Hola, hola!
Habemus capítulo nuevo!
Primero que nada, una disculpita porque a media trama decido que es menester cambiar a un personaje de HG para no desperdiciar a uno de SPOP.
Todavía no hago las ediciones en los capítulos pasados, pero mi mente funciona así, sorry. De ahora en más, Cato es Huntara. Y Clove, la otra tributo del Dos, será Thyme, un chico igual de mortífero con cuchillos y demás.
Recuerden, Cato es Huntara. Así que Enjoy!
Sesenta segundos. Es el tiempo que tenemos que estar de pie en nuestros círculos metálicos antes de que el sonido de un gong nos libere. Si das un paso al frente antes de que acabe el minuto, las minas te vuelan las piernas. Sesenta segundos para observar el anillo de tributos, todos a la misma distancia de la Cornucopia, que es un gigantesco cuerno dorado con forma de cono, con el pico curvo y una abertura de al menos seis metros de alto, lleno a rebosar de las cosas que nos sustentarán aquí, en el estadio: comida, contenedores con agua, armas, medicinas, ropa, material para hacer fuego. Alrededor de la Cornucopia hay otros suministros, aunque su valor decrece cuanto más lejos están del cuerno. Por ejemplo, a pocos pasos de mí hay un cuadrado de plástico de un metro de largo. Sin duda sería útil en un aguacero. Sin embargo, cerca de la abertura veo una tienda de campaña que me protegería de cualquier condición atmosférica; si tuviera el valor suficiente para entrar y luchar por ella contra los otros veintitrés tributos, claro, cosa que me han aconsejado no hacer.
Estamos en un terreno despejado y llano, una llanura de tierra aplanada. Detrás de los tributos que tengo frente a mí no veo nada, lo que indica que hay una pendiente descendente o puede que un acantilado. A mi derecha hay un lago. A la izquierda y detrás, unos ralos bosques de pinos. Ésa es la dirección que Shadow Weaver querría que tomase, y de inmediato.
Oigo sus instrucciones dentro de mi cabeza: "Salgan corriendo, pongan toda la distancia posible de por medio y encuentra una fuente de agua".
Sin embargo, es tentador, muy tentador ver el regalo delante de mí, esperándome, y saber que, si no lo cojo yo, lo hará otro; que los tributos profesionales que sobrevivan al baño de sangre se repartirán casi todo el botín, esencial para sobrevivir aquí. Algo me llama la atención: sobre un montículo de mantas enrolladas hay un carcaj de plata con flechas y un arco, ya tensado, esperando a que lo disparen.
Eso es mío—pienso —Lo han dejado para mí.
Soy rápida, soy una magicat, necesitaría algunos kilómetros para cansarme. Pero son menos de cuarenta metros, perfecto para mí. Sé que puedo conseguirlo, sé que puedo llegar primero, aunque la pregunta es: ¿podré salir de ahí lo bastante deprisa? Cuando termine de abrirme paso entre las mantas y tome las armas, los demás ya habrán llegado al cuerno, y quizá pueda derribar a un par de ellos, pero supongamos que hay doce; tan cerca, podrían matarme con las lanzas y las porras. O con sus enormes puños.
Por otro lado, no seré el único objetivo. Seguro que muchos de los tributos no prestarían atención a una chica de menor tamaño que ellos, aunque hubiese conseguido un once en el entrenamiento, y preferirían dedicarse a los adversarios más feroces.
Weaver no me ha visto correr. De haberlo hecho, a lo mejor me habría dicho que lo intentara, que cogiera el arma, teniendo en cuenta que es precisamente el arma que podría salvarme. Además, sólo veo un arco en toda la pila. Sé que el minuto debe de estar a punto de acabar y tengo que decidir cuál será mi estrategia; al final me coloco instintivamente en posición de correr, con la cola arriba y en tensión, no hacia el bosque que nos rodea, sino hacia la pila, hacia el arco. Entonces, de repente, veo a Adora, que está cinco tributos a mi derecha; a pesar de la distancia, sé que me está mirando y creo que sacude la cabeza, pero el sol me da en los ojos y, mientras le doy vueltas al tema, suena el gong.
¡Y me lo he perdido! ¡He perdido la oportunidad! Porque esos dos segundos de más sin prepararme han bastado para hacerme cambiar de idea. Muevo los pies de un lado a otro, sin saber la dirección que me indica el cerebro, y me lanzo hacia delante, recojo el cuadrado de plástico y una hogaza de pan. He cogido tan poco y estoy tan enfadada con Adora por distraerme que avanzo unos quince metros hacia la Cornucopia y recojo una mochila de color naranja intenso que podría contener cualquier cosa, sólo porque no puedo soportar la idea de irme prácticamente sin nada.
Un chico, otro de los felinos, creo que del Reino 9, intenta coger la mochila a la vez que yo y, durante un breve instante, los dos tiramos de ella. Estamos tan nerviosos que ni siquiera mostramos los dientes. Entonces él tose y me llena la cara de sangre. Doy un tambaleante paso atrás, asqueada por las cálidas gotitas pegajosas; el chico cae al suelo y veo el cuchillo que le sobresale de la espalda.
