Hola, hola!
Aquí está otro cap, espero que les guste cómo se desenvuelve Adora. Empezamos con la segunda mitad de esta historia.
CAPITULO XII
"MENSAJE"
Menos mal que tomé la precaución de agarrarme con el cinturón, porque he rodado de lado sobre las ramas y ahora estoy mirando al suelo, sujeta por el cinturón y una mano, y con los pies a horcajadas sobre la mochila, dentro del saco de dormir, abrazada al tronco. Tengo que haber hecho algún ruido al deslizarme, pero los profesionales estaban demasiado absortos con su discusión como para oírme.
—Venga, chica amorosa —le dice la chica del Reino 2—, compruébalo tú misma.
Veo de reojo a Adora, iluminada por una antorcha, dirigiéndose a la chica de la hoguera. Tiene la cara amoratada, una venda ensangrentada en el brazo y, por el sonido de sus pasos, cojea un poco. Recuerdo cómo sacudió la cabeza para decirme que no fuese a por las provisiones, mientras que ella planeaba meterse en la refriega desde el principio. Justo lo contrario de lo que le había dicho Shadow Weaver.
Vale, puedo soportarlo, ver tantas cosas juntas resultaba tentador. Sin embargo, esto..., esto es distinto. Haberse aliado con esta manada de lobos profesionales para cazarnos a los demás... ¡A nadie de Dryl se le habría ocurrido algo semejante! Lo mires por donde lo mires, los tributos profesionales son malvados, arrogantes y están mejor alimentados, pero sólo porque son los perritos falderos de Eternia. Todo el mundo los odia profundamente, salvo la gente de su propio reino. Ni me imagino lo que estarán diciendo de Adora en casa, ¿y ella tiene el valor de hablarme de vergüenza?
Está claro que lo de la chica noble del tejado era otro de sus jueguecitos, y va a ser el último. Esta noche desearé que su muerte aparezca en el cielo, si no la mato yo antes.
Los tributos profesionales guardan silencio hasta que sale de su alcance, para después hablar en voz baja.
—¿Por qué no la matamos ya y acabamos con esto?
—Deja que se quede. ¿Qué más da? Sabe utilizar el cuchillo.
¿Ah, sí? Eso es nuevo; cuántas cosas interesantes estoy aprendiendo de mi amiga Adora.
—Además, es nuestra mejor apuesta para encontrarla.
Tardo un momento en darme cuenta de que hablan de mí. Suena el cañón.
—¿Por qué? ¿Crees que la gata se ha tragado la cursilería romántica?
—Puede. Parecía bastante simplona. Cada vez que la recuerdo dando vueltas con el vestido me dan ganas de vomitar.
—Ojalá supiéramos cómo consiguió el once.
—Seguro que la chica amorosa lo sabe— Se callan al oír que vuelve Adora.
—¿Estaba muerta?—le pregunta la chica del Reino 2.
—No, pero ahora sí —responde Adora. —¿Nos vamos?
La manada profesional sale corriendo justo cuando despunta el alba y los cantos de los pájaros llenan el aire. Me quedo en mi incómoda postura, con los músculos temblando durante un rato más, y después me coloco de nuevo sobre la rama. Necesito bajar, seguir adelante, pero, por un momento, me quedo tumbada donde estoy, digiriendo lo que he oído. La chica tontorrona a la que hay que tomarse en serio porque ha conseguido un once; porque sabe usar un arco. Eso Adora lo sabe mejor que nadie.
Sin embargo, todavía no se los ha dicho. ¿Está guardándose la información porque sabe que es lo que la mantiene con vida? ¿Sigue fingiendo que me ama de cara a la audiencia? ¿Qué se le estará pasando por la cabeza?
