Ese martes Helga y Arnold llegaron temprano a la escuela. Ambos tuvieron la misma idea: evitar a sus respectivos mejores amigos, porque, Cristo, sería demasiado obvio.

Sentados en el salón, comentándolo, compartieron una risa apagada. El chico se había pasado al puesto de Phoebe para estar más cerca de su novia. Tenían un cuaderno abierto, con la excusa de estar revisando una tarea de escritura del chico.

Gerald y Phoebe aparecieron unos diez minutos antes que empezara la clase, así que Arnold agradeció a Helga su ayuda, cerró el cuaderno y le dejó libre el espacio a la chica de lentes, quien miró extrañada a los dos rubios. Gerald movió la cabeza de lado a lado. ¿Qué había pasado ese fin de semana? Era como si de pronto todos los malentendidos de los últimos meses se hubieran arreglado.

Antes del descanso, Helga le escribió a Phoebe una nota:

»Tengo algo que contarte. ¿Subimos?«

La chica de lentes sabía que solo haría eso por algo importante, así que asintió como respuesta. En cuanto sonó el timbre ambas tomaron sus chaquetas y se dispusieron a salir.

Gerald iba a acompañarlas, pero una mirada de Phoebe le dio a entender que no era el momento y que mirara a Arnold. El moreno obedeció, su amigo a su lado lucía pensativo.

–Viejo, ¿vamos por unos dulces?–dijo–. Muero de hambre

–Sí, vamos–Contestó Arnold.

Mientras caminaban hacia las maquinitas, el rubio esperaba que ese no hubiera sido el destino de las chicas. Debió ponerse de acuerdo con Helga para no tener ese problema. Pero una vez que llegaron al lugar, no las vio. Suspiró aliviado, pero Gerald de inmediato lo arrastró lejos de ahí, hasta la cafetería. Sacaron algo de las otras maquinitas y luego miraron alrededor. Vacío.

–Ok, amigo, ¿qué pasó este fin de semana?–dijo Gerald.

–Invité a Helga a salir–Murmuró.

–¡¿Qué?!

–Estamos saliendo

Decirlo era extraño.


–Y tuvimos una cita el sábado–dijo Helga, mirando en otra dirección–. Solo fuimos al cine, no es la gran cosa

–¡No me digas que no es la gran cosa! Es lo que has querido toda la vida

La rubia rascó su brazo, incómoda.

–No quiero que sea la gran cosa... no estoy lista, Pheebs. Arnold dijo que le gusto y mi primera reacción fue negarlo

–Pero Helga...

–Si no fuera por su insistencia, lo habría arruinado

La más pequeña notó que su amiga estaba al borde de las lágrimas. Decidió abrazarla.

–Ya, ya, Helga. Al final las cosas resultaron bien, ¿no?


–No puedo creer que lo hayas hecho–Comentó Gerald–¿Y qué hay de Edith?

–¿Qué pasa con ella?

–Por favor, viejo... le gustas a la chica, no deja de coquetearte, Helga la matará

–Tendré que hablar con ella–Suspiró.

–Viejo, ¿estás seguro de que quieres salir con Helga?

–Claro que sí

–La misma que te ha molestado toda la vida

–Lo sé

–Se ha burlado de tu cabello, tu ropa, tu voz, tu forma de ser...

–Ya lo sé, Gerald–Rodó los ojos.

–Amigo, solo espero que sepas en lo que te estás metiendo

–Gerald, lo sé, conozco a Helga desde siempre

–No solo eso. Pataki es complicada, tiene más problemas de los que puedes manejar y no puedes arreglarlo todo ni salvar a todo el mundo

–¡Gerald!

–No me malentiendas–Sonrió con sinceridad.–, pero viejo, tienes un complejo de caballero blanco y ella no es una princesa atrapada en una torre

Arnold sonrió.

–Lo sé, Gerald. Helga es el dragón–dijo.

