Disclaimer: Los personajes y la historia están basados en la saga de Harry Potter, propiedad de J.K. Rowling

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Capítulo 5: Un nuevo comienzo

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Los meses que siguieron fueron difíciles. Cada día, su madre le enseñaba algo nuevo, mientras que su padre pasaba más tiempo en los bosques que en casa, ganándose la vida ahuyentando a los boggarts. Su trabajo lo mantenía ocupado, y aunque seguía con su investigación para encontrar una cura contra la licantropía, no hubo ningún avance. Remus no tenía una opinión al respecto, confiaba en su padre y le creía cuando aseguraba que algún día encontraría una solución, pero también veía la realidad, aquella donde habían pasado dos años sin ningún avance significativo.

Aún así, la vida continuaba, y Remus demostraba ser un alumno aplicado. Su madre le enseñaba matemáticas, ciencia, historia y gramática, incluso había comenzado a incursionar en la pintura. Hasta ahora, no era tan bueno como su madre, pero podía trazar con decencia un árbol frondoso.

No fue hasta la Navidad de 1967 que Remus recibió su primer libro, no le emocionó tanto como los gobstones que obtuvo de parte de su padre, y por supuesto nada se comparaba con su nuevo vinilo de The Beatles Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Pasó todas las fiestas reproduciendo la cara A unas veinte veces, luego la cara B otras veinte más y finalmente se detenía exclusivamente en Fixing a Hole.

"I'm fixing a hole where the rain gets in"

"And stops my mind from wandering"

"Where it will go"

El libro era un regalo de su madre, Remus en un principio lo había arrumbado en su escritorio. A los días pasó a estar en su cajonera y finalmente sin saber cómo, terminó debajo de su cama.

"I'm filling in the cracks that ran through the door"

"And kept my mind from wandering"

"Where it will go"

El día que lo encontró fue después de una noche de luna llena. Hasta ese momento, había sido la peor noche de todas sus transformaciones. La garganta le escocía de tanto aullar, su pecho estaba cubierto de arañazos y se había mordisqueado el brazo de la desesperación. Su madre tenía siempre marcada la preocupación en su rostro, trataba de ocultarlo, pero Remus podía ver las marcas bajo sus ojos rojos, ella lo curó, lo arropó y lo incitó a descansar.

"And it really doesn't matter if I'm wrong"

"I'm right"

"Where I belong I'm right"

"Where I belong"

Remus durmió toda la mañana y por la noche tenía demasiada energía contenida, como un cachorro. No hallaba qué hacer, no podía jugar a los gobstones, ni poner música porque despertaría a sus padres quienes dormían en la planta alta. Estaba aburrido, no podía conciliar de nuevo el sueño, así que decidió ordenar su habitación. No era una persona desordenada, pero si había estado acumulando algunas de sus cosas sin destino aparente.

"See the people standing there who"

"Disagree and never win"

"And wonder why the don't get in my door"

Fue en todo su caos que encontró bajo su cama el libro que su madre le había regalado por navidad, se titulaba Alice in Wonderland. A Remus no le agradaba para nada pasar su tiempo libre leyendo, bastante tenía con los textos para su educación, como para agregar uno más por mera diversión.

"I'm painting the room in a colorful way"

"And when my mind is wandering"

"There I will go"

Remus ojeó el libro con desinterés, aburrido hasta la médula ósea, leyó la primera página y pronto pasó a la segunda, sin previo aviso terminó el primer capítulo. Se acostó en su cama con la luz de la lámpara de su mesita encendida y siguió leyendo.

—Remus, ya levántate, cariño. Iremos a visitar a tu abuela —declaró su madre entrando a su habitación y sorprendiéndose al encontrar a su hijo leyendo—. ¿Estuviste despierto toda la noche? —preguntó acercándose a él con genuina curiosidad.

—Mamá, este libro es fantástico. —Respondió Remus ignorando su pregunta. El niño se sentó en su cama con el libro a medio cerrar, mientras su madre le ayudaba a sacarse la playera para revisar sus heridas—. Gracias.

