Hey.

Solo puedo decir que la película estuvo genial.


CAPITULO III

"DESPEDIDAS"


En cuanto acaba el himno, nos ponen bajo custodia. No quiero decir que nos esposen ni nada de eso, pero un grupo de Guardias Blancos nos acompaña hasta la puerta principal del Palacio. Quizás algún tributo intentase escapar en el pasado, aunque yo nunca lo he visto.

Una vez dentro, me conducen a una sala y me dejan sola. Es el sitio más lujoso en el que he estado, tiene gruesas alfombras de pelo, y sofá y sillones de terciopelo. Sé que es terciopelo porque mi madre tiene un vestido con un cuello de esa cosa. Cuando me siento en el sofá, no puedo evitar acariciar la tela una y otra vez; me ayuda a calmarme mientras intento prepararme para la hora que me espera. Ése es el tiempo que se les concede a los tributos para despedirse de sus seres queridos. No puedo dejarme llevar y salir de esta habitación con los ojos hinchados y las orejas bajas; no me puedo permitir llorar, porque habrá más cámaras en la estación de tren.

Mi hermana y mi madre entran primero. Extiendo los brazos hacia Finn, y ella se sube a mi regazo y me rodea el cuello con los suyos, apoyando la cabeza en mi hombro, como hacía cuando era un bebé, mi cola se enreda en su cintura en un gesto que jamás me atrevería a realizar con nadie más, ni siquiera Glimmer, su cola esponjosa se enreda en mi brazo. Mi madre se sienta a mi lado y nos abraza a las dos y nos envuelve también con su larga cola. No hablamos durante unos minutos, pero después empiezo a decirles las cosas que tienen que recordar hacer, ya que yo no estaré para ayudarlas.

Finn no debe coger ninguna tesela. Pueden salir adelante, si tienen cuidado, vendiendo la leche y el queso de la cabra, y siguiendo con la pequeña botica que lleva mi madre para la gente de la Veta. Glimmer le conseguirá las hierbas que ella no pueda cultivar, aunque tiene que describírselas con precisión, porque ella no las conoce como yo. También les llevará carne de caza (Glimmer y yo habíamos hecho un pacto al respecto hace cosa de un año) y seguramente no les pedirá nada a cambio. Sin embargo, deben agradecérselo con algún tipo de canje, como leche o medicinas.

No me molesto en sugerirle a Finn que aprenda a cazar; intenté enseñarla un par de veces y fue un desastre. El bosque la aterra y, siempre que yo le daba a una presa, ella se ponía llorosa y decía que podíamos curarla si llegábamos a tiempo a casa. Por otro lado, le va bien con la cabra, así que me concentro en eso.

Cuando termino con las instrucciones sobre el combustible, el comercio y terminar el colegio, me vuelvo hacia mi madre y la cojo con fuerza de la mano.

—Escúchame, ¿me estás escuchando? —ella asiente, asustada por mi intensidad. Tiene que saber lo que le espera —No puedes volver a irte.

—Lo sé —me responde ella, clavando los ojos en el suelo —Lo sé, no lo haré. No pude evitar lo que...

—Bueno, pues esta vez tendrás que evitarlo. No puedes desconectarte y dejar sola a Finn, porque yo no estaré para mantenerlas con vida. Da igual lo que pase, da igual lo que veas en pantalla. ¡Tienes que prometerme que seguirás luchando!

He levantado tanto la voz que estoy gritando; estoy soltando toda la rabia y el miedo que sentí cuando ella me abandonó.

—Estaba enferma —dice mi madre, soltándose; también se ha enfadado —Podría haberme curado yo misma de haber tenido las medicinas que tengo ahora.

La parte de haber estado enferma es cierta; después he visto cómo despertaba a personas que sufrían aquella tristeza paralizante. Quizá sea una enfermedad, pero no nos la podemos permitir.

—Pues tómalas... ¡y cuida de ella! —le ordeno.

—Todo saldrá bien, Catra —dice Finn, cogiéndome la cara —Pero tú también tienes que cuidarte; eres rápida y valiente, quizá puedas ganar.

No puedo ganar; en el fondo, Finn debe de saberlo. La competición está mucho más allá de mis habilidades. Hay chicos de reinos más ricos, donde ganar es un gran honor, que llevan entrenándose toda la vida para esto. Chicos que son dos o tres veces más grandes que yo; chicas que conocen veinte formas diferentes de matarte con un cuchillo. Sí, también habrá gente como yo, chavales a los que quitarse de en medio antes de que empiece la diversión de verdad.