–Eso parece correcto–Reconoció su amigo, riendo.– ¿Pero no es un poco rudo incluso para ella?

Arnold le contó sobre lo que Helga le había dicho al respecto y ambos rieron.

–Al menos lo tienen claro–Gerald sonrió.–. Amigo, esta mañana se veían muy felices los dos juntos–Le dio unas palmaditas en la espalda.–. Solo espero que sigan así

–Gracias, Gerald


Los cuatro se encontraron de regreso al salón. Arnold notó de inmediato los ojos de Helga. Le preguntó en un susurro si estaba bien. Ella asintió, pero en ese momento llegaron otras personas al salón.

–Métete en tus asuntos, cabeza de balón–dijo, cruzándose de brazos y mirando en otra dirección.

Al chico le tomó un segundo entender que ella no quería a toda la clase murmurando sobre ellos. Asintió.

–Como digas, Helga–dijo, tomando asiento en el momento en que sonaba el timbre.

Con eso, Arnold tenía otro asunto que atender, pero debía hacerlo con discreción. La oportunidad se dio al final del día, cuando iban a reunirse para estudiar. Antes que se fueran, se acercó a sus amigas.

–Edith... –dijo– ¿Tienes unos minutos? Hay algo que me gustaría conversar contigo

–Claro–dijo ella, pestañeando lentamente.

–Los alcanzo en la biblioteca–dijo Arnold.

–Nos vemos mañana, Edith–dijo Lila y se acercó a la puerta, para esperar a Helga junto a Gerald.

La rubia terminó de guardar las cosas y se fue, apretando los dientes. ¿Qué demonios tenía que hablar su cabeza de balón con la sosa de Edith McDougal?

No podía actuar de forma sospechosa. Lila se daría cuenta. Y aunque sabía que no iría contándole a todo el mundo, no estaba lista para que más personas supieran de ellos.

«Rayos... »

Se alejaron por el pasillo y Helga decidió pasar al baño.

–¿Te esperamos?–dijo Gerald.

–No, adelántense, los alcanzo en la biblioteca

Gerald rodó los ojos. Sospechaba lo que estaba pensando Pataki, pero también conocía bien a su amigo, así que decidió no intervenir.

–Vamos, Lila

La pelirroja asintió y siguió al moreno.

Helga esperó que se alejaran y se planteó regresar al salón para espiar.

–¿En verdad vas a desconfiar de él?–Se dijo frente al espejo.– Es Arnold...

«Y está con Edith... »

«No le gusta Edith, dijo que no le gusta Edith... dijo que le gustas tú... »

«¿Qué demonios tiene que hablar con Edith?»

«¿Así quieres empezar algo con él?»

«Es Arnoldo... es la persona más dulce, buena y preocupada... él... »

Cerró los ojos un momento. Por un lado, él se enfadaría si se daba cuenta, por otro, la idea de que estuviera hablando a solas con Edith la estaba volviendo loca.

Comenzó a dar vueltas en el baño, sopesando las posibilidades.


...~...


Edith seguía de pie junto a su pupitre, viendo como Stinky, Sid y Harold eran los últimos en salir.

–¿Qué es lo que querías decirme?–dijo ella en cuanto estuvieron solos.

–Bueno, esto... es un poco incómodo...–Respondió él, tratando de enfocarse.–. No quiero tener malos entendidos... y sobre lo que pasó en la fiesta... no se puede repetir, no está bien

–Pensé que te había gustado... –Comentó confundida.

–Edith, eres agradable y me gusta que seamos amigos, pero... me gusta alguien más... en serio me gusta... y no creo que esté bien que sigas coqueteando conmigo

–¿Entonces te das cuenta de que lo hago?

–La verdad no mucho, Gerald tuvo que decirme

Edith tenía una sonrisa triste.

