Regresaras Algún Dia

Capitulo 15


Flashback

La mirada de Eliza se había cruzado con la de aquel apuesto y enigmático joven de misteriosa procedencia. Se rumoraba que era todo un magnate, sobrino del duque de Brigthon. Aquella lujosa velada organizada por los Andley para recibir a sus viejos conocidos de Escocia reunía a familias de gran renombre, personas carismáticas que compartían un rasgo distintivo con el patriarca de los Andley, William Alberth Andley: rubios, de piel blanca y ojos azules como el mismo cielo.

Sin embargo, entre todos los presentes, Jaymie Brigthon destacaba. Próximo a convertirse en vizconde, su piel blanca, ojos profundamente verdes y cabello negro le daban un porte enigmático, conservador, y a la vez seductor. Era la viva imagen de un personaje sacado de las novelas de Stoker, un misterio andante que las mujeres de la alta sociedad encontraban irresistible.

Todas las damas de sociedad habían quedado cautivadas por la presencia del sobrino del duque de Brigthon. Más de una suspiraba con tan solo mirarlo, y discretamente se acechaban unas a otras con la mirada, esperando ser la primera en recibir su invitación para bailar.

Jaymie, por su parte, no dejaba de cruzar la mirada con la señorita Leagan, la enigmática sobrina de William Andley e hija del empresario hotelero Rymund Leagan. Su nariz respingada, su mirada seductora y a la vez pretenciosa la hacían destacar. Aquella joven de rizos perfectos, ojos ambarinos y cabellera roja como el fuego no pasaba desapercibida para él.

Y esa mirada... Altiva, encantadoramente profana...

Eliza ansiaba discretamente que la velada terminara. Necesitaba huir de ahí cuanto antes. Si su madre insistía en que se quedara un momento más y se animara a bailar con algún joven de buena familia, explotaría. No es que no se diera cuenta del interés de Jaymie Brigthon en ella, pero por muy atractivo y galante que fuera, su corazón ya pertenecía a otro. A cierto muchacho de rancho, de overol y sonrisa sincera. Y en ese preciso instante, lo necesitaba más que nunca.

—¿Por qué no bailas con el joven Brigthon, Eliza? —preguntó su madre.

—Disculpa, mamá. No me siento bien. Con permiso.

—¡Pero, Eliza!

Sin atender los llamados insistentes de su madre, la joven se retiró apresuradamente. Jaymie Brigthon la observó con una mirada serena. Aquella actitud de la pelirroja lo había cautivado, y claro, no se rendiría hasta lograr un acercamiento con la joven que había despertado su interés.

—Discúlpela, señor Brigthon. Me temo que mi hija está indispuesta —dijo Sarah Leagan con una sonrisa tensa.

—No hay cuidado, señora Leagan. Quizás en otro momento sea más prudente.

—Téngalo por seguro, mi lord.


—¿Eliza?

La voz de su hermano resonó tras ella. Se encontraba en los rosales de Anthony, tratando de calmarse. La insistencia de su madre se volvía cada vez más sofocante.

—¿Te sucede algo? —preguntó Neal.

—Quiero irme a casa —susurró Eliza con un hilo de voz.

—¿Qué sucede? Tú no eres así.

—No quiero hablar ahora. Solo necesito irme.

—Es mamá, ¿verdad?

Eliza no respondió, pero su hermano ya lo sabía. Desde que se anunció la visita de los Brigthon, Sarah había estado empeñada en convertir a Eliza en parte de la nobleza. Algo que, en otro tiempo, antes de cierto vaquero, ella podría haber considerado. Pero su corazón ya pertenecía a alguien más. A alguien que, sin duda, su madre jamás aprobaría.

Si tan solo su padre estuviera ahí… Pero se encontraba en un viaje de negocios en el extranjero, y no había forma de comunicarse con él.

—Vamos. Te llevaré a casa —dijo Neal, tomando cuidadosamente el brazo de su hermana.


Presente.

¿Cómo había sido tan estúpida para no darse cuenta antes? Esos ojos... Ahora tenía una imagen más clara en su mente.