—Me alegro de que te gustará —dijo su madre sonriendo encantada y besando la coronilla de su hijo, antes de tomar el díctamo de la mesita de noche para aplicarlo de nuevo.

—¿Puedo tener otro? —consultó con ilusión.

—¿Otro libro?

—Sí —su madre estaba complacida. Por una vez, Remus estaba contento luego de una luna llena. El libro le había hecho olvidar por un momento el dolor de sus heridas.

—Todos los que quieras, cariño —respondió su madre, sin imaginar que Alice in Wonderland sería el primero de su colección.

….

Cuando Remus tenía ocho años se limitaba a observar, era bueno en eso. Mientras los niños del vecindario jugaban entre ellos, Remus los contemplaba desde la ventana de su habitación. Tenía la costumbre de reproducir alguno de sus vinilos, abrir la ventana y leer alguna novela de su interés. Al principio fueron libros infantiles, pero pronto se convirtieron en libros de aventura, de historia, de acción, Remus quería conocer el mundo a través de sus libros, porque sabía que siempre sería un observador.

Descubrió que lo era, la primera vez que escuchó a sus padres discutir. La mitad de las cosas que decían no las entendía, porque aún era muy pequeño para saber lo que estaba pasando en el exterior; fuera de su hogar, pero dentro de la comunidad mágica. Nadie lo sabía con exactitud, sólo eran, como sus padres decían; rumores. Pero, al final y al cabo ¿qué era un rumor sino un fragmento de información incompleta, verdades a medias que se deslizaban entre susurros?

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —le cuestionó su madre a su padre. Ambos estaban en la cocina y ninguno se percató que su pequeño hijo estaba por entrar.

—¿Decirte qué? —preguntó su padre confundido. Remus se ocultó a un lado de la puerta, no es que fuese cotilla, pero había descubierto que sus padres se reservaban mucha información frente a él.

—Escuché a las brujas de Caerphilly hablar sobre un mago que está reuniendo seguidores. Quiero saber para qué, ¿es un político?

—No lo sé, se dicen muchas cosas últimamente, pero no tienes nada de qué preocuparte, Hope. Hasta ahora, sólo son rumores.

—¿Qué clase de rumores?

—Mira, siempre ha habido algún supremacista de sangre pura que desea erradicar a los que no son como ellos, pero hasta ahora ninguno ha tenido éxito. Ni el Ministerio, ni Albus Dumbledore permitirán que algo así vuelva a ocurrir.

—¿De qué estás hablando, Lyall? ¿Cómo que erradicar? ¿Qué quieres decir con todo esto? —Hope lo miró con preocupación, pero su padre sólo suspiró con frustración.

—Hay algunos magos y brujas que no soportan la idea de mezclar la sangre. Ven a los muggles como seres inferiores, creen que no deberíamos convivir, ya sabes casarnos o procrear —Remus escuchó a su madre soltar un quejido de indignación y antes de que pudiera interrumpir, Lyall continuó—. Ya lo sé, es estúpido. Apenas quedan familias sangre pura, por eso se aferran a sus creencias. Y cuando aparece un mago prometiéndoles recuperar el control, son los primeros en seguirle.

—Dijiste que ya había pasado antes.

—Sí. Hace algunos años, Grindelwald inició una guerra y Dumbledore le puso fin a ella.

—¿Estás diciendo que habrá otra guerra?

—No, Hope. Deja de preocuparte por eso y centrémonos en lo que realmente importa, ¿quieres?.

—¿Crees que no me preocupo por Remus?

—Yo no dije eso —Lyall exhaló con cansancio.

—Estoy haciendo todo lo que puedo para proteger a nuestro hijo. Y tú… se suponía que encontrarías una cura.

—Sigo en ello, ¿de acuerdo? No es tan fácil. Estoy creando toda una investigación sobre los hombres lobo, porque no hay nada de información útil sobre ellos. Te lo dije, son repudiados, así que nadie se ha atrevido a estudiarlos. —Su madre no dijo nada más, escuchó el agua correr y el chirrido de la silla al levantarse su padre—. Aquí hay algo más, dime qué pasa Hope, ¿por qué estás tan molesta? Dímelo.

