Hola!

Les dejo estos capítulos por aquí, si alguien sigue leyendo en ffn jaja

Edit 24/02/25: cambiar a Cato, el profesional del Reino 2, por Huntara.


CAPITULO VIII

ESPECTÁCULO


De camino al ascensor, me coloco el arco en un hombro y el carcaj en el otro. Después aparto a los avox boquiabiertos que protegen los ascensores y le doy al botón número doce con el puño. Las puertas se cierran y salgo disparada hacia arriba. Consigo llegar a mi planta antes de que las lágrimas empiecen a bajarme por las mejillas. Oigo que los demás me llaman desde el salón, pero salgo corriendo por el vestíbulo hasta llegar a mi cuarto, cierro con pestillo y me tiro en la cama. Ahí es cuando empiezo a llorar de verdad.

¡Lo he hecho! ¡Lo he echado todo a perder! Cualquier rastro de oportunidad que tuviera se desvaneció al disparar esa flecha a los Vigilantes. ¿Qué me harán ahora? ¿Detenerme? ¿Ejecutarme? ¿Cortarme la lengua y convertirme en un avox para que pueda servir a los futuros tributos de Etheria? ¿En qué estaba pensando? Por supuesto, no estaba pensando, disparé a la manzana por la rabia que me daba que no me hiciesen caso. No intentaba matarlos. ¡De haberlo intentado, ya estarían muertos!

Bueno, ¿qué más da? De todos modos, no iba a ganar los juegos, así que ¿qué importa lo que me hagan? Lo que de verdad me asusta es lo que puedan hacerles a mi madre y a Finn, lo que pueda sufrir mi familia por culpa de mi imprudencia. ¿Les quitarán lo poco que tienen o enviarán a mi madre a la cárcel y a Finn al orfanato? ¿Las matarán? No las matarán, ¿verdad? ¿Por qué no? ¿Qué más les da a ellos?

Tendría que haberme quedado para disculparme, o para reírme, como si hubiese sido una broma, quizás eso los habría vuelto más indulgentes. Sin embargo, en vez de eso, voy y salgo de allí corriendo de la forma más irrespetuosa posible.

Shadow Weaver y Castaspella están llamando a la puerta; les grito que se vayan y, al cabo de un rato, lo hacen. Tardo al menos una hora en llorar todo lo que puedo; después me quedo hecha un ovillo en la cama, acariciando las sábanas de seda, viendo cómo se pone la luna mayor sobre la artificial silueta de caramelo de Eternia.

Al principio creo que vendrán a detenerme de un momento a otro, pero, conforme pasa el tiempo y la cosa parece menos probable, me calmo. Siguen necesitando a los dos tributos de Dryl, ¿no? Si los Vigilantes quieren castigarme, pueden hacerlo en público, esperar a que esté en el estadio y así lanzarme animales salvajes hambrientos. Se asegurarán de que no tenga arco y flechas para defenderme.

Sin embargo, antes me darán una puntuación tan baja que nadie en su sano juicio querrá patrocinarme. Eso es lo que pasará esta noche. Como los telespectadores no pueden ver el entrenamiento, los Vigilantes anuncian la clasificación de cada jugador, lo que le da a la audiencia un punto de partida para las apuestas que continuarán durante todos los juegos. El número, una cifra entre uno y doce, donde el uno es rematadamente malo y el doce inalcanzablemente bueno, representa lo prometedor que es el tributo. La nota no garantiza quién ganará, no es más que una indicación del potencial que ha demostrado el tributo en el entrenamiento. Debido a las variables del campo de batalla real, los tributos con puntuación más alta suelen caer casi de inmediato y, hace unos años, la chica que ganó los juegos sólo recibió un tres. En cualquier caso, la clasificación puede ayudar o perjudicar a un tributo en la búsqueda de patrocinadores. Yo esperaba que mis habilidades con el arco me dieran un seis o un siete, pero ahora estoy segura de que tendré la nota más baja de los veinticuatro. Si nadie me patrocina, mis posibilidades de seguir viva se reducirán casi a cero.

