La historia tras esta historia sale de que en algún momento se planeo hacer una Antología de Fanfiction de Good Omens en Castellano que luego resulto ser solo una estrategia de marketing para conseguir más lectores en algunas historias que, de hecho, funcionó.
Aceite y yo empezamos a leer todos los fanfiction incluidos en dicha lista y "Sin descanso para los Malvados" de Reina Dragón es uno de los que más nos llamó la atención por la idea y la ambientación tipo Yellowstone que vuelve a estar de moda.
Luego llegó el cumpleaños de Aceite y decidí hacerle un retelling como regalo porque el desarrollo de la otra es un poco flojito, pero como nadie gana dinero con esto, no va a poder demandarme. (Especialmente porque además ella está informada ya de esto)
De todos modos, cualquier acusación que se me haga sobre querer colgarme de su fama para recibir lectores, de que lo que quiero es llamar la atención o de que espero una comparación para demostrar como yo soy mejor que ella, será completamente fundamentada y certera y no admitiré discusión al respecto si no es en tono humorístico.
Ya que estamos, a lo mejor Neil Gaiman debería recibir algún crédito por esto también si es que a caso conseguimos todos ponernos de acuerdo de una vez sobre el significado del concepto "consentimiento".
Advertencias: Contenido sensible. Abuso de sustancias (Como la salsa picante). Violencia. Palabras malsonantes (Como repámpanos). Actividades ilícitas. Incitación al juego. Abuso de menores. Abuso animal. Inmoralidades. Prácticas de dudosa reputación. Prostitución y referencias sexuales explicitas.
Universo Alterno: Todos los personajes son humanos y mortales, así que pueden enfermarse y/o morir. La pareja principal, en este caso, cuenta con características masculinas.
Si después de saber todo esto aun quieres leer la historia, te recomiendo usar el mapa de Red Dead Redemption 2 para seguir el viaje de los personajes. (Aunque las ciudades son un poco diferentes que en el videojuego porque escribí esto antes de jugar)
Sin descanso para los ehm... bueno, buenos
1. Encuentro
Una fina capa de polvo se levanta del suelo cuando se baja del tren y sus botas color avellana con un poco de tacón y tachuelas se posan sobre el andén.
No son unas botas para viajar y eso lo ha descubierto por las malas.
Levanta la cabeza para mirar el cartel de madera destartalada de la estación del pueblo al que ha llegado tras cruzar tres estados. TUMBLEWEED
Tumbleweed es el último pueblo civilizado de New Austin, el más cercano al oeste, esa zona a la que muchos les gusta llamar salvaje.
Alguien había tachado las letras "Tumble" para hacer algún chiste poco ingenioso que no acaba por hacerle gracia y su sombrero de ala ancha también blanco casi se cae de su cabeza de no haberlo detenido con una mano por una ráfaga de viento.
Con el otro brazo sostiene su abrigo, porque ha subestimado un poco el sol abrasador de este lado del país y lleva una bolsa con las pocas pertenencias que le habían parecido demasiado imprescindibles a pesar de la molestia de cargarlas.
No es capaz de encontrar a un muchacho que quiera ganarse un puñado de céntimos llevando su equipaje, así que se dirige un poco molesto hacia la oficina del Sheriff en la plaza del pueblo.
Comparado con Sant Denis, su ciudad, son solo cuatro casas mal puestas alrededor de una taberna. Ni pavimento hay siquiera en el suelo.
Las personas que hay por ahí trabajando en comercios o simplemente en la calle le miran de manera intensa debido a su aspecto de extranjero pero nadie emite juicio alguno aun, por lo menos no en voz alta.
Con su traje de tres piezas blanco gastado pero caro y su corbata de bolo cerrada con una figurita de un ángel de plata con las alas abiertas parece alguien desubicado pero de aspecto adinerado y no había que desperdiciar la oportunidad de desplumar a los pocos forasteros que llegaban al lugar con comentarios precipitados.
La puerta de la comisaría se abre con un quejido de madera, porque toda la madera en las historias de vaqueros tiene que hacer un drama por todo, cuando el recién llegado entra finalmente y el Sheriff, un hombre de mediana edad vestido con uniforme y con un gran bigote que se encontraba relajadamente comiendo su desayuno y leyendo el periódico, se lamenta al notar que la mañana que prometía ser tranquila, no va a serlo finalmente.
