Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor

Capítulo 13 Promesas rotas y corazones perdidos

Kikyo miraba a Inuyasha desde el otro lado de la mesa, sosteniendo su copa de vino con una delicadeza casi ensayada. El restaurante era elegante, con una iluminación tenue y música suave de fondo, el tipo de lugar donde cualquier pareja celebraría una ocasión especial. Pero en esa mesa, el aire estaba denso, cargado de un peso invisible que hacía que cada palabra se sintiera forzada.

Inuyasha apenas había tocado su comida. Sostenía los palillos entre los dedos, moviéndolos distraídamente sobre el plato, como si esperara que algo despertara su apetito. Debería sentirse feliz. Este era su momento. Finalmente, estaba con Kikyo, sin barreras, sin impedimentos. Había cumplido su promesa. Todo por lo que había luchado durante años estaba justo frente a él… pero, ¿por qué sentía que su corazón no reaccionaba?

Kikyo: —La siguiente semana… —dijo suavemente, probando su vino antes de mirarlo fijamente. —Dijiste que te mudarías de la casa de Kagome.

Inuyasha asintió lentamente, sin levantar la mirada de su plato.

Inuyasha: —Sí… Myoga está buscando un departamento. En cuanto lo tenga, me iré.

Su voz sonaba monótona, carente de la emoción que cualquiera esperaría en una conversación como esa. Kikyo no era tonta. Sabía leer entre líneas, entender el subtexto de las cosas que no se decían. Sabía que algo dentro de Inuyasha se estaba rompiendo, pero también sabía que si lo mencionaba, si lo forzaba a admitirlo, todo lo que había esperado por tanto tiempo se desmoronaría ante sus ojos.

Así que decidió ignorarlo. Fingir que no pasaba nada. Porque, al final del día, ella había ganado.

Kikyo dejó su copa sobre la mesa con un leve 'clink', entrelazando sus manos sobre el mantel mientras lo observaba con atención.

Kikyo: —Lo único que te pido es una cosa, Inuyasha. —Sus ojos brillaban con determinación. —No quiero que me des a medias. No quiero ser la opción correcta, la alternativa lógica. Si vas a estar conmigo, necesito que solo pienses en mí. Que no haya nadie más.

Inuyasha levantó la mirada lentamente, encontrándose con la intensidad de esos ojos que alguna vez lo hicieron sentir que su mundo entero giraba a su alrededor. Debería responder rápido, sin dudar. Eso era lo que siempre quiso, ¿verdad?

Pero su boca se sintió seca. Su garganta, trabada. Porque en lo profundo de su alma, en el rincón más honesto de su ser, sabía que no podía prometerle eso.

Pensó en Kagome. En su sonrisa, en la forma en que fruncía el ceño cuando lo regañaba, en cómo sus mejillas se sonrojaban cuando él se acercaba demasiado. Pensó en el sonido de su risa en la casa, en los días en los que sin importar qué tan agotado estuviera, la sola presencia de Kagome hacía que su mundo fuera más ligero. Y pensó en la confesión que ella le había hecho días atrás, en las palabras que le arrancaron el alma y lo hicieron darse cuenta de la verdad que tanto había negado: Kagome lo amaba. Y él…

Inuyasha: —Sí… de eso puedes estar segura. —Su voz sonó baja, casi un susurro, pero lo suficientemente firme como para que Kikyo lo creyera.

Kikyo sonrió, satisfecha con su respuesta. Alzó su copa en señal de brindis, y él la imitó con una torpeza forzada. Mientras el cristal de sus copas chocaba suavemente, Inuyasha sintió cómo su pecho se cerraba, como si algo dentro de él se estuviera desplomando lentamente.

Kikyo había ganado. Pero, entonces, ¿por qué sentía que él había perdido todo?

La noche estaba en su punto más silencioso cuando Inuyasha abrió la puerta de la casa. La luz tenue del monitor iluminaba la sala, reflejando el perfil de Kagome, quien aún trabajaba frente a la computadora. Inuyasha se detuvo un momento en la entrada, observándola sin que ella lo notara. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, su expresión mostraba concentración, pero él sabía que su corazón estaba en otro lado, al igual que el suyo. Era evidente que trataba de mantenerse ocupada, de llenar sus pensamientos con cualquier cosa que no fuera la inminente despedida.

Kagome lo escuchó entrar y levantó la vista con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Su instinto le decía que todo entre ellos se estaba desmoronando, pero ella, aferrándose a la poca normalidad que les quedaba, decidió fingir que todo seguía igual.

Kagome: —¡Inuyasha! Llegaste tarde. —Se estiró un poco y lo miró con curiosidad. —¿Ya cenaste?

Inuyasha se quedó en silencio por un momento. No quería hablar. No quería verla, porque cada vez que lo hacía sentía que su determinación se quebraba un poco más. Se dirigió a la cocina sin contestar de inmediato, llenando un vaso de agua con movimientos mecánicos. Kagome lo siguió, apoyándose en la encimera con aparente tranquilidad, aunque su corazón latía con fuerza en el pecho, esperando su respuesta.

Entonces, Inuyasha decidió dar el golpe. Había tomado una decisión, y la única manera de hacer que la separación fuera más fácil era ser frío. Si lograba que Kagome lo odiara, que lo viera como el hombre egoísta y cruel que siempre había fingido ser, entonces tal vez, solo tal vez, sería menos doloroso para ella.

Inuyasha: —Sí. Ya cené. Con Kikyo. —Su voz fue seca, sin emoción, sin rastro de duda.

Kagome sintió un nudo en el estómago. No debía doler. No tenía derecho a sentirse así, porque después de todo, ella ya sabía que él se iría, que volvería con la mujer que siempre había amado. Pero aun así… el dolor llegó, inesperado, profundo. Como una herida que no terminaba de cerrar y que de pronto volvía a abrirse con más intensidad.

Kagome forzó una sonrisa, una que esperaba que ocultara el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarse dentro de ella.

Kagome: —Ah… qué bien. —Su voz sonó tan natural como pudo, aunque por dentro sentía que se quebraba poco a poco.

Inuyasha dejó el vaso sobre la mesa con un sonido seco, sin siquiera mirarla. No podía. Si la veía, si encontraba en sus ojos ese brillo apagado, si notaba cómo sus manos temblaban levemente, su resolución podría flaquear. Así que hizo lo único que sabía hacer cuando se sentía perdido: atacar.

Inuyasha: —La próxima semana me mudo. —Su tono fue cortante, definitivo. —No te desveles tanto… sería caro pagar por la luz.

Y sin más, sin siquiera esperar una respuesta, sin darle la oportunidad de replicar, se dio la vuelta y salió de la cocina. Sus pasos resonaron pesados en el pasillo hasta llegar a su habitación, donde cerró la puerta detrás de él con más fuerza de la necesaria.

Kagome se quedó ahí, inmóvil, sintiendo cómo el peso de sus palabras la aplastaba poco a poco. Sus dedos se aferraron a la encimera, tratando de anclarse a algo, cualquier cosa que evitara que se desplomara ahí mismo. Tragó saliva y miró el suelo, obligándose a respirar hondo, a no derrumbarse. Inuyasha se iba. Eso era un hecho. Y ahora, más que nunca, parecía que no había marcha atrás.

En su habitación, Inuyasha se dejó caer contra la puerta, cerrando los ojos con fuerza. Su corazón latía desbocado, su mente gritaba que había hecho lo correcto, pero su pecho se sentía vacío, como si algo dentro de él se estuviera desmoronando a pedazos. La había lastimado. Lo sabía. Había visto el dolor en sus ojos, incluso cuando ella trató de ocultarlo con esa sonrisa forzada. Y eso lo estaba matando.

