Yoh despertó al no sentir el peso de Anna en sus piernas. Ella estaba de pie con la mirada perdida, viendo algo invisible.

—Tal vez nos lleve al portal—dijo Ren susurrando muy bajo. Yoh asintió.

La itako estaba en una especie de trance, sonámbula. Comenzó a caminar seguida con cuidado de los dos chamanes, Bason y Amidamaru. Atravesó el jardín y llegó hasta el cuarto que había incendiado hacía poco. Entró y se dirigió directo a un rincón, se agachó y sacó de entre los escombros un collar de perlas muy similar al de ella pero las perlas eran color negro.

Yoh le quiso arrebatar el collar, él sabía que no era el de Anna pero antes de que llegara a tocarlo hubo un resplandor cegador. Todos perdieron la conciencia.

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Hao abrió los ojos súbitamente y detuvo la mano femenina que estaba a punto de tocar su pecho.

La oscuridad era casi total pero sabía que era Anna. Sólo había unas pocas y finas líneas de luz de luna que se filtraban por la puerta.

Él estaba acostado boca arriba y ella estaba a gatas sobre él.

No se tocaban pero estaban a milímetros de cerca. Hao tuvo una erección.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él desconcertado con voz baja y grave. No era posible que no hubiera detectado que entraban a su habitación.

La rubia no contestó, intentó poner su otra mano en los pectorales y él la detuvo de nuevo. La sujetaba por ambas muñecas.

Sin más ella dejó caer su cuerpo sobre el de él, a ambos se les escapó un suspiro de satisfacción.

Hao sintió todo el hermoso cuerpo de ella por primera vez. Claro, estaban los recuerdos que le había pasado la itako pero no superaban a la realidad.

Anna acercó a escasos centímetros su rostro al de Hao, un haz de luz dejó ver sus preciosos ojos color miel, estaban llenos de deseo. El rubio cabello creaba una cortina íntima donde solo existían ellos dos.

Ella movió la cadera sensualmente, frotándose contra la enorme erección del chamán que ahogó un gemido masculino diciendo una maldición.

Eso se sentía condenadamente delicioso pero Hao luchó contra sus instintos y en un movimiento rápido giró quedando sobre ella, alejando un poco su cuerpo.

—¿Anna, qué estás haciendo? —repitió él apenas hablando. Había soñado millones de veces con eso, con que ella lo deseara como él a ella.

Hao aún le detenía las muñecas sin hacer presión ni fuerza alguna así que sin problema ella llevó las manos pegadas al piso hacia arriba de su cabeza y arqueó la espalda, el vestido se tensó sobre los perfectos senos y los duros pezones resaltaron.

—Tócame—pidió y ordenó ella.

Que sensual espectáculo. Hao dejó de pensar, igual ya sabía que tenía el infierno asegurado. Sin soltarle las muñecas se apoyó sobre sus antebrazos para no dejar caer todo su peso, solo pegó su cuerpo. Ella lo rodeó inmediatamente con sus piernas. Él besó la piel que el escote dejaba libre y subió por su largo y esbelto cuello, iba besando y lamiendo, probándola. Llegó a los labios y se detuvo. Ahí estaba Anna, debajo de él dejando que la tocara, pidiendo que la tocara, sus cuerpos frotándose, sus antojables labios entreabiertos invitándolo a besarla.

Lenta y pesadamente Hao la soltó y se levantó apartándose de ella. Todo su cuerpo protestó pero debía hacerlo. Tal vez todo eso era un síntoma de lo que le pasaba. Tal vez ella no sabía lo que estaba haciendo y estar así con ella, a pesar que lo deseara con cada célula de su ser, sería una mentira y una bajeza.

—Hao… —ella se puso de pie y fue hasta él, mientras ella se acercaba, él daba pasos hacia atrás hasta que chocó con la pared.

—No te acerques—susurró el chamán, ella siguió avanzando hacia él—. Por favor … no.

No iba a ser capaz de detenerse una segunda vez.

El chamán más poderoso del mundo estaba indefenso frente a una mujer.

Ella se detuvo a centímetros de él.

—Tócame—repitió ella, retándolo con sus ojos llenos de ¿afecto? Y una sonrisa llena de lujuria y malicia. Perversa.

Hao cayó.

Pasó uno de sus fuertes brazos alrededor de la estrecha cintura de Anna, la atrajo hacia él y dio media vuelta para atraparla entre la pared y su cuerpo.

—Tu no eres mi Anna—dijo Hao a milímetros de sus labios al sentir como ella comenzaba a absorber el mana de su pecho.

Le retiró las manos de nuevo, esta vez con brusquedad. Ella no opuso resistencia y le sonrio dulcemente.

Él ya no se podía detener y sabía que lo que estaba apunto de hacer tendría serias consecuencias de por vida. Aún así, la besó y ella correspondió.

Se besaron como si ya lo hubieran hecho, con una familiaridad e intimidad como si ya se conocieran.

A pesar de lo extraordinario que se sentía aquello, el chamán pensó en aprisionarla, apenas iba a llamar a su espíritu cuando quedó paralizado de pies a cabeza unos segundos, los suficientes para que la rubia separara sus labios y escapara de entre sus manos caminando hacia el rincón más oscuro del dormitorio. A Hao le quedaron los labios y el alma ardiendo. La extrañó inmediatamente.

Sintió que se podía mover de nuevo cuando se abrió la puerta de la habitación violentamente.

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La sacerdotisa despertó y ajustó sus ojos a la oscuridad. Vio un techo de concreto con goteras. Giró la cabeza: más y más concreto. El lugar era una bodega enorme que, a juzgar por el mal olor y que solo se escuchaban algunos ruidos de roedores, estaba abandonada.

Se levantó con algo de dificultad, seguía fatigada además del dolor de las heridas recientes.

Lo último que recordaba era haberse quedado dormida en la sala de su casa. ¿Dónde mierda estaba, cómo había llegado ahí, qué hora era? Tendría que averiguarlo después, ahora debía concentrarse en regresar a casa.

Vió un haz de luz en una de las paredes, ahí había una puerta.