—Howdy, buen señor —saluda el recién llegado con un intento de sonrisa amable a pesar de su mal humor mirando al rededor.
La estancia es pequeña y sucia, con un par de celdas al fondo cerradas por unas rejas metálicas, un par de mesas destartaladas con sillas viejas y algunos mapas colgados en la pared.
—Ah… hum, buenos días, míster, ¿en qué puedo ayudarle? —pregunta el Sheriff aun arreglando su mesa y recogiendo los restos de su desayuno, haciéndole un gesto para que se siente.
—Permítame que me presente, mi nombre es Aziraphale Fell —responde este, aceptando el asiento con un gesto de la cabeza, dejando su bolsa en el suelo en un suspiro—. Me gustaría hablar con el Sheriff, si es tan amable.
—Yo mismo, para servirle Señor Fell, mi nombre es Arthur Young —le tiende la mano en la que aún hay alguna mancha de salsa que provoca una mueca de desagrado en Aziraphale.
—Mucho gusto —acaba por decir sin hacer ni un amago de tomarle la mano en lo absoluto, lo que desencadena en que el Sheriff retire la suya en un incómodo movimiento.
—¿En qué podemos ayudarlo, entonces?
—Quisiera poner una denuncia contra el Señor Metatrón Archangel —asegura con determinación, esperando la reacción que ya sabe que provocará con esa declaración.
—Disculpe… ¿Metatrón Archangel ha dicho? —el Sheriff repite sin poder creerlo.
—El mismo —asiente con un suspiro de antemano.
—Se refiere al dueño de la hacienda Caliga, la mansión Braithwaite y el rancho Emerald, así como las tierras de cultivo de la mitad de las plantaciones a orillas del río San Luis.
—Huy, y de unas cuantas cosas más si quiere ser estricto en cuanto a patrimonio.
—Pero… ¿Sabe que se está presentando a Senador de Lemoyne? ¿Y qué hace más de una cuarta parte de las donaciones y gestos altruistas del sector privado en todo el país? Recuerdo haber leído sobre las ayudas del huracán del año pasado en la costa de Coronado —comenta buscando su periódico en el cajón para enseñárselo si acaso hace falta.
—Se escribe con ce hache y con ge de gato —explica como respuesta por si hay dudas. Una vez vio a alguien escribirlo con jota y aún tiene pesadillas nocturnas con ello.
—Señor Fell, esto es ridículo —se queja el Sheriff, frunciendo el ceño.
—¿Es ridículo poner una denuncia contra una persona que ha cometido un crimen? —frunce el ceño de vuelta.
—Es ridículo poner una denuncia contra una persona tan influyente y poderosa. ¿Ha visto este lugar? ¿Qué espera que haga? —pregunta señalando alrededor dando a entender que estaba ahí solo y esta era una pequeña comisaría en un diminuto pueblecito olvidado de la mano de Dios.
—Lo que es ridículo, señor Young —le mira con fiereza—, es que venga yo viajando por meses desde Saint Denis haciendo esta petición a todas las comisarías y despachos de abogados de New Austin, West Elizabeth y New Hannover y nadie tenga el más mínimo interés en la justicia.
—Pero es que, Señor Fell…
—Este altruista y bondadoso señor mató a mi esposa, Señor Young —le interrumpe con un tono firme y solemne, mirándole a los ojos fijamente.
El Sheriff le sostiene la mirada unos instantes con expresión suplicante y luego se pellizca el puente de la nariz en frustración.
—¿Y ahí trae las pruebas, supongo? —pregunta señalando al maletín.
—Las más esenciales, sí. ¿Quiere verlas para añadirlas a la denuncia? —pregunta en un tono más amable otra vez al notar la cooperación, abriendo el susodicho.
—Señor Fell, es que aunque fuera cierto y tuviera usted como demostrarlo… —el Sheriff niega con la cabeza—. Esto es un pueblo, aquí lo más grave que pasa son algunos hurtos y ocasionalmente algún asesinato pasional a manos de un borracho. No tenemos los recursos ni la capacidad para manejar esto que propone.