Eliza entró con desesperación al despacho de su padre.

¿Cómo pudo ser tan ciega? ¿Cómo no lo vio antes? Esos ojos... Ahora lo sabía con certeza.

Cerró la puerta con fuerza y apoyó la espalda en ella, intentando calmarse, pero su corazón latía desbocado. Caminó con pasos apresurados hasta el escritorio de su padre y comenzó a rebuscar entre los estantes. Buscaba un libro en particular, uno donde sabía que su madre escondía una llave maestra. Cuando la encontró, no dudó en abrir el cajón que siempre permanecía sellado, aquel que Sarah Leagan exigía que nadie tocara.

Sus manos temblorosas revolvieron entre las antiguas invitaciones de bailes y reuniones de la alta sociedad. Buscaba una en particular.

Y entonces la vio.

El sello de la familia real Lowell. Un linaje de duques y condesas de Inglaterra. Y entre esas cartas encontró la que más temía: una del vizconde de Cambridge.

Su firma, su caligrafía… Era él. James O'Sullivan… Jaymie Brigthon.

Eliza sintió cómo el aire le faltaba. Su pecho se oprimió y un nudo de angustia se formó en su garganta.

Al leer aquellas palabras de antaño, donde la cortejaba con promesas vacías, su estómago se revolvió. Ahora todo tenía sentido. Él había vuelto. Y no solo por ella, sino por venganza.

Con los dedos temblorosos, dobló la carta con fuerza, cerró los ojos y trató de respirar profundo. No podía permitir que el pánico la dominara. Debía encontrar pruebas. Si su padre tenía algún trato con James, debía haber documentos, contratos, cualquier cosa que confirmara sus sospechas.

Estaba tan concentrada que no se dio cuenta de que alguien había entrado tras ella.

—¿Eliza? ¿Qué estás haciendo? —La voz grave y preocupada de Tom la sacudió.

Eliza giró abruptamente. Su esposo estaba ahí, mirándola con el ceño fruncido. Su expresión mezclaba sorpresa con inquietud.

—Debo encontrar esos documentos. Algo… algo que mi padre pueda tener sobre O'Sullivan.

Tom la observó con detenimiento. Conocía esa expresión. Su esposa, su indestructible Eliza, estaba al borde de un colapso. Su corazón latía fuerte, y su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas.

—Eliza… —Tom se acercó lentamente, con la intención de sujetarla, de sostenerla y calmarla, pero se detuvo. Sabía que cuando su esposa estaba así, no se rendiría hasta obtener lo que buscaba.

Con un suspiro, decidió ayudarla.

—Creo que esto es lo que buscas. —Dijo tras un momento, sosteniendo un documento en la mano. Su tono era indeciso, pero había algo más en él… una sombra de preocupación.

Eliza se apresuró a tomarlo, pero Tom, con reflejos veloces, retiró su mano antes de que ella pudiera arrebatárselo.

—¿Qué crees que estás haciendo, Tom? —Su tono se tornó ansioso y molesto. Necesitaba ver ese documento.

Tom la miró con seriedad, su rostro endurecido.

—¿"Necesitas"? ¿Por qué? ¿Qué pretendes hacer, Eliza?

Ella tragó saliva. Sabía que no podía mentirle.

—Tú y yo tenemos la misma corazonada sobre ese hombre. Sabemos que algo no está bien con él.

—Espera un momento, amor. —Tom frunció el ceño, acercándose un poco más. Su tono se volvió más profundo, más firme. —Yo dije que podría estar tratando de estafar a tu padre, que podría ser un oportunista... pero tú hablas como si esto fuera personal.

Se quedó en silencio por un momento, y su mirada se volvió más intensa.

—Eliza… ¿qué me estás ocultando?

Se acercó más, con movimientos cuidadosos, peligrosamente cerca de ella.

En ese instante, Eliza se dio cuenta de su error. Había revelado demasiado.

—Dímelo. —La voz de Tom se suavizó, su tono era más calmado ahora, pero su insistencia seguía ahí—. ¿Qué está pasando, mi amor?

