XII. La maldición de La Señora Dalloway. Los amigos vuelan.
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"Cada año que pasaba ella sentía más profundamente, más apasionadamente. La capacidad de sentir aumentaba, dijo él, quizá por desgracia, aunque había que alegrarse de ello. Esa era su experiencia."
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Al paso de los días, después de lo que supo Satoru respecto a Suguru, todos los días verificaba su estado de ánimo y eso no cambió con el tiempo, con los años, y como una especie de remedio casero, procuraba llenar su vida de estupideces.
Nadie como él para llenar su vida de cosas insulsas.
Shoko, de manera más discreta y no invasiva, también estaba al pendiente, pero ella a diferencia del otro, procuraba darle espacio.
Por aquellos días el calor era sofocante, así que en una pequeña escapada Satoru había ido a la ciudad a comprar una paleta helada. Resulta que, a medio camino entre la ciudad y la escuela, había descubierto un lugar que ofrecía un amplio catálogo de paletas heladas de sabores curiosos, bastante caras por cierto.
A él le gustaba la de té verde, hibisco, pétalos de sakura y jengibre.
Cuando regresó a la escuela, llevando la paleta a medias, se encontró con Suguru quien se había quedado en la biblioteca.
—¡Hey! ¿Dónde estabas? —Inquirió Suguru.
—Fui por esto —le dijo enseñándole la paleta helada, orgulloso de aquel descubrimiento—, ¿quieres probar? —inquirió acercándole la paleta a los labios.
Que huelga decir, observaba con atención. ¿Cómo no hacerlo? Si a menudo se descubría mirando la curva de esos labios al hablar y se imaginaba cómo sería tocarlos… con sus propios labios. Cosa que tampoco había hecho en la vida, eso de besar a alguien.
Suguru le sonrió, asintió y después… abrió la boca de tal manera que acabó por engullir la totalidad de la paleta hasta que sólo quedó el palito de madera en la mano de Satoru.
—¡Geto Suguru! ¿Qué mierda hiciste? —demandó bastante enojado el joven Gojo, arrojándole el palito de madera en la cabeza.
El otro estaba en medio de un ataque de risa tan intenso que incluso se estaba sosteniendo el estómago.
—Lo siento… —farfulló en medio de la carcajada.
—¡Nada de lo siento, cabrón! ¡Ahora me debes dos paletas! Si querías una me hubieras dicho, además te la tragaste entera, ni siquiera la saboreaste… —gimoteó indignado.
—¿Por qué dos? Si sólo me comí una —se defendió.
—Dos por abusar de mi confianza… y quiero mi paleta ahora, no mañana, ahora.
—Bien, bien, pues entonces dos —contestó aun riendo.
Para cuando emprendieron el camino de regreso hacia el local de las paletas el calor era sofocante, pero lo peor vino después cuando Suguru observó el costo de las condenadas paletas.
—Satoru, están carísimas, sólo compraré una…
—¡No! Me debes dos, además, acaban de pagar lo de la última misión, así que sí tienes dinero…
—Por Dios —suspiró y al final acabó pagando las dos paletas carísimas.
Muy feliz iba Satoru con sus dos paletas, mientras el otro lo observaba con molestia porque lo había obligado a comprar dos.
—Ya, bueno, quita esa cara —tuvo un poco de piedad de él y terminó por alargarle la segunda paleta que traía para que se la comiera.
El otro la tomó y se la comió, sólo que esta vez no se atragantó con ella. Definitivamente era un sabor distinto, raro, aunque no era malo. Satoru sí que tenía gustos curiosos, o quizás más refinados que los suyos, y eso seguramente era porque siempre había sido un niño pijo, a diferencia de él.
—Suguru, y si… entonces… ¿estaría bien?... pero…
Ya había dejado de escuchar a su compañero mientras estaba embebido en sus pensamientos.
Se preguntaba qué vida había sido mejor, si la suya tan mundana o la de él, encerrado siempre, pero con todo lo mejor a la mano.