Aziraphale junta sus manos en un gesto de rezo y toma aire profundamente para calmarse a sí mismo porque ya ha oído ese discurso en innumerables ocasiones en cada una de las peticiones de justicia que había hecho a lo largo del país.
—Supongo que para esto es para lo que pagamos impuestos —contesta enfadado—. ¿Cómo se siente al saber que la justicia no existe y que es usted una mera marioneta del poder que no es capaz de actuar cuando es requerido?
—Mire... De verdad, entiendo que esté usted enfadado —intenta calmarle un poco el Sheriff—. Esto es muy irregular y lamento que haya sido víctima de esta situación, pero la justicia en este país está en pañales. Casi toda la organización y administración lo está.
—¿Y eso es lo que tiene para mí? ¿Una disculpa y ya?
—Lo que digo es que hay personas ahí fuera... quemando plantaciones, matando esclavos y secuestrando niños. También nos sentimos impotentes, apenas si damos al abasto de mantener una paz ficticia tomada con pinzas.
Aziraphale suspira de nuevo, echándose atrás en la silla porque bien que lo sabe. Bien que sabe de los forajidos y organizaciones criminales. De desfalcos y de asesinatos... por Dios, si por eso habían matado a Muriel.
Unos ruidos como de un caballo en la entrada de la comisaría hacen que el Sheriff se levante de la silla para ir a ver mientras Aziraphale aún se lamenta de su horrible suerte después de haber hecho todo este viaje, porque él es la verdadera víctima de esta historia.
—La verdad, le sugiero intentar en otro sitio —propone el Sheriff acercándose a la puerta.
—No hay más sitios, Sheriff, ustedes son el último resquicio de civilización antes de las tierras salvajes —dramatiza un poco, pero no recibe respuesta porque el señor Young está ocupado ahora con el nuevo visitante.
Aziraphale abre los ojos para descubrir por qué su conversación se ha cortado abruptamente y se levanta un poco de la silla para ver qué sucede fuera, a través de la puerta.
Se trata de un hombre que viste un poncho negro y un paliacate en el cuello. Unas gafas oscuras cubren sus ojos bajo el sombrero negro, pero puede verle sonriendo forzadamente mientras habla con el Sheriff.
Aziraphale piensa en si será uno de los forajidos de los que hablaban antes, pero prefiere no hacer juicios de valor, tomando paciencia y esperando a la autoridad.
Tras un breve intercambio de palabras, el recién llegado entra a la comisaría con el Sheriff, llevando lastimosamente entre ambos lo que parecía un cuerpo de una persona atada de pies y manos, para sorpresa de Aziraphale.
—¡¿Eso es un cadáver?! —pregunta escandalizado.
El de negro gira la cabeza hacia él y sonríe de manera un poco burlona.
—Es parte de las atracciones para turistas —responde sarcásticamente al notarlo forastero.
—No haga caso, Señor Fell, solo está inconsciente —alega el Sheriff fulminando al otro mientras acaban de llevar al hombre dentro de una de los camastros de las celdas en la parte trasera.
Aziraphale les mira en silencio hacer todo el proceso hasta que regresan al escritorio del Sheriff, donde este saca unos libros de registros para revisarlos. Mientras este busca el nombre del hombre que tenía ahora en la celda, el otro se vuelve a Aziraphale.
—Eso se deshinchó como globo, ¿no?
—¿Eh? —pregunta el forastero sin entender de qué habla.
—Ya sabes —señala hacia la celda y el Sheriff se levanta para ir a abrir una caja fuerte de un rincón de la oficina.
—¿Qué le pasó? —pregunta el hombre de blanco aun sin entender.
—Yo —se encoge de hombros.
—Aquí tienes —les interrumpe el Sheriff contando el dinero y tendiéndoselo al de negro—. Menos las tasas habituales —añade.
—Por el forro de los cojones me paso yo las tasas habituales, Young. Como si no fuera a decirte donde están todos sus amiguitos —protesta el de negro.
—Eso no lo sabemos —insiste el Sheriff, mirándole fijamente—. Pero si lo hace estarás surtido de trabajo pronto, así que no te quejarás.
