XVII. La maldición de Orlando. El verano es azul.
.
.
.
"Así los rumores se acumularon en torno a él. Se convirtió en el adorado de muchas mujeres y algunos hombres. No era necesario que hablasen con él o tan siquiera que lo viesen…".
.
.
.
Barrio Izumi, Sendai
.
.
.
—Supongo que de alguna manera recuerdas que alguna vez tus padres estaban contigo, ¿verdad? Por eso me estás haciendo ver mi suerte… —dijo con un mohín de molestia el anciano al pequeño bebé, casi niño, que tenía entre los brazos.
Dicho sea de paso, aquel niño rebosante de energía gritaba con todas sus fuerzas en medio de un berrinche de dimensiones épicas.
Su cabello pelirrojo(1) casi empataba con el rojo de sus mejillas en aquella muestra de fuerza pulmonar, las diminutas pecas de su rostro incluso se borraban.
—Ya, Yuji, si sigues así acabarás con un dolor de garganta que después yo tendré que cuidar también —razonó con el pequeño enrabietado—, sólo somos tú y yo, y algún día sólo serás tú, así que… debes ser fuerte… no todo en la vida es el chupete.
Como si aquel engendro entendiese comenzó a suspirar y detuvo sus berridos, observó al viejo con sus ojos inteligentes, marrones, desconsolado dejó de llorar.
—¿Ves cómo no era tan difícil? Después te contaré porque nos quedamos solos, pero eso será cuando seas mayor… ahora sólo quieres el chupete y el biberón, ¿verdad?
Siguió andando por la callejuela tranquila mientras silbaba una vieja nana que hoy ya nadie recordaba, quizás los viejos como él, de ahí en fuera, eso se perdería tarde o temprano, como en general pasaba con las cosas de antaño, ojalá que los jóvenes nunca olvidaran lo de antaño… ojalá…
Él sabía que su nieto había nacido bajo condiciones muy especiales y que, tarde o temprano, su destino estaría atado al de otros, que como él… no eran personas comunes, tenía la clara impresión de que lo más poderoso de ese niño era su corazón… lo sentía.
00000
.
.
.
Rokku Broadway
.
.
.
—¿Te vas a quitar…? ¿Estás jugando, como siempre? —Susurró a escasos centímetros de su rostro sonrojado.
—¿Por qué crees que estoy jugando? Lo digo muy enserio, creí que ya habíamos aclarado ese punto, Suguru —contestó con la seguridad avasalladora de siempre.
Aunque por dentro estaba sintiendo que todo le estallaba, es más, estaba seguro de que si muriera en ese instante no se convertiría en una maldición, se convertiría en un sinfín de fuegos artificiales.
Sus manos se enredaron, como que no queriendo la cosa, en aquella cintura de su compañero que se le antojaba perfecta para su agarre, no quería verse tan… pronto… pero sí quería, es más quería jalarlo contra sí y atraparlo con sus piernas.
"Calma… lo echarás a perder…", se reconvino en silencio.
Y justo en ese maldito momento recordó lo que había platicado con Shoko un par de días atrás. No cabía duda, para sabotearlo, nadie como él mismo.
—No juegues con él, Satoru —exigió ella con franqueza.
—No estoy jugando.
—Te lo digo en serio, si es parte de tus bromas de mal gusto…
—No es broma, ¿de verdad crees que estoy bromeando? ¿En serio crees que no me gusta… lo indecible? —Remató con la franqueza de toda la vida.
—Sólo no la jodas, ¿vale? No te metas en algo que no puedas controlar…
—Gracias por el consejo —contestó entornando los ojos.
—Es gratis —ironizó ella.
Los ojos de Suguru nunca le parecieron tan elocuentes como en ese momento, aquellas pupilas que se convertían en un universo infinito en el que se sentía perdido, sí, el más fuerte estaba ahí perdido.
Suguru lo abrazó en un acto reflejo, lo atrajo otros centímetros más, prácticamente sentía todo su cuerpo contra el suyo y, de no haber sido por la ropa, casi juraría que podía sentir la piel blanca, de alabastro, de Satoru, erizada totalmente. Juraría que los latidos de su corazón y del de su compañero de armas latían a la misma velocidad… como tambores africanos al clamor de la guerra.