Kagome estaba sentada en la oficina de Koga, con la mirada perdida en la mesa mientras él revisaba su guion. El silencio entre ellos era pesado, interrumpido solo por el ocasional sonido de Koga pasando las páginas. Kagome intentaba concentrarse, pero su mente divagaba. Todo parecía tan lejano ahora… hasta hace unos días, tenía un propósito, un camino, aunque incierto. Ahora, todo estaba fuera de su control.

Koga cerró el guion y lo dejó sobre la mesa con un leve golpe, llamando la atención de Kagome.

Koga: —Es muy entretenido. Sé que si te presiono un poco más, podrías lograr cosas aún más grandes. —Sonrió con confianza, pero Kagome apenas le devolvió una mueca.

Koga la observó con detenimiento. Ella no estaba ahí. Físicamente sí, pero su mente, su corazón, estaban en otro lugar, con otra persona. Sabía que su oportunidad con ella aún estaba lejos, pero le dolía verla así.

Koga: —Ven, te invito a comer. Por ahora, es lo único que puedo hacer para apoyarte.

Kagome suspiró y levantó la vista hacia él. Sonrió con tristeza, sin molestarse en fingir felicidad.

Kagome: —¿Podría ser en lugar de comida… unas cervezas? Creo que eso me ayudaría más.

Koga la miró con sorpresa por unos segundos, pero no discutió. Solo asintió y se levantó.

En el bar…

Kagome ya llevaba unas cuantas cervezas encima. Su postura era relajada, pero su rostro reflejaba todo el dolor que había intentado ocultar por días. El alcohol había derribado las barreras que siempre mantenía en alto, exponiendo la tristeza que la estaba consumiendo. Sus dedos jugaban con la botella en la mesa, y su mirada se mantenía perdida en el líquido ámbar.

Koga la observaba en silencio, con una mezcla de preocupación y frustración. Él quería verla feliz, pero ¿cómo podía competir con alguien que aún ocupaba todo su corazón?

Kagome rompió el silencio con una risa amarga, casi sin emoción. Sus ojos se fijaron en la mesa mientras hablaba.

Kagome: —Inuyasha me dijo que se va a mudar… —Se detuvo un momento, tragando saliva con dificultad antes de continuar. —No, para ser exactos, me dijo que se va con Kikyo.

Koga sintió que el aire se volvía más pesado. Aunque él deseaba que Kagome fuera libre de elegirlo, nunca había creído que Inuyasha realmente la dejaría. No después de todo lo que había visto entre ellos. Algo no encajaba.

Koga: —¿De verdad te dijo eso? —Su tono fue serio, casi incrédulo. —¿Que quería estar con Kikyo?

Kagome alzó la vista, sus ojos brillantes por las lágrimas contenidas. Su labio inferior tembló antes de que pudiera hablar.

Kagome: —Sí. Me lo dijo. —Su voz era un susurro roto. —Pero no lo entiendo, Koga.

Kagome tomó un trago más de su cerveza antes de continuar, dejando salir todo lo que había guardado en su pecho.

Kagome: —Me dijo que era feliz conmigo. Que cuando está conmigo se siente diferente… que hasta olvida a Kikyo. —Rió de nuevo, pero sonaba más como un sollozo contenido. —Eso me hizo pensar que tal vez… le gustaba un poco. Que tal vez había una posibilidad para mí. Pero no. No la hay. Me dijo que tiene que ir con ella.

Koga desvió la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. Él podía soportar que Kagome no lo eligiera, pero lo que no podía soportar era verla así… rota, por un hombre que tal vez ni siquiera comprendía lo que estaba perdiendo.

Kagome: —Aun sabiendo que estar con ella podría destruir su carrera, lo hará. Porque tiene que protegerla.

Kagome golpeó suavemente la mesa con su botella, cerrando los ojos con fuerza para contener las lágrimas que amenazaban con caer.

Kagome: —¿Quién cumple las promesas que hiciste cuando tenías nueve años?

Koga suspiró, comprendiendo lo que realmente estaba sintiendo Kagome. No era solo tristeza. Era frustración. Impotencia. Amor no correspondido en su máxima expresión.

Kagome: —Es un completo idiota.

Koga miró a Kagome, su propia tristeza reflejada en sus ojos. Ella aún no lo sabía, pero Inuyasha no era el único idiota ahí. Él también lo era. Porque, a pesar de todo, a pesar de saber que ella aún lo amaba, él seguiría esperando.

La casa estaba en silencio, la única luz encendida era la del televisor que iluminaba tenuemente la sala. Inuyasha estaba sentado en el sofá, con el control remoto en la mano, pero no prestaba atención a lo que pasaban en la pantalla. Su pierna se movía inquieta, su mirada se desviaba constantemente hacia la puerta. Kagome aún no regresaba y eso lo tenía al borde de la desesperación.

Se levantó y caminó hacia la puerta principal, la entreabrió y miró hacia la calle, esperando ver su figura. La brisa nocturna era fría, pero él apenas la sentía. Entonces, un auto se estacionó frente a la casa. Su corazón dio un vuelco al ver a Kagome bajarse del auto de Koga. Su estómago se revolvió en una mezcla de celos y angustia. La vio tambalearse ligeramente mientras se despedía de Koga y cerraba la puerta del auto con torpeza. Sin esperar a que ella llegara, corrió de vuelta al sofá, tomó el control remoto y subió un poco el volumen de la televisión, intentando aparentar que llevaba ahí todo el tiempo.

Kagome entró a la casa, su caminar era inestable, y al verlo en el sofá, simplemente lo saludó como si nada pasara. Su voz tenía un tono más relajado de lo normal, arrastrando ligeramente las palabras. Inuyasha frunció el ceño al verla caminar de forma errática hacia la cocina.

Inuyasha: —¿Estás borracha? —Su tono fue más serio de lo que pretendía.

Kagome se giró lentamente para mirarlo. Su sonrisa era diferente, su mirada reflejaba una tristeza que no podía esconder, pero aun así, levantó un dedo y lo movió de un lado a otro con burla.

Kagome: —Solo bebí un poco... nada grave.

Intentó seguir su camino, pero Inuyasha ya estaba detrás de ella, bloqueándole el paso.

Inuyasha: —¿Estuviste con Koga? —Su voz salió más demandante de lo que quería.

Kagome se inclinó ligeramente hacia él, su aliento tenía un leve rastro a alcohol, pero más allá de eso, su expresión era la de alguien que había dejado de fingir. Sus ojos brillaban con algo que lo hizo estremecer.

Kagome: —¿Con quién más iba a estar? —Su tono fue desafiante. —Anda, hazme un té.

Inuyasha la miró con incredulidad. Nunca la había visto así. No era la Kagome alegre ni la testaruda, era una Kagome que había dejado caer todas sus defensas, que ya no tenía miedo de hablar con la verdad.

Inuyasha: —¿Por qué me hablas así? —preguntó, sin poder evitar el peso en su pecho.

Kagome entrecerró los ojos y se apoyó en la mesa del comedor.

Kagome: —Porque quiero. ¿Me harás el té o no?

Él apretó la mandíbula y sin decir nada, fue a la cocina. Sus manos se cerraron con fuerza alrededor de la tetera mientras el agua hervía. ¿Por qué le hablaba así? ¿Por qué lo miraba con ese aire de desafío y tristeza al mismo tiempo? ¿Qué le había dicho Koga?

Cuando el té estuvo listo, lo sirvió en una taza y lo llevó hasta la mesa. Kagome tomó la taza con ambas manos, pero en lugar de beber, se quedó mirando el líquido, como si estuviera perdida en sus pensamientos. Entonces, en un murmullo apenas audible, dejó escapar las palabras que hicieron que el corazón de Inuyasha se detuviera.

Kagome: —No puedes irte con Kikyo…

Inuyasha sintió como si el aire se volviera denso de repente. Su cuerpo se tensó, su garganta se cerró y sus manos temblaron ligeramente.