Salió y se dió que estaba lejos de casa. Solo había una lámpara con luz amarilla y lagañosa iluminando la desolada calle. Esa era una una zona abandonada de la ciudad lo que la hacía peligrosa.

Anna se apresuró a caminar haciendo el mínimo ruido posible y evitando pasar por calles donde veía movimiento. Estaba segura que al evitar personas evitaba problemas, en esa parte de la ciudad no iban precisamente buenos samaritanos a pasar el rato y ella estaba herida, cansada y segura que no debía usar el poco mana que le quedaba así que lo mejor era pasar desapercibida para llegar a salvo a casa.

Caminó y respiró aliviada al ver que a unas cinco cuadras se veía la calle bastante bien iluminada por los múltiples locales. Comenzaba la zona urbana decente.

—¡Ey! ¿a dónde vas, guapa?

—¿Quieres que te lleve a algún lado?

Escuchó voces masculinas detrás de ella. Anna apresuró el paso sin mirar atrás. Mierda, no los había escuchado ni visto acercarse.

—Que bonito cabello—uno de los hombres emparejó el paso junto a ella y le tocó un mechón. La itako alejó la cabeza por instinto y, a pesar de lo adolorida y cansada que estaba, echó a correr con la esperanza de llegar a la calle iluminada.

No duró mucho. Unos enormes brazos la atraparon por el torso y la levantaron del piso como si nada. Ella luchó soltando un codazo a la nariz, el hombre la soltó.

Corrió unos metros cuando otro tipo la sujetó e inmediatamente después sintió que chocaba de espaldas contra un muro, la habían aventado fuertemente contra la pared.

Había poca luz que venía de una lámpara que titilaba.

Anna volteó a ver a los hijos de puta, la luz intermitente le dejó ver a tres hombres: el bastardo número uno estaba rapado, tenía una gran cicatriz casi en medio del cráneo y la oreja izquierda llena de piercings, el bastardo número dos traía corte estilo militar y el cuello completamente tatuado con lo que parecía un dragón escandinavo y el bastardo número tres llevaba un paliacate negro en la cabeza, se asomaban unos cabellos color verde pardo al igual que sus ojos.

Los tres eran mucho más grandes que ella: casi dos metros de altura y enormes músculos. Parecían matones a sueldo. Tal vez eso eran.

La rubia los miró con desprecio y rabia. Ellos la veían con diversión y asquerosa lascivia. Supo que no era la primera mujer a la que asaltaban de esa manera.

«Malditos hijos de puta»

Respiró profundo para enfocar las fuerzas que tenía en los golpes que iba a dar. Sin poder recurrir a su mana, lo que quedaba era la fuerza física.

Todos los chamanes entrenaba artes marciales, era fundamental tener un cuerpo físicamente apto para hacer posesiones y poder usar el potencial del espíritu en cuestión.

En esta ocasión usaría el entrenamiento para un combate cuerpo a cuerpo con esos tres malditos hijos de perra así que sabía que debía golpear duro, evadir y salir de ahí lo más rápido que pudiera. No le encantaba la idea de huír pero en el estado en el que se encontraba era la mejor decisión, de todas maneras ya había memorizado las caras de los bastardos para regresar a terminarlos en cuanto reuniera fuerzas y recuperara su poder. Porque lo iba a hacer, ¿cierto?.

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Los tres tipos se acercaron al mismo tiempo, ella se concentró en lo que debía hacer. Tiró una patada directo a los testículos del bastardo del paliacate que cayó al piso aullando de dolor, golpeó de nuevo la nariz sangrante del bastardo de la cicatriz pero el bastardo tatuado llegó a ella. No había sido lo suficientemente rápida.

«Estúpido cuerpo cansado»

Él presionó su cuerpo contra el de ella y apretó su cuello.

—Me gusta que luches, perra—le dijo lascivamente.

Anna presionó los ojos del tipo con sus pulgares haciéndole daño. Él gritó, le soltó el cuello pero no quitó su cuerpo. La tomó por las muñecas y le retorció los brazos. Ella soltó un grito de dolor.

—Así quiero que grites—le dijo arrastrando asquerosamente las palabras—. Ustedes, agárrenle los brazos.

Anna vio como el bastardo del paliacate se levantó muy apenas, aún adolorido y le sujetó el brazo izquierdo, apretándolo contra la pared.

—Vas a pagar por esto, maldita bruja.

El tipo de la cicatriz que tenía la naríz destrozada le sujetó el brazo derecho.

—Te voy a causar mucho dolor, hermosa—le dijo con odio y lujuria.

Ella se movía furiosamente, el pánico le inyectaba fuerza a su fatigado y lastimado cuerpo, pero no era suficiente, eran más fuertes que ella físicamente.

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El bastardo tatuado sacó una navaja y rasgó el vestido por la parte del escote hasta dejar ver sus senos envueltos en un brasier negro. La navaja alcanzó a hacer una pequeña herida en el pecho. La rubia siguió con la vista a la navaja hasta ver donde la guardaba.

—Ni lo pienses, primor—amenazó el tatuado apretándole el cuello duramente, pasaba apenas el aire necesario para respirar. Con la otra mano estrujó uno de sus senos con igual fuerza haciéndole daño. Ella evitó gritar—. Eres deliciosa—le dijo recorriéndola con la mirada. La rubia lo veía con odio. Él forzó su rodilla a base de golpes para introducirla entre las piernas de ella.

—Ya quiero mi turno—dijo uno de los bastardos que le detenía los brazos.

El malnacido tatuado la besó agresivamente por dos segundos antes de que ella le mordiera el labio con tanta fuerza que lo hizo sangrar. Con el labio reventado gritó de dolor y en un violento y rápido movimiento arrebató los brazos del agarre de los otros dos hijos de puta, la obligó a dar media vuelta estrellando la mejilla de la rubia contra la rasposa pared. Con la mirada les ordenó que la volvieran a sujetar mientras él restregaba su miembro contra ella.

—Quiero oirte gritar como puta—dijo levantándole el vestido hasta la cadera y separándole las piernas violentamente poniendo sus asquerosas manos en los muslos.

