EL PESO DE LA VERDAD

Estaba en casa.

¿Cómo?

Imposible, ella estaba en el inframundo, hacía meses que no pisaba su casa en el bosque. Todo estaba oscuro, pero sabía perfectamente que estaba tumbada en la cama de su habitación, así que se levantó. Solamente se escuchaba la brisa entrar por las ventanas. Se asomó al pasillo en busca de alguna luz prendida y vio algo en el piso de abajo.

Bajó por las escaleras con cuidado, en medio de la mesa había una vela encendida, pero lo que le impactó más fue que su madre y su hermano estaban sentados alrededor de la mesa.

Su madre estaba con los brazos cruzados, su expresión era seria, con el ceño fruncido. Sus ojos la miraban con una mezcla de dolor y decepción. En cambio, su hermano pequeño la miraba con mucha tristeza, pues estaba llorando.

¿Por qué te has ido, Eri? ¿Ya no nos quieres? —le dijo Zenos entre sollozos.

¡No! ¡Os quiero mucho! Yo…

Nos has abandonado —se escuchó otra voz. Esta venía detrás de ella. Se giró y vio a sus amigos: Patroclo, Ilena y Tadd.

¡Chicos! ¿Qué hacéis aquí? Yo nunca os abandonaría —contestó Eri desesperada, pues sus amigos la miraban con rabia y desprecio.

¿Dónde estabas cuándo más te necesitábamos?—soltó Tadd con frialdad.

A Erianthe se le encogió el corazón al escuchar esas palabras.

Tadd…, no, yo… —Intentó hablar, pero solo le salió un hilo de voz, casi un susurro.

Creí que eras diferente, Eri —escuchó la voz de su madre. Se giró y la vio de pie justo delante de ella.

No le dio tiempo a contestarla. El suelo comenzó a ceder bajo sus pies. El mundo se rompía a su alrededor como un espejo hecho añicos. Erianthe sintió que caía. Un grito quedó atrapado en su garganta cuando todo a su alrededor se volvió un torbellino de sombras.

Y entonces, despertó.

Su respiración era errática. Su cuerpo se estremeció, por el frío que hacía en la habitación. Ya hacía días que sentía que hacía más frío en el inframundo, "debe de ser invierno en la tierra", pensó.

Se sentó en la cama. El corazón le golpeaba dolorosamente en el pecho, como si quisiera salir disparado. Las imágenes de su madre, de su hermano y sus amigos seguían frescas en su mente. "Ha sido un sueño", pensó.

Pero lo sintió como si hubiese sido real. Se sentía culpable.

Se pasó una mano por la cara y se levantó de la cama. Sabía que no volvería a dormir. Por lo que, se fue directamente al cafeterium; cocinar le ayudaría a despejar la mente.

Cuando llegó se encontró que no había nadie. Preparó los ingredientes que necesitaba y se puso manos a la obra.

Sus manos se movían por inercia, y el único sonido era el de los utensilios que estaba utilizando para cocinar, pero su mente seguía atrapada en el sueño. "¿Por qué he soñado con ellos? ¿Estarán bien?"

Las palabras de su madre y la mirada acusadora de sus amigos pesaban sobre ella. Desde que había llegado al Inframundo, su vida había cambiado de maneras que nunca imaginó. Y aunque había encontrado algo en este lugar… no podía ignorar que ellos seguían ahí fuera.

"¿Están en peligro?"

No podía saberlo. ¿Y si se lo pedía a Hades? ¿Le dejaría visitarlos? Una parte de ella no lo tenía claro si le dejaría. Exhaló despacio y siguió cocinando, intentando calmarse, pero el nudo en su pecho no desaparecía.

En otro punto del inframundo, el señor de los muertos despertó, sintiéndose extraño. Había dormido bien, sin pesadillas, sin despertarse a media noche. Nada de eso, es más, había soñado con cierta chica de pelo naranja. Aunque, también se sentía raro porque era la primera vez en mucho tiempo que se había abierto a alguien.

Se pasó una mano por el rostro y suspiró. Había revelado demasiado. Había hablado de su madre, de su pasado, de su verdadero nombre. "No debería haberle contado tanto. ¿En qué estaba pensando?".

Pero en el fondo sabía la respuesta. Con esa chica, al abrirse de esa manera, se sentía natural, no sentía que fuese forzado, es más, después de contarle todo eso ayer, sentía como si se hubiese quitado un peso de encima.

Sin embargo, le inquietaba, seguía siendo la hija de su Némesis, y le había revelado aspectos de su vida que casi nadie conocía. Ahora era vulnerable ante ella, pero sabía que nunca utilizaría lo que sabía en su contra, no era como él.

Se levantó de la cama con un suspiro frustrado y se dirigió a la habitación de la chica. Necesitaba verla. No sabía bien por qué, pero lo necesitaba.