Los demás tributos han llegado a la Cornucopia y están dispersándose para atacar. Sí, el chico del Reino 2 corre hacia mí, está a unos diez metros y lleva media docena de cuchillos en la mano. Le he visto lanzarlos en el entrenamiento, y nunca falla. Yo soy su siguiente objetivo.
Todo el miedo general que he sentido hasta ahora se condensa en un miedo concreto a este chico, a esta depredadora que podría matarme dentro de pocos segundos. Con el subidón de adrenalina, me echo la mochila al hombro y corro a toda velocidad hacia el bosque, a cuatro puntos, derrapando incómoda por las botas. Oigo la hoja del cuchillo que se dirige a mí y, por acto reflejo, levanto la mochila para protegerme la cabeza; la hoja se clava en ella. Con la mochila colgada a la espalda, sigo corriendo hacia los árboles. De algún modo, sé que el chico no me seguirá, que volverá a la Cornucopia antes de que se lleven todo lo bueno. Sonrío y pienso:Gracias por el cuchillo.No es que lo necesite de verdad, pero siempre viene bien algo de lo que pueda desprenderme.
Al borde del bosque me vuelvo un instante para examinar el campo de batalla; hay unos doce tributos luchando en el cuerno y algunos muertos tirados por el suelo. Los que han huido desaparecen en los árboles o en el vacío que veo al otro lado. Sigo corriendo hasta que el bosque me esconde de los demás tributos y después freno un poco para mantener un ritmo que me permita seguir un rato más. Durante las horas siguientes voy alternando las carreras con los paseos para alejarme todo lo posible de mis competidores. Perdí mi pan en el forcejeo con el felino del Reino 9, pero conseguí meterme el plástico en la manga, así que, mientras camino, lo doblo bien y me lo guardo en un bolsillo. También saco el cuchillo (es bueno, tiene una larga hoja afilada y con dientes cerca del mango, lo que me vendrá bien para serrar cosas) y lo meto en el cinturón. Sigo moviéndome, sólo me detengo para ver si me siguen.
Tengo mucha resistencia, lo sé por mis días en los bosques. Sin embargo, voy a necesitar agua. Era la segunda instrucción de Shadow Weaver y, como fastidié la primera, procuro prestar atención a cualquier rastro de humedad, aunque sin suerte.
El bosque empieza a evolucionar y los pinos se mezclan con una variedad de árboles, algunos reconocibles y otros completamente desconocidos para mí. En cierto momento oigo un ruido y saco el cuchillo, pensando en defenderme, pero resulta ser un conejo asustado.
—Me alegro de verte —susurro. Donde hay un conejo, podría haber cientos esperando a que los cace.
El suelo baja en pendiente, cosa que no me gusta mucho, porque los valles me hacen sentir atrapada. Quiero estar en alto, como en las colinas que rodean Dryl, desde donde puede verse venir a los enemigos. En cualquier caso, no tengo elección, así que sigo.
Lo curioso es que no me siento demasiado mal; me han venido bien los atracones de comida de los últimos días. Puedo mantenerme aunque esté falta de sueño, y estar en el bosque me resulta revitalizante. Agradezco la soledad, aunque no sea más que una ilusión, ya que es muy probable que ahora mismo esté en pantalla, no de continuo, pero sí de vez en cuando. Hay tantas muertes que mostrar el primer día que un tributo caminando por el bosque no resulta demasiado interesante. Sin embargo, me sacarán lo bastante para que la gente sepa que sigo viva, ilesa y en movimiento. Uno de los días más fuertes de las apuestas es el de apertura, cuando llegan las primeras bajas, aunque no puede compararse con lo que sucede conforme la batalla se reduce a un puñado de jugadores.
A última hora de la tarde empiezo a oír los cañones. Cada disparo representa a un tributo muerto. Por fin debe de haber acabado la lucha en la Cornucopia, ya que nunca recogen los cadáveres del baño de sangre hasta que se dispersan los asesinos. El día de apertura ni siquiera disparan los cañones hasta que acaba la primera batalla, porque les resulta demasiado difícil llevar la cuenta de los fallecidos. Me permito una pausa, entre jadeos, para contar los disparos. Uno..., dos..., tres..., y así hasta llegar a once. Once muertos en total; quedan trece para jugar. Me rasco la sangre seca que el chico del Reino 9 me tosió en la cara. Sin duda, murió. ¿Qué habrá sido de Adora? Lo sabré en pocas horas, cuando proyecten en el cielo las imágenes de los muertos para que las veamos los demás.
De repente, me sobrecoge la idea de que Adora haya muerto, de que hayan recogido su cadáver pálido y esté de regreso a Eternia, donde lo limpiarán, lo vestirán y lo enviarán a Dryl en una sencilla caja de madera; de que ya no esté aquí, si no camino a casa. Intento recordar si la vi después de que comenzara la acción, pero la última imagen que recuerdo es la de Adora sacudiendo la cabeza al sonar el gong.
Quizá sea mejor que esté muerta. Ella no creía poder ganar y yo no tendré que enfrentarme a la desagradable tarea de matarla. Quizá sea mejor que esté fuera del juego para siempre.
