Jueves por la noche, y aún las luces de los dormitorios seguían encendidas. El motivo: exámenes finales. Ya casi era el fin del primer periodo; esos seis meses se habían sentido como una eternidad. Soñaba con sus ansiadas vacaciones, volver a su país y abrazar nuevamente a su familia y amigos. Cuando partió en aquel avión y dejó atrás a su hermano una vez más, pensó que no iba a poder soportar estar lejos de él. Sin embargo, la separación no le fue tan difícil, puesto que los exigentes horarios de clases y su nueva vida universitaria no habían dejado espacio para la nostalgia ni para una vida social. Su situación de becada no le permitía descuidar el promedio. Era una chica bastante brillante y sobresaliente, pero de igual forma debía esforzarse.

Muchos la conocían como la hermanita menor del duelista pro Joey Wheeler. Su hermano era una de sus principales fuentes de inspiración; logró su éxito a una corta edad, por lo que ella deseaba hacerle honor al apellido de la familia, como había hecho él. Los otros que realmente la conocían sabían que era una chica muy amable y optimista. Contaba con una gran belleza natural, aunque era muy tímida en ocasiones. Creía ciegamente en la amistad y la ponía siempre de primero, incluso cuando Tristán le propuso salir; ella lo rechazó por no querer arruinar su amistad, a pesar de que todos pensaban que serían la pareja perfecta. No se rendía con facilidad, cosa que aprendió de su hermano. Cuando se proponía algo, se esforzaba y la mayoría de las veces lo lograba.

Así es, ella es la dulce Serenity Wheeler.

Cerró el libro que tenía entre las manos, lavó su cara, cepilló sus dientes y se decidió a dormir. Mañana tenía que presentar su último examen por este semestre. Tenía una política de ir descansada a los exámenes; era la principal clave de sus buenas calificaciones. Era muy metódica en cuanto a sus clases se trataba; no dejaba nada al azar o a la suerte.

El sol se asomó sin permiso por las aberturas de la cortina y, al poco tiempo, su reloj despertador comenzó a sonar, anunciando que era hora de despertar. Tomó su matutino baño, se vistió y luego partió al cafetín a tomar su desayuno. Tenía su examen a mitad de la mañana, así que no tenía mucho tiempo.

—¿Serenity, cierto? —preguntó aquel joven de tez clara y ojos achocolatados, quien se sentó al frente de la joven. Ella respondió asintiendo, terminando de masticar su último bocado de desayuno—. Mi nombre es Andrew. Sé que es un poco raro, pero hoy se terminan los exámenes y te preguntaba si querías hacer algo más tarde.

—Andrew, ya tengo planes para hoy; quizás en otro momento —se disculpó.

Andrew Maxwell, el chico guapo de arquitectura del que sus compañeras de cuarto no dejaban de hablar. Lo había visto varias veces en la cafetería; parecía tener muchos amigos y ser muy simpático. Tenía una apariencia muy agradable; era el típico estadounidense que muestran en las películas: atractivo y popular. No hubiese dudado en decirle que sí en alguna otra ocasión, pero justo hoy tenía planes con el mismísimo Seto Kaiba, algo que jamás imaginó que fuera posible, pero el destino los había reunido seis años después en aquella ciudad.

—Mi agenda es bastante ocupada, Wheeler. Más te vale no llegar tarde. Quizás así sepas lo que es un laboratorio de verdad —presumió con orgullo.

—Nos vemos mañana por la tarde —aseguró ella con una sonrisa.

Estaba bastante emocionada. Desde que llegó, no había tenido tiempo de conocer la ciudad, solo el campus y sus alrededores. Sus compañeras de dormitorio la habían invitado a varias fiestas de fraternidades, pero como no conocía a casi nadie, terminaba por irse muy temprano. Seto era lo más cercano a un amigo que tenía en esa ciudad, y honestamente, no conocía nada del sujeto. Era CEO de Kaiba Corp, su pasión por los duelos, su fuerte carácter y su amor por su hermano Mokuba. Cruzó muy pocas palabras cuando lo conoció en Ciudad Batallas, pero aun así pudo percibir que no era tan malo como todos creen. En el mundo virtual se dejó bastante claro que todo lo que había hecho era por su hermano Mokuba.

La hora de su examen llegó; no tardó más de una hora y media en completarlo. Salió de la sala y la sensación de paz y alegría le recorrió el cuerpo. Oficialmente estaba de vacaciones, al menos por un mes, hasta que diera inicio el próximo semestre. Fue directo a su habitación a cambiarse de ropa, por sus zapatos deportivos favoritos. Sacó los libros y apuntes que tenía, y empacó su cámara, lentes de sol, botella de agua y algunas barras nutritivas. Había planeado que, saliendo de las oficinas Kaiba, podrían ir al Boston Movie o visitar el Freedom Trail hasta Copley Square, visitar Harvard. Tantas cosas por hacer en esa ciudad; quizás el castaño conocía más de la ciudad.