Cuando Casta llama a la puerta para la cena, decido que será mejor ir. Esta noche televisarán el resultado de las puntuaciones y no puedo esconderme para siempre. Voy al servicio y me lavo la cara, gracias a mi pelaje no se nota que he estado llorando. Mucho.

Todos me esperan a la mesa, incluso Doppler Morfer y Mara; ojalá no hubiesen aparecido los estilistas porque, por algún motivo, no me gusta la idea de decepcionarlos. Es como si hubiese tirado a la basura sin pensarlo el gran trabajo que hicieron en la ceremonia inaugural. Evito mirar a los demás a los ojos mientras me tomo a cucharaditas la sopa de pescado; está salada, como mis lágrimas.

Los adultos empiezan a chismorrear sobre el tiempo y yo dejo que Adora me mire a los ojos. Ella arquea las cejas, como si preguntara: «¿Qué ha pasado?». Me limito a sacudir la cabeza rápidamente. Después, cuando llega el segundo plato, oigo decir a Shadow Weaver:

—Vale, basta de cháchara. ¿Lo han hecho muy mal hoy?

—Creo que da igual —responde Adora. —Cuando aparecí, nadie se molestó en mirarme; estaban cantando una canción de borrachos, creo. Así que me dediqué a lanzar algunos objetos pesados hasta que me dijeron que podía irme.

Eso me hace sentir mejor; Adora no ha atacado a los Vigilantes, pero al menos a ella también la provocaron.

—¿Y tú, preciosa? —me pregunta Shadow Weaver.

Por algún motivo, oír que me llama preciosa me molesta lo suficiente para ser capaz de hablar. A veces no entiendo para nada su actitud. No me gusta.

—Les lancé una flecha.

—¿Que qué? —exclama Castaspella, y el horror que se refleja en su voz confirma mis peores temores. Todos dejan de comer.

—Les lancé una flecha. Bueno, no a ellos, en realidad, sino hacia ellos. Fue como dice Adora: no me hacían caso mientras disparaba y... perdí la cabeza, ¡así que apunté a la manzana que tenía en la boca su estúpido cerdo asado! —exclamo, desafiante.

—¿Y qué dijeron? —pregunta Doppler Morfer, con cautela.

—Nada. Bueno, no lo sé, me fui después de eso.

—¿Sin que te diesen permiso? —pregunta Castaspella, pasmada.

—Me lo di yo misma —respondo.

Recuerdo que le prometí a Finn hacer todo lo posible por ganar, y me siento como si me hubiesen tirado encima una tonelada de carbón.

—En fin, ya está hecho —concluye Shadow Weaver, untándose con mantequilla un panecillo.

—¿Crees que me detendrán? —pregunto.

—Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte.

—¿Y mi familia? ¿Los castigarán?

—No creo. No tendría mucho sentido. Tendrían que desvelar lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviese algún efecto en la población, la gente tendría que saber lo que hiciste; pero no pueden, porque es secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la vida imposible en el estadio.

—Bueno, eso ya nos lo han prometido de todos modos —dice Adora.

—Cierto —corrobora Shadow Weaver, y me doy cuenta de que ha pasado lo imposible: están intentando animarme. Shadow Weaver coge una chuleta de cerdo con los dedos, lo que hace que Casta frunza el ceño, y la moja en el vino. Después arranca un trozo de carne y empieza a reírse —¿Qué cara pusieron?

—De pasmados —respondo, empezando a sonreír —Aterrados. Eeeh..., ridículos, al menos algunos— Una imagen me viene a la cabeza —Un hombre tropezó al retroceder de espaldas y se cayó en una ponchera.

Shadow Weaver se ríe a carcajadas y todos la imitamos, excepto Castaspella, aunque está reprimiendo una sonrisa.

