Disclaimer: Los personajes y la historia están basados en la saga de Harry Potter, propiedad de J.K. Rowling
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Capítulo 4: Ellos no son tus amigos
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Cuando Remus tenía siete años, los sábados eran su día favorito de la semana. Era el día en que su madre iba al mercado y lo dejaba acompañarla a hacer las compras del hogar, una rutina que siempre terminaba con un helado de camino a casa. Aunque no sólo por eso adoraba los sábados; sino también porque cuando su madre estaba distraída, Remus aprovechaba para escaparse y reunirse con sus amigos afuera de la iglesia, justo después de sus clases de catecismo. Por supuesto, Remus no asistía, pero eso no impedía conocerlos.
Eran unos niños ordinarios, de aspecto galante, un poco antipáticos, pero a Remus les caía bien. Nunca había tenido amigos, así que no podía esperar mucho de ellos.
Estaban caminando por los puestos de quesos y especias cuando una voz chillona llamó a su madre con un ejército de mujeres detrás.
—Hola Hope —saludó igual de antipática que su hijo pelirrojo. Llevaba puesto un vestido elegante de lunares blancos y un peinado ridículo que a Remus siempre le causaba risa, sentía que la mujer se había quedado estancada una década atrás en cuestión de moda.
—Señoras, ¿a qué les debo el placer de saludarlas? —contestó su madre, descansando la bolsa de las compras en su brazo y tomando la mano de Remus, como si anticipará el peligro.
—Seré honesta Esperanza. Tu familia lleva un año en New Port, y tu hijo no ha ayudado ni una sola vez a la escuela. Esto nos tiene bastante preocupadas —mencionó, con un tono que pretendía sonar comprensivo, pero sólo era una falsa consideración.
—Estamos perfectamente, gracias.
—Hablo en serio, Hope. Si necesitas ayuda, sólo dinosaurios.
—No sé qué quieres que te diga Amanda, no tienes nada de qué preocuparte —el rostro de la mujer pasó de una tranquilidad fingida a una molestia iracunda.
—Bueno, las mujeres de la comunidad y yo hemos estado hablado. —Declaró con una parsimonia amenazante—. Tu hijo dice cosas, Hope. Eso nos ha puesto en alerta, porque no sabemos nada sobre tu familia, sobre tu hijo. No sabemos si está enfermo o no, hay días que luce tan pálido… Y esas cicatrices, Dios mío, espero que no sea contagioso. Además, Laurell asegura escucharlo gritar. Si acaso tu esposo…
Su madre no la dejó continuar, la frase quedó en el aire, cargada de una completa insinuación.
—Lyall nunca ha golpeado a Remus, ni a mí. —Declaró—. No sé qué les habrá dicho Remus a los niños, pero sólo es un chico con mucha imaginación. Así que les pido de favor que no se metan con mi familia.
—Está bien, está bien Esperanza, te creemos. —Dijo como si estuviera tranquilizando a una yegua—. Sólo queremos saber porque el niño no asiste a la escuela como todos los demás.
Remus miró a su madre, quien en ningún momento dudó. Su mano aferrada a la suya, se sentía protegida; pero esa situación no le agradaba para nada, sus palabras eran hirientes.
—Te lo diré sólo una vez Amanda, porque no quiero seguir con esto. Remus toma clases particulares en casa, y no está enfermo, así que puedes estar tranquilo.
—Es un alivio escuchar eso. Aunque, un poco anticuado de tu parte educarlo en casa, ¿no lo crees? O ¿acaso es porque el niño… ya sabes… está retrasado?
El murmullo de las mujeres, el siseo, las manos cubriendo sus bocas. Su madre que hasta hace un momento guardaba una serenidad impecable, se entregó de lleno a la furia e indignación.
—¿Disculpa? —Vocalizó irritada—. No voy a permitir que hables así de mi hijo. Si vuelvo a escuchar la sola mención de mi familia salir de tu sucia boca, haré que lo pagues —la mujer se escandalizó.
—¿Estás amenazándome? —cuestionó totalmente ofendida.
—Tómalo como quieras, Amanda. No volveré a advertirlo —sentenció su madre, mirándola fríamente. Jaló a Remus de la mano y salió de ese lugar lo antes posible.