Aziraphale comprende entonces que se trata de un caza-recompensas. Un mercenario. Personas que se ocupaban de atrapar a los maleantes que quedaban fuera de la ley de algún modo o estaban en busca y captura. No es ilegal, pero es de una bajeza remarcable.
Por lo pronto el caza-recompensas toma los billetes con el ceño fruncido, contándolos con los dedos.
—A las personas que hacen fortuna de las desgracias ajenas les costará entrar en el reino de los cielos —Aziraphale no puede contenerse de quejarse nuevamente.
—No te preocupes. Siempre llevo un buen juego de ganzúas encima —responde este burlonamente esperando provocar el escándalo en el forastero mientras se guarda el dinero en la bolsa de su cinto, sujetada con un cinturón de cuero con una cabeza de serpiente plateada como hebilla, bajo el poncho.
—Crowley, gracias por tus servicios y ahora, si no te importa —repone el Sheriff señalándole la puerta de una manera taxativa que distaba de la amabilidad aparente en sus palabras.
—¿Así es como se hace justicia por aquí? ¿Pagando a los criminales para que se tomen la ley por su mano y así estar libres de pecado? —riñe Aziraphale al Sheriff.
El señor Young podría haberle dicho muchas cosas a Aziraphale. Podría haberle hablado de la rehabilitación de las personas, de las segundas oportunidades o del bien a la comunidad, pero en cambio solo se encoge de hombros de manera significativa mientras devuelve el libro de registros a su lugar.
—Si sabe que cuando alguien asesina a un asesino el número de asesinos en el mundo se mantiene, ¿verdad? —continua el de blanco.
—Supongo que su mujer no habría querido que usted se convirtiera en uno pero ya le he dicho que nosotros no podemos ayudarle —suspira el Sheriff y Aziraphale se muerde el labio mirando afuera al hombre que sigue trasteando con la montura del caballo negro azabache.
Si la justicia convencional no podía hacer nada... tal vez ese hombre podía por lo menos dedicarse a desmantelar la red de maleantes que su tío usa para hacerle el trabajo sucio.
Aziraphale se levanta en un revuelo, recogiendo sus cosas y apresurándose antes de que el caza-recompensas se marchara del todo.
—¡Espere! —grita al salir intentando detenerle y corriendo un poco tras él—. ¡Espere, por favor!
El del caballo da un tirón a las riendas con eso, deteniéndose y esperando a que el otro le alcance.
—Espere... —respira un poco agitadamente sujetándose en sus rodillas debido a la carrera—. Quiero proponerle un trabajo, señor...
—Crowley —responde este.
—Si fuera tan amable de acompañarme a algún lugar donde pueda darle los detalles, Señor Crowley —le sonríe, reponiendo su respiración—. Un privado, este es un caso delicado y puede implicar algún que otro asuntillo del es mejor que las autoridades se mantengan al margen.
—¿Qué quieres qué? —Crowley parpadea varias veces, no sabe qué le impresiona más, sí que este remilgado forastero que parece haberse perdido de camino a la iglesia quiera contratar un sicario o que hable de lo que él cree debe ser un crimen como un "asuntillo".
—Un lugar discreto —explica Aziraphale.
—¿Y qué hay de lo de entrar en el cielo? —pregunta este burlonamente de nuevo.
—¿Tal vez podamos dejar la puerta entreabierta para los justos? —propone el de blanco poniendo los ojos en blanco.
—Más que suficiente —sonríe este haciendo mover al caballo hacia un lado con un tirón de riendas—. Hay un bar al final de esa calle donde no echan tanta agua a la ginebra —señala donde—. Invítame a beber y veremos qué se puede hacer.
—Le veré allí en dos horas —Aziraphale suspira pero asiente a eso.
—Amén —replica este con un gesto de la cabeza y Aziraphale no puede saber si está burlándose de nuevo o no de él mientras se marcha con el caballo.
El de blanco se seca el sudor de la frente con la manga de la camisa y se dirige a la posada del pueblo, dispuesto a alquilar un cuarto para dejar sus cosas y refrescarse un poco antes de que se haga la hora de comer.
El lugar sigue teniendo a su parecer ese aire... rural un poco más acentuado de lo que es cómodo, con camastros que apenas si son más que una esterilla de paja, sabanas que han visto días mejores... y definitivamente más limpios y una palangana frente a un espejo de un estilo pasado de moda con una jarra de agua que huele un poco a estanque.