Kagome: —No te dejaré ir…

Su voz sonaba quebrada, vulnerable, como si cada palabra fuera una súplica disfrazada de determinación. Sus párpados empezaron a cerrarse lentamente, el cansancio y el alcohol hacían estragos en su cuerpo. Se inclinó un poco hacia adelante, su cabeza cayendo suavemente sobre la mesa. Inuyasha no pudo moverse por un instante. Su pecho dolía de una manera que no podía describir. La Kagome fuerte, la Kagome orgullosa… ahora estaba ahí, frente a él, derrumbándose.

Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla mientras se acercaba a ella y la tomaba entre sus brazos. Era la primera vez que la sostenía así, con tanta delicadeza, como si fuera lo más preciado en su vida. Caminó con ella por el pasillo hasta su habitación y la acostó sobre la cama con cuidado. Su respiración era tranquila, pero en su rostro aún quedaban rastros de su dolor. La arropó, asegurándose de que estuviera cómoda.

Se sentó en el borde de la cama y la contempló por un largo rato. Su mano, temblorosa, se acercó a su mejilla y con la yema de sus dedos la acarició suavemente. Kagome murmuró algo en sueños, pero él no pudo entenderlo.

Inuyasha: —Por favor… no sufras por mí. —Su voz era un susurro lleno de culpa. —No valgo la pena… ni siquiera puedo protegerte del dolor que yo mismo te causo.

Se inclinó ligeramente, con el deseo de besar su frente, de absorber su tristeza, de hacer desaparecer todo lo que él mismo había causado. Pero no podía. No tenía derecho. En cambio, se quedó ahí, con el corazón hecho pedazos, viendo cómo la mujer que amaba sufría por su culpa. Y eso… era un tormento que jamás podría perdonarse.

Por la mañana, Inuyasha bajó las escaleras con una pesadez inusual. Su mente aún estaba atrapada en lo que había ocurrido la noche anterior. Kagome, vulnerable, casi rogándole que no se fuera. Su propia incapacidad para hacer algo al respecto.

Cuando llegó a la cocina, la vio sirviendo el desayuno. No tenía la misma energía de siempre; su postura era rígida, sus movimientos más lentos de lo normal. Sus ojos reflejaban el cansancio de la noche anterior.

Inuyasha se sentó en su lugar habitual y la observó mientras ella se sentaba también, sirviéndose café con ambas manos, como si necesitara aferrarse a algo tangible para no perderse en sus propios pensamientos.

El silencio entre ambos se prolongó durante varios minutos, solo interrumpido por el sonido de los cubiertos y el suave tintineo de la taza de Kagome al ser colocada sobre la mesa. Pero Inuyasha no podía dejar las cosas así. Tenía que seguir con su plan, tenía que poner más distancia entre ellos… aunque con cada paso en esa dirección, sentía que se desgarraba a sí mismo.

Inuyasha: —Es tarde.

Kagome levantó la vista, pero no dijo nada. Apenas reaccionó.

Inuyasha: —Ya sabes que el desayuno se sirve a las siete.

Kagome cerró los ojos con fuerza y dejó escapar un suspiro. La resaca estaba golpeándola con toda su fuerza. Sentía la cabeza palpitante y su cuerpo pesado. Lo último que quería era una pelea con Inuyasha tan temprano en la mañana.

Kagome: —¿No puedes esperar? Me levanté un poco tarde…

Inuyasha entrecerró los ojos, cruzando los brazos sobre la mesa.

Inuyasha: —¿Cómo es que una esposa puede ponerse tan ebria con otro hombre?

Kagome dejó caer los cubiertos con un sonido seco. Su mirada se oscureció y por un segundo Inuyasha pudo ver el fuego en sus ojos. Pero en lugar de responder con una pelea, simplemente tomó aire y decidió ignorarlo. Volvió a tomar su taza de café y bebió un sorbo, como si lo que él acababa de decirle no la hubiera afectado en absoluto.

Inuyasha chasqueó la lengua con frustración. ¿Por qué siempre tenía que ser así? ¿Por qué cuando más quería que ella reaccionara y peleara con él, se cerraba de esa manera?

Suspiró y cambió de estrategia.

Inuyasha: —¿No quieres salir de viaje?

Kagome levantó la vista con desconfianza.

Kagome: —¿Viaje?

Inuyasha: —En unos días todo saldrá en la prensa. Lo de nuestro matrimonio, lo de Kikyo… no puedo evitarlo. No importa lo que haga, va a explotar en cualquier momento. Tal vez deberías tomarte unos días lejos de aquí.

Kagome dejó la taza sobre la mesa y lo miró fijamente. Había algo en su expresión que lo hizo sentirse incómodo. No era enojo, ni tristeza… era una resignación amarga que le heló el pecho.

Kagome: —No.

Inuyasha: —Kagome, no tienes que—

Kagome: —No me voy a ir a ningún lado.

Su tono fue firme. No era un capricho, no era terquedad. Había tomado una decisión. Inuyasha sintió que su estómago se encogía. Quería insistir, quería empujarla a alejarse un poco más, pero en el fondo, una parte de él se sintió aliviada de que ella quisiera quedarse. De que todavía estuviera con él, aunque fuera por poco tiempo más.

Kagome terminó su café y se levantó, sin mirarlo.

Kagome: —Si no tienes nada más que decir, tengo que trabajar.

Y sin esperar respuesta, se alejó de la mesa. Inuyasha la observó desaparecer por el pasillo, sintiendo que, con cada paso que ella daba lejos de él, su propio mundo se iba derrumbando.

Inuyasha después de haber ido a la oficina, donde sus sueños cada vez se alejaban al perder más proyectos, llegó a la casa de Kikyo, quien lo había invitado a comer. Su mente estaba sumida en pensamientos oscuros, pero intentó apartarlos al entrar.

Al cruzar la puerta, un aroma cálido lo envolvió. En la mesa, una gran variedad de platillos estaban dispuestos con esmero. Kikyo sonreía con orgullo mientras acomodaba los cubiertos.

Inuyasha —¿Tú hiciste todo esto? —preguntó con un tono neutro, observando la comida sin demasiada emoción.

Kikyo —Sí. Sé que no parezco el tipo de persona que disfruta cocinar, pero en realidad me gusta mucho. Recuerdo que de niña mi sueño era ser ama de casa —dijo con una risa suave—. Dime, ¿qué te gustaría que te prepare? Lo que sea, yo lo cocinaré para ti.

Inuyasha la observó, forzando una leve sonrisa. Había algo en su voz, en su manera de hablar, que le resultaba ajeno. Era como si estuviera cumpliendo un papel, como si todo esto fuera parte de un guion que debía seguirse al pie de la letra. Un guion en el que él ya no quería actuar.

Kikyo —Recuerdo que la sopa de medusa es de tus favoritas —continuó con una sonrisa dulce mientras le servía un tazón—. La preparé especialmente para ti.

Inuyasha miró la sopa humeante frente a él. Era cierto, siempre le había gustado… pero de repente, ese plato le pareció tan vacío, tan insípido, incluso antes de probarlo.

Tomó la cuchara y llevó un poco a su boca. El sabor era delicioso, tal como lo recordaba, pero algo en su interior se removió dolorosamente.

Kagome también había hecho sopa de medusa para él. Y aunque aquella vez no le había dicho nada, lo cierto es que había sentido que nunca en su vida algo le había sabido tan especial. No era solo el sabor… era el hecho de que ella se había esforzado por hacerlo para él. Porque quería verlo feliz.

Respiró hondo y dejó la cuchara en el tazón.

Kikyo —¿Te gusta? —preguntó, inclinándose un poco hacia él con emoción en los ojos.

Inuyasha —Sí… está deliciosa —respondió con una sonrisa forzada.

Kikyo sonrió satisfecha. Su felicidad era evidente… pero también unilateral.

Inuyasha bajó la mirada a su plato, sintiendo una opresión en el pecho. ¿Esto es lo que quiero? ¿Esto es lo que se supone que me hará feliz?