Lo único que puedo ver unos momentos es la luz resplandeciente, cual amanecer, pero pronto termina y mis ojos enfocan el lago, que con sus reflejos cristalinos es lo que ha podido contra mí. Además de la propia cornucopia, una masa dorada, tal vez sí de oro sólido, que resguarda los tesoros que nos mantendrán y nos matarán en estas semanas.
Veo un pan cerca de mí. Creo que también hay una cantimplora más allá. Una mochila que se nota llena más lejos de mí y más cerca de la cornucopia. Conforme los objetos se acerquen a la estructura dorada, serán más valiosos o peligrosos. Veo a los tributos a mi alrededor, igual que yo, miden el terreno, las provisiones y a nuestros compañeros.
El minuto que tenemos debe de estar terminando. A mi lado tengo a la chica del 7 y del otro, al felino del 9, el que habló por mí contra el chico del 2. Creo que se llama Thyme. Del felino no recuerdo el nombre. El tiempo se está acabando. Catra está más allá. La veo concentrada, tiene su mirada fija al frente, un resplandor plateado me llama la atención siguiendo la dirección de su vista. Creo que es… sí, es un arco.
Un arco. Su camino a la victoria.
Pero seguro a los Vigilantes no les ha gustado lo que hizo con su cerdo asado. El arco está casi en la boca del cuerno, en el centro. Tentador. Una trampa mortal. Catra entonces examina a su alrededor y nuestras miradas se cruzan un breve momento. El tiempo sigue corriendo. Le niego con la cabeza.
Shadow Weaver dijo que no nos metiéramos en el baño de sangre. ¡Tiene que escucharla! Mueren demasiados en los primeros momentos. Las probabilidades ahí son muy pocas.
Entonces suena el gong.
¡No sé a dónde correr!
Mi última mirada a Catra es de ella trastabillando con algo negro en la mano.
No debo de perder ni un segundo porque el chico del Dos ya está corriendo hasta el centro de la cornucopia, a unos cinco metros del centro encuentra unos cuchillos y se los lanza al felino que se agacho por una mochila. ¡Forcejea con Catra un momento! Le ha servido de escudo de carne contra los cuchillos de Thyme.
El chico que me defendió ahora está muerto.
¿Lo mató primero porque se metió con él en el ascensor? ¿O solo porque estaba cerca?
No puedo detenerme a pensar todo esto. Corro lejos de la refriega. Lo último que veo de Catra es ella defendiéndose con una mochila naranja de otro de los cuchillos arrojadizos. Tomo la cantimplora, que está vacía. Tropiezo con un pedazo de cuerda y otro de los tributos se viene sobre mí. Más allá está la mochila, intento alcanzarla. El tributo me arroja contra el suelo, también va por la mochila. Me patea en la cabeza y no puedo ver bien un segundo, pero estoy acostumbrada a los golpes.
Me recupero pronto y le devuelvo el golpe. Cuando está a punto de atacar de nuevo, alguien más le da un golpe y es cuando obtengo la mochila y salgo corriendo sin detenerme. Llego hasta el comienzo de los árboles y me detengo a ver la refriega, sintiendo el cuerpo temblar. No proceso exactamente lo que está pasando. Thresh le da un espadazo a otro chico que cae pesadamente al suelo. El chico alto de Luna Brillante mata a otro de los pequeños. No puedo seguir viendo.
Corro más adentro de la línea de árboles pero solo me escondo para no seguir viendo la masacre. Mi corazón me late en las orejas. Siento que he corrido por horas. Me tropiezo y caigo al piso. Ahí me quedo. No puedo seguir así. No quiero llorar pero tengo un nudo en la garganta. Está tan apretado. Lo único que hago es esconderme más entre las hojas bajas. Trato de encogerme todo lo que puedo. Después de un rato, recuerdo las instrucciones de Shadow Weaver. Agua. Necesito encontrar agua. Es la sed lo que me pone en movimiento. Por fin reviso la mochila marrón que conseguí: dentro hay cuerda, una ánfora, una manta térmica plateada, un trozo de pan y cecina. Tengo todavía el nudo de la garganta, no lograría tragar nada.
El lago es la fuente obvia de agua. No estaba lejos de la cornucopia tampoco. A los profesionales les gusta estar lo más cómodos posible al principio, no querrán irse muy lejos del agua. No tengo un arma, así que debo conseguir algo. Mientras camino de regreso a la cornucopia, reviso por algún palo o algo. En la mano llevo la primer cantimplora, de aluminio y con una asidera de cuero. Al menos servirá para un buen golpe.
Veo los primeros caídos en el campo frente a la cornucopia. Otros tributos están por ahí, escogiendo y revisando lo mejor que haya, seguramente. Reconozco a Huntara por su tamaño general, a los dos Tributos del Reino Uno, el Dos y el Cuatro. Bien, creo que puedo ir por agua mientras ellos están ocupados aquí. Después regresaré para seguirlos y ver si puedo encontrar un momento para unirme a ellos. Aunque todavía no tengo ninguna idea de cómo lo lograré.
Me dejo caer junto a mi mochila, agotada. De todos modos, necesito revisarla antes de que caiga la noche y ver qué tengo para trabajar. Cuando desabrocho las correas, noto que es robusta, aunque tiene un color muy desafortunado. Este naranja casi brilla en la oscuridad; tomo nota de que tengo que camuflarla en cuanto se haga de día.
