Quizás, y solo quizás, consentía el hecho de que había exagerado... un poco. Sin embargo, no tenía intenciones de disculparse; no era su estilo. Había actuado por impulso, y la conciencia no cesaba de reprocharle que era un maldito error dejarse llevar por las emociones. Peor aún, ¿por una Wheeler? Ni en un millón de años creyó eso posible. Pero así había sido. Aparentemente, para esa estólida multitud, ver a un hombre ser inapropiado con una mujer sin su consentimiento era normal. Idiotas. Además, ella, con su estúpida y estéril amabilidad, era presa fácil de un hostigador. ¿Qué demonios tenía en la cabeza?

Realmente estaba molesto. Solo de pensar que ese chico raro de los dados le pondría la mano encima, por alguna razón, era desquiciante para él ver cómo ella no hacía nada para abogar por su integridad. Para colmo, lo estaba defendiendo. ¿Qué pasaba con la gente últimamente? ¿Todos hicieron un plan para conspirar contra su cordura?

Sí, tal vez no debió decirle lo que le dijo, y tal vez se merecía esa bofetada.

Después de todo, no era tan indefensa como parecía. La miró fijamente, incrédulo de su osada acción; su mirada reflejaba una mezcla de indignación e irritación. Estaba realmente enojada. No entendía bien el porqué… aunque sabía que tenía que estar muy molesta para que su dulce personalidad permitiera callarlo mediante semejante agresión.

Pero, ¿quién podía pensar en eso ahora? Esta Serenity, la que se atrevió a cachetearlo, la que tenía la mirada fija y la postura firme, lo hacía desarticular cualquier pensamiento sensato que habitara en él.

—Lo siento. Te lo tenías merecido… —dijo con seguridad fingida; estaba nerviosa, era evidente.

Sonrió. Tal vez sí se lo tenía merecido, pero no por lo que ella creía, sino por lo que haría a continuación. Porque ahora se acercaba con el único propósito de desnudarla con la mirada. Apretó la mandíbula en un vago intento por controlarse, pero era demasiado tarde para él; las imágenes de tenerla entre sus brazos lo dominaron, tentándolo a adueñarse de sus labios. Sin permiso alguno, apresó su cuerpo contra la mesa de mármol. Miró el desconcierto en su mirada, pero sabía exactamente que la zona del cuello era su debilidad; después de todo, la conocía mejor de lo que ella creía. Percibió cómo su tensado cuerpo se arqueaba, correspondiendo a las caricias que le brindaba.

Aprovechó su disposición para subirla sobre la mesa, tomando una de sus piernas y sujetándola con firmeza por la cadera. Quedó a su entera disposición, acto que no desperdiciaría. El roce con su pierna desnuda y sus manos recorriendo su torso lo hacían sentir punzadas por debajo de su cintura. Maldijo no poder ser impasible a su tacto; no era el lugar más apropiado para exponer su virilidad. La lujuria nunca fue uno de sus vicios, pero cerca de ella su autocontrol era poco y nada.

Todo era culpa de ese condenado vestido blanco.

—No, basta de juegos, Seto —escuchó.

Se detuvo en seco ante la negativa por parte de ella. Fijó su mirada en las pupilas dilatadas de la ojiavellana. Seguro ella pensaba que solo se trataba de un desquite, pero aunque no lo creyera, él no estaba jugando.

Intentó alejarse, pero las piernas que ahora rodeaban su cintura lo retuvieron. Irónico que ella le pidiera que detuviera el juego cuando quien estaba jugando a hacerse la difícil era ella.

Sonrió. Si ella quería jugar, por él estaba bien.

Volvió a fijar su objetivo, lo que quería desde un principio. Probar otra vez esos labios color rosa que lo habían provocado toda la noche. Se detuvo a centímetros para ver la reacción de ella. Al percatarse de que no puso resistencia, prosiguió hasta mezclar sus respiraciones…

Pero fue interrumpido por un sonido muy familiar. Ambos salieron del trance que los embriagaba instantes atrás.

