Despertó aquel día en aquella oficina inhóspita. No sabía cuánto había dormido ni qué día era. Solo podía recordar la vivida cara del CEO más temible del mundo y el calor tan confortable que emitía su cuerpo. Sonrió ante el involuntario afán de recordar el penetrante color azul de sus ojos y lo fornidas que eran sus manos en contacto con su espalda. No parecía haber sido un inocente toque ante el desvergonzado acercamiento de ella, cosa de la cual no estaba orgullosa. Aún tenía la duda: ¿había soñado todo lo que pasó? No tenía otra explicación razonable. ¿Seto Kaiba abrazándola? Solo podía ocurrir en sus sueños. Claro, solo que no recordaba en qué momento exactamente había comenzado a tener sueños repentinos con él.
Al menos sus fantasías con aquel misterioso hombre de aquella noche habían disminuido. No podía creer lo tonta que era; posiblemente, fuera la única que, después de una noche como esa, sabiendo las condiciones a las que se sometía, se había flechado por un total desconocido, del que no sabía ni su nombre. Mai y sus alocadas ideas; no podía creer que se había dejado llevar por sus hormonas.
Era una romántica empedernida, pero ya era hora de dejar de pensar inútilmente en amoríos sin bases. Era obvio que no volvería a ver al amante misterioso, y Kaiba… Kaiba era solo atracción. Es decir, ¿quién en su sano juicio podría ser indiferente a ese hombre?
Siempre fijándose en lo imposible. ¿Cuándo aprendería?
—¡HERMANITA! —se escuchó por todo el aeropuerto.
—¡JOEY! —inmediatamente comenzó a correr hacia la voz que la llamaba con entusiasmo.
Finalmente, después de seis meses, volvió a abrazar a su hermano. No sabía cuánto lo había extrañado hasta que él comenzó a contarle sobre sus hazañas camino a casa. Su hermano siempre tenía cosas interesantes y asombrosas para compartir, a diferencia de ella, que solo podía contar de su aburrida vida universitaria. Aparentemente, se avecinaba un torneo internacional; había estado en los regionales para luego pasar a los nacionales. Seguía sin entender la emoción por ese mundo, pero si a su hermano lo hacía feliz, a ella también.
Recién había pasado una semana desde su llegada al país cuando recibió la invitación de Mokuba Kaiba para su fiesta de cumpleaños. Era la excusa perfecta para alejarse un poco de su hermano y tener un día de chicas. No lo despreciaba, pero su hermano y sus amigos solo se reunían a jugar con esas cartas, y no era muy entretenido para ella. En cambio, esto era justo lo que necesitaba: largas pláticas intrascendentes, llenas de risas, bromas y compras.
—¿Cómo es Tokio? —preguntó Tea, mirándose en el amplio espejo del probador.
—Es... muy lindo. Deberían ir a visitarme pronto —respondió, también saliendo del probador para mirarse en el espejo—. No me gusta este vestido, no sé por qué.
—Chicas, hasta mi abuela usa vestidos con más escote que ustedes —se quejó la rubia—. Pruébense estos.
—Creo que Joey enloquecería si me ve usando este vestido —dijo la joven pelicastaña, observando el vestido blanco que le entregaban.
—¿Qué hemos hablado de tu hermano? —cuestionó la rubia.
—Es verdad lo que dice Mai. Joey te cuida y protege mucho. Pero eres una mujer; te puedes vestir como quieras —aclaró Tea—. Anda, Serenity, pruébate el vestido.
Aceptó la sugerencia. A veces era muy paranoica con respecto a las aprobaciones de su hermano; era una especie de mecanismo de amparo cuando ella misma pensaba que no sería capaz de algo. Como era, por ejemplo, aquel vestido blanco, con esa abertura tan pronunciada que dejaba ver prácticamente su pierna de comienzo a fin. Quizás ya era hora de ser más osada; es decir, no era una niña de 14 años que necesitaba la protección de su hermano. Tenía 20 años, debía tener más determinación, y comprar ese vestido sería un buen comienzo para eso.
