Hey!

Les dejo el siguiente cap de esta adaptación, con un poco más de cambio de vista entre Catra y Adora.


CAPITULO IV

"EL TREN"


Durante unos instantes, Adora y yo asimilamos la escena de nuestra mentora intentando levantarse del charco de porquería resbaladiza que ha soltado su estómago. El hedor a vómito y alcohol puro hace que se me revuelvan las tripas. Nos miramos; está claro que Shadow Weaver no es gran cosa, pero Castaspella White tiene razón en algo: una vez en el estadio, sólo la tendremos a ella. Como si llegáramos a algún tipo de acuerdo silencioso, Adora y yo la tomamos por los brazos y la ayudamos a levantarse.

—¿He tropezado? —pregunta Shadow Weaver —Huele mal.

Se limpia la nariz con la mano y se mancha la cara de vómito.

—Vamos a llevarte a tu cuarto para limpiarte un poco —dice Adora.

La llevamos de vuelta a su compartimento medio a empujones, medio a rastras. Como no podemos dejarla sobre la colcha bordada, la metemos en la bañera y encendemos la ducha; ella apenas se entera.

—No pasa nada —me dice Adora —Ya me encargo yo.

No puedo evitar sentirme un poco agradecida, ya que lo que menos me apetece en el mundo es desnudar a Shadow Weaver, limpiarle la porquería del pecho y meterla en la cama. Seguramente, mi compañera intenta causarle buena impresión, ser su favorita cuando empiecen los juegos. Sin embargo, a juzgar por el estado en el que está, Shadow Weaver no se acordará de nada mañana.

—Vale, puedo enviar a una de las personas de Eternia a ayudarte —le digo, porque hay varias en el tren. Cocinan para nosotros, nos sirven y nos vigilan; cuidarnos es su trabajo. Para que vayamos mancitos y gorditos al matadero.

—No, no las quiero.

Asiento y vuelvo a mi cuarto. Entiendo cómo se siente Adora, yo tampoco puedo soportar a la gente de Eternia, pero hacer que se encarguen de Shadow Weaver podría ser una pequeña venganza, así que medito sobre la razón que la lleva a insistir en ocuparse de ella así, de repente. Es porque está siendo amable. Igual que cuando me regaló el pan, pienso.

La idea hace que me pare en seco: una Adora Grey amable es mucho más peligrosa que una desagradable. La gente amable consigue abrirse paso hasta mí y quedárseme dentro, y no puedo dejar que Adora lo haga, no en el sitio al que vamos. Decido que, desde este momento, debo tener el menor contacto posible con la hija del panadero.

Cuando llego a mi habitación, el tren se detiene en un andén para repostar. Abro rápidamente la ventana, tiro las galletas que me regaló el padre de Adora y cierro el cristal de golpe. Se acabó, no quiero nada más de ninguno de los dos.

Por desgracia, el paquete de galletas cae al suelo y se abre sobre un grupo de dientes de león que hay junto a las vías. Sólo lo veo un instante, porque el tren sale de nuevo, pero me basta con eso; es suficiente para recordarme aquel otro diente de león que vi en el patio del colegio hace algunos años...

Justo cuando aparté la mirada del rostro amoratado de Adora Grey me encontré con el diente de león y supe que no todo estaba perdido. Lo arranqué con cuidado y me apresuré a volver a casa, cogí un cubo y a mi hermana de la mano, y me dirigí a la Pradera; y sí, estaba llena de aquellas semillas de cabeza dorada. Después de recogerlas, rebuscamos por el borde interior de la valla a lo largo de un kilómetro y medio, más o menos, hasta que llenamos el cubo de hojas, tallos y flores de diente de león. Aquella noche nos atiborramos de ensalada y el resto del pan de la panadería.

—¿Qué más? —me preguntó Finn —¿Qué más comida podemos encontrar?

—De todo tipo —le prometí —Sólo tengo que acordarme.