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Anna sintió arcadas. Estaba furiosa y asustada, no podía ser verdad que estaba a punto de ser violada. Maldita sea. ¿No había soportado mucha mierda ya? Primero sus poderes y ahora esto. Si tuviera sus poderes esos tres estarían rogando porque los matara después de la golpiza que les hubiera dado con Zenki y Kouki. O si tuviera mínimo un arma. Pero no tenía poderes, ni armas, solo era ella enfrentándose a esos animales.

«A la mierda», pensó ella mientras susurraba una plegaria en idioma antiguo, era una plegaria que mandaba a llamar espíritus alrededor, con uno que fuera podría enviar buscar a Yoh, necesitaba su ayuda, aunque por más rápido que llegara tal vez sería muy tarde.

La plegaria no funcionó, no salió nada de su poder de invocación. No podía perder tiempo en pensar por qué, pensó en el plan b y lo puso en marcha.

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La itako dejó de poner resistencia.

—¿Quieres ser una buena perra?— preguntó el tatuado cuando notó que ella dejó de luchar.

Ella sintió náuseas pero se quedó quieta. Él lo tomó como un si.

—Date la vuelta. Quiero ver tus encantadores ojos.

Los bastardos le soltaron los brazos y ella giró muy lentamente. Al estar de nuevo frente a frente con el tatuado todo pasó muy rápido: le dio un codazo en la garganta al tatuado, tomó la navaja de donde la había guardado el bastardo y le hizo un corte profundo en cada brazo, en un movimiento enterró la hoja en el muslo del infeliz y la retorció para hacer un gran agujero, la retiró y lo empujó con todas las fuerzas que tenía, el desgraciado cayó al piso gritando de dolor. Se agachó y picoteó tres veces el muslo del tipo del paliacate, se cambió la navaja de mano y rajó la pantorrilla del rapado. Luego salió corriendo de ahí con el cuchillo en mano y bajándose como pudo el vestido.

Corrió lo más rápido que sus piernas daban, con la adrenalina al máximo. Escuchaba gritos detrás de ella pero no miró hacia atrás. Su vista se estaba nublando. Lágrimas.

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Yoh y Ren despertaron, sin noción de cuánto llevaban inconsientes. Aún era de noche así que no debió haber sido mucho.

Yoh buscó a la rubia alrededor. No estaba. La angustia lo invadió.

—Amidamaru, ¿viste a dónde se fue Anna?

—Amo Yoh… lo último que recuerdo es… haber seguido a la señorita Anna hasta aquí y luego… nada—dijo Amidamaru confundido.

Ren vió a Bason que estaba igual de confundido que Amidamaru.

Los chamanes se voltearon a ver preocupados. Les pidieron a sus espíritus que la buscaran en los alrededores.

—Ren, el mana de Anna…— Yoh no pudo continuar. Ren negó con la cabeza. Ninguno de los dos lo tenía.

—Calma Yoh, tal vez los demás aún lo conservan.

Yoh corrió hacia la habitación de Hao así que Ren fue a la de Horohoro que estaba a dos habitaciones de distancia de la de Hao.

El chamán de hielo se levantó de un salto cuando Ren irrumpió en su habitación.

—Horohoro, ¿tienes mana de Anna? —preguntó Ren apurado.

—Sí, ¿por qué, qué pasa?

Ren respiró aliviado. Al menos aún estaba Anna por ahí, ¿no?

—¡Señorito, la vimos! —dijo Bason llegando a Ren.

—¿Dónde?

—Tres cuadras al este. Necesita ayuda... rápido.

Horohoro llamó a Kororo e intentó hacer el camino de hielo. En vez de eso se desplomó, Ren lo sostuvo.

—Estás muy lastimado para usar tus poderes.

Horohoro soltó una maldición.

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Yoh abrió de golpe la habitación de Hao y lo encontró levantado, estaba recargado contra la pared dándole la espalda a la puerta.

—Dime que tienes el mana de Anna—dijo Yoh apresurado.

Hao asintió. Le quedaba menos que antes pero aún tenía.

—Enciende la luz—pidió Hao.

Yoh lo hizo y vio a Hao inspeccionando de arriba abajo el dormitorio claramente buscando algo.

«Nada. Nadie. Mierda»

—¿Qué pasa?—se preguntaron al mismo tiempo cuando interrumpió Amidamaru angustiado.

—¡Amo, Yoh! La señorita Anna está a unas cuadras de aquí, corra, venga conmigo. Ella no se ve bien.

Hao Frunció el entrecejo. Aún turbado por el encuentro con Kyoyama y nervioso por lo que le había pasado a su Anna, confundido y enojado dejó el dormitorio. Llamó al espíritu de Fuego e Yoh subió inmediatamente.

—¿Aún tienes el mana? —le preguntó el mayor de los Asakura a Horohoro que asintió.

Hao rápidamente se acercó y se pasó el brazo de Horohoro al cuello, entre él y Ren lo ayudaron a subir al espíritu de Fuego.

Hao no se iba a arriesgar a dejar a Horohoro y que el mana que tenía desapareciera.

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Llegaron rápidamente a donde Amidamaru y Bason los guiaron.

Conforme iban bajando en el espíritu de Fuego se iba distinguiendo una figura tendida en la solitaria calle, Yoh casi saltaba del espíritu cuando éste se precipitó en picada.

—¿Anna? —dijo Yoh desolado arrodillándose a su lado.

Ella estaba inconsciente. Su vestido tenía salpicaduras de tierra y sangre y su largo cabello rubio le tapaba el rostro y el pecho. Los vendajes estaban maltrechos y su mano derecha se aferraba una navaja ensangrentada.

Yoh la tomó entre sus brazos y quitó el cabello con delicadeza. Tenía el vestido rasgado por el frente, un hilillo de sangre seca en su pecho y labio y su cuello estaba muy lastimado, amoratado. Se distinguían sin problemas formas de dedos.

—¿Pero qué… —el que habló no pudo terminar.

—¡Hijo de puta!—gritó otro al mismo tiempo.

Se esucharon muchas maldiciones.

Yoh enmudeció y sus ojos se ensombrecieron. Una furia animal lo invadió.