Maldito sistema, ¿por qué ahora? ¿por qué en ese momento?

Su sistema de emergencia se había activado. Con cuidado, soltó a la castaña y corrió hacia la puerta a comprobar sus sospechas. Tiró con fuerza la puerta, pero era imposible; estaba cerrada desde la base de datos. Intentó acceder al sistema desde su celular, pero este no le respondía. Algo muy extraño estaba pasando.

—Estamos encerrados —informó a la castaña.

—¿Cómo es posible? —preguntó desconcertada, sin entender la situación.

Solo un nombre se le vino a la mente.

—Mi buen Kaiba, cumplo con advertirte.

Pegasus Maximillian. Esa víbora sabía lo que ocurría, o tal vez estaba detrás de esto.

Los monitores de toda la mansión Kaiba comenzaron a conectarse con una señal, dejando ver lo que parecía ser el inicio de un duelo con un extraño sujeto de mediana estatura y edad joven. Algo no estaba bien; no recordaba que Mokuba comentara algo de un duelo. Tenía que poner más atención a sus conversaciones.

—Increíble, no sabía que habría un duelo. ¡Qué gran fiesta! —decía el joven Muto, quien se encontraba sentado mirando la pantalla.

—Me temo, mi querido Yugi, que esto no es parte de la fiesta —comentó el peligris, quien mostraba una expresión bastante preocupada.

—¿A qué te refieres, Pegasus? —exigió la joven acompañante del pelipunteado.

—No sé exactamente qué está pasando, pero esto es solo una trampa —aseguró.

—¿Alguien ha visto a Serenity? —preguntó el mayor Wheeler.

Pegasus solo sonrió ante la pregunta; sin embargo, sabía que algo muy malo iba a pasar desde que, hace un mes, llegaron esos dos sujetos a su oficina a solicitar que se uniera a ellos para acabar con el imperio Kaiba, propuesta que claramente rechazó. No imaginó que Seto fuera tan imprudente de dejar pasar al enemigo a su propia casa; es más, casi podría asegurar que no se esperaba lo que estaba pasando.

En la arena de juego Kaiba, se daba inicio al enfrentamiento que era monitoreado minuto a minuto en las distintas pantallas de la residencia.

—¿Qué quieres? ¡Identifícate! —exigió el menor de los Kaiba.

—Si quieres salvar a tu patética noviecita, primero tendrás que ganarme en un duelo —aclaró con una sonrisa de medio lado, mostrando a la joven rubia.

—¡Maldito! —susurró al ver que Rebecca se encontraba inconsciente, presa de uno de los cómplices—. Acepto tu duelo.

Mokuba, quien se encontraba disfrutando de su fiesta de cumpleaños, había recibido un mensaje de Hawkins pidiendo ayuda, enviando su ubicación dentro de la mansión. Sin pensarlo, acudió a su llamado de auxilio. Pero no se esperaba que fuera secuestrada por estos sujetos, de los cuales no tenía ni idea de quiénes eran o cómo habían entrado. Ahora, para rescatar a su amiga, debía tener un duelo. Lo único que le preocupaba era no ser tan bueno como su hermano o como Yugi.

En aquella habitación aislada estaba el mayor Kaiba, maldiciendo en voz alta. Había intentado de todo para que su sistema le respondiera, pero nada tenía efecto. Quienes estaban detrás de esto estaban muy instruidos en el manejo de este. Pero, ¿quién? ¿Y por qué estaba haciendo esto? Tenía que derribar esta puerta de alguna forma. Se puso en posición de embestir la puerta. Sabía que tenía que ir a ayudar a su hermano lo antes posible; tenía un mal presentimiento.

—Espera, Seto —se interpuso en su camino—. Te vas a lastimar y no lograrás nada. Esta puerta es hermética; no la vas a poder derribar de esa forma.

¡Maldición! Ella tenía razón.

La música resonaba fuerte y alto en la mansión Kaiba, donde la celebración estaba en pleno apogeo. Los amigos y conocidos reían y disfrutaban sin comprender que era una treta planeada en contra de los Kaiba.