Mi madre tenía un libro que se había llevado de la botica de sus padres; las hojas estaban hechas de pergamino viejo y tenían dibujos a tinta de plantas, junto a los cuales habían escrito en pulcras letras mayúsculas sus nombres, dónde recogerlas, cuándo florecían y sus usos médicos. Sin embargo, mi padre añadió otras entradas al libro, plantas comestibles, no curativas: dientes de león, ombús, cebollas silvestres y pinos. Finn y yo nos pasamos el resto de la noche estudiando detenidamente aquellas páginas.

Al día siguiente no teníamos clases. Durante un rato me quedé en el borde de la Pradera, pero, finalmente, conseguí reunir el valor necesario para meterme por debajo de la alambrada. Era la primera vez que estaba allí sola, sin las armas de mi padre para protegerme, aunque recuperé el pequeño arco y las flechas que había escondido en un árbol hueco. No me adentré ni veinte metros en los bosques y la mayor parte del tiempo la pasé subida a las ramas de un viejo roble, con la esperanza de que se acercara una presa. Después de varias horas, tuve la buena suerte de matar un conejo. Lo había hecho antes, con la ayuda de mi padre; pero era la primera vez que lo hacía sola. Tiempo después aprendí a rastrear y guiarme de mis otros sentidos. Mi padre no tenía forma de enseñarme a usarlos. No tenía estas herramientas.

Llevábamos varios meses sin comer carne, así que la imagen del conejo pareció despertar algo dentro de mi madre. Se levantó, despellejó el animal, e hizo un estofado con la carne y parte de las verduras que Finn había recogido. Después se quedó como desconcertada y regresó a la cama, pero, una vez listo el estofado, la obligamos a comerse un cuenco.

Los bosques se convirtieron en nuestra salvación, y cada día me adentraba más en sus brazos. A pesar de que al principio fue algo lento, estaba decidida a alimentarnos; robaba huevos de los nidos, pescaba peces con una red, a veces lograba disparar a una ardilla o un conejo para el estofado y recogía las distintas plantas que surgían bajo mis pies. Las plantas son peligrosas; aunque hay muchas comestibles, si das un paso en falso estás muerta. Las comparaba varias veces con los dibujos de mi padre antes de comerlas, y eso nos mantuvo vivas.

Ante cualquier indicio de peligro, ya fuese un aullido lejano o una rama rota de forma inexplicable, salía corriendo hacia la alambrada. Después empecé a arriesgarme a subir a los árboles para escapar de los perros salvajes, que no tardaban en aburrirse y seguían su camino. Los osos y los gatos vivían más adentro; quizá no les gustaban la peste y el hollín de nuestro reino. A veces, muy pocas, me arriesgaba a cazar usando mis garras, pero si es difícil lavar la sangre de la ropa, lo es aún más del pelaje, y no quiero darle ninguna excusa a nadie para acusarme con los Guardias Blancos. Aunque muchos saben que cazo, pocos saben cómo y es un dato que nos mantiene a salvo.

El 28 de octubre fui al Palacio, firmé para pedir mi tesela y me llevé a casa el primer lote de cereales y aceite en el carro de juguete de Finn. Los días 8 de cada mes tenía derecho a hacer lo mismo, pero, claro, no podía dejar de cazar y recolectar. El cereal no bastaba para vivir y había otras cosas que comprar: jabón, leche e hilo. Lo que no fuese absolutamente necesario consumir, lo llevaba al Quemador. Me daba miedo entrar allí sin mi padre al lado; sin embargo, la gente lo respetaba y me aceptaba por él. Al fin y al cabo, una presa era una presa, la derribase quien la derribase. También vendía en las puertas de atrás de los clientes más ricos de la ciudad, intentando recordar lo que mi padre me había dicho y aprendiendo unos cuantos trucos nuevos. La carnicera me compraba los conejos, pero no las ardillas; al panadero le gustaban las ardillas, pero sólo las aceptaba si no estaba por allí su mujer; al jefe de los Guardias Blancos le encantaba el pavo silvestre y la princesa sentía pasión por las fresas.