Entonces, con menos ropa y sintiéndose un poco más cómodo, se dirige al bar mencionado.
Es un lugar pequeño, con una barra y una pared con estanterias llenas de botellas de formas extrañas. Hay pocos comensales, algunos juegan cartas en una mesa de un lado y otro come un plato de cocido de dudoso aspecto junto a la ventana.
Se sienta en una mesa del centro, insiste en pedir un plato local con una salsa picante más fuerte de lo que puede soportar a pesar de las advertencias de la camarera y luego de volver a pedir un plato con verduras a la plancha, solo verduras, nadie podía cagarla con eso, saca el libro que venía leyendo en el tren de camino aquí para hacer tiempo en lo que espera a su acompañante.
Este no aparece hasta más de tres cuartos de hora tarde para enfuriar al forastero con la poca profesionalidad de los locales, pero finalmente ahí se persona.
Aziraphale le mira de reojito por encima de su libro y sus gafas de leer con cierto desagrado.
—¿Qué hay, ángel? —saluda este quitándose el sombrero para dejar ver sus cabellos pelirrojos largos hasta la nuca y atados en una cola, sentándose frente a él en la mesa y haciendo un gesto a la camarera para pedir una cerveza.
—No me llamo Ángel —replica el otro, cerrando el libro y quitándose las gafas para guardarlas cuidadosamente en una funda.
—No tengo el placer —se encoge de hombros el otro y hace un gesto a su corbatín en el cuello para explicar el porqué del apodo.
El otro se mira a si mismo percatándose del ornamento en su cuello.
—Aziraphale Fell —aclara mirándole.
—Vale, Aziraphale Fela Fale Fell —se burla y luego mira sobre la mesa viendo el plato de verduras ya vacío y el otro casi intacto—. ¿No te gusta la bazofia? —pregunta.
—Me temo que está...
—¿Te importa? —le detiene a la mitad de la frase tomando el plato hacia sí—. Los de mi profesión no siempre comemos muy bien.
—Debo advertirle que está extremadamente picante —asegura igualmente haciendo un gesto para permitirle.
—Ah, sí, seguro. El tío de ahí dentro sabe lo que se hace —asiente señalando la cocina e igualmente saca otro botellín de entre la ropa, echando algunas gotas en el plato antes de empezar a comer con ansia.
—Uhm —el de blanco vacila un poco con esto otra vez—. Bueno, el asunto que nos acomete...
—Antes de eso debo decirte que hay unas tasas especiales para el sector privado —Crowley le corta de nuevo con la cuchara en alto—. Y que la mitad se cobra por adelantado.
—Me parece justo —asiente Aziraphale.
—Bien... —vacila un poco porque ni siquiera le ha dicho el monto, pero no parece que el dinero vaya a ser un impedimento—. ¿Cuál es el problema entonces? —se vuelve a comer—. ¿Alguien en la asociación de propietarios no quiere pintar la valla delantera del tono de blanco correcto? ¿Han estado robando del cepillo de la iglesia?
—Han asesinado a mi esposa —replica este, fulminando a Crowley por la frivolidad de los problemas que cree que alguien como él puede tener.
—Oh —el pelirrojo se detiene, mirándole por encima de sus gafas de sol y dejando a la vista por primera vez el color miel de sus ojos.
—Sí, pero supongo que no estaría mal volver a pintar todas las vallas de la comunidad de vecinos —le sostiene la mirada igualmente bromeando un poco.
—¿Y sabes quién ha sido? —pregunta sonriendo de ladito y luego haciendo un gesto a la camarera que le ha traído la cerveza.
—Mi tío —confiesa.
—Nada como el amor de la familia... —le consuela un poco volviendo a mirarle a él.
—¿Entonces? —le mira.
—Bueno, tenemos diferentes tarifas dependiendo de lo que quieras —se encoge de hombros dibujando un círculo con la cuchara en el aire—. ¿Partirle las piernas? ¿Degollarle un caballo? No trabajo con niños, si quieres eso tendrás que buscarte a otro.
—Por Dios, ¿puede dejar de decir esas barbaridades de este modo? —le riñe apretando los ojos—. Este es un lugar público.