Al llegar, vio que su habitación estaba vacía. Frunció el ceño.

"¿Dónde estás mocosa?"

Recorrió varias estancias hasta que cayó en la cuenta de que podría estar en el cafeterium preparando el desayuno. No tardó en llegar y, al cruzar la puerta, la vio. Su corazón se aceleró con una intensidad que le molestó.

Erianthe estaba concentrada cortando varios ingredientes, pero había algo raro. Se la veía tensa y ausente. Hades frunció el ceño y se acercó sin hacer ruido.

—¿Erianthe?

No reaccionó.

Hades arqueó una ceja. Entonces, el dios pasó la mano delante de la ella para llamar su atención. Sin éxito. Así que lo único que le quedaba era extender la mano y tocarle el hombro. Ante eso, la chica sí que reaccionó.

Eri no se esperaba que nadie la tocase, pues no se había percatado de la presencia del dios, que con tan mala pata, en ese preciso instante movió el cuchillo que sostenía, y se cortó.

—¡Ay! —gritó la chica, soltando al instante el cuchillo.

Hades reaccionó al instante. Antes de que pudiera apartar la mano, él ya la había tomado entre las suyas. Un delgado hilo de sangre corría por su dedo.

— ¿En qué estás pensando? A este paso te cortarás la mano —le recriminó Hades, molesto, aunque en su cara se reflejaba cierta preocupación.

Enseguida, Hades utilizó su poder para curarle el corte. Unas llamas azules rodearon la palma de la chica. Como siempre sintió calor, pero nunca se había fijado que eran llamas azules, las que le curaban. Lo raro es que no le quemaban, todo lo contrario sentía un calor agradable.

— Sabes, pensaba que era Apolo el único que podía curar —le dijo Erianthe en ese momento.

— Es una de sus especialidades. Cada dios tiene dones que lo hacen destacar más, en su caso, la curación y predecir el futuro. Pero tanto Zeus, Poseidón, Hera, Hestia, Deméter y yo tenemos algo más de poder, o más habilidades, sobre todo, los tres dioses que nos encargamos de varios reinos.

— Entonces, ¿tus poderes pueden hacer de todo?—preguntó Eri asombrada.

— No, nena, de todo tampoco. No soy el señor del cosmos, como el señor relámpagos, pero digamos que tengo un gran poder, y en este caso puedo curar algunas heridas. Y más, si son de mis subordinados. —contestó con tono orgulloso el dios de los muertos.

— ¿A qué te refieres con "y más, si son de mis subordinados"? —preguntó extrañada la chica.

— Pues, a ver, cuando tú firmas o pactas con el señor de los muertos, o sea, moi, estableces un vínculo. Es más fácil curar cuando has establecido un vínculo con alguien, por eso, puedo curarte fácilmente. —explicó Hades. — Por cierto, el cuchillo queda fuera de servicio para ti. —Tomó uno de los cuchillos y comenzó a ayudarla a cortar los ingredientes. Erianthe parpadeó, completamente desconcertada.

Nunca se había planteado lo poderoso que era Hades, sabía por su madre lo que era capaz de hacer, al igual que había visto con sus propios ojos cómo había luchado con los traficantes de esclavos, como peleó con sus propias manos con una gorgona o como utilizó sus poderes para escapar de los monstruos. No lo podía negar, y el rey del inframundo, Hades, dios de los muertos, era sin lugar a dudas uno de los dioses más poderosos. Y ahí estaba cortando fruta en la cocina del cafeterium.

—¿Tú… sabes cocinar? —preguntó, con una mezcla de asombro y curiosidad, la hija de Hércules.

Hades esbozó una pequeña sonrisa mientras cortaba con destreza.

—Aprendí cuando era joven. —Su voz bajó un poco, volviéndose más suave—. Ayudaba a mi madre en la cocina.

El simple comentario hizo que el corazón de Erianthe se encogiera. Había algo tan humano y tierno en esa imagen de Hades siendo un niño, ayudando a su madre, que no pudo evitar mirarlo con otros ojos.

Los dos iban cocinando en silencio, de vez en cuando alguno de los dos se miraba de reojo, sobre todo Eri que veía al dios realizar esa tarea tan cuotidiana. Erianthe comenzó a preparar uno de los platos favoritos de Hades: los gusanos sazonados. Al ver cómo preparaba la bandeja, Hades no pudo resistir la tentación.

Con una sonrisa ladina, empezó a de la bandeja de gusanos antes de que ella terminara de prepararlos.

—¡Aidoneus! —protestó Erianthe, empujándolo suavemente—. ¡Aún no he terminado!

Hades dejó de masticar.

—Repítelo —dijo Hades mirando intensamente a la chica.

— ¿Eh?

