XIV. La maldición de Drácula. Sin nada que perder.

.

.

.

"En tales casos, los hombres no necesitan mucha expresión. Un apretón de manos, o palmadas sobre los hombros, un sollozo al unísono, son expresiones agradables para el corazón del hombre."

.

.

.

Satoru había tenido la genial ocurrencia de que si Suguru no entendía sus insinuaciones, o no las quería entender… él iba a cerrar cada vez más el cerco sobre la víctima. Lo que nunca se le ocurrió es que con esas decisiones tan a la ligera que iba tomando, la vida se encargaría de devolverle su propia responsabilidad.

Por aquellos entonces, ¿qué iba a saber él de todo eso? Nada. Su propia juventud e inexperiencia disculpaban a ambos de todo lo que sucedió.

Los días en la escuela pasaban con parsimoniosa tranquilidad… bueno, era un decir, porque la realidad era que iban aprendiendo por el camino mientras trataban de solucionar los casos que les asignaban. Y aunque a veces podían terminar con ello rápido, siendo honestos, en más de una ocasión mordieron el polvo y, de no ser porque estaban los dos juntos, aquello habría salido bastante jodido.

Él siempre se quedaba observando con atención cómo Suguru absorbía las maldiciones y después, literal, las domesticaba.

Apartado en un rincón y sin hacer mucho ruido, según él, mimetizándose en la naturaleza, se quedaba impávido cuando su compañero lograba hacer que las cosas esas le obedecieran. ¡Era increíble!

Claro, después se distraía en cosas. Como siempre. Su tren de pensamiento iba en todas direcciones.

Por ejemplo: en la curva de su espalda que caía dramáticamente en la estrecha cintura, y luego, hacia las nalgas que…

"Piensa en Digimon, piensa en Digimon, piensa…"

Se repetía, tratando de darse un placebo para las cosas extrañas que le pasaban por la cabeza; se preguntaba si algo así le sucedía a Juana de Arco cuando tuvo aquellas revelaciones, por supuesto sus revelaciones no eran de tipo sexual, como las que él tenía a veces. En fin.

—Suguru…

—¿Qué pasa? —Contestaba frunciendo el ceño.

—Me he preguntado cosas…

—¿Qué cosas?

—Si tú también mueres por que te bese… —comentaba de lo más normal.

—No jodas, Satoru —respondía el otro entornando los ojos y negando con la cabeza. La realidad es que pensaba que, como siempre, estaba jugando.

Mientras caminaban hacia el salón de clases, iban hablando de estas cosas tan profundas.

—Por ejemplo, creo que Utahime también muere por un beso, por ello es tosca como un pony —reflexionó tocándose la barbilla, los lentes oscuros caídos a mitad del puente de la nariz—, después… Meimei, bueno creo que ella también…

—Ella quiere más que un beso tuyo —terció Suguru, con una risilla boba.

—¿En serio?

—Seguro, te quiere entero, no sólo un beso.

—No lo había pensado.

—Pero sobre todas las cosas quiere tu dinero —explicó haciendo que el otro arrugara la respingada nariz.

—Vaya… bueno, pues hay varias interesadas, por ende, como puedes ver, soy un hombre muy codiciado, deberías sentirte orgulloso de que tengas toda mi atención —reafirmó como si aquello fuese una ley papal.

—No eres un hombre, Satoru, sigues siendo un niño… un niño pijo, y no, no me interesa tu atención.

—¿Mi dinero? Tengo mucho, te lo puedo dar todo —añadió enarcando una ceja.

El otro arrugó el ceño.

—No quiero dinero…

—¿Qué quieres?

—¿Qué hacen? —Interrumpió Shoko corriendo para alcanzarlos por el pasillo, colgándose del brazo de uno y otro.

—Trataba de averiguar qué quiere Suguru de mí —respondió rápidamente Gojo.

—¡Ah! Vaya, pues… qué querría de ti… —inquirió la otra incomodando un pelín a su compañero, ya se había acostumbrado a la curiosa relación de ellos dos.

—¡Amistad! ¡Nada más! Dejen de fastidiar los dos —Protestó enrojecido, observándolos con desdén.

