Todo indicaba que hoy no sería uno de esos días en los que todo sale conforme al plan. De hecho, hasta el momento ya se había peleado con dos proveedores que le habían fallado en el insumo a sus laboratorios y había tenido una acalorada discusión con el director de recursos humanos. Al parecer, a varios de sus empleados les parecía una buena idea solicitar un aumento por su ineficiente y patético trabajo. No era ni mediodía y ya necesitaba pastillas para la migraña. Por suerte, no le importaba ninguno de esos trabajadores. ¿Por qué? Simple.

Seto Kaiba no necesita a nadie.

Construyó un imperio desde muy joven; tenía 16 años cuando su empresa ya gozaba de éxito, y lo hizo prácticamente solo. No tenía tiempo para compartir el poder de ningún otro modo; él era el jefe. Su empresa era líder en el mercado desde hacía seis años, aunque debía agradecer a su inútil y desagradable padrastro haberle exigido tanto y ser tan cruel con él. De alguna forma, lo preparó para la vida. En un primer instante, su empresa solo abarcó el mundo del duelo de monstruos y videojuegos, pero en algún punto se estancó y las industrias de Kaiba Corp. dejaron de crecer. Aunque no era alarmante, ya que los números de la empresa eran positivos, él no se iba a conformar con eso. Siempre tenía que superar los números del año pasado, porque, quitando a Yugi Muto y el juego de cartas, con el único que podía competir y deseaba superar en todo aspecto era a sí mismo.

No era de extrañar que las revistas y medios de comunicación lo tildaran como el joven más exitoso y prometedor desde hacía varios años. Su estrategia era muy sencilla, aunque muchos de sus rivales y empresas competidoras no lo creyeran así: consistía en reinventarse cada tanto y solo invertir en lo mejor. Porque, para ser el mejor, necesitas lo mejor.

—Señor Kaiba, un placer tenerlo tan pronto por aquí —saludó cordialmente el decano de aquel templo del saber.

Universidad de Tokio, una de las instituciones de educación superior más prestigiosas de Asia, es reconocida a nivel mundial por su excelencia académica y su impacto en la investigación. Clasificada consistentemente entre las mejores universidades del mundo por rankings como el QS World University Rankings, ha producido numerosos líderes en diversos campos, incluidos 6 premios Nobel, 15 primeros ministros japoneses y un notable número de científicos destacados. Fundada en 1877, sus instalaciones combinan la tradición con la modernidad, ofreciendo edificios históricos que albergan laboratorios de vanguardia, equipados con tecnología de última generación que rivaliza con las mejores instituciones a nivel global, no le tenían que envidiar nada a los de Kaiba Corp. La biblioteca, una de las más grandes de Japón, no solo cuenta con una extensa colección de libros y publicaciones académicas, sino que también ofrece espacios de estudio modernos y cómodos, ideales para la investigación y el trabajo colaborativo. Además, los hermosos jardines y áreas verdes del campus crean un entorno sereno que invita a la reflexión y al estudio.

—No está mal —pensó el castaño al terminar el recorrido que le había dado el decano por todo el campus.

Estaba agotado; había recorrido casi toda la universidad en menos de cinco horas y necesitaba una bebida energizante con urgencia. El decano le seguía contando sobre cómo esta edificación era una joya pura de la humanidad, mientras que su mente y vista se desviaron hacia esa pequeña y mediocre cafetería. Justo contra la ventana, sentada en la misma mesa de hacía seis meses, estaba ella: Serenity Wheeler, la hermanita del duelista amateur Joey Wheeler. Con su apariencia angelical, la rojiza y castaña cabellera lisa que le cubría la espalda, una sonrisa amable y una mirada noble. Esa no era la Serenity que él recordaba de esa noche.

Ni entendía cómo alguien como ella había terminado en una fiesta tan depravada como esa, pero no podía juzgarla; él también estuvo allí esa noche. Debía admitir que vender su moral y aceptar la invitación a una fiesta de esa clase no era propio de él, pero las jugadas del destino son así. Coincidir en horario y lugar había sido una casualidad tremenda, aún más cuando la encontró nuevamente en esta misma cafetería. Observó cómo agradecía amablemente al mesonero por llevarle su café, para luego perderse nuevamente entre sus libros de texto.