— Repite lo que me has dicho —cada vez el dios estaba más cerca.

— ¿Qué aún no he terminado? —Eri no entendía por qué Hades actuaba así.

— No, eso no. Repite mi nombre —sonaba casi una súplica por parte del dios.

—Aidoneus —dijo casi con un susurro Erianthe, que miraba al dios llameante comprendiendo lo que le ocurría, pues se abalanzó hacia ella para abrazarla.

— Me gusta cuando pronuncias mi nombre, mocosa —dijo el dios con voz suave. Erianthe nunca se imaginó que Hades la abrazaría de esa manera tan tierna, y pensó en las veces que necesitaba que alguien lo llamase por su verdadero nombre.

Hades aprovechó esta distracción para robar más gusanos de la bandeja.

—¡Oye! ¡No cojas más gusanos, que aún no he acabado! —le reclamó Erianthe separándose bruscamente del abrazo. El dios de los muertos se rio, sus ojos brillaban con diversión, mientras masticaba con satisfacción uno de sus manjares favoritos.

—No puedo evitarlo, mocosa. —dijo entre risas—. Están demasiado buenos, aunque tengo que reconocer que cada vez prefiero tu comida. Y cómo los preparas, la verdad es que están para morirse.

Erianthe soltó una carcajada, divertida por el entusiasmo del dios.

—¿Quieres probarlos? —preguntó Hades, acercándole uno.

Erianthe puso una mueca de asco inmediato, apartándose ligeramente.

—¡Ni de coña! —exclamó, sacudiendo la cabeza.

Hades rio con fuerza, su risa retumbando en las paredes del cafeterium.

—¿Y no te da asco prepararlos? —preguntó, curioso.

Erianthe se encogió de hombros con una sonrisa.

—Ya me he acostumbrado. Además… —Lo miró de reojo— les añado un poco de romero. Para darle mi toque. Me alegro de que te guste.

Hades levantó una ceja, sorprendido.

—¿Así que ese tu ingrediente secreto?—murmuró, su voz cargada de una mezcla de admiración y diversión.

Erianthe sonrió orgullosa de que a Hades le gustasen las sazones que les ponía a sus gusanos, así que después de sazonarlos, como le había "prohibido" utilizar el cuchillo, se puso a amasar la masa para el pan de pita. Sus manos trabajaban con firmeza, hundiéndose en la masa, mientras Hades la observaba con atención. Pero el dios del Inframundo no podía quedarse quieto por mucho tiempo.

Una idea traviesa cruzó su mente.

Con un movimiento rápido, tomó un puñado de harina y lo lanzó suavemente sobre Erianthe, cubriendo su cabello y parte de su rostro. La chica se quedó paralizada por un segundo, antes de girarse lentamente hacia él, con una ceja levantada.

—¿De veras acabas de hacer eso? —preguntó, pero su sonrisa traicionaba su intento de parecer seria.

Hades se encogió de hombros con inocencia.

—¿Qué? ¡No me mires así! Que sepas que la harina te queda bien, te da un estilo más rústico.

Erianthe no se quedó atrás.

Tomando un puñado de harina, se lo lanzó directamente al pecho.

—¡Pues tú también necesitas un cambio de imagen, señor del Inframundo!

La pequeña batalla continuó durante unos minutos más, las risas de ambos llenando el cafeterium. La harina volaba por todas partes, cubriéndolos de pies a cabeza.

Cuando finalmente se detuvieron, ambos estaban jadeando, con las mejillas sonrojadas por la risa y la energía. Erianthe sonreía, le gustaba esta faceta divertida del dios, parecía un niño travieso con ganas de jugar, y pensó: "se quedó sin infancia, demasiado pronto". Pues su padre le arrebató la mayor parte de su infancia y juventud.

Hades la miró, sus ojos oscuros brillando con una calidez poco habitual.

—No recuerdo la última vez que me divertí tanto. —admitió en voz baja.

Erianthe lo miró con ternura, su corazón latiendo con fuerza.

—Yo tampoco. —susurró, sus ojos encontrándose con los de él. Hades hizo que la pesadilla de esa noche se evaporase como el humo y ahora solo pensaba en lo infantil que podía llegar a ser. Y por un momento, el tiempo del inframundo pareció detenerse.

Los dos se miraban.

Hades tenía una expresión satisfecha. Su respiración estaba agitada por correr por la cocina del cafeterium, había hecho que Erianthe mordiese el polvo, o mejor dicho, harina en esa "pequeña" batalla. Mientras que Erianthe, que estaba ligeramente más cubierta de harina, tenía las mejillas sonrosadas de esquivar los ataques del dios. Los dos intentaban recuperar la respiración, pero acabaron riendo a carcajadas de la ridícula situación en la que habían terminado.

Hades fue el primero en moverse, sacudiendo ligeramente la harina de su chitón con un gesto exagerado.