—¡Ya no quiero seguir viviendo aquí, Lyall! No me gusta, no quiero que Remus… Por Dios, Lyall.

—¿Qué?

—¿No lo ves? Tengo miedo todo el tiempo. Vivir aquí… Es difícil para mí.

—¿Por qué? ¿Por qué no eres una bruja?

—No. Yo jamás… Nunca he querido eso. No lo entiendes. Estás fuera todo el tiempo. Y comienzan a hacer preguntas. Si alguno de ellos lo descubre.

—No lo harán. No permitiré que vuelvan a hacerles daño. —Hubo un largo silencio hasta que su padre volvió a hablar—. Está bien. Dame unos meses, terminó el trabajo aquí y nos iremos. Si lo hacemos antes sólo atraeremos la atención.

—Bien, sólo unos meses —sentenció su madre dando por finalizada la conversación.

Los pasos de su padre acercándose a la puerta hicieron que Remus volviera pronto a su habitación, alejándose en completo silencio para no ser descubierto. Al entrar, se recostó en su cama pensando si le agradaba la idea de mudarse de nuevo.

….

Sin embargo, su opinión no fue tomada en consideración, porque tal y como habían planeado sus padres, se mudaron en Halloween de 1968 a Bridgend, una pequeña localidad al sur de Gales y a unos minutos al oeste de Cardiff donde vivía su abuela.

Su padre, había podido conseguir una hermosa casa de dos pisos a la orilla de Mayfield Ave. Está vez su habitación estaría en la planta alta junto a la de sus padres y una extra para invitados. Tenían una amplia cocina, una sala de estar, un estudio al final del pasillo y de nuevo, un sótano. Su padre se había asegurado de que la nueva casa contará con uno, decía que era lo bastante útil para las lunas llenas.

Remus comenzaba a odiar los sótanos.

Ni siquiera bajó a revisar que este no fuera lúgubre y que no oliera a humedad, sabía que no tendría más opción que encerrarse ahí en el peor día del mes.

Por otro lado, su madre lucía radiante. El lugar le sentaba de maravilla, era tranquilo, acogedor y los vecinos rara vez se involucraban en algo fuera de su vida. El vecindario era enteramente muggle, por lo que no había avistamientos o problemas con magos y brujas.

Remus cumpliría los nueve años en Bridgend y su madre lo llevaría por primera vez a la iglesia. Él no se consideraba religioso, tampoco su madre lo era, Remus no creía que hubiera un Dios, de haberlo, ¿qué clase de Dios permitiría que un niño de cinco años se convirtiera en un monstruo? se preguntaba mientras contemplaba la figura de Jesucristo en la cruz.

La ansiedad de Remus se acrecentó con su visita a la iglesia, una parte de él se sentía juzgado, otra repudiado, pero con la que no pudo lidiar fue la decepción. Aquel sentimiento se alojaría en su subconsciente, alimentando a sus demonios internos y recreando sus mayores temores. Era poco común que Remus tuviera pesadillas, no las tuvo después del ataque, pero si un mes después, aún no comprendía que las detonaba. Sin embargo, el sueño siempre era el mismo; lo veía a él, veía sus huesos romperse y su mandíbula cerrarse sobre su piel. Lo odiaba y odiaba más levantarse agitado, llorando, temblando de pánico.

Su madre siempre lo aferraba a su cuerpo, le acariciaba el cabello, besaba su frente y le decía que todo estaba bien, que nadie iba a hacerle daño.

….

Los meses pasaron y con el tiempo extra su padre se obsesionó con encontrar una cura, Remus sentía que lo habían intentado todo; poción, tras poción, tras poción y ninguna surtía ningún efecto. A veces había hechizos involucrados, otras intentaban con medicina muggle. Comió una vez un bezoar, aunque desconocía como su padre la consiguió.

Al principio Remus fue diligente, pero con el pasar de las lunas llenas todo el estrés acumulado, los cambios de humor por el crecimiento del niño llegaron a un punto sin inflexión.

—¡Ya no quiero hacerlo! —había gritado Remus una noche de luna llena.

—He dicho que te la tomes.

—¡NO!