Caminaron con prisas, Remus tenía que dar largos pasos para seguirle el ritmo. No había dicho nada desde que salió del mercado rumbo al estacionamiento, pero podía distinguir su enojo. Su madre le abrió la puerta del Bel Air 55', era un viejo auto que tenían sus padres mucho antes de que él naciera y era la única pertenencia grande de la que no se habían deshecho.
Remus subió al auto, se puso el cinturón de seguridad y esperó a que su madre guardará la bolsa de compras en la parte trasera para que subiera después. Cuando lo hizo, no arrancó el auto de inmediato, se quedó tras el volante con las manos firmemente aferradas, cerró los ojos un momento y apoyó la cabeza entre sus manos.
Remus podía percibir el estrés y el enojo de su madre, como si fueran olores palpables. Eran aromas intensos que había aprendido a identificar con el tiempo, diferenciándolos con una precisión que, lejos de tranquilizarlo, le hacía temer estar volviéndose demasiado bueno en ello.
-Mamá. —La llamó Remus desde el asiento del copiloto, sus ojos fijos en ella—. ¿Estás molestando conmigo? —se atrevió a preguntar, su voz cargada de inseguridad. Lamentaba no poder ser un niño normal, como los demás, y el miedo de que su madre lo despreciara por ello le pesaba en el pecho.
—¿Qué? No, claro que no. —Respondió ella, girando hacia él con suavidad. Sus ojos color miel, idénticos a los de Remus, lo miraron con una calma que desarmaba cualquier duda y una dulce, pequeña sonrisa se alzaba en sus labios—. Nunca podría estar molestando contigo, cariño.
—Pero, lo que dijo.
—No la escuches, Remus. No sabe lo que dice. —Le aseguró su madre, revoloteando sus diminutos rizos y acariciando su mejilla—. ¿Quieres un helado? —preguntó con una sonrisa divertida, alejando todo lo malo, como si lo que acababa de pasar no fuera importante.
—Si —respondió con un falso ánimo. Remus no estaba convencido de que lo que acababa de pasar no fuera nada, pero no quiso preocuparse a su madre, así que le siguió el juego.
—Bien, ¿de qué quieres tu helado? —preguntó, encendiendo el auto y saliendo con cuidado del estacionamiento del mercado.
—De vainilla —contestó Remus tan pronto la palabra se le vino a la mente.
—¿De vainilla? ¿Seguro? —consultó a su madre mirando de reojo a su hijo desde el asiento del copiloto. Remus asentándose—. ¿Qué pasa con el de chocolate? Creía que era tu favorito.
Remus se encogió de hombros. La respuesta simple, no tenía ánimos para el helado de chocolate. La respuesta complicada, es que Remus se autocastigaba, mientras peor se sentía, creía que no merecía tener o conseguir las cosas que le agradaban o le hacían sentir mejor, entre ellas, el helado de chocolate.
—Está bien, vayamos por tu helado de vainilla.
….
El tocadiscos estaba puesto, la ventana abierta, la cama hecha sin ninguna arruga. Remus trazó una a una las palabras correctas en su cuaderno, cuando la puerta de su habitación se abrió.
—Remus, ¿podemos hablar? —preguntó con cautela su padre, retirando la aguja del vinilo y eliminando así, la música de la habitación—. ¿Qué estás haciendo?
—Tarea de gramática —respondió el niño, terminando la última oración.
Remus sabía a lo que había venido su padre, así que lentamente dejó su bolígrafo sobre la mesa, alargando cada movimiento para retrasar lo inevitable.
Cuando volteo a verlo, su padre estaba sentado en su cama, le dió una pequeña palmada al colchón, invitándolo a sentarse junto a él. A Remus no le quedó de otro que levantarse de su silla, caminar hasta su cama y subirse de un brinco.
—Tu madre me contó lo que pasó en la mañana. —Expuso su padre con un semblante serio y algo más que Remus no pudo descifrar—. Me gustaría saber qué fue lo que les contaste a esos niños.
—Yo… no… Yo sólo… —Remus titubeó—. Les dije que era un mago. —Respondió a los pocos segundos—. Pero ellos no me creyeron —se apresuró añadir con nerviosismo.
—Está bien, ¿y qué más les contaste?
—Sólo eso —dijo dubitativo, desviando la mirada de su padre, porque a veces cuando quería podía ser muy intimidante.
—Remus, no me mientas.