Eran las 19 horas (7 PM). No estaba de ánimos ese día para una fiesta, pero ya estaba vestida y arreglada. Se reunieron en casa del abuelo de Yugi, como era costumbre, y luego partieron a la gran fiesta en la mansión Kaiba. Era de ensueños; todo parecía haber sido sacado de una revista futurista. El anfitrión de la noche no tardó en darles la bienvenida; siempre tan cortés, era impensable cuánta diferencia podía haber entre los hermanos Kaiba.
—Me alegra volver a verlos, muchachos —dijo entusiasta el menor de los Kaiba—. Todos se ven muy bien, en especial tú, Serenity; tenía mucho tiempo sin verte.
—Gracias, Mokuba; tú también te ves muy bien —correspondió el cumplido.
Tenía ganas de irse al poco tiempo de llegar, pero todos sus amigos parecían estar pasándolo bien. En los seis meses que estuvo en Boston, fue a varias fiestas de universitarios, pero eran muy aburridas; solo había personas tomando mucho alcohol y luego haciendo locuras. Tenía que relajarse un poco más y divertirse. Al fin y al cabo, era una fiesta con sus amigos. Vino a divertirse, así que eso haría. Además, el cóctel de frutas estaba particularmente exquisito. Sabía que debía tener más autocontrol, pero esas bebidas dulces siempre habían sido un peligro para ella.
De un momento a otro, hablaba con gente que no conocía, y al otro estaba bailando.
Necesitaba detenerse. La última vez que estuvo así fue cuando conoció al hombre más perfecto de la historia. Se sentía patética; no sabía nada del hombre en cuestión y no podía dejar de pensar en él, ni porque estuviera en una fiesta con sus amigos.
Sus pensamientos fueron disipados cuando Duke se acercó demasiado a ella, tomándola por ambas manos.
—Serenity, bien sabes que nosotros nunca hemos sido muy cercanos. Así que no veo el problema con que ocurra algo entre nosotros —formuló sonriendo de medio lado—. ¿Qué dices?
—Duke, me halagas —respondió con una mueca incómoda; esto no se lo esperaba—. Pero no creo que sea buena idea, yo...
—No se puede arruinar una amistad que no existe, bella Serenity —insistió.
—¿Eres sordo o tienes deficiencias mentales? —exigió una voz proveniente del ojiazul, forzando el agarre del chico por su muñeca y obligándolo a soltarla.
—Kaiba, no te metas; no te incumbe —dijo desafiantemente, soltándose del agarre del ojiazul—. Vámonos, Serenity —la tomó nuevamente del brazo, pero ella hizo resistencia.
—Al parecer, tu amiguita no quiere irse contigo —se burló el castaño al presenciar que ella se negó a su orden.
—¿Qué haces, Serenity? Vámonos —preguntó, exasperado por la no grata presencia del mayor de los Kaiba.
—Creo que mejor me voy —terminó por responder la joven. Intentó marcharse, pero fue detenida nuevamente por el pelinegro—. Duke, suéltame, por favor.
—Pero, Serenity... —no logró terminar de hablar.
—Dijo que la soltaras, ¿no escuchas bien? —demandó el poseedor del dragón ojiazul.
—¿Qué te pasa, Kaiba? —la impertinencia de Kaiba lo estaba poniendo de mal humor—. Métete en tus propios asuntos, niñito rico.
—Te recuerdo que estás en mi propiedad, perro sarnoso —alardeó con orgullo.
—Chicos, ya basta, por favor —pidió la joven al percatarse de que estaban llamando la atención de los demás invitados.
—Como sea —dijo el pelinegro, abandonando la escena.