—Quizá —respondo, porque no puedo decirle a mi madre que luche si yo ya me he rendido. Además, no es propio de mí entregarme sin presentar batalla, aunque los obstáculos parezcan insuperables —Y seremos tan ricas como Shadow Weaver.

—Me da igual que seamos ricas. Sólo quiero que vuelvas a casa. Lo intentarás, ¿verdad? ¿Lo intentarás de verdad de la buena? —me pregunta Finn.

—De verdad de la buena, te lo juro —le digo, y sé que tendré que hacerlo, por ella. Después aparece el Guardia Blanco para decirnos que se ha acabado el tiempo, nos abrazamos tan fuerte que duele y lo único que se me ocurre es:

—Las quiero, las quiero a las dos.

Ellas me dicen lo mismo, el agente les ordena que se marchen y cierra la puerta. Escondo la cabeza en uno de los cojines de terciopelo, como si eso pudiese protegerme de todo lo que está pasando.

Alguien más entra en la habitación y, cuando miro, me sorprende ver al panadero, el padre de Adora Grey. No puedo creerme que haya venido a visitarme; al fin y al cabo, pronto estaré intentando matar a su hija. Pero nos conocemos un poco, y él conoce incluso mejor a Finn, porque, cuando mi hermana vende sus quesos en el Quemador, siempre le guarda dos al panadero y él le da una generosa cantidad de pan a cambio. Es mucho más amable que la bruja de su mujer, así que esperamos a que ella no esté. Seguro que él nunca le habría pegado a su hija por el pan quemado como lo hizo ella. En cualquier caso, ¿por qué ha venido a verme?

El panadero se sienta, incómodo, en el borde de una de las lujosas sillas. Es un hombre grande, ancho de hombros, con cicatrices de las quemaduras sufridas en el horno a lo largo de los años. Es probable que acabe de despedirse de su hija.

Saca un paquete envuelto en papel blanco del bolsillo de la chaqueta y me lo ofrece. Lo abro y encuentro galletas, un lujo que nosotras nunca podemos permitirnos.

—Gracias —respondo. El panadero no es un hombre muy hablador, en el mejor de los casos, y hoy no tiene absolutamente nada que decirme —He comido un poco de su pan esta mañana. Mi amiga Glimmer le dio una ardilla a cambio —él asiente, como si recordarse la ardilla —No ha hecho usted un buen trato.

Se encoge de hombros, como si no le importase nada.

No se me ocurre qué más decir, así que guardamos silencio hasta que lo llama un Guardia Blanco. Él se levanta y tose para aclararse la garganta.

—No perderé de vista a la pequeña. Me aseguraré de que coma.

Siento que al oírlo desaparece parte de la presión que me oprime el pecho. La gente trata conmigo, pero a ella le tienen verdadero cariño. Quizás haya cariño suficiente para mantenerla con vida. Ahora al fin he dejado de esforzarme en mantener las orejas erguidas.

Mi siguiente visita también resulta inesperada: Scorpia viene directa hacia mí. No está llorosa, ni evita hablar del tema, sino que me sorprende con el tono urgente de su voz. Sus ojos normalmente amables brillan con cierta determinación.

—Te dejan llevar una cosa de tu reino en el estadio, algo que te recuerde a casa. ¿Querrías llevar esto?

Me ofrece la insignia circular de oro que antes le adornaba el vestido. Aunque no le había prestado mucha atención hasta el momento, veo que es un pajarito en pleno vuelo.

—¿Tu insignia? —le pregunto.

Llevar un símbolo de mi reino es lo que menos me preocupa en estos momentos.

—Toma, te lo pondré en el vestido, ¿vale? —no espera a mi respuesta, se inclina y me lo pone —Catra, prométeme que lo llevarás en el estadio, ¿vale?

—Sí.

Galletas, una insignia... Hoy me están dando todo tipo de regalos. Scorpia me da otro más: un beso en la mejilla y otro abrazo que me comprime pero se acaba antes de que pueda rechazarlo. Después se va y me quedo pensando que quizá, al fin y al cabo, sí fuera mi amiga.

En último lugar aparece Glimmer y, aunque puede que no haya nada romántico entre nosotras, cuando abre los brazos no dudo en lanzarme a ellos. Su cuerpo me resulta familiar: la forma en que se mueve, el olor a humo del bosque, incluso los latidos de su corazón, que ya había escuchado en los momentos de silencio entre la caza. Sin embargo, es la primera vez que de verdad lo siento, suave, vasto y firme, junto al mío.