¿Cómo podría saberlo? Él no estaba ahí, no lo sabe. No lo pienses.
—Yo no quería contarles, pero ellos hablaban de todas esas cosas geniales que hacen y yo también quería ser parte de eso y ser su amigo.
—No son tus amigos, Remus. No eres como ellos y nunca serás como ellos —sentenció su padre alzando la voz y levantándose de la cama.
Dolia. Escucharlo dolía. Remus se había acostumbrado tanto al dolor físico que nunca contempló el dolor emocional; no lo quería, prefería sentir como sus huesos se fracturaban a sentir ese extraño dolor en el pecho. Bajo la mirada cuando sus ojos se cristalizaron, no quería llorar delante de su padre.
—Lo siento, lo siento… —repetía el niño de siete años.
—Lamento ser tan directo hijo, pero necesitas entender. Mientras más rápido lo entiendas, menos doloroso será —Puntualizó su padre, la frustración reflejada en sus movimientos—. Eres un mago por lo que no perteneces al mundo muggle , pero también eres un hombre lobo, y los magos… bueno, ellos no… no van a aceptarte.
—¿Por qué? —quiso sable Remus. Con el pasar de los años descubriría que no sólo no era aceptado por los magos, era repudiado, temido, odiado.
—Porque los hombres lobo que conocen han hecho cosas malas, han atacado y asesinado a muchos magos y brujas, incluso muggles . Es por eso por lo que nadie puede saber que eres un hombre lobo. —Explicó el hombre con voz firme—. Remus, si se lo cuentas a alguien vendrán por ti, te marcarán y nunca podrás tener una vida… medianamente normal.
—Por qué… ¿Por qué hicieron eso? —preguntó el niño con curiosidad.
—Está en su naturaleza.
Remus guardó silencio, procesando las palabras de su padre. Conocía lo que era ser atacado por un hombre lobo, alguien sin escrúpulos de arruinarle la vida a un niño, sin remordimientos, eran un mal, una plaga ya las plagas se les exterminan. El corazón de Remus palpitaba considerablemente rápido con cada nuevo pensamiento, la preocupación y el miedo se estaban adueñando de sus sentidos.
—Yo también ¿seré así? —consultó, el pánico impregnado en su voz.
—No —respondió el hombre y Remus lo vio dudar.
—No me mientas —lo acusó Remus anegado.
—No lo sé, con cada luna llena te vuelves más fuerte, más… No importa, no dejaré que le hagas daño a nadie.
—Y si lo hago? ¿Y si te hago daño a ti oa mamá?
—No lo harás
— ¿Cómo estás tan seguro? —vociferó más alto Remus. Estaba desesperado, sólo quería la seguridad de que nadie saldría lastimado estando con él. No quería, no podía.
Su padre abrió la boca, pero no dijo nada.
—Ya basta. Es suficiente —declaró su madre entrando a su habitación, al parecer había estado escuchando todo—. Remus lo ha entendido, ¿verdad cariño?
—Sí, mamá —confirmó en un hilo de voz, sintió un nudo en su garganta y los ojos llorosos.
—Bien, comienza a empacar ya no es seguro estar aquí —ordenó su padre saliendo de su habitación. Su madre le sonrojó antes de seguir a su padre y cerrar la puerta detrás de ella.
Remus no pudo soportarlo más, lloró tanto, toda la noche. Su magia se descontroló, tirando todo al suelo. Ni siquiera salió a cenar, fingó estar dormido para no ser molestado. Estaba deprimido, no sólo no tenía amigos, sino que nunca los tendría. Estaba condenado, era hora de aceptarlo.
….
Se mudaron a Caerphilly un mes después del altercado. Habían conseguido una casa más grande de dos pisos y un sótano, donde Remus podría pasar las noches de luna llena; Aquello no le agrado para nada al pequeño niño, que sólo se limitó a acatar órdenes de sus padres. Aquel lugar no le gustaba, le daba miedo, estaba oscuro y sucio, ya bastante malo era la transformación como para pasarlo en ese horrible lugar. Sin embargo, no dijo nada para no molestar.
Su padre obtuvo una buena remuneración trabajando en el bosque cerca del pueblo, lo habían contratado para alejar a las criaturas que atormentaban a los habitantes de la pequeña comunidad mágica de Caerphilly. Remus nunca había visto tan emocionado a su padre como cada día que llegaba a casa, y le contaba sobre la nueva criatura con la que se había topado.