Pero Kikyo lo miraba con tanta ilusión que él no pudo decir nada más. Y así, obligándose a cumplir la promesa que hizo hace tantos años, tomó otra cucharada de sopa y la llevó a su boca, mientras su corazón seguía estando en otro lugar.

Inuyasha llegó ya de noche a casa. Al entrar, vio a Kagome esperándolo en la sala. Ella, al notar su presencia, le sonrió con dulzura, como si nada hubiera cambiado entre ellos.

Kagome —¿Ya cenaste?

Inuyasha —Sí —respondió con frialdad, mientras se quitaba la chaqueta.

Kagome —¿Ah, sí? —preguntó con curiosidad—. ¿Dónde?

Inuyasha —En casa de Kikyo.

Kagome sintió que el aire le faltaba por un momento. No había esperado esa respuesta. Lo disimuló lo mejor que pudo y esbozó una sonrisa forzada.

Kagome —¿En serio?

Inuyasha —Sí.

Era la oportunidad perfecta para seguir con su plan. Tenía que ser frío, tenía que hacer que Kagome dejara de esperarlo, que dejara de sentir algo por él. Solo así podría hacer que la separación fuera menos dolorosa… o al menos, eso intentaba convencerse de que era lo mejor.

Inuyasha —Kikyo es una excelente cocinera —dijo con un tono indiferente—. Me preparó sopa de medusa y estuvo deliciosa.

Kagome sintió un nudo en la garganta. La sopa de medusa. Su mente la llevó a aquel día en que, con todo su empeño, ella misma la había cocinado para él, después de pedirle la receta a su madre. Recordaba lo nerviosa que estuvo esperando su reacción. Pero Inuyasha no había dicho nada. No le había dicho si le gustó o no. Ahora entendía por qué. Tal vez porque no era tan buena como la de Kikyo. Tal vez porque ella nunca podría ser suficiente.

Respiró hondo y apartó esos pensamientos de su cabeza. No debía afectarle. No debía demostrarlo.

Kagome —Debiste haber llamado para decirme que comerías fuera. Ese era nuestro acuerdo.

Inuyasha —Ya no.

Kagome —¿Qué? ¿Por qué no?

Inuyasha —Porque las promesas que te hice no significan nada.

Kagome sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. Sabía que Inuyasha estaba tratando de herirla, sabía que lo hacía con una razón… pero eso no hacía que doliera menos.

Inuyasha —No vuelvas a esperarme —

Y sin darle oportunidad de decir nada más, se dio la vuelta y la dejó sola en la cocina.

Kagome se quedó ahí, inmóvil, sintiendo cómo la tristeza la invadía por completo. Sus manos temblaban sobre la mesa. No podía llorar, no debía. Pero por más que intentara convencerse de que no le dolía… la herida en su corazón se hacía cada vez más grande.

Un día menos para estar cerca el uno del otro.

Kagome intentaba que todo fuera lo más amigable posible. Muy en el fondo, aún tenía la absurda esperanza de que Inuyasha cambiara de parecer, que la eligiera. Que la viera.

Aquella mañana, sus caminos se cruzaron en el pasillo camino al baño. Inuyasha pasó a su lado sin siquiera mirarla, como si ella no existiera. Como si todo lo que habían compartido en aquel hogar no hubiera significado absolutamente nada.

Kagome sintió que la ira la invadía. ¿De verdad iba a seguir actuando así? ¿De verdad no tenía ni la más mínima intención de detenerse?

Se plantó frente a él, bloqueándole el paso.

Kagome —¿No puedes reconsiderar la idea de mudarte? —dijo, mirándolo directo a los ojos—. Dicen que será un gran escándalo y eso te perjudicará mucho.

Ahí estaba. La Kagome de siempre. La que se preocupaba por todos menos por sí misma.

Inuyasha la miró fijamente, sin comprender. ¿Cómo podía seguir preocupándose por él después de todo lo que le había dicho? ¿Después de todo lo que le había hecho?

Pero tenía que seguir con su plan.

Inuyasha —Deja de preocuparte por mí. Ocúpate de tus propios asuntos y ya.

Kagome —Inuyasha…

Inuyasha —No eres ni brillante ni inteligente —dijo con una frialdad que él mismo desconocía que poseía—, así que voy a decírtelo de nuevo.

Kagome sintió su cuerpo tensarse. Algo dentro de ella le gritaba que se preparara para lo que venía. Que esto iba a doler.

Inuyasha —Nada de lo que te dije es cierto. Nada.

Su voz era dura, implacable.

Inuyasha —Nada de lo que te prometí significó algo.

Kagome sintió que su corazón latía dolorosamente contra su pecho.

Inuyasha —Tú no significaste nada.

Silencio.

Inuyasha —No eres nada en mi vida.

Cada palabra era una daga atravesando su pecho.

Inuyasha —Y nunca lo serás.

El golpe fue devastador. Pero Kagome no se dejó amedrentar esta vez. Respiró hondo, reuniendo todas sus fuerzas. Si él iba a seguir con ese juego, entonces ella también sabría jugarlo.

Kagome —Si lo que prometiste no significó nada, entonces yo tampoco tengo que cumplir con lo que prometí.

Inuyasha la miró fijamente. No le gustaba el tono de su voz. No le gustaba hacia dónde iba esa conversación.

Inuyasha —Así es —dijo con indiferencia—. No tienes que hacerlo.

Kagome —Entonces… —se cruzó de brazos y lo miró con desafío— ya no cocinaré, ni limpiaré. Saldré sin avisar y llegaré a la hora que me plazca.

Inuyasha —Haz lo que te quieras —le respondió con la mandíbula tensa—. No me importa.

Y sin decir más, se giró y se alejó con pasos firmes. Pero a medio camino, su cuerpo se quedó paralizado. Un dolor punzante le atravesó el pecho. Como si algo dentro de él se estuviera rompiendo sin remedio. Quiso girarse, decirle que no era cierto. Que cada promesa, cada momento, cada sonrisa había significado algo. Pero no lo hizo. Apretó los puños y siguió su camino hasta su habitación. Y Kagome, con el corazón hecho pedazos, se quedó en el pasillo, viendo cómo la última esperanza de que él la eligiera desaparecía frente a ella.

Por la tarde, Inuyasha estaba recostado en el sofá, con un brazo sobre la frente, tratando de ignorar la ansiedad que lo carcomía desde dentro. Había pasado toda la mañana diciéndose a sí mismo que no le importaba, que Kagome podía hacer lo que quisiera, que ya había decidido que lo mejor era alejarla de él… pero era una mentira, y lo supo en el instante en que escuchó sus pasos descendiendo la escalera.

Bajó el brazo con pesadez, dispuesto a lanzar algún comentario sarcástico por inercia, pero cuando levantó la vista… sintió que el aire le abandonaba los pulmones. Kagome se veía hermosa, más de lo que nunca había querido admitir en voz alta. Llevaba un vestido de satín rosa que delineaba su figura con una perfección casi insultante. Su cabello suelto caía sobre sus hombros con un movimiento natural, enmarcando su rostro con una suavidad que lo hacía ver casi irreal.

Pero lo peor de todo era la tranquilidad con la que lo miraba. Su expresión era serena, su postura relajada. No había rastro de la Kagome que lloró frente a él días atrás, la Kagome que lo había mirado con los ojos llenos de amor y desesperación, rogándole en silencio que la eligiera. No, aquella Kagome no existía más. La que tenía frente a él era una mujer completamente distinta, y eso lo aterraba.

Se incorporó en el sofá, sus movimientos torpes y apresurados, su instinto habló antes que su razón.

Inuyasha —¿Vas a salir?

Kagome —Sí.

Su respuesta fue corta, directa, sin adornos, y eso lo hizo sentir peor.

Inuyasha sintió que su estómago se revolvía. Su mente se llenó de suposiciones. ¿A dónde iría? ¿Con quién? ¿Por qué se veía así? Pero en el fondo, ya lo sabía.