Tendió una mano hacia atrás y Hao le dio su capa.

Yoh envolvió con cuidado a Anna tapando su delicado y maltratado cuerpo. Solo la abrazó y la levantó, ella movió un poco la cabeza.

El castaño dio media vuelta. El espíritu de Fuego estaba encendido.

—Voy a encontrar al cabrón—sentenció Hao preparado para quemar todo a su paso.

—Voy contigo—dijeron al unísono Ren y Horohoro.

—No…—ordenó Anna debilmente sin abrir los ojos y solo levantó un poco la navaja que aún cargaba—no…—repitió y cayó desmayada de nuevo.

—Llévanos a casa. Ahora—ordenó Yoh parcamente pasando frente a su gemelo.

Se escucharon más maldiciones y todos subieron al espíritu de Fuego.

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Mientras se elevaban en el espíritu elemental, los chamanes vieron gotas y charcos pequeños de sangre dispersos por la calle, tan separados que no podían ser todos de una sola persona.

—¡Malditos hijos de puta!—gritó Horohoro al viento, iban a sufrir por lastimar de esa manera a una mujer quien además era su amiga.

Todos ardían de furia.

Ren ordenó a Bason que siguiera el rastro de sangre. Yoh y Hao necesitaban cerca a sus espíritus para cualquier eventualidad y Horohoro estaba incapacitado por el momento de usar sus poderes.

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Ya estaba amaneciendo cuando llegaron a la pensión.

Al llegar a la habitación, Yoh colocó suavemente a Anna en la cama.

—Ducha…—pidió apenas la rubia. Iba y venía de la inconsciencia.

El castaño comenzó a retirarle la maltrecha ropa y vendajes lo más delicadamente que podía.

A medida que la piel quedaba expuesta veía nuevas heridas que contrastaban contra su suave y blanca piel. Resaltaban los moretones del cuello, los brazos y en los muslos.

Yoh sintió como si le golpearan el corazón, tenía un grito ahogado en la garganta, la furia, tristeza y preocupación le ocupaban todo el cuerpo.

Retiró el vendaje del torso y los puntos estaban muy tensos, a punto de soltarse.

Preparó la regadera, pensó que tendrían que sentarse pero al tocar el agua, Anna despertó un poco más, apoyando apenas las piernas para sostenerse en pie. Él la sostuvo abrazándola con una mano y recargándola en él. Con cuidado la lavó.

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Conforme el agua recorría su cuerpo, fue reaccionando, despertando.

Estaba completamente segura de que así se sentiría ser un saco de boxeo. Los arduos entrenamientos como sacerdotisa parecían un chiste en comparación a esto. Mierda, no había un solo músculo que no le doliera.

Recordó lo que esos bastardos habían estado a punto de hacerle, cómo logró zafarse apenas y cómo se desmayó después de ver la pequeña tienda de abarrotes que quedaba cerca de su casa, al parecer en cuanto vió algo conocido su cuerpo ya no pudo más.

Sintió náuseas y comenzaron las arcadas. Hizo ademán de querer salir de la regadera y el chamán la ayudó a llegar rápidamente al retrete donde devolvió el estómago. Pura bilis.

Él puso una tolla grande a modo de capa sobre la espalda de la itako y cerró la regadera.

Las arcadas siguieron unos minutos más pero ya no había nada que sacar.

El chamán le pasó un vasito con algo de líquido, era enjuague bucal. Ella agradeció infinitamente el gesto, quería quitarse el sabor horroroso de su boca.

La rubia estaba desnuda y mojada debajo de la toalla, tendida en el frío suelo del baño con los brazos sobre el retrete. Yoh estaba a su lado, hincado y con la ropa empapada. Le acariciaba suavemente la espalda.

—Anna…—dijo Yoh con voz ronca— Voy a ir por los cabrones hijos de puta que te hicieron esto.

Ella volteó a verlo: su cuerpo rígido, todos los músculos estaban listos para atacar, apenas contenía el odio. Tenía un aspecto amenazador y letal. La rubia nunca lo había visto así.

Ella se quiso levantar y él la ayudó. Ya de pie, se ajustó bien la toalla alrededor de su cuerpo dejando sus brazos libres, puso su mano en el pecho de su prometido solo para tocarlo, no intentó absorber el mana y lo miró con firmeza.

—Yo misma acabaré con esos asquerosos malnacidos.

Sabía que podía contar con él para lo que fuera, pero esto era algo que debía hacer ella misma, porque quería y podía, cuando se recuperara claro, y, siendo sincera con ella misma, lo necesitaba. Aquellos bastardos la hicieron sentir miedo, la hicieron sentir frágil y fue horrible. Necesitaba venganza.

—¿Cuántos?—preguntó con rabia.

La rubia tragó saliva y contestó:

—Tres… pero los bastardos no salieron ilesos.

Al menos recordar las heridas que les había hecho le daba un poco de consuelo.

El chamán se quedó sin aire.

Fijó la mirada ensombrecida en el piso y aunque su cuerpo casi temblaba de furia, él pasó delicadamente sus dedos por la mejilla de ella como asegurándose que realmente estaba ahí, con él y a salvo.

«Aunque hacía unas horas estaba conmigo y mira que resultó», pensó él culpándose.

Parecía que estaba a punto de salir a asesinar a alguien.

—¿Qué te hicieron?

—Ellos no… yo escapé antes de...—las arcadas amenazaron con volver. Escapó antes de ¿qué? ¿antes de que la violaran? La golpearon, maltrataron y la tocaron sin su permiso. Sintió temor, furia y pena por todas las personas que no lograban escapar. Al menos ella tenía recursos como su entrenamiento en artes marciales y apenas pudo huír ¿pero los que no?. En todo caso era una mierda que cualquier persona que se sintiera un poco más fuerte que otra pensara que tenía el derecho de lastimar. Era una realidad de la humanidad brutalmente horrible.

«Inmundos humanos», pensó Anna cortando esa línea, si seguía por ahí se iba a desmoronar.

—Se atrevieron a acercarse sin tu permiso, eso es suficiente para desaparecerlos de este mundo—musitó el castaño.