De repente, los pájaros se callan y uno lanza una aguda llamada de advertencia. Una sola nota, como la que Glimmer y yo oímos cuando capturaron a la chica pelirroja. Un aerodeslizador se materializa sobre la hoguera moribunda y de él bajan unos enormes dientes metálicos. Poco a poco, con cuidado, meten a la chica muerta en el aparato. Después desaparece y los pájaros reanudan su canción.
—Muévete —susurro para mis adentros.
Salgo como puedo del saco de dormir, lo enrollo y lo meto en la mochila. Respiro profundamente. Mientras me ocultaban la noche, el saco y las ramas de sauce, las cámaras no habrán podido obtener una buena imagen de mí, pero sé que deben de estar siguiéndome. En cuanto toque el suelo, tengo garantizado un primer plano.
La audiencia habrá estado como loca, sabiendo que estaba en el árbol, que he oído la conversación de los profesionales y que he descubierto que Adora está con ellos. Hasta que averigüe cómo quiero utilizar la información, será mejor que actúe como si estuviese por encima de todo. Nada de perplejidad y, obviamente, nada de confusión o miedo.
No, tiene que parecer que voy un paso por delante de ellos.
Así que salgo del follaje y llego a la zona iluminada por el alba, me detengo un segundo para que las cámaras puedan captarme, inclino la cabeza ligeramente a un lado y sonrío con suficiencia. ¡Ya está! ¡A ver si descubren lo que significa!
Estoy a punto de marcharme cuando pienso en las trampas. Quizá sea imprudente comprobarlas estando los otros tan cerca, pero tengo que hacerlo. Supongo que llevo demasiados años cazando, aparte de la atracción de la comida. La recompensa es un buen conejo. En un segundo limpio y destripo el animal con el cuchillo, dejando la cabeza, las patas, el rabo, el pellejo y las entrañas debajo de una pila de hojas. Me encantaría encender un fuego (comer conejo crudo puede darte tularemia, una lección que aprendí de la peor manera); entonces me acuerdo de la chica muerta. Corro de vuelta a su campamento y, efectivamente, las brasas de su hoguera todavía están calientes. Corto el conejo, fabrico un espetón con ramas y lo pongo sobre las brasas.
Ahora me alegro de tener cámaras a mi alrededor, porque quiero que los patrocinadores vean que puedo cazar, que soy una buena apuesta porque no caeré en las trampas del hambre con tanta facilidad como los demás. Mientras se asa el conejo, machaco parte de una rama quemada y me pongo a camuflar la mochila naranja. El negro la disimula un poco, aunque me parece que una capa de lodo ayudaría bastante. Por supuesto, para conseguir lodo necesito agua...
Me pongo mis cosas, tomo el espetón, echo tierra encima de las brasas y salgo en dirección opuesta a los tributos profesionales. Me como la mitad del conejo por el camino y envuelvo el resto en mi plástico para después. El estómago deja de hacerme ruido, pero la carne no ha servido para quitarme la sed. El agua es mi principal prioridad.
Mientras sigo adelante, estoy segura de que todavía salgo en las pantallas de Eternia, así que sigo ocultando con cuidado mis emociones; sin embargo, Claudius Templesmith debe de estar pasándoselo en grande con sus comentaristas invitados, diseccionando el comportamiento de Adora y mi reacción. ¿Qué querrá decir todo esto? ¿Ha revelado Adora sus verdaderas intenciones? ¿Cómo afecta eso a las apuestas? ¿Perderemos patrocinadores? ¿Acaso tenemos alguno? Sí, yo creo que sí los tenemos o, al menos, los teníamos.
Está claro que Adora ha lanzado una llave inglesa al engranaje de nuestra dinámica de amantes trágicas. ¿O no? Quizá, como no ha dicho mucho sobre mí, todavía podamos sacarle partido; quizá la gente piense que lo hemos planeado juntas, si da la impresión de que el asunto me divierte.
El sonido del cañón es lo todo lo que siento en los oídos. El grito de la chica, su último maullido y el cañón.