En sus excursiones se encontró con muchos Doxys , algunos duendecillos , incluso dió con una manada de Thestrals.
—Y yo puedo ver a los Thestrals ?
—No, únicamente los pueden ver aquellos que han visto la muerte.
—A quién viste morir? —preguntó Remus atónito.
—A tu abuelo, tuvo un accidente y yo era el único presente, intenté ayudarte, pero no había mucho que pudiera hacer.
Pero las criaturas por las que su padre había sido contratado en primer lugar, conociendo y siendo un experto: eran los boggarts . Los pueblerinos estaban cansados de lidiar constantemente con las criaturas, los niños tenían prohibido acercarse al bosque y muchos se desafiaban a entrar.
—Y ¿cómo hijo? —había preguntado Remus esa tarde, escribiendo todo lo que su padre le decía. Sin buscarlo, sus charlas se habían convertido en clases sobre criaturas mágicas.
—Nadie lo sabe. —Respondió su padre, tomando un largo sorbo a su té—. ¿Sabías que fue así cómo conocí a tu madre? —Remus negó con la cabeza—. La encontré en un bosque siendo atormentada por un boggart .
—Yo creí que era un vagabundo —le contó su madre desde la cocina—. Tu padre lo ahuyentó. Fue mi héroe.
Remus emocionado, su madre le relató cómo tiempo después de conocerse se enamoraron, se casaron y después lo tuvieron a él.
A diferencia de su padre, su madre no estaba del todo feliz de vivir en Caerphilly. El lugar, en sí mismo, no tenía nada de malo: era bonito, acogedor, y sus habitantes eran extraordinariamente amables. Sin embargo, lo que a Hope no terminaba de convencerle era la cercanía con una comunidad mágica. Cada día vivía con temor de que alguien descubriera la condición de Remus, los denunciarían ante el Ministerio de Magia y como resultado, le arrebatarían a su único hijo.
Para Hope, vivir allí se había vuelto una fuente constante de estrés. Miraba siempre por encima del hombre a cada instante, evitaba entablar conversaciones con los de la comunidad y se limitaba a decir lo estrictamente necesario. Aunque no le agradaba sentirse excluida, la realidad era que la atmósfera del lugar la asfixiaba, llenándola de una inquietud que no podía ignorar.
Remus continuaba acompañando a su madre a hacer las compras del hogar. Hope habría preferido mantenerlo oculto, lejos de las miradas curiosas, pero era demasiado pequeño para dejarlo solo en casa. Así que, resignada, tomó medidas para protegerlo: le confeccionó un cárdigan azul que cubría sus brazos y le hizo prometer que lo usaría siempre que salieran al mercado. Para Remus, la promesa no fue un sacrificio; con tal de explorar el mundo exterior, habría aceptado cualquier condición.
Con el paso de los años, sin embargo, Remus se acostumbraría tanto a esconder sus cicatrices que lo hizo casi instintivamente, como una segunda piel. Aquella costumbre, nacida del amor y el miedo, se transformaría en una carga para su madre, al darse cuenta de haber implantado en su hijo la inseguridad que lo acompañaría para toda la vida.
En el camino al mercado, siempre se encontraban con varios niños corriendo y jugando cerca de la plazoleta, Remus en un principio no sé se acercó, tenía demasiado presente lo que había pasado anteriormente que decidió observarlos de lejos. Los vio jugar algo llamado Gobstones , a Remus le pareció divertido, sobre todo para aquellos que perdían eran salpicados por un líquido putrefacto; sus gestos y su enojo era lo que más divertía a Remus.
Descubrió cómo se jugaba con sólo observar, él no quería causar problemas, pero las ganas de acercarse a ellos, fue tentador. Remus dió un paso lejos de su madre un tanto distraído, y poco a poco se acercó a los niños, ninguno parecía tener su edad, algunos eran mayores y otros demasiado menores como para andar solos en la calle. Se quedó rezagado en la distancia, viendo cómo se divertían, no pretendía molestar, tampoco esperaba ser invitado por el niño rubio que le vio detrás de ellos y le habló.
