Hola!

Bueno, ya estamos aquí uwu otra vez

Ya me acordé un poco de lo que quería decir en el cap anterior, pero se los dejo al final.

Disfruten el trauma de Catra y Adora.


CAPITULO II

"LA CHICA DEL PAN"


Una vez estaba escondida en la rama de un árbol, esperando inmóvil a que apareciese una presa, cuando me quedé dormida y caí al suelo de espaldas desde una altura de tres metros. Fue como si el impacto me dejase sin una chispa de aire en los pulmones, y allí me quedé, luchando por inspirar, por espirar, por lo que fuera.

Así me siento ahora. Intento recordar cómo respirar, no puedo hablar y estoy completamente aturdida, mientras el nombre me rebota en las paredes del cráneo. Alguien me coge del brazo, un chico de la Veta, y creo que quizá haya empezado a caerme y él me haya sujetado.

Tiene que haber un error, esto no puede estar pasando. ¡Finn sólo tenía un boleto entre miles! Sus posibilidades de salir elegida eran tan remotas que ni siquiera me había molestado en preocuparme por ella. ¿Acaso no había hecho todo lo posible?

¿No había cogido yo las teselas y le había impedido hacer lo mismo? Una sola papeleta, una entre miles. La suerte estaba de su parte, del todo, pero no había servido de nada.

En algún punto lejano, oigo a la multitud murmurar con tristeza, como hace siempre que sale elegido un chico de doce años; a nadie le parece justo. Entonces la veo, con las orejas aplastadas y toda la cola erizada, dando pasitos hacia el escenario, pasando a mi lado, y veo que la blusa se le ha vuelto a salir de la falda por detrás. Tiene la cola sostenida en uno de sus puñitos conforme avanza. Es ese detalle, la blusa salida y la cola totalmente esponjada, lo que me hace volver a la realidad.

—¡Finn! —el grito estrangulado me sale de la garganta y los músculos vuelven a reaccionar —¡Finn!

No me hace falta apartar a la gente, porque los otros chicos me abren paso de inmediato y crean un pasillo directo al escenario. Llego a ella justo cuando está a punto de subir los escalones y la empujo detrás de mí.

—¡Me presento voluntaria! —grito, con voz ahogada —¡Me presento voluntaria como tributo!

En el escenario se produce una pequeña conmoción. Dryl no envía voluntarios desde hace décadas, y el protocolo está un poco oxidado. La regla es que, cuando se saca el nombre de un tributo de la bola, otro chico en edad elegible, puede ofrecerse a ocupar su lugar. En algunos reinos en los que ganar la cosecha se considera un gran honor y la gente está deseando arriesgar la vida, presentarse voluntario es complicado. Sin embargo, en Dryl, donde la palabra tributo y la palabra cadáver son prácticamente sinónimas, los voluntarios han desaparecido casi por completo.

—¡Espléndido! —exclama Castaspella White —Pero creo que queda el pequeño detalle de presentar a la ganadora de la cosecha y después pedir voluntarios, y, si aparece uno, entonces… —deja la frase en el aire, insegura.

—¿Qué más da? —interviene la princesa Ash. Está mirándome con expresión de dolor. Aunque, en realidad no me conoce, hay un pequeño punto de contacto: soy la chica que le lleva las fresas; la chica con la que puede que su hija haya hablado alguna que otra vez; la chica que, hace cinco años, abrazada a su madre y a su hermana pequeña, recibió de sus pinzas la medalla al valor. Una medalla por su padre, vaporizado en las minas. ¿Se acordará? —¿Qué más da? —repite, en tono brusco —Deja que suba.

Finn está gritando como una histérica detrás de mí, me rodea con sus delgados bracitos como si fuese un torno. Siento sus garras extendidas contra mi piel, pese a la ropa y el pelaje.

—¡No, Catra! ¡No! ¡No puedes ir!

—Finn, suéltame —digo con dureza, porque la situación me altera y no quiero llorar. Cuando emitan la repetición de la cosecha esta noche, todos tomarán nota de mis lágrimas y me marcarán como un objetivo fácil. Una enclenque. No les daré esa satisfacción —¡Suéltame!