Sintió un alivio cuando vio a Duke partir. No quería lastimarlo, pero no se sentía atraída por él. Era verdad que era un caballero, muy guapo, dulce, considerado, buen amigo, amable y muchos otros buenos adjetivos. Pero ella lo veía como su amigo; siempre lo había considerado uno de sus amigos más cercanos, después de todo lo que vivieron en Ciudad Batallas o en el mundo virtual de Noah. No quería que las cosas se complicaran; no lo soportaría. Por suerte, Duke desistió, porque estaban llamando la atención. Era la noche de Mokuba, y no se lo merecía.
Aunque su tranquilidad duró un parpadeo, ya que unos ojos azules caían sobre ella como flagelo.
—¿Qué demonios fue todo eso? —preguntó indignado por su comportamiento.
—No sé a qué te refieres —dijo, aturdida por la severa voz del castaño.
—Te has comportado como una auténtica víctima —reclamó, alzando la voz; estaba verdaderamente molesto.
Intentó calmarse, pero él le daba severamente un sermón sobre lo patético que se veía al comportarse como una presa fácil, esperando que alguien la rescatara. Otra vez las miradas se posaban sobre ellos. ¿Es que acaso Seto Kaiba no podía mover un dedo sin tener audiencia? Lo tomó por el brazo con toda su fuerza y lo sacó de la escena lo más rápido que pudo. Era suficiente show por una noche. Vio una puerta que conducía a una habitación y lo condujo al interior, donde tenían más privacidad.
Aunque su monólogo comenzaba a molestarla. Ella no era una víctima indefensa y Duke no era un pervertido.
—¿Qué intentas hacer, Wheeler? —movió el brazo para que lo soltara, fácilmente lo dejó ir.
—Intento que no se entere toda la fiesta de lo que hablamos —se quejó, solo intentaba darle las gracias y este no dejaba de reprocharle.
—Qué interesante, porque no te importaba exhibirte con el maniático de los dados —contestó fríamente, cruzando los brazos.
—Gracias —dijo finalmente, ya no quería oír más las ironías de Kaiba—. Te lo agradezco, pero Duke es un caballero; él no…
—¿Caballero? —ironizó su pregunta—. Así le llamas a los que intentan meterse bajo tu ropa. Disculpa mi intromisión; a la próxima les presto una habitación... —no terminó cuando el sonido de su mano contra su mejilla hizo eco en la sala.
Vio cómo se llevó rápidamente la mano a su mejilla, intentando comprender lo que había sucedido. Ella lo había abofeteado. Comenzó a sudar frío y retrocedió hasta chocar con una amplia mesa de mármol. En cierto modo, la altura del ojiazul era intimidante. Sintió cómo la miró con verdadero fuego en sus ojos; debía estar molesto. Después de todo, él solo la había intentado ayudar y ella lo cacheteó como respuesta.
—Lo siento. Te lo tienes merecido —dijo dudosa al sentir la mirada de ira contenida.
Las piernas le temblaban; tuvo que contener la respiración para calmar su nerviosismo. Ella no lo quería cachetear; solo quería que se callara. Tragó hondo al sentir la alta figura acercarse a ella a pasos decididos.
—Y esto —dijo, agarrándola de la cintura y atrayéndola hacia sí hasta que sus cuerpos estuvieron pegados—. Es lo que tú mereces...
Serenity notó con asombro cómo él la rodeaba entre sus brazos. El miedo, la indignación y el placer culposo se apoderaron de ella. Que alguien la salvara del magnate de la tecnología, porque ella no podría sola. Jamás imaginó que un simple contacto la hiciera experimentar sensaciones que creía no viviría nuevamente. Sus brazos aterrizaron sobre su pecho como respuesta al repentino acercamiento. Intentaba mantener distancia, pero esta fue acortada rápidamente por el ojiazul.
Era como si el finísimo vestido que llevaba puesto hubiera desaparecido, porque podía sentir el cuerpo de Kaiba con todo detalle: sus brazos la sostenían con firmeza, el calor que emanaba por cada poro de su piel. Poco a poco, la indignación se transformó en otra cosa… era deseo lo que sentía ahora por él. Un deseo arrollador que, aunque la avergonzara y se negara a admitirlo, le pedía a gritos que se dejara llevar.