—¡Prepárate! Este es solo el comienzo del final para Corporaciones Kaiba —amenazó uno de los enmascarados, su voz resonando con una intensidad que hizo que todos los presentes se detuvieron y miraran con inquietud.

Mokuba, que había estado bromeando con sus amigos segundos atrás, ahora tenía el rostro pálido de sorpresa y confusión.

—¿Quién eres? ¡IDENTIFÍCATE! —exigió el menor Kaiba, con una firmeza que no logró ocultar el temblor en su voz.

—Mi nombre es Asa, y seré tu peor pesadilla —respondió el hombre enmascarado, sonriendo sarcásticamente mientras su compañero mantenía a Rebecca, a su lado como un trofeo.

—¡Te ordeno que liberes a Rebecca, cretino! —ordenó, aunque sabía que era una exigencia inútil. Dio un paso hacia adelante, su valentía superando su miedo.

—No estás en condiciones para exigirme nada —se burló, disfrutando del poder que ejercía sobre la situación. Una risa burlona que resonó en el aire, recordando que tenían a Rebecca en su poder.

Seto quien miraba la pantalla desde aquella habitación, sintió una oleada de pánico. No solo estaba en juego la seguridad de su hermano, sino también la reputación de la Corporación Kaiba. ¿Quiénes eran esos sujetos? ¿Y qué querían realmente? No tenía mucho tiempo para pensar; su mente se apresuraba a planear cómo demonios salir de donde estaba.

Mokuba tomó las cartas tembloroso, sintiendo el peso del desafío que se cernía sobre él. Su intuición le decía que no habría forma de que esto terminara bien. Casi podía sentir la mirada de Seto, su hermano mayor, reprochando su insensatez desde la esquina de la sala, donde seguramente observaba la escena con una mezcla de furia y preocupación.

—¡Basta de habladurías! —dijo Asa, cambiando su expresión a una de determinación—. Robo mi primera carta e invoco al Cyber Dragon Core en modo de defensa, y activo su efecto que añade a mi mano la carta de Cyberload Fusion. Termino mi turno con una carta boca abajo.

Sabía qué su hermano Mokuba se sintió abrumado; era un duelo que no había anticipado, y el desafío que enfrentaba ahora era mucho más que un simple juego de cartas. La mirada de Asa, llena de desafío, lo empujó a actuar. ¿Cómo demonios permitió que esto ocurriera?

—No dejaré que te salgas con la tuya —murmuró para sí mismo, tratando de reunir el valor que necesitaba para enfrentarse a su enemigo.

Sabía que debía intervenir, pero también entendía que Mokuba necesitaba resolver esto por sí mismo. Sin embargo, el instinto protector de Seto lo instaba a actuar. No podía permitir que su hermano se viera arrastrado a un juego en el que las reglas habían cambiado drásticamente.

—¡Vamos a jugar! —declaró, su voz resonando con una determinación renovada.

El duelo estaba a punto de comenzar, y con él, el destino de Rebecca y la reputación de la Corporación Kaiba pendían de un hilo.

Los invitados disfrutaban del duelo, maravillados por el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos. Las luces brillantes y los sonidos envolventes del ambiente festivo creaban una atmósfera de emoción y diversión. Para ellos, esto era solo parte de un show, una atracción más en la celebración del cumpleaños de Mokuba. Nadie, ni siquiera los más cercanos, imaginaba la magnitud de lo que realmente estaba ocurriendo en el fondo, la tensión palpable que se cernía sobre el evento.

—Algo no me huele bien —dijo el rubio, frunciendo el ceño mientras observaba la escena con creciente inquietud. Su instinto le decía que había algo más en juego.

—Te dije que no comieras ese entremés con huevo —bromeó Tristan, tratando de restarle importancia a la preocupación de su amigo, pero las risas y los juegos no lograban calmar la inquietud que crecía en el pecho de Joey.