Noto que alguien tira de ella por detrás, así que me vuelvo y veo a Glimmer, que levanta a Finn del suelo, mientras ella forcejea en el aire.

—Arriba, Catnip —me dice, intentando que no le falle la voz; después se lleva a Finn con mi madre. Yo me armo de valor y subo los escalones.

—¡Bueno, bravo! —exclama Castaspella White, llena de entusiasmo —¡Éste es el espíritu de los Juegos!— está encantada de ver por fin un poco de acción en su reino —¿Cómo te llamas?

—Catra Applesauce —respondo, después de tragar saliva.

—Me apuesto los calcetines a que era tu hermana. No querías que te robase la gloria, ¿verdad? ¡Vamos a darle un gran aplauso a nuestro tributo! —canturrea Castaspella White.

La gente de Dryl siempre podrá sentirse orgullosa de su reacción: nadie aplaude, ni siquiera los que llevan las papeletas de las apuestas, a los que ya no les importa nada. Seguramente es porque me conocen del Quemador o porque conocían a mi padre, o porque han hablado con Finn y a ella es inevitable quererla. Así que, en vez de un aplauso de reconocimiento, me quedo donde estoy, sin moverme, mientras ellos expresan su desacuerdo de la forma más valiente que saben: el silencio. Un silencio que significa que no estamos de acuerdo, que no lo aprobamos, que todo esto está mal.

Entonces pasa algo inesperado; al menos, yo no lo espero, porque no creo que Dryl sea un lugar que se preocupe por mí. Sin embargo, algo ha cambiado desde que subí al escenario para ocupar el lugar de Finn, y ahora parece que me he convertido en alguien amado. Primero una persona, después otra y, al final, casi todos los que se encuentran en la multitud se llevan los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después me señalan con ellos. Es un gesto antiguo (y rara vez usado) de nuestro reino que a veces se ve en los funerales; es un gesto de dar gracias, de admiración, de despedida a un ser querido.

Ahora sí corro el peligro de llorar, pero, por suerte, Shadow Weaver escoge este preciso momento para acercarse dando traspiés por el escenario y felicitarme.

—¡Mírenla, mírenla bien! —brama, pasándome un brazo sobre los hombros. Tiene una fuerza sorprendente para estar tan hecha pedazos —¡Me gusta! —el aliento le huele a licor y hace bastante tiempo que no se baña —Mucho… —no le sale la palabra durante un rato —¡Coraje! —exclama, triunfal —¡Más que ustedes! —me suelta y se dirige a la parte delantera del escenario—¡Más que ustedes! —grita, señalando directamente a la cámara.

¿Se refiere a la audiencia o está tan borracha que es capaz de meterse con Eternia? Nunca lo sabré, porque, justo cuando abre la boca para seguir, Shadow Weaver se cae del escenario y pierde la conciencia.

Es un asco de mujer, pero me siento agradecida porque, con todas las cámaras fijas en ella, tengo el tiempo suficiente para dejar escapar el ruidito ahogado que me bloquea la garganta y recuperarme. Pongo las manos detrás de la espalda y miro hacia adelante, con la cola alzada y quieta. Veo las colinas que escalé esta mañana con Glimmer y, por un momento, añoro algo..., la idea de irnos del reino..., de vivir en los bosques. Sin embargo sé que hice lo correcto al no huir, porque ¿Quién si no se habría presentado voluntario en lugar de Finn?

A Shadow Weaver se la llevan en una camilla y Castaspella White intenta volver a poner el espectáculo en marcha.

—¡Qué día tan emocionante! —exclama, mientras manosea su peluca para ponerla en su sitio, ya que se ha torcido notablemente hacia la derecha —¡Pero todavía queda más emoción! ¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro segundo tributo! —con la clara intención de contener la precaria situación de su pelo, avanza hacia la bola que contiene a la otra mitad elegible de Dryl con una mano en la cabeza; después coge la primera papeleta que se encuentra, vuelve rápidamente al podio y yo ni siquiera tengo tiempo para desear que no lea el nombre de Glimmer —Adam Grey.