No perdió más tiempo; buscó en Google la ubicación de las oficinas, las cuales, por suerte, se encontraban a unos escasos 20 minutos caminando. El sol brillaba y, junto con la brisa, hacían de un día perfecto para caminar por la ciudad. Llegó y se encontró con un rascacielos que a duras penas lograba ver la punta. Entró al lujoso edificio, siendo recibida por un cordial recepcionista, el cual le indicó que debía subir al último piso que marcaba el elevador y preguntar por él.

Así hizo, solo que al llegar al piso, estaba vacío; nadie la atendió. No se escuchaba ruido, por lo que se adentró por los pasillos intentando buscar indicios.

—¡SEÑOR KAIBA! —llamó alzando la voz un poco. Era bastante extraña la situación.

—¿Quién diablos...? —se interrumpió al percatarse de que la voz provenía de la joven castaña—. Wheeler. Me olvidé de que venías.

El lugar estaba desierto y el castaño lucía como si no hubiera dormido en toda la noche. Tenía el cabello bastante alborotado, las ojeras pronunciadas y traía puesta la camisa de ayer. No recordaba haberlo visto así nunca, al menos durante el tiempo que compartió en aquel torneo. Él era de esos que siempre estaban muy bien vestidos y presentables; era un empresario muy respetable. Aunque verlo sin su chaqueta y con los botones de la camisa abiertos era digno de admirarse. No pudo evitar preocuparse.

—¿Qué pasó? —preguntó desconcertada, acercándose varios pasos.

—No es de tu incumbencia, Wheeler —le dejó claro, dándole la espalda y volviendo a lo que estaba haciendo—. Tendremos que reprogramar tu visita para otro momento.

Había estado toda la noche terminando el trabajo que sus ex-empleados no pudieron concluir en un mes, porque, según ellos, la paga era muy baja para el trabajo que hacían, por lo que acordaron pedir una subida del salario o amenazaron con renunciar. Kaiba Corp era una empresa líder en el mercado mundial; tenía los mejores sueldos, y cualquiera haría lo que fuera para trabajar allí. Así que, como nadie chantajea a Seto Kaiba, decidió echarlos a todos. Por esa razón, había estado trabajando toda la noche; el mundo de los negocios no espera por nadie.

—Tienes que descansar o comer algo —dijo ella, bastante preocupada.

—Tonterías. Descansaré bastante cuando me muera; ahora tengo un proyecto que terminar. Así que me harías un favor si dejas de estorbar, Wheeler, para poder seguir trabajando —respondió, irritado por la incompetencia de sus ex-empleados. Tenía que rehacer todo el proyecto en un fin de semana.

No recibió respuesta por parte de ella, por lo que decidió ignorarla y volver a lo importante. Lo menos que necesitaba en ese momento eran distracciones; debía tener la cabeza fría y concentrada. No supo de la chica por varios minutos o quizás horas; no tenía noción del tiempo. Había un desastre en su escritorio, mucho papeleo pendiente, pero aún seguía armando el prototipo del nuevo disco de realidad holográfica. Estaba concentrado, sentado en un extremo de su escritorio, hasta que nuevamente unos pasos irrumpieron en su oficina sin permiso. El olor de su perfume la delató; sabía que era ella. Levantó la cabeza solo para verla con una sonrisa amplia. Le había pedido que se fuera en varias oportunidades, pero esta hizo caso omiso.

—Me iré después de que comas —dijo, sacando un par de sándwiches y dos vasos enormes de café, dejándolos sobre una parte del escritorio.

—No tengo tiempo que perder; vete de mi oficina, Wheeler. No quiero volver a repetirlo —dijo automáticamente.

—Sé que te gusta el capuchino; te oí pedírselo al barista ese día en la cafetería —se acercó y le extendió el café. Omitió todos los comentarios desagradables e insultos por parte del castaño, sabía que estaba de mal humor, con hambre y cansado.

—Si te acepto la comida, ¿te irías? —preguntó, con un largo suspiro. Lo testaruda era propio de su apellido, Wheeler. Ella asintió. Le recibió el café; la realidad era que lo necesitaba y comer no le vendría mal.

—¿Qué tienes que hacer? —le consultó, leyendo algunos de los papeles que tenía sobre la mesa.

—Simple, solo traducir esos papeles para poder enviarlos a las oficinas en Japón y terminar el prototipo de realidad holográfica antes del domingo —contestó, para luego dar una mordida al sándwich de aguacate y queso.

—Te puedo ayudar a traducir. Soy muy buena y rápida —ofreció. De alguna forma, quería ayudar al ojiazul; su cara pálida había cambiado un poco con el sándwich y el café, pero aún se le veía muy agotado.