—Mocosa, mira lo que has hecho. —bromeó, aunque la sonrisa que acompañaba sus palabras traicionaba cualquier rastro de fastidio.

Erianthe se rio, acercándose para sacudir la túnica del dios, tratando de quitarle un poco más de harina.

—Tú empezaste. —respondió con una sonrisa traviesa.

La cercanía entre ambos se hizo palpable nuevamente. Sus manos se rozaron accidentalmente, y por un momento, la habitación pareció encogerse, dejando solo el espacio suficiente para ellos dos. No podían negar que había algo que los impulsaba a atraerse sin remedio.

Hades miró a Erianthe, sus ojos oscuros la miraban con un sentimiento que no supo describir.

—Sabes —comenzó, a hablar el dios de los muertos—, hacía mucho tiempo que no cocinaba con nadie y menos con una mortal.

Erianthe lo observó, sorprendida por la confesión.

—Supongo que debería sentirme especial entonces. —susurró ella, sonriendo suavemente.

Hades asintió, agarrando una de sus manos entre las suyas.

—Lo eres. —Respondió esa sinceridad, dejó a Erianthe sin palabras. Cada vez el dios estaba más cerca de ella. —¿Qué te parece si hacemos esto más seguido?

— ¿Cómo? ¿Cocinar juntos?—preguntó Eri divertida.

Hades se inclinó un poco más cerca, su aliento cálido rozando la mejilla de ella.

—Pasar tiempo juntos. —Y Hades besó la mano de la chica, que tenía agarrada entre las suyas. Las mejillas de Eri se encendieron al notar el cálido contacto de los labios del dios sobre su piel. Su corazón latía con mucha fuerza.

Los dos no podían apartar la mirada del uno al otro. Últimamente, había "algo" que los incitaba a estar juntos, a compartir estos momentos, pero Erianthe en el fondo sabía que se "moría" por besarlo, como cuando estuvieron a punto de hacerlo en su habitación. Aun así, no se atrevía. Tenía miedo de ser la que cruzase esa línea, de malinterpretar las señales, y perder estos momentos con él. Prefería quedarse de esa manera, pero no podía evitar mirar esos sus labios.

—¡ERI! —Y la magia de ese instante se rompió por la entrada de dos diablillos inoportunos y de una gorgona que sonrió al ver cómo el dios de los muertos tenía agarrada la mano de la chica.

— ¡Vaya! ¿Interrumpimos algo?—dijo Euríale con una sonrisa sugerente.

Los dos se apartaron como si no se hubiesen duchado en semanas. Erianthe se alejó de Hades tan rápido que casi tropezó con una de las sillas del cafeterium, su rostro completamente rojo.

Hades, por su parte, no estaba mucho mejor.

Sus llamas parpadearon y se elevaron un poco más de lo normal, señal de su agitación interna.

—¡¿Qué demonios hacéis aquí?! —gruñó el dios del Inframundo, su ceño fruncido y sus ojos oscuros brillando con irritación.

Pena y Pánico se miraron el uno al otro, nerviosos, pero no tardaron en recuperarse.

—Ejem… nosotros… bueno… veníamos a ver cómo iba el desayuno. —dijo Pánico, moviendo las manos con nerviosismo.

—Sí, sí, ¡el desayuno! —agregó Pena, asintiendo con fuerza.

Euríale cruzó los brazos y sonrió de manera burlona.

—Veo que os lo estabais pasando bien. —dijo con una voz cantarina y pasando el dedo por encima de la encimera. — ¿Quién empezó la guerra de harina? ¿Fuiste tú, Eri?

Erianthe soltó un sonido ahogado de indignación.

— ¿Qué? ¿Yo? ¡Fue Hades! Además, no estábamos haciendo nada —exclamó la chica, aún roja de la vergüenza.

—¡Basta! Si venís por el desayuno, aún no está listo. No seáis un incordio y esfumaos hasta que esté listo, u os chamusco —advirtió el dios irritado que ya se estaba poniendo de color naranja.

Los diablillos se sentaron en la mesa de siempre y Euríale les siguió, no sin antes dedicarle una sonrisa a Erianthe.

La hija de Hércules se puso manos a la obra para acabar el desayuno, que por fortuna no le quedaba mucho, mientras Hades, en un chasquido de dedos, hizo desaparecer todo el estropicio que habían hecho con la harina.

Justo en ese momento apareció Giles y los pocos subordinados del inframundo empezaban a entrar al cafeterium en busca de la primera comida del día. Una vez preparado el desayuno, lo llevó a la mesa, donde le esperaban todos, incluso Hades, quien ya se había calmado de los comentarios de Euríale.

—¡Qué buena pinta tiene todo! —exclamó la gorgona al ver la comida.