Sus labios apenas tocaban los de él, lo único que los dividía, era su propio aliento.
Hasta ese momento, aquello era lo más voluptuoso entre sus memorias; aunque, lo cierto es que Satoru no había vivido nada y con todo, aquel justo instante, le acompañaría hasta la eternidad: lo que sentía cuando aquel abrazo parecía fundirlos a ambos, contra la piel, contra la carne, contra el hueso.
Suguru lo besó entonces y sintió que el mundo desaparecía a su alrededor, que nada existía, sólo ellos dos… sólo la tibieza de su lengua, el latir de sus corazones desbocados y sus manos que buscaban desesperadamente atraerse el uno al otro, fundidos en un beso que parecía detener el mundo entero.
Gimió bajito contra sus labios, jaló un poco de aire y lo apretujó contra él… después se dio la espantada de su vida cuando fue consciente de qué sentía contra sus muslos… el sexo de su compañero, bastante excitado, igual que él. No supo si eso era normal, sería de buen gusto o era guarro.
Lo único seguro era lo que estaban sintiendo en ese momento.
Quería más, más besos, más abrazos, más arrumacos, quería todo.
—Quiero todo… —confesó con el poco aliento que le quedaba.
—¿No crees que eso es muy rápido…? —Razonó su compañero, aunque tampoco quería ser razonable.
—¿Quién tendría que opinar al respecto? Lo que hagamos tú y yo es cosa nuestra…
Geto ya no quiso seguir discutiendo aquello, así que lo calló besándolo de nuevo, pero eso tampoco fue tan buena idea, tomando en cuenta que él mismo estaba barajeando la posibilidad de acabar teniendo sexo en público en un callejón, bien al aire libre, como si nada.
Satoru se agazapó contra él, recuperando el resuello, en silencio, sin querer soltarlo, pensaba que si lo hacía, todo desaparecería como si fuese una ilusión, producto de su febril y lasciva cabeza.
—No quieres ir rápido… bueno… dejemos que las cosas pasen, ¿te parece? —preguntó mirándolo a los ojos, mesando su cabello azabache, jugando con aquel mechón en su frente.
—Está bien, Satoru —le dijo sin querer soltarlo, estaba cómodo así—, pero es hora de irnos, ya es noche y seguramente no creerán que tardé tanto tiempo en atrapar a la maldición…
—Maldita sea Suguru, eres de lo más anticlimático —contestó fastidiado dándole un pequeño puñetazo en el hombro.
Su compañero acabó riendo y soltándolo, se separaron en el momento justo en el que una parejita pasaba riendo escandalosamente por ahí, más borrachos que una cuba.
—Eso me gustó.
—¿El qué? —inquirió extrañado el moreno, frunciendo el ceño.
—Tú, tus labios… lo que me haces sentir…
—Satoru…
—Satoru nada…
Como siempre acabaron empujándose, riendo y corriendo en medio de la noche. Tendrían que regresar buena parte caminando, era bastante tarde y el último tren había partido ya.
Pero estaban atrapados en la euforia juvenil del momento, así que era lo de menos.
.
.
.
Tokyo Radio FM 96
Maybe we're perfect strangers
Maybe it's not forever
Maybe the night will change us
Maybe we'll stay together
Maybe we'll walk away
Maybe we'll realize
We're only human
Maybe we don't need no reason why
Come on, come on, come over
Maybe we don't need no reason why
Come on, come on, come over.
Perfect strangers, JP Cooper & Jonas Blue.
.
.
.
N. de la A.
(1) La realidad es que el color de cabello de Yuji es un tema de discusión bizantina. En el manga es un tono marrón cobrizo, en el anime es rosado. Desde un inicio cuando decidí escribir de JJK, como lo he hecho con otros relatos de otros fandoms, me niego a describir colores de fantasía en el cabello, mis disculpas ante esta licencia que me tomo a título personal, el caso de Gojo es punto y aparte puesto que su condición no es albinismo, sino hipopigmentación, algo todavía más raro que lo anterior. En adelante, donde aparezca este character (Yuji), será así.
