña calabaza? —pregunté, sintiendo de nuevo ese nerviosismo irracional.
Emmy soltó mi mano y corrió hasta la cama, subiéndose de un salto.
— ¡Mía! —gritó emocionada, abrazando un peluche.
Bella dejó escapar una risa suave desde la puerta.
— Creo que eso es un sí.
Me apoyé contra el marco, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que algo encajaba en su lugar.
Suspiré.
Bella se había quedado mirando la sala con una expresión difícil de descifrar. Emmy, en cambio, estaba completamente encantada con su nueva habitación, saltando sobre su cama como si fuera un trampolín.
Me apoyé contra el marco de la puerta, observando cómo abrazaba su peluche con emoción. Me relajé un poco al verla tan feliz.
— ¿Estás bien? —pregunté en voz baja, volviendo la mirada a Bella.
Ella parpadeó, como si la hubiera sacado de un pensamiento profundo.
— Sí… solo que… —se mordió el labio, dudando—. Se siente extraño estar de vuelta en la ciudad. Como si todo siguiera igual, pero diferente al mismo tiempo.
Asentí. Entendía perfectamente lo que quería decir. Después de tres años separados, nuestro reencuentro, rencillas…—sacudí la cabeza. Habíamos peleado tanto por llegar a este punto que, ahora que lo habíamos logrado, la normalidad se sentía casi desconocida.
— Vamos a acostumbrarnos —le aseguré, tocándole suavemente la espalda—. Es nuestro hogar ahora.
Bella me dedicó una pequeña sonrisa, pero antes de que pudiera responder, escuchamos un fuerte golpe en el interior de la habitación de Emmy.
— ¡Emmy! —dijimos al unísono, entrando de golpe.
Nuestra hija estaba en el suelo, rodeada de peluches, riendo como si acabara de descubrir la mejor broma del mundo.
— ¡Boom! —gritó con alegría, señalando la cama.
Bella soltó una carcajada de alivio y se inclinó para revisarla.
— Emmy, ¿te caíste de la cama?
— ¡Sí! —aceptó mi niña de manera risueña.
— ¿Y te dolió? —le preguntó.
Emmy negó con la cabeza con una sonrisa traviesa.
— ¡Ota vez!
Bella la atrapó antes de que intentara trepar para repetir su "gran salto", y yo me llevé una mano a la cara, reprimiendo una risa.
— Creo que necesito ponerle barandales a la cama —murmuré, sacudiendo la cabeza.
Bella se sentó en el suelo con Emmy en su regazo, mirándome con una sonrisa.
— Parece que tenemos que acostumbrarnos a que esta pequeña monita explore su nuevo territorio.
Suspiré, pero no pude evitar sonreír.
— Mientras no me rompa los muebles en su proceso de exploración, todo bien —dije con sorna.
Bella rió y Emmy aplaudió, disfrutando la atención.
Dejé que el momento se asentara. Esto era real. Después de meses de incertidumbre, de batallas legales y noches sin dormir, finalmente estábamos aquí. En casa. Juntos.
Y aún así, algo dentro de mí no terminaba de relajarse del todo.
Tal vez era porque aún tenía que reconstruir todo con Bella. O porque no podía evitar sentir que la calma nunca duraba demasiado.
Pero, por ahora, decidí disfrutarlo.
Porque, por primera vez en mucho tiempo, me sentí completo, con mi propia familia.
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.
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El día había sido largo, pero productivo. Tenía la sensación de que apenas había parpadeado desde que llegué a la oficina, y el café frío en mi escritorio era la prueba de ello. Había pasado la mayor parte del tiempo revisando informes y ajustando cálculos, perdido en la rutina que me daba un poco de estabilidad.
Estaba terminando de anotar unas observaciones cuando escuché unos golpes en la puerta.
— Dime —respondí sin levantar la vista.
— ¿Así recibes a tus compañeras de trabajo? Frío e indiferente. Me haces sentir especial, Cullen.
Sonreí de inmediato y alcé la mirada. Leah estaba apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados y una ceja levantada. Llevaba su uniforme de azafata, pero su actitud relajada y su sonrisa de medio lado delataban que no venía por algo serio.
— Lo siento —dije, apoyándome en el respaldo de la silla—. ¿En qué te puedo ayudar?
— En nada, en realidad. Solo pasaba a ver si ya habías terminado tu turno.
Fruncí el ceño y miré el reloj. Ni siquiera me había dado cuenta de que la jornada estaba por acabar.
— Casi —respondí—. ¿Por qué?
— Porque algunos del equipo van a salir a tomar algo y pensaron que podías unirte. Yo fui la elegida para convencerte.
Sonreí, aunque por dentro sentí esa misma incomodidad que me había acompañado últimamente cada vez que alguien me proponía salir.
— ¿Quiénes van?
— Los de siempre. Jared, Maria, un par de mecánicos. Nadie peligroso.
— Hmm.
Leah entrecerró los ojos.
— Eso no suena a un sí.
Solté un suspiro y me pasé una mano por el rostro. Me gustaba mi equipo, me llevaba bien con ellos, pero salir después del trabajo no era algo que hubiera considerado en mucho tiempo. Antes, habría aceptado sin pensarlo. Antes. Esa palabra otra vez.
— Es solo una salida, Cullen. No te estamos pidiendo que te cases con ninguno de nosotros —dijo Leah con una sonrisa divertida.
— Lo sé, es solo que… tengo otras cosas que hacer.
— Déjame adivinar. ¿Volver a casa directamente?
— Sí. Estoy casado ―presumí―, también soy padre de una hermosa princesa.
Leah me sostuvo la mirada un segundo antes de asentir lentamente.
— Lo entiendo, el chisme corrió rápido —hizo un mohín acercándose y sus dedos empezaron a jugar con mi corbata—. Pero escúchame, Cullen. Sé que tienes muchas responsabilidades ahora, pero también eres humano. No pasa nada por despejarte un poco.
No dije nada. No porque no tuviera una respuesta, sino porque una parte de mí sabía que tenía razón.
— Piénsalo —dijo al final, dándome una palmada en el hombro antes de encaminarse a la puerta—. Y si cambias de opinión, sabes dónde encontrarnos.
Cuando se fue, me quedé en mi silla unos minutos más, observando la pantalla sin realmente verla.
Leah tenía razón. No pasaba nada por despejarme un poco.
Pero entonces, ¿por qué sentía que aceptar sería un error?
Hola, vamos a empezar a adentrarnos en su nueva vida de casados. Recuerden que ambos son muy jóvenes y han estado bajo mucho estrés, digamos que apenas vivirán su vida marital, ¿qué opinan? ¿Edward debe salir con sus compañeros o no? Me encantaría leer sus opiniones.
Gracias totales por leer