—Escucha —me dice —No te resultará difícil conseguir un cuchillo, pero tienes que hacerte con un arco. Es tu mejor opción, además de tus otras armas —y sostiene una de mis garras, con una sonrisa feroz y triste al mismo tiempo.

—No siempre los tienen —respondo, pensando en el año en que sólo había unas horribles mazas con pinchos con las que los tributos tenían que matarse a golpes.

—Pues fábrica uno. Hasta un arco endeble es mejor que no tener arco.

He intentado copiar los arcos de mi padre con malos resultados, porque no es tan fácil. Incluso él tenía que desechar su trabajo algunas veces.

—Ni siquiera sé si habrá madera —digo.

Otro año los soltaron en un paraje en el que sólo había cantos rodados, arena y arbustos esqueléticos; para mí fueron unos de los peores juegos. Muchos competidores sufrieron mordeduras de serpientes venenosas o se volvieron locos de sed.

—Casi siempre hay madera desde aquel año en que la mitad murió de frío —me responde Glimmer —No resultaba muy entretenido.

Es cierto, nos pasamos unos juegos enteros viendo cómo los jugadores morían congelados por la noche. Apenas aparecían, porque se limitaban a hacerse un ovillo y no tenían madera para hogueras, ni antorchas, ni nada. Eternia consideró muy decepcionante observar todas aquellas muertes silenciosas y sin sangre, así que, desde entonces, suele haber madera para hacer fuego.

—Sí, es verdad.

—Catra, es como cazar, y eres la mejor cazadora que conozco.

—No es como cazar, Glimmer, están armados. Y piensan.

—Igual que tú, y tú tienes más práctica, práctica de verdad. Sabes cómo matar.

—Pero no personas.

—¿De verdad hay tanta diferencia? —pregunta Glimmer, en tono triste.

Lo más horrible es que, si consigo olvidar que son personas, será exactamente igual.

Los Guardias Blancos vuelven demasiado pronto y Glimmer les pide más tiempo, pero se la llevan y empiezo a asustarme.

—¡No dejes que mueran de hambre! —grito, aferrándome a su mano.

—¡No lo permitiré! ¡Sabes que no lo permitiré! Catra, recuerda que te... —dice, y nos separan y cierran la puerta, y nunca sabré qué es lo que quiere que recuerde.

La estación de tren está cerca del Palacio, aunque nunca antes había viajado en coche y casi nunca en carro. En la Veta nos desplazamos a pie.

He hecho bien en no llorar, porque la estación está a rebosar de periodistas con cámaras apuntándome a la cara, como insectos. Pero tengo mucha experiencia en no demostrar mis sentimientos, y eso es lo que hago. Me veo de reojo en la pantalla de televisión de la pared, en la que están retransmitiendo mi llegada en directo, y me alegra comprobar que parezco casi aburrida.

Por otro lado, no cabe duda de que Adora Grey ha estado llorando y, curiosamente, no intenta esconderlo. Me pregunto al instante si será su estrategia en los juegos: parecer débil y asustada para que los demás crean que no es competencia y después dar la sorpresa luchando. A una chica del Reino de Los Bosques Susurrantes, Netossa Webber, le funcionó muy bien hace unos años. Parecía una idiota llorica y cobarde por la que nadie se preocupó hasta que sólo quedaba un puñado de concursantes. Al final resultó ser una asesina despiadada; una estrategia muy inteligente, pero extraña para Adora Grey, porque es la hija de un panadero. Siempre ha tenido comida de sobra y bandejas de pan que mover de un lado a otro, por lo que es ancha de espaldas y fuerte. Harían falta muchos lloriqueos para convencer a alguien de que la pasase por alto.

Tenemos que quedarnos unos minutos en la puerta del tren, mientras las cámaras engullen nuestras imágenes; después nos dejan entrar al vagón y las puertas se cierran piadosamente detrás de nosotros. El tren empieza a moverse de inmediato.

Al principio, la velocidad me deja sin aliento. Obviamente, nunca había estado en un tren, ya que está prohibido viajar de un reino a otro, salvo que se trate de tareas aprobadas por el Imperio. En nuestro caso se limita básicamente al transporte de carbón, aunque no estamos en un tren de mercancías normal, sino en uno de los modelos de alta velocidad de Eternia, que alcanza una media de cuatrocientos kilómetros por hora. Nuestro viaje nos llevará menos de un día.

En el colegio nos dicen que Eternia se construyó en un lugar que antes se llamaba las Talon Montain. Dryl estaba en una región conocida como los Clifs; incluso entonces, hace cientos de años, ya extraían carbón de la zona. Por eso nuestros mineros tienen que trabajar a tanta profundidad.