Por inercia y como si el universo estuviera conspirando para un segundo encuentro después de esa noche, el decano lo invitó a tomar un café. Debió asumir que Seto quería, ya que no le quitaba la vista de aquel local. No tuvo tiempo de negarse mientras caminaba en dirección a su destino.

Paso a paso, una serie de flashbacks le atravesaban la mente.

La situación sería normal, de no ser porque cuando se despertó se encontraban totalmente desnudos y con solo una sábana cubriendo sus partes íntimas. Sonrió al darse cuenta de que él, el temible CEO Kaiba, había cedido ante sus deseos más carnales. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo? La insistencia de sus socios, el alcohol, la música, las luces, el ambiente y ella. Ella, su amante perfecta.

Caminaba entre la gente, gozando su anonimato, cuando finalmente la vio. Estaba por irse; ella también tenía intenciones, o eso parecía, pero algo la detuvo. Comenzó a bailar de una forma tan sensual que no pudo dejar de mirarla, estaba disfrutando verdaderamente la canción. Fue en ese momento que recordó las palabras de su socio.

—Aquí, joven Kaiba, encontrarás a la amante perfecta —aseguró el viejo pervertido de Hikaru. Podrá tener bajo su poder a grandes cadenas televisivas, pero su gusto por lo sexual era bastante desagradable.

En ese momento pensó que quizás el anciano sí tenía razón; después de todo, el anonimato era su mejor arma esa noche. Nadie más que él sabría lo que hizo. No tenía sexo en un largo tiempo y, además, esa mujer tenía las proporciones correctas. No era muy alta, pero tenía unas piernas sensacionales que se marcaban debajo de aquel corsé ajustado; tenía bastante curvas, tanto en caderas como en pechos. Ese escote sin mangas hacía que la imaginación de cualquiera volara. Sus labios rojizos, su cabello recogido con aquel broche. No parecía estar acompañada; nadie en su sano juicio la dejaría ir sola con ese atuendo. Se dejó influenciar por las hormonas; después de todo, él también era un hombre.

—¿Buscando pareja? —preguntó con la misma autoridad que siempre lo caracterizaba. No sabía en qué momento había llegado hasta ella, pero ahí estaba y no se iba a retractar.

—No, ya te encontré —respondió con seguridad. Tenía que admitir que fue muy sensual su respuesta.

Su excitación inició desde que sintió la intensidad con la que sus labios se devoraban, como ella hundía sus manos entre sus cabellos, exigiendo más. Con gusto le daría más; tomó sus nalgas, la levantó del suelo y la arrinconó contra la pared. Ella lo rodeó con sus caderas, casi instintivamente. Escuchó su gemido ahogado entre besos mientras ella sentía su potente erección, haciendo leves movimientos de arriba abajo. Era como tener sexo con ropa, pero no era suficiente para él. Bajo hasta su cuello, buscando su punto sensible, el cual encontró cerca de la clavícula. Los gemidos ahogados de ella aumentaban en su oído con más frecuencia, mientras él se encargaba del rojizo camino en su cuello. Necesitaba reclamarla como suya, pronto.

Prefirió no seguir recordando; no quería tener una erección incómoda frente al decano de la prestigiosa universidad. Seguía sin entender lo que aquel hombre le contaba. Una vez que encontraron el local, ella parecía no percatarse de que había un mundo sucediendo a su alrededor; estaba muy concentrada. La espiaba por el servilletero espejado que había en la barra; ella no había alzado la cabeza desde hacía más de diez minutos que él había entrado.

—Un gusto tenerlo aquí, señor Kaiba —se despidió el rector—. Por favor, hágame saber si necesita algo más.

No podía culpar al decano por haberlo abandonado en aquel café. En alguna otra circunstancia, se hubiera sentido ofendido, pero particularmente en ese momento no tenía la mente donde realmente debía; estaba bastante distraído y era muy evidente. Para el estrés de la mañana, no era lo más recomendable hacer un recorrido de más de tres kilómetros escuchando sobre historia y exalumnos destacados; no eran cosas de interés para el joven empresario. Sacó su celular para ver la hora: casi las 18 horas (6 PM). Al menos el día ya había acabado, al menos para él. O eso era lo que él creía.

—Seto —lo llamó aquella melodiosa voz inolvidable—. Hola, no te vi entrar.

—Serenity, no sabía que estabas aquí —mintió descaradamente—. Muchos exámenes —mencionó, haciendo referencia a la pila de libros que tenía sobre la mesa.