Oh, no— pienso —Esa familia no.

Porque reconozco su nombre, aunque nunca he hablado con ellos. Solo con el padre. El panadero.

No, sin duda hoy la suerte no está de mi parte.

Lo observo avanzar hacia el escenario; alto, por lo menos casi 15cm más que yo, fornido para la media aquí en Dryl, cabello rubio fresa un poco largo. En la cara se le nota la conmoción del momento, se ve que lucha por guardarse sus emociones, pero en sus ojos azules constato la alarma que tan a menudo encuentro en mis presas. De todos modos, sube con paso firme al escenario y ocupa su lugar.

Castaspella White pide voluntarios; y entonces la pesadilla aumenta. Sé que tiene dos hermanos, los he visto en la panadería, aunque seguramente a uno se le haya pasado la edad para ofrecerse voluntario, y el otro… la otra es su gemela, Adora. Se ha ofrecido voluntaria. Igual que cuando he escuchado el nombre de Finn, que me rebotaba en el cráneo, ahora me rebota una y otra vez el grito de Adora.

—¡Yo! ¡Me ofrezco como voluntaria! —grita en medio de la multitud, igual de alta, corpulenta y rubia que él. Con la coleta bailando salvaje por su empuje hacia el estrado, rápidamente la gente se abre para formar un segundo camino hasta el frente, igual que hace un momento hizo conmigo.

No puedo acabar de procesarlo. Ahora Adam llora sin reparos con las cejas fruncidas en estupor y duda al lado mío.

—¡Pero qué emocionante! ¡Tenemos una segunda voluntaria! Toda una novedad en 24 años —anuncia extasiada por más emoción Castaspella White.

Adora sube a la plataforma y sus ojos más grises que azules, chocan contra los de Adam, más azules que grises. Se miran y no dicen nada y al final se abrazan.

—No tenías que hacerlo, no tenías que hacerlo.

—Lo siento, lo siento —escucho que se murmuran muy bajito en medio del abrazo.

Por tercera vez corro riesgo de ponerme a llorar.

El momento se extiende y un Guardia Blanco llega y separa a los gemelos. Castaspella White, hace ademán de limpiarse los ojos y se acerca hasta Adora.

—Ese es el espíritu, sin duda. ¿Cuál es tu nombre, señorita?

—A-adora Grey —responde intentando que no se le quiebre mucho la voz.

—Hoy el día está lleno de sorpresas y amor fraternal. Estoy segura que tu hermano habría hecho lo mismo por ti —dice inocentemente y Adora hace una mueca que no sé interpretar.

La mujer debe de tener un poco de cerebro debajo de tanto maquillaje y peluca, porque ésta vez no pide un aplauso para Adora. No le dará la oportunidad al pueblo de volver a responder con su silencio reprobatorio y sutil.

La princesa Ash empieza a leer el largo y aburrido Tratado de la Traición, como hace todos los años en este momento (es obligatorio), pero no escucho ni una palabra.

¿Por qué ella?, pienso. Después intento convencerme de que no importa, de que Adora Grey y yo no somos amigas, ni siquiera somos vecinas y nunca hablamos. Nuestra única interacción real sucedió hace muchos años, y seguro que ella ya la ha olvidado; sin embargo, yo no, y sé que nunca lo haré.

Fue durante la peor época posible. Mi padre había muerto en un accidente minero hacía tres meses, en el junio más caluroso que se recordaba. Ya había pasado el entumecimiento causado por la pérdida, y el dolor me atacaba de repente, hacía que me doblase y que los sollozos me estremeciesen. ¿Dónde estás?— gritaba una voz en mi interior —¿Adónde has ido? Por supuesto, nunca recibí respuesta.

El reino nos había concedido una pequeña suma de dinero como compensación por su muerte, lo bastante para un mes de luto, después del cual mi madre habría tenido que conseguir un trabajo. El problema fue que no lo hizo. Se limitaba a quedarse sentada en una silla o, lo más habitual, acurrucada debajo de las mantas de la cama, con la mirada perdida. De vez en cuando se movía, se levantaba como si la empujase alguna urgencia, para después quedarse de nuevo inmóvil. No le afectaban las súplicas constantes de Finn.