A finales del verano, estaba lavándome en un estanque cuando me fijé en las plantas que me rodeaban: altas con hojas como flechas, y flores con tres pétalos blancos. Me arrodillé en el agua, metí los dedos en el suave lodo y saqué un puñado de raíces. Eran tubérculos pequeños y azulados que no parecían gran cosa, pero que, al hervirlos o asarlos, resultaban tan buenos como las patatas.

—La saeta de agua —dije en voz alta.

Me pasé varias horas agitando el lecho del estanque con los dedos de los pies y un palo, recogiendo los tubérculos que flotaban hasta la superficie. Aquella noche nos dimos un banquete de pescado y raíces de saeta hasta que, por primera vez en meses, las tres nos llenamos.

Poco a poco, mi madre volvió con nosotras. Empezó a limpiar, cocinar y poner en conserva para el invierno algunos de los alimentos que yo llevaba. La gente pagaba en especie o con dinero por sus remedios medicinales y, un día, la oí cantar. Su cola ya no estaba más caída todo el tiempo, ahora podía agitarla un poco o recogerla con afectación, e incluso envolver a Finn con ella como hacía cuando era un bebé. Creo recordar que lo hacía también cuando era muy pequeña conmigo.

Finn estaba encantada de tenerla de vuelta, mientras que yo seguía observándola, esperando que desapareciese otra vez; no confiaba en ella. Además, un lugar pequeño y retorcido de mi interior la odiaba por su debilidad, por su negligencia, por los meses que nos había hecho pasar. Mi hermana la perdonó y yo me alejé de ella, había levantado un muro para protegerme de necesitarla y nada volvería a ser lo mismo entre nosotras.

Y ahora voy a morir sin haberlo arreglado. Pienso en cómo le he gritado hoy en el Palacio, aunque también le dije que la quería. A lo mejor ambas cosas se compensan.

Me quedo mirando por la ventana del tren un rato, deseando poder abrirla de nuevo, pero sin saber qué pasaría si lo hiciera a tanta velocidad. A lo lejos veo las luces de otro reino. ¿El 7? ¿El 10? No lo sé. Pienso en los habitantes dentro de sus casas, preparándose para acostarse. Me imagino mi casa, con las persianas bien cerradas. ¿Qué estarán haciendo mi madre y Finn? ¿Habrán sido capaces de cenar el guiso de pescado y las fresas? ¿Scorpia estará comiendo sus fresas también? ¿O estará todo intacto en los platos? ¿Habrán visto el resumen de los acontecimientos del día en el viejo televisor que tenemos en la mesa pegada a la pared? Seguro que han llorado más. ¿Estará resistiendo mi madre, estará siendo fuerte por Finn? ¿O habrá empezado a marcharse, a descargar el peso del mundo sobre los frágiles hombros de mi hermana?

Sin duda, esta noche dormirán juntas. Me consuela que el viejo zarrapastroso de Melog se haya colocado en la cama para proteger a Finn. Si llora, él se abrirá paso hasta sus brazos y se acurrucará allí hasta que se calme y se quede dormida. Cómo me alegro de no haberlo ahogado.

Pensar en mi casa me mata de soledad. Ha sido un día interminable. ¿Cómo es posible que Glimmer y yo estuviéramos recogiendo moras esta misma mañana? Es como si hubiese pasado en otra vida, como un largo sueño que se va deteriorando hasta convertirse en pesadilla. Si consigo dormirme, quizá me despierte en Dryl, el lugar al que pertenezco.

Seguro que hay muchos camisones en la cómoda, pero me quito la camisa y los pantalones, y me acuesto en ropa interior. Las sábanas son de una tela suave y sedosa, con un edredón grueso y esponjoso que me calienta de inmediato.

Si voy a llorar, será mejor que lo haga ahora; por la mañana podré arreglar el estropicio que me hagan las lágrimas en la cara. Sin embargo, no lo consigo, estoy demasiado cansada o entumecida para llorar, sólo quiero estar en otra parte; así que dejo que el tren me meza hasta sumergirme en el olvido.


No quiero desnudar a esta mujer que tiene la edad de mi madre y la cara y el pecho llenos de vómito. Pero no es como que pueda dejarla dormir así… me pasa por la cabeza dejarla en la tina. Suspiro y termino quitándole toda la ropa, la dejo en una esquina del baño y me quito la camisa roja, para no empaparme también.