Abro la solapa; en este momento, lo que más deseo es agua. El consejo de Shadow Weaver de encontrarla de inmediato no era arbitrario: no duraré mucho sin ella. Quizá pueda funcionar durante unos cuantos días con los feos síntomas de la deshidratación, pero después me deterioraré hasta quedar indefensa y moriré en una semana, como mucho. Saco con cuidado las provisiones: un fino saco de dormir negro que guarda el calor corporal; un paquete de galletas saladas; un paquete de tiras de cecina de vaca; una botella de yodo; una caja de cerillas de madera; un pequeño rollo de alambre; unas gafas de sol; y una botella de plástico de dos litros con tapón para llenarla de agua, aunque está vacía.
Nada de agua. ¿Tanto les habría costado llenar la botella? Me doy cuenta de lo secas que tengo la garganta y la boca, de las grietas de los labios. Llevo moviéndome todo el día, hacía calor y he sudado mucho. Esto lo hago en casa, pero siempre he tenido arroyos para beber o nieve que derretir, si la cosa llegaba a ese extremo.
Mientras vuelvo a meter las cosas en la mochila, se me ocurre una idea horrible: el lago, el que vi mientras esperaba a que sonase el gong, ¿será la única fuente de agua del estadio? Así garantizarían que todos tuviésemos que luchar. El lago está a un día entero de camino desde aquí, una excursión muy dura si no tengo nada para beber. En cualquier caso, aunque llegara, seguro que lo custodian algunos de los tributos profesionales. Empieza a entrarme el pánico, hasta que recuerdo el conejo que salió corriendo al principio de la jornada; él también tiene que beber, sólo hay que descubrir dónde.
Empieza a anochecer y no me encuentro cómoda. Los árboles son demasiado ralos para esconderme, y la capa de agujas de pino que amortigua mis pisadas también hace que resulte difícil seguir el rastro de los animales para encontrar agua. Además, sigo bajando cada vez más hacia un valle que parece no acabar nunca.
También tengo hambre, pero no me atrevo a gastar mi preciado tesoro de galletas y cecina, así que saco el cuchillo y me pongo a cortar un pino, quitándole la corteza exterior y sacando un buen puñado de la interior, más blanda. Me dedico a masticarla lentamente mientras camino. Después de una semana disfrutando de la mejor comida del mundo, es algo difícil de soportar, pero he comido mucho pino en mi vida, me adaptaré rápidamente. Tengo las orejas bien atentas a cualquier sonido, pero ningún animal se me acerca.
Al cabo de una hora está claro que tengo que encontrar un sitio para dormir. Las criaturas de la noche salen de sus guaridas; oigo algún que otro aullido y a los búhos, lo que me hace pensar que tendré competencia en la caza de los conejos. En cuanto a si me verán como fuente de alimentación, es pronto para decirlo. A saber cuántos animales me están acechando en estos momentos.
Sin embargo, ahora mismo creo que mi prioridad son los otros tributos, ya que estoy segura de que seguirán cazando de noche. Los que lucharon en la Cornucopia tendrán comida, agua abundante del lago, antorchas o linternas y armas que estarán deseando usar. Sólo espero haberme alejado lo suficiente para estar fuera de su alcance.
Antes de acampar, saco mi alambre y coloco dos trampas de lazo en los arbustos. Sé que es arriesgado, pero no tardaré en quedarme sin comida y puedo preparar trampas sobre la marcha. En cualquier caso, camino otros cinco minutos antes de detenerme.
Escojo mi árbol con cuidado, un sauce no muy alto, aunque colocado en un bosquecillo con otros sauces, de modo que pueda ocultarme entre las largas ramas colgantes. Lo trepo utilizando las ramas más fuertes, cerca del tronco, y encuentro una bifurcación que me servirá de cama. Pongo el saco en la unión de las ramas y me hago un ovillo apretado dentro, con la cola rodeándome hasta la cara. Aunque soy lo bastante pequeña para taparme la cabeza con el saco, me subo también la capucha. Conforme cae la noche, la temperatura baja en picado. A pesar del riesgo que corrí al coger la mochila, sé que hice lo correcto, porque este saco de dormir en el que se refleja el calor de mi cuerpo para devolvérmelo no tiene precio. También me alegro de haber conservado las botas y los calcetines. Seguro que, en estos momentos, la principal preocupación de varios tributos es cómo entrar en calor, mientras que quizá yo pueda dormir algunas horas. Si no tuviera tanta sed...
Justo al caer la noche oigo el himno que precede al recuento de bajas. A través de las ramas veo el sello de Eternia, que parece flotar en el cielo. En realidad estoy viendo una pantalla enorme que transportan en uno de sus silenciosos aerodeslizadores. El himno termina y el cielo se oscurece un momento. En casa estaríamos viendo la repetición de todos y cada uno de los asesinatos, pero consideran que eso sería una ventaja injusta para los tributos supervivientes. Por ejemplo, si yo me hubiese hecho con el arco y hubiese matado a alguien, mi secreto estaría al descubierto. No, en el estadio sólo vemos las mismas fotografías que televisaron cuando salieron las puntuaciones del entrenamiento, simples fotografías de nuestras cabezas. Sin embargo, en vez de puntuaciones, lo que ponen debajo es el número del reino. Respiro hondo conforme surgen los rostros de los once tributos muertos y voy contándolos con los dedos.