—No bromees, no encuentro a Serenity, y este duelo se ve muy sospechoso —respondió Joey, su voz ahora sería. La intuición de hermano no podía fallarle. Su preocupación aumentó cuando su teléfono comenzó a sonar, el nombre de su hermana brillando en la pantalla. Finalmente, contestó con una mezcla de alivio y ansiedad—. Hermanita, ¿dónde estás?

—Escúchame bien, Wheeler —comenzó ella con un tono grave, que hizo que el corazón de Joey se acelerara.

—¿Kaiba? ¿Qué haces con el teléfono de mi hermanita? —preguntó, la confusión evidente en su voz, incapaz de entender la gravedad de la situación.

—No tengo tiempo para darte explicaciones, Wheeler —aclaró rápidamente, su voz era firme y decidida—. El sistema de seguridad de la mansión fue hackeado. Necesito que desactives la matriz madre, que se encuentra en…

—Kaiba, no entiendo lo que me dices —interrumpió Joey, sintiéndose completamente perdido. Las palabras de Kaiba sonaban como un idioma extranjero, un complejo código que no podía descifrar.

—Wheeler, solo ve al sótano con la clave que te voy a dar y desconecta el núcleo que alimenta el sistema… —intentaba explicar, pero sentía que estaba hablando con una pared. Era frustrante.

Estúpidos Wheeler. Maldecía en su mente. Gracias a Serenity, ahora estaba encerrado en una de las habitaciones, sin poder hacer más que confiar en el otro estúpido Wheeler. Era sorprendente que Joey se hubiera graduado de la secundaria siendo tan incompetente para entender términos tan básicos. ¿Cómo había permitido una situación así? Todo por culpa de sus inútiles impulsos. Fue un error, lo sabía desde el principio.

—Wheeler, solo ve al sótano. Te diré qué hacer —ordenó con un tono que no dejaba lugar a la discusión.

—Un momento, Kaiba, yo no soy tu empleado para que me estés dando órdenes —reclamó Joey con indignación, pero el sentido de urgencia en la voz de Kaiba lo hizo dudar.

—Joey, por favor, necesitamos ayudar a Mokuba y a Rebecca, pero no podemos porque estamos encerrados. Necesitamos que alguien desactive el sistema —aclaró la joven castaña, quien estaba escuchando la conversación, su voz era un rayo de esperanza en medio del caos.

—Ya escuchaste, Wheeler. Ahora ve hacia la puerta marrón que ves al fondo de la piscina —Kaiba nuevamente comenzó a dar indicaciones, su tono era una mezcla de urgencia y autoridad.

Joey comenzó a correr, siguiendo las instrucciones que le daba el castaño. Aunque no entendiera bien la situación, haría lo que fuera por ayudar a su hermanita. Con la ayuda de Tristan y Duke, lograron abrir la puerta marrón que daba acceso a la bodega. El aire en ese lugar era denso, y la luz tenue hacía que cada sombra pareciera alargarse. Al fondo, debajo de una gran alfombra, había otra compuerta que daba acceso a una escalera.

Sin embargo, este acceso estaba restringido. Al igual que los otros accesos, estaba siendo bloqueado por el ordenador. Joey sintió un escalofrío recorrerle la espalda al darse cuenta de que estaban a solo un paso de la solución, pero que un obstáculo tan simple los mantenía alejados de la acción.

—Demonios, ¿cómo vamos a desbloquear esto? —preguntó Joey, frustrado, mientras miraba la compuerta con desesperación.

—Necesitamos acceder al sistema desde un terminal —respondió Tristan, intentando mantener la calma en medio de la creciente ansiedad.

Por otra parte, Mokuba respiró hondo, su mente trabajando a toda velocidad. Estaba en una situación desesperada, pero no podía rendirse. Con determinación, rápidamente robó una carta de su mazo, sintiendo la adrenalina bombeando por sus venas.

—¡Invoco de manera normal al Heroe Elemental Avian! —anunció, su voz resonando en la arena de juego de la mansión Kaiba, que estaba ahora desprovista de la celebración que antes llenaba el aire. El héroe apareció en el campo, una figura imponente con alas brillantes, listo para la batalla.