Por algún motivo, en el colegio todo acaba reduciéndose al carbón. Además de comprensión lectora y matemáticas básicas, casi toda la formación tiene que ver con eso, salvo por la clase semanal de historia de Etheria. Se trata principalmente de tonterías sobre lo que le debemos a Eternia, aunque sé que tiene que haber mucho más de lo que nos cuentan, una explicación real de lo que pasó durante la rebelión. Sin embargo, no pienso mucho en ello; sea cual sea la verdad, no veo cómo me va a ayudar a poner comida en la mesa.

El tren de los tributos es aún más elegante que la habitación del Palacio. Cada una tenemos nuestro propio alojamiento, compuesto por un dormitorio, un vestidor y un baño privado con agua corriente caliente y fría. En casa no tenemos agua caliente, a no ser que la hirvamos.

Hay cajones llenos de ropa bonita, y Castaspella White me dice que haga lo que quiera, que me ponga lo que quiera, que todo está a mi disposición. Mi única obligación es estar lista para la cena en una hora. Me quito el vestido rojo de mi madre, horadado por las garritas de Finn y siento el nudo regresar a mi garganta. Me doy una ducha caliente, cosa que nunca había hecho antes y me ayuda a relajarme. Es como estar bajo una lluvia de verano, sólo que menos fría. Me pongo una camisa y unos pantalones de color rojo oscuro.

En el último segundo me acuerdo de la pequeña insignia de oro de Scorpia y le echo un buen vistazo por primera vez: es como si alguien hubiese creado un pajarito dorado y después lo hubiese rodeado con un anillo. El pájaro sólo está unido al anillo por la punta de las alas. De repente, lo reconozco: es un sinsajo.

Son unos pájaros curiosos, además de una especie de bofetón en la cara para Eternia. Durante la rebelión, Eternia creó una serie de animales modificados genéticamente y los utilizó como armas; el término común para denominarlos era mutaciones, o mutos, para abreviar. Uno de ellos era un pájaro especial llamado charlajo que tenía la habilidad de memorizar y repetir conversaciones humanas completas. Eran unas aves mensajeras, todas ellas machos, que se soltaron en las regiones en las que se escondían los enemigos de Eternia. Los pájaros recogían las palabras y volvían a sus bases para que las grabaran. Los reinos tardaron un tiempo en darse cuenta de lo que pasaba, de cómo estaban transmitiendo sus conversaciones privadas, pero, cuando lo hicieron, como es natural, los rebeldes lo utilizaron para contarle a Eternia miles de mentiras, así que el truco se volvió en su contra. Por esa razón cerraron las bases y abandonaron los pájaros para que muriesen en los bosques.

Sin embargo, no murieron, sino que se aparearon con los sinsontes hembra y crearon una nueva especie que podía replicar tanto los silbidos de los pájaros como las melodías humanas. A pesar de perder la capacidad de articular palabras, podían seguir imitando una amplia gama de sonidos vocales humanos, desde el agudo gorjeo de un niño a los tonos graves de un hombre. Además, podían recrear canciones; no sólo unas notas, sino canciones enteras de múltiples versos, siempre que tuvieras la paciencia necesaria para cantárselas y siempre que a ellos les gustase tu voz.

Mi padre sentía un cariño especial por los sinsajos. Cuando íbamos de caza, silbaba o cantaba canciones complicadas y, después de una educada pausa, ellos siempre las repetían. No trataban con el mismo respeto a todo el mundo, pero siempre que mi padre cantaba, todos los pájaros de la zona callaban y escuchaban. Lo hacían porque su voz era muy bonita, alta, clara y tan llena de vida que te daban ganas de reír y llorar a la vez. No fui capaz de seguir con la costumbre después de su muerte. En cualquier caso, este pajarito tiene algo que me consuela; es como llevar una parte de mi padre conmigo, protegiéndome. Me lo prendo a la camisa y, con su peso sobre el pecho, casi puedo sentir un poco de esperanza.

Castaspella White viene a recogerme para la cena, me mira con silenciosa aprobación, y la sigo por un estrecho y agitado pasillo hasta llegar a un comedor con paredes de madera pulida después de que se me esponje el pelaje del disgusto. Hay una mesa en la que todos los platos son muy frágiles, y Adora Grey está sentada esperándonos, con una silla vacía a su lado. Se ha quitado su vieja ropa desvaída, está claro que ni siquiera los comerciantes la pasan del todo bien, y lo ha cambiado por un pantalón gris pizarra de aspecto cómodo, unas botas blancas que parecen aptas para caminar por el bosque más que por el elegante alfombrado del tren, que me acaricia las plantas de los pies descalzos, y una blusa roja con detalles blancos. Ya se ve mucho mejor que la mitad de los tributos que he visto los últimos diez años del Reino Doce dirigiéndose a la muerte.