—Bueno, les está bien empleado. Su trabajo es prestarles atención, y que seas del Reino Doce no es excusa para no hacerte caso —afirma. Después mira a su alrededor, como si hubiese dicho algo escandaloso —Lo siento, pero es lo que pienso —repite, sin dirigirse a nadie en concreto.

—Me darán una mala puntuación —comento.

—La puntuación sólo importa si es muy buena. Nadie presta mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa estrategia —explica Mara.

—Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar —dice Adora —Como mucho. De verdad, ¿hay algo menos impresionante que ver cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a punto de dejarme caer una en el pie.

Sonrío y me doy cuenta del hambre que tengo. Corto un trozo de cerdo, lo mojo en el puré de patatas y empiezo a comer. No pasa nada, mi familia está a salvo y, si están a salvo, no hay ningún problema.


Estoy encogida en medio de la habitación cuando escucho como llaman a la puerta, pero no recuerdo el momento en el que he quedado así.

—¿Adora? ¿Puedo pasar? —llaman otra vez a la puerta.

Tengo el cuerpo entumido, no sé cuánto tiempo he estado así.

—¿Adora? —preguntan con más urgencia.

—V-voy —digo con voz trémula pero al menos puedo ponerme de pie, sosteniéndome de un mueble.

Dando tumbos, alcanzo y abro la puerta. Estaba tan concentrada en ello que no he ni reparado en quién llamaba. Es Mara. Su larga trenza no la abandona, ni el pendiente de una espadita dorada, pero no están el resto de sus ornamentos.

—Oh… Castaspella comentó que te vio "descompuesta", y quise… comprobar que estuvieras bien.

—Sí, gracias… Estoy bien —digo y creo que es convincente.

Después miro a Mara y aprieta los labios. Tal vez no es tan convincente.

—¿Te gustaría que… platiquemos? Un rato, de lo que sea —dice y hace amago de entrar y la dejo.

—No soy muy buena platicadora —le digo frotándome un brazo.

—No te preocupes, ¿qué tal si yo te platico algo?

Asiento y me siento en la cama al otro extremo de ella. Mara me cuenta de su paso por el Colegio de Estilistas. Después de unos minutos, le cuento también de mi vida en la ciudad… el pequeño conjunto de edificios que podemos llamar ciudad, al menos. Le cuento de mi gusto por hornear y realizar los glaseados. Que además tengo otro hermano. Le cuento de mis amigos y que en realidad no la paso tan mal. Su silencio atento me invita a seguir, hasta que sus amables ojos grises se fruncen con aprensión.

—¿Y qué hay acerca de un novio o novia, o alguien que te llame la atención? —me pregunta todavía con ese aire dubitativo.

Todo el control que había recuperado se pierde. No lloro, pero aprieto los puños sobre mis rodillas y miro al piso.

—Oh, Adora… Lo siento mucho, mucho. En serio. Le debes querer mucho —dice mientras se acerca más a mí, me pasa un brazo por los hombros y me abraza lateralmente.

—No importa —atino a decir mientras me acaricia el hombro y yo me recargo en el suyo. ¿No estaba pidiendo por alguien para poder hablar?

Mara es delgada, pero su cuerpo es firme y casi no puedo contenerme.

—Entiendo si es muy difícil hablar de eso. Pero… —respira profundo y vuelve a hablar en voz baja y clara, inclinada casi sobre mí —a veces, no vale la pena guardarse las cosas.

¿A veces, cómo cuando vas a morir en los próximos días? No, supongo que no tiene sentido guardarlo. En poco tiempo ya no va importar… y tal vez nunca lo hizo o nunca lo haga, a pesar de todo. Nadie lo sabe, creo que Scorpia lo adivinó de algún modo. Tal vez hasta pudo ser que yo lo confirmara. Mi padre tal vez también lo imagine, incluso Adam… pero yo nunca lo he dicho en voz alta, a nadie.