—Remus. —Lo amonestó su padre agarrándolo del brazo antes de que se alejara—. Está vez creo que lo he logrado. Sólo tómatela.

—¡NO QUIERO! —grito el niño intentando zafarse del agarre, pero su padre era más fuerte.

—Es por tu propio bien. —Le había dicho antes de sacar su varita y apuntar hacia su hijo—. Immobulus.

Remus se congeló en ese instante, en ese lugar, y su padre lo hizo beber la pócima, podía seguirlo con la mirada, todo su enojo reflejado en sus ojos, porque él nunca lo había hechizado.

—Lyall ya basta —trató de persuadir su madre, pero nada lo detendría.

Estaba furioso, y por primera vez sentía al lobo dentro de él arañando sus entrañas, quería salir para desgarrar la garganta de su padre. No deshizo el encantamiento hasta después de llevarlo levitando al sótano. Remus odiaba ese lugar. Era amplio, oscuro y como siempre olía a moho.

—Te odio —pronunció el niño de nueve años a su padre justo antes de cerrar la puerta.

Ya era tarde para retractarse y tampoco quería hacerlo. Remus podía sentir los primeros indicios de la luna llena, el dolor invadiendo cada célula de su cuerpo. Gritó. Su cuerpo colapsando en el suelo, sus rodillas chocando con el frío suelo, su ropa desgarrándose al convertirse en una bestia, porque no tuvo tiempo de quitársela.

Más dolor. Más gritos. Más llanto. Y después el gran aullido del lobo.

Primero olfateó, había un gran trozo de carne cruda en la orilla, su madre solía dejarle de comer al lobo como si eso fuera a apaciguar al monstruo, pero desde que envenenaron su comida con calmantes y drogas, el lobo desconfía y sólo lo hace enfurecer aún más; porque tiene hambre, quiere cazar, quiere correr, quiere ser libre, pero lo mantienen en cautiverio.

El lobo comenzó a arañar la puerta, a golpearla con la cabeza, intenta en otros puntos del sótano hasta que se fija en la pequeña ventana por donde entran los rayos de luz de la luna llena. Nunca le había prestado atención porque sabe que nunca podrá escapar por ahí, la ventana está casi en el techo y es muy pequeña, pero está furioso y va a intentarlo todo.

El lobo es listo, trata de alcanzar la ventana saltando, pero se resbala y cae. Lo vuelve intentar, falla. Una vez más, vuelve a caer. Está frustrado, molesto. No obstante, es arrogante y no va a dejarse vencer. El lobo ha perdido fuerza cuando al fin la alcanza, sus garras aferrándose al alféizar, es su última oportunidad, la noche se desvanece y con todo su poder, el lobo golpea la ventana; no pasa nada. Golpea de nuevo, su cabeza le duele, pero al fin lo logra.

Los vidrios de la ventana caen, aunque también lo hace el lobo. Muchos vidrios terminan clavándose en su espalda. El lobo aúlla de dolor, se lamenta, se retira en una esquina quejándose, lloriqueando hasta que la bestia desaparece y da paso al niño de nueve años con toda la espalda masacrada.

No es hasta los primeros rastros de luz solar que la puerta del sótano se abre y aparecen sus padres, están horrorizados por los destrozos, por la sangre en el suelo y la espalda destrozada de su hijo. Lyall Lupin lo sana con magia. Sin embargo, Remus aún recuerda sus últimas palabras, aún las siente, las saborea en la boca, pero no las repite.

Está cansado, herido y profundamente decepcionado de él, de su padre, de todos. Ya no quiere seguir, a veces se pregunta, ¿por qué seguir?

La oscuridad lo atrapa y no lo deja salir hasta la mañana siguiente, ha perdido todo un día, pero ¿qué más da? Está en su habitación, en su cama, su padre está ahí observándolo, Remus cree que ha pasado toda la noche en vela, lo nota en sus ojos, en sus gestos.

Remus no dice nada, tiene la boca seca. Ambos se miran en silencio, saben que han cruzado una línea invisible de la cual no se puede volver atrás. Y ambos desconocen que ese es el parteaguas que comenzaría a fracturar su relación.