—¿Dónde está Shadow Weaver? —pregunta Castaspella, en tono alegre. Es obvio que sus pensamientos resuenan con los míos.

—La última vez que la vi me dijo que iba a echarse una siesta —responde Adora.

—Bueno, ha sido un día agotador —comenta ella, y creo que se siente aliviada por la ausencia de Shadow Weaver. ¿Quién puede culparla?

La cena sigue su curso: una espesa sopa de zanahorias, ensalada verde, chuletas de cordero y puré de patatas, queso y fruta, y una tarta de chocolate. Castaspella White se pasa toda la comida recordándonos que tenemos que dejar espacio, porque quedan más cosas, pero yo me atiborro, porque nunca había visto una comida así, tan buena y abundante, y porque probablemente lo mejor que puedo hacer hasta que empiecen los juegos es ganar unos cuantos kilos.

—Por lo menos tienen buenos modales —dice Castaspella, mientras terminamos el segundo plato —La pareja del año pasado se lo comía todo con las manos, como un par de salvajes. Consiguieron revolverme las tripas.

La pareja del año pasado eran dos chicos de la Veta que nunca en su vida habían tenido suficiente para comer. Seguro que, cuando tuvieron toda aquella comida delante, los buenos modales en la mesa fueron la menor de sus preocupaciones. Adora es hija de panadero; mi madre nos enseñó a Finn y a mí a comer con educación, así que, sí, sé manejar el cuchillo y el tenedor, pero me asquea tanto el comentario que me esfuerzo por comerme el resto de la comida con los dedos. Después me limpio las manos en el mantel, lo que hace que Castaspella apriete los labios con fuerza.

Una vez terminada la comida, tengo que esforzarme por no vomitarla y veo que Adora también está un poco verde. Nuestros estómagos no están acostumbrados a unos alimentos tan lujosos.

Sin embargo, si soy capaz de aguantar el mejunje de carne de ratón, entrañas de cerdo y corteza de árbol de Madam Razz (su especialidad de invierno), estoy dispuesta a aguantar esto.

Vamos a otro compartimento para ver el resumen de las cosechas de todo Etheria. Intentan ir celebrándolas a lo largo del día, de modo que alguien pueda verlas todas en directo, aunque sólo la gente de Eternia podría hacerlo, ya que ellos son los únicos que no tienen que ir a las cosechas.

Vemos las demás ceremonias una a una, los nombres, los que se ofrecen voluntarios y los que no, que abundan más. Examinamos las caras de los chicos contra los que competiremos y me quedo con algunas: un chico monstruoso que se apresura a presentarse voluntario en el Reino 2; una chica de brillante cabello rojo y cara astuta en el Reino 5; un chico cojo en el Reino 10; y, lo más inquietante, una chica de doce años en el Reino 11. Tiene piel y ojos oscuros, pero, aparte de eso, me recuerda a Finn tanto en tamaño como en comportamiento. Sin embargo, cuando sube al escenario y piden voluntarios, sólo se oye el viento que silba entre los decrépitos edificios que la rodean; nadie está dispuesto a ocupar su lugar.

Por último, aparece Dryl: el momento de la elección de Finn y yo corriendo a presentarme voluntaria. Se nota perfectamente la desesperación en mi voz cuando pongo a Finn detrás de mí, como si temiera que no me oyesen y se la llevaran. Sin embargo, está claro que me oyen. Veo a Glimmer quitándomela de encima y a mí misma subiendo al escenario, con las orejas pegadas a la cabeza, lo cual detesto. Los comentaristas no saben bien qué decir sobre la actitud del público, su negativa a aplaudir y el saludo silencioso. Uno dice que Dryl siempre ha estado un poco subdesarrollado, pero que las costumbres locales pueden resultar encantadoras. Como si estuviese ensayado, Shadow Weaver se cae y todos dejan escapar un gruñido cómico. Después sacan el nombre de Adam y lo veo caminar lívido al estrado, después Adora se ofrece, se abrazan y evito con todas mis fuerzas tanto voltear a ver a la Adora real como llorar. Ya perdí la cuenta de las veces que he estado a punto de llorar hoy. Veo nuestro apretón de manos y la ceremonia sigue.

—Su mentora tiene mucho que aprender sobre la presentación y el comportamiento en la televisión.