Eliza abrió la boca para responder, pero se quedó sin palabras. Su esposo estaba demasiado cerca, su cálido aliento acariciaba su piel, y sus frentes apenas se rozaban. Su mirada miel estaba llena de ternura, pero también de preocupación.

Tom la atrajo con cuidado, deslizando su brazo alrededor de su cintura. A pesar de la tensión, su toque era un ancla.

—Eliza… —susurró, con una dulzura desgarradora—. Quiero entender lo que sucede. Quiero ayudarte. Pero primero, necesito que te calmes, amor. Estoy aquí contigo.

Ella cerró los ojos un instante. Su olor, su calidez, su presencia… todo en él era seguridad.

Cuando volvió a abrir los ojos, vio que Tom la observaba con paciencia infinita. Se inclinó y le depositó un beso en la frente, un gesto de amor silencioso que la hizo estremecer.

—Tom… hay algo que debo decirte.

Él asintió, esperando.

Eliza suspiró. Sabía que no podía ocultarlo más.

—Sé quién es James O'Sullivan.

Los ojos de Tom brillaron con intensidad.

—¿Quién?

Ella tragó saliva. El momento había llegado.

—Es Jaymie Brigthon.

El silencio que siguió fue denso, cargado de emociones que no necesitaban ser expresadas.

Tom apretó la mandíbula. Sabía que este hombre era un peligro. Pero ahora… era personal.

—No dejaré que te haga daño, Eliza. —dijo con un tono que no admitía discusión.

Eliza sintió su corazón latir con fuerza. Sabía que su esposo la protegería con todo lo que tenía.

Pero también sabía que James no se detendría tan fácilmente.

Neal entró en la habitación sin previo aviso. No esperaba encontrar aquella escena.

Su hermana estaba en los brazos de su cuñado, y aunque no había nada inapropiado en ello, se llego a sentir un poco incomodo al pensar que estaba interrumpiendo algo, sin embargo, sí había algo que le inquietó. Eliza parecía alterada.

Eliza y Tom se giraron en cuanto notaron su presencia, pero Neal ya había visto suficiente en el rostro de su hermana como para preguntarse ¿Qué estaba pasando?

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó con un tono sereno, pero claramente preocupado. Sus ojos se fijaron en Eliza.

Ella respiraba agitada, su expresión una mezcla de confusión y ansiedad.

—¿Tom, qué está pasando? —insistió Neal, esta vez dirigiéndose al vaquero, esperando que él le diera una respuesta.

Tom, aún con una mano en la cintura de Eliza en un gesto protector, miró a su esposa con intención, indicándole que era momento de hablar.

Eliza sintió cómo el aire se volvía más pesado. Sabía que no podía ocultarlo mas ni siquiera a su hermano.

Neal la observó con el ceño apenas fruncido, su preocupación era evidente, quería entender qué la tenía en ese estado.

—Eliza… dime qué pasa. —su tono era más suave ahora, dándole el espacio para hablar.

Ella tragó saliva.

Respiró profundo y, con voz contenida, soltó lo que ya sabia sobre aquel hombre.

—Sé quién es James O'Sullivan.

Neal parpadeó con una expresión de sorpresa y curiosidad.

—¿Quién?

Eliza sostuvo su mirada.

—Es Jaymie Brigthon. termino por decirlo Tom

El silencio en la habitación fue denso, casi sofocante.

Neal parpadeó, su expresión pasando de la confusión al reconocimiento, y finalmente, a la furia contenida.

—¿El maldito vizconde de Cambridge? —susurró, como si no pudiera creerlo.

Eliza asintió con la cabeza lentamente.

Neal exhaló con fuerza, pasándose una mano por el rostro, procesando la información.

—Ese desgraciado… —murmuró, su voz teñida de rabia.

Tom, hasta ahora en silencio, apoyó una mano sobre el escritorio y miró fijamente a su cuñado.

—Y no ha venido solo a hacer negocios, Neal. —dijo, con un tono bajo pero cargado de significado—. Ha venido por Eliza.

Neal levantó la mirada rápidamente, sus ojos encendidos de indignación.

—Ese malnacido no tiene idea de con quién se está metiendo.

