Disclaimer: El universo y los personajes que reconozcáis pertenecen a JK Rowling. Solo la trama es mía. No obtengo beneficios económicos ni lucrativos al escribir la historia.


Aviso: "Esta historia participa en la actividad multifandom del foro Alas Negras, Palabras Negras.


La tabla escogida es Objetos y el elemento sorteado fue Mochila.

No cumple con la temática del mes.

Fandom: Harry Potter.


Dos cachorros.


Era el tercer día que Harry pasaba lejos de los Dursley ese verano. No se arrepentía de haber inflado a Marge. Ella era cruel y mezquina. Se merecía pasar un mal rato... Aunque no recordara lo ocurrido debido al ministerio.

Quienes sí lo recordarían eran sus tíos. Eso era algo que le inquietaba porque podían guardar rencor. Seguían cabreados con su madre y eso que llevaba doce años muerta.

Y aunque Harry no se arrepentía de lo que había hecho, sí que se lamentó de sus impulsos. Solo un poco. Estaba mayormente satisfecho.


Hoy iba a explorar otra zona del callejón Diagon. Ya había estado en las tiendas principales, pero había varias ramificaciones que no había visto. Siempre habían hecho las compras deprisa y corriendo y así no había quien pudiera ver nada. Eso sí. Se alejaría de Knocturn. No quería volver allí nunca. Era siniestro y su curiosidad había muerto. Al menos por ese callejón.

Caminó sin rumbo, para nada preocupado por dónde iba. No tenía ningún lugar en el que estar y todo el verano para explorar.

Le habían dicho algo sobre Sirius Black, pero nada concreto. De todos modos estaba en público así que si el asesino aparecía, la gente lo vería y daría la voz de alarma.


El callejón tras las tiendas no era nada interesante. Solo contenedores de basura y puertas cerradas en las que ponía (Mantenimiento) o (Solo para personal.) Harry era curioso, pero no iba a tratar de entrar allí. No quería que el ministerio lo encerrara en la habitación en el Caldero Chorreante durante el resto del verano.

Decidió irse. No quería ver contenedores. ¿Y si salía una rata de la basura o algo así? Eso sería asqueroso.

Se dio la vuelta y cuando se iba, escuchó algo. Pensó que lo había imaginado, pero volvió a oírlo. Sonaba como... Como los cachorros de Marge.

"¿Pero cachorros? ¿Por qué habría cachorros allí?" -Se preguntó.-

Tal vez pertenecían a alguien, pero ¿cómo podría escucharlos entonces? Además, el sonido no venía de ninguna de las puertas.

"¿Alguien tiraría animales a la basura?"

Decidió averiguarlo. Si no había nada, entonces se alejaría. Esperaba que no fueran ratas.

Los encontró en el tercer contenedor. Estaban dentro de una mochila marrón y tuvieron suerte de que no les hubiera caído ninguna bolsa grande encima.

Se apresuró a sacar la mochila y miró dentro... Por si eran ratas.

Pero no eran ratas. Eran adorables perros negros que parecían tener hambre.

¿Qué iba a hacer? ¿Los llevaba a la tienda de mascotas? Quizá allí los cuidarían y les darían hogares...

Eso no se sentía bien. Harry quería cuidarlos. No darlos a otra persona como si fueran desechos. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Y qué sabía él de animales? ¿Y qué dirían los Dursley?

-Quizá lo mejor sea que os lleve a la tienda, perritos. -Suspiró.

Llevaba puesta una vieja sudadera de Dudley, así que sacó a los dos perritos de la mochila y los metió dentro de su sudadera para que recibieran calor.

Tiró la mochila sucia a la basura y justo cuando dio un paso atrás, la bolsa grande que había encima de otra bolsa se cayó donde habían estado los perritos.

Harry los apretó contra sí un poco más fuerte.

-Menos mal que os saqué, perritos. -Susurró.

Caminó hacia el callejón principal hablando en voz baja con los perritos, que seguramente no le entenderían. Nunca podía saberlo en el mundo mágico. Scabbers, la rata de Ron parecía comprender lo que decían.

-Ya exploraré otro día, perritos. Ahora vamos a buscaros un lugar seguro.


Entró en la tienda de mascotas y perdió el tiempo mirando diferentes secciones.

No quería entregar a los perritos.

Miró a otros saltando y ladrando. No eran tan bonitos como los suyos. O sea, suyos no, los había encontrado, nada más.

-Hola, joven. ¿Puedo ayudarte en algo? -Una señora mayor que a Harry le recordó un poco a su profesora de herbología le preguntó.

Yo...

Iba a decir que solo estaba mirando, pero eso sería egoísta para los cachorros. Pensó en decir que su familia le había conseguido un cachorro por su cumpleaños, pero ¿y si había diferencias entre un cachorro del mundo muggle y del mundo mágico?

-Yo... Encontré unos perritos en la basura de los callejones traseros. -Admitió.

-Oh, pobres queridos. ¿Te gustaría que les echara un vistazo?

-¿Lo haría? No sé si están sanos o no... ¿Aquí hay veterinarios? O sea, medimagos para perros. -Añadió rápidamente por si la mujer no sabía qué era un veterinario. Después de todo, Ron no había sabido qué era un dentista.

-Claro, joven. Esto es una tienda de mascotas, pero también hay una zona para que brujas, magos y squibs traigan a sus animales para sanarlos o simples consultas.

Harry asintió y siguió a la señora.

Podría asegurarse de que los perritos estaban bien antes de irse.

Sacó con cuidado a los perritos y observó cómo la mujer lanzaba hechizos.

-Están algo bajos de peso, así que unas gotas de poción nutritiva con la leche los tendrá como nuevos en una semana. Tráemelos entonces y los veré de nuevo. ¿Quieres elegir cosas para ellos?

Harry debió decir que no, que su intención había sido entregarlos, pero no lo hizo.


Siguió a la agradable bruja por la tienda para comprar todo lo que sus cachorros iban a necesitar y rellenando un registro después para que constara en el ministerio porque los perros eran mágicos.

Eligió una mochila azul con un perro dibujado. Allí metió la leche, los biberones, unos cepillos, la poción de nutrientes, unas pociones que eran como las vacunas en el mundo mágico y algunos juguetes.

Muchos empapadores también, para que los perros tuvieran dónde hacer sus necesidades hasta que pudiera pasearlos con correa.

Eligió unas mantas suaves para ellos y una cama grande para que compartieran.

Les pusieron además, unos collares con la placa de registro que crecerían con ellos.

El macho se llamaba Zeus y la hembra Artemis.

Compró también un transportín para poder llevarlos consigo. La mujer, además, le dijo dónde llevarlo para que le pusieran un hechizo de expansión y otro a la mochila.

Ya pensaría en qué hacer en Hogwarts y cuando tuviera que volver con sus familiares. Por el momento, se centraría en los cachorros que tras haber comido, dormitaban en sus brazos.

Le pagó a la mujer mayor, estaba seguro de que ella le había hecho un descuento considerable y se colgó la mochila repleta al hombro.

¿Quién le iba a decir que su curiosidad hoy le llevaría a tener dos cachorros?