Mara me sostiene y consuela, casi como lo haría una madre o una amiga. Y aquí no tengo ni lo uno ni lo otro. Porque Catra no quiere ser mi amiga y de mi madre no recuerdo una caricia.

No sé en qué momento me derrumbo y le cuento todo: la lluvia, el hambre, el pan, los golpes. Me pierdo y regreso incluso más en el tiempo. Le digo sobre el cuento que me contó mi papá, de un minero con una voz asombrosa, que hasta los pájaros la admiraban, y conquistó a la mujer más hermosa que él hubiera visto, una magicat rubia de pelaje claro y ojos como el cielo. Que ese hombre y esa mujer vivían felices en una casita en la Veta y tuvieron dos hijas; la mayor era mi compañera de grado en la escuela y cuando una maestra preguntó si alguien sabía la canción de la montaña, ella levantó la mano y los pájaros también la escucharon.

Que desde entonces yo no he podido dejar de mirarla pero tampoco me he atrevido a más.

Y ahora ya no importa, porque en pocos días moriré intentando que vuelva a casa.


Después de cenar nos sentamos en el salón para ver cómo anuncian las puntuaciones en televisión. Primero enseñan una foto del tributo, y a continuación ponen su nota debajo. Los tributos profesionales, como es natural, entran en el rango de ocho a diez. La mayor parte de los demás jugadores se gana un cinco. Me sorprende ver que Lonnie consigue un siete; no sé qué les enseñaría a los jueces, pero es tan diminuta que ha tenido que ser algo impresionante.

Dryl sale el último, como siempre. Adora saca un ocho, así que, al menos, un par de Vigilantes la estaban mirando. Me clavo las garras en las palmas de las manos cuando aparece mi cara, esperando lo peor. Entonces sale el número once en la pantalla.

¡Once!

Castaspella White deja escapar un chillido, y todos me dan palmadas en la espalda, gritan y me felicitan, aunque a mí no me parece real.

—Tiene que haber un error. ¿Cómo..., cómo ha podido pasar?— le pregunto a Shadow Weaver.

—Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.

—Catra, la gata en llamas —dice Doppler Morfer, y me abraza— Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.

—¿Más llamas?

—Más o menos —responde con una sonrisa traviesa. Su larga cola se enrosca y alcanza la mía, dejo que se enreden un momento y después la aparto. Es extraño, su cola no se siente igual a la de Finn y el sentimiento tampoco es el mismo, pero estoy tan aliviada que no lo considero mucho.

Adora y yo nos felicitamos. Otro momento incómodo. La notó más… rara. No atino a adivinar el verdadero tono de sus palabras otra vez. Las dos lo hemos hecho bien, pero ¿qué significa eso para la otra? Escapo a mi cuarto lo antes posible y me entierro debajo de las mantas. La tensión del día, sobre todo el llanto, me ha hecho polvo. Me quedo dormida, como si me hubiesen indultado, aliviada y con el número once todavía grabado en la cabeza.

Al amanecer me quedo un rato tumbada en la cama observando cómo sale el sol; hace un día precioso. Es domingo, día de descanso en casa. Me pregunto si Glimmer estará ya en el bosque. Normalmente dedicamos todo el domingo a proveernos de existencias para la semana: nos levantamos temprano, cazamos y recolectamos, y después hacemos trueques en el Quemador. Pienso en Glimmer sin mí. Las dos cazamos bien, pero somos mejores en pareja, sobre todo si intentamos cazar presas grandes. Sin embargo, también nos da una ventaja con las cosas más pequeñas, porque está bien tener un compañero para compartir la carga, para hacer que incluso la ardua tarea de llenar la despensa de mi familia resultase divertido.