Soy fuerte, pero los pesos muertos no son lo mío. Shadow se la pasa inconsciente todo el rato, apenas reaccionando al agua helada que le cae al principio, y al agua caliente que cae antes de que logre nivelar la temperatura. No la baño en realidad, solamente la enjuago y le limpio el cabello negro. No puedo evitar notar que las cicatrices que le llenan el rostro también le cubren el pecho y los brazos.

Así, dormida, perdida y desnuda, no me parece ni la campeona ni la vieja borracha sobre la cuál a las amigas de mamá les encanta hablar a sus espaldas. Tiene una expresión casi triste aún dormida. Al final no está tan mal la situación. Me alegro de las botas antiderrapantes. Cierro el agua y la seco lo mejor que puedo.

La cargo y así desnuda la meto a su cama.

Cuando estoy terminando de arroparla, se despierta un poco, parpadea y me mira.

—Grey, ¿Eh? —apenas puede hablar.

—Sí. Adora, en realidad —la corrijo.

—Esto no te ganará puntos —se da la vuelta y ya está roncando.

Yo no quería "puntos", si no que Catra no estuviera incómoda. Noté su nerviosismo justo cuando se dio cuenta que teníamos que quitarle la ropa. Me encojo de hombros, tomo mi camisa y salgo de la habitación.

Ya han limpiado el desastre del comedor. Voy a mi propia habitación, me cambio por una playera de tirantes y unos pantalones cortos que parecen de algodón. Me meto en la cama demasiado suave y ante mí pasan imágenes de Adam, avergonzado por no querer morir en vez de mí. De Scorpia, la fuerte, amable y torpe Scorpia, que descubrió que yo cuidaría de Catra. Mi padre, que tal vez entienda un poco lo que haré. Adrien, deseándome suerte. En algún punto me quedo dormida, sueño con Catra, la pequeña gatita empapada bajo la lluvia. Sueño que bajé la pequeña escalinata de nuestro porche trasero y le dí los dos panes en las manos, los recibía y me sonreía.


Está entrando luz gris a través de las cortinas cuando me despiertan unos golpecitos. Oigo la voz de Castaspella White llamándome para que me levante.

—¡Arriba, arriba, arriba! ¡Va a ser un día muy, muy, muy importante!

Durante un instante intento imaginarme cómo será el interior de la cabeza de esta mujer. ¿Qué pensamientos llenan las horas en que está despierta? ¿Qué sueños tiene por las noches? No tengo ni idea.

Me vuelvo a poner el traje rojo porque no está muy sucio, sólo algo arrugado por haberse pasado la noche en el suelo. Recorro con los dedos el círculo que rodea al pequeño sinsajo de oro y pienso en los bosques, en mi padre, y en mi madre y Finn levantándose, teniendo que enfrentarse al día. He dormido sin deshacer las intrincadas trenzas con las que me peinó mi madre para la cosecha; como todavía tienen buen aspecto, me dejo el pelo como está. Da igual: no podemos estar lejos de Eternia y, cuando lleguemos a la ciudad, mi estilista decidirá el aspecto que voy a tener en las ceremonias de inauguración de esta noche. Sólo espero que no crea que la desnudez es el último grito en moda.

Cuando entro en el vagón comedor, Castaspella White se acerca a mí con una taza de café solo, puedo olerlo; está murmurando obscenidades entre dientes. Shadow Weaver se está riendo disimuladamente, con la cara hinchada y roja de los abusos del día anterior, sus cicatrices se ven más grotescas si cabe. Adora tiene un panecillo en la mano y parece algo avergonzada.

—¡Siéntate! ¡Siéntate! —exclama Shadow Weaver, haciendo señas con la mano.