—Mañana tengo el último de este periodo... —explicó la joven, con ojos avellana.

Algo en su interior lo estaba obligando a irse. Este no era Seto Kaiba; él no se quedaba a escuchar a las otras personas, y menos cuando se trataba de cosas tan banales como las de una joven universitaria que estaba cansada porque tenía que estudiar mucho para sus exámenes, y todos esos estereotipos que esta sociedad ha creado. Pero, por otra parte, verla hablando con tanto entusiasmo de sus materias y su mundo lo hacía olvidar todos los problemas que tenía en la cabeza con la compañía. Al menos la migraña se le había ido. Se sentó justo enfrente de ella, y aunque la observaba, no la estaba escuchando. Los recuerdos volvían a aparecer en su cabeza sin pedir permiso. Su rostro le recordaba cuando se le cayó el antifaz aquella noche; se le hacía familiar de algún lado, pero la lujuria le cegó los recuerdos. No se le hubiera ocurrido que en aquella velada se encontraría con alguien conocido.

Estaba totalmente entregado a las sensaciones del momento. Finalmente, se habían deshecho de la ropa y solo los cubrían sus prendas íntimas. Quería desgarrar esos estorbos, pero optó por el autocontrol. Su piel era tan suave, se sentía caliente y confortable. Podría estar recorriendo sus curvas toda la noche, sintiendo cómo ante cada roce ella arqueaba más la espalda. Soltó su cabellera con solo remover el broche que traía; fue cuando la regla de oro de la velada fue rota. Su rostro angelical y ojos avellana fueron revelados ante él. Le preguntó si algo estaba mal. ¿Qué podría estar mal? Estaba con una diosa egipcia convertida en mujer. No soportó más; quitó el sostén que traía, capturó sus labios, sintiendo cómo sus firmes senos eran presionados contra sus pectorales…

Sin embargo, algo lo volvió a sacar de sus pensamientos.

—Seto, ¿estás bien? —consultó preocupada. El ojiazul no había dicho ni una sola palabra—. Creo que te estoy aburriendo. Cuéntame de ti, ¿qué hacías con el decano?

—Planeo comprar la universidad —respondió abiertamente—. Mokuba, por alguna razón, quiere tener una vida más normal y planea asistir a esta universidad el año que viene cuando se gradúe.

—Es genial lo que hace Mokuba; no imagino vivir bajo la presión del apellido Kaiba —expresó, aunque en el fondo le parecieran extremas las intenciones de comprar toda una universidad solo por su hermano.

—Quiero que Mokuba tenga la mejor educación posible; él se va a encargar de la compañía aquí en Estados Unidos una vez se gradúe. Tiene que estar preparado —expuso, casi prediciendo lo que ella estaba pensando—. Además, la mayoría de mis incompetentes empleados provienen de esta universidad.

—Entiendo —contestó rápidamente, dando a entender que no necesitaba más explicaciones—. El decano te llevó a conocer la universidad.

—Así es —afirmó, provocando una leve risa en ella—. ¿De qué te ríes?

—Espera, te daré el verdadero recorrido —indicó, guardando rápidamente todos sus libros en la mochila.

Estaba intrigado por lo que ella llamó el "verdadero recorrido". ¿Qué se suponía que eso significaba? Terminó de guardar lo que tenía sobre la mesa, pagó la cuenta y le indicó al castaño que la siguiera. Ella también había tenido el mismo recorrido que le habían dado a Seto hoy, donde todo parecía perfecto, sacado de un catálogo de revista, pero no todo podía ser perfecto. Ella lo tuvo que aprender a duras penas, metiéndose en lugares y en horarios que no debía, porque no hay nadie que te alerte de la existencia de esos lugares.

Estaba oscureciendo; eran las 19:30 horas (7:30 PM) y el sol se estaba ocultando. El cielo se mezclaba entre un azul oscuro y un naranja neón, y varias nubes acompañaban el paisaje. Caminaron por un corto rato hasta llegar a la entrada de un camino boscoso. A lo lejos se divisaban las edificaciones de los dormitorios. Se adentraron; la grama estaba marcada, formando un camino. Evidentemente, era una ruta transitada, quizás algún atajo a los cuartos de los estudiantes. No se lo habían mostrado, pero no le parecía nada alarmante.

