Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor

Capítulo 1 — La primera boda del año

Inuyasha ajustó su corbata frente al espejo del hotel por quinta vez. Se veía bien, lo sabía. Pero no era eso lo que lo tenía nervioso. Sujetando unas tarjetas arrugadas en la mano, respiró hondo y empezó a leer en voz alta.

—"Cuando Miroku conoció a Sango, no sabíamos si la historia terminaría en una orden de restricción o en el altar." —Pausa dramática—. "Spoiler: terminó en el altar. Lo que no es justo, considerando que era mi mejor amigo… hasta que Sango llegó y lo secuestró con su maldito encanto."

—¿Qué es eso? —preguntó una voz femenina entre risas, desde la cama del hotel—. ¿Estás seguro de que eso es un discurso de padrino y no una carta de celos?

Inuyasha se giró para ver a Kagome sentada con las piernas cruzadas, comiéndose las papas del minibar sin ninguna culpa.

—No me estás ayudando —gruñó, lanzándole una mirada.

—Es que… —dijo, conteniendo otra carcajada—. Suena como si estuvieras a punto de declarar tu amor eterno por Miroku y advertirle a Sango que se cuide.

—¡No seas ridícula! Solo digo la verdad. Desde que empezaron a salir, me cambió por completo. Antes salíamos a jugar videojuegos los viernes, ahora me cancela por "noche de spa en pareja".

—Ajá. Claro. Muy heterosexual todo —bromeó Kagome, metiéndose otra papa en la boca—. Te van a tachar de estar enamorado de tu mejor amigo, Inuyasha.

Él rodó los ojos.

—No sé escribir discursos cursis. No soy así.

—Entonces hazlo divertido. Sé tú. Cuenta alguna anécdota graciosa, algo que los represente. No lo hagas sobre ti, hazlo sobre ellos.

Inuyasha bajó la vista a sus tarjetas, como si de pronto le hubieran perdido todo el sentido.

—No sé si pueda hacer eso.

Kagome lo miró en silencio por un momento, luego sonrió, esta vez sin burla.

—Claro que puedes. Solo estás nervioso. Es la primera boda del año, y eso siempre da nervios.

—Bueno, aunque esté perdiendo un amigo, al menos Kikyo estará en la boda —soltó él, como si se lo recordara a sí mismo más que a ella.

Kagome parpadeó, confundida.

—¿Kikyo? ¿Quién es esa?

—¿Cómo que quién es Kikyo? —dijo Inuyasha, como si acabara de escuchar una blasfemia—. Estuvo en una fiesta de mi fraternidad… casi pasa la noche en mi habitación. En otra fiesta casi nos besamos. Pero cuando la llevé a su casa… bueno, ahí sí nos besamos.

—Ah, wow —dijo Kagome, con tono exageradamente despreocupado—. Supongo que la olvidé para guardar en mi memoria algo más importante. Como la vez que casi te caes del escenario cantando Livin' on a Prayer en karaoke.

Inuyasha la miró de reojo, y aunque intentó ocultarlo, una sonrisa se asomó en sus labios.

—Eso fue una gran interpretación.

—Eso fue una tragedia en tres actos —replicó Kagome, riendo—. Pero sí, inolvidable.

Él resopló, volvió al espejo y se concentró en arreglar el cuello de su camisa una vez más. Kagome dejó la bolsita de papas en la mesa, se levantó y se acercó.

—Anda, lee de nuevo tu discurso. Esta vez sin sonar como que estás a punto de pelearte con la novia.

Inuyasha suspiró, alzó las tarjetas, y empezó de nuevo.

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El salón estaba iluminado con una calidez dorada, y el bullicio alegre de los invitados llenaba cada rincón. Inuyasha, de pie junto al escenario improvisado, sostenía una copa de champán en una mano y un micrófono en la otra. Se aclaró la garganta, y por un segundo, todos los ojos se posaron sobre él.

—Hola a todos —empezó, algo tieso—. Para los que no me conocen, soy Inuyasha, padrino del novio, y… examigo íntimo del susodicho, antes de que Sango lo raptara para siempre.

Risas estallaron por todo el salón.

—No, en serio. Cuando Miroku conoció a Sango, pensé que era otra de sus fases, como cuando decidió que iba a ser surfista sin haber tocado una tabla en su vida. Pero esta vez… esta vez fue diferente. La forma en que la miraba, como si Sango tuviera todas las respuestas del universo. Spoiler: no las tiene. Pero igual se casó con ella.

Más carcajadas.

—Y no puedo estar más feliz por ellos. Sango, si algún día necesitas chantajearlo, tengo fotos. Miroku, si algún día te arrepientes… demasiado tarde, amigo. Ya firmaste.