–Lo entiendo–dijo, acomodando la correa de su bolso en su hombro–. Espero que tu novia no se ponga celosa si seguimos siendo amigos

–No he dicho que esté saliendo con alguien

–Vamos, Arnold, no soy tonta. Si solo te gustara alguien no tendrías que decirme nada. Gracias por ser tan atento–Le sonrió, esta vez de forma genuina.–. Eres encantador, Arnold Shortman. Suerte con tu chica

Edith sujetó con fuerza su bolso y se alejó.

Arnold dejó escapar un suspiro y luego de recuperar la compostura se dirigió a la biblioteca, pero al pasar junto al baño de chicas escuchó una voz familiar. Esperó unos minutos y, como no salía nadie, decidió tocar la puerta.

–Helga, ¿eres tú?–dijo.

–¿A-Arnold?

–¿Estás bien?

–Yo... sí... sí...

La chica dio un largo respiro y salió.

–¿Qué haces aquí?–dijo ella.

–Te escuché hablando sola ¿Estás bien?

–No es asunto tuyo, cabeza de balón

Arnold miró a todos lados.

–Helga–Murmuró.–, lo digo en serio

–Sí, no pasa nada... vamos

–Espera–El chico levantó su mano y le acomodó un mechón de cabello que se había escapado de su peinado.

–¡¿Quién dijo que podías tocarme?!–Respondió ella, apartándole la mano y empezando a caminar.

Arnold sonrió, siguiéndola.

–¿Estás molesta?–dijo.

–No, claro que no ¿Por qué lo estaría?

–No lo sé–Entrecerró los ojos.– ¿Será que estás celosa?

–¿Celosa yo? ¡Ja!

–¿Entonces no te molesta que me haya quedado charlando con Edith?

–Como si me importara McDougal–dijo ella, apretando los dientes.

Arnold sonrió.

–Tenía que aclararle que no me interesa... y que no puede seguir coqueteándome

–¿Qué?–Helga se detuvo.– ¿Por qué hiciste eso?

–Porque no está bien que lo haga...

–¿Entonces le dijiste de nosotros?

–Claro que no... aunque... ella dedujo que salgo con alguien

–Genial, tarugo, ahora tenemos otro problema

–No creo que lo sea. Sé que Edith no te agrada, pero no he visto que se meta en la vida de otras personas

Helga cerró los ojos, haciendo un recuento mental.

–Tienes razón–Admitió.–. Pero no entiendo por qué tenías que hablarle

–Porque no quiero que te enfades con ella... o conmigo

–¿Por qué me enfadaría?–Evadió su mirada.– No es como que le hagas caso

–Helga, te conozco–Añadió entrecerrando los ojos.–. Sé que soy distraído y no suelo notar esas cosas, pero no quiero que ella te incomode

–¿Por qué me incomodaría, cabeza de balón?

–No lo sé, a mí no me agradaría ver que otros chicos te coquetean

–¿En serio?

–Supongo que no

–Bueno, Arnoldo, eso jamás pasará, porque soy Helga G. Pataki

–Helga, sabemos que no soy el único que se ha fijado en ti

–No hablemos de eso

–Lo que digas, Helga

La chica miró a la distancia la puerta de la biblioteca y luego hacia el pasillo. Nadie a la vista.

Se acercó y besó a Arnold. Fue un beso corto, suave y tierno.

–Después de estudiar, camina conmigo a casa, ¿sí?–dijo Helga.

Arnold asintió y ambos se dirigieron a la biblioteca.


...~...


Al día siguiente, tras boxeo, Helga volvió a ingresar a la escuela para dejar algunas cosas en su casillero. Ese día el entrenamiento estuvo duro y se lastimó el hombro, así que no quería cargar nada innecesario.

Con paciencia fue sacando todo, revisando mentalmente si tenía tarea pendiente en las materias del día siguiente. En su bolso solo quedó un cuaderno, un libro y el relicario. Lo sacó con cuidado y lo colocó en su cuello. Miró alrededor: el sol se había ocultado y estaba sola. Abrió su relicario, resistiéndose a recitar las palabras que se agolpaban por escapar de su pecho, porque habría sido incómodo que Brainy apareciera tras de ella como lo hacía antes, en especial después de lo que pasó entre ellos, así que sólo contempló la foto en silencio.