En cuanto lo hago, me sirven una enorme bandeja de comida: huevos, jamón y montañas de patatas fritas. Hay un frutero metido en hielo, para que la fruta se mantenga fresca, y tengo delante una cesta de panecillos que habrían servido para alimentar a toda mi familia durante una semana. También hay un elegante vaso con zumo de naranja; bueno, creo que es zumo de naranja. Sólo he probado las naranjas una vez, en Año Nuevo, porque mi padre compró una como regalo especial. Una taza de café; mi madre adora el café, aunque casi nunca podemos permitírnoslo, pero a mí me parece aguado y amargo. Al lado hay una taza con algo de color marrón intenso que nunca había visto antes.

—Lo llaman chocolate caliente —me dice Adora —Está bueno.

Pruebo un trago del líquido caliente, dulce y cremoso, y me recorre un escalofrío. Aunque el resto de la comida me llama, no le hago caso hasta que termino la taza. Después me atiborro de todo lo que puedo, procurando no pasarme con los alimentos más grasos. Mi madre me dijo una vez que siempre comía como si no fuera a volver a ver la comida, y yo le respondí: «No la volveré a ver si no la traigo yo». Eso le cerró la boca.

Cuando siento que el estómago me va a estallar, me echo hacia atrás y observo a mis compañeros de desayuno. Adora sigue comiendo, troceando los panecillos para mojarlos en el chocolate caliente. Shadow Weaver no le ha prestado mucha atención a su bandeja, pero está tragándose un vaso de zumo rojo que no deja de mezclar con un líquido transparente que saca de una botella. A juzgar por el olor, es algún tipo de alcohol. No conozco a Shadow Weaver, aunque la he visto a menudo en el Quemador, tirando puñados de dinero sobre el mostrador de la mujer que vende licor blanco. Estará diciendo incoherencias cuando lleguemos a Eternia.

Me doy cuenta de que detesto a esta mujer; no es de extrañar que los tributos de Dryl no tengan ni una oportunidad. No es sólo que estemos mal alimentados y nos falte entrenamiento, porque algunos de nuestros participantes eran lo bastante fuertes como para intentarlo, pero rara vez conseguimos patrocinadores, y ella tiene gran parte de la culpa. La gente rica que apoya a los tributos (ya sea porque apuesten por ellos o simplemente por tener derecho a presumir de haber escogido al ganador) espera tratar con alguien más elegante que Shadow Weaver.

—Entonces, ¿se supone que nos vas a aconsejar? —le pregunto.

—¿Quieres un consejo? Sigue viva —responde Shadow Weaver, y se echa a reír, macabra.

Miro a Adora antes de recordar que no quiero tener nada que ver con ella, y me sorprende encontrarme con una expresión muy dura, cuando normalmente parece tan afable.

—Muy gracioso —dice. De repente, le pega un bofetón al vaso que Shadow Weaver tiene en la mano, y el cristal se hace añicos en el suelo y desparrama el líquido rojo sangre hacia el fondo del vagón —Pero no para nosotras.

Shadow Weaver lo piensa un momento y le da un puñetazo a Adora en la mandíbula, tirándola de la silla. Cuando se vuelve para coger el alcohol, clavo mi cuchillo en la mesa, entre su mano y la botella; casi le corto los dedos. Me preparo para rechazar un golpe que no llega; la mujer se echa hacia atrás y nos mira de reojo.

—Bueno, ¿qué tenemos aquí? ¿De verdad me han tocado un par de luchadoras este año?

Adora se levanta del suelo y coge un puñado de hielo de debajo del frutero llevárselo a la marca roja de la mandíbula.

—No —la detiene Shadow Weaver —Deja que salga el moretón. La audiencia pensará que te has peleado con otro tributo antes incluso de llegar al estadio.

—Va contra las reglas.

—Sólo si te pillan. Ese moretón dirá que has luchado y no te han cogido; mucho mejor —después se vuelve hacia mí —¿Puedes hacer algo con ese cuchillo, aparte de clavarlo en la mesa?

Mis armas son el arco y la flecha, aunque también he pasado bastante tiempo lanzando cuchillos. A veces, si hiero a un animal con el arco, es mejor clavarle también un cuchillo antes de acercarse. Me doy cuenta de que, si quiero ganarme la atención de Shadow Weaver, éste es el momento adecuado para impresionarla. Arranco el cuchillo de la mesa, lo cojo por la hoja y lo lanzo a la pared de enfrente; la verdad es que esperaba clavarlo con fuerza, pero se queda metido en el hueco entre dos paneles de madera, lo que me hace parecer mucho mejor de lo que soy.