Una última ola de risas.

—Así que me gustaría que todos levantáramos las copas y brindemos por Sango y Miroku. Los quiero mucho. Felicidades.

Los aplausos retumbaron mientras las copas tintineaban al unísono. Inuyasha bajó del pequeño escenario con una sonrisa y se acercó a los novios, que lo recibieron con abrazos y carcajadas.

—¡Estuvo perfecto, idiota! —le dijo Miroku, dándole una palmada en la espalda.

—Gracias, Inuyasha —añadió Sango, emocionada—. En serio, nos hiciste reír y llorar. Aunque si tengo que ver esas fotos…

—Son parte del paquete matrimonial —respondió él, guiñándole un ojo.

Mientras la música empezaba a sonar y los novios se preparaban para su primer baile, Inuyasha se abrió paso de nuevo hacia la mesa de los solteros. Allí, Kagome lo esperaba con una sonrisa torcida y un par de copas de más encima.

—Vaya, vaya —dijo, alzando su copa medio vacía—. ¿Quién te ayudó con ese discurso, eh?

Inuyasha se dejó caer en la silla junto a ella y alzó una ceja.

—¿Estás insinuando que no tengo talento natural?

—Estoy afirmando que, de no haber sido por mi brillante crítica constructiva, eso hubiera sido un funeral en lugar de una boda.

—Gracias, crítica de bodas borracha.

Kagome se rio, esa risa suya que siempre se le escapaba un poco de más cuando estaba pasada de copas.

En ese momento, una mujer elegante, de vestido esmeralda y labios rojos perfectamente delineados, se acercó a la mesa. Se inclinó ligeramente hacia Inuyasha, con una copa en la mano y una sonrisa encantadora.

—¿Puedo decir algo? Tu discurso fue genial. Divertido, tierno… muy tú. No pude dejar de reír. De verdad, felicidades.

Inuyasha, algo sorprendido, murmuró un "gracias" mientras la mujer le guiñaba un ojo y se alejaba lentamente.

Kagome, con una expresión que se fue apagando poco a poco, bajó la mirada a su copa vacía.

—Claro… otra más —murmuró.

—¿Qué?

—Nada —dijo, dejando la copa en la mesa y poniéndose de pie—. Voy a bailar un rato. Ya sabes, por eso de aprovechar el alcohol.

—¿Sola?

—¿Esperabas que me invitara tu club de fans?

Y sin esperar respuesta, se alejó hacia la pista, moviéndose al ritmo de la música entre las luces y la gente. Inuyasha la miró por un instante antes de encogerse de hombros y dar otro sorbo a su champán.

No entendía por qué Kagome se molestaba tanto con esas cosas.

La pista de baile comenzaba a llenarse mientras los novios se movían lentamente entre los invitados, iluminados por las luces suaves del salón. Kagome se balanceaba sola, sin un rumbo claro, hasta que Sango se acercó con una sonrisa cálida y los ojos brillosos por la emoción… y por unas cuantas copas de vino.

—Kagome —dijo, tirando de ella hacia un abrazo—. Gracias por venir, en serio. No sé qué hubiera hecho sin ti.

Kagome sonrió, algo mareada pero genuinamente feliz por su amiga.

—Te ves preciosa. Y tranquila, aún tengo tiempo para arrepentirme y raptarte antes de que firmes el acta.

Sango se rio y le dio un apretón fuerte antes de alejarse.

Kagome notó a Inuyasha acercándose desde la mesa de los solteros. Por un momento, pensó que quizá iría a bailar con ella. Se detuvo, medio esperanzada, medio tambaleante… pero antes de que él llegara, una mujer se interpuso en su camino.

Kikyo.

Alta, elegante, con ese aire de misterio que parecía envolverla como un perfume caro. Inuyasha sonrió apenas la vio, y su expresión cambió por completo. Sus ojos se iluminaron.

Kagome se quedó inmóvil, observando desde unos pasos de distancia cómo comenzaban a hablar.

—Vaya, tu discurso fue excelente —dijo Kikyo, acercándose con naturalidad—. Me reí mucho. ¿Siempre fuiste así de encantador?

—A veces —respondió Inuyasha, intentando sonar casual mientras internamente se repetía: "Juega bien tus cartas. No la arruines. Esta vez puede funcionar."

La conversación fluía con tanta naturalidad que ni notó cuando Kagome se acercó, con una media sonrisa pegada a los labios y el paso algo torpe.

—Gracias. Nos tomó una eternidad escribirlo —dijo ella, mirando a Kikyo.

Kikyo la observó, algo sorprendida.

—¿Tú lo ayudaste?