—Pues tú dirás de tu "asuntillo" —hace gesto de comillas con las manos.
—La verdad, señor Crowley, es que no me siento a gusto trabajando al margen de la ley, pero vengo recorriendo comisarías desde tres estados y mis opciones empiezan a agotarse.
—Aja...
—Esto es más grande que mi Muriel, Dios la tenga en su gracia. Se trata del motivo por el que la mataron.
—¿Usurpar el trono de Dinamarca? —pregunta inclinando la cabeza.
—¿Disculpe? —parpadea descolocado y el pelirrojo hace un gesto al ejemplar de Hamlet que sigue sobre la mesa donde el de blanco lo ha dejado. Aziraphale bufa de nuevo—. Aunque aprecio mucho el humor, esto no es una novela, Señor Crowley. Si no pretende tomarme en serio...
—No, no, espere... —suspira rindiéndose—. Por favor, continúe.
—Mi esposa destapó una red de fraudes de una persona influyente a nivel nacional y por eso consideraron que estaría mejor muerta.
—Aja...
—Una red que pretendo desmantelar. Así que más bien soy yo quien pretende recuperar el trono —sonríe un poco igualmente, porque eso le convierte a él en Hamlet y eso siempre tiene gracia—. Y ahí es donde entra usted —hace un gesto para señalarle.
—¿De qué clase de fraudes estamos hablando? —inclina la cabeza e igual sonríe un poco con la broma.
—De todo tipo. Especulación, estafa, extorsión, falsificación, corrupción, sobornos, evasión de impuestos, prevaricación... —empieza a enumerar con los dedos.
—Una joyita, vamos. Debe ser serio porque la mitad de esas cosas no sé ni lo que son.
—Tal vez sienta más familiar el nombre del circunspecto —asegura creando expectativa para la revelación.
—¿De quién? —pregunta sin entender esa palabra.
—El artífice —aclara suspirando, pero Crowley vuelve a mirarle con cara de no estar entendiendo—. Mi tío. Metatrón Archangel.
Crowley se atraganta con la sopa con eso.
—¿Que eres sobrino de QUIÉN? —grita haciendo que haya un momento de silencio en todo el lugar.
—Metratrón Archangel —repite Aziraphale con paciencia.
—Shh! Fell! ¿Qué te pasa? ¡Este es un lugar público! —le riñe Crowley ahora a él mirando alrededor para asegurarse que nadie les esté oyendo, haciendo un gesto para que baje la voz—. ¡No puedes ir diciendo esas cosas!
—¿Decir qué? ¿Qué es mi…? —empieza de nuevo sin entender a lo que Crowley le hace un gesto para que calle de nuevo—. Pensaba que mi familia gozaba de buena reputación en New Austin.
—Pues… más o menos.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, ya sabes. Aquí todo el mundo sabe quién es por los periódicos y todo eso, pero hay bastante gente con una relación digamos... más personal.
Aziraphale inclina la cabeza, no muy seguro de lo que significa eso.
—No es la blanca palomita que su campaña política quiere hacernos creer —específica Crowley.
—Sí, justo eso es lo que digo —asiente.
—Y lo que quieres es... ¿pararle los pies?
—Sí, sé que esta es una lucha como de David contra Goliat —suspira dramáticamente.
—Uhm, pues no sé cómo le fue a tu amigo David, pero está claro que estás jodido. No sé en qué crees que podría ayudarte yo.
—David y Goliat es una historia bíblica —aclara el de blanco.
—Sí, claro, como no —ojos en blanco.
—El caso es que tú eres prácticamente un criminal, esperaba que tuvieras algunos... contactos.
—¿Crees que formo parte de una red de crimen organizado o qué? yo trabajo para la justicia —se queja el pelirrojo señalándose a sí mismo.
—Pues sí, pero vosotros siempre conocéis gente.
—Entre los afectados, dirás.
—¿Los afectados de qué?
—Pues no creerás que tu tiito está estafando a gallinas y caballos.
—¿Te refieres a que hay gente aquí a la que él...? —parpadea porque no había caído en ello.
—Oh, sí —asiente. Aziraphale le mira fijamente unos instantes.