—No debí haberte obligado a beber la pócima. Lo siento.

Remus le mira sin ninguna expresión, sabe que su disculpa es escueta. Siente haberlo obligado, pero no lamenta que la haya bebido, y ni siquiera estuvo cerca de lograr ningún cambio.

"Seguirá intentando" piensa.

—Ya no quiero seguir haciéndolo —respondió el niño con la voz áspera.

—No puedes darte por vencido Remus, pronto encontraré una cura y volverás a ser el de antes.

Era inútil persuadirlo de que dejará de intentarlo. Una parte de Remus creía que se sentía culpable, aunque no entendía de qué. No fue su culpa, nadie tenía la culpa, más que aquel monstruo que arruinó su vida.

Remus claudicó.

—Lamento lo que dije antes. No era verdad.

—Lo sé, no pasa nada. —Remus nota que su padre está taciturno, raro. Es como si quisiera decirle algo, pero no encontrará la forma de hacerlo. Hay un gran silencio entre ambos, sus miradas perdidas en el espacio de la habitación hasta que se encuentran y es que decide hablar.

—¿Qué pasa?

—Hay algo más que quiero decirte. —Remus le mira expectante—. La próxima luna llena comenzarás a usar cadenas.

—¿Vas a encadenarme? —preguntó un alterado Remus levantándose abruptamente de la cama—. ¿Por qué?

—Porque Remus, te estás volviendo más fuerte, no podemos confiar que una simple puerta de madera y unos cuantos hechizos te detengan. ¿Quieres herir a alguien?

—No —respondió el niño afligido.

Por supuesto que no quería nada de eso. Nunca lo había querido, pero estaba condenado. Y tal como su padre le dijo, Remus fue encadenado al suelo con dos fríos grilletes apretando sus tobillos. La ventana había sido tapada, nada entraba y nada salía.

Cuando el lobo se hizo presente esa noche, no estaba contento. Gruñía, inquieto, pasó horas mordisqueando las cadenas con una furia desesperada y sin descanso. Al terminar la transformación, a Remus le dolía la mandíbula con cada movimiento, incluso al intentar hablar y tenía un asqueroso sabor metálico en la boca.

El lobo se terminó acostumbrando hasta la séptima noche de luna llena, cuando entendió que no sería liberado por más que aullará, por más que intentará morder o tirar de las cadenas. Se lastimó los tobillos varias veces, pero nunca pudo liberarse.

Remus pasaría la mañana de su cumpleaños número diez en el bosque de Bridgend aprendiendo herbología con su padre. En el trayecto le contaría sobre la rebelión de los duendes de 1612 y por la tarde comería un gran trozo de pastel de chocolate. Leería su nuevo libro escrito por el británico Roald Dahl "Charlie y la fábrica de chocolate" y escucharía de fondo a David Bowie con "Space Oddity".

El chico era feliz, disfrutaba mucho esos momentos a solas donde podía relajarse y ser simplemente, Remus. Sin embargo, los buenos momentos se volverían cada vez más escasos con la entrada a la preadolescencia. Los cambios de humor eran más notorios cerca de la luna llena; Remus sufriría de estrés y ansiedad lo que le causaría insomnio.

Después arribaría en su vida la ira. Remus pasaría los meses siguientes luchando por contener el enojo y la irritación provocada ante el más mínimo detalle. Todo lo molestaba, todo lo frustraba. No podía explicarlo, pero lo sentía ardiendo en su interior, amenazando con desbordarse.

Su madre, siempre era paciente, lo ayudaba a meditar, a respirar profundamente y encontrar la calma en el caos. Pero relajarse cuando su propio cuerpo parecía estar al borde de la explosión resultaba casi imposible. Lo intentaba, por supuesto, aunque no siempre funcionaba. Y cuando no lo hacía, la culpa llegaba para recordarle que, después de todo, tal vez el lobo nunca lo abandonaba del todo.


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Hola!

Les comparto un nuevo capítulo, uno de los casi últimos antes de Hogwarts. Me gustaría conocer su opinión y si les gustaría que la historia continuará? Apreciaría mucho saber si les sigue interesando? Gracias por leer.

Chrushbut