—Yoh, mírame—la rubia lo llamó para captar su atención. Esperó a que él la viera de nuevo y el corazón se le encojió al ver en sus ojos tanto dolor y rabia.

Anna sintió que la furia fluía por sus venas. Esa mirada en su prometido fue la gota que derramó el vaso. Ya estaba harta de que la lastimaran, de sentir como se escapaba su poder, de sentirse cada vez más débil, de querer llorar por la incertidumbre, harta de todo lo que pasaba. Y el chamán estaba exactamente igual que ella.

—Vamos a terminar con esta mierda. Todo estará bien, ¿recuerdas?—dijo decidida.

—Yo te estaba cuidando y, carajo, debería ser yo el que te consuele.

—Ren también, lo que haya pasado simplemente nos sobrepasó a todos. Si dices que es culpa tuya, entonces también es de Ren y mía ¿ves la lógica tan idiota que estás siguiendo?—después de unos segundos Yoh soltó un suspiro cansado, lo que ella decía era verdad, lógica idiota e inútil pues a los tres les habían ganado. Incluso a Hao y Horohoro que no percibieron nada.

—Además… no necesito consuelo. No ahora.

Necesitaba seguir enfadada, si le daba una oportunidad a la tristeza y miedo sabía que se desmoronaría y comenzaría a llorar desesperadamente. Ya habría tiempo para eso, por ahora debía aferrarse a la fuerza que le daba el enojo.

—¿Qué necesitas de mi?

—Te necesito en modo de combate.

—Hecho—dijo él sin dudar y sus ojos resplandecieron con fiereza. Si ella necesitaba de él lógica y la fuerza eso le daría.

Ella sonrió, amaba a ese hombre y su lealtad.

Al mismo tiempo ella rodeó con sus manos el fuerte cuello de su prometido y él la abrazó por la cintura.

—¿La herida de tu labio?—preguntó Yoh al notar que ya no tenían sangre.

—Esa sangre no era mía, igual que la de la navaja.

Al chamán le dio un poco de satisfacción saber que les dolió bastante a los bastardos hijos de puta que se acercaron a ella.

Se abrazaron. Estuvieron así unos minutos, aferrándose el uno al otro, tomando fuerza.

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La rubia se puso unos pantalones de entrenamiento y una playera de manga corta. Todo negro.

Quedaban al descubierto las heridas y moretones de sus brazos y el cuello. Su cabello húmedo caía por la espalda.

Entró a la sala seguida de Yoh que ya llevaba ropa seca.

Anna volteó a ver a los chamanes, estaban de pie, esperándolos.

Basón ya les había informado en dónde se habían metido esos bastardos y que eran tres hijos de puta. Solo no habían ido a aniquilarlos hasta ver a la itako, hasta ver qué tan lento iban a despellejarlos.

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Ella distinguió tristeza y rabia en sus ojos. Le dolió pero eso estaba bien, si alguno se hubiera atrevido a verla con un solo gramo de lástima lo habría golpeado y duro.

—Eliminaré las almas de esos hijos de perra—prometió Hao con odio haciendo ademán de irse. Primero quería vengarla y después darles la información de la otra Anna.

—Yo misma me encarcaré de esos cabrones malnacidos y no hablaré más del tema, ¿entendido?

Ren apretó los puños tanto que los dedos tronaron. Horohoro soltó palabrotas. Hao se tensó, todo su cuerpo exigía violencia.

Estaban en desacuerdo pero, al igual que Yoh, no iban a insistir, la rubia no necesitaba que saldaran las cuentas por ella pero eso no quitaba la rabia que sentían por los hijos de puta aprovechados que se atrevieron a maltratarla.

—¿Entendido? —repitió ella.

Obtuvo como respuesta carraspeos de garganta.

—Hao…—llamó Anna parcamente saliendo de la sala.

Yoh le dedicó una mirada ilegible a Hao y se dirigió a la cocina, ambos iban a hacer lo que debían hacer.

—Necesito que me cures, por favor—dijo la itako en cuanto estuvieron en el pasillo—. Empieza con el cuello, no soporto saber que existen esas marcas.

El chamán llevó sus palmas extendidas a dos centímetros del esbelto cuello de la rubia visiblemente maltratado.

Ella tenía la mirada fija en algún punto lejano, tragaba saliva pesadamente y tenía las manos en puños tan apretados que se enterraba las uñas en sus propias palmas.

Él se dio cuenta que en esa misma posición había estado el bastardo que la atacó. Sintió rabia y tristeza.

Terminó lo más rápido que pudo con el cuello y vio como ella con manos temblorosas pero rápidas levantaba un poco la playera y bajaba un poco su pantalón, lo suficiente para dejar al descubierto la herida ya mal suturada.

—¿Alguna más?

Ella puso sus brazos para que le curaran los antebrazos y las muñecas. No dijo nada de la cortada del pecho ni los moretones en los muslos.

Él trabajó lo más rápido que pudo y se alejó.

—Gracias…—dijo ella.

Hao habló suavemente aunque su voz parecía lejana, como si estuviera platicando con nadie en particular, tampoco la miraba:

—En mis mil años de vida el humano nunca ha cambiado: los más fuertes toman a la fuerza lo que quieren solo porque pueden. Por desgracia, el ejemplo más común es que los hombres se comportan como animales con las mujeres. Algo repulsivo. La mezquindad de los humanos la vi de primera mano con mi madre, la ultrajaron antes de quemarla sin piedad. Solo porque querían, solo porque podían… Por eso, voy a crear un mundo solo para chamanes, lejos de esa inmunda escoria humana.

—Lo siento mucho—susurró Anna, diciéndolo más en una plegaria hacia la madre de Hao que al propio Hao. Desconsolada por solo imaginar lo que había sufrido esa mujer.

El chamán recobró la compostura sorprendido de haber compartido algo tan personal, nuna lo había hablado.

Hubo silencio.

—Hao…—llamó la rubia tranquilamente—, quisiera quemar unas almas inmundas.

—Solo avísame cuando—dijo él con rabia contenida pero feliz que ella quisiera hacer eso.

Estuvieron unos pocos minutos solo en silencio.