—¡Ahora, activo mi carta Tifón del Espacio Místico! —gritó, señalando con firmeza. La carta destelló mientras un viento poderoso barría la arena, destruyendo la carta boca abajo de Asa con un estruendo.

—Ahora prepárate, Asa. Si creíste que sería un rival fácil, pues te equivocaste —amenazó, sintiendo que la confianza comenzaba a fluir en su interior.

Asa sonrió, confiado y desafiante, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

—Adelante, Mokuba, ¡atácame! —desafió, su tono burlón resonando en la arena vacía.

—Cretino —refunfuñó Mokuba, su paciencia al borde. Con un gesto decidido, ordenó a su héroe que atacara directamente los puntos de vida del enemigo. Las cartas brillaron con energía mientras el Heroe Elemental Avian lanzaba su ataque, infligiendo un daño de 1000, reduciendo los puntos de vida de Asa a 3000.

Al instante, un grito ensordecedor resonó en el aire. Era Rebecca, quien estaba atada a una silla en la esquina de la arena, recibiendo una descarga eléctrica al momento en que Mokuba impactó a su oponente. Su cuerpo convulsionó por el dolor, y el rostro de Mokuba se llenó de horror.

—¡Rebecca! —gritó, incapaz de contener su preocupación. Aquel espectáculo era aterrador, y la realidad de que su amiga estaba sufriendo por sus acciones lo golpeó con fuerza.

—No estés tan confiado —presumió Asa altaneramente, disfrutando de la desesperación de Mokuba—. Todos los puntos de vida que pierda afectarán directamente a tu amiguita. Si llego a perder todos mis puntos, ella recibirá una descarga de energía tan fuerte que morirá.

La sonrisa de Asa se amplió, y Mokuba sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor. ¡Era un plan cruel! Cada ataque lo acercaba más a la derrota, y Rebecca estaba en el centro de su juego.

—Que tramposo —murmuró el joven Kaiba, su voz llena de incredulidad. No podía creer que su oponente tuviera un truco tan vil bajo la manga.

—Pero si pierdes, serás tú quien reciba esa descarga eléctrica —dijo Asa, señalando el suelo donde Mokuba estaba parado, donde también había dispositivos conectados que lo dejarían a merced de una descarga si fallaba—. ¿Qué decides, pequeño? ¿Tu vida o la de ella?

Mokuba sintió el peso de la decisión aplastarlo. La culpa lo invadía. ¿Cómo había permitido que llegara a esto? ¿Cómo no había escuchado a su hermano a tiempo? Un torrente de pensamientos llenaba su mente, cada uno más desesperado que el anterior.

—Termino mi turno con una carta boca abajo —finalizó, su voz temblorosa, pero decidida. Aunque la presión de la situación lo aplastaba, sabía que no podía dejar que el miedo lo dominara.

Asa soltó una risa burlona que resonó en la arena vacía.

—No te veo la sonrisa, Kaiba. Mokuba. ¿Qué pasó? Ya no te ves tan confiado —burló, disfrutando de cada segundo de la angustia que infligía.

Mokuba sintió que la ira comenzaba a arder en su interior. No podía permitir que Asa lo desanimara. Con una determinación renovada, se preparó para el siguiente giro.

Era el momento de luchar, no solo por él, sino también por Rebecca. Mokuba sabía que debía encontrar una manera de vencer a Asa y salvar a su amiga antes de que fuera demasiado tarde.

Mientras tanto, los tres chicos se encontraban en la bodega, el aire fresco y húmedo les daba una sensación de urgencia. Las paredes estaban cubiertas de sombras, y la única luz provenía de una pequeña bombilla parpadeante que colgaba del techo. Su misión era clara: desconectar los cables que mantenían empalmado el sistema de la gran puerta, un obstáculo crucial para acceder al núcleo del sistema de seguridad.