La primera es la chica del Reino Tres, lo que significa que los tributos profesionales de los reinos Uno y Dos han sobrevivido. No me sorprende. Después, la chica del Cuatro. Eso no me lo esperaba, porque los profesionales suelen sobrevivir al primer día. Una chica del Reino Cinco... Supongo que la chica con cara de comadreja lo ha conseguido. Los dos tributos del Seis y el Siete. La chica del Ocho. Los dos del Nueve. Sí, ahí está el chico que intentó llevarse la mochila. He llevado las cuentas con los dedos, así que sólo queda un tributo muerto. ¿Será Adora? No, es la chica del Reino Diez. Ya está. Vuelven a poner el sello de Eternia con una última floritura musical. Después me quedo a oscuras y regresan los ruidos del bosque.
Me alivia saber que Adora sigue viva. Me repito que, si me matan, su victoria beneficiaría a mi madre y a Finn. Es lo que me digo para explicarme las emociones contradictorias que me despierta la hija del panadero: la gratitud por la ventaja que me dio al declarar su amor por mí en la entrevista; la rabia ante su alarde de superioridad en el tejado; el miedo de encontrarme cara a cara con ella en la batalla.
Once muertos, pero ninguno de Dryl. Intento repasar quién queda: cinco tributos profesionales; la comadreja, Thresh y Lonnie. Lonnie... Así que al final ha sobrevivido al primer día; no puedo evitar alegrarme. Con eso somos diez, mañana averiguaré los tres que me faltan. Ahora, a oscuras y después de haber caminado tanto y subido a lo alto de un árbol, ha llegado el momento de intentar descansar.
En realidad no he dormido mucho en los dos últimos días, a lo que hay que sumar la larga jornada de viaje por el campo de batalla. Dejo que los músculos se relajen poco a poco. Se me cierran los ojos. Lo último que pienso es que es una suerte que no ronque…
La tengo.
Conseguí el agua sin que me mataran en el intento y sin encontrarme con otro tributo. Vi peces en el lago y creo que podría hacer un anzuelo e intentar pescar alguno… lástima que no soy de las Salinas.
Me doy cuenta que es la primera vez que veo peces vivos, nadando. Son hermosos. La luz se refleja en sus escamas. Brillan a través del agua. Creo que esto es la iridiscencia. Me quedo entre unos arbustos cerca de la orilla. Simplemente mirándolos. También ya tengo un palo, largo pero algo delgado. No aguantara más que unos golpes fuertes.
Me meto al lago sin cuidado y me hundo casi hasta la cintura en lodo frío.
¡No sé nadar!
El terror me atenaza hasta que el palo se sostiene y me doy cuenta que no me hundo más. Mara debe estarse riendo mucho de mí. Bueno. Ahora sí tengo lo que estaba buscando. El atardecer se acerca y la temperatura empieza a bajar. Y yo estoy empapada de la cadera para abajo. Al menos no eche a perder las primera ordenes de Shadow. Regreso sobre mis pasos en la hierba pisoteada hasta la cornucopia, que ahora refleja duramente la luz dorada del cielo.
Los profesionales están llevando cosas a la orilla más cercana del lago.
Me mantengo agachada entre las hierbas altas para que no me vean. Pero yo puedo ver a otro tributo, uno de los pequeños, tratando de tomar algo mientras los demás están ocupados. Casi lo logra. Entonces Glimmer lo mira (¿Glimmer? ¡Así se llama la amiga de Catra!), trae el arco al hombro y lo prepara. Siento el impulso. No puedo permitir que pase… pero tiene que pasar. No tengo que hacer nada, solo mirar.
Pero ese arco no es de Glimmer, es de Catra. (¡Glimmer!) Algo me impulsa. La cuerda ya está tensa y el chico lo ha visto. La brusquedad de estos momentos llama la atención de los demás y Huntara se acerca con rapidez. La flecha se dispara y yo también. En el mismo momento.
Por lo menos la chica no es buena con el arco. La flecha pasa casi un metro lejos del chico, pero la impresión lo ha hecho tropezar y ahora solo está gateando desesperado. Huntara se acerca más y más, con una mueca de atroz alegría. Salgo desesperada desde las hierbas hasta el encuentro de ellos, gritando. Trato de pensar algo. Lo que sea. Entonces recuerdo que el chico es del Reino Tres, Fright Zone, de la tecnología.
—¡Espera! ¡Espe! —le grito a Huntara, pero me golpea con la guarda de la espada en la cabeza.
La adrenalina me ayuda a no perder el temple y entonces Huntara levanta la espada y la baja más rápido de lo que puedo atravesar mi palo, pero logro detenerlo un poco a costa de mi otro antebrazo.
—¡Espera, espera! ¡Es del Tres! ¡Podemos usarlo! ¿Cierto? —sigo hablando aunque la otra Glimmer se acerca, con el arco tenso otra vez. —¡¿Cierto?! —le grito al chico que sigue pasmado en el suelo.