—Estaba borracha —responde Adora, riéndose de forma inesperada. Su risa cristalina, seguida de un repentino sonido como de ronquido, me sacan de mi estado mental de análisis —Se emborracha todos los años.

—Todos los días —añado, sin poder reprimir una sonrisita, contagiada de su aparente buen humor.

Castaspella hace que parezca como si Shadow Weaver tuviese malos modales que pudieran corregirse con unos cuantos consejos suyos.

—Sí, qué raro que les parezca tan divertido a las dos. Ya saben que su mentora es el contacto con el mundo exterior en estos juegos, la que les aconsejará, les conseguirá patrocinadores y organizará la entrega de cualquier regalo. ¡Shadow Weaver puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte!

En ese preciso momento, Shadow Weaver entra tambaleándose en el compartimento.

—¿Me he perdido la cena? —pregunta, arrastrando las palabras. Después vomita en la lujosa alfombra y se cae encima de la porquería.

—¡Sigan riendo! —exclama Castaspella White; acto seguido se levanta de un salto, rodea el charco de vómito subida a sus zapatos puntiagudos y sale de la habitación.


Nos meten al Palacio de gobierno, y nos separan en una habitación a cada una. Nunca había visto tanto lujo. No puedo estar sentada y me quedo de pie al lado de una bonita silla con respaldo y reposabrazos cubiertos de terciopelo, jugando con la sensación, ida y vuelta, con los dedos.

Mi familia al pleno entra. Adam se queda atrás de todos. Mi padre y Adrien se acercan hasta mí y me dan un abrazo y yo los estrecho también. Soy casi tan alta como los dos. Mi papá no dice nada y los ojos se le nublan con las lágrimas que retiene. No puedo hablar porque no debo decirles que he decidido vivir solo lo suficiente para facilitarle los Juegos a Catra, quien ni siquiera es mi amiga. Así que los aprieto más fuerte. Después de un momento, me sueltan.

—Pelea duro. Tú podrías ganar. Eres inteligente y fuerte. Consigue un arma grande y aplástalos —me dice Adrien. Su fe me saca de lugar porque nunca hemos estado especialmente unidos, pero al final somos hermanos. Pasamos por alto que está hablando de aplastar personas. No es como aplastar una rata que intenta comerse nuestro pan.

Me vuelvo a mi madre y ella solo tiene aburrimiento y una fea mueca para mostrar. Me duele su desinterés. Aunque he decidido morir, me gustaría que mi madre se mostrara más preocupada por mi futuro. Seguramente la familia de Catra la está sosteniendo fuerte en este momento.

Dejo a mi madre y encaro a Adam. Quiero decirle que está bien. Que solo habría tardado un segundo más en darme cuenta que si no podía ofrecerme voluntaria en lugar de Catra, si podía hacerlo por cualquier otro tributo, y de todos modos cimentarle el camino de la victoria, el camino de regreso a casa. Porque sin Catra, yo no tengo razón para volver de todas formas.

Lo tomo de las manos y lo miro a los ojos, igual de azules que los míos. A veces creo que podemos comunicarnos más allá de las palabras. Se supone que los gemelos tienen una conexión especial. Y trato con todas mis fuerzas de transmitirle que está bien. Que todo está bien. Creo que entiende un poco y solo veo disculpas y disculpas en sus ojos.

Un Guardia Blanco entra y nos dice que el tiempo se ha acabado. El primero en salir es Adam, después de una última mirada y un último apretón de manos. Después sale mi madre, no sin antes decirme que es posible que éste año Dryl al fin tenga una campeona. Cuando dice: "Esa chica sí que es una superviviente". Nunca se ha referido a mí. Habla de Catra. Como sea, está bien. Haré todo lo que pueda para que el deseo de mi madre se cumpla.

Sale Adrien después de un abrazo más, rápido. Y mi papá: me mira a los ojos, y creo que él entiende lo que pienso hacer. Porque él ha estado perdido por la mujer de un minero, y su historia me fascinó tanto, que yo estoy perdida por la hija de esa mujer.

—Lo siento —susurro.

—Eres valiente —me responde. Y después de un segundo, agrega —Cuidaré de la pequeña— y se va.

Es lo que Catra quisiera. Que cuiden de la pequeña hermana por la que está dispuesta a morir.

Lo siento —pienso —Porque nunca he sido valiente. Si lo fuera, le habría dado el pan en las manos. Le hubiera hablado alguna vez en la escuela. Le habría dicho lo que siento casi desde que puedo recordar. Ahora seré valiente para que Catra pueda regresar a casa.