Llevaba unos meses peleando sola cuando me encontré por primera vez con Glimmer en el bosque. Fue un domingo de febrero, y el aire frío olía a cosas moribundas. Me había pasado la mañana compitiendo con las ardillas por las nueces, y la tarde, un poco más cálida, chapoteando por los estanques poco profundos para recoger saetas. La única carne que había cazado era una ardilla que prácticamente se había tropezado conmigo en su búsqueda de bellotas, pero los animales seguirían por allí cuando la nieve enterrase mis otras fuentes de alimentación. Como me había adentrado en el bosque más de lo normal, corría de vuelta a casa arrastrando mis sacos de arpillera cuando me encontré con un conejo muerto; estaba colgado por el cuello de un cable fino, treinta centímetros por encima de mi cabeza. Había otro unos trece metros más allá. Reconocí las trampas de lazo, porque mi padre las usaba: la presa cae en ellas y sale disparada por el aire, lo que la pone fuera del alcance de otros animales hambrientos. Yo llevaba todo el verano intentando usar trampas, aunque sin éxito, así que no pude evitar soltar mis sacos para examinarla. Acababa de tocar el cable del que colgaba uno de los conejos cuando oí una voz.

—Eso es peligroso.

Retrocedí de un salto y apareció Glimmer; había estado escondida detrás de un árbol, y seguramente me llevaba observando desde el principio. Sólo tenía catorce años, pero para mí ya era una adulta. La había visto por la Veta y en el colegio, y en otra ocasión más, ya que ella había perdido a su padre en la misma explosión que había matado al mío. En enero, yo estaba junto a ella cuando le dieron la medalla al valor en el Palacio, otro hermano mayor sin padre. Recordaba a sus dos hermanos pequeños, agarrados a su madre, una mujer cuya barriga hinchada dejaba claro que le faltaban pocos días para dar a luz.

—¿Cómo te llamas?— me preguntó, acercándose para sacar el conejo de la trampa.

Tenía otros tres colgados del cinturón.

—Catra —respondí, con una voz apenas audible.

—Bueno, Catnip, robar está castigado con la muerte, ¿no lo habías oído?

—Catra —repetí, en voz más alta— Y no estaba robando, sólo quería echarle un vistazo a tu trampa. Las mías nunca atrapan nada.

—Entonces, ¿de dónde has sacado la ardilla?—me preguntó, frunciendo el ceño, poco convencida.

—La maté con el arco —respondí, descolgándomelo del hombro.

Seguía usando la versión pequeña que me había hecho mi padre, aunque practicaba con el grande siempre que podía. Esperaba poder abatir presas más grandes cuando llegara la primavera.

—¿Puedo verlo? —preguntó Glimmer, con la mirada fija en el arco.

—Sí, pero recuerda que robar está castigado con la muerte —le dije, pasándoselo. Fue la primera vez que la vi sonreír; la sonrisa convertía a la chica huraña en alguien a quien te gustaría conocer, aunque tuvieron que pasar varios meses para que volviese a sonreír de nuevo.

Entonces hablamos sobre la caza, le dije que podía conseguirle un arco si me daba algo a cambio; no comida, sino conocimientos. Quería poner mis propias trampas y atrapar a varios conejos gordos en un solo día, y ella contestó que podíamos arreglarlo. Con el paso de las estaciones empezamos a compartir a regañadientes lo que sabíamos: nuestras armas, los lugares secretos que estaban llenos de ciruelas o pavos silvestres. Ella me enseñó a poner trampas y a pescar; yo le enseñé qué plantas se podían comer y, al final, le di uno de mis preciados arcos. Hasta que un día, sin que ninguna de las dos dijera nada, nos convertimos en un equipo: nos repartíamos el trabajo y el botín, y nos asegurábamos de que ambas familias tuviesen comida.

Glimmer me dio la seguridad que me faltaba desde la muerte de mi padre. Su compañía sustituyó a las largas horas solitarias en el bosque. Mejoré mucho como cazadora, porque ya no tenía que estar siempre mirando atrás; ella me guardaba las espaldas. Sin embargo, se convirtió en mucho más que una compañera de caza, se convirtió en mi confidente, en alguien con quien compartir pensamientos que nunca podría expresar dentro de los confines de la alambrada. A cambio, ella me confió los suyos. Había momentos en el bosque, con Glimmer, en los que era realmente... feliz.