—No necesito tu caridad, Wheeler. Puedo solo —se negó; eso no lo iba a aceptar.

—No es caridad; págame luego si te hace sentir bien. Seré tu empleada por un día —intentó convencerlo, y aunque lo meditó nuevamente, se negó.

—De ninguna manera.

—Sé realista. No vas a tener todo esto traducido, a menos que alguien te ayude. Además, de tener que terminar el prototipo. Son más de las 15 horas (3 PM), por lo que te queda menos de un día y medio —persuadió convincentemente, haciéndolo dudar—. Piénsalo; si lo hago mal, lo descartas y lo haces tú. Total, ya lo ibas a hacer solo.

Tenía un buen punto; no tenía nada que perder. Por el contrario, tenía tiempo limitado, así que no tuvo que meditar mucho para acceder. Le explicó brevemente en qué archivo y formato comenzar con el escaneo de textos y su revisión previa. Por lo que, sin perder más tiempo, cada quien se ocupó de lo suyo: ella, por su parte, escaneaba y revisaba que todo estuviera bien, y él terminaba el prototipo de realidad.

Habían pasado más de diez horas desde que comenzaron; era de madrugada. Se apreciaban las luces encendidas desde la vidriada oficina del piso; estaban a 270 metros de altura, lo cual daba una vista increíble de la ciudad, pero no era tiempo de fijarse en esas cosas. Aún le faltaba la mitad de lo que ya había hecho. El monótono trabajo de ella ya había comenzado a adormecerla un poco, por lo que decidió preparar café, llevando un vaso al ojiazul, que, por el contrario, no parecía perder en ningún momento la convicción. Era asombroso ver a un verdadero genio en acción.

—¿Cómo vas con el modelo? —preguntó, rompiendo el silencio que había, mientras depositaba el vaso a un lado de él.

—Casi está listo —aseguró, dándole un sorbo a su café.

Ella no entendía bien lo que él estaba haciendo; tenía mucha curiosidad. Se veía bastante complejo lo que hacía. Era una pena que tuviera tan mal carácter, porque podría ser el hombre ideal para cualquier mujer. Era inteligente y muy atractivo; inclusive, teniendo más de 24 horas sin dormir, se veía muy bien. Por supuesto, era Seto Kaiba, el ser más ególatra, narcisista, presuntuoso, petulante, egoísta, endiosado, creído y egocéntrico que existía. Su disparate de verlo atractivo era producto del cansancio.

Volvió a su lugar y continuó haciendo su labor. Eran las 6 horas (6 AM) cuando las palabras de él volvieron a romper el silencio.

—Finalmente, está —expresó su satisfacción al concluir lo que esos ineptos no habían podido en más de un mes—. Wheeler, ven a admirar mi obra maestra.

Ella obedeció, aunque su cara de interrogante se hizo visible. Donde él veía el próximo lanzamiento multimillonario de Industrias Kaiba y una revolución para el mundo del duelo, ella veía solo cables y una especie de casco con lentes. Este gran invento consiste en que ambos competidores, estando a cualquier distancia, incluso en polos diferentes del planeta, iban a poder incluirse en una realidad virtual superrealista y tener batallas que podrían ser televisadas en vivo. Tras la gran explicación por parte del joven, ella aún seguía sin entender de qué se trataba, por lo que le propuso probarlo.

Se sentó en el amplio sillón de aquella lujosa oficina. Él se encargó de conectar los pequeños receptores en los puntos de influencia del sistema nervioso, dándole leves descargas, inmovilizando y adormeciendo su cuerpo. Luego él hizo exactamente lo mismo consigo mismo, entrando ambos al mundo virtual.

—¿Dónde estamos? —preguntó un poco confundida al verse rodeada de un jardín, cuando segundos atrás se encontraba en una oficina.

—En el mundo virtual —explicó—. ¿Recuerdas lo que nos hizo Noah? Esto es similar, pero sin necesidad de una gran maquinaria.

Admira su creación por unos minutos. En menos de un día y medio había codificado todo un mundo virtual; eso debía entrar en el récord Guinness. Era increíble lo que este hombre podía hacer con pocas herramientas a su alcance; su idiosincrasia era digna de admirar, aunque odiara admitirlo. El lago, las montañas de fondo, el cielo despejado, los árboles, todo se sentía real. Estaban en una especie de paraíso; podía jurar que viviría en aquel mundo sin enterarse de que no era real. Hasta la brisa se sentía fresca. Era mucho más real que la misma realidad.

Volteó a verlo, solo para encontrarlo sentado mirando el sol desaparecer entre las montañas. Caminó hasta él y se sentó a su lado.

—Parece un sueño —mencionó, mientras se incorporaba al lado del ojiazul—. Es una réplica del mundo real.