—¿Estaba muerta? —me pregunta Huntara, con cierta sorna.
—No, pero ahora sí —respondo con brusquedad—. ¿Nos vamos?
Debe ser hermoso: el amanecer, el bosque, los pájaros cantando, algunas florecitas silvestres, arbustos y hierbas que nunca he visto. Incluso alguna ardilla saltando entre los altos árboles que cubren esta parte de la Arena. Pero no puedo ver nada de eso. Lo único que se repite una y otra vez es la felina, que me parece toda parda o gris por la madrugada, pero creo recordar que su pelaje tenía un bonito patrón rayado oscuro. Sé que jamás la olvidaré.
Por suerte, el resto de los profesionales no me hacen caso, simplemente los sigo mientras caminan más hacia dentro del valle.
Seguimos y seguimos hasta que se empiezan a quejar del hambre y la sed. Regresamos sin que yo sea capaz de diferenciar si también tengo hambre o sed. No hay pistas de ningún otro tributo. Me alegra que no nos hayamos encontrado con Catra. No se que haré en ese momento.
Necesito un momento a solas. Aquí no hay una habitación a la que pueda huir y recibir un baño de burbujas. El aliento nos empieza a fallar a todos cuando subimos de vuelta el valle, hacia el lago. Huntara también resuella. Es muy fuerte pero la resistencia no es lo suyo, por lo visto. Yo estoy un poco mejor porque acostumbro correr, aunque en terreno plano, y ya llevo más de una semana sin hacerlo.
Cuando el suelo se nivela y el lago solo está a 200 o 300 metros adelante, con el sol marcando casi el mediodía, me desvío un poco.
—¿A dónde vas, Doce? —me pregunta Glimmer, todavía con el carcaj y el arco a la espalda. También carga una especie de espada corta.
—Iré a revisar, dar una vuelta por si alguien ha intentado rescatar algo de la cornucopia.
—Haz lo que quieras, yo muero de hambre —me refunfuña después de ver a Huntara y que ella no agregue nada.
Me alejo hasta el límite del follaje y me adentro algo, camino despacio, sin soltar el largo cuchillo. En medio de un claro, el destello que le arrebata la luz al arma me distrae y lo veo; rojo, mis manos y el cuchillo siguen manchados de rojo. Un golpe de histeria me consume. Suelto el cuchillo, grito y salgo corriendo hasta el lago. Los pájaros chillan y se quejan a mi alrededor. Caigo de rodillas en la orilla lodosa otra vez, pero eso es lo que quiero, quiero lavarme las manos, me tallo hasta que la tierra revuelta en el agua me raspa y las heridas todavía frescas de las manos me arden.
El agua fría me calma.
Es una suerte, por una parte, que esté tan cerca del campamento. Alguien pudo matarme sin gran complicación. Regreso sobre mis pasos y logro encontrar el cuchillo. Me dejo caer y me siento en frente del cuchillo, escondo la cara entre las rodillas y todo lo que no he llorado desde anoche, me asalta el pecho.
Todo se combina en una tormenta en mi interior.
El rechazo de Catra, las palabras de Mara, las burlas de Shadow Weaver, mis celos, la pelea con Catra, el miedo a la Arena, miedo, miedo, durante la matanza, al ver a Huntara con su brazo alzado con la espada, miedo, porque descubrieran a Catra. Lloro demasiado. Y la cara de la chica que rematé. Va y viene en medio de las imágenes.
—Lo siento —digo una y otra vez sin saber a quien me dirijo.
Estoy tanto tiempo aquí que el sol ha bajado bastante.
Se lo que deben de pensar en mí todos en casa, parte de mis disculpas van para ellos. Trato de imaginar que mis lágrimas y mis ofensas se van con la sangre del cuchillo cuando vuelvo al agua para limpiarlo.