—Aquí está —dijo la pelicastaña tras varios minutos en silencio. Él la miró con cara de interrogante; no entendía qué hacían allí—. ¿Ves aquellos arbustos?

—¿Donde sale la nube de humo de marihuana? —el olor era evidente. Aunque universitarios drogándose no era algo nuevo.

—Si te metes ahí, es porque vas a consumir, comprar o vender cualquier tipo de droga —le aclaró—. Una vez entré por error; necesitaba llegar rápido a los dormitorios y tuve que comprar marihuana para que me dejaran salir. Era eso o fumar con ellos.

—No te imaginaba drogándote. ¿Sabe tu hermano de esto? —bromeó cínicamente.

—No bromees —respondió con una sonrisa—. Te seguiré mostrando.

La joven lo guió por el mismo bosque hacia una especie de almacén olvidado. Parecía que era un antiguo depósito. Tenía hongos en las paredes y la fachada estaba desgastada. Entraron por una ventana que estaba rota en uno de los costados, con mucho cuidado de no cortarse con el filo del vidrio. Había un olor nauseabundo; era muy leve, pero igual se podía percibir. Subieron por unas escaleras en espiral y llegaron a lo que parecía ser una habitación con un balconeo a una sala en forma circular, donde se identificaba un altar y algunas telas. No se veía muy bien, puesto que era escasa la luz que se filtraba por la ventana.

—¿Qué es esto? —preguntó confundido. El edificio por fuera parecía no ser habitado, pero por dentro estaba decorado con cruces invertidas y había varias velas encendidas. El color rojo y negro dominaban los demás adornos.

— No sé mucho; solo sé que es una especie de club exclusivo, extraoficial, que hace sacrificios de animales. —dijo, para luego reírse de la cara de desconcierto que tenía el ojiazul.

—La historia de cómo descubriste esto será bastante interesante —la cuestionó. Los símbolos que adornaban la pared eran muy parecidos a una cruz inscrita en un círculo que a su vez estaba dentro de un rombo.

—No es muy interesante; solo buscaba un lugar tranquilo para estudiar y terminé en medio de uno de sus rituales de sacrificio —recordó con algo de gracia; era una anécdota que no había compartido con nadie hasta el momento.

—Esto no lo incluyen en el folleto ni en el tour por la universidad —mencionó, detallando el símbolo marcado en las paredes. Le parecía familiar, pero no recordaba de dónde.

—Es escalofriante que los principales líderes del mundo puedan pertenecer a cosas así —comentaba la joven.

—Salgamos antes de que oscurezca —ordenó el mayor de los Kaiba.

Salieron sin problema por la misma ventana por la que habían entrado. La oscuridad de la noche hizo presencia; la temperatura también descendió hasta tocar los 10 grados. Sabía que ella tenía un examen mañana y que tenía que mantener su promedio, puesto que era becada, así que era hora de irse y dejarla seguir estudiando. Se ofreció a acompañarla; ese bosque oscuro, con drogadictos merodeando, no le daba confianza. Llegaron a las puertas del dormitorio de mujeres; tenía una gran cascada y un estacionamiento amplio.

—¿Hay algo más que deba conocer de esta universidad? —preguntó con sarcasmo.

—Depende; ¿te mostraron el club nudista, también extraoficial, que se reúnen los miércoles? ¿O la sección donde tienen sexo en la biblioteca? —vaciló un poco.

—Creo que al decano se le olvidó mencionar eso —dijo seriamente—. Ya debo irme.

—Ehh... Seto —llamó tímidamente. Estaba un poco nerviosa al tratarse de Seto Kaiba, pero no tenía nada que perder—. No tengo amigos aquí; me preguntaba si tienes tiempo en tu agenda y si quieres ir a conocer la ciudad o algo, tal vez mañana.

—¿Sabe tu hermano que me estás invitando a una cita? —sonrió descaradamente, imaginando al rubio explotando de coraje.

—No es una cita —aclaró rápidamente—. Solo son dos amigos saliendo por un café.

—Eso no es lo que diré cuando vea a tu hermano —volvió a bromear, aunque no descartaría la posibilidad de fastidiar al tonto de Wheeler cuando pudiera.

—Nos vemos mañana —se despidió con una gran sonrisa por el comentario de este.

—Nos vemos mañana —confirmó, dando media vuelta y desapareciendo tras entrar en su limusina.