Yo estaba aterrada. Aunque ahora supongo que mi madre se había encerrado en una especie de oscuro mundo de tristeza, en aquel momento sólo sabía que había perdido a un padre y a una madre. A los once años, con una hermana de siete, me convertí en la cabeza de familia; no había alternativa. Compraba comida en el mercado, la cocinaba como podía, e intentaba que Finn y yo estuviésemos presentables porque, si se hacía público que mi madre ya no podía cuidarnos, nos habrían enviado al orfanato de la comunidad. Había crecido viendo a aquellos chicos en el colegio: la tristeza, las marcas de bofetadas en la cara, la desesperación que les hundía los hombros. No podía dejar que le pasara a Finn, a la dulce y diminuta Finn, que lloraba cuando yo lloraba sin tan siquiera saber la razón, que cepillaba y trenzaba el cabello de mi madre antes de irnos al colegio, que seguía limpiando el espejo de afeitarse de mi padre todas las noches porque odiaba la capa de polvo de carbón que siempre cubría la Veta. El orfanato la habría aplastado como a un gusano, así que mantuve en secreto nuestras dificultades.

Al final, el dinero voló y empezamos a morirnos de hambre poco a poco. No hay otra forma de describirlo. No dejaba de decirme que todo iría bien si podía aguantar hasta octubre, sólo hasta el 28 de octubre, porque entonces cumpliría doce años, y podría pedir las teselas y conseguir aquella valiosa cantidad de cereales y aceite que serviría para alimentarnos. El problema era que quedaban varias semanas y cabía la posibilidad de que no llegáramos vivas.

Morirse de hambre no era algo infrecuente en Dryl. ¿Quién no ha visto a las víctimas? Ancianos que no pueden trabajar; niños de una familia con demasiadas bocas que alimentar; los heridos en las minas. Todos se arrastran por las calles y, un día, te encuentras con uno de ellos sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared o tirado en la Pradera, u oyes gemidos en una casa y los Guardias Blancos acuden a llevarse el cadáver. El hambre nunca es la causa oficial de la muerte: siempre se trata de pulmonía, congelación o neumonía, pero eso no engaña a nadie.

La tarde de mi encuentro con Adora Grey, la lluvia caía en implacables mantas de agua tibia por el calor de finales de verano, que ni siquiera era un alivio, era como estar en una burbuja tibia y pegajosa que no me dejaba ver, ni respirar. Había estado en la ciudad intentando cambiar algunas ropas viejas de bebé de Finn en el mercado público, sin mucho éxito. Aunque había ido varias veces al Quemador con mi padre, me asustaba demasiado aventurarme sola en aquel lugar duro y mugriento. La lluvia había empapado la chaqueta de cazador de mi padre que llevaba puesta, y yo estaba muerta de hambre. Llevábamos tres días comiendo agua hervida con algunas hojas de menta seca que había encontrado en el fondo de un armario; cuando cerró el mercado, temblaba tanto que se me cayó la ropa de bebé en un charco lleno de barro, pero no la recogí porque temía que, si me agachaba, no podría volver a levantarme. Además, nadie quería la ropa.

No podía volver a casa; allí estaban mi madre, con sus ojos sin vida, y mi hermana pequeña, con sus mejillas huecas y sus labios cuarteados. El pelaje se nos caía en mechones. No podía entrar sin esperanza alguna en aquella habitación llena de humo por culpa de las ramas húmedas que había cogido al borde del bosque cuando se nos acabó el carbón para la chimenea.

Me encontré dando tumbos por una calle embarrada, detrás de las tiendas que servían a la gente más acomodada de la ciudad. Los comerciantes vivían sobre sus negocios, así que, básicamente, estaba en sus patios. Recuerdo las siluetas de los arriates sin plantar que esperaban pacientemente a que alguien se acordara de ellos, de las cabras en un establo, de un perro empapado atado a un poste, hundido y derrotado en el lodo. Yo me sentía igual. La diferencia es que alguien le arrojaría un hueso al perro, y a nosotras nadie nos veía.