—Este lugar es donde jugaba de niño; quedaba a pocos metros de mi casa —agregó el castaño. Esta recreación era exacta a como lo recordaba.

—Es increíble lo real que se siente todo —dijo sinceramente con una sonrisa, colocando su mano sobre su espalda y sintiendo cómo él se inquietaba tras su toque.

Estaba totalmente maravillada con el tacto y lo real que se sentía la materialidad; era como estar tocando la camisa que él traía puesta. Sería muy fácil confundir la realidad en este mundo. En su asombro, marcó un recorrido desde el centro de su espalda hasta el inicio de su manga, sintiendo sus músculos contrayéndose ante el toque de sus dedos.

Sin percatarse de sus acciones, terminó el recorrido con la mano en su mejilla. Se sentía cálida y un poco áspera por los pequeños vellos de su barba. Por instinto, él dirigió su mirada a la de ella, donde el azul y el avellana de sus ojos se encontraron. Desvió su mirada al roce de la piel de su mejilla con la de su mano, acariciando levemente. Se acercó en busca de su calor, por una especie de fuerza invisible que la obligaba, quedando a milímetros de su cuerpo, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. El profundo azul de sus ojos seguía fijo en ella, sin perder ningún detalle, incitando a que cortara el espacio entre ellos.

—Es impresionante, hasta siento tu respiración —susurró, cerrando los ojos y disfrutando del calor que él le transmitía, bajando su mano hasta su pecho—. Tus latidos…

Sin poder reaccionar ante aquel inesperado acercamiento, los latidos de su corazón comenzaron a aumentar desproporcionadamente. Mantener la calma ante aquella situación era imposible para él. Sintió cómo su cuerpo se acaloraba y un hormigueo comenzaba desde el centro de su estómago. Su suave piel y su aroma lo tenían hipnotizado. Nadie en su sano juicio podría serle indiferente a la caricia de esta hermosa joven. Cerró los ojos disfrutando de su presencia y del trato amable que le estaba proporcionando la mano de ella por encima de su camisa. Casi por necesidad, rodeó su cintura, colocando su mano en la parte baja de su espalda, terminando de acortar la distancia entre sus cuerpos en un espontáneo abrazo, deslizando su mano con suavidad a lo largo de toda su espalda.

—Se siente tan bien… —pensó en voz alta la ojiavellana, aun con los ojos cerrados, experimentando los escalofríos que su mano le proporcionaba—. Kaiba… —recordó de quién se trataba—. ¡Oh Dios, Kaiba, lo siento!

Se sobresaltó al percatarse de lo que estaba haciendo y con quién, provocando que ella apoyara su peso contra él y cayeran sobre el herbaje.

Intentó apartarse, pero el peso de la chica caía sobre su brazo izquierdo. Buscó su mirada, fusionándose con la misma inocencia de hace segundos. Una casi imperceptible pero notoria curva apareció en los labios del ojiazul. No pudo evitar sonrojarse ante la penetrante mirada que él le dedicaba; era impredecible lo que sus ojos expresaban.

—Serenity —llamó, haciendo que ella volviera del hechizo de los ojos azules de él—. ¿Podrías hacerte a un lado? —pidió malhumorado, al señalar que estaba sobre él.

—Lo… lo lamento —intentó identificar en qué momento llegaron a esta posición y cuándo fue que su corazón comenzó a palpitar tan rápido.

Se apartó, y al poco tiempo, todo se volvió negro para volver a estar en aquella sala de oficina en la que estaban al comienzo. Sentía el sofá donde estaba sentada. No entendía qué había pasado. ¿Había soñado con Seto? ¿O es que él también lo vivió? Su vista era totalmente negra, así que se llevó ambas manos a la cabeza, sintiendo el casco de realidad virtual, quitándoselo de golpe. Reconoció nuevamente la oficina, viendo al castaño quitarse también el casco de realidad.

—¿Qué pasó? —preguntó sin entender qué había sucedido.

—Programé para que solo durara cinco minutos, ya que no teníamos a nadie que nos sacara de ese mundo —le explicó, ayudándole a quitarse los cables que la mantenían conectada al casco—. No te levantes tan ra… —no pudo terminar de decir, porque la chica yacía desmayada en los brazos del ojiazul.

Lo que no le explicó es que cuando te quitas el casco de realidad y te levantas vertiginosamente, el cerebro no puede procesar tan rápido el cambio de realidad, por lo que entra en estado de conmoción y, como efecto secundario, te desmayas, vomitas, entre otras cosas. La cargó con cuidado, depositándola a lo largo del sofá, dejándola reposar. Aún tenía que terminar el papeleo, aunque no faltaban más que diez hojas, que terminó en menos de diez minutos.

Al parecer, Wheeler, después de todo, había hecho bien su trabajo.