Digo que es mi amiga, aunque, en el último año, parece una palabra demasiado suave para explicar lo que Glimmer significa para mí. Noto una punzada en el pecho; ojalá estuviera conmigo... Aunque, claro, no me gustaría, no quiero que esté en el estadio, donde acabaría muerta en unos días. Pero..., pero la echo de menos, y odio estar tan sola. ¿Me echará de menos? Seguro que sí.

Pienso en el once que apareció anoche debajo de mi nombre. Sé lo que me habría dicho ella: «Bueno, todavía se puede mejorar». Después sonreiría y yo le devolvería la sonrisa sin dudarlo.

No puedo evitar comparar lo que tengo con Glimmer con lo que finjo tener con Adora. Nunca cuestiono los motivos de Glimmer, mientras que con Adora es todo lo contrario. En realidad, no es justo compararlas, porque Glimmer y yo nos unimos para sobrevivir, mientras que Adora y yo sabemos que la supervivencia de la otra significaría la muerte.

¿Cómo se puede pasar eso por alto?


Como ya parece costumbre, estoy en mi lugar mucho antes de que llegue Catra.

Hablar con Mara me ha ayudado, me siento ligera y tengo la mente más clara. Después de mis revelaciones me ha consolado y se disculpó porque debía ir a prepararse para la cena. Le agradecí por recordarme y también me alisté.

Catra nos explica por qué llegó tan disgustada después de la prueba privada. Sé lo nerviosa que está, pero parece que se le relajan las orejas cuando le digo que yo estaba furiosa porque no me prestaron atención tampoco. Terminamos de cenar y creo que los nervios me dan hambre porque apenas puedo moverme de la comilona.

Entonces las puntuaciones aparecen y es como sino hubiera comido nada. Tengo el estómago revuelto otra vez. Pero debo componerme y prestar atención, esto es importante. Pero debo componerme y prestar atención, esto es importante. El tributo profesional del Reino Dos es brutal y saca un diez. Es una silaxian, de piel magenta, grandes colmillos, orejas puntiagudas y grandes músculos, es más alta que yo y ha de pesar al menos otros veinte kilos. Su nombre es Huntara. La pequeña del Once que nos seguía alcanza un siete, su compañero de Reino es un gran lagarto y obtiene un nueve. Yo apenas tengo un ocho.

Todo esto es más lento de lo que recuerdo de las Puntuaciones de años anteriores. Tal vez solo son los nervios. O será que en casa trato de no prestar atención y ahora no despego los ojos de la pantalla. Catra obtiene un once, la calificación más alta de estos Juegos.

Los demás la animan, ella juguetea y bromea con Doppler Morfer.

Ver su calificación es un alivio, pero verla con su estilista es… molesto. Los celos me asaltan de nuevo. ¿Cómo ha logrado Doppler Morfer abrirse paso hasta el lado cariñoso y relajado de Catra?

—Felicidades, Adora. Un ocho sigue siendo muy bueno —me felicita Mara en voz baja después de darle una palmada a Catra.

—Es suficiente —le digo al encogerme de hombros.

—Felicitaciones, Catra, es asombroso —le digo sinceramente a la que no quiere fingir ser mi amiga, pero no sé si sigo celosa, triste o aliviada.

Después de eso, Catra corre por su pasillo. Yo también me alejo a mi habitación, pero Mara vuelve a acercarse a mí y la dejo seguirme. No habla hasta que volvemos a estar a solas.

—Adora, se que no soy tu mentora y la verdad es que no puedo imaginarme por lo que estás pasando. Pero si ya tienes tu meta muy clara, cualquier distracción es peligrosa —me dice Mara, intensa y firme—. Tienes que ver el gran esquema, tu verdadera estrategia de juego… y yo te voy a apoyar tanto como pueda. Pero tienes que estar segura de tu decisión.