–Estúpido cabeza de balón–dijo con una sonrisa.

–¿Me llamaste?–Respondió la voz del chico cerca de ella.

Helga dio un brinco, asustada, volteando a verlo, batallando por esconder su relicario entre su ropa, para luego cerrar su casillero.

–¿Qué haces aquí?

–Todavía no termino la tarea de ciencias–dijo el chico, abriendo su propio casillero a unos cuántos del de ella, para buscar su cuaderno– ¿Cómo está tu hombro?

–¿Cómo lo sabes?

–Patty

–Supongo que no...

–No dije nada–Se adelantó, cerrando su casillero.–. La vi afuera y le pregunté por la clase. Entre otras cosas, comentó que te lastimaste el hombro y que te vio venir a la escuela todavía, así que tenía la pequeña esperanza de encontrarte–.Le sonrió, acercándose.–. Creo que tuve suerte

Helga miró alrededor, nerviosa, y antes que él reaccionara, se acercó, besándolo. Se había pasado todo el día con ganas de hacerlo. Arnold la abrazó con cuidado, respondiéndole con afecto.

Escucharon unos pasos y se apartaron conteniendo el aliento. Solo era el conserje que pasó de un salón a otro para seguir limpiando, al final de ese mismo pasillo. Intercambiaron una mirada de alivio.

–Te acompaño a casa–dijo el chico.

–No es necesario

–Quiero hacerlo–dijo con una sonrisa y estirando la mano añadió–. Dame tus cosas

–No

–Tu hombro

–Estaré bien

–Helga

–En marcha–Lo dijo acomodando su mochila y su bolso deportivo en el hombro bueno, pero no pudo esconder una mueca de dolor.

–Por favor, Helga–Arnold se paró delante de ella, con una mirada de enfado.–. Si tu hombro se resiente no podrás ir a boxeo por un tiempo

–Está bien–Rodó los ojos y dejó que él la ayudara.

Afuera ya estaba oscuro.

–¿Cómo va tu investigación, cabeza de balón?–Preguntó la chica.– ¿Has averiguado algo nuevo?

–Te extrañé los días que no nos vimos–Admitió, ofreciéndole la mano que ella tomó luego de echar un vistazo alrededor.–. Todavía es raro pensar que estamos saliendo

–¿Raro en qué sentido?–Estaba intentando frenar todas las ideas negativas que tenía.

–No lo sé, Helga. Te conozco desde siempre. Recuerdo cómo solías ser y cómo me hacías sentir. Si volviera atrás y le dijera al Arnold de nueve años que saldría contigo creería que enloquecí

–Si volviera atrás y le dijera a la Helga de nueve años que saldría contigo, me daría los cinco, me pediría todos los detalles y preguntaría con qué te amenacé para conseguirlo

Arnold la miró, curioso.

–¿Desde cuándo... te... gusto?

–Desde preescolar–Admitió.

–¿Qué? ¿Por qué?

–No quiero hablar de eso, Arnoldo, no ahora

El chico entendió la tristeza en la mirada su... novia. Se sonrojó.

–Está bien, Helga, no tienes que contarme si no quieres–Le acarició la mano con su pulgar y ella le dio un apretón como respuesta.–. Tenemos todo el tiempo del mundo...

–¿Por qué tan positivo, cabeza de balón?

–Alguien tiene que serlo

–Como yo lo veo, podrías hartarte de mí mañana

–Eso no va a pasar, Helga

Sonrió, tranquilo.

–Creo que solo tengo que acostumbrarme–Continuó el chico.–a que Helga G. Pataki sea mi novia

Ella enrojeció por completo.

–Si vuelves a decir eso, voy a golpearte–dijo ella, cerrando su puño libre y bajando la mirada.