El sol sube en el cielo e, incluso a través de los árboles, parece demasiado brillante. Me unto los labios con la grasa del conejo e intento no jadear, aunque no sirve de nada, porque ya ha pasado un día y me deshidrato rápidamente. Intento pensar en todo lo que sé sobre la búsqueda de agua: fluye colina abajo, así que, de hecho, seguir por el valle no es mala idea. Si pudiera localizar el rastro de algún animal o alguna zona de vegetación especialmente verde, eso podría ayudarme, pero todo parece igual. Sólo están la pendiente, los pájaros y los mismos árboles.
Conforme avanza el día, sé que voy a tener problemas. La poca orina que expulso es marrón oscuro, me duele la cabeza y noto una sequedad en la lengua que se niega a humedecerse. El sol me hace daño en los ojos, así que me pongo las gafas de sol, aunque, al hacerlo, las noto raras y las vuelvo a guardar en la mochila.
De repente, avanzada la tarde, creo que he encontrado ayuda: veo un arbusto con bayas y corro a coger los frutos para chuparles el jugo. Sin embargo, justo cuando me los estoy llevando a la boca, les echo un buen vistazo: creía que eran arándanos negros, pero tienen una forma distinta y, por dentro, son rojos. No reconozco las bayas; aunque quizá sean comestibles, me parece que es un malvado truco de los Vigilantes. Incluso el instructor de plantas del Centro de Entrenamiento nos dijo que evitásemos las bayas a no ser que estuviésemos seguros al cien por cien de que no eran tóxicas. Era algo que yo ya sabía, pero tengo tanta sed que necesito recordármelo para reunir fuerzas y tirarlas.
La fatiga empieza a pesarme; no la fatiga normal después de una larga caminata, sino que tengo que detenerme y descansar frecuentemente. Sé que no encontraré cura para mi mal si no sigo buscando. Intento una táctica nueva, buscar rastros de agua, pero, por lo que veo en todas direcciones, sólo hay bosque y más bosque.
Decidida a seguir hasta la noche, camino hasta que me tropiezo yo sola.
Agotada, me subo a un árbol y me ato a él. Aunque no tengo hambre, me obligo a chupar un hueso de conejo para tener la boca entretenida. Cae la noche, tocan el himno y veo en el cielo la imagen de la chica, que, al parecer, venía del Reino 8. La chica a la que Adora remató. Me da un escalofrío, sin saber bien la razón, darme cuenta que era la otra felina que quedaba. El therian felino murió mientras intentaba quitarme la mochila que tanto me ha servido, pese a su absurdo color. A veces, además del orgullo por el reino, las personas pueden sentirse identificadas por la especie, o en último caso, por las características compartidas, sean elegidas o no. De ese modo, algunos capitalinos pueden sentirse más apegados a ciertos tributos. Debe de haber por ahí algún eternian loco y con el suficiente dinero que le encanten los gatos o los tigres, un animal extinto de tiempos antes del Imperio, que sienta alguna simpatía por la única felina que queda. Una que además sabe sobrevivir, pienso con cierto retorcido desazón.
El miedo que me inspira la manada de profesionales no es nada comparado con la sed. Además, se fueron en dirección opuesta y, en estos momentos, ellos también tendrán que descansar. Con la escasez de agua, puede que hayan vuelto al lago para repostar.
Quizás ésa sea también mi única alternativa.
La mañana sólo me trae preocupaciones. Me palpita la cabeza con cada latido del corazón. Los movimientos más simples hacen que me duelan las articulaciones como si me clavaran cuchillos. Más que bajar del árbol, me caigo de él. Tardo varios minutos en recoger las cosas y, muy dentro de mí, sé que está mal, que debería actuar con más precaución y moverme con más urgencia. Sin embargo, tengo la cabeza embotada y me cuesta seguir un plan. Me apoyo en el tronco del árbol y me acaricio con cuidado la superficie áspera de la lengua mientras evalúo mis opciones. ¿Cómo puedo conseguir agua?