—Sí. —Kagome alzó la barbilla con algo de orgullo—. Lo divertido lo escribí yo, y lo tonto él.

Inuyasha frunció el ceño.

—¿Por qué no vas a bailar lejos de aquí? —murmuró en tono bajo, como si quisiera barrerla de la escena sin ser demasiado obvio.

Kagome lo miró fijo, como si le costara enfocarlo.

—Eres una mala persona… —arrastró las palabras, dolida, y sin más, se dio media vuelta y se perdió entre la gente en la pista.

Kikyo la siguió con la mirada por un segundo.

—¿Era tu novia?

—¿Qué? No, no… —Inuyasha negó con la cabeza rápidamente—. Es Kagome. Somos amigos. Desde la prepa.

—Se nota que se llevan bien —comentó Kikyo con una ligera sonrisa.

Justo en ese momento, las notas suaves de una canción lenta comenzaron a sonar. Luces tenues cubrieron la pista como si la atmósfera misma se hiciera más íntima. Kikyo lo miró, expectante.

—¿Quieres bailar?

Inuyasha dudó apenas un segundo, pero al final, le ofreció la mano.

—Claro.

Y se internaron entre las parejas, mientras el salón seguía girando en una coreografía de copas, luces y sentimientos no dichos.

Kikyo y Inuyasha se deslizaban al ritmo lento de la música, rodeados de parejas que se mecían bajo las luces tenues del salón.

—¿Y tú cómo estás? —preguntó él, tratando de sonar casual, aunque su sonrisa traicionaba un entusiasmo juvenil.

—Estoy muy bien —respondió ella, sin dejar de mirarlo—. Aunque estas semanas han sido una locura con tanta boda. Ya sabes cómo es la temporada…

—¿Deprimida? —intentó adivinar él, con media sonrisa.

Kikyo rio suavemente.

—No. Ocupada.

Inuyasha asintió, intentando no sentirse torpe. Estaba tan concentrado en mantener la conversación ligera que tardó en notar un grito entre la música.

—¡Inuyashaaa, miraaa! ¡El pasooo del robot!

Giró la cabeza justo a tiempo para ver a Kagome en medio de la pista de baile, ejecutando lo que sin duda era el peor paso de robot que había visto en su vida. Las manos rígidas, los codos al aire, una rodilla medio doblada. Y la sonrisa más grande del mundo en su rostro.

—Por favor, ignórala —dijo Inuyasha volviendo la vista a Kikyo con un suspiro—. Está pasando por una ruptura. Se pone rara cuando bebe.

Kikyo sonrió de lado, divertida.

Pasaron unos minutos más bailando, hasta que la canción terminó. La siguiente comenzó con un ritmo animado, pero Kikyo se detuvo.

—Creo que ya me voy —dijo con amabilidad—. Fue una noche larga.

—¿Te acompaño a la salida?

—Claro.

Caminaron juntos por el pasillo que llevaba a la entrada del salón, donde la música ya se sentía más lejana. Afuera, la brisa era fresca y el cielo, oscuro y sereno.

—¿Estás seguro de que Kagome va a estar bien? —preguntó Kikyo, mientras se acomodaba el bolso en el hombro.

Inuyasha alzó una ceja como si la pregunta le sorprendiera.

—Sí. Ella siempre está bien. Solo necesitaba un hombro para llorar. Ya sabes, lo malo de estar en la mesa de los solteros.

Kikyo se detuvo un momento, girándose hacia él.

—Pues deberías hacer algo para cambiar de mesa —dijo con una sonrisa cómplice.

Inuyasha se encogió de hombros.

—Para eso tendría que estar en una relación.

—No debería ser tan difícil para ti —dijo ella, bajando la voz—. Eres divertido, guapo, encantador...

La mirada de Inuyasha bajó a sus labios, y como si todo fuera inevitable, empezó a acercarse.

Pero Kikyo levantó suavemente una mano entre ellos.

—Creo que te di señales equivocadas —dijo con cuidado, alzando la mano izquierda.

Un anillo de compromiso, grande y brillante, relucía en su dedo.

—Estoy felizmente comprometida.

El mundo de Inuyasha se congeló por un segundo.

—Oh… —dijo, retrocediendo un paso, rascándose la nuca—. Yo… lo siento. No sabía.

—No te preocupes —respondió Kikyo, sin rastro de incomodidad—. Fue lindo hablar contigo. De verdad.

Y sin más, le dio un beso en la mejilla, sonrió con elegancia y se alejó, dejando a Inuyasha en la puerta del salón, solo, procesando lo que acababa de pasar.

Ahí estaba él. Con traje, copa en mano y cara de… el más grande de los idiotas.