–¿Acaso me equivoco?

–No, pero no tienes por qué decirlo en voz alta, tonto cabeza de balón

El chico asintió como respuesta.

–Entonces, solo pueden saberlo nuestros amigos

–Solo los tortolitos–Rectificó ella. El concepto de amigos era demasiado amplio.

–Solo Phoebe y Gerald–Corroboró.

–Exacto

–¿Y si alguien más se entera?

–¿Alguien como...?

–Digamos mis abuelos

–¿Les dijiste?

–No, pero no puedo evitarlos toda la vida

–¿Qué quieres decir?

–Me pasé el domingo evitando a Gerald y tuve que inventar excusas para no pasar el Día de los Veteranos con el abuelo, porque no podía dejar de sonreír pensando en ti, pero no quería faltar a la promesa que te hice

Helga lo miró, no había pensado en eso. Claro, ella podía pasar como una sombra por su casa, porque su vida y la de sus progenitores eran existencias aparte, pero Arnold se llevaba bien con su familia.

–Puedes decirle a tu familia, supongo que no harán un carnaval invitando a toda la clase para celebrar

–Espero que no, aunque con la abuela nunca se sabe

–¡Arnold!–Lo miró molesta.

–Lo siento–dijo entre risas–. Si mis abuelos quieren invitarte a casa ¿aceptarías?

–Supongo que sí

El resto del camino hablaron de sus respectivas prácticas. Esta vez el chico la acompañó hasta su casa. Cuando Helga abrió la puerta notó que Bob todavía no llegaba y Miriam estaba en la cocina.

–Puedo dejar tus cosas en tu habitación. Vendré por ti mañana–dijo el chico.

–No tienes que...

–No es una sugerencia–Respondió con seguridad.

Helga suspiró y entraron a la casa.

–Hola, Miriam–dijo asomándose a la cocina.

–Hola, hija–Levantó la mirada–. La cena estará en media hora

–Hola, señora Pataki–dijo Arnold.

–Hola, jovencito–Miró a su hija.

–Es Arnold, ya lo conoces–dijo la chica, rodando los ojos–. Me lastimé el hombro en boxeo y se ofreció a ayudarme con mi bolso mientras me recupero

–Oh, hija ¿estás bien? ¿Es muy grave?

–No, el entrenador dice que me dolerá un par de días

–Gracias por ayudar a Helga, jovencito ¿quieres quedarte a cenar?

–Arnold tiene que irse, mamá

–La verdad me encantaría–dijo él, sonriendo.

Mientras el chico dejaba su bolso deportivo cerca de la entrada, Helga lo miró con deseos de asesinarlo. No quería que su familia supiera que estaba saliendo con alguien, no sabía cómo iban a reaccionar y tampoco quería a su adorado cabeza de balón envuelto en problemas Pataki.

–Vamos, Arnoldo–dijo ella, subiendo la escalera.

El chico la siguió hasta su habitación sin decir nada.

–Tu casa es como la recordaba

–Sí, es una suerte que logramos recuperarla–dijo ella.

El chico dejó las cosas de Helga y su propia mochila junto a la cama de la chica.

Arnold miró el lugar. El cuarto de Helga había cambiado un poco. Posters de sus luchadores favoritos, algunas bandas de rock y punk, muchísimos libros, algunos cuadernos que jamás le vio en la escuela. Bastante organización. Luego la observó, sentada en la cama, mirándolo.

–¿Quieres... adelantar la tarea de ciencia mientras esperamos la cena?

–Puedo hacer la tarea más tarde–dijo.

–Es un poco complicada ¿estás seguro?

–De todos modos, la revisaremos mañana. Ahora tengo otros planes

–¿Cómo cuáles?

Se acercó a ella y le sujetó el mentón.