Porque no hay segundas oportunidades en la Arena. Lo sé. Cualquier error puede ser el último. Tal vez ni siquiera un error. He visto tributos morir por accidentes muy tontos o por circunstancias atroces, como quedarse dormido en el frío para no volver a despertar.

Las palabras de Mara son veladas hasta cierto punto. ¿Mi estrategia, mi meta? Lo único que quiero hacer es salvar a Catra. Allanar el camino. No puedo distraerme por sus arrebatos o su desconfianza. No puedo ponerme celosa por cada interacción que tiene con alguien más y desear que fuera conmigo.

Para ayudarla, tengo que estar concentrada.

Tengo que alejarme de ella, porque ha empezado a doler no poder estar a su lado.

—Estoy segura… Mañana le pediré… le diré a Shadow Weaver.

—Tal vez no quiera escucharte del todo.

—Eso no importa.

—Es tu mentora —me recuerda Mara.

La verdad es que todavía no sé bien qué pensar de esa mujer. Se que ha perdido mucho como campeona. Ha cumplido con estar lo suficientemente sobria. Solo nos ha dicho que nos portemos bien y hagamos caso de los estilistas. Se me escapa un suspiro.

—Está bien, Adora. Te dejo descansar, mañana vas a volver a estar en nuestras manos —me dice después de un momento, con una sonrisa cariñosa y pequeña.

Apenas puedo dormir. Creo que soñé otra vez con terciopelo y canciones entre hojas. Me siento ligera pero nerviosa. Sé lo que tengo que hacer pero no me gusta, incluso aunque lo haya escogido yo. Es como querer meterme a bañar en invierno. No me va a gustar el frío, aunque después de un momento, no será tan malo y siempre prefiero estar limpia.

Hoy no tengo un traje listo para ponerme, así que solo escojo una especie de conjunto gris que se ve cómodo. Tampoco me distraigo subiendo al tejado para ver el amanecer. Voy directa a sentarme a mi lugar. Llego tan temprano que todavía ni siquiera están los platones de comida servidos en la larga mesa lateral.

Los siniestros servidores con la lengua cortada trabajan en silencio a mi alrededor un rato más tarde. Shadow Weaver llega arrastrando los pies y oliendo a alcohol, al menos continua limpia y su piel no se hincha, por lo que las cicatrices no se abultan más. Pasa a mi lado sin verme y se sirve un plato de comida.

—Buenos días —le digo cuando se sienta a la mesa.

Me gruñe o algo parecido mientras se llena la boca. Es bueno verla comer. Aunque seguro no tarda en sacar su petaca de licor.

—¿Hoy no hay chocolate caliente para ti? —me dice y suelta una risa seca.

—Primero quiero pedirte… decirte algo —le digo y siento un peso frío al fondo del estómago.

—Es muy temprano para peticiones —me vuelve a gruñir. Debe despertar de mal humor, igual que mi mamá.

—Quería hacerlo en privado —se me queda viendo y sus extraños ojos verdes se me clavan.

—Entonces suéltalo para que pueda seguir con mi desayuno, niña.

Respiro hondo porque lo que voy a decir puede salir mal. Puede que no me haga caso, que no me deje cambiar de opinión, que ya tenga un plan para nosotras juntas. Tal vez.

—Ya no quiero entrenar junto con Catra —me fuerzo a decir de un tirón.

Vuelve a bajar la cuchara que ya se llevaba a la boca y me estudia.

—¿Por qué el cambio? ¿Crees que puedes hacerlo mejor sola?

—No, no es eso. Solo no creo que sea lo mejor… estar juntas tanto tiempo. Quiero que nos ayudes… por separado.

—¿Esto es por la pelea que tuvieron? —me pregunta suspicaz.

—No —es lo único que le digo.