Inuyasha —¿A dónde?

Kagome —Voy a tener mi primera cita oficial con Koga.

El tiempo se detuvo. La tierra dejó de girar. El eco de sus palabras retumbó en su cabeza como un martillo golpeando un cristal hasta hacerlo añicos.

Koga.

Koga.

KOGA.

El nombre se repitió tantas veces en su mente que sintió un dolor sordo en la base del cráneo. Le dolió más de lo que estaba dispuesto a admitir. Mucho más.

Kagome —No me esperes. Tal vez ni siquiera regrese a dormir.

Y con esa simple frase… lo destruyó.

Abrió la puerta con tranquilidad, sin una pizca de duda en su expresión. Sin molestarse en mirar hacia atrás. No esperó su reacción. No esperó nada. Inuyasha sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, que todo lo que había tratado de construir con su orgullo se venía abajo de golpe. Porque, por primera vez en toda su vida, sabía lo que era el miedo real.

Su mandíbula se tensó hasta el punto de doler, sus puños se cerraron con tanta fuerza que sintió las uñas clavarse en la piel. Sintió el deseo ardiente de correr tras ella, de detenerla, de sujetarla por la muñeca y exigirle que no lo hiciera. Que no se fuera. Que no lo dejara solo.

Pero no se movió. No podía. Porque si lo hacía, si la detenía… significaría que todo este tiempo había estado mintiendo. Que todo lo que le dijo, que todo lo que fingió no sentir, era solo una farsa. Que no podía vivir sin ella.

Y él no podía permitirse eso.

Así que la dejó ir.

Se dejó caer de nuevo en el sofá, cubriéndose el rostro con ambas manos. El sonido de la puerta cerrándose a sus espaldas fue como un disparo en su pecho. Y en el silencio absoluto de aquella casa, por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo dentro de él moría.

El restaurante estaba impecablemente iluminado, con un murmullo de conversaciones de fondo y el tintineo de copas chocando sutilmente. Inuyasha caminaba junto a Kikyo siguiendo al mesero que los conducía a su mesa, pero su atención no estaba realmente en la mujer a su lado. Su mente estaba nublada, llena de un solo pensamiento: olvidar a Kagome.

Pero cuando giraron en el pasillo principal y su mesa asignada estuvo a la vista, su mundo se detuvo.

Justo allí, sentados en una mesa a escasos metros de la suya, estaban Kagome y Koga. Ella sonreía con una sinceridad que hacía mucho tiempo que no le veía, riendo suavemente por algo que Koga acababa de decir. Su cabello suelto enmarcaba su rostro con dulzura, sus ojos brillaban de felicidad… y él no era el responsable de esa sonrisa.

Inuyasha sintió que la sangre le hervía en las venas, su mandíbula se tensó y sus manos se cerraron en puños involuntarios. No podía recordar la última vez que Kagome lo miró de esa forma, con esa alegría despreocupada, con esa risa que no parecía forzada.

Pero no fue solo él quien sintió algo. Kikyo, de pie a su lado, había desviado la mirada hacia Koga, su postura se había tensado sutilmente. Aunque trató de disimularlo, Inuyasha lo notó. Ella también sintió el golpe.

Kagome y Koga pronto se dieron cuenta de su presencia. Hubo un silencio incómodo. Todos se miraban sin decir nada, y el ambiente se cargó de una tensión sofocante.

Fue entonces cuando Inuyasha, impulsado por los celos enfermizos que lo consumían, actuó sin pensar. —¡Vaya! ¡Qué coincidencia!- dijo con una sonrisa arrogante y fingida. Ya que todos somos buenos amigos, ¿por qué no cenamos juntos?

Kagome abrió los ojos sorprendida, Koga frunció el ceño y Kikyo miró a Inuyasha como si se hubiera vuelto loco. Pero Koga, intentando evitar una escena en un lugar tan concurrido, exhaló con resignación y respondió: Está bien.

Se sentaron juntos, la mesa ahora dividida en dos bandos silenciosos. Kagome e Inuyasha frente a frente, Kikyo y Koga a los costados. La cena transcurría en un silencio espeso, incómodo, hasta que Kikyo decidió romperlo.

Kikyo —Koga, escuché que el libreto que escribió Kagome se va a convertir en película. ¿Es cierto?

Koga —Sí, pronto comenzaremos el proyecto.

Kikyo —¿Y de qué trata?

Koga sonrió con complicidad, lanzándole una mirada a Kagome que no pasó desapercibida para nadie en la mesa. Eso es un secreto entre la escritora y yo.

Inuyasha sintió un latigazo de ira recorrer su pecho. Apretó los cubiertos con fuerza, sintiendo cómo sus dientes rechinaban.

Kikyo —Vaya, qué misterio. ¿No puedes darme al menos una idea?

Koga —No, pero te aseguro que será una gran historia.

Kikyo giró la cabeza hacia Inuyasha con curiosidad. —¿Y tú? ¿No sabes de qué trata? Kagome no te lo ha contado?

Inuyasha —No es algo que me interese saber. ¿Qué se puede esperar de un "pollo escritor"?

El comentario fue cortante y cruel. Kagome dejó de comer un momento, mirándolo con el ceño fruncido, pero sin dignarse a responder.

Koga, en cambio, entrecerró los ojos. —¿Y qué significa eso?

Inuyasha —Nada. Es un secreto entre Kagome y yo.

El tono sarcástico y venenoso en su voz llenó de nuevo el ambiente con tensión. De nuevo, el silencio incómodo se hizo presente hasta que Kagome, distraída en su postre, dejó un pequeño rastro de crema batida en su labio inferior.

Koga notó el detalle y sin dudarlo se inclinó hacia ella con ternura. —Acércate.

Kagome parpadeó sorprendida, pero obedeció. Con delicadeza, Koga tomó una servilleta y le limpió suavemente la comisura de los labios.

Ese simple gesto fue suficiente para hacer explotar a Inuyasha.

InuyashaComo siempre, eres una tonta. Ni siquiera sabes comer bien.

El tono hiriente, lleno de celos y frustración, cortó la escena como un cuchillo.

Koga giró la cabeza con seriedad. Basta. No insultes a Kagome así.

Inuyasha —¡Yo la conozco mejor que tú! No le hace caso a nadie, es una rebelde, desorganizada, ruidosa, floja, gritona…

El ceño de Kagome se frunció, su paciencia finalmente se agotó.

Kagome —¿Ah, sí? Pues entonces, ya que estamos diciendo la verdad, ¿por qué no hablamos de ti? Te la pasas gritándome, molestándome, ordenándome, eres grosero y,¡estás loco de remate!

Los dos se fulminaron con la mirada. Sus palabras fueron hirientes, pero la intensidad con la que se hablaban delataba otra cosa. Entre los insultos, en cada mirada encendida, en cada respiración acelerada, había algo más profundo que ninguno de los dos quería reconocer.

Tensión.

Amor.

Deseo reprimido.

Kikyo y Koga los observaban con atención, dándose cuenta de lo que tal vez ellos mismos se negaban a ver: que ese amor era tan fuerte que se confundía con odio.

Kagome, notando que los clientes del restaurante comenzaban a observarlos, decidió terminar con la escena. Tomó aire, se enderezó en su asiento y se centró en su comida, ignorando a Inuyasha por completo. Él, en cambio, no podía apartar los ojos de ella. No después de lo que acababa de ocurrir. No después de darse cuenta de que, por más que lo intentara, no importaba cuánto lo negara… nunca podría dejar de amarla.

El auto de Koga se detuvo suavemente frente a la casa de Kagome. La noche era tranquila, el sonido lejano del mar llegaba hasta ellos con una brisa suave que se colaba por las ventanas entreabiertas del coche.