Volver al lago: no, nunca lo conseguiría.
Esperar a que llueva: no hay ni una nube en el cielo.
Seguir buscando: sí, es mi única opción. Entonces tengo otra idea, y la rabia que siento a continuación me devuelve a la realidad.
¡Shadow Weaver! ¡Ella podría enviarme agua! Podría pulsar un botón y enviármela en un paracaídas plateado en pocos minutos. Sé que tengo patrocinadores, al menos uno o dos que podrían permitirse darme medio litro de agua. Sí, cuesta dinero, pero esta gente está forrada de billetes y, además, están apostando por mí. Quizá Shadow Weaver no se dé cuenta de cuánto la necesito.
—Agua —digo, todo lo alto que me atrevo a hablar, y espero, deseando que un paracaídas descienda del cielo. No aparece nada.
Algo va mal. ¿Me engaño al pensar que tengo patrocinadores? ¿O los he perdido por el comportamiento de Adora? No, no lo creo. Ahí fuera hay alguien que quiere comprarme agua, pero Shadow Weaver no se lo permite. Como mentora, ella controla el flujo de regalos de los patrocinadores, y sé que me odia, me lo ha dejado claro. ¿Me odiará lo suficiente para dejarme morir? ¿Así? No puede hacerlo, ¿no? Si un mentor no trata bien a sus tributos, será responsable frente a los telespectadores, frente a la gente de Dryl. Ni siquiera Shadow Weaver se arriesgaría a eso, ¿no? Que digan lo que quieran de mis socios comerciantes del Quemador, pero no creo que le permitiesen volver a entrar allí si me deja morir de este modo. ¿De dónde iba a sacar entonces su alcohol? Por tanto, ¿de qué va esto? ¿Intenta hacerme sufrir por haberla desafiado? ¿Está dirigiendo los regalos a Adora? ¿Está demasiado borracha para darse cuenta de lo que está pasando? Por algún motivo, no lo creo, y tampoco creo que esté intentando matarme. De hecho, a su manera, ha intentado de verdad prepararme para esto. Entonces, ¿qué?
Me tapo la cara con las manos. No corro el peligro de llorar, no podría producir ni una lágrima aunque me fuese la vida en ello. ¿Qué está haciendo Shadow Weaver? A pesar de la rabia, el odio y la suspicacia, una vocecita dentro de mi cabeza me susurra una respuesta: "Quizá te esté enviando un mensaje". ¿Un mensaje para decirme qué? Entonces lo entiendo; Shadow Weaver sólo tendría una buena razón para no darme agua: saber que estoy a punto de encontrarla.
Aprieto los dientes y me levanto. La mochila parece pesar el triple de lo normal. Cojo una rama rota que me sirva de bastón y me pongo en marcha. El sol cae a plomo, es aún más abrasador que en los dos primeros días, y me siento como un trozo de cuero secándose y agrietándose con el calor. Cada paso me supone un gran esfuerzo, pero me niego a parar, me niego a sentarme. Si me siento, es muy probable que no vuelva a levantarme, que ni siquiera recuerde cuál es mi objetivo.
¡Soy una presa muy fácil! Cualquier tributo, incluso la pequeña Lonnie, podría acabar conmigo ahora mismo; sólo tendría que empujarme y matarme con mi propio cuchillo, y a mí no me quedarían fuerzas para resistirme. Sin embargo, si hay alguien más en esta parte del bosque, no me hace caso. Lo cierto es que me siento a millones de kilómetros del resto de la etheriedad.
En cualquier caso, no estoy sola, no, seguro que me sigue una cámara. Pienso en los años que pasé viendo cómo los tributos se morían de hambre, congelados, desangrados o deshidratados. A no ser que haya una buena pelea en alguna parte, debo de ser la protagonista.
Me acuerdo de Finn; es probable que no me esté viendo en directo, pero echarán las últimas noticias en el colegio durante el descanso para comer, así que intento no parecer tan desesperada, por ella.