Al ver que el resto de los profesionales vienen trotando, al fin reacciona.
—¡Sí! ¡Sí!
Huntara me avienta y quedo en el suelo junto al niño.
—¡Las minas! —dice a prisa el chico —¡Las minas, puedo volver a activarlas!
Los profesionales llegan y se cuestionan con la mirada.
—¿Qué pasa, Huntara? ¡Mátalos, Huntara! —dice con entusiasmo el otro chico alto del Uno.
—Ella —me señala con la espada y me da una patada en la pantorrilla. Los demás se ríen —dice que lo podemos usar a él —patea al otro chico también.
Lo amenaza con la espada y el chico recula.
—¡Puedo conectar las minas otra vez! ¡Podemos usar las minas! —ruega mientras atardece.
—¡Podemos desenterrarlas y poner trampas! —no sé de dónde me llegan estas ideas, pero los demás tributos pierden el entusiasmo para reemplazarlo por interés.
Lo discuten un momento. Miran a Huntara. Es la más fuerte. No la retaran en el primer día. Además me parece que está medio loca. Una niña grande con una espada y nadie que le diga que no. Eso puede ser muy malo para mí.
—Si no es cierto, te mataré despacio —lo amenaza Huntara.
El chico tiembla y no deja de asentir.
—Tú —me vuelve a golpear con la espada y apenas logro bloquearlo un poco con el brazo —ayúdalo, chica enamorada.
Vuelven a reírse y entre bromas negras y amenazas siguen trabajando.
Me quedo mirando con el chico y después de un rato, nos levantamos y vamos hasta los paquetes y cajas que todavía no han movido los otros. Encuentro pronto un botiquín y me atiendo la cortada del brazo y los golpes de la cara. Huntara de verdad se ha ensañado con ello. El chico revolotea a mi alrededor sin saber que hacer. Lo tranquilizo. Buscamos pronto y encontramos unas especies de lanzas que nos servirán de palas y picos.
Ahora tengo algunas dudas.
—¿Se supone que se desactivan después del contador, no? —le pregunto.
—No… No estoy seguro. Pero sí, deberían de estar inactivas ahora.
—Vale… ¿Vamos a probar un poco, no?
Y arrojó la lanza hasta la base del pilar más cercano. Eso debería de bastar para detonarla. Retrocedemos. No pasa nada. Me acerco con cuidado y recupero el gran palo de metal, que debe pesar al menos 15kg. Tomándola lo más lejos que puedo, pico la tierra y no pasa nada otra vez. La gente debe estar riéndose mucho de mí. Al menos eso espero, no que estén frustrados.
—Bueno, parece que podemos trabajar —le digo al chico y asiente.
El atardecer ya casi termina y no creo que pueda trabajar a oscuras.
—Mira, voy a empezar a desenterrarlas pero nos vamos a quedar sin luz. Busca una linterna o algo que podamos usar.
Huntara y los demás nos observan. En algún momento hacen ademanes amenazantes. Creo que no podremos descansar hasta que este listo. La noche se abre paso. El himno de Etheria resuena y el recuento de los tributos caídos empieza. Todos miramos el cielo. Cuento con aprehensión. Pero sí, Catra logró sobrevivir a la primera matanza.
Nunca me ha gustado el recuento de las muertes del primer día. Estaría sentada en nuestro comedor pero en realidad estaría pensando en cualquier otra cosa. Tal vez en Catra y si logró atrapar alguna ardilla para intercambiar por pan.
A veces la escucho en las mañanas o las tardes que se presenta a hacer los trueques, aunque está claro que nunca me atrevía a ser yo la que la recibiera en nuestra puerta trasera. Tal vez estaría tratando de hablar con Adam sobre algo de la escuela. Incluso preferiría escuchar los comentarios horripilantes de mi madre.
No sé si pretende ser como los eternianos, pero critica desde los uniformes hasta las muertes más tontas. Mi padre se limita a gruñir en asentimientos.
El ejercicio me protege del frío y hasta tengo que quitarme la chaqueta después de un rato porque empiezo a sudar. El chico es rápido, pronto monta unas luces a nuestro alrededor y me enseña que encontró un pequeño kit de supervivencia que trae más utensilios variados que las mochilas. Saco la primer mina con cierto miedo. Se que esta cosa me puede volar en muchos pedacitos. Hace tres o cuatro años uno de los tributos se resbaló porque tenía mal una pierna y llenó con pedazos de carne a los otros que tenía cerca. Ellos no empezaron a correr de inmediato.
El chico del Tres se pone a manipularla al pie de los reflectores y después de pocos minutos, ya la tiene.
—¿En serio? —le digo un tanto incrédula. La verdad no esperaba que esto pasara.
La deja en el suelo y aleja las lámparas y su herramienta.
Thyme llama a Huntara y los demás llegan. No me di cuenta de que nos seguían vigilando. Debo prestar más atención. Thyme es capaz de matarme a 20 metros con uno de sus cuchillos.
—Muy bien, chico listo. Sino funciona, ya sabes lo que te pasará —es lo primero que nos dice cuando se acerca.
Con los dedos cruzados, lanzó una roca hasta la mina, y aunque no tengo la puntería de Catra o Thyme, la piedra rebota un poco antes y al segundo salto aterriza sobre la mina ¡y todos nos echamos al suelo! La mina explota y todo lo que estaba a casi dos metros de radio junto con ella.