Koga giró el rostro para mirarla con atención. Kagome, con la mirada perdida en el horizonte, aún parecía sumida en sus pensamientos. Desde la cena con Inuyasha, había notado que ella estaba cada vez más distante, como si luchara constantemente con algo dentro de sí.

Koga —Kagome, ¿alguna vez has ido a Venecia?

Kagome parpadeó un par de veces y giró el rostro para mirarlo. ¿Venecia? repitió, sin entender muy bien por qué le hacía esa pregunta.

Koga —Sí. ¿Has estado ahí?

Kagome sonrió con melancolía y negó con la cabeza. —No, lo más lejos que he ido fue China… y ni siquiera lo disfruté.

La mención de China trajo consigo una oleada de recuerdos. La desesperación, la soledad, el miedo a no saber cómo regresaría… y también el primer encuentro con Inuyasha. No pudo evitar preguntarse si todo habría sido distinto si jamás hubiera subido a ese avión.

Koga notó la expresión en su rostro y decidió continuar. —Voy al Festival de Cine de Venecia. Llevaré la idea de nuestra película y veré posibles socios. Quiero que vengas conmigo.

Kagome abrió los ojos sorprendida. —¿Yo?

Koga —Sí. Necesitas un cambio de aire, despejar tu mente, empezar de cero. Además… es tu historia. Deberías ser parte de todo el proceso.

Kagome bajó la mirada y se mordió el labio con indecisión. La idea era tentadora. Irse, salir de todo este caos, alejarse de los recuerdos y de la inevitable separación que se acercaba con Inuyasha. Quizás, si ponía distancia entre ellos, su corazón finalmente dejaría de doler.

Respiró profundo y levantó la vista para encontrarse con los ojos sinceros de Koga.

Kagome —Está bien. Iré contigo.

Era hora de tomar una decisión por sí misma. Dejar de esperar, dejar de sufrir. Quizás Venecia sería el lugar donde realmente pudiera cerrar este capítulo de su vida y comenzar uno nuevo.

Inuyasha llegó tarde aquella noche. Lo hizo a propósito. Había pasado una hora deambulando sin rumbo fijo antes de volver a casa, con la esperanza de que Kagome ya estuviera dormida y evitar cualquier conversación incómoda. Pero al abrir la puerta y verla sentada en el comedor, con la espalda recta y el rostro serio, supo que no tendría escapatoria.

El corazón de Kagome latía con fuerza mientras lo veía entrar. Se puso de pie lentamente, su estómago se encogía con nerviosismo.

Kagome —Tengo que decirte algo.

Inuyasha dejó caer las llaves en la mesa de la entrada y se quedó de pie, mirándola con el ceño fruncido. Había algo en su tono de voz que no le gustaba, una determinación diferente a la que solía tener cuando discutían.

Kagome —Me iré de viaje con Koga.

En ese instante, el mundo de Inuyasha se derrumbó en silencio.

No reaccionó de inmediato. Su mente tardó unos segundos en procesar lo que acababa de escuchar. Sentía como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago y le hubiera arrancado el aire de los pulmones.

Inuyasha —…¿Cuándo?

Su voz sonó extraña, como si no fuera suya.

Kagome —El miércoles.

Inuyasha apretó la mandíbula. Algo en su pecho dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sin pensarlo, murmuró casi para sí mismo:

Inuyasha —Ese día… me voy yo también de la casa.

El silencio que se formó entre ellos fue tan espeso que parecía tangible. Kagome sintió cómo la última chispa de esperanza se apagaba dentro de ella. Había esperado que él reaccionara de otra manera, que al menos intentara detenerla. Que le dijera que no se fuera, que la necesitaba, que la amaba. Pero no. No hubo súplicas. No hubo nada.

Kagome —Entiendo.

Eso fue todo lo que pudo decir. Inuyasha asintió lentamente y, sin decir nada más, se giró y se marchó a su habitación. Kagome lo vio alejarse con los ojos ardiendo por las lágrimas que se negaban a caer. Lo entendió. No había razón para quedarse. No había razón para esperar. Era hora de seguir adelante.

El miércoles llegó demasiado rápido, como si el universo conspirara para que no tuvieran tiempo de arrepentirse, de detenerse, de luchar.

Inuyasha estaba en su habitación, rodeado de cajas y maletas, empacando su vida en espacios reducidos como si así pudiera hacer que doliera menos. Pero nada lo hacía. Cada prenda de ropa que guardaba, cada objeto que metía en una caja, era un recordatorio de que todo estaba llegando a su fin.

La puerta se abrió suavemente.

Kagome —Ya me voy al aeropuerto.

La voz de Kagome era apenas un susurro, pero para él sonó como un trueno.

Inuyasha sintió un dolor insoportable en el pecho, como si algo dentro de él estuviera quebrándose en mil pedazos. No levantó la vista. No podía. Si la miraba, sabía que su resolución se haría añicos.

Ella se acercó con pasos lentos. Inuyasha sintió su presencia antes de verla. Todo en su interior gritaba que se alejara, que no permitiera que el contacto se hiciera real, que la distancia era lo único que podía mantenerlo entero. Pero su cuerpo no respondió.

Kagome se inclinó y lo abrazó.

Era un abrazo cálido, envolvente, lleno de sentimientos que él no se atrevía a aceptar.

Inuyasha no correspondió. Se quedó inmóvil, con los puños cerrados a sus costados, sintiendo su fragancia por última vez. Su corazón martillaba en su pecho, su garganta se cerraba.

Kagome —Espero que tengas una hermosa vida al lado de la mujer que amas… Te deseo lo mejor, siempre.

Las palabras se clavaron en él como cuchillos.

"No quiero una vida sin ti".

Pero no lo dijo. No podía. No debía.

Las lágrimas amenazaban con escapar, pero las contuvo con todas sus fuerzas. Apretó los dientes y se obligó a respirar. Kagome no lo miró. No le dio una última oportunidad de detenerla. Con la mirada baja, se dio la vuelta y salió de la habitación. Inuyasha escuchó el sonido de la puerta principal cerrándose suavemente detrás de ella. Y entonces, el silencio. Un silencio tan absoluto, tan sofocante, que lo dejó paralizado en medio de su habitación, rodeado de sus cajas y su orgullo destrozado. Kagome se había marchado. Y con ella, todo lo que alguna vez le hizo sentir vivo.

El auto se deslizaba entre el tráfico como una sombra fugaz, un reflejo del caos que rugía en el interior de Inuyasha. Sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que sus nudillos se veían blancos, su mandíbula estaba tensa, y su respiración, aunque pareja, tenía un dejo de desesperación contenida. No quería pensar. No quería sentir. Pero su cuerpo, su alma, estaban al borde de la implosión.

La mirada de Kikyo se mantenía fija en él, analizando cada uno de sus movimientos. Lo conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que algo estaba mal. Desde que Kagome se había ido, desde que había cruzado esa puerta con su maleta en mano y sin mirar atrás, Inuyasha ya no era el mismo. Se había sumido en un silencio aterrador, un vacío que ni siquiera ella, la mujer que había estado a su lado toda la vida, podía llenar.

Kikyo—¿Ya te mudaste? —preguntó, rompiendo el incómodo mutismo que había dominado todo el trayecto.

Inuyasha tardó un segundo en reaccionar. Parpadeó un par de veces, como si hubiera estado sumergido en un sueño del que apenas despertaba.

Inuyasha: —Casi… —murmuró con voz ronca—. Solo faltan unas cuantas cosas. Pasaré por ellas en la noche.

Kikyo sonrió, satisfecha. Lo había logrado. Inuyasha estaba cumpliendo su promesa. Kagome era un capítulo cerrado.

Inuyasha: —¿Ya comiste, Kagome? —soltó él, con total naturalidad.

El silencio que se hizo después fue ensordecedor.

Kikyo parpadeó un par de veces, procesando lo que acababa de escuchar. Su pecho se apretó con una mezcla de rabia y dolor.

Kikyo: —¿Qué dijiste? —preguntó con voz baja, aunque en su interior una tormenta estaba desatándose.

