EN UN MUNDO DE CAOS

Izuku había recibido la mordida de Katsuki cuando descubrieron que el peliverde se estaba muriendo gracias a una enfermedad incurable. Katsuki era un vampiro que había vivido demasiado tiempo sobre la tierra con absoluto aburrimiento, pero todo cambió de un momento a otro cuando conoció a Izuku. En un principio no lo soportaba, incluso lo odiaba. Izuku era alguien demasiado optimista, siempre había irradiado una luz insoportable que le provocaba náuseas y él solo representaba oscuridad. No solía involucrarse con humanos, los odiaba y solamente los miraba como una fuente interminable de comida. Nada más, pero Izuku había llegado para derribar todas sus barreras. Katsuki supo que estaba jodido cuando no pudo quedarse quieto cuando Izuku casi muere a manos de unos despreciables humanos que pretendían hacerle daño. Ese día cometió el peor error de su vida: revelar su naturaleza ante un humano. Izuku le había visto con una mezcla de horror y sorpresa mientras mataba a cada uno de sus atacantes, pero sorprendentemente no reveló nunca su secreto. Comenzaron a tratarse más y aunque a veces se presentaba ante él con rastros de sangre en el rostro, Izuku nunca le dijo nada y nunca volvió a verle con repulsión a pesar de saber lo que su apariencia significaba. Izuku se convirtió en el humano más irritante e interesante de todos, que no solo lo aceptaba como era, sino que incluso se consideraba su amigo.

A regañadientes tuvo que admitir que la compañía del peliverde le hacía olvidar lo monótona que podía convertirse la eternidad. El peliverde siempre parecía maravillado cuando le hablaba de sus experiencias y la manera en la que había vivido a lo largo de los años. Pronto se encontró anhelando su compañía y contando las horas que faltaban para el siguiente encuentro. Hasta que un día dejó de visitarle. Al principio pensó que Izuku había terminado de ser como todos los humanos, pero después descubrió que Izuku se encontraba en el hospital. Tenía cáncer y eso lo estaba matando. Katsuki se molestó porque el peliverde nunca le reveló la verdad de su estado, pero no pudo evitar retractarse al ver lo desmejorado que se encontraba conectado a varias máquinas. Nunca podría olvidar lo frágil que se había visto en aquel entonces y como su inexistente corazón parecía sufrir al ser testigo del sufrimiento del chico. Cuando le ofreció convertirlo en alguien como él, Izuku se negó las primeras veces, pero cuando le reveló que estaba enamorado de él y que deseaba poder vivir juntos, Izuku no lo dudó. Fue él quien le enseñó a cazar a los humanos que se transformarían en su sustento. A pesar de su renuencia inicial, Izuku sabía que aquello era necesario para poder vivir al lado de la persona que lo amaba y pronto lo vio como parte necesaria de la cadena alimenticia.

Vivieron muchos años juntos disfrutando de la compañía del otro. Izuku había mitigado la soledad en la que Katsuki había vivido por milenios. Habían sido testigos de guerras, enfermedades, hambrunas, plagas y pandemias. Se entretenían viendo como los humanos terminaban siempre matándose unos a otros, convirtiéndose en su alimento invariablemente. Al menos hasta que el caos se apoderó de todo el planeta a modo de olas de ataque.

La primera ola fue el gran terremoto. Un fuerte movimiento aniquiló a la mayoría de los seres humanos aplastándolos con los edificios de los que se sentían orgullosos. El movimiento fue tan grande que se extendió alrededor de toda la tierra. La electricidad falló. Todo se sumió en la más profunda oscuridad cuando las nubes se hicieron oscuras y espesas, cubriendo todo y no dejando paso ni al más delgado rayo de sol. Los pocos sobrevivientes tuvieron que adaptarse a tener que buscar su propio sustento, el cual fue bastante escaso.