— ¿Quieres jugar? —Le preguntó. Remus dudó, miró a su madre comprando algunas verduras en un puesto cercano, aún no se había dado cuenta de su ausencia, eso le daría sólo unos minutos, no lo pensó más y ganó asintiendo con la cabeza—. Bien, ¿y sabes jugar? —Remus volvió a asentir.
—Eres nuevo por aquí, ¿verdad? Nunca te había visto —le comentó, recogiendo las piedras y dándole unas cuantas para empezar a jugar. Los demás niños los rodearon. Remus estaba nervioso, las palabras se atoraron en su boca y lo único que podía hacer era asentir.
—Vaya sí que eres de pocas palabras.
—No —logró gesticular con voz rasposa. El niño comenzó el juego, aventando la piedra en el círculo y fallando.
—Así que, si sabes hablar, ¿eh? —Remus lo ignoró y lanzó su piedra quedando cerca del primer círculo.
— ¿Dónde aprendiste a jugar? —quiso sable. La curiosidad burbujeando en su interior. El niño lanzó su segunda piedra y está vez quedó cerca del segundo círculo.
Remus se posicionó concentrado en arrojar su piedra, pero cuando el rubio respondió, todo su control se esfumó, fallando en su segundo intento.
—En Hogwarts.
— ¿Era un Hogwarts? —preguntó Remus impresionado.
—Sí, estoy de vacaciones. Voy a cursar el segundo año y Octavia —dijo, señalando a la niña pecosa a su lado—. Será su primer año.
Remus nunca antes había conocido a un niño que fuera al colegio de magia y hechicería como su padre. En el fondo de su ser, él quería ir, pero sabía que su condición se lo impediría. Por un momento se olvidó del juego, él quería saber más, quería saberlo todo.
— ¿Cómo es? —pregunto. Al niño le cambió la expresión y sus ojos se abrieron de emoción.
—El castillo es enorme, si no pones atención por donde vas, te perderás. La comida es deliciosa, las clases no están mal, ya sabes, aprendes mucho, pero es algo pesado. Ah y los fantasmas son muy amigables.
—¿Hay fantasmas?
—Sí, unos cuantos. Todos son muy amables, excepto el Barón Sanguinario, es el fantasma de Slytherin, mejor no acercarse a ellos y menos en estos tiempos. O al menos eso es lo que dice mamá. ¿Irás a Hogwarts?
Remus ganó tan rápido como formuló su pregunta, ir a Hogwarts no era una posibilidad.
—Oh, lo siento. ¿No puedes hacer magia? —Remus mintió negando con la cabeza—. ¿Así que eres un squib ?
—¿Qué es un squib ?
—Es un hijo o hija de magos o brujas que no pueden hacer magia.
—¿Cómo es un muggle ?
—Algo así, algunos squib pueden percibir la magia.
—¡Remus! —la voz alarmada de su madre llamándolo desde la distancia le hizo voltear de inmediato. Los demás niños a su lado imitaron el movimiento. Viendo a la mujer parada detrás de ellos con las bolsas de las compras llenas.
—Lo siento, tengo que irme —se disculpó Remus entregando el resto de las piedras al rubio.
—Pero aún no hemos terminado el juego —manifestó en alto, pero ya era tarde, Remus se había acercado a su madre. Lucía cabizbajo y temeroso.
—Lo siento mamá. No les dije nada —se apresuró a mencionar. Su madre le tomó de la mano con suavidad, y juntos se dirigieron hacia el auto, caminando en silencio. Al subir, su madre suspir.
—Está bien, Remus. No le diré nada a tu padre.
Remus sonríe de lado. Había sido divertido mientras estaba agotado, lo que lamentaba era no haber podido terminar su primer juego de Gobstones .
Al regresar a casa, Remus se dirigió rápidamente a su habitación, como si temiera que algo se le escapara de la mente. Rebuscó entre sus cosas hasta encontrar su cuaderno, y sin perder un segundo, comenzó a anotar.
Hogwarts.
Castillo Enorme.
Fantasmas.
Barón Sanguinario.
Tal vez algún día.
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Hola!
Lamento el retraso, pero he aquí el capítulo 4. Me gustaría conocer su opinión, quedo abierta a cualquier sugerencia. El siguiente capítulo puede que tarde un poco en subirlo ya que es el último que tengo escrito completo, el 6to todavía no lo termino. Muchas gracias por leer, nos leemos en el siguiente.
Chrushbut