Inuyasha frunció el ceño, sin entender a qué se refería.

Inuyasha: —Te pregunté si ya habías comido… —dijo, sin darle importancia.

Kikyo: —No —apretó los labios—. Me llamaste Kagome.

Inuyasha sintió una punzada helada recorrerle la espina dorsal. Su agarre sobre el volante se tensó al mismo tiempo que su estómago se hundía. Su mente trató de procesarlo. ¿De verdad había dicho eso?

Inuyasha: —¿En serio? No me di cuenta —trató de restarle importancia.

Pero el fuego en la mirada de Kikyo decía que aquello no pasaría desapercibido.

Inuyasha: —Tal vez es porque estaba pensando en que ahora mismo Kagome debe estar en el avión… —continuó Inuyasha, como si tratara de justificarse, con una sonrisa sarcástica que no llegaba a sus ojos—. Ojalá no haya comido, porque va a vomitar a todo el que esté cerca.

El chiste no aligeró el ambiente. Kikyo lo observó con una intensidad peligrosa. Él, sin darse cuenta, continuó.

Inuyasha: —Se enferma muy seguido… me pregunto si llevó suficiente medicina. También es un poco tonta, espero que no se pierda. Ni siquiera sabe hablar italiano.

Cada palabra salía de su boca sin que pudiera detenerse, cada una impregnada de una preocupación genuina, aunque disfrazada de burla. Pero lo que no vio, lo que no quiso ver, fue cómo con cada una de ellas, Kikyo se desmoronaba por dentro.

Kikyo: —¡Basta! —gritó, explotando finalmente.

Inuyasha giró la cabeza, sorprendido por el tono de su voz.

Kikyo: —Si estás tan preocupado por ella —continuó, con la voz quebrada por la frustración—, ¡no seas un idiota y no la dejes ir!

El pecho de Inuyasha se encogió.

Inuyasha: —¿Qué…? —su voz apenas era un susurro, una mezcla de incredulidad y miedo.

Kikyo: —¡No seas un tonto, Inuyasha! —apretó los puños—. ¡Si quieres estar con Kagome, ve tras ella! ¡Ve y dile que se quede!

El tiempo pareció detenerse. El sonido del tráfico se hizo un eco lejano, irrelevante. Solo quedaron él y esas palabras, retumbando en su mente como un golpe que lo dejaba sin aliento.

Ve tras ella.

Dile que se quede.

El nudo en su garganta se apretó con brutalidad. No. No podía. No debía. Él había elegido este camino. Había prometido estar con Kikyo. Había aceptado que Kagome ya no era una opción. Entonces¿por qué cada parte de su ser gritaba que la detuviera?

Sus manos temblaron. Sus latidos se dispararon. El sudor frío en su nuca le advertía que si no hacía algo ahora… lo perdería todo. Sin pensarlo más, giró bruscamente el volante y pisó el acelerador. Kikyo, sorprendida pero decidida, sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó rápidamente.

Kikyo: —Dame la información del vuelo de Koga —ordenó con desesperación.

Mientras la asistente de Koga le daba los detalles, Inuyasha conducía como un lunático, esquivando autos, con la vista fija en el camino y un solo pensamiento en su mente:

Kagome.

Tenía que llegar a tiempo. Tenía que detenerla antes de que fuera demasiado tarde.

El eco de sus pasos resonaba en los pasillos del aeropuerto mientras Inuyasha corría sin descanso. A su alrededor, la gente murmuraba sorprendida, algunos sacaban sus teléfonos para grabarlo, preguntándose si de verdad era Inuyasha, la gran estrella de cine. Pero a él no le importaba. No importaban las miradas, no importaban los flashes, no importaba su carrera.

Kagome.

Solo ella importaba.

Tenía que encontrarla antes de que fuera demasiado tarde. El aire quemaba sus pulmones, pero no se detenía. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que se le iba a salir del pecho. Buscaba con desesperación en las pantallas de información, sus ojos recorrían las filas de vuelos con nerviosismo, pero no encontraba el que buscaba. Su garganta estaba seca, su mente nublada por la angustia.

Giró sobre sus talones y corrió hasta el mostrador de información, apoyando ambas manos en el escritorio mientras su respiración agitada escapaba de sus labios.

Inuyasha —El vuelo a Venecia… ¿dónde está?

La recepcionista levantó la mirada y parpadeó, sorprendida al verlo en ese estado.

Recepcionista —¿El vuelo a Venecia?

Inuyasha —¡Sí! ¡Un vuelo que salió hoy, hace unos minutos!

Ella tecleó con rapidez en la computadora. Cada segundo de espera era un tormento.

Recepcionista —Lo siento, señor… pero el vuelo ya ha despegado.

El mundo se desmoronó en un instante.

El sonido de los aviones despegando, las voces en el altavoz, la gente moviéndose a su alrededor… todo se volvió un ruido de fondo, distante, irrelevante.

Kagome se había ido.

Inuyasha sintió sus piernas fallarle. Su cuerpo se tambaleó, pero se sostuvo en el mostrador. Su mente se negaba a procesarlo, a aceptarlo. Todo su ser gritaba que esto no podía estar pasando.

Se quedó ahí, inmóvil, con la vista perdida en la nada. Su pecho subía y bajaba rápidamente, pero ya no estaba corriendo. El vacío que sentía era abrumador.

Minutos después, sintió una mano cálida en su espalda.

Kikyo —Vamos…

Su voz era suave, como si intentara no romperlo más de lo que ya estaba.

Kikyo —No te quedes aquí parado. No puedes hacer nada más.

Inuyasha no respondió.

Kikyo —Vamos a beber algo… te lo has ganado.

Pero Inuyasha no quería beber. No quería moverse.

Solo quería a Kagome.

Pero ya era demasiado tarde.

El bar del aeropuerto estaba casi vacío. Solo el murmullo lejano de otros pasajeros y el tintineo de vasos al chocar contra la barra llenaban el espacio. Inuyasha sostenía su vaso entre las manos, girándolo lentamente, pero sin realmente ver lo que había dentro. El hielo se derretía poco a poco, al igual que la coraza con la que había intentado protegerse todos estos años.

A su lado, Kikyo lo observaba en silencio. No le apresuraba a hablar, no le pedía explicaciones. Solo estaba allí, esperando.

Finalmente, él rompió el silencio.

Inuyasha —Fui un idiota.

Su voz sonó grave, llena de arrepentimiento.

Inuyasha —Fui tan infantil, tan terco, tan ciego... No me di cuenta de que hay promesas que no se pueden cumplir. Promesas que no deberían cumplirse cuando van en contra de tu propia felicidad.

Kikyo se quedó callada. Sabía exactamente de qué hablaba. Inuyasha respiró hondo, como si estuviera buscando fuerzas para decir lo que venía a continuación.

Inuyasha —Kagome… ella es…

Cerró los ojos y dejó salir el aire con un suspiro tembloroso.

Inuyasha —Al principio, ni siquiera pensé en ella como algo más que una molestia. Era torpe, descuidada… una chica que hablaba demasiado, que se metía en problemas sin pensarlo. Sus amigos la traicionaron, la engañaron, le quitaron su hogar y, aun así, no guarda rencor. Nunca se quejó, nunca pidió venganza. Solo siguió adelante, como si no tuviera derecho a enojarse, como si la vida siempre tuviera que ser así de injusta con ella.

Kikyo lo escuchaba sin interrumpir, observándolo con atención.

Inuyasha —Pero a pesar de todo eso, ella siempre pensaba en los demás antes que en ella misma. Se preocupaba por mí… aún cuando yo no lo merecía.

Su agarre en el vaso se apretó.

Inuyasha —Me acostumbré a ella. A despertar y verla por las mañanas, a desayunar juntos, a discutir por tonterías, a ver su sonrisa incluso cuando me volvía loco. Y ahora… ahora que se ha ido…

Dejó escapar una risa seca, sin alegría.