—¿Estoy siendo un ingenuo con esto? —pregunta porque quizás sí necesita una dosis de realidad y no se está dando cuenta.
—No quiero mentirte... —sonríe de ladito haciéndole suspirar de nuevo.
—Es solo... que no tiene ningún sentido todo esto. La vida así —señala alrededor—, cuando unos tienen tanto poder y todos los demás solo tenemos dos opciones, o bailarle el agua o morirnos de manera completamente injusta y sin que nadie le importe.
—¿Eres nuevo en el mundo, acaso?
—Claro que no, pero…
—Pero tienes un piquito de oro ¿no? —añade el pelirrojo.
—¿Por qué lo dices? —le mira.
—No lo sé, la gente está harta de que les jodan la vida. Por muchas donaciones que haga, eso de quemar plantaciones hasta los cimientos, comprar los terrenos por un décimo de su valor y obligar a los propietarios a pagar parte de sus cosechas como alquiler después... no te gana muchos amigos.
—¿Insinúas que podría convencer a más personas de unirse a mi causa para llevarle ante la justicia? —levanta las cejas porque eso no se le había ocurrido.
—Digo yo que cuantas más pruebas haya más fácil será que te presten atención —explica subiendo los pies a la mesa y bebiéndose su cerveza porque ya ha acabado de comer mientras el otro se lo piensa unos instantes.
Aziraphale nota los pies y le echa una mirada que hace que Crowley los baje de ahí de inmediato.
—Supongo que daño no me haría tomar más perspectiva. ¿Conoce a alguien de esas características, Señor Crowley?
—Pues… están las Device del rancho Nutter. Está como a una media jornada a caballo hacia el noreste, en Cholla Springs… —empieza a explicar y al verle la cara pone un poco los ojos en blanco—. Hacia allá.
—Ah, ¡estupendo! —sonríe complacido—. ¿Le parece que partamos para allá en el primer tren de la mañana?
—¿Tren? No hay una estación de tren hasta la capital del estado, Armadillo. Fell, estos pueblos no son tan concurridos.
—Entonces ¿Cómo pretende que lleguemos hasta ahí?
—Bueno, yo tengo a mi yegua —señala a la puerta del bar.
—Ah, sí, ya la he visto, es muy bonita y muy grande. Pensaba que era un macho.
—Un experto en caballos que eres tú, por lo visto —se burla.
—Es solo que me parecen un medio de transporte de lo más rudimentario e incómodo. Ni siquiera se puede leer en ellos.
—¿Leer?
—Así se pasan las horas de viaje más ligeras. Ah, y está el maltrato animal, claro —añade como si acabara de acordarse.
—Bien, te conseguiré una butaca con ruedas —responde sarcásticamente y Aziraphale le mira entrecerrando los ojos sin estar seguro de si eso…
—¿Eso ha sido sarca…?
—¡Pues claro que ha sido sarcasmo, Fell! Espabila —protesta interrumpiéndole.
—Vale, vale, no hace falta ser desagradable —protesta de vuelta.
—Bien. Que te consiga un caballo y te lleve hasta Cholla Springs te costará un pico —comenta acabándose la cerveza y el de blanco saca de dentro de la cartera un fajo de billetes bastante impresionante, empezando a contarlo.
—Esto para el caballo, esto para provisiones, esto por las molestias y esto para que asegure de que mi silla de montar sea la más cómoda del mercado, por el amor de Dios —pide dejando unos cuantos billetes frente a él—. Le espero en la entrada de la posada de la calle Virginia mañana a las nueve de la mañana. Sea puntual, por favor.
Crowley sigue con los ojos en la forma del símbolo del dólar viendo el montoncito frente a él, Aziraphale chasquea los dedos frente a él para sacarle de su ensimismamiento.
—Ah, sí, por supuesto. La más cómoda, sin duda —asiente.
—Y no beba demasiado esta noche, señor Crowley —pide levantándose y recogiendo su libro de encima de la mesa.
—Nada de alcohol, a la orden —hace un gesto burlón hacia su frente como si fuera un militar.
Aziraphale suspira y se va a la barra a pagar la comida y la cerveza de Crowley también y este casi no se espera hasta que cruza las puertas para volver a subir los pies a la mesa.