— Eri es muy buena cocinera —dijo Pena a la vez que empezaba a comer.

Euríale al probar el primer bocado de su comida, hizo un sonido de satisfacción.

— ¡Está riquísimo! Hacía tiempo que no comía tan bien —dijo la gorgona.

Erianthe sonrió orgullosa, siempre se esforzaba en preparar una buena comida. Empezó a comer hasta que la gorgona le soltó:

— Así que eres la hija de Hércules. — inquirió Euríale.

Enseguida, la hija del héroe más famoso de toda Grecia dejó de comer y la miró. No sabía bien, bien qué mirada le estaba dedicando la gorgona. Hades observaba la situación. No le daba buena espina que esa mujer estuviese indagando por su padre, por lo que, el dios optó por escuchar y actuar en el caso de que esa gorgona le quisiera hacer algo a Eri.

— Sí, soy su hija. —respondió la chica. No podía mentirle, puesto que el día que escaparon de Echidna lo gritó a los cuatro vientos.

— ¡Qué pasada! Pensaba que la familia de Hércules estaba muerta, y va, y la mortal que se intenta colar en la guarida de los monstruos es ni más, ni menos que la hija de Hércules. ¡Y encima, eres muy buena arquera! ¡No pensaba que te tuvieras tan buena puntería! —respondió Euríale entusiasmada.

— ¿Eh? —Erianthe se quedó sin palabras, al igual que toda la mesa. No esperaban esa que la gorgona reaccionase de esa manera tan entusiasta.

— ¿Quién te enseñó? ¿Hércules? ¿Su entrenador, Phil?

Euríale estaba realmente emocionada, y Erianthe sonrió.

— Pues empezó Phil. Él fue el que me enseñó a "pelear", a aprenderme las reglas del héroe y vio que tenía potencial con el tiro con arco. Lo que, mi padre, estuvo en contra. No quería que su hija pelease y menos que se hiciese daño. — recordó con nostalgia la chica.

— ¿Tu padre te prohibió entrenar? —inquirió la gorgona.

— Básicamente, sí. Adoro a mi padre y lo quiero con locura, pero me trataba como si fuese una vasija que se pudiese romper en cualquier momento. Su plan era prometerme con alguien que pudiese darme protección y una buena vida.

— ¿Y tu madre estaba de acuerdo?—preguntó el dios irritado, su ex subordinada no estaría de acuerdo con esa bobada. Sabía que el idiota de su sobrino estuvo a punto de prometer a Eri con el príncipe de Tebas, y eso le cabreaba, pero a la vez le aliviaba por no haberlo formalizado. La idea de que Erianthe llegase a estar prometida con alguien le molestaba mucho.

— A mamá nunca le gustó esa idea. Siempre le decía a papá que las mujeres no son trofeos que ofrecer y que, cada uno debía tener libertad en buscar su propia felicidad. — contestó Erianthe orgullosa de las palabras de su madre.

En eso, Hades sonrió. Era tan típico de Meg: rebelde e indomable. En cierto modo, Erianthe le recordaba a ella, pero, a diferencia de su antigua subordinada, la presencia de su hija tenía el don de iluminar cualquier estancia, y aún más cuando sonreía. "Su sonrisa brilla más que el sol que Apolo arrastra por el cielo cada día", pensó el dios de los muertos.

—Me cae bien tu madre —dijo la gorgona con una sonrisa—. Así que, ¿Fil te enseñó todo lo que sabes sobre tiro con arco?

Erianthe negó suavemente con la cabeza.

—Me enseñó muchas cosas, pero en el tiro con arco mi maestra fue Dione, la reina de Tebas —respondió con una sonrisa cargada de nostalgia.

El silencio se apoderó de la mesa. Todos se quedaron mirándola, atónitos.

—¿¡La reina?! —exclamaron al unísono.

—Sí, Dione descendía de las amazonas —explicó con calma—. Siempre decía que tenía un don, que podía convertirme en una gran tiradora.

—¡Me encantaría conocerla! ¡Una amazona! —exclamó Euríale, emocionada.

Erianthe esbozó una sonrisa, pero esta vez fue vacía, con falta de alegría. El recuerdo de Dione aún le dolía como una herida abierta.

—Por desgracia, ya no está —murmuró, conteniendo las lágrimas—. Murió hace muchos años…

—¿En serio? ¿Qué le pasó? —preguntó Pánico con cautela.

—La asesinaron —respondió Erianthe con frialdad, su voz firme y cortante como una espada.

Su mirada se endureció al recordar aquel momento, un destello de dolor y rabia contenida que no pasó desapercibido para Hades. "¿Qué más está ocultando? ¿Cuánto ha sufrido todos estos años? ¿Por qué no lo comparte conmigo?", reflexionó el rey del inframundo, observándola en silencio.