Sin embargo, cuando cae la tarde, sé que se acerca el final. Me tiemblan las piernas y el corazón me va demasiado deprisa. Se me olvida continuamente qué estoy haciendo. Me tropiezo una y otra vez, y, aunque consigo levantarme, cuando por fin se me cae el bastón, me derrumbo por última vez y no me levanto más. Dejo que se me cierren los ojos.
He juzgado mal a Shadow Weaver: no tenía ninguna intención de ayudarme.
No pasa nada— pienso —aquí no se está tan mal.
El aire es menos caluroso, lo que significa que se acerca la noche. Hay un suave aroma a dulce que me recuerda a los nenúfares. Acaricio la suave tierra y deslizo las manos fácilmente sobre ella.
Es un buen lugar para morir.
Dibujo remolinos en la tierra fresca y resbaladiza. Me encanta el barro, pienso.
¿Cuántas veces he podido seguirle la pista a una presa gracias a esta superficie suave y fácil de leer? También es bueno para las picaduras de abeja. Barro. Barro. ¡Barro! Abro los ojos de golpe y hundo los dedos en la tierra. ¡Es barro! Levanto la nariz y huelo: ¡son nenúfares! ¡Plantas acuáticas! Después de horas, puedo levantar las orejas y la cola, emocionada.
Empiezo a arrastrarme sobre el lodo, avanzando hacia el aroma. A unos cinco metros de donde había caído atravieso una maraña de plantas que dan a un estanque. En la superficie flotan unas flores amarillas, mis preciosos nenúfares.
Resisto la tentación de meter la cara en el agua y tragar toda la que pueda, porque me queda la suficiente sensatez para no hacerlo. Con manos temblorosas saco la botella, la lleno de agua y añado el número correcto de gotas de yodo para purificarla. La media hora de espera es una agonía, pero la aguanto. Al menos, creo que ha pasado media hora, aunque, sin duda, es lo máximo que puedo soportar.
Ahora, poco a poco, me digo. Doy un trago y me obligo a esperar. Después otro. A lo largo de las dos horas siguientes me bebo los dos litros enteros. Después otra botella. Me preparo otra antes de retirarme a un árbol, donde sigo sorbiendo, comiendo conejo e incluso me permito gastar una de mis preciadas galletas saladas. Cuando suena el himno, me siento mucho mejor. Esta noche no sale ninguna cara en el cielo, hoy no han muerto tributos. Mañana me quedaré aquí, descansando, camuflaré mi mochila con lodo, pescaré algunos de los pececillos que he visto mientras bebía y desenterraré las raíces de los nenúfares para prepararme una buena comida. Me acurruco en el saco de dormir y me agarro a la botella de agua como si me fuera la vida en ello, ya que, de hecho, así es.
Unas cuantas horas después me despierta una estampida. Miro a mi alrededor, desconcertada. Todavía no ha amanecido, pero mis maltrechos ojos lo ven; sería difícil pasar por alto la pared de fuego que desciende sobre mí.
Parece una fiesta cuando estoy de vuelta en el campamento, la verdad es que estoy desecha. Lo único que quiero es caerme y dormirme. Sin embargo, todos los demás están abriendo grandes contenedores de metal y plástico, viendo la comida, probando las armas, jugando a pincharse entre ellos.
La verdad es que aunque los "profesionales" hacen su alianza desde antes, ninguno suelta su arma principal.
Cuando Marvel y Glimmer, los tributos del Uno, me miran con suspicacia al acercarme de vuelta, llena de lodo y mojada (otra vez), tengo que cuadrarme, trato de ignorarlos y no me siguen. Esta demás decir que no encontré a nadie.
—¡Adora! —me llama el chico del Tres, ni siquiera sé su nombre—. Te guardé un poco de carne y pan. ¿Te gusta el pan, verdad? —me dice con aire tímido. También me ofrece un envase de cartón que tiene jugo… jugo de naranja.