En Dryl están prohibidos todos los tipos de robo, que se castigan con la muerte. A pesar de eso, se me pasó por la cabeza que quizás encontrara algo en los cubos de basura, ya que para esos había vía libre. Puede que un hueso en la carnicería o verduras podridas en la verdulería, algo que nadie salvo mi desesperada familia estuviese dispuesto a comer. Por desgracia, acababan de vaciar los cubos.

Cuando pasé junto a la panadería, el olor a pan recién hecho era tan intenso que me mareé. Los hornos estaban en la parte de atrás y de la puerta abierta de la cocina surgía un resplandor dorado. Me quedé allí, hipnotizada por el brillo y el exquisito olor, hasta que la lluvia interfirió y me metió sus dedos mojados por la espalda, obligándome a volver a la realidad. Levanté la tapa del cubo de basura de la panadería, y lo encontré completa e inhumanamente vacío.

De repente, alguien empezó a gritarme y, al levantar la cabeza, vi a la mujer del panadero diciéndome que me largara, que si quería que llamase a los Guardias Blancos y que estaba harta de que los mocosos de la Veta escarbaran en su basura. Las palabras eran feas y yo no tenía defensa. Mientras ponía con cuidado la tapa en su sitio, con las orejas empapadas pegadas a la cabeza, y retrocedía, la vi: una chica de pelo rubio asomándose por detrás de su madre. La había visto en el colegio, estaba en mi curso, aunque no sabía su nombre. Se juntaba con los chicos de la ciudad, así que ¿Cómo iba a saberlo? Su madre entró en la panadería, gruñendo, pero ella tuvo que haber estado observando cómo me alejaba por detrás de la pocilga en la que tenían su cerdo y cómo me apoyaba en el otro lado de un viejo manzano. Por fin me daba cuenta de que no tenía nada que llevar a casa. Me cedieron las rodillas y me dejé caer por el tronco del árbol hasta dar con las raíces. Era demasiado, estaba demasiado enferma, débil y cansada, muy cansada.

Que llamen a los Guardias Blancos y nos lleven al orfanato—Pensé —O, mejor todavía, que me muera aquí mismo, bajo la lluvia.

Oí un estrépito en la panadería, los gritos de la mujer de nuevo y el sonido de un golpe, y me pregunté vagamente qué estaría pasando. Unos pies se arrastraban por el lodo hacia mí y pensé: Es ella, ha venido a echarme con un palo.

Pero no era ella, era la chica, y en los brazos llevaba dos enormes panes que debían de haberse caído al fuego, porque la corteza estaba ennegrecida.

Su madre le chillaba: ¡Dáselo al cerdo, cría estúpida! ¿Por qué no? ¡Ninguna persona decente va a comprarme el pan quemado!

La chica empezó a arrancar las partes quemadas y a tirarlas al comedero; entonces sonó la campanilla de la puerta de la tienda y su madre desapareció en el interior, para atender al cliente.

La chica ni siquiera me miró, aunque yo sí la miraba a ella, por el pan y por el verdugón rojo que le habían dejado en la mejilla. ¿Con qué la habría golpeado su madre? Mis padres nunca nos pegaban, ni siquiera podía imaginármelo. La chica le echó un vistazo a la panadería, como para comprobar si había moros en la costa, y después, de nuevo atenta al cerdo, tiró uno de los panes en mi dirección. El segundo lo siguió poco después y, acto seguido, la muchacha volvió a la panadería arrastrando los pies y cerró la puerta con fuerza.

Me quedé mirando el pan sin poder creérmelo. Eran panes buenos, perfectos en realidad, salvo por las zonas quemadas. ¿Quería que me los llevase yo? Seguro, porque los tenía a mis pies. Antes de que nadie pudiese ver lo que había pasado, me metí los panes debajo de la camisa, me tapé bien con la chaqueta de cazador y me alejé corriendo, con mis pies descalzos salpicando barro y mi cola empapada latigueando a mi espalda. Aunque el calor del pan me quemaba, los agarré con más fuerza, aferrándome a la vida.