Ella iba a regresar a la sala cuando el chamán la llamó con un tono suave:

—Disculpa por haber sido un imbécil después de que intentamos sellarte… Mi poder es algo que yo mismo he buscado y aumentado al pasar de los años, ya era un adulto cuando llegué al nivel que tengo. Tú, en cambio, naciste con tu poder y eras solo una pequeña niña sin alguien que pudiera guiarte cuando explotó en el Monte Osore. La abuela Kino acertó en enviar a Matamune para ayudarte. Sentí cuando Matamune abandonó este plano, no investigué, él yo no terminamos en buenos términos. Vi lo de Osore cuando unimos las mentes... Siempre has hecho lo mejor que has podido.

—Lo sé—respondió ella sin humildad. Esa fue su manera de aceptar la disculpa.

Los dos sonrieron un poco, al menos el ambiente se había aligerado.

—En serio, dónde estuviste en todas mis vidas—habló Hao con calma.

—Ya basta de eso.

—¿De qué?

—De fingir que te atraigo, por molestarme y sobre todo a Yoh para que se vuelva más fuerte. ¿Crees que no lo supe desde que me acorralaste de esa manera cuando nos conocimos? —la itako dijo de igual manera. Estaban teniendo una charla sin insultos ni enojos y resultaba que era sorprendentemente fácil hablar con él cuando no estaba siendo un idiota.

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El chamán la miró intensamente, evaluando en su mente si era buen momento para decir lo que quería decir por la jodida situación en la que estaban y por lo que le había pasado recientemente a la itako.

Ella se inquietó para sus adentros por esa mirada.

—No es el momento adecuado para decírtelo, pero nunca habrá un momento adecuado, así que a la mierda.

Habló Hao con tranquilidad y firmeza. Su voz profunda. Sólo quería que ella supiera lo que sentía. Lo que reafirmó en el encuentro cercano con Kyoyama. Respiró hondo antes de seguir. Ella se puso nerviosa pero no lo demostró.

—El color de tus ojos…—la pausa hizo que Anna levantara una ceja, ahora estaba confundida—. Cuando nos conocimos, solo sabía que eras la futura esposa Asakura y que eras fuerte por haber robado mis shikigamis. Ciertamente me acerqué de esa manera para irritar a Yoh y estando cerca percibí tu poder y no te pude leer la mente. Eso fue interesante. Eres hermosa, claro, pero lo que en verdad se robó mi atención fue el color de tus ojos y quería verlos más de cerca…. A pesar de ser más alto y fuerte que tú, me viste con altanería, me desafiaste, me atrapaste y encantaste, me envolviste en esa mirada. Aún lo haces… Ese día me alejé con tu recuerdo tatuado en el alma y desde ahí solo tuve ganas de verte otra vez, de que tus ojos se fijaran en mi. Te extrañé como si nos conociéramos de hace años, me acostumbré a ti en un solo encuentro—Lo último lo dijo recordando el beso con Kyoyama—... Lo que está pasando es un asco, pero confieso que me emocioné cuando llamaste a mi espíritu y cuando me pasaste esos recuerdos… Anna Kyoyama, no finjo que me atraes, me atraes y más de lo que quiero. Lo que siento por ti, no lo había sentido antes. Y esa es toda la verdad. Solo quería decírtelo.

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La sacerdotisa tragó con la garganta seca y apenas pudo parpadear antes de hablar.

—Lo que sientes es atracción por mi poder, porque no me puedes leer la mente y porque lastimé tu ego al rechazarte. Soy un capricho para ti, eso es todo—dijo como intento de justificar todas las palabras pero era inútil, sabía dentro de su ser que eso era verdad.

—Que atrevimiento llamarte a ti misma un capricho, tú no eres una pasión pasajera… Cuando decidas creerme, me puedes preguntar lo que no estaría dispuesto a hacer por tí. Por ahora, vamos una situación a la vez. Tengo nueva información importante que compartir.

La charla había terminado, el chamán hizo ademán con la mano de invitarla a la sala, de ninguna manera la dejaría fuera de su vista de nuevo.

La itako atravesó la sala con paso firme y el semblante serio.

—La información tendrá que esperar. Nadie se atreva a entrar—les dijo en tono severo y entró a la cocina.

—¿Qué carajos le dijiste para ponerla de ese humor, Hao? —preguntó Horohoro.

—La verdad—contestó tranquilamente preguntándose porqué sus palabras la habían enfurecido contra Yoh. Podría saberlo cuando leyera la mente a su hermano.

Ni Horohoro ni Ren comprendieron.

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—Yoh Asakura—empezó ella con rudeza, la voz baja—. Hao puede sentir afecto.

—Lo sé—dijo Yoh sereno. Apagó la estufa y dio media vuelta para enfrentar a su prometida—. Ya te lo dijo, ¿cierto? Lo que siente por ti.

La itako se enfureció.

—Solo dime que estoy equivocada, porque pienso que estás aprovechando esta mierda que le pasa a mi poder para ponerlo a prueba, quieres ver qué tan lejos llega para ayudarme.

El chamán no contestó, lo que significaba que Anna estaba en lo correcto.

Ella lo vió con incredulidad.

—¿Por qué? —preguntó susurrando.

—Porque creo que te ama y no te hará daño. Porque es muy poderoso. Porque él te puede cuidar mejor que yo. Porque no sé si pueda derrotarlo, porque puedo mo…

Una bofetada monumental lo interrumpió.

El sonido de esa cachetada fue lo único que escucharon en la sala.

—Mierda—dijeron los tres chamanes confundidos.