Eliza sintió un estremecimiento. James no era un hombre que se detuviera fácilmente.

Y ahora, su hermano también estaba al tanto.


En la penumbra de su estudio, James O'Sullivan sostenía entre sus dedos una copa de whisky, removiendo el líquido con lentitud. Sus ojos verdes como el hielo reflejaban una mezcla de frustración y deseo mientras observaba una antigua fotografía entre sus manos.

Era ella. Eliza.

Había intentado olvidarla. Había intentado reemplazarla con otras mujeres, con riquezas, con poder… Pero nada saciaba su hambre.

Porque Eliza Leagan le pertenecía.

Apretó la mandíbula al recordar la humillación de años atrás. Su rechazo había sido un golpe letal a su orgullo. Él, un joven aristócrata de sangre noble, un hombre con títulos y fortuna… había sido despreciado por ella.

Y no por un hombre de su clase, no por otro noble con más linaje o prestigio. No.

Eliza lo había elegido a él.

A Tom Steven.

James sintió cómo la rabia le subía por la garganta. Ese hombre lo tenía todo… pero no de la manera correcta.

Sí, era rico. Su rancho era extenso, sus tierras producían fortuna, su hacienda era lujosa y próspera. Sus caballos eran codiciados por la élite, sus negocios se extendían por todo el país. Pero no era noble.

No tenía un apellido con siglos de historia. No tenía sangre azul.

Tom Steven era un hombre hecho a sí mismo.

Y eso era lo que más odiaba James.

Que Eliza había elegido a un hombre cuya fortuna no provenía de una cuna privilegiada, sino del trabajo, la determinación y el sacrificio. Un hombre que no necesitaba títulos para ser respetado.

Y ahora, James había regresado. Y esta vez, él ganaría.

Florida era su territorio, y la familia Leagan seguía siendo tan vulnerable como en el pasado. Había esperado pacientemente, había construido su imperio con astucia y engaños. Había sobornado, había manipulado, y había eliminado a quien se interpusiera en su camino.

Solo quedaba un obstáculo más.

Tom Steven.

Sonrió, alzando la copa en el aire en un brindis solitario.

"Voy a quitártela, Tom."

"Voy a arrebatarte todo lo que amas. Y cuando lo haga… te dejaré con las manos vacías."

Porque esta vez, Eliza no podría rechazarlo.

Y si lo hacía… se aseguraría de que pagara las consecuencias, en su mente se pudo visualizar la tierna imagen de cierta pequeña pelirroja.


El silencio en la habitación era denso, solo interrumpido por el sonido del viento golpeando contra las ventanas. Elisa estaba de pie junto al tocador, con los brazos cruzados sobre su pecho, el ceño fruncido y la mirada perdida en su reflejo. Su respiración era pausada, pero sus ojos ardían con la misma intensidad que el fuego en la chimenea.

Tom, apoyado contra el marco de la puerta, la observaba con atención. Sabía que, por mucho que tratara de calmarla, su mujer estaba al borde de una tormenta. Su postura tensa y la forma en que apretaba los labios solo confirmaban lo que él ya sospechaba: Elisa no iba a dejar esto pasar.

—No puedes hacer esto sola, Elisa —su voz fue firme, pero sin rastro de reproche.

Elisa giró apenas el rostro hacia él, con la mandíbula apretada.

—No necesito que me protejas, Tom. No esta vez.

Tom empujó la puerta hasta cerrarla con un leve clic y se acercó lentamente. Sus pasos resonaban contra la madera del suelo mientras sus ojos miel no se apartaban de los de ella.

—No es cuestión de que necesites o no protección, mujer —murmuró—. Es cuestión de que él tiene cuentas pendientes conmigo también.

Elisa sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no lo demostró. Ella no temía a James O'Sullivan. Lo que la enfurecía era el engaño, la manipulación, la mentira en la que había estado envuelta sin darse cuenta. Se sentía burlada, utilizada, y ese sentimiento la devoraba por dentro.

—No puedo creer que fui tan ingenua —susurró, y por primera vez, su voz no sonó desafiante, sino llena de frustración.

