VI. La maldición de El Banquete. Correr antes que caminar.

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"También es de todos ellos el que hace más bien a los hombres; porque no conozco mayor ventaja para un joven, que tener un amante virtuoso; ni para un amante, que el amar un objeto virtuoso. Nacimiento, honores, riqueza, nada puede como el Amor inspirar al hombre lo que necesita para vivir honradamente; quiero decir, la vergüenza del mal y la emulación del bien."

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La adolescencia, se suponía, era un periodo de tiempo magnífico, lleno de cosas por descubrir, de vivencias, de instantes, el tiempo memorable, transgresor, el espacio y tiempo formativo para el futuro; sin embargo, curiosamente para Satoru no había sido más que un deambular por los días sin mayor cosecha que la del pesimismo de su propia condición.

Al menos lo fue un muy buen tiempo, mientras vivió encerrado en su palacio de cristal, aislado de todo y de todos. Por ello, cuando al fin se vio libre del peso de su responsabilidad y pudo ser lo más normal posible, era evidente que su desastrada personalidad y su añoranza de todo lo que no tenía, darían al traste con muchas cosas.

Y mientras todo esto pasaba, no hay que negarlo, se sumaban las hormonas al eje triunfante de la locura inicial.

—¿Por qué es tan… extraño? —Indagó Shoko mientras seguía con mirada atónita a Satoru que corría a lo lejos tratando de dar alcance a una extraña criatura mientras andaban en Ueno Park.

La cosa en cuestión estaba adherida a un venado y este parecía no inmutarse mientras su aspecto se volvía cada vez más desconcertante, como pútrido.

—No es extraño, es que siempre estuvo solo, aislado… es todo —respondió Suguru arqueando una ceja mientras observaba la… singular escena— ¡Satoru! No lo elimines me sirve para…

Un estallido que incluso acabó por reventar al pobre animal que traía aquella maldición encima.

—Ummm, lo siento… haberlo dicho antes —se disculpó encogiéndose de hombros.

—Bueno, pues parece que es un crío y ya —contestó ella mientras soltaba una risilla.

—Es un crío —admitió el otro—. Cuando lo conocí era mucho peor que ahora, pensaba que a mí me habían llevado con él para su entretenimiento particular.

—¿En serio?

—Sí…

Suguru suspiró. Era difícil sobrellevar a Satoru, siempre lo fue y siempre lo sería. Antes de empezar con la escuela, en aquellos días, habían aprovechado para hacer al vago y explorar un poco lo que podían hacer, por supuesto ninguno de los tres era experto.

Entre que Shoko con trabajos podía curar una costra, Satoru no medía su fuerza y Suguru… bueno, aún estaba aprendiendo a controlar, literal, todo lo que se tragaba. Menudo trío.

—¿Por qué el fleco? —Inquirió Satoru jalando el cabello de su compañero.

—¿Qué tiene?

—Nada, sólo preguntaba —contestó con sus impresionantes ojos azules clavados en su compañero—, ¿y por qué los aretes?

—Son expansiones… me gustan, las voy a cambiar por unas más grandes —reflexionó el otro—, a mis padres no les gusta nada de esto…

—¿Es por molestarlos? Me gusta tu cabello largo, deberías dejarlo suelto —sin mediar palabra lo siguiente fue que le quitó el elástico del cabello.

—¡Hey, suelta!

Y después los dos estaban tirándose del cabello, retorciéndose dolorosamente los mechones y el cuello.

—¡Maestro… creo que se están lastimando…! —Acusó su compañera mientras el profesor Yaga entornaba los ojos.

"No puede ser, como cuando eran críos, esto no va a salir nada bien", pensó para sus adentros.

Gojo parecía imperturbable, era una de esas extrañas criaturas que se acomodaba a cualquier situación sin pensar mucho al respecto, acostumbrado a no tocar, a no convivir, a ser cosa bendita, guardada del polvo y del precio a su cabeza, su abanico de emociones siempre estuvo incompleto, era como ver las sombras en un cielo claro y despejado.

Y eso mismo fue lo que le metió en tantos problemas.

Porque estaba desesperado por vivir, por tener, por experimentar.

—Te extrañé —confesó cuando estaban los dos solos sentados en una apacible mesa en los amplios jardines de la escuela, tres refrescos después.

Suguru sonrió tímidamente, pensó en que su amigo no tenía filtro alguno para decir las cosas.

—¿En serio? Vaya, muchas gracias por el cumplido —contestó en son de broma.

—Sí, para mí tú eres todo, para ti quizás yo sólo soy una buena experiencia y ya, pero… —soltó de golpe, tajante—, como sea seguro tú estabas con otros amigos, con otras personas… —no pudo tratar de esconder aquel mohín de reclamo, tampoco quiso hacerlo.

—¿Quieres jugar videojuegos? —Acabó por salir por la tangente.

—¡Seguro! ¿Trajiste la consola? —Respondió sonriente, clavando aquellos ojos a los que nada escapaba en los ojos marrones de él.

—Sí, la traje, puesto que mañana no hay escuela, podemos desvelarnos un rato…

Caminaron entre tirones de cabello y sonoros golpes en la espalda mientras iban riendo en medio de los restos del sol de la tarde, como si nunca hubiesen pasado un minuto separados, como si el tiempo lo hubiesen detenido en el reloj de arena de sus vidas.

"Tú eres todo para mí, aún ahora, eres todo lo que tengo, eres mío", se dijo en silencio Satoru Gojo.

Alguien debió avisar a Suguru Geto que cuando un Gojo pone la vista en algo, ese algo se vuelve suyo… para siempre…

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Tokyo Radio FM 96

Oh, I hope I don't losе you

Mmm, please stay

I want you, I need you, oh God

Don't take

Thеse beautiful things that I've got

Please stay

I want you, I need you, oh, God

Don't take

These beautiful things that I've got

Beautiful things, Benson Boone.