—Ya estábamos construyendo una historia para ustedes y las entrevistas. ¿Lo sabes, verdad? La gente habla; los entrenadores, los guardias, los servidores. Las han visto juntas —me explica lentamente mientras se reclina en su silla y le da un trago a su jugo con licor.

—¿Es lo único que te importa? ¿Una historia? Eso es lo que dice Doppler Morfer —me cae bien, pero también siento algo intenso y negativo.

—Parece que no entiendes, cariño —me responde con voz dulce pero su boca está fruncida —lo ÚNICO que importa y siempre ha importado es la historia que contaremos. Es lo que le gusta al público, es lo que te consigue patrocinadores. El triste compañerismo y la intensa fraternidad que llevó a dos chicas del hostil Reino Doce a presentarse voluntarias por sus queridos hermanos y que ahora enfrentaran juntas los peligros de la Arena… al menos hasta que las circunstancias lo permitan.

El rostro me arde. Es cierto que esto es un show. Un espectáculo que presentaremos. Mañana nos harán las entrevistas para que el resto de Etheria nos conozca. Las calificaciones de anoche les han dado una idea general de nuestra fuerza y habilidad, en el Camino de la Victoria solamente nos presentaron como animales en exhibición, pero en las entrevistas es donde la gente de Eternia, los que de verdad pueden patrocinar, escogen a sus favoritos.

Yo tengo una gran historia qué contar.

Se que a todo el mundo le gusta el drama y la tragedia, yo misma me doy cuenta que me pongo melodramática a veces. Varias canciones en nuestro reino tratan de amores amargos y trágicos.

—Te daré una mejor historia si me entrenas aparte —susurro.

—No podemos cambiar toda la narrativa en este momento.

—No será necesario.

Otra vez me analiza intensamente con sus ojos verdes y abre la boca cuando la interrumpen.

—Excelente. Buenos días a las dos. Hoy hay tanto por hacer y preparar —la señorita Casta exclama, luego se da la vuelta hacia el otro pasillo—. Todavía falta una señorita por presentarse —dice mientras niega con la cabeza y se aleja por el pasillo.

—Por favor —le digo otra vez a Weaver.

No me responde y vuelve a llevarse la cuchara a la boca. Con otro suspiro y los labios apretados, me levanto para ir por mi chocolate caliente y panecillos.


Castaspella llama a la puerta para recordarme que me espera otro «¡día muy, muy, muy importante!». Mañana por la noche nos entrevistará la televisión, así que supongo que todo el equipo estará vuelto loco preparándonos para el acontecimiento.

Me levanto, me doy una ducha rápida prestando más atención a los botones que toco y bajo al comedor. Adora, Casta y Shadow Weaver están inclinadas sobre la mesa, hablando en voz baja, lo que me parece extraño, pero el hambre vence a la curiosidad y me lleno el plato antes de unirme a ellas.

Hoy el estofado está hecho con tiernos trozos de cordero y ciruelas pasas, perfecto sobre un lecho de arroz salvaje. Llevo ya horadada media montaña de comida cuando me doy cuenta de que no habla nadie. Le doy un buen trago al zumo de naranja y me limpio la boca.

—Bueno, ¿qué está pasando? Hoy nos preparamos para las entrevistas, ¿no?

—Sí —respondió Shadow Weaver.

—No tienen que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer a la vez.

—Bueno, ha habido un cambio de planes con respecto al enfoque.

—¿Cuál?

No estoy segura de cuál es nuestro enfoque; la última estrategia que recuerdo es intentar parecer mediocres delante de los demás tributos.

—Adora nos ha pedido que la entrenemos por separado —responde Shadow Weaver, encogiéndose de hombros.


N.T.

Nos vemos en el siguiente!

NayNayAgron: Gracias por tus comentarios bonitos y pasarte por mis historias uwu tus reviews me alegran el día siempre que los veo y los releo! Buen inicio de año.