Cuando llegué a casa, las hogazas se habían enfriado un poco, pero por dentro seguían calentitas. Las solté en la mesa y las manos de Finn se apresuraron a coger un trozo; sin embargo, la hice sentarse, obligué a mi madre a unirse a nosotras en la mesa y serví unas tazas de té caliente. Raspé la parte quemada del pan y lo corté en rebanadas. Nos comimos uno entero, rebanada a rebanada; era un pan bueno y sustancioso, con pasas y nueces.

Puse mi ropa a secar junto a la chimenea, yo también me quede ahí escurriendo el pelaje y después de un rato me metí en la cama y disfruté de una noche sin sueños. Hasta el día siguiente no se me ocurrió la posibilidad de que la chica quemara el pan a propósito. Quizá hubiera soltado las hogazas en las llamas, sabiendo que la castigarían, para poder dármelas. Sin embargo, lo descarté, seguro que se trataba de un accidente. ¿Por qué iba a hacerlo? Ni siquiera me conocía. En cualquier caso, el simple gesto de tirarme el pan fue un acto de enorme amabilidad con el que se habría ganado una paliza de haber sido descubierta. No podía explicarme sus motivos.

Comimos pan para desayunar y fuimos al colegio. Fue como si la primavera hubiese llegado de la noche a la mañana: el aire era dulce y cálido, y había nubes esponjosas. En clase, pasé junto a la chica por el pasillo, y vi que se le había hinchado la mejilla y tenía el ojo morado. Estaba con sus amigos y no me hizo caso, pero cuando recogí a Finn para volver a casa por la tarde, la descubrí mirándome desde el otro lado del patio. Nuestras miradas se cruzaron durante un segundo; después, ella volvió la cabeza. Yo bajé la vista, avergonzada, y entonces lo vi: un diente de león que había sobrevivido casi hasta el otoño. Se me encendió una bombilla en la cabeza, pensé en las horas pasadas en los bosques con mi padre y supe cómo íbamos a sobrevivir.

Hasta el día de hoy, no he sido capaz de romper la conexión entre esta chica, Adora Grey, el pan que me dio esperanza y el diente de león que me recordó que no estaba condenada. Más de una vez me he vuelto en el pasillo del colegio y me he encontrado con sus ojos azules clavados en mí, aunque ella siempre aparta la vista rápidamente. Siento como si le debiese algo, y odio deberle cosas a la gente. Quizá debería haberle dado las gracias en algún momento, porque así me sentiría menos confusa. Lo pensé un par de veces, pero nunca parecía ser el momento oportuno, y ya nunca lo será, porque nos van a lanzar a un campo de batalla en el que tendremos que luchar a muerte. ¿Cómo voy a darle las gracias allí? La verdad es que no sonaría sincero, teniendo en cuenta que estaré intentando cortarle el cuello.

La princesa Ash termina de leer el lúgubre Tratado de la Traición, y nos indica a Adora y a mí que nos demos la mano. La suya es consistente y cálida, llena de cicatrices de quemaduras y callosa, seguramente por amasar y cargar esos costales de harina tan pesados. Me mira a los ojos y me aprieta la mano, como para darme ánimos, aunque quizá no sea más que un espasmo nervioso.

Nos volvemos para mirar a la multitud, mientras suena el himno de Etheria.

En fin— pienso —Hay veinticuatro chicos, sería mala suerte que tuviese que matarla yo.

Aunque, últimamente, no hay quien se fíe de la suerte.


Me quedo en mi habitación alargando las horas. No tengo ganas de escuchar a mi madre hablando de cosas siniestras antes de la cosecha. Adam la tolera mejor que yo y se queda abajo. Ninguno de los dos tenemos fuerzas para estar juntos.

Por fin solo faltan diez minutos para las dos y que la ceremonia empiece. Mi padre nos llama y salimos por la puerta de atrás para unirnos a los rezagados que van entrando a la plaza por la calle principal.