–Arnold... –Helga se echó hacia atrás, intentando huir– van a descubrirnos

–No lo creo

La besó suavemente, con cariño. Se atrevió a buscar su lengua, sintiendo la cálida humedad, perdiendo el aliento poco a poco. Era extraño tener a Helga en esa posición, generalmente era él quien debía levantar el rostro para alcanzarla.

Ella estaba asustada y al mismo tiempo en el cielo. Arnold la estaba besando en su habitación, en el mismo lugar donde cientos de veces fantaseó con él, donde le escribió y recitó poemas, lloró por su amor y bailó girando hasta caer; pero le aterraba que su madre los viera.

–Cariño, la cena está lista–Gritó Miriam desde la escalera.

Los adolescentes se apartaron, agitados.

–Ya vamos, mamá–Respondió la chica, esforzándose por sonar tan apática como siempre.

Sentía el aire entrando y saliendo de su pecho y la sensación de haberlo besado, otra vez, era como esa noche que fingían olvidar. Lo observó, no solo estaba igual de alterado que ella, parecía hipnotizado.

–Debemos ir–dijo Helga, obligándose a ser racional.

–Sí–dijo él, pero no se movió.

–Arnold

–Tus ojos son hermosos–dijo, sin dejar de mirarla.

Ella se sonrojó un poco. Sabía que tenía lindos ojos para estándares generales. Vamos alguna ventaja que tuviera ser una Pataki.

–Gracias–Murmuró.–. Ahora apártate o tendré que alejarte a la fuerza

El chico obedeció, asintiendo y regresó a la realidad lentamente, comprendiendo lo que hacía y de dónde estaba. Helga se puso de pie y antes de ir al baño dijo que bajaría en un momento.

Arnold tomó su mochila y al bajar la dejó con su bolso deportivo, luego fue a la cocina.

–¿Puedo ayudar en algo, señora Pataki?–dijo, acercándose al lavaplatos para lavar sus manos.

–Que amable de tu parte–Contestó ella. Luego lo observó por un segundo que al chico se le hizo eterno.– ¿Puedes llevar esas cosas a la mesa?–Le indicó varios platos sobre el mesón de la cocina.

–Sí

–¿Y Helga?

–Dijo que venía en un minuto


–Estúpido cabeza de balón–dijo la chica, frente al espejo.

Buscaba cualquier cosa fuera de lugar en ella, detalles que Miriam podría llegar a notar. Nada. Bob con suerte notaría que había una persona extra en la mesa, suponiendo que comiera en la mesa y no viendo la televisión.

Bajó, tratando de estar tranquila, sintiéndose culpable por dejar a Arnold a solas. Pero cuando llegó al comedor, escuchó que él y su madre reían.

–Guau, no puedo creerlo–decía el chico–¿Puedo ver más?

–Por supuesto–dijo Miriam, dando vuelta las páginas.

Helga se congeló. No podía ser, casi no había fotos de ella en la casa, pero sabía que su madre conservaba un álbum con una sola clase de imágenes: humillantes fotografías de bebé.

Entró con los latidos a mil.

–¿Qué hacen?–Trató de contenerse, porque no quería hacer una escena delante de Arnold, luego podría gritarle a Miriam.

–Tú madre me enseñaba fotos de cuando estaba en la universidad

–¿De la universidad?

–Tu amiguito me contó que admiraba lo atlética que eres–Explicó Miriam.–y aunque la competitividad la sacaste de tu padre, tu habilidad definitivamente viene de mi

La chica se tranquilizó de inmediato.

–Claro, Miriam, todos sabemos que eras nadadora olímpica–Contestó la chica girando la mano.– ¿Podemos comer? Muero de hambre

La mujer cerró el álbum y lo dejó en la mesita de la esquina, invitando a los jóvenes a la mesa.

–Tu padre llegará tarde hoy–Comentó Miriam.–. Sus compañeros de trabajo lo invitaron a beber como bienvenida

–Bien por él–Respondió Helga con apatía, luego miró a Arnold.– ¿Todo bien, Arnold-o?