Tom llegó hasta ella y con delicadeza le levantó la barbilla para que lo mirara.

—No eres ingenua, Elisa. Ese bastardo sabe jugar sus cartas, y lo ha hecho por mucho tiempo. Pero si cree que puede salirse con la suya, está muy equivocado.

Elisa bajó la mirada. No estaba acostumbrada a sentirse vulnerable, y menos a que alguien la viera así. Pero con Tom... siempre era diferente. Con él, podía bajar la guardia.

—No quiero que creas que estoy huyendo de esto —admitió en voz baja—. Solo necesito un momento para pensar.

Tom la observó en silencio y luego deslizó sus dedos hasta su cintura, atrayéndola hacia él con suavidad.

—Tienes todo el derecho a estar furiosa. A sentirte Traicionada por tus propios sentidos. Pero, Elisa… no estás sola en esto.

Ella lo miró directamente a los ojos y vio esa determinación inquebrantable en ellos.

—Antes de que siquiera intente acercarse a ti de nuevo, va a tener que pasar por encima de mí.

Elisa sintió que su pecho se oprimía. No por miedo, sino por el peso de lo que Tom significaba para ella. Él no solo la amaba; él la entendía, la defendía, luchaba por ella. Y eso… era más de lo que había esperado en toda su vida.

Cerró los ojos por un instante, respiró profundo y apoyó su frente contra la de él.

—Dime que esto terminará pronto, Tom.

—Terminará, amor —susurró él contra sus labios—. Pero primero… tú y yo nos aseguraremos de que ese mal nacido pague cada cosa que ha hecho.

Elisa se estremeció cuando sintió la calidez de su aliento, tan cerca, tan seguro. Tom entrelazó sus dedos con los de ella y los apretó con firmeza.

—Lo haremos juntos, Elisa.

Ella asintió, y antes de que pudiera decir algo más, Tom selló ese pacto con un beso profundo y posesivo. Uno que no era solo de amor, sino de promesa.

Una promesa de que él nunca la dejaría caer.

el calor de aquel beso poco a poco fue convirtiendose en algo mas fuerte.

sus sentidos cimenceron a poderarse, la necesidad de estr juntos de nuevo de aqulla manera se hizo presente una vez mas, hasta que ambos se entregaron aquella noche.

La habitación seguía envuelta en la calidez de su entrega. El aire pesado estaba impregnado con el aroma de la pasión y la piel de ambos aún ardía con el eco de lo que habían compartido. Elisa descansaba sobre el pecho de Tom, sus cabellos rojizos desordenados se esparcían sobre la piel bronceada de su esposo, y sus dedos trazaban círculos distraídos en su abdomen aún acelerado por el deseo satisfecho.

Pero, a pesar de estar allí, en los brazos de su esposo, donde siempre había encontrado refugio, no lograba acallar el sentimiento que comenzaba a formarse en su pecho. Una inquietud la invadía, como si algo estuviera por suceder, algo que aún no lograba comprender del todo.

Tom, quien aún recuperaba el aliento después de haberla poseído con la misma intensidad de un hombre que reclamaba lo que siempre había sido suyo, percibió el cambio en su esposa.

—¿Qué sucede, amor? —su voz ronca la sacó de sus pensamientos, mientras él se inclinaba para dejar un beso en su frente—. Estás aquí conmigo, y sigues tensa.

Elisa se mordía el labio con suavidad, cerrando los ojos.

—No lo sé, Tom... Es solo una sensación. Algo no está bien, pero no sé qué es.

Tom la observó en silencio por unos segundos, como si tratara de leer cada sombra de duda en su rostro. Deslizó sus dedos por su espalda desnuda, un gesto que siempre la tranquilizaba, y luego dejó un beso en su mejilla.

—No estás sola en esto, Elisa. —su voz era baja pero firme—. Lo que sea que venga, lo enfrentaremos juntos. Antes de que cualquier cosa te alcance, tendrá que pasar por mí.

Ella alzó la mirada, encontrándose con sus ojos miel que destilaban una seguridad implacable. Lo amaba por eso. Por su fortaleza, por su manera de envolverla en su protección sin ahogarla, pero aún así, no podía ignorar la sensación que la carcomía.