¿Por qué no?
Es decir, cualquiera en la fiesta hubiera dado lo que fuera por estar en la posición de ella en ese preciso momento. Dejó aflojar su templado cuerpo y llevó sus manos desde sus formados pectorales hasta la parte baja de su cintura; todo, absolutamente todo, estaba en su lugar. ¿Tenía que ser tan jodidamente guapo?
¿Dónde había dejado el sentido común y la sensatez? Quizás quedó aparcada en la mesa cuando decidió tomarse la primera copa.
En un hábil movimiento, la arrinconó contra la mesa de mármol, hundiendo la cabeza en su cuello y aspirando su aroma. Sus labios fueron directos al punto más sensible. Aparentemente, no había cosa que le saliera mal a este hombre; sus labios sobre su cuello la estremecían. Contuvo varios suspiros al sentir sus manos recorriendo su figura. La izquierda la sujetaba firme por la cintura, cortando toda la distancia existente entre sus cuerpos, mientras la otra hizo un recorrido hasta su pierna desnuda, sosteniéndola con firmeza para subirla sobre dicha mesa, quedando a la altura perfecta.
Se sentía bien; se sentía muy bien. Casi parecía que conocía su cuerpo a la perfección. Sabía dónde y cómo tocarla. Llevó sus manos detrás de su cuello, arqueó levemente su espalda, llevando su cabeza a un costado, dejándole el camino libre a los cálidos labios del ojiazul. La hizo temblar la posibilidad de que, con seguridad, lo que fuera que estaba haciendo la boca de Seto dejaría una marca.
Un momento… es Seto Kaiba.
Era Seto Kaiba de quien se trataba.
—¡NO! —se negó, haciendo un inútil intento de alejarlo con todas sus fuerzas.
—¿No? —preguntó con una sonrisa cínica, separándose de su cuello y observándola detenidamente. Ni ella se podía engañar. Sus manos lo alejaban, pero ella se aferraba con fuerza a su camisa, casi al punto de arruinarla.
La respuesta correcta era "SÍ"; sus manos temblorosas y piernas rodeando su cintura con fuerza lo decían a gritos. No debía, era obvio, pero sería tan fácil culpar al alcohol luego. Si no fuera por el hecho de que él solo estaba jugando con ella. Lo que estaba ocurriendo no era más que otra muestra de su competitiva naturaleza de demostrar quién era el jefe; nada tenía que ver ningún tipo de interés o atracción por ella. Ese era el problema.
Si en algún momento pensara que sentía algo más por ella, si encontrara en sus ojos algo que fuera más allá del hecho de que esta era su forma de vengarse de ella por la bofetada, entonces no lo dudaría. Pero no era el caso; era Seto Kaiba. Hace minutos le había insinuado que iba a acostarse con Duke o algo similar. Debería estar ofendida y dispuesta a no volver a dirigirle la palabra.
—Basta de juegos, Kaiba —pidió, cediendo del agarre a su camisa, intentando entrar en razón.
Casi lo logró, pero nuevamente la sonrisa del ojiazul logró deshacerse de cualquier gramo de prudencia que le quedara.
Al diablo con la cordura. Quizás era mentira, pero sus ojos azul celeste reflejaban otra cosa. Se permitiría engañarse esta vez, creyendo que era algo más que deseo. Volvió a permitirle que se acercara, pero esta vez su objetivo no era su cuello, sino sus labios. Entrecerró los ojos, solo esperando por aquella apetecida unión. Casi podía sentir los húmedos, pero cálidos, labios del ojiazul sobre los de ella… Sin embargo…
Bastó un golpe para sacarlos de su momento.
—¿Qué fue eso? —preguntó asustada, separando sus rostros al instante.
—No puede ser —soltó el agarre con la joven y corrió hacia la puerta. Ese sonido solo indicaba una sola cosa—. ¡Estamos encerrados!