–Sí. Se ve delicioso–Luego miró a la mujer.–. Gracias por la cena, señora Pataki

–Puedes decirme Miriam–dijo. Luego miró a Helga.–. Hija, ¿me pasas la salsa?

Poco a poco el pánico inicial de la chica fue desapareciendo. Podía tener una cena normal y tranquila con su madre y su novio. Era agradable verlos conversar, sabía que Arnold era amable y solía llevarse bien con los adultos a su alrededor, porque a veces era un alma vieja, pero no esperaba nada de eso.

Después de comer el chico se ofreció a ayudar con los platos, lo que la mujer agradeció.

–Nosotros podemos encargarnos de esto–Añadió Helga, juntando los platos en una pila.–. Puedes descansar

–Gracias, hija–La miró con una sonrisa que Helga no notó, pero Arnold sí.

–Deja eso ahí–dijo el chico volviendo su atención a su novia.

–¡No!

–Tu hombro...

–No es para tanto

–¡Helga!

–¿Al menos puedo llevarme los cubiertos, cabeza de balón?

–Sí

Miriam escondió una risita y se fue a ver televisión mientras los chicos ordenaban todo en la cocina.

Arnold de inmediato comenzó a lavar los platos.

–Debiste irte a casa–Murmuró Helga, secando los platos.

–¿Te molesta que esté aquí?–dijo él mirada triste.

Helga cerró los ojos y respiró profundo. Odiaba cuando él la miraba así.

–No, pero no vuelvas a hacerlo. Tenemos suerte de que Bob no esté aquí.

–¿Por qué?

–No quiero decirles... que... –Bajó el volumen todo lo posible.– salimos

–¿Tampoco supieron de...?

Helga negó en silencio.

–Lo siento, no quise

–Gracias por acompañarme, puedes venir mañana o hasta que me sienta mejor, si eso quieres

–Lo haré

–Pero solo puedes llegar hasta la puerta. No me matará subir o bajar la escalera con mis cosas, odio que creas que soy débil

–No usaría esa palabra para describirte, pero no tengo muchas oportunidades de cuidar de ti, así que pienso aprovecharlas

–Baboso

–Sí–Sonrió, entregándole el último plato antes de cerrar el agua.

Helga lo secó y lo dejó en una pila sobre la mesa, luego le arrojó el paño a Arnold.

–¡Oye!

–Sécate las manos y ya que te importa tanto, ayúdame con eso–dijo, indicando los platos secos.

Arnold obedeció y la ayudó a guardar siguiendo sus instrucciones.

–Ya es tarde. ¿Estarás bien?

–Sí, no te preocupes

–¿Y si te pasa algo?

–La abuela me enseñó karate hace unos años, todavía practicamos todas las semanas

–¿Puedes...?–La chica se sonrojó y miró el suelo, bajando la voz hasta casi un susurro.– ¿Puedes llamarme cuando llegues a casa? Por favor...

–Claro

Ambos miraron alrededor. Miriam seguía en la sala. Entonces el chico se acercó a darle un beso de despedida. Se apartaron sosteniendo sus manos. Arnold sonrió, volvió a la entrada y tomó sus cosas.

–Nos vemos mañana–dijo y luego subió la voz–. Adiós, señora Pataki... digo... Miriam

–Adiós–Respondió la mujer desde el salón.

En cuanto él salió por la puerta, Helga intentó huir a su habitación.

–Buenas noches, Miriam

–No tan rápido, jovencita

Helga levantó la mirada.

–¿Qué? Ya hice las cosas de la casa–Se quejó.

Su madre la alcanzó en la escalera.

–Acompáñame–La llevó hacia su habitación.

La chica por lo general no entraba al cuarto de sus padres, no tenían nada que fuera de su interés. Era extraño estar ahí.

Su madre la hizo sentarse en la cama mientras buscaba algo en su tocador.