—Sé que quieres más, pero está bien Suguru, entiendo que esto te confunda y no es de señoritas decentes hablar abiertamente de ello… —ironizó en medio de una carcajada.

Shoko no pudo evitar reírse también.

—Corre por tu vida, idiota…

Los gritos en medio del pasillo le daban vida a una escuela anormalmente grande y que sólo parecía ser eso, una escuela, cuando el ruido de los jóvenes se apoderaba de ella.

Gritos, mordidas, groserías, cabellos tironeados y todo lo normal a lo cual estaban acostumbrados los dos. Shoko simplemente los observaba rodar por el piso peleando, como camarones siendo empanizados.

Hasta que acababan la pelea desparramados por entre las sillas.

—¿Por qué siempre te enfadas en vez de admitirlo?

—Eres un grandísimo idiota, Satoru… —contestó poniéndose en pie, tendiendo la mano para ayudarlo a levantarse.

—¡Shoko! Por favor, ¿nos dejarías solos unos minutos? Suguru es muy tímido…

—¿Tímido? ¿Para qué?

—Para todo, no quiere que nadie vea su primer… beso…

—¡Ah! Seguro, regreso en cinco —contestó la otra mientras dejaba sus cosas en el lugar habitual y se reía a discreción.

Por supuesto, ella se había dado cuenta casi desde el primer día en que conoció a Satoru Gojo: era más que obvio, la devoción que sentía por su compañero perfectamente podía traducirse en amor, amor de muchas maneras, amor inexplicable, amor infinito. Respecto a si eso era correspondido por Suguru, no estaba segura… puesto que él era muy reservado con casi todo… pero de que sentía cariño por él… sabía que sí.

Tenía que dar crédito a Satoru por intentar hasta las cosas más desesperadas para que el otro cediera.

—¡No! ¡Espera Shoko!

—Ya estamos solos, ya me lo puedes decir.

Dijo Satoru levantándose de su silla y quedando frente al otro, se quitó las gafas especiales y apoyó las manos en el pupitre de su compañero. Nadie iba a negar que los ojos azul imposible de Satoru eran francamente impresionantes.

—Decirte qué, tonto.

—Que quieres que tu primer beso sea conmigo —explicó con esa seguridad que no dejaba posibilidad a dudas.

—¿Cuál primer beso? ¿De qué rayos hablas?

—Haré de ti una mujer decente, me casaré contigo y te llevaré a vivir al Clan Gojo…

—Otra vez la misma tontería…

Satoru se agachó hasta estar a una peligrosa corta distancia de su compañero y, pese a ello, pese a lo intenso que se había puesto todo, Suguru no se movió, se quedó ahí, quieto, taciturno, observando, esperando.

—Seguro nadie te ha dado un beso… en la nariz… —susurró.

—¿Qué…?

Se acercó, pausadamente, milímetro a milímetro, como un cazador en la sabana africana, acechando a la presa, parecía que la distancia entre los labios de uno y otro era imperceptible. Quizás lo único que los separaba era el aliento entre los dos.

Lentamente levantó el rostro y le dio un beso en la punta de la nariz.

¡La cara de Suguru era un poema!

El corazón de Geto se había detenido hasta ese momento… por varias cosas, entre ellas porque, efectivamente, ni siquiera había opuesto resistencia, no se había movido ni un ápice, su cuerpo no le obedeció, no era la voluntad de sus propias memorias, era que… simplemente no quiso hacerlo.

No quiso.

Porque otra cosa quería.

Y quizás ya lo había pensado, pero había preferido ignorarlo y no seguir dándole vueltas.

Pero el cuerpo tiene memoria. El cuerpo recuerda todo. Recuerda lo que le gusta y reconforta, recuerda aquello por lo que particularmente siente cariño…

.

.

.

Tokyo Radio FM 96

Please don't let this turn into something it's not

I can only give you everything I've got

I can't be as sorry as you think I should

But I still love you more than anyone else could.

All that I keep thinking throughout this whole flight

Is it could take my whole damn life to make this right

This splintered mast I'm holding on won't save me long

Because I know fine well that what I did was wrong.

Make this go on forever, Snow Patrol.