—Eri, yo… lo siento —dijo Euríale con tristeza.

—No te preocupes, Euríale… —respondió Erianthe con una leve sonrisa amarga—. Dione fue una mujer fuerte, pero ni siquiera ella pudo contra Licario y sus secuaces. Al fin y al cabo, su guardia personal está compuesta por asesinos.

Ante aquella revelación, los presentes en la mesa palidecieron. ¿Asesinos? ¿Qué clase de rey gobierna Tebas? Se preguntaron en silencio. Sin embargo, Hades no se sorprendió. Ya conocía la historia del malnacido que había reducido su hogar a cenizas, que había asesinado a sus abuelos y que, además, le arrebató la vida a Lisander.

Erianthe continuó, su voz fría y su mirada endurecida por el odio.

—El rey Licario tiene bajo su mando a la peor calaña imaginable —dijo Erianthe con voz firme, aunque sus ojos reflejaban la sombra del pasado—. Pyros, el pirómano… un sádico que disfruta torturando y matando a sus víctimas prendiéndolas en llamas. Lo sé, lo he vivido.

Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar aquel día. Durante un breve instante, su mirada se perdió en el vacío, pero se obligó a seguir.

—Toxicón, el asesino silencioso, un experto en venenos… Él fue quien mató a la reina con cianuro. Hybris, una chica de mi edad… —hizo una pausa, conteniendo la amargura en su garganta—. Se ganó su puesto en la guardia real cuando, con solo ocho años, decapitó a nuestra profesora sin titubear.

Su voz se endureció aún más al mencionar al siguiente nombre:

—Caestus, el "Puño de Hierro", el amo de los bajos fondos. Controla la prostitución, las peleas clandestinas y el mercado negro de Tebas.

El silencio que siguió pesó sobre la mesa, pero en la mirada de Erianthe solo había furia contenida. Los demás la miraban incrédulos, pero ella apenas parpadeó antes de continuar.

—Pero sabéis… el peor de todos es Catharsis, el Titiritero. Él mueve los hilos desde las sombras. Nadie conoce su verdadero rostro, pero aquellos que han estado en su presencia… jamás han vuelto a ser los mismos.

—Ahora entiendo por qué existen los Hijos de la Revolución. Sin ellos…

—Tebas habría caído hace años —sentenció Erianthe, con firmeza.

Hades entrecerró los ojos, analizando cada matiz en la expresión de la joven. Había furia en su voz, sí, pero también una determinación férrea, como si el peso de aquella lucha hubiese caído directamente sobre sus hombros.

—Los Hijos de la Revolución… —murmuró Euríale, rompiendo el silencio—. ¿Tú… formas parte de ellos?

Erianthe sostuvo su mirada sin titubear.

—Sí, formo parte de ellos. Los Hijos de la Revolución son los únicos que se atrevieron a enfrentar a Licario —afirmó Erianthe con determinación.

Euríale apoyó un codo sobre la mesa, mirándola con interés.

—Me encantaría conocerlos en persona… incluso unirme a ellos —dijo con una sonrisa entusiasta.

Erianthe la miró con sorpresa antes de sonreír con cierta curiosidad.

—¿En serio? ¿Y eso? Nunca pensé que una gorgona querría involucrarse en los asuntos de los humanos.

—Mi hermana, Medusa, siempre decía que no todos los humanos son malos —respondió Euríale con un tono más suave—. Y además, ella era muy amiga de tu padre, Hércules.

Erianthe parpadeó, visiblemente sorprendida.

—¿De verdad? No tenía idea.

—Sí, —asintió la gorgona—. Se conocieron cuando tu padre asistía a la Academia Prometeo.

—Pff… lo recuerdo —intervino Hades con una sonrisa irónica, cruzándose de brazos—. Nunca olvidaré el chasco que me llevé cuando Medusa salvó al tonto de mi sobrino de quedarse convertido en piedra para siempre.

Erianthe levantó una ceja.

—¿En serio? ¿Estuviste a punto de dejar a mi padre petrificado?

Hades sonrió con picardía.

—Digamos que desafortunadamente mi plan no salió como yo quería—, dijo con un aire despreocupado, aunque luego, tras una pausa, su expresión se suavizó—. Aunque… si se hubiera quedado petrificado, nunca hubieses nacido.

El comentario pilló a Erianthe desprevenida. Un leve calor subió a sus mejillas, pero antes de que pudiera reaccionar, Euríale rompió el momento con una carcajada.

—¡Vaya, vaya! ¡Eso casi sonó como un cumplido, señor del Inframundo!

Hades rodó los ojos y, con un resoplido, volvió a centrarse en su comida. Erianthe, sin embargo, seguía sintiendo el peso de sus palabras en el pecho. Pero, por alguna razón, le había sonado más sincero de lo que Hades probablemente quería admitir.