—Lo sé, Tom. Pero no puedo evitarlo. —Susurró, recargando su frente contra la de él.

Tom suspiró y se incorporó un poco, sosteniéndola por la cintura.

—Ven aquí… —la giró sobre su espalda y descendó su rostro hasta el suyo, besándola lentamente, con la clara intención de hacerla olvidar cualquier preocupación. Sus labios rozaron los suyos con dulzura, pero poco a poco fueron intensificándose, haciéndola sentir que, en ese momento, solo existían ellos dos.

Elisa entreabrió los labios, dejando escapar un suspiro entrecortado cuando él descendía por su cuello, regalándole suaves mordiscos y besos que la hicieron arquearse. Su cuerpo volvió a responderle, encendiéndose nuevamente con la misma facilidad con la que lo hacía cada vez que Tom la tocaba.

Él sonrió contra su piel al percibirlo.

—Déjame distraerte, amor… —susurró contra su oído, antes de tomar posesión de su cuerpo una vez más.

y de esa manera nuevamente se entregaron al deseo.


Elisa permaneció unos minutos recostada sobre su pecho, disfrutando de la calidez de su cuerpo, de la forma en que su respiración volvía a regularse junto a la suya. Pero la inquietud seguía ahí, agazapada en el fondo de su ser.

Con cuidado, deslizó las sábanas de su cuerpo y se incorporó. Tom entreabrió los ojos al sentir el movimiento.

—¿A dónde vas?

—A ver a Melissa.

Tom frunció el ceño ligeramente.

—Está dormida, amor. Descansa un poco más.

Elisa negó con la cabeza, tomando su bata de seda y cubriéndose con ella.

—Necesito verla, Tom. Solo quiero asegurarme de que esté bien.

Él suspiró, conociéndola lo suficiente como para saber que no podría detenerla.

—De acuerdo. Pero no tardes demasiado. —Se sentó en la cama y la tomó de la muñeca, atrayéndola hacia él para robarle un último beso antes de dejarla ir.

Elisa salió de la habitación. Todo en la mansión estaba en calma, pero a ella le costaba encontrar la suya.

Elisa caminó con pasos ligeros y silenciosos por el pasillo de la mansión, su camisón de seda rozando suavemente su piel. A pesar del cálido resguardo que acababa de encontrar entre los brazos de Tom, había algo dentro de ella que no la dejaba descansar del todo. Su intuición la guiaba, una sensación que no podía ignorar. No era temor exactamente, sino una inquietud que se aferraba a su pecho como una sombra persistente.

Cuando llegó a la puerta de la habitación de Melissa, se detuvo un momento, apoyando la mano sobre la perilla fría. Tom solía decir que ella era la mujer más fuerte y astuta que había conocido, pero en ese instante, se sintió frágil. Había pasado tanto tiempo sin estar presente para su hija como hubiera querido, y aunque se habían reencontrado, aún sentía esa distancia que se extendía entre ellas como un océano incierto. Inspiró profundamente y entró con cuidado.

La luna filtraba su luz plateada a través de la gran ventana, iluminando la figura dormida de Melissa. La niña estaba acurrucada entre las sábanas de lino, su respiración pausada y tranquila. Su cabello rojo fuego se desparramaba sobre la almohada en suaves ondas, reflejando la esencia misma de su madre. Elisa avanzó con pasos silenciosos hasta quedar de pie junto a la cama, observándola con una ternura que le inundó el pecho.

Se inclinó un poco, fijándose en cada pequeño detalle. Las largas pestañas de su hija proyectaban sombras sobre sus mejillas, el leve sonrojo de su piel, la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiro. Elisa alargó la mano con delicadeza y acarició con la yema de los dedos uno de los rizos rebeldes que descansaban sobre su frente. Cuánto había cambiado, cuánto se había perdido... y aún así, ahí estaba su niña, su pequeña Melissa, la primera luz de su vida.