—No puede ser, sabías que me iba a enterar en cuanto Hao me dijera lo que sentía. Por eso has estado tan serio y enojado, ¿verdad? Porque no habías querido platicar esos temores conmigo, porque aún no comienza el torneo y en tu mente ya te diste por vencido frente a él y lo que es peor: ¿estás decidiendo con quién dejarme? ¿quién me cuide? Como si fuera una cosa, como si lo necesitara, como si fuera una débil. Como si no supiera en qué me metía al amarte, al decidir estar contigo. Tú, un Asakura descendiente y hermano del chamán más poderoso que se haya visto y la misión de derrotarlo y yo con mi maldito y desconocido poder. Sabíamos que estar juntos sería difícil, con amenazas de muerte constantes pero nos enamoramos y prometimos protegernos y estar juntos, por convicción no por compromiso. Me prometiste que todo saldría bien… Y ahora me entero que te diste por vencido. Que es un hecho en tu mente que me dejarás. Quieres embarazarme y casarte conmigo como una última voluntad en tu vida… Me hiere que me traiciones de esta manera—las palabras se ahogaron en su garganta. Las lágrimas de rabia amenazaban con salir.

El chamán no se había movido ni un milímetro a pesar de la bofetada. La miraba con profundo amor. Habló en voz baja, más grave que de costumbre.

—Lo que te hiere es lo realista que soy—detuvo una segunda cachetada y con gentileza intentó atraerla hacia él, en cuanto sintió resistencia dejó de moverla, lo menos que quería era ser otro hombre que usara la fuerza con ella—. Lo que te hiere es lo débil que soy. ¿Crees que ha sido fácil para mi aceptar que lo más probable es que no me alcance el tiempo para llegar a su nivel y derrotarlo? Mierda, estamos a menos de un mes del torneo y no he llegado siquiera a dominar lo que hay en ese libro viejo… No quería platicar de esos miedos contigo porque tú confías ciegamente en mí y hablar de esos miedos es aceptar que no soy el hombre que crees que soy: te he prometido que todo saldrá bien cuando ni yo he descubierto como ganarle. Te pido perdón porque muy probablemente falle en la misión, pero no me voy a disculpar por querer que esté a tu lado alguien que te quiera y te pueda cuidar. Anna, casi te… no puedo ni decirlo. Hasta donde sabemos, estás en riesgo de desaparecer y el único que ha podido hacer algo por mínimo que sea es Hao.

—Jamás pensé decir esto pero eres un gran imbécil Yoh Asakura. Si piensas que no creo que tienes miedos, inseguridades o que de vez en cuando pierdes la fé hasta en ti mismo, en verdad eres un gran idiota. Si crees que mi confianza en ti se basa en esa frase "todo saldrá bien", eres un grandísimo estúpido… No puede ser que hayas estado cargando esas preocupaciones tu solo por no querer contarme. Hasta hiciste un plan insultante que implica entregarme como una posesión. Sé pedir ayuda si la necesito y ya viste que nadie sabemos que pasa, en realidad no podemos hacer nada, ni siquiera Hao. Así que en cuanto a protegerme: yo lo puedo hacer sola, gracias, vete a la mierda con usar eso de pretexto para justificar tu autocompasión, tu momento oscuro en el que no confías en ti, en el que crees que eres débil—ella se acercó y lo abrazó sin dejar de verlo a los ojos—… A pesar de que también desprecias a los humanos, no les guardas rencor ni concibes atentar contra ellos como raza, los defiendes, crees que podemos coexistir, carajo hasta hiciste un amigo humano. Amas y respetas a todo ser vivo solo por existir y nada más quieres erradicar a los podridos, sean humanos o chamanes. Defiendes la vida con todos sus altibajos, estás a favor de cuidar un balance aunque eso signifique violencia en ciertos casos.

—Voy a matar a esos tres humanos hijos de puta.

—Lo haré yo, pero regresando al tema… Yoh, tu no buscas la violencia, la aplicas si es necesaria. Tu quieres el poder para mantener un balance. Tienes la esperanza de lograr un mundo mejor y por eso es por lo que tus amigos y yo confiamos en que serás un buen Rey. Por eso, cuando llegues a tu máximo poder serás invencible.

—Desearía poder verme con tus ojos.

—Cuando dudes de ti, toma mi confianza en ti, siempre estará.

—¿Incluso cuando haya hecho planes insensatos como pensar en que estés con otro hombre?

—De preferencia antes de que pienses estupideces como esa. Me dijiste que te tomara en cuenta en las cosas importantes, te pido lo mismo.

—Lo siento, soy un grandísimo imbécil. No te volveré a ocultar mis miedos. No quiero apartarme de ti, quiero una vida contigo. Sé que para lograr eso debo pelear por mi vida, ser más fuerte y lo haré—habló con seguridad y su prometida enarcó una ceja en señal de que faltaba algo más—. Y voy a pasar toda la vida intentando recompensarte por haber pensado en dejarte.

—Bien, vas a tener que hacer muchos méritos.

El chamán la abrazó y juntó su frente con la de su prometida.

—Lo siento en verdad—dijo Yoh dedicándole una sonrisa cálida y amplia, la sonrisa que la derretía.

—Ya extrañaba esa sonrisa.

Estuvieron abrazados y en silencio unos minutos.

—Anna… ¿Hao te hizo sentir incómoda como la vez que se conocieron? Pregunto para saber qué tan duro lo voy a golpear.

—No fue grosero de ninguna manera conmigo, Yoh. De hecho no sabía que él pudiera decir cosas tan… románticas. No porque me las haya dicho a mi, solo escucharlo hablar de esa manera me sorprendió.

—Mierda, esto es peor que cuando compartieron recuerdos—el chamán la abrazó más fuerte—. Estoy celoso desde que se conocieron. Cuando Manta y Tamao me contaron lo que pasó, supe que él había caído a tus pies y lo confirmé cuando vi cómo te miraba cuando llegó aquí hace días… Dijiste que no actuara como un estúpido macho pero lo siento de nuevo, voy a reclamarte como mía y dejarlo bien claro ante él y quien sea.

Yoh habló con una calma cargada de peligro, era un aviso, una promesa.

—No debería pero mierda, me encanta que me llames tuya.

—Tú eres mía y yo soy tuyo.

Se fundieron en un beso dulce y apasionado. En otras circunstancias, Yoh hubiera deseado tomarla ahí mismo, en la barra de la cocina, pero el beso era suficiente por ahora.

La rubia respiró hondo cuando se separaron.

—Una situación a la vez. Vamos a superar esta mierda de mi poder y luego pensar cómo derrotar a Hao. Juntos.