—Oye, ya deja de mascar el palo de madera —se burló la voz conocida.
—¿Eh? ¡Ah! Bueno, ni siquiera me di cuenta.
—¿No escuchaste lo que te dije, verdad?
—No, lo siento.
—Bueno, entonces tomaré por positiva la respuesta a la pregunta que te hice y no escuchaste.
—No jodas, Satoru.
Lo llevó arrastrando a la ciudad, como siempre; de alguna manera pocas veces podía decirle que no, y por eso siempre acababan metidos en líos. Caminaron un buen rato y después entraron al metro. Otro poco más de caminata y llegaron a la Midtown Tower, uno de esos edificios altísimos que eran emblemas de postales.
El joven de cabellos oscuros arqueó una ceja y abrió la boca para decir algo, pero el otro se lo impidió poniéndole los dedos en los labios.
¡Y luego se echó a correr hacia adentro de la torre, como una jodida cabra!
—Cabrón… —farfulló mientras corría tras Gojo.
A velocidades inhumanas sortearon guardias de seguridad, controles, personas, oficinistas, proveedores, todo.
Casi se le escapaba, casi. Lo alcanzó pisos arriba cuando se metió al elevador, apenas si alcanzó a entrar también, resollando, riéndose, pensó que estaba a nada de que se le saliera sola la saliva por los labios, su cabello oscurísimo estaba echo un lío, el de Satoru… bueno, su cabello era como si un animal hubiese atacado su cabeza.
—¿Qué demonios, Gojo…?
—¿Viste sus caras? —Jadeó en medio de un ataque de risa.
Acabaron en el último piso, no en panorámico, sino en lo último del edificio, literalmente donde se abastecía el agua, el gas.
—¿Qué hacemos aquí, Satoru?
—Me gustan estos lugares, quería traerte aquí hace tiempo, ya verás…
El joven de cabellos blancos se acercó al pretil del edificio y se quedó de pie ahí, en perfecto equilibrio, sintiendo el viento en el rostro que a su vez levantaba sus cabellos ya de por sí desordenados.
—Satoru, baja de ahí…
—¿Te da miedo, Suguru? —inquirió con sorna.
—Claro que no, anda baja ya.
—Ven, hay una vista espectacular desde aquí —le tendió la mano invitándolo a subir, el otro rechazó la ayuda y se subió también al peligroso lugar.
Efectivamente, la vista era hermosa desde ahí, aunque si echaba un vistazo hacia abajo, no podía evitar sentir vértigo, el viento mesaba sus cabellos, observó a su compañero perdido en la vista, éste se volvió hacia él, le sonrió, después levantó la mano para tocar su mejilla.
—Vamos a volar, ¿qué te parece?
—¿De qué diablos estás hablando?
—De eso, de volar, ¿tienes miedo… Suguru? Tan lindo, tan preocupado siempre… anda, vamos a volar juntos, a este punto ya sabes hacerlo… ¿no? —Inquirió como en un trance psicótico.
—Eh… sí, algo, pero…
—De todos modos, tú tienes algunos shikigamis que pueden volar, ¿no?
—Sí, pero…
No dijo más y acabó lanzándose al precipicio sin mediar palabra.
—¡Satoru! ¡Hijo de puta! De eso se trataba ¿verdad? Cabrón…
Días atrás había estado jodiéndolo con que lo dejara subirse a la mantarraya que tenía consigo y que había entrenado; por supuesto, el interés del otro era simplemente subirse en ella y divertirse.
Debió imaginarlo.
No lo pensó dos veces y terminó por arrojarse también hacia el vacío, tras su compañero…
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Tokyo Radio FM 96
Hush now watch the stars fall
Into a fire wall
I am waiting here
Waiting for you to come home
Sinking embers glow
Melting icy snow
I am waiting here,
Waiting for you to come home
Waiting, Norah Jones.