Se sentó en el borde de la cama, incapaz de apartar la mirada. Le dolía el alma recordar la conversación que habían tenido días atrás, cuando Melissa la había enfrentado con preguntas punzantes, cuando la había mirado con esos ojos llenos de reproche y dolor. No podía culparla, porque en el fondo, tenía razón. Elisa había partido, y aunque no había sido por voluntad propia, su ausencia había sido una herida profunda en el corazón de su hija.

—Mi amor...—susurró, aunque sabía que su hija no la escucharía. Su voz era apenas un soplo en la oscuridad, una confesión que solo la noche podría atestiguar.—No hay un solo día en que no me haya arrepentido de no estar contigo. No sabes cuánto te he extrañado, cuánto he soñado con este momento.

Le acarició la mejilla con una suavidad infinita y Melissa hizo un pequeño sonido en sueños, girando levemente la cabeza. Elisa sintió que su corazón se derretía al ver ese gesto tan infantil, tan puro. Cuánto deseaba que su hija volviera a confiar en ella, que volviera a verla como su refugio, como la madre que siempre quiso ser.

—Sé que todavía estás enojada conmigo...—continuó en un susurro—. Y no te culpo. Solo espero que algún día puedas entender, que puedas perdonarme.

Un nudo se formó en su garganta y cerró los ojos por un instante, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar. No podía permitirse romperse ahí, no cuando ya había hecho tanto daño con su ausencia. Pero en ese instante, sintió una leve presión en su mano. Sus ojos se abrieron de golpe y vio cómo los pequeños dedos de Melissa habían atrapado los suyos en un agarre inconsciente. Su hija seguía dormida, pero incluso en sus sueños, la había sentido.

Elisa sonrió conmovida y besó la frente de su hija con una ternura infinita. Se quedó así por un largo rato, memorizando su aroma, el calor de su piel, la sensación de su manita aferrada a la suya. Tal vez no podía recuperar el tiempo perdido de un día para otro, pero estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera en sus manos para sanar aquella herida, para reconstruir lo que había sido roto.

Con cuidado, soltó la pequeña mano y se puso de pie, sintiendo que, al menos por esa noche, su corazón estaba un poco más ligero. Salió de la habitación con la promesa silenciosa de que haría todo lo posible para recuperar a su hija. Porque Melissa era su vida, su razón, y nada ni nadie volvería a interponerse entre ellas.


Eliza regresó a su habitación con pasos silenciosos, su camisón de seda acariciando su piel con cada movimiento. Su corazón aún latía con fuerza después de haber estado con su hija, pero ahora, al volver al cálido refugio de su recámara, sentía un cansancio profundo y reconfortante, como si cada emoción vivida esa noche la hubiera drenado y, al mismo tiempo, la hubiera llenado de paz.

Al empujar con cuidado la puerta, sus ojos se posaron en la silueta de su esposo, completamente dormido sobre la cama. Tom se había girado de lado, su rostro relajado y apacible, con el cabello castaño ligeramente revuelto y su torso desnudo expuesto bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Su respiración era pausada y profunda, y una de sus manos descansaba sobre la sábana, como si la hubiera buscado inconscientemente en su ausencia.

Eliza cerró la puerta con suavidad y avanzó hasta el borde de la cama. Se quedó ahí por un momento, observándolo en la penumbra con una ternura indescriptible. Era en estos momentos de quietud cuando podía verlo más allá de la fuerza arrolladora del vaquero, más allá de la pasión que él despertaba en ella; podía ver al hombre que la amaba sin condiciones, al padre de sus hijos, al compañero de su vida.

Se inclinó con delicadeza y deslizó sus dedos por su frente, apartando con dulzura un mechón rebelde que caía sobre sus ojos cerrados. Él murmuró algo en sueños, un sonido grave y ronco que la hizo sonreír. Sin poder evitarlo, su mano bajó hasta acariciar la áspera línea de su mandíbula, la piel cálida y fuerte bajo su roce.

Con cuidado, se deslizó entre las sábanas, sintiendo la calidez de su esposo envolverla al instante. Se acomodó a su lado, acurrucándose contra su cuerpo con necesidad, como si solo en sus brazos pudiera sentirse completamente segura. Su rostro quedó cerca de su pecho, y al apoyar la mejilla sobre su piel desnuda, pudo sentir el fuerte latido de su corazón.