Su amabilidad me retuerce las tripas, porque calienta mi centro entumecido y doliente. Aunque no quisiera, le devuelvo la sonrisa.
—Gracias.
Me siento sobre la hierba, bajo uno de los toldos que han montado, con la espalda apoyada en una de las cajas vacías, que les ha servido como mesa hasta donde puedo ver. Hay una montaña de más empaques y contenedores en el centro. Han dejado unas manzanas y más raciones a la vista. También se nota el lugar donde hemos cavado y vuelto a colocar las minas.
Mientras me fuerzo a comer, el chico me dice en dónde están las minas y que han marcado con ciertas rocas las zonas seguras para pisar e ir por más recursos a la pila. Me quedo dormida ahí sentada, con el chico cubriéndome la espalda. Me despierto muy entrada la noche. Me levanto para estirarme y veo al chico dormido bajo unas cajas volcadas un par de metros más allá.
Me estiro y la profesional del Cuatro me mira con sospecha. No sé por qué pero le sonrió, divertida. Rueda los ojos y vuelve su mirada a las lejanías. Supongo que es su turno de vigilar. El frío y el entumecimiento es lo que me ha despertado. Me ha hecho mal dormir en colchones de plumas estos últimos días. Me acercó hasta la fogata donde ella se resguarda del frío.
—¿No hubo cañones hoy? —le pregunto aparentando despreocupación.
—No, enamorada —me dice con sarcasmo.
No creí que mi identidad se viera reducida a mi confesión. Asiento con un gruñido y es todo lo que decimos en un rato.
—Supongo que es tu turno de todos modos. Más vale que vigiles bien —se estira y se levanta, tomando una de las mantas térmicas y una chaqueta extra que tenía sobre los hombros —yo me voy a dormir.
Se va hasta uno de los árboles cerca del lago, con la espalda recargada, una lanza larga y ligera a la mano. Bueno, de todos modos, ya no tengo sueño. Escudriño la oscuridad más allá y mantengo vivo el fuego, incluso creciendo la hoguera. El fuego me tranquiliza, cuidarlo es un poco como estar en casa. Tenemos kilos y kilos de carbón gracias a la cornucopia y además han talado y partido algunos árboles, por lo que también hay leña de sobra. Hay algunas estacas clavadas con trapos, empapados en combustible, por si hay que salir aprisa en la noche, hay otras encendidas que añaden más luz y espantan a los bichos nocturnos.
Voy por una de las mantas y me la echo sobre los hombros. Que noche tan tranquila. Puedo ver una franja naranjita y luminosa en el horizonte, el día apenas va a empezar, pero en casa, mi padre ya debe estar preparando la masa y Adrien y Adam ahora deben ayudarlo con los hornos. Mi mamá despertara en un rato más para preparar el desayuno. Tal vez un poco de pan viejo y queso, con leche rebajada con agua. Aquí todavía tengo carne para asar a la mano. Creo que no pasare mucha hambre en estos juegos. Me rio un poco de mi humor oscuro. Tal vez este muerta antes de tener que preocuparme de verdad por una fuente de alimento.
El chico despierta y viene hasta mi lado, se pone muy junto de la hoguera. El frío debe ser lo que lo despertó.
—Gracias —me dice en voz muy baja.
No sé qué responderle y pronto la línea del amanecer es más clara. Las aves levantan el vuelo, creando una mancha oscura un momento. Me tardo otro segundo en darme cuenta que no es el amanecer lo que ilumina nuestra proximidad, es un incendio masivo.
Los comentarios de la princesa sobre qué bonito es el romance, pronto terminan. Eso fue después de las entrevistas el domingo. El lunes en la mañana todavía era todo muy soñador, sin embargo, cuando dan el primer conteo de las muertes durante el descanso del almuerzo, sin dar nombres ni reinos, todo me parece frívolo en comparación.