—Vengan aquí las dos —nos pide Shadow Weaver, señalando con la cabeza al centro de la habitación. Obedecemos, y ella da vueltas a nuestro alrededor, tocándonos como si fuésemos animales, comprobando nuestros músculos y examinándonos las caras.

—Bueno, no está todo perdido. Parecen en forma y, cuando las tomen los estilistas, serán bastante atractivas —Adora y yo no lo ponemos en duda, porque, aunque los Juegos del Hambre no son un concurso de belleza, los tributos con mejor aspecto siempre parecen conseguir más patrocinadores —Vale, haré un trato con ustedes: si no interfieren con mi bebida, prometo estar lo suficientemente sobria para ayudarlas, siempre que hagan todo lo que les diga.

No es un gran trato, pero sí un paso gigantesco con respecto a lo ocurrido hace diez minutos, cuando no teníamos guía alguna.

—Vale —responde Adora.

—Pues ayúdanos. Cuando lleguemos al estadio, ¿cuál es la mejor estrategia en la Cornucopia para alguien...?

—Cada cosa a su tiempo. Dentro de unos minutos llegaremos a la estación y estarán en manos de los estilistas. No les va a gustar lo que les hagan, pero, sea lo que sea, no se resistan.

—Pero... —empiezo a protestar.

—No hay peros que valgan, no se resistan —dice Shadow Weaver.

Después coge la botella de la mesa y sale del vagón. Cuando se cierra la puerta, el vagón se queda a oscuras; aunque todavía hay algunas luces dentro, es como si se hiciese de noche en el exterior. Me doy cuenta de que debemos de estar en el túnel que atraviesa las montañas y lleva hasta Eternia. Las montañas forman una barrera natural entre la ciudad y los reinos orientales. Es casi imposible entrar por aquí, salvo a través de los túneles. Esta ventaja geográfica fue un factor decisivo para la derrota de los reinos en la guerra que me ha convertido en tributo. Como los rebeldes tenían que escalar las montañas, eran blancos fáciles para las fuerzas aéreas de Eternia.

Adora Grey y yo guardamos silencio mientras el tren sigue su camino. El túnel dura y dura, nos separa del cielo, y se me encoge el corazón. Odio estar encerrada en piedra, me recuerda a las minas y a mi padre, atrapado, incapaz de llegar hasta la luz del sol, enterrado para siempre en la oscuridad.

El tren por fin empieza a frenar y una luz brillante inunda el compartimento. No podemos evitarlo, las dos salimos corriendo hacia la ventanilla para ver algo que sólo hemos visto en televisión: Eternia, la ciudad que dirige Etheria. Las cámaras no mienten sobre su grandeza; si acaso, no logran capturar el esplendor de los edificios relucientes que proyectan un arco iris de colores en el aire, de los brillantes coches que corren por las amplias calles pavimentadas, de la gente vestida y peinada de forma extraña, con la cara pintada y aspecto de no haberse perdido nunca una comida. Todos los colores parecen artificiales: los rosas son demasiado intensos; los verdes, demasiado brillantes, y los amarillos dañan los ojos, como los caramelos con forma de discos planos que nunca podemos permitirnos en la tienda de dulces de Dryl.

La gente empieza a señalarnos con entusiasmo al reconocer el tren de tributos que entra en la ciudad. Me aparto de la ventanilla, asqueada por su emoción, sabiendo que están deseando vernos morir. Sin embargo, Adora se mantiene en su sitio, e incluso empieza a saludar y sonreír a la multitud, que la mira con la boca abierta. Sólo deja de hacerlo cuando el tren se mete en la estación y nos tapa la vista.

Se da cuenta de que la miro y se encoge de hombros.

—¿Quién sabe? Puede que uno de ellos sea rico.