La segunda ola fue la extraña enfermedad. Nadie supo a ciencia cierta qué fue lo que originó dicha enfermedad, pero tampoco se contaba con los elementos necesarios para poder combatirla. Del poco porcentaje de sobrevivientes, más de la mitad sucumbió a los efectos de dicho padecimiento. Algunos que consiguieron salvarse, aunque sobrevivieron a los peores efectos al enfermarse, sufrieron la llegada de la tercera ola: la mutación. Las personas contagiadas que no morían comenzaron a mutar de forma espantosa, se volvían casi animales al no ser capaces de razonar. Se convirtieron en caníbales sedientos de carne humana. Y la cuarta ola consiguió extenderse indefinidamente porque la mordida de un transformado era altamente contagiosa.

Por las noches era común escuchar los gemidos grotescos de las criaturas que habían dejado su forma humana para convertirse en criaturas amorfas que no poseían sentimientos o emociones. Vivir en un mundo donde los humanos habían escaseado de manera sorpresiva siendo un vampiro era realmente complicado. Los cazadores se habían transformado en presas pues no podía hacer nada para competir con los transformados, quienes poseían una fuerza descomunal e inhumana.

— ¡No te detengas, Izuku! — Exclamó apresurado Katsuki que continuaba corriendo sin soltar la mano del peliverde, quien a esas alturas jadeaba por el esfuerzo. Habían caído en una trampa y estaban siendo acorralados por una gran horda de transformados.

Izuku no fue capaz de responder, perdió el equilibrio y cayó irremediablemente al suelo por completo agotado. A pesar de que no era capaz de transpirar, sabía que no podría volver a ponerse de pie porque no tenía las fuerzas necesarias. — Ya no puedo más… Kacchan, vete y déjame.

Katsuki se giró a verle con la preocupación vibrando en cada fibra de su ser. Sabía qué era lo que le pasaba a Izuku al ver sus marcadas ojeras y su palidez aún más extrema de la habitual que hacía resaltar mucho más las pecas de sus mejillas. Izuku estaba sediento. No habían podido alimentarse desde hace un par de semanas y ahora eran perseguidos por esa horda de desgraciados que los terminarían destrozando si se dejaban atrapar. Quizás fueran dos seres inmortales, pero la inmortalidad era nada si su cuerpo resultaba destrozado. Y aquellas criaturas tenían la fuerza necesaria como para conseguirlo. — ¡Carajo! — Corrió de nueva cuenta hacia Izuku y sin detenerse lo cargó sobre su espalda para continuar de esa manera con la huida. — ¡Tardé milenios en poder encontrarte, maldición! ¡No voy a perderte en manos de unos dementes sin alma ni voluntad! ¡Sólo sujétate bien!

Si Izuku aún pudiera sonrojarse estaba seguro de que en esos momentos todo su rostro parecería el de una fresa. También de seguro que su corazón estaría latiendo como loco contra su pecho. Sabía que Kacchan estaba tan débil como él, pero aún así se estaba esforzando en poder protegerlo. Rodeó con sus brazos el cuello del rubio con cuidado y luego escondió su rostro en la curvatura de su cuello. — Kacchan es genial. — Susurró no pudiendo evitar ese pequeño fragmento de felicidad en medio de todo ese caos.

Katsuki jadeaba agotado mientras intentaba encontrar un escondite para los dos, pero Izuku estaba seguro de que pudo percibir contra su pecho el ligero eco de una breve risa. — Dime eso cuando estemos a salvo, por favor.

— Lo haré.


Podía oler el aroma de la sangre fresca cerca desde donde se encontraban. Al final había conseguido encontrar un refugio temporal en una cueva improvisada formada por el derrumbe de dos edificios. Izuku se había quedado dormido en cuanto ambos pudieron calmarse un poco, pero eso en lugar de calmarlo, lo había preocupado incluso más. Cuando un vampiro no bebe la suficiente sangre en mucho tiempo su cuerpo entra en un estado letárgico y estaba seguro de que Izuku no tardaría en caer ese sueño eterno. Los humanos cuando no comían por días morían, pero los vampiros eran diferentes. Ellos no podían morir, simplemente cuando no ingerían sangre quedaban en un profundo sueño. No eran capaces de despertar ni para buscar alimento, mucho menos para hacer la más mínima de las actividades.