—Eri, tengo curiosidad. ¿Alguna vez has visto a Fénix? —preguntó Euríale con interés.

—¿Quién es Fénix? —intervino Pena, frunciendo el ceño.

—Pues… —Erianthe comenzó a responder, pero la gorgona la interrumpió bruscamente.

—¡¿Cómo que no sabéis quién es?! —exclamó Euríale, mirando a los presentes con incredulidad.

Los demás intercambiaron miradas y negaron con la cabeza.

—Es el líder de la revolución. El fundador de los Hijos de la Revolución —explicó con emoción—. Fue quien desafió al rey Licario lanzándole una flecha y declarándole la guerra. O al menos… eso dicen los rumores.

—Parece que eres una gran admiradora de ese tal Fénix —comentó Pena, arqueando una ceja.

—¡Por supuesto! —afirmó Euríale con entusiasmo—. Desde aquel día, Fénix ha liderado la revolución con valentía. Es un símbolo de esperanza para muchos.

Erianthe sonrió levemente al escuchar las palabras de la gorgona, pero permaneció en silencio.

—¿Entonces realmente quieres unirte a la revolución, Euríale? —preguntó Erianthe, observándola con curiosidad.

—Sí… pero, además, quiero decirle algo a Fénix.

—¿Algo? ¿De qué se trata? —inquirió Erianthe, inclinándose ligeramente hacia delante.

La expresión de la gorgona se volvió más seria.

—Sé quién ha hecho un pacto con Equidna.

El silencio cayó sobre la mesa como una losa. Todos los presentes contuvieron el aliento. Erianthe sintió un escalofrío recorrer su espalda antes de atreverse a preguntar:

—Euríale… por favor, dime que no fue alguien de Tebas.

La gorgona desvió la mirada con incomodidad antes de soltar un suspiro.

—Bueno… creo que sí —admitió finalmente—. Era una mujer de una belleza deslumbrante, con un largo cabello negro. Se presentó ante nosotros diciendo que era la suma sacerdotisa de Tebas.

Erianthe sintió cómo la sangre abandonaba su rostro.

—¿Qué… qué has dicho? —susurró, completamente pálida.

Hades apretó los puños. Su expresión se oscureció, sus llamas parpadearon con intensidad. Esa mujer. Aquella maldita le había arrebatado el favor de los monstruos. ¿Qué les habría ofrecido a cambio?

Erianthe tragó con dificultad. Su mente iba a mil por hora, repasando cada posibilidad, cada desastre que esa alianza podría significar.

—Euríale… dime qué le dijo —su voz tembló levemente, pero estaba cargada de urgencia.

—Eri, yo… —La gorgona titubeó, mordiéndose el labio, sin saber si debía continuar.

—Por favor —suplicó Erianthe, su voz quebrándose.

Hades frunció el ceño. No le gustaba nada lo que estaba viendo. La desesperación en los ojos de la chica, el miedo que la paralizaba… algo iba muy mal. Y tenía la horrible sensación de que, fuera lo que fuese, estaba a punto de confirmarse.

—Les prometió que, si los monstruos apoyaban su causa, les entregaría Tebas en bandeja de plata.

Erianthe sintió un nudo en el estómago. Su mente procesaba cada palabra con una lentitud insoportable, como si se negase a aceptar lo que estaba escuchando.

—O sea que… —murmuró, su voz apenas un susurro—. Van a permitir que los monstruos ataquen Tebas… para devorar a la gente.

El peso de esa verdad cayó sobre la mesa como una sentencia de muerte. De repente, Erianthe se levantó de la mesa con la mirada perdida.

—¿Erianthe? —llamaron los diablillos con cautela.

La chica no respondió. Su mirada estaba perdida, su cuerpo tenso, y sus labios temblaban mientras luchaba por contener las lágrimas.

—¿Eri? —Esta vez fue Hades quien habló, su voz más firme, más cercana. Pero fue inútil. Erianthe estaba absorta en sus pensamientos.

El silencio en la sala se volvió insoportable. Una presión sofocante se cernía sobre el ambiente, como si el aire se hubiera vuelto denso. Erianthe sentía un nudo en la garganta, su respiración era errática y sus manos temblaban sobre la mesa. Su mente se había estancado en un bucle de pensamientos.

"Tebas… Mis amigos… Mi familia…"

Hades la observó en silencio. La veía desmoronarse, atrapada en su propio pánico, y esa sensación le resultaba inquietantemente familiar. Sin pensarlo demasiado, alargó la mano y tomó la de ella, apretándola con firmeza, pero con un toque de suavidad.

Erianthe se sobresaltó al sentir el contacto, como si acabara de despertar de una pesadilla. Parpadeó varias veces, volviendo en sí, pero cuando levantó la mirada hacia el dios de los muertos, a Hades no le gustó lo que vio en sus ojos.