La había juzgado mal. Empiezo a pensar en sus acciones desde que comenzó la cosecha: el amistoso apretón de manos, su padre regalándome galletas y prometiendo cuidar de Finn... ¿Sería idea de Adora? Sus lágrimas en la estación, presentarse voluntaria para lavar a Shadow Weaver y después retarla esta mañana al descubrir que, por lo visto, hacerse la buena no servía de nada.

Y aquí está ahora, saludando por la ventanilla, intentando ganarse al público.

Las piezas todavía no han encajado del todo, pero siento que se forma un plan, que no ha aceptado su muerte. Ya está luchando por seguir viva, lo que significa, además, que la buena de Adora Grey, la chica que me dio el pan, está luchando por matarme.


Me despierto temprano, muy temprano otra vez. Ser hija de panadero deja sus huellas. Recuerdo la sensación de los sueños entre sinsajos, canciones, y orejas que me acarician la barbilla mientras abrazo un cuerpo cubierto de terciopelo.

Tuve que haber adivinado que mis sueños con Catra se incrementarían al tenerla tan cerca. Recuerdo sus ojos, sus facciones decididas, pero ansiosas. Ella ya estaba pensando en cómo regresar a casa y si la voy a ayudar todo lo que pueda, debo empezar a pensar como un tributo que va a ganar. Porque mi fuerza será suya.

No puedo salir a correr, así que hago algunos ejercicios en mi habitación y me ducho. Me pongo el mismo pantalón gris, las botas y ahora una camisa azul marino.

Cuando Casta viene por mí, ya estoy lista y otra vez me sonríe complacida. Es muy fácil ganarse a esta mujer.

—Te ves muy bien, Adora —me halaga.

—Tú también, Casta —le digo pese a que no entiendo su sentido de la moda, y las combinaciones estridentes de sus colores, su sonrisa se agranda.

—Gracias. Ahora debo ir a despertar a tu… compañera —la sonrisa se le borra un poco.

Ya veo que recuerda los modales de Catra a la mesa. Me deja en el comedor y me siento en el mismo lugar de ayer. Se va por el pasillo y llega Shadow. Se deja caer en una silla a mi lado, saca una botella de metal de entre los pliegues de su vestido rojo con mangas negras y vierte el liquido transparente a un vaso de jugo rojo. No creo que sea agua, y no huele a agua.

Yo empiezo a tomar un poco de chocolate caliente. Está delicioso. Es con leche. En la casa la leche es para el pan. Todo es para el pan, así que cuando podemos tomar chocolate, es con agua, y a veces con una parte de leche.

Shadow tiene la cara roja e hinchada, por la resaca, supongo. No conozco a nadie más que abuse del alcohol, porque el alcohol cuesta dinero. Sus cicatrices se ven peor que nunca, peor que en televisión y sin duda peores que ayer en la ducha.

Se burla de Casta y empieza a decir obscenidades acerca de Eternia que jamás he escuchado.

Pero los panecillos son tan buenos como los que hace mi papá y acompañados por el chocolate con leche, están deliciosos. Así que solo la escucho mientras voy por mi segundo panecillo y llega Catra, con el mismo traje y peinado de ayer, parece menos tensa también. Mis sueños no le hacen ninguna justicia.

Ya que estamos todas, nos empiezan a atender silenciosos sirvientes de Eternia. Todas tenemos como cinco bebidas servidas, listas para tomar, y veo a Catra debatirse por cuál escoger. Le hace una mueca al café y se queda mirando inciertamente la taza de chocolate. ¿No lo conoce?

—Lo llaman chocolate caliente —le digo. —Está bueno —veo cómo se atreve a probarlo y disfruto de comprobar que no lo deja hasta terminarlo y con mayor gusto sigo sopeando pedacitos de pan en mi chocolate.

Después de varios platos, Catra se acomoda con una pequeña sonrisa satisfecha, y después nos ve y se le pinta el desprecio en la faz cuando se fija en Shadow Weaver, en especial por el vaso que rellena desde que empezamos a desayunar. Entonces recuerdo que no estamos aquí por la comida y la ropa bonita. Antes de que yo pueda decir algo, Catra habla.