Había dudado mucho en dejar solo a Izuku, pero tenía que encontrar comida pronto y hacer que Izuku bebiera para que pudiera reponerse. Encontrar a los humanos fue bastante fácil, a decir verdad, siempre habían sido muy descuidados y a esas alturas lo agradecía. Cazarlos nunca fue tan fácil como ahora, quizás porque después de tantas desgracias comenzaban a olvidar la existencia de los vampiros. Los vio a lo lejos, era un grupo pequeño de al menos diez personas. No fue bastante quisquilloso, pero en cuanto una pareja se apartó del grupo, ni siquiera se quedó a averiguar qué era lo que estaban haciendo o pensar en porqué se habían separado. Cuando estuvieron solos los atacó antes de que pudieran procesar qué era lo que estaba ocurriendo. Derribó al más grande, un hombre de mediana edad en medio de un grito ahogado y se colocó sobre él. Desde lejos podría parecer una escena casi romántica en donde alguien se encuentra recostado sobre otra persona y le besa el cuello. Pero la cruel realidad era que una persona había sido atacada y aunque estaba intentando escapar no podía hacerlo, menos cuando su atacante lo mordió con furia directamente en la yugular. Los movimientos del hombre comenzaron a cesar lentamente mientras su sangre era succionada con gula. Katsuki no desperdició ni una sola gota. Su fuerza se renovó al instante, sintiéndose eufórico y lleno de energía. No tardó en encontrar a la otra víctima, una mujer joven pelirroja que había salido huyendo al darse cuenta de lo que pasaba. Obviamente no la mató, la dejó inconsciente y después se marchó antes de que llegara el resto de aquel improvisado grupo.

Cuando regresó al escondite, Izuku continuaba dormido y no había ningún tipo de muestra que indicara que el peliverde hubiera despertado en algún momento. Suspiró con ligereza al acercarse al peliverde, dejando a su presa a un lado de él. — Vamos Zuzu, despierta. Es hora de la comida. — Katsuki gruñó cuando no recibió algún tipo de respuesta, pero se calmó al instante. Sin delicadeza tomó la mano de la chica y con una de sus uñas cortó su muñeca. La mujer se quejó un poco por el dolor, pero aún así no despertó. Luego acercó la muñeca sangrante a los labios del peliverde, humedeciéndolos con la sangre fresca. — Vamos, mi amor… despierta.

Pasó un largo minuto en donde no pasó nada, pero después los ojos de Izuku se abrieron por completo, el rojo carmesí de sus pupilas dilatadas brillando con demasiada intensidad en medio de la oscuridad. Se relamió los labios con desesperación, gruñendo con ligereza cuando el sabor metálico de la sangre explotó en el interior de su boca. Observó a la chica desmayada y luego su muñeca sangrante. No lo pensó dos veces cuando agarró con fuerza su brazo y lo mordió, comenzando a beber aquel líquido vital de manera descuidada, haciendo un total desastre como si se tratara de un bebé que a penas se está enseñando a comer por su cuenta. La chica despertó e intentó gritar, pero Katsuki no se lo permitió. La sostuvo fuertemente agarrada mientras Izuku continuaba alimentándose y no la soltó hasta que su cuerpo se volvió flácido, sin vida. Las ojeras marcadas de Izuku se fueron desvaneciendo poco a poco al recuperar sus fuerzas. El efecto fue casi inmediato y Katsuki no podía evitar sentirse más aliviado. Con calma extendió su mano para poder acariciar la mejilla ajena con cariño. — ¿Estás mejor?

Izuku soltó el brazo helado y vacío de la chica, toda su boca estaba manchada de sangre. Le sonrió con ternura a su compañero. Para otros aquella sonrisa quizás resultaba aterradora y tétrica, más cuando la sangre comenzó a escurrir por la comisura de sus labios, pero para Katsuki seguía siendo la sonrisa más hermosa que había visto en toda su existencia. — Sí, gracias Kacchan.

Katsuki no respondió con palabras directamente, sino que se inclinó para poder capturar sus labios en un beso suave, degustando el sabor de Izuku mezclado con aquella sangre. Lo besó lento, tomándose todo el tiempo del mundo para poder disfrutar de aquel contacto del que nunca se cansaría. No importaba que el mundo entero se acabara hoy o en mil años más, mientras tuviera a Izuku todo valía la pena y se aseguraría de protegerlo durante toda la eternidad.