—Wheeler, escucha atentamente —dijo Seto a través del teléfono, su voz firme y decidida—. Una vez que bajes, no tendrás señal. Es necesario que desactives el núcleo sin afectar la matriz... Solo desconecta...

—Sí, ya, ya, Kaiba —mofó el rubio, cortando la llamada con un gesto impaciente. La ansiedad lo invadía, pero no era momento para dudar. Sin perder más tiempo, giró hacia Tristan y Duke—. ¡Vamos! ¡Hay que hacer esto rápido!

Tristan asintió, llevando la delantera mientras se acercaban a la puerta que daba acceso a las escaleras que llevaban al sótano. Sabía que la seguridad de Mokuba y Rebecca dependía de ellos. Con un movimiento decidido, empujó la puerta marrón y entró, sintiendo cómo el aire fresco se transformaba en un ambiente más frío y denso a medida que descendían por las tediosas escaleras.

—Recuerda, primero tenemos que desconectar la matriz antes de entrar al cuarto donde está el núcleo —recordó Tristan mientras bajaban rápidamente. Sus pasos resonaban en la escalera, el eco de su urgencia llenando el espacio.

De repente, llegaron al final de las escaleras y se encontraron frente a una puerta de metal, decorada con varios controles y luces parpadeantes. Con un movimiento firme, Tristan se acercó al panel de control.

—Voy a necesitar un segundo —dijo, concentrándose en la serie de cables y luces que se presentaban ante él. Con su herramienta improvisada, comenzó a analizar el sistema, buscando la forma de desconectar la matriz.

Duke y Joey esperaban, nerviosos, observando cómo Tristan trabajaba. La tensión en el aire era palpable; cada segundo contaba.

Finalmente, Tristan encontró lo que buscaba. Con un clic preciso, desconectó la matriz, y las luces del panel comenzaron a parpadear menos frenéticamente.

—¡Listo! —exclamó, girándose hacia sus amigos—. Ahora podemos entrar al cuarto donde está el núcleo.

Sin perder tiempo, empujaron la puerta de metal, que chirrió al abrirse, revelando un cuarto oscuro y lleno de cables enredados y pantallas que parpadeaban ominosamente. En el centro, una gran caja metálica brillaba con luces intermitentes, el núcleo del sistema de seguridad de la mansión.

—Esto es... —murmuró Joey, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. A pesar de la confusión, sabía que debían actuar rápido. Sintió un nudo en el estómago. No podía dejar que esos pensamientos lo distrajeran. Tenía que seguir adelante. —Debemos confiar en que Kaiba y Serenity están bien. Ahora, ¡vamos!

Con la adrenalina corriendo por sus venas, Joey se concentró en el panel, dispuesto a seguir las instrucciones que Kaiba le había dado. Sabía que el destino de sus amigos dependía de ellos.

Asa sonrió con malicia mientras robaba su carta por turno, su confianza brillando en sus ojos. Con un movimiento rápido, invocó desde su mano de manera especial a un Cyber Dragon, la criatura metálica emergiendo con un rugido resonante, sus ojos brillando con una luz amenazante.

—¡Ataca al Heroe Elemental Avian! —gritó Asa, señalando con fuerza. El Cyber Dragon lanzó su ataque, y Mokuba sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras el monstruo se abalanzaba sobre su héroe, destrozándolo en un destello de energía.

—¡AAAH! —gritó de dolor el pelinegro, el impacto del ataque resonando dentro de él mientras una descarga eléctrica lo atravesaba, un recordatorio brutal de lo que estaba en juego. Sus puntos de vida se redujeron drásticamente, y la angustia se apoderó de su mente. La imagen de Rebecca convenciéndose de su sufrimiento lo perseguía.

—¿Qué esperas, Mokuba? —se burló Asa, disfrutando de cada palabra que salía de su boca—. Muestrale al mundo lo que son los Kaiba. Deja a tu amiga morir y sálvate.