Un momento después la puerta se abre y son unos amigos. Me saludan, me dan ánimos. Me recuerdan que soy fuerte y la campeona de lucha de la escuela. Las emociones son fáciles con ellos, y lloro.

Un guardia los manda salir y la puerta se abre otra vez. No esperaba a nadie más. Es Scorpia. Me sorprende. No somos amigas en realidad. Se ve bonita en su vestido floreado y se ve un poco agitada, pero una extraña energía parece salir de ella. Sus ojos brillan de las emociones que no entiendo del todo. Normalmente es tímida y callada. Se la pasa junto a Catra y creo que son amigas.

No somos amigas y no me cae mal. A veces ella misma va a la panadería y compra los mejores pasteles. Siempre alaba los glaseados y nos dice que cuando su mamá se siente bien, le encanta verlos. Y que es casi una pena tener que comerlos. No estoy segura de que sepa que soy yo quien los hace. En la escuela parece la guardaespaldas de Catra, que se ve pequeña a su lado. Incluso yo tengo que alzar la mirada para verla a sus cálidos ojos negros.

Catra, que siempre está sola, a excepción de Scorpia. Las dos calladas y solas en su mesa, en su rincón.

La gente no se acerca a Scorpia solo por su tamaño, sino porque será nuestra siguiente princesa, y la gente de la Veta suele resentir y rehuir a los comerciantes y a los funcionarios. En realidad es muy amable. Y la gente, incluso la misma de la Veta, se mantiene alejada de Catra porque todos saben que desde los trece o así, va al bosque y caza. Muchos ven sus garras y colmillos y creen que eso es lo que usa para matar sus presas. Gracias a que mi padre es alguno de sus clientes habituales, sé que las piezas no vienen desgarradas ni mordidas, si no abatidas por la limpia punta de una flecha. Siempre se asombra de que las ardillas están enteras, muertas de un limpio flechazo en el ojo. ¡Una ardilla! Así que nadie se mete con ninguna de ellas.

—¿La vas a cuidar, verdad? —suelta de pronto.

Sin poder creerlo, entiendo a lo que se refiere. Nunca le he dicho esto a nadie. Es cierto que hasta Catra me ha atrapado viéndola en el colegio. Creo que no fui muy sutil. Eso no es lo mío.

Ya he estado llorando, así que las lágrimas me asaltan de nuevo con facilidad. Le asiento.

—Haré todo lo que pueda —le prometo.

—Lo siento mucho, Adora —me responde mientras se frota las grandes tenazas —Yo me habría ofrecido… pero no podía hacerle eso a mi madre. Lo siento mucho.

Recuerdo los chismes de mamá, sobre la princesa Escarlata. Tenía una gemela, como yo, y fue elegida para los juegos. No regresó y desde entonces la gente dice que su hermana es "rara". Que está enferma y siempre está en cama. ¿Eso le pasará a Adam? Espero que no. La princesa Escarlata es una de las mamás de Scorpia. Y se que no quiere hacerle más daño a su madre.

—Yo cuidaré de Catra y tú vigila a Finn y a Adam ¿Lo harás? —su semblante se suaviza y las lágrimas amenazan con salir.

—Lo haré. Lo prometo.

No decimos nada más, me regala una última sonrisa triste, porque sabe que no volveremos a vernos, y sale de la habitación. Espero hasta que nos sacan de aquí y veo a Catra, indiferente, poderosa. Se que es una cazadora y que ya debe de estar pensando en sus pasos para regresar a casa. No veo por qué no sería de esa forma.

Veo las cámaras que nos despiden de la plaza, y se nota lo mucho que he llorado, pero no importa. Estoy tranquila. Estoy segura de lo que tengo que hacer. Tengo la oportunidad de salvar a la mujer que amo. Veré que valga la pena. Y quizás, si soy un poco más valiente las siguientes semanas, hasta pueda ser su amiga antes de que algún tributo me arrebate la vida. Nos llevan a los Juegos del Hambre, y jugaré, pero no bajo sus normas, no será para salvarme, será para salvarla a ella, y esa ya es una pequeña victoria, que Eternia jamás tendrá.

El interior del tren es asombroso. Todo maderas nobles, brillantes, metal cromado y con suave brillo, alfombras suaves. En casa la madera parece un hueso pelado y secado al sol, ya sin ningún brillo. Todo el metal está gastado y rayado, limpio y perdiendo la batalla contra la corrosión. Aquí en cambio todo reluce.