Tom, aún en su sueño profundo, instintivamente la atrajo más hacia él, pasando un brazo sobre su cintura y presionándola contra su torso. Eliza cerró los ojos y exhaló un suspiro tembloroso. Sintió los labios de Tom rozar la cima de su cabeza en un beso inconsciente, y eso fue suficiente para que todo el caos en su mente se disipara.

—Te amo…— susurró ella en la oscuridad, sin esperar respuesta, sabiendo que él no la escucharía en su estado de somnolencia. Pero Tom, incluso dormido, pareció percibir sus palabras, pues su brazo la apretó un poco más contra él, como si en lo más profundo de su ser entendiera lo que ella acababa de decir.

Eliza se permitió sonreír y cerró los ojos, su respiración acompasándose con la de su esposo. No sabía qué traería el día siguiente, no sabía si la calma se mantendría o si el destino les tenía preparado un nuevo desafío. Pero en ese momento, en el cálido abrigo de los brazos de Tom, con su hija a salvo y el amanecer de Nochebuena acercándose, solo podía permitirse algo que no había sentido en mucho tiempo: paz.

Y así, con el sonido del viento acariciando las ventanas y el calor de su esposo rodeándola, Eliza finalmente se dejó arrullar por el sueño, esperando que el nuevo día les trajera esperanza, amor y la promesa de un mejor mañana.

Continuara...


¡Holaaa! de nuevo yo aquí (jiji) trayéndoles el siguiente capitulo de esta historia, una ves mas me gustaría agradecerles cordialmente a todas aquellas personitas que me han dado la oportunidad de pasarse por esta historia y que han regalado un comentario significa muchísimo, mil gracias, espero que les haya gustado mucho este capitulo, con todo mi cariño, espero que me dejen saber que opinan :'3 les mando un fuerte abrazo y un cordial saludo. (ya preparando la llegada de la pecas )

ElenaEffe: ¡hola preciosa! si, ¿Cómo ves a esos hombre? realmente son malvados, y claro que tienen un plan bajo la manga solo esperemos que nuestra pareja favorita lo puedan percibir a tiempo, aquí Elisa ya presiente algo y descubre algo también jejeje espero que te guste este capitulo hermosa.

awww, neal y flammy, pero claro hermosa, sin embargo será en unos capítulos mas adelante que retomemos eso, jiji pero te puedo asegurar que si se aman mucho y claro que no seria justo que ellos también estén ausentes en las vida de Matthew y Anaellise.

bueno preciosa, espero que te haya gustado este capitulo hermosa; ya se que estamos en marzo pero espero que hayas tenido el mejor inicio de año! mis mejores deseos a ti; saludos!

Florcita Graham: ¡Holaaaaa! ¡que emoción!, mil gracias por darme una oportunidad con esta historia hermosa; A mi también me encanta la pareja, admito que es mi favorita, no sabes cuanto jeje, bienvenida preciosa a esta historia, espero de corazón que te haya gustado el capitulo y me dejes saber que opinas. mil gracias hermosa! saludos cordiales!

GeoMtzR: ¡Hola mi preciosa Geo! amiga de mi vida como estas? espero que no tan atareada con tanto preparativo jiji pero vale la pena hermosa, imagínate dos graduaciones que orgullosa te has de sentir amiga mía, te mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos para tus campeonas hermosa.

la señora Leagan; jajaj no me sale hacerla tan asi jajaja pero me imagino que aquí ya no le quedo de otra mas que aceptar, sin embargo creo que puedas tener razón jiji.

awww sii jajaj Tom esta domadisimo y también ella ¿Cómo que no?, awww como me emocionan estos dos; en cuanto a Neal pues si otro que tiene quien le jale las orejas jaja, vamos a ver como fluye ese conflicto espero no perder el hilo en verdad (nerviosa) jejeje.

nena, te envió un fuerte abrazo y muchas felicitaciones! espero que igual te este gustando el anthonyfic aunque sea crossover con star wars.