Por un momento, nos detenemos, Adrien nos mira a Adam y a mí y nos abraza a los dos juntos y después a cada uno. Solo dice calladamente que nos quiere y se va. Nuestro padre pone las manos sobre los hombros de Adam y hablan con los ojos. Después me pega a su pecho un segundo y siento la fuerza demoledora y amable de su abrazo y soy capaz de sonreírle.

—Todo saldrá bien, papá —logro decirle entre dientes.

—Lo sé, Adora. Solo recuerda volver a casa ¿sí? Eres fuerte. Los dos lo son. Y saben cómo pelear —nos anima nuestro padre ante el peor escenario posible. Pero no estoy segura de que yo podría ganar unos juegos así.

Mi madre solo nos mira con desdén.

Adrien y mis padres se van a formar con el resto de nuestros vecinos y Adam y yo nos adentramos a la multitud de chicos que esperan. Puedo ver a nuestros compañeros, los mayores al frente, después nosotros y más jóvenes según se va retrocediendo. A unas filas de mí, puedo ver a Catra, con un bonito vestido rojo, mucho más presentable que mi viejo pantalón y camisa clara. Me pregunto dónde lo habrá conseguido, y pienso que tal vez era de su madre, que gracias a mi padre, sé que era hija de los boticarios y parte de la clase de comerciantes. Tal vez heredó su ropa de ella, igual que yo de mi padre.

Todo se desarrolla según el programa. La señorita White es nuestra acompañante desde que puedo recordar y sus rizos azules se ven torcidos hoy por la actitud borracha de nuestra única campeona viva, Shadow Weaver. He escuchado a mi madre muchas veces decir cómo es de terrible que una mujer que era tan hermosa se deje perder así en la bebida, teniendo el dinero y las influencias para recuperar su belleza e incluso más.

Después del recordatorio de los días Oscuros, escogen el primer nombre y el corazón se me encoje, porque se que jamás podré volver a descansar después de este día.

No solo escuchar el nombre de la pequeña Finn, una niña de solo doce años, si no escuchar y ver la reacción de Catra para proteger a su hermana. Debí imaginarlo. Saberlo. Pero ahora no me queda duda. Si es capaz de desafiar a la muerte y a la ley cada día por alimentar a su familia, es obvio que no iba a dejar a su única hermana ir a los Juegos.

Se ofrece voluntaria.

Porque es mejor que la mayoría aquí presentes. Y es tan valiente y desinteresada. No le importa lo que nadie piense, solo que su familia esté bien. Y es cuando veo a la otra chica de cabello rosa, llevarse a la niña. Quisiera tener el coraje de acercarme y ayudar, pero desde ese día, hace cinco años, bajo una fea lluvia de agosto, apenas nos hemos dirigido la palabra. Nunca he tenido el valor, ni siquiera hoy, que va a la muerte de la manera más literal que podemos entenderlo aquí en Dryl. Pero ella es fuerte. Mucho más fuerte que cualquiera. Porque no cualquiera tiene el tipo de fortaleza que se necesita para sacrificarse por alguien más. Si tan solo su nombre hubiera salido, en lugar del nombre de su hermana, yo habría podido ocupar su lugar.

En casa, somos tres hermanos, y mis padres habrían encontrado el modo de seguir adelante. Pero sé que en su familia falta ya uno. Ya está rota. Habría ido con gusto en su lugar. Pero no puedo ofrecerme voluntaria en lugar de un voluntario, solo se puede de un tributo ya escogido, potestad que ella ha reclamado para sí misma en nombre del amor fraternal.

Miro a Adam un momento, y sus ojos azules reflejan los míos y la pena nos hace desviar la mirada, pues los dos somos tan cobardes, que dudamos que daríamos el paso que ha dado Catra.

Castaspella habla y el silencio le contesta. Cuando los demás levantan tres dedos hacia Catra, sé que es natural. Y correcto. La saludamos en silencio por demostrar que todavía hay cosas que merecen ser salvadas, así sea una pequeña hermana en medio de la zona más pobre de Dryl.

Creo que estoy en shock.

No termino de comprender que Catra Applesauce va a ir a los Juegos del Hambre.