El chico de Luna Brillante, Marvel, y Huntara gritan como locos cuando se ponen de pie.
—¡Excelente! Bien, chica enamorada, tú y tu amigo tienen mucho trabajo —esta vez no me golpea, solo me empuja un poco por el hombro —¡Vamos! ¡Quiero una pila con las provisiones y las minas rodeándola! —ordena con feroz ánimo.
Es capaz de romperme el cuello, seguro, pero también tiene cierta inteligencia. Supongo que no vienes desde el Reino Dos y ser un profesional por nada. He escuchado decir que además de ser un gran honor, luchan por tener el derecho a ofrecerse voluntario.
El resto de la noche se va en seguir cavando, llevando las minas hasta donde han reunido toda la comida y demás suministros. Al cabo la chica del 4 nos ayuda a cavar, eso hasta que Thyme detecta en la lejanía una lucecilla naranja… algún tributo no ha logrado soportar el frío. Yo lo siento en la piel desnuda de la cara y los brazos, pero no me cala porque sigo moviendo tierra, cajas y minas desactivadas. No nos han dejado comer y aprovechó la pausa para buscar raciones. Huntara me mira un momento pero le sostengo la mirada. Tal vez no me mate ahora, pero tampoco puedo dejar que crea que no presentare pelea. Levanta un poco la barbilla con desdén pero no me dice nada mientras abro un paquete de galletas saladas.
Estoy muy cansada.
Me pesa el cuerpo y apenas puedo tener los ojos abiertos. Ya casi terminamos con las minas. Los profesionales se han turnado para dormir aunque sea un par de horas.
—Ya paso casi una hora desde que la encendió, seguro que se quedó dormido —comenta uno de los otros.
—Entonces vamos a enseñarle por qué no debes prender fuego en medio de la noche —dice Glimmer con sed de sangre.
—Hey… pero no podemos dejar a estos dos solos… —le dice Thyme a Glimmer en lo que cree que es voz baja.
—Ese no es problema. Tú, enano, termina con esas minas y más te vale que este todo tal cual cuando volvamos o me encargare de cazarte personalmente —lo amenaza Huntara—. Chica amorosa, vienes con nosotros.
Y ahora soy parte de la partida de caza para el tributo que no pudo resistirse al frío. La sola posibilidad de que sea Catra me espabila. Después recuerdo que ella seguramente es lo bastante lista para no encender una fogata en medio de la noche y dar su ubicación a gritos. De verdad lo siento por el tributo que va a tener que enfrentarse a los profesionales en un rato. Avanzamos en medio del bosque, hacia el valle. Trato de pensar que esto es no más que un paseo. Nunca he visto un bosque de noche, ni de ningún otro modo. El pequeño resplandor nos guía y andamos sin cuidado, seguros de que ninguno de los otros tributos intentara acercarse a lo que llaman "la manada", el grupo de profesionales del que ahora formo parte.
Todavía no sé bien cuáles son los siguientes pasos a seguir.
Espero que la gente en casa comprenda un poco. El hecho de que me lancé en medio del chico del Tres para que no lo mataran tal vez ayude. Ojalá que Adam lo entienda. Que mi padre sepa que todo es por un esquema mayor. En realidad no quiero estar con ellos.
Las linternas y antorchas alejan también a los animales, aunque no tenemos necesidad de cazar. No creo que los otros tributos se acerquen tan pronto al lago tampoco. La vemos a lo lejos, lo que queda de una fogata, la chica está fuertemente apretada en su ropa y un pedazo de plástico. Es la otra felina. Se echan a correr a los pocos metros y ella se despierta. Nos ruega sin sentido. Huntara juega con ella un momento, para clavarle su espada en el torso al siguiente.
Su grito.
Su grito lo tendré siempre conmigo. Lo siento. Lo siento.
Se ríen, esculcan sus cosas. No hay nada que les interesé. Nos alejamos en silencio, tal vez buscando más victimas ya que hemos venido hasta acá. Muevo un miembro después del otro, en automático. La matanza de la cornucopia fue distinta. ¡Pero Huntara la ha atravesado como si nada! Empiezan a discutir pero no les hago caso porque no puedo creer que de verdad estoy aquí. Otra vez quisiera llorar. El estupor me lo impide.
—Sí. No quiero tener que perseguirla dos veces —dice Glimmer, que trae las flechas plateadas de Catra a la espalda. Creo que llevan discutiendo un momento.
La están cazando a ella también. Shadow tuvo toda la razón al decirme que debía unirme a ellos. Todo esto es tan extraño. No lo puedo procesar.
—¡He dicho que está muerta! —rezonga Huntara.
—¡Estamos perdiendo el tiempo! ¡Iré a rematarla y seguiremos moviéndonos! —les grito sin darme cuenta.
Huntara seguirá jugando con la chica, la despedazara. Retrocedo los pasos que dimos hasta encontrarla, sosteniéndose el estomago o algo. Se está arrastrando un poco hacia los arbustos y helechos. Su sangre refleja la luz de las lunas, muy negra y oscura.