Las palabras de Asa fueron como dagas afiladas hiriendo su corazón. La presión y la culpa lo abrumaban. Tenía que pensar en algo rápido. Si atacaba, haría daño a Rebecca; pero si dejaba que Asa ganara, moriría. Seto siempre le había advertido sobre las personas, que no todos eran sus amigos, y que había quienes deseaban hacerles daño.

En ese momento, la impotencia lo invadió, pero una chispa de resistencia se encendió dentro de él. No podía y no lo haría. No podría vivir con el peso de haber abandonado a su amiga.

—¡No! —gritó, su voz resonando con determinación—. No dejaré que esto termine así.

A pesar de la angustia, su mente comenzó a trabajar. Recordó las enseñanzas de su hermano. Tenía que mantenerse firme y buscar una salida. Las cartas en su mano podrían ofrecerle una solución, pero necesitaba tiempo para formular un plan.

—Termino mi turno con una carta boca abajo —explicó Asa, su tono despectivo, como si estuviera disfrutando del juego macabro que había creado.

Mokuba apretó los puños, sintiendo la rabia y el miedo chocar dentro de él. La oscuridad que lo rodeaba parecía hacer eco de la batalla que libraba en su interior. Sabía que cada decisión que tomara podría costarle la vida a Rebecca, y eso lo llenaba de terror.

Encerrado en una de las habitaciones de la mansión, la tensión consumiéndolo mientras observaba el monitor que mostraba el duelo de su hermano. Sus ojos se centraron en Mokuba, quien enfrentaba a Asa con una valentía que le hacía sentir una mezcla de orgullo y desesperación.

—¡Maldición! —se quejó, golpeando la mesa con el puño. Su frustración aumentaba al ver cómo Mokuba perecía ante la descarga eléctrica. Era una tortura para él, estar tan cerca y no poder hacer nada. Cada grito de dolor de su hermano resonaba en su mente como un eco de su impotencia.

—Todo estará bien… —intentó tranquilizar Serenity, colocando una mano en el hombro del ojiazul, buscando ofrecerle algo de apoyo en medio del caos. Pero Seto retiró su mano con frustración, incapaz de aceptar consuelo en ese momento.

—Si le pasa algo a Mokuba, no me lo perdonaré —dijo, apretando fuertemente los puños. La rabia y el miedo se entrelazaban en su interior, y la idea de que su hermano pudiera resultar herido lo llenaba de un profundo desasosiego.

Sentía que la impotencia lo consumía, cada segundo que pasaba sin poder actuar lo desgastaba más. Quién fuera que estuviera detrás de esto, lo pagaría muy caro. La venganza burbujeaba en su interior, pero sabía que no podía dejarse llevar por la ira. Tenía que pensar con claridad, pero la presión de la situación lo nublaba.

Conocía a Mokuba; sabía que haría lo que fuera por salvar a cualquiera de sus amigos, incluso si eso significaba sacrificarse. Así era él, noble y justiciero, siempre dispuesto a arriesgarlo todo por los demás. Tenía complejos de héroe, los cuales nunca entendería, esa era una de las cosas que más admiraba de su hermano, pero también lo que más lo aterraba. Era un héroe en su propia mente, pero Seto sabía que esa mentalidad podía llevar a su hermano a la ruina.

—Wheeler, hazlo bien —murmuró, su voz cargada de tensión. La esperanza de que Joey pudiera desactivar el sistema de seguridad era lo único que mantenía a Seto en calma. Si no lograban salir a tiempo, todo lo que habían construido se desmoronaría.

Maldición, ahora solo podía confiar en el tonto de Wheeler y sus patéticos amigos. La idea de que el destino de Mokuba dependiera de ellos lo llenaba de desagrado. No podía creer que se encontrara en una situación tan ridícula. Esto no le volvería a pasar, por Ra, que no.

—¿Qué debemos hacer ahora, Joey? —preguntó Tristan, anonadado ante la magnitud del objeto que tenía frente a él. La caja metálica brillaba con luces intermitentes, cada una pulsando como si tuviera vida propia. La situación se sentía abrumadora, y la presión de tiempo hacía que su corazón latiera con fuerza.