Era miedo.

Miedo e inseguridad.

Hades sintió un peso incómodo en el pecho. Quiso decir algo, quiso retenerla antes de que se hundiera más en esa espiral de angustia. Pero cuando apenas hizo el ademán de moverse, Erianthe apartó su mano rápidamente.

—¡Madre mía! Qué tarde… —Su voz sonó forzada, como si estuviera fingiendo normalidad—. Perdón, chicos, tengo que empezar ya, si no se me echará el tiempo encima.

Y sin mirar a nadie, sin darle a nadie la oportunidad de detenerla, salió del comedor sin volver la vista atrás.

Hades se quedó mirando la puerta por donde Erianthe había desaparecido, inmóvil, con el ceño fruncido. No sabía qué hacer. ¿Debería ir tras ella o darle espacio?

Sabía perfectamente que la noticia la había afectado, pero lo que desconocía era cuánto. Y eso le inquietaba. Sus llamas parpadearon levemente mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa, perdido en sus pensamientos.

Los diablillos, al notar la tensión, intercambiaron miradas y decidieron intervenir.

—¡Vamos, Euríale! Te toca orientación —dijo Pánico con entusiasmo forzado.

—¿Orienta… qué? —preguntó la gorgona, arqueando una ceja.

—Orientación —aclaró Pena con aire de importancia—. Todo nuevo empleado necesita una formación sobre el Inframundo.

—Somos un negocio serio —añadió Pánico con orgullo, inflando el pecho.

Euríale los miró con incredulidad, pero no puso objeciones. Con un encogimiento de hombros, recogió su desayuno y los siguió.

Los tres salieron del comedor, dejando a Hades solo, ensimismado en sus pensamientos, removiendo distraídamente la comida en su plato. El aroma del desayuno que Erianthe había preparado aún flotaba en el aire, pero, por primera vez en mucho tiempo, la comida no le sabía a nada.

A lo largo del día, Erianthe se sumergió en su trabajo, limpiando y esculpiendo las columnas de la sala del trono con una concentración casi obsesiva. Evitó a Hades, a los diablillos y a Euríale, asegurándose de mantenerse ocupada para no enfrentarse a sus propias emociones.

Pero su mente no dejaba de divagar.

"¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo comunicarme con Tebas para advertirles?"

Cada golpe de cincel contra la piedra, cada trazo en la escultura, solo servía para disfrazar su creciente desesperación. Por primera vez desde que llegó al Inframundo, no acudió a sus clases en la biblioteca con Hades. Tampoco apareció para preparar la cena.

Cuando la hora llegó y su ausencia se hizo evidente, el dios del Inframundo sintió un creciente enfado burbujear en su interior.

Molestia. Frustración.

¿Así que ahora lo evitaba?

La llama en su cabeza ardía con más intensidad, reflejando su creciente frustración. Sus dedos tamborileaban contra el brazo de su trono con impaciencia. Erianthe podía esquivarlo todo lo que quisiera, pero tarde o temprano tendrían que hablar.

Estaba tan absorto en su enfado que, al principio, no notó los gritos que rompieron el silencio del palacio.

—¡Jefe! ¡Es Erianthe! —gritaron al unísono los diablillos, irrumpiendo en la sala del trono.

Hades frunció el ceño, su molestia rápidamente tornándose en alarma.

—¡La hemos encontrado desmayada en uno de los pasillos del palacio mientras hacíamos el tour de orientación! —exclamó Euríale, su tono cargado de preocupación.

El dios no esperó a escuchar más. En un instante, su figura se esfumó en una ráfaga de llamas azules, dejando tras de sí solo un aire sofocante.

No importaba cuán molesto estuviera.

Erianthe lo era todo para él. Y debía encontrarla.

¡Hola a todos!

Perdonad el retraso. Se me ha hecho imposible actualizar antes y, además, que he estado falta de inspiración y me he quedado algo bloqueada, pero finalmente he conseguido sacar adelante el capítulo.

Poco a poco iré profundizando con el conflicto de Tebas, y en la relación de Hades/Erianthe, pero bueno, paciencia. Espero que el siguiente capítulo lo pueda escribir antes y tardar casi dos meses en actualizar.

Gracias por tu comentario, ella123456. Siempre me alegran tus reviews. Pues pensé en que Hades era rubio, por unas cartas de Lorcana, un juego de cartas de Disney. Si buscas en internet, las cartas de Hades como "gobernante del Olimpo", sale con cabello rubio, y no sé, pensé, puede que sea su pelo original. Los ojos, en este caso, me los imagino más bien ámbar/amarillento, como los que tiene ahora.

¡Ya sabéis, si os gusta la historia, dejad un follow, un like o review! Espero que os guste el capítulo.