–Debe estar por aquí... –dijo la mujer, segura– Ah, sí, aquí está–Sacó un tubo de lo que parecía una crema.–. Descúbrete el hombro

–¿Qué es eso?

–Es para el dolor–dijo la mujer.

Helga obedeció y sintió como su madre le aplicaba un gel, haciendo un suave masaje.

–¿Por qué tienes esta cosa?

–La necesito desde que volví al gimnasio, supongo que no lo notaron

Helga cerró los ojos. No había querido comentarlo antes que Bob lo hiciera.

–Claro que sí, hace tres meses–dijo.

–A veces también me excedo, esto ayuda

–Gracias, mamá–dijo la chica, mirando el suelo y jugando con sus dedos, nerviosa.

–Tu amigo dijo que estaba preocupado y que vendría toda la semana

–Así es

–Que amable de su parte

–Arnold es un alma noble, tiene buen corazón... y no puede evitar meterse en la vida de los demás–dijo, fingiendo molestia.

–Parece un buen chico. ¿Están saliendo?

«Cálmate, cálmate.»

–Claro que no–Trató de parecer indiferente.

–No tiene nada de malo, hija, estás en edad de comenzar a tener citas, ya me estaba preocupando

–¿En verdad?

–Que tu padre no se entere, será un secreto entre nosotras

–No es que quiera decirle a Bob, pero ¿por qué?

–Oh, le espantó los novios a Olga hasta la universidad, nadie estaba a la altura de su princesita

–Dudo que yo le importe de la misma forma

–Querida, eso no es verdad

–Miriam, las dos sabemos cómo es

–De todos modos, no corramos riesgos

–Gracias, mamá

–Y otra cosa...

–¿Sí?

–¿Tú... ? ¿Cómo decirlo? Supongo que solo puedo ser directa. ¿Dormiste con él?

–¡¿QUÉ?! ¡Claro que no!–Helga se apartó, evadiendo la mirada de su madre.

«Bueno... sí... ¡Pero no en el sentido en que estás preguntando!»

–No me mientas. La camisa que usabas hace un tiempo... se parece a la que él traía

–La fiesta de Halloween fue en su casa y mi disfraz se manchó... así que me prestó algo para cambiarme, eso es todo... no pasó nada más... ni siquiera estábamos saliendo en ese momento... y bueno... la conservé porque él ya me gustaba

–Te creo. Tal vez debamos tener esa charla

–No, no quiero tener esa charla, Miriam, hay clases sobre eso en la escuela–Helga se cubrió el hombro.–. Gracias por tu ayuda

–Toma–Su madre le entregó el gel.–. Aplícalo por las mañanas y por las noches. Mañana compraré un par más, así que usa lo que necesites

–Gracias

–Descansa, hija

–Sí, sí, como sea, Miriam

Helga se fue con una mezcla de incomodidad y tranquilidad. Sabía que desde que dejó el alcohol su madre hacía esfuerzos por reconectar y que se aferraría a cualquier cosa que le permitiera acercarse a ella, pero no le gustaba. Hizo una nota mental para hablarlo con Bliss.

Mientras se preparaba para dormir, sonó el teléfono y contestó al primer timbre.

–Hola–dijo.

–Soy yo–dijo Arnold– ¿Cómo te sientes?

–Bien, gracias ¿Qué hay de ti? ¿Llegaste bien?

–Sí, llegué sin problemas. Iré a terminar la tarea antes de dormir

–Nos vemos mañana, cabeza de balón.

–Nos vemos, Helga. Descansa

–Hasta mañana

Helga colgó.

–Buenas noches, mi amor–Murmuró para sí.

Llena de dicha dio vueltas en su habitación, dejándose caer sobre la cama.

–¡Auch!

Se golpeó el hombro resentido y tuvo que deslizarse hasta el suelo para poder reincorporarse. El tonto cabeza de balón tenía razón, si no se cuidaba, tendría que dejar el boxeo por un tiempo y eso no le agradaba.