No tengo idea de lo que ha pasado en el día. Me duele la cabeza por probar el licor de Ripper y teletransportarme tantas veces de corrido. Normalmente no lo hago ni siquiera una vez a la semana, porque me consume mucha energía, me deja hambrienta y no tengo el lujo de saciarme más veces de las estrictamente necesarias. Solamente lo hago cuando nos garantizara una presa que de otro modo se nos escaparía, como un ciervo.
Recuerdo la primera vez que me teletransporte con Catra, no llevábamos mucho tiempo compartiendo recursos e información, pero ya nos esperábamos para cazar, en el pequeño saliente con arbustos en la Pradera. Me presumía sus garras y lo fuertes que son, además de su arco. Su mueca de sorpresa cuando la tomé de la mano y reaparecimos bastante más adentro del bosque, valió totalmente la pena, aunque esa noche me dolió la panza de hambre, pues mi parte de una pata de ganso no bastó.
Pocas cosas logran sorprender de verdad a Catra y que no sea desagradable.
Ese día, fue la primera vez que sentí sus brazos junto a mi cuerpo, su calor tan agradable y la suavidad del pelaje de sus manos, pues se sostuvo fuerte de mí porque se mareó por la súbita reaparición. No éramos más que unas niñas; ella tenía casi 13, yo me acercaba a los 15 y no conocía más calidez que la familiar.
Catra perdió a su padre el mismo día que yo.
Me entendía. Desde el principio. Por eso no confiaba en mí, si las dos estábamos del otro lado de la alambrada, dentro del bosque, ¿de qué otras cosas éramos capaces? Sigo sin conocer la respuesta a esa pregunta, no sé hasta dónde soy capaz de llegar por proteger a mi familia, a mis hermanos, lo qué si sé, de lo que estoy segura, es que al menos Catra está a dispuesta a llegar tan lejos como yo.
Tanto como para ofrecerse voluntaria en lugar de su hermana, para dar la vida por ella.
Las dos sabemos lo preciosa que es la familia, la suya para ella, y la mía para mí. Lo entendemos y a través de ese entendimiento, llegó el compañerismo, la amistad, la solidaridad… y últimamente, algo más intenso. En algún momento, mis hermanos no eran las únicas bocas que me preocupaba llenar, Prim era tan importante para mí también. No sé con exactitud el día que dejaron de ser "mi familia" para volverse "nuestras familias".
Hace poco más de un año, incluso, acordamos seguir apoyando a la familia de la otra en el caso de salir en los Juegos, o en cualquier otro escenario donde alguna no estuviera.
Catra confía en mí. Ahora sí lo hace y es la cosa más preciosa que tengo. Cuenta conmigo para proteger a su hermana.
No importa lo que escuche, no importa lo que vea, eso es lo importante.
No importa lo que diga Adora Grey, la que está esperando aquí, cumpliendo la parte de nuestro acuerdo, de nuestro compromiso, soy yo. Y Catra lo sabe.
Ella hará lo que tenga que hacer para sobrevivir y regresar.
Eso lo ha demostrado al sobrepasar la primer matanza.
N.A.
Hey!
NayNay Agron! Gracias por seguir por aquí uwu! Una disculpa si te revolví, lo que pasa es que en el canon de los HG la tributo del Distrito 1 se llama Glimmer también, de hecho hasta Katniss se burla de su nombre. Decidí dejarlo para crear tensión con nuestra Glimmer de Etheria. Pero no, la amiga de Catra está en el Reino 12, en Dryl, es solo que tanto como Catra como Adora están algo shokeadas de tener a "otra Glimmer" ahí en la arena con ellas y por eso se la pasan comparando.
Aunque la Glimmer del Reino Uno es alta, rubia de ojos verdes, por eso Catra la describe como "despampanante y sexy".