Entonces dicen el siguiente nombre… el de mi hermano.

—Adam Grey.

Y no volteo a ver a Adam, porque sé que él no me mirara tampoco.

Camina en silencio hacia la plataforma.

Y pienso, siento tanto en estos pocos pasos que da. No pude ofrecerme para salvar a Catra, y ahora perdería también a Adam. Realmente no podría vivir para ver salvarse a uno o perder a los dos. Y con un solo movimiento puedo salvarlos a los dos. Al menos intentarlo. Ni siquiera yo lo creo. Y antes de realmente darme cuenta de lo que estoy haciendo, cuando Castaspella pregunta por un voluntario, me ofrezco.

Subo hasta el estrado y veo toda la confusión y el desasosiego de Adam. Él sabe que siempre he tenido algo con Catra. No creo que entienda hasta qué punto. Me abraza y me reclama en voz baja. Solo me queda disculparme quedamente. Sus lágrimas mojan mi hombro.

La princesa Ash nos pide darnos la mano a las tributos ganadoras y de algún modo logro hacerlo, y en medio del saludo, la estrecho un poco más fuerte y la miro directo a los ojos. Mi sentencia de muerte ya se ha dictado, porque sólo puede haber un ganador, y justo aquí y ahora, es que decido que haré todo lo que esté en mis manos para lograr que Catra Applesauce regrese con su pequeña hermana. Porque yo he estado perdida desde que la escuché cantar.

Nos separan para la lectura obligada del Tratado de la Traición y Catra parece recomponerse un poco. Yo la veo, en su vestido rojo, usando calzado por una vez, le va un poco grande el vestido, pero se ve hermosa. Sus hombros no están caídos como los de tantos aquí. Y me cuadro también.

Recuerdo a la pequeña niña que buscaba entre nuestro patio cualquier desperdicio comestible. Sabía que mi madre me castigaría, papá estaba haciendo entregas y no estaba en la casa. Él me hubiera dejado ayudarla, pero no mi madre, que tal vez sospechara que su esposo no la amaba como se supone que un esposo ama a su esposa y por eso nos quería hacer parte de su amargura.

No me importó y quemé los panes que ya estaban casi listos. Ella me golpeó con lo primero que encontró, con el filo de una de las grandes palas de madera que usamos para sacar las bandejas de pan de los hornos. La cabeza me daba vueltas y el oído me silbaba. Apenas recuerdo sus palabras. Sólo recuerdo lo asustada que yo estaba y lo enojada que mi madre estaba. Y a Catra, en medio de la lluvia, que se había dejado caer bajo el manzano. Tan delgada que no entendía cómo podía caminar bajo ese chaquetón empapado.

Saqué los panes y los aventé a sus pies, al piso sucio y mojado y regresé adentro. Tuve que haber ido hasta ella y dárselos en mano. Es una de las cosas de las que tampoco tuve valor. Quizás ahora ya no importe, y tal vez lo pueda enmendar si logro mantenerla con vida hasta el final.


Notas de la Autora:

¿Qué tal hasta ahora?

He releido varias veces todas las partes donde Peeta habla de su vida para poder escribir los POV's de Adora y no se contraponga con lo que después le va a ir contando a Catra. Me parece que hay un fic muy bueno de los Juegos del Hambre pero todo desde el punto de vista de Peeta, aunque no lo he leído para no influenciarme sin querer.

¿Cómo ven a Shadow Weaver como Haymitch? De verdad le di muchas vueltas, contemple a Micah, a Angella, incluso a Light Hope, pero creo que es la que menos OoC quedaba en el papel XD jajaja además se supone que iba a ser un poco alcohólica pero la clasificación de SPOP no les permitió mostrarlo.

Igual que el estudio de los personajes, ha sido de los reinos. Algunos fueron muy sencillos y obvios, como el Distrito 4 que es de mar y pesca, solo podría ser Salinas. Otros no tanto. Pero ahí van.

Hay personajes que simplemente no me decido su interpretación.

Espero que les haya gustado y posiblemente suba el otro el martes.

Carpe Diem