Inuyasha —Ahora que se ha ido… siento que todo dentro de mí se ha apagado.

Sus palabras colgaron en el aire. Kikyo lo observaba con una expresión serena, pero sus ojos reflejaban algo más… comprensión.

Inuyasha —Perdón, Kikyo.

Levantó la mirada hacia ella, sus ojos brillantes por las lágrimas que se negaban a caer.

Inuyasha —No era mi intención enamorarme de ella.

El peso de esas palabras cayó sobre ambos como una verdad que siempre había estado ahí, esperando ser reconocida.

Inuyasha —Sé que lo que voy a decirte va a doler… pero necesito ser honesto con mis sentimientos.

Tomó aire, tragándose su propio miedo.

Inuyasha —Ahora que sé lo que siento por Kagome… me doy cuenta de que nunca te amé de verdad.

Kikyo entrecerró los ojos, pero no con enojo, sino con resignación.

Inuyasha —Te quiero mucho, siempre has sido y serás una persona importante para mí. Pero… solo tengo eso para ti. Cariño. Confundí lo que sentía. Me aferré a la idea de que te amaba porque no conocía nada más.

Dejó el vaso sobre la barra, su mano temblaba ligeramente.

Inuyasha —Pero cuando Kagome llegó a mi vida… lo cambió todo.

Kikyo lo miraba, sus labios apenas separados.

Inuyasha —Movió mi mundo de cabeza.

Exhaló un suspiro, finalmente dejando salir todo lo que había estado reprimiendo.

Inuyasha —Y fui un idiota. La lastimé, cuando lo único que debí hacer fue elegirla solo a ella.

El silencio entre ellos se hizo profundo. Inuyasha cerró los ojos y pasó una mano por su cabello, como si intentara encontrar consuelo en su propio tacto. Entonces, la risa de Kikyo lo sacó de sus pensamientos. Era una risa sincera, ligera, sin amargura. Inuyasha la miró sorprendido.

Kikyo —Qué irónico…

Kikyo tomó su propio vaso y lo giró entre sus dedos.

Kikyo —Escuchándote hablar, me pregunto si alguna vez estuve realmente enamorada de ti… o si solo quería sentirme amada por alguien después de que Koga me rechazara.

Inuyasha la miró sin saber qué decir.

Kikyo —Míranos…

Se giró hacia él, con una sonrisa melancólica en los labios.

Kikyo —Dos tontos que no saben cómo entender sus sentimientos.

Inuyasha parpadeó y, por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa genuina se formó en su rostro. Una sonrisa empañada por la tristeza, pero real. Soltó una risa entre dientes, sacudiendo la cabeza.

Inuyasha —Sí… somos unos malditos tontos.

Ambos rieron, una risa rota, llena de lo que pudo haber sido pero nunca fue. Y aunque la tristeza aún estaba ahí, aunque el vacío en su pecho seguía presente, por primera vez en mucho tiempo, Inuyasha sintió que podía respirar. Porque finalmente, después de todo… había dejado ir el pasado.

El sonido de la puerta abriéndose resonó en la casa vacía. Kagome entró apresurada, su corazón latiendo con fuerza mientras sus pasos resonaban por el suelo de madera. Koga la seguía de cerca, sin decir nada, solo observando la desesperación en su rostro.

Subió las escaleras casi corriendo, con una súplica silenciosa en su mente. Por favor… por favor que no se haya ido… que aún esté aquí…

Pero cuando abrió la puerta de la habitación de Inuyasha, su mundo se desmoronó. La habitación estaba vacía. No quedaba nada de él. Las cajas, la ropa, los rastros de su presencia… todo se había ido. Solo el silencio quedaba, y ese vacío era aún más doloroso que cualquier palabra que él pudiera haberle dicho. Kagome sintió cómo sus rodillas temblaban, cómo su pecho se oprimía con un dolor insoportable. Se llevó una mano a la boca, intentando ahogar el sollozo que escapó de sus labios.

Había llegado demasiado tarde.

No había sido lo suficientemente valiente.

Ella sabía que Inuyasha la amaba, lo supo en cada mirada robada, en cada gesto no dicho, en cada momento que compartieron. Pero él necesitaba ayuda, necesitaba que ella lo detuviera, que luchara por ellos, que le dijera con firmeza que no lo dejaría ir.

Pero no lo hizo.

Se dejó llevar por el miedo, por la duda, por la inseguridad… y ahora él se había ido.

Las lágrimas cayeron sin contención. Lloró por todo lo que pudo haber sido y no fue, por todo lo que dejó pasar, por todo lo que perdió sin darse cuenta hasta ahora.

Bajó las escaleras con pasos pesados, sintiendo que cada uno la hundía más en su propia miseria.

Cuando llegó a la sala, Koga estaba ahí, esperándola.

Kagome —Lo siento… lo siento tanto…

Su voz era un susurro roto, sus ojos llenos de lágrimas cuando lo miró.

Koga —No tienes por qué disculparte.

Koga le sonrió con dulzura, con esa comprensión infinita que siempre tenía para ella. No la presionó, no la juzgó, solo la acompañó en su dolor.

Kagome —No pude irme contigo…

Koga —Lo sé.

Ella apartó la mirada, sintiéndose aún más miserable. Salieron juntos al jardín, el aire fresco chocando contra su piel como un leve consuelo ante el ardor de sus lágrimas. Se sentaron en la banca, en silencio, mientras Kagome luchaba por controlar su respiración entrecortada. Las lágrimas seguían cayendo, y aunque intentaba detenerlas, era imposible. Todo dolía demasiado. Koga la miró con ternura, con esa paciencia que solo alguien que realmente ama puede tener. Y entonces, lentamente, llevó su mano a su mejilla, retirando una lágrima con el dorso de sus dedos.

Koga —No quiero verte llorar así…

Su voz era suave, reconfortante, como una promesa silenciosa de que todo estaría bien. Kagome alzó la mirada, y en ese momento, Koga se acercó. Con cuidado, con lentitud, con el deseo sincero de aliviar su dolor. Sus labios se encontraron en un beso delicado. Kagome no supo qué hacer.

Por un instante, se quedó inmóvil, sintiendo la calidez de Koga, su ternura, su forma de intentar demostrarle que él estaba ahí, que siempre había estado ahí. Trató de corresponderle… Pero en su pecho, solo había un vacío. Un vacío que ningún otro hombre podía llenar. Y entonces, como si el destino quisiera burlarse de ellos una vez más, la puerta de la casa se abrió. Inuyasha había vuelto por algo que había olvidado. Pero nunca esperó ver esa escena. Ahí, en el jardín, en la banca donde tantas veces él y Kagome compartieron momentos, estaba ella… besándose con Koga.

Algo dentro de él se rompió. No sintió enojo. No sintió rabia. Sintió pérdida, sentía que se lo merecía. Él la empujó en esa dirección, él la lastimó, él la hizo sufrir, él la obligó a buscar consuelo en otros brazos. Y aun así… dolía como el infierno. Inuyasha apretó los labios, sin poder soportarlo más. Cerró la puerta detrás de él y se marchó. Sin decir una palabra.

Kagome se separó de Koga completamente, alejándose un poco.

Kagome —Lo siento…

Su voz tembló, sintiendo el peso de lo que acababa de pasar.

Koga —No tienes que disculparte…

Pero ella negó con la cabeza.

Kagome —Sí… sí tengo que hacerlo. No es justo para ti… No puedo… no puedo tratar de olvidar a Inuyasha contigo.

Koga bajó la mirada, con una sonrisa triste en los labios. Él lo sabía. Siempre lo supo. Pero aun así, su corazón se aferró a la esperanza.

Koga —Tómate tu tiempo…

Kagome asintió, sin saber si el tiempo alguna vez sería suficiente para sanar lo que Inuyasha dejó en su corazón.