II. La maldición de Macbeth. Todo porque es él.

.

.

.

"La vida es una sombra tan solo, que transcurre; un pobre actor que orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa."

.

.

.

Seguro no estaba de que aquello le sirviera mucho. Total, su existencia estaba ligada al hecho de que en la actualidad existiese un equilibrio impuesto por el poder exorbitante de la criatura que era él. Así que no veía como algo muy necesario tener amigos, rodearse del común de la gente, personas sin poder alguno.

Convencido por la paja que le habían metido en la cabeza, más que por otra cosa; aunque por dentro, muy en el fondo, se sentía profundamente solo y envidiaba aquello que los demás tenían: normalidad.

Así que el conocer a ese chiquillo curioso, le había dado un giro repentino a su joven existencia.

Y aquello era mucho decir. ¿Cómo alguien con tanto poder podría desear nada más? Pues la vida le daría varios reveses para decirle que sí, que deseaba mucho más de lo que podía concebir en su infantil pensamiento, y después en su madurez. A alguien que podía verlo todo con esa visión magnifica, alguien que podía detectar el menor atisbo de fuerza aunque estuviese lejos…

—¿Qué dices que haces? —Inquirió en ese tono grosero y demandante al niño que estaba sentado delante suyo, tratando de construir con las minúsculas piezas armables un castillo que Satoru había dejado a medias— No, esa no va ahí, va allá… —le dijo señalándole el lado contrario.

—¿Cómo sabes? —Devolvió el otro, torciendo sus infantiles labios en un gesto de evidente molestia.

—Porque ya lo había intentado ahí y justo es del tamaño del hueco que está del otro lado —contestó con autosuficiencia—, y entonces, ¿cómo es que funciona tu poder?

Suguru guardó un silencio incómodo, tragó saliva y luego contestó, dándose cuenta de que efectivamente la jodida pieza iba donde Satoru le dijo.

—Absorbo maldiciones, ahora mismo no puedo absorber muchas, ni tampoco de gran tamaño porque…

—¿Cómo las absorbes?

—Pues… las atraigo hacia mí, las comprimo como una pelota y después… eso ¡Las absorbo!

—Pero ¿Cómo?

—¡Pues así! —No quería ahondar en el feo detalle de que, literal, las engullía, de por sí para él mismo era algo aberrante.

—No entiendo… ya me aburrí, vamos a jugar pelota —le ordenó poniéndose en pie y caminando hacia la puerta de su habitación.

Suguru por toda respuesta frunció el ceño, entornó los ojos y no se movió de su lugar mientras seguía peleando con otra pieza que tenía entre los dedos.

—No quiero jugar pelota.

—Dije que vamos a jugar pelota —contestó indignado clavando sus ojos azul imposible en el otro que le devolvió la mirada sin temor alguno.

—Vas a ensuciar toda esa ropa cara que llevas encima, además, ya te dije que no quiero jugar pelota —respondió displicente.

Acto seguido Satoru caminó de regreso hasta su closet y abrió todas las puertas de par en par para que el otro echara un vistazo a todo lo que estaba ahí dentro, guardados primorosamente kimonos, yukatas, hakamas, todo ello confeccionado con los mejores materiales.

Suguru jamás había visto tanta ropa tan bonita. ¡Era una locura!

—Tengo mucha, así que no importa. Si quieres, te puedo regalar lo que sea de ahí, escoge…

—No gracias —contestó el otro, quizás demasiado rápido, para no denotar que se moría por tener algo así, pero también en el contexto que lo decía ese Gojo de los mil carajos, sonaba a limosna.

El niño blanquecino simplemente se encogió de hombros.

—Como sea, vamos a jugar.

—Ya te dije que no.

—¿Por qué diablos no? ¡Tú estás aquí para jugar conmigo y hacer lo que te diga! —Ladró rabioso logrando ponerse colorado como un tomate y sus preciosos ojos azules encendidos por la furia infantil.

Suguru le dirigió una mirada de profundo rencor y se mofó soltando el aire burlonamente.

—No. Yo no estoy aquí para hacer lo que te dé la gana, si estás acostumbrado a ello, mal por ti. Además de tener pésimos modales eres un crío insoportable, y no, no voy a hacer lo que quieras, no soy tu sirviente —le espetó indignado apretando los puños a sus costados, muriendo de ganas por írsele encima a golpes.

—¿Cómo carajo no? ¡Te trajeron aquí para divertirme!

Acto seguido, aquella habitación se volvió un desastre en medio de gritos, groserías, tirones de cabello… eran como pequeños luchadores en un cuadrilátero.

El profesor escuchó la refriega pero pensó que simplemente estaban jugando. Así que se encogió de hombros y siguió hablando con los ancianos Gojo con los que estaba. Incluso aquellos sonrieron y pensaron, ingenuamente, que le hacía bien a Satoru convivir con aquel niño, muy sana la cosa.

Al final acabaron tirados como sacos de papas en la habitación toda revuelta.

—Un día me vas a obedecer…

—Jamás…

—Bueno ya estoy hecho un asco, ¿podemos jugar pelota ahora sí?

—¿No tienes videojuegos, una consola o algo así? —Contestó su compañero de golpiza.

—No, ni televisión tengo, sólo tengo estéreo… ¿Tú tienes eso? —Inquirió interesado.

—Sí, podríamos ir a jugar un día a mi casa, bueno…

—¿Bueno qué?

—Sólo si te comportas civilizadamente, no te puedes comportar como basura delante de mis padres, sería vergonzoso —le dijo arqueando una de sus pequeñas cejas, sus de por sí pequeños ojos se clavaron en el otro mequetrefe.

—Bien, puedo hacerlo, ¿Cuándo vamos? ¿Ahora mismo?

—No, ahora no, pero después.

—Vamos ahora —contestó Satoru visiblemente emocionado por salir de sus cuatro paredes.

—¡No! Ya es tarde y me tengo que ir, pero podemos ir después, supongo que te pueden dejar visitarme, ¿no?

—Seguro —no estaba seguro, pero lo conseguiría a como diera lugar.

La simple idea de salir de ahí, de ir a otro lado y de conocer otra casa y otra forma de vida, le causaba tanta emoción como si se tratara de visitar Disneyland.

Cuando Suguru y Satoru descendieron las escaleras cual si hubiesen rodado por el Monte Fuji de bajada, los demás simplemente rieron de tan linda y tierna escena… claro que no sabían que habían tenido una sesión de golpes sanguinarios infantiles.

Siempre respetó de Suguru eso… que fue el único que se oponía a sus deseos, tampoco le tenía miedo… curiosamente fue Suguru quien siempre lo derrotó… de muchas maneras… a él, al más fuerte.

.

.

.

Tokyo Radio FM 96

Strangers in the night exchanging glances

Wondering in the night, what were the chances?

We'd be sharing love before the night was through

Something in your eyes was so inviting

Something in your smile was so exciting

Something in my heart told me I must have you (…)

Strangers in the night, Frank Sinatra.