—Juntos—dijo Yoh sonriéndole y besando su mano antes de tomarla para ir a la sala.

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Ren, Horohoro y Hao los vieron salir de la cocina: Yoh tenía algo rosada la mejilla pero su semblante había cambiado, se veía tranquilo y confiado, como era él normalmente. Anna también se veía mejor, era como si se hubieran quitado un peso de encima. No entendían cómo una bofetada tenía que ver con ese cambio de actitud.

Hao vio que iban de la mano, un gesto sutil pero mandaba un mensaje claro: ellos estaban y seguirían estando juntos.

No intentó leer la mente de su hermano, no quería escuchar las palabras de amor entre ellos dos. Y aunque no esperaba nada de su confesión de cariño hacia la rubia, sonrió con tristeza para sus adentros. Respiró profundo y se concentró en el tema principal: el mana de la itako.

Se sentaron en el sillón libre frente a Ren y al lado de Horohoro. Hao estaba a su izquierda.

—No te ves muy bien—le dijo la itako a Horohoro que estaba recostado con un brazo sobre sus ojos y otro en el pecho.

—Estoy seguro que Yoh y yo estaríamos igual que él de no ser porque nos quitaron tu mana—dijo Ren yendo a la cocina y regresando con la comida que había preparado Yoh.

—¿Qué?—preguntó la rubia alarmada. Su prometido no le había comentado eso aunque, habían estado ocupados hablando de otras cosas. Habían demasiadas cosas sucediendo al mismo tiempo.

—¿Qué pasó con mi mana?—preguntó la itako tomando un plato. Necesitaba combustible.

—Yo aún lo tengo—dijo Hao. La rubia respiró— y se quien se robó el de ustedes. Es la información que debía darles… La vi.

—¿La… quién?—apuró la itako.

Otra Anna… otra tu.

Todos estaban impactados.

«En verdad no puedo creer que sea tan perra», pensó Anna impactada.

Resulta que sí era ella misma la culpable de todo esto. Bueno no ella misma pero técnicamente, ella.

—¿Otra Anna?—repitió Yoh anonadado.

Horohoro negó sutilmente con la cabeza a Ren que seguro estaba tomando nota para el plan de contingencia.

—Entonces lo que gritó Suge al desaparecer es verdad también: vió a su otro yo—dijo Ren.

—¿Ella te dijo algo, Hao?—preguntó la itako.

—Solo quería extraer tu mana de mí—dijo evitando la pregunta.

No les iba a dar los detalles de ese encuentro.

«Hija de puta», agregó Anna mentalmente a la lista de insultos.

—No la aprisionaste—reprochó Anna.

—No pude hacerlo—Hao contestó, ¿qué más iba a decir? ¿Qué lo paralizaron con caricias y besos y luego con poder?

—Pero ¿qué jodida razón puede tener para hacer esto?—preguntó Yoh.

—No importa, debemos encontrar y destruir a esa maldita—dijo la rubia con fiereza.

—Debemos encontrarla y regresarla por donde vino. No sabemos que te puede pasar a ti si le pasa algo a ella, no nos vamos a arriesgar—dijo Yoh. La rubia y él tuvieron un duelo de miradas.

—¿Cómo la encontraremos?—preguntó el inui.

—Hao, el eco de mi mana.

—No sentí el eco, ni siquiera cuando la vi. Es como si su mana o tu mana no existiera. No tiene sentido.

—No puede ser—murmuró la rubia—. Está diluyendo su mana en la energía de la materia a su alrededor. Haciendo que la energía de su mana cambie y se adapte a la energía de cada cosa a su paso. Haciéndola invisible, irrastreable—explicó ella.

—¿Cómo sabes eso?—preguntó Yoh.

—Cuando aprendí lo que Hao escribió de los elementos en el Ultra senjiryakketsu, me pregunté si algo así podría ser posible. No lo intenté pero ya veo que esa maldita Kyoyama lo llevó a cabo—dijo Anna sin ocultar su emoción.

—Modificaste hechizos—dijo Hao con admiración.

—Sólo vi usos diferentes a los que escribiste.

—Eso es un control superior del mana—susurró Ren.

Horohoro debía hablar inmediatamente con Ren para evitar una pelea entre Yoh y él.

Todos, incluso Anna estaban sorprendidos de que algo así fuera posible.

Hao se aterrorizó, ¿entonces Kyoyama seguía en la habitación cuando Yoh encendió la luz? ¿estaría ahí ahora?

—¿Cómo podemos localizarla?

—Creo que si alguien hace lo mismo que ella podría verla, porque ambas personas estarían empatando el mana con la energía de alrededor, sería como si ambas estuvieran cubiertas bajo la misma manta.

—Guíame, podría hacerlo—dijo Hao.

—Pensé en eso mucho tiempo, ya sabemos que funciona, podrás hacerlo. La encontraremos pero antes debemos sacar mi mana de Horohoro, lo está dañando demasiado.

Hao se levantó para hacerlo. Yoh y Ren se habían levantado para ir por más comida.

—Quiero intentarlo—dijo la rubia poniéndose de pie.

—No vas a poder, querida.

Se escuchó otra voz femenina.

Todos voltearon con alarma a ver de donde venía. En el umbral de la puerta estaba una rubia alta y hermosa con un vestido largo de tirantes rojo oscuro que envolvía su escultural cuerpo, era elegantemente ceñido con aberturas a los lados. Algunos mechones de su rubio y largo cabello estaban recogido sin mucho esfuerzo con un moño hecho de listón delgado del mismo color del vestido. En su cuello colgaba un collar de perlas negras.

Todos en la sala, humanos y espíritus, sintieron que no podían moverse, no podían hablar, solo mover los ojos. Era como si los estuvieran aplastando con mana, estaban congelados, la presión era soportable. Ni Hao podía mover un músculo, era como en la habitación. Pronto se dieron cuenta que esa Kyoyama era muy poderosa.

Ella entró caminando con seguridad y elegancia felina a la sala. Ambas se movían igual.

—Hola, Anna. Caballeros. Espíritus – dijo con una sonrisa desconcertantemente amigable.

Era Kyoyama: la otra Anna.