Castaspella nos dice que podemos hacer lo que queramos, que todo es nuestro, solamente tenemos que estar en una hora en el vagón comedor para la cena. Juego con la regadera y disfruto de una ducha tibia. En casa tenemos duchas, pero el carbón se reserva para los hornos, para el pan. Y solo un poco para el invierno. Abro los cajones y armarios y hay ropa de todo tipo, de todos los tamaños. Es claro que los cuartos están equipados para atender a cualquier tipo de tributo que Dryl pudiera ofrecer, lagartos, therians de cualquier tamaño.

Escojo unos pantalones de pana grises y una blusa roja con filos blancos. Y no puedo resistirme a unas botas blancas preciosas, robustas, con suela antiderrapante. Es un modelo muy cómodo, y son los mejores zapatos que he usado jamás. Creo que voy temprano, y me siento en la primer silla que encuentro frente a la pequeña mesa que ya tiene algunas comidas esperando por los comensales.

Castaspella regresa con mucho mejor aspecto y me sonríe complacida, supongo que porque estoy lista con tiempo de sobra. Se va por el pasillo y regresa unos momentos después con Catra, que se ha puesto un conjunto color vino tinto, y su cabello todavía se ve un poco húmedo, así que también debe de haberse duchado, aunque no ha desecho su trenza. Su pelaje se ve un poco esponjado y el mundo se me ilumina. Trae un nuevo accesorio. Un sinsajo dorado. Se lo he visto antes a Scorpia. Son amigas y se lo ha dado, es seguro. No puedo estar más de acuerdo y agradecida.

Mi papá me contó que el papá de Catra cantaba y las aves se callaban para escucharlo y que por eso la madre de Catra se había ido con él, con un minero. Esa mujer sabía que la vida sería mucho más dura con un minero que con un panadero, y aún así la escogió; a la repulsión del resto de los comerciantes, pues la gente insiste en estar separada aunque todos seamos personas, y al ostracismo entre la gente de la Veta.

Aún así, se llevo su talento y su conocimiento de boticaria a la Veta, y ahora los comerciantes que la necesitan deben de ir a buscarla hasta el fondo mismo de ese pobre rincón lleno de hollín. Una familia llena de proezas.

Recuerdo la canción de la montaña. La canción que Catra cantó cuando entramos al colegio, hace tantos años, y recuerdo que los pájaros, hasta los sinsajos se callaron para escucharla. Y el canto de la sirena me atrapó a mí también. Un sinsajo es perfecto para ella. No solo por que los dos canten hermoso, sino porque son luchadores que no se rinden. Los Sinsajos no debían de existir, y aquí siguen setenta años después de los Días Oscuros. Y es seguro que seguirán aquí después de mí. Igual que Catra. Es perfecto.

Comemos y la comida es increíble. Hay tantos colores y texturas. Yo no sé cocinar muy bien, lo mío es hornear, y los glaseados, pero me encuentro deseando tener tiempo de probar todos estos nuevos materiales para crear nuevas combinaciones. Me imagino lo que podría crear con todas estas verduras y salsas que jamás había visto y las composiciones que podría hacer.

Todo va muy bien, incluso después del quinto guisado, hasta que Casta menciona a los tributos del año pasado. Por la forma en la que Catra pone las orejas, sé que se ha molestado y lo demuestra comiéndose todo con las manos, con la sonrisa más amable y cínica que le he visto a alguien jamás en la cara, provocando que a Casta casi se le caiga otra vez la peluca. Es gracioso verlas pelear en silencio.

Pasamos a otra habitación para ver el resto de las ceremonias. Una reseña completa. Los tributos de los reinos más ricos son brutales. En especial un chico del reino dos que ya me parece medio loco. Debería estar prestando atención, para saber quién será la mayor amenaza y empezar a navegar con eso. Y sólo tengo ojos para Catra. Ella sí presta atención, pendiente de los otros tributos. Sólo desvía la atención cuando tenemos que ver la repetición de nuestro propio reino. Veo como le entrega su hermana a Glimmer (una chica ni siquiera más alta que Catra) pero seguro es fuerte si también va a cazar al bosque.

Cuando terminamos, puedo ver como Catra se relaja contra la silla y yo casi tengo que aflojar el cinturón. Siento que voy a vomitar. Y más cuando de pronto aparece Shadow Weaver y ella misma vomita sobre la magnífica alfombra. Casta se va, dándonos una dura mirada, seguramente retandonos a que nos sigamos riendo de la borracha que tenemos por mentora. Catra y yo nos miramos.


N.T.

Otro cap se acabó muy pronto :(

Osito: thanks for reading and your encouragement uwu