—Entonces, ¿se supone que nos vas a aconsejar?

—¿Quieres un consejo? Sigue viva —se rie la mujer mayor. No me agrada nada su actitud y me molesto. Se supone que nos tiene que ayudar, y sino no nos ayuda, las posibilidades de Catra disminuyen.

—Muy gracioso —de un manotazo mando a volar su vaso que se rompe contra el piso —Pero no para nosotras.

Me sorprende con un puñetazo en la cara que me manda al suelo. Para su estado, pega duro. Catra me sorprende clavando un cuchillo que detiene la mano de Shadow Waever y se inclina hacia atrás, con las orejas y la cola bien erguidas.

—Bueno ¿Qué tenemos aquí? ¿De verdad me han tocado un par de luchadoras este año? —Shadow nos analiza.

Yo me levantó y quiero ponerme hielo en la cara antes de que salga toda la hinchazón. Se supone que los estilistas nos harán atractivas para el público y esta mujer va y me arruina la cara antes de llegar. Pero me detiene con sus dedos fríos y secos.

—No —me dice —Deja que salga el moretón. La audiencia pensará que te has peleado con otro tributo incluso antes de llegar al estadio.

—Va contra las reglas —le recrimino.

—Solo si te pillan. Ese moretón dirá que has luchado y no te han cogido; mucho mejor —se vuelve a Catra —¿Puedes hacer algo con ese cuchillo, aparte de clavarlo en la mesa?

Catra le responde lanzando el cuchillo a la pared y se queda clavado en medio de dos paneles. Es impresionante. Es obvio que tiene puntería no solo con el arco.

Shadow parece mirarnos con nuevos ojos. Nos inspecciona y hace ruiditos de pregunta y confirmación para sí misma. Toca mis hombros y golpea mis muslos, inspecciona las garras de Catra. Nos toma a cada una de la barbilla y nos examina el rostro en diversos ángulos.

Nos alaba un poco, con su cinismo, y nos promete que estará sobria para ayudarnos si obedecemos. Catra parece aplacada con sus palabras por lo que no pongo peros. Mi compañera tributo se pone a lanzar más preguntas de inmediato. Shadow Weaver la detiene en seco, aunque me doy cuenta que son preguntas importantes. Sin duda, Catra es una estratega que ya está pensando en los pasos que va a dar bajando de la plataforma. Pero nuestra mentora señala que eso todavía está muy lejos de pasar.

La primer indicación es que no digamos que no a nada de lo que digan nuestros estilistas. Catra quiere más pelea, Shadow Weaver solo toma su alcohol y se va. Todo se pone más oscuro. Puedo notar como se le encogen las orejas a Catra, porque todavía están encendidas las luces del vagón. No sabía que le temiera a la oscuridad. Quisiera confortarla de algún modo aunque no se hacerlo. No somos amigas, apenas hemos hablado más en el último día que en toda nuestra vida previa y no quiero incomodarla, porque sé que es orgullosa. No creo que quiera la piedad de una extraña. En algún momento tengo que ser más valiente, sin embargo.

Así que nos quedamos las dos en silencio mientras pasamos por los túneles que deben de rodear Eternia. Las pantallas no pueden capturar la grandeza de la ciudad. Sus colores solamente me llenan la mente de posibilidades. Su gente viste extraña, al lado de algunos diría que Casta es recatada. Hacia donde mires hay riqueza y pronto la multitud empieza a señalar el tren. Catra se aleja de la ventana después de terminar de ver la ciudad, justo cuando nos señalan, y yo prefiero hacer un movimiento. Saludo a la gente porque hacerme su amiga me podría traer ventaja en el campo de batalla y tengo que ganar lo más que pueda para ayudar a Catra.

No me había fijado que ella me estaba mirando. Así que solo me encojo de hombros y le doy la respuesta más sencilla.

—¿Quién sabe? Puede que uno de ellos sea rico.

Me estudia un segundo y su expresión se endurece.

Creo que no fue la mejor respuesta.


N.A.

Bueno, nos vemos para la siguiente! :v

Carpe Diem