—Dijo que debemos desconectar la matriz sin desconectar el núcleo… —respondió Joey, su voz titubeante mientras intentaba recordar las palabras de Kaiba que había repetido una y otra vez en su mente. La ansiedad comenzaba a hacer mella en su concentración—. O esperen, creo que era al revés.

—¿Cuál es la matriz? —preguntó Duke, frunciendo el ceño, visiblemente confundido. Las terminologías técnicas lo hacían sentir fuera de lugar en esta situación crítica.

—¡Estúpido Kaiba, no sabe explicar bien! —maldijo Joey, sintiendo la frustración crecer en su pecho. La urgencia de la situación lo empujaba a tomar decisiones rápidas, pero el caos de la información en su mente solo complicaba todo—. ¡Solo desconectemos todos los cables que encontremos!

Con determinación, se arrojó hacia la caja, con Tristan y Duke siguiéndolo de cerca. Joey tomó el primero de los cables, un alambre grueso que parecía crucial para el funcionamiento del núcleo. Con un tirón firme, lo desconectó de su lugar, y al instante, las luces del gran objeto comenzaron a perder su intensidad, titilando antes de apagarse casi por completo.

—¡Eso es! —gritó Tristan, la adrenalina corriendo por sus venas—. ¡Sigamos!

Sin dudarlo, continuaron desconectando todo lo que tenía forma de alambre. Cada cable que caía producía un ligero chisporroteo, y las luces de la caja metálica se desvanecían poco a poco. La atmósfera en la habitación se volvía cada vez más pesada, como si el aire estuviera cargado de electricidad estática. La tensión aumentaba con cada segundo, y el tiempo parecía escurrirse entre sus dedos.

Finalmente, tras varios intentos, el último cable fue desconectado. Las luces se apagaron por completo, y un silencio absoluto envolvió la habitación. Sin embargo, el efecto fue inmediato: toda la mansión Kaiba quedó a oscuras. La oscuridad era abrumadora, y el sonido del bullicio de la fiesta se desvaneció, dejando solo el eco de su respiración.

—¿Qué hemos hecho? —preguntó Duke, su voz apenas un susurro en la penumbra. La incertidumbre lo invadía, y se sintió vulnerable en esa oscuridad.

—No lo sé —respondió Joey, su corazón latiendo con fuerza mientras trataba de adaptarse a la nueva realidad—. Pero al menos hemos desactivado el sistema. Ahora, tenemos que encontrar a Serenity.

Tristan se movió, palpando las paredes en busca de una salida. La oscuridad era opresiva, y cada paso que daban parecía arrastrar consigo la esperanza de que todo saldría bien.

—Joey, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Tristan, su voz llena de preocupación.

—Kaiba mencionó algo sobre un núcleo… —comenzó Joey, recordando las palabras de su hermano, pero se detuvo. La verdad era que no tenía un plan claro. La situación era más complicada de lo que había anticipado.— Quizás restauremos la energía, si descubrimos cual es.

La mente de Seto estaba centrada en una sola cosa: rescatar a Mokuba. Cada segundo contaba, y la oscuridad solo alimentaba su deseo de actuar. No podía dejar que la situación se descontrolara más de lo que ya lo estaba.

—¡Estúpido Wheeler! Le dije que no desconectara la matriz —se quejó Seto, frunciendo el ceño al percatarse de que la mansión había quedado completamente a oscuras. La pantalla del monitor que había estado observando ahora era solo un lienzo negro, y la desesperación creció en su pecho.

—Seto, no podemos perder más tiempo —alertó Serenity, sacando su móvil y encendiendo la linterna. La luz tenue iluminó sus rostros, revelando la preocupación en sus miradas.

Seto solo asistió en respuesta, sin perder un segundo. Abrió la puerta que anteriormente los había mantenido cautivos, sintiendo la adrenalina dispararse en su sistema. La urgencia de la situación lo empujó a correr lo más rápido que sus piernas podían, cada paso destinado a salvar a su hermano.

Resiste, Mokuba.