He aplastado algunas ratas y ratones, he sacrificado a dos de nuestros cerdos y hasta unos conejos que Adrien consiguió una vez. Puedo hacer esto. La chica me lanza un pequeño maullido.
—Lo siento, lo siento… —le susurro cuando me inclino sobre ella y le clavo el largo cuchillo que Marvel me dio en el pecho y lo retuerzo—. Lo siento…
Entonces suena el cañón.
¡Crac! El ruido de una rama rota me despierta. ¿Cuánto llevo dormida? ¿Cuatro horas? ¿Cinco? Tengo fría la punta de la nariz. ¡Crac! ¡Crac! ¿Qué está pasando? No es el ruido de una rama pisada, sino de una que se ha roto en el árbol. ¡Crac! ¡Crac! Cálculo que está a varios metros a mi derecha. Me vuelvo hacia allí lentamente y sin hacer ruido. Durante unos minutos no hay más que oscuridad y ruido de movimiento, pero después veo una chispa y el inicio de una pequeña fogata. Un par de manos se calientan encima, aunque no distingo nada más. A pesar de mi ventaja natural para ver de noche, está lejos para notarlo a detalle.
Tengo que morderme los labios para no gritar todos los insultos que me sé. ¿En qué estará pensando? Los que lucharon en la Cornucopia, con su fuerza superior y sus generosas provisiones, quizá no hubiesen visto el fuego entonces, pero ahora que ya estarán rastreando el bosque en busca de víctimas... Es como agitar una bandera y gritar: "Venir por mí!". Y aquí estoy, a tiro de piedra del tributo más idiota de los juegos, atada a un árbol y sin atreverme a huir, porque acabaría dándole mi ubicación exacta a cualquier asesino que la buscase. Es decir, sé que hace frío y que no todos tienen un saco de dormir, ¡pero hay que apretar los dientes y aguantarse hasta el alba!
Me quedo dentro del saco hecha una furia durante un par de horas, pensando en que, si pudiera salir del árbol, no me importaría cargarme a mi nuevo vecino. Mi instinto me dice que huya, no que luche, aunque, obviamente, esta persona es un riesgo. La gente estúpida resulta peligrosa, y éste seguro que no tiene armas, mientras que yo cuento con un excelente cuchillo.
El cielo sigue oscuro, pero noto que se acerca el amanecer. Empiezo a pensar que quizás hayamos (es decir, la persona cuya muerte planeo y yo misma) pasado desapercibidos. Entonces lo oigo: varios pares de pies que echan a correr. El de la hoguera debe de haberse quedado dormido. Caen sobre ella antes de que pueda escapar; ahora sé que es una chica, porque oigo sus súplicas y el grito de dolor que las acalla. Después hay risas y felicitaciones de varias voces. Alguien grita: "¡Doce menos, quedan once!". Los demás lo vitorean.
Así que luchan en manada; no me sorprende. A menudo se forman alianzas en las primeras etapas de los juegos; los fuertes se agrupan para cazar a los débiles y, cuando la tensión empieza a crecer demasiado, se vuelven unos contra otros. Está bastante claro quiénes forman la alianza: serán los tributos profesionales que quedan de los reinos 1, 2 y 4, dos chicos y tres chicas, los que comían juntos.
Durante un momento los oigo registrar a la chica en busca de provisiones. Por sus comentarios sé que no han encontrado nada bueno. Me pregunto si la víctima será Lonnie, aunque descarto la idea rápidamente, porque ella es demasiado lista para hacer una hoguera.
—Será mejor que nos vayamos para que puedan llevarse el cadáver antes de que empiece a apestar.
Estoy casi segura de que es la bruta del Reino 2. Oigo murmullos de aprobación y, horrorizada, veo que se dirigen a mí. No saben dónde estoy. ¿Cómo iban a saberlo? Y estoy bien escondida entre los árboles, al menos mientras el sol siga bajo. Después, mi saco de dormir negro pasará de servirme de camuflaje a ser un problema. Si siguen avanzando pasarán por debajo de mí y desaparecerán en un minuto.
Entonces, los profesionales se detienen en el claro que se encuentra a unos diez metros de mi árbol. Tienen linternas y antorchas, veo un brazo por aquí y una bota por allá a través de los huecos de las ramas. ¿Me habrán visto? No, todavía no. Por sus palabras sé que tienen la cabeza en otra parte.
—¿No tendríamos que haber oído ya el cañonazo?
—Diría que sí, no hay nada que les impida bajar de inmediato.
—A no ser que no esté muerta.
—Está muerta, la he atravesado yo misma.
—Entonces, ¿qué pasa con el cañonazo?
—Alguien debería volver y asegurarse de que está hecho.
—Sí. No quiero tener que perseguirla dos veces.
—¡He dicho que está muerta!
Empieza una discusión, hasta que uno de los tributos silencia a los demás.
—¡Estamos perdiendo el tiempo! ¡Iré a rematarla y seguiremos moviéndonos!
Casi me caigo del árbol: la que hablaba era Adora.
Notes:
¿Que tal?
¿Les gustaría una lista con los 24 tributos? XD jaja probablemente hasta a mí me haga falta.
Nos vemos próximamente! Y que la suerte esté siempre de su lado!
