XVIII. La maldición de Delta de Venus. Lo más profundo es la piel.
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"El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celos, envidia, todas las variedades del miedo, viajes al extranjero, caras nuevas, novelas, relatos, sueños, fantasías, música, danza, opio y vino."
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Alguien debió decirle que aquello no era más que el principio, alguien debió advertirle que el tipo de cosas en las que se estaba metiendo podían convertirse en la condena eterna de su alma, de su cuerpo. A veces lo único que tenía en su blanca y esponjada cabeza era la sensación hedonista de lo que había experimentado aquella noche, de esos labios, de esa lengua, de ese cuerpo.
No.
En realidad no había nada más en su cabeza. Tenía que reconocerle a Suguru que se mantenía incólume, que sabía fingir muy bien, que podía hacer pasar desapercibido el deseo que sintió contra su cuerpo y contra su boca que jamás había besado a nadie.
Definitivamente no tenía la fuerza de voluntad que tenía su compañero, no. Suguru parecía pasar la vida así sin más, todo sin problema. Cuando él… bueno, él sentía que se perdía entre la necesidad, el deseo latente, la desesperación, el enojo.
Casi era fin de semana.
Un jueves cualquiera. Acabó la clase, Shoko salió corriendo porque tenía algo que ver en la facultad de medicina o algo así había balbuceado, y ahí se quedaron ellos dos observando cómo todos salían con aparente prisa a otras actividades, incluido Masamichi Yaga.
Satoru se sentó en el escritorio, desfachatado como siempre, mientras Suguru reunía sus cosas en la mochila.
—Pronto serán las vacaciones, luego otro año escolar más, ha pasado rápido ¿no? —Reflexionó el joven de cabello incoloro.
Geto se volvió a mirarlo, lo observó ahí sentado, tocado por el sol mortecino que se colaba por la ventana, sonrió. Dejó lo que tenía en las manos y caminó hacia él. Raro, raro en él, algo en su actitud era diferente, no sabía qué, pero aún así Satoru se quedó quieto.
Suguru llegó hasta donde estaba, inesperadamente se colocó entre sus piernas. Le quitó los lentes oscuros y los dejó a un lado luego apostó ambas manos a los costados de su cadera, recargadas sobre el escritorio.
—Sí, ya pronto serán las vacaciones… y sí, todo ha pasado rápido, ¿por qué la reflexión?
Satoru tragó saliva, espesa, trataba de ordenar las ideas en su revuelta cabeza, difícil concentrarse con él ahí.
—Eh… bueno, me preguntaba si… ¿vas a regresar a tu casa?
—No sé, depende, ¿tú? —se acercó un poco más, lo suficiente para olisquearle el cuello, ese perfume suyo, que no recordaba cuál era, tenía una nota particular de ámbar que… siempre le había gustado—, quizás vuelva la última semana con ellos… no lo sé…
Los latidos de su corazón se detuvieron.
Arqueó la cabeza hacia atrás, un acto inconsciente para invitarlo a seguir ahí, contra su piel, contra su cuello.
—No… no quiero volver… quiero quedarme contigo, pero si tienes que ir…
—Veremos —muy convencido no estaba y menos con todo lo recientemente descubierto. Menos con esto.
Por sus venas corría fuego. Fuego que despertaba ese que tenía delante suyo. Fuego arrebatado del que es capaz de abrasarlo todo, de destruirlo absolutamente todo a su paso, incluida su cordura y en general a su persona.
Sus labios acariciaron un poco de aquella piel blanquísima y luego la punta de su lengua trazó un breve camino. Las piernas abiertas de Satoru acabaron por mandarse solas hacia la cadera de su compañero, para abrazarlo, constreñirlo entre sus muslos, acercarlo más hacia él. No tenía la más remota idea de dónde había adquirido ese conocimiento, no era empírico, era ¿instinto?
Le pasó los brazos por encima y lo atrajo por el cuello.
Sostuvo su mirada un breve instante, segundos que bastaron para convertirse en un recuerdo para toda la vida.
Sus labios chocaron con los del otro, no quería parar, no quería… porque lo quería, lo quería completo. Dejó de pensar, sólo vivió y respiró lo que sucedía. Sólo eso.
Para el viernes, ya ni siquiera esperaron en el salón, fueron a encerrarse a la habitación de Suguru.
—¿Vamos a jugar a tu habitación? —Preguntó Satoru, fingiendo lo que se supone debía fingir: que quería encerrarse con él en un lugar donde nadie los interrumpiera.
—Sí, claro, ¿quieres jugar el nuevo? —Respondió el otro siguiendo con la sucia farsa de novela turca.
De hecho sí había un juego nuevo. Pero no llegarían a jugarlo hasta un tiempo después.
—¿Quieres venir, Shoko?
"Ay, por favor, di que no", rogó en silencio Gojo.
—No, quedé de salir con Utahime, así que esta vez no, gracias —respondió ella.
Apenas cerraron la puerta Satoru empujó a Suguru a la cama, ¿para qué?, quién sabe, pero algo de conocimiento al respecto tenía: la cama era buen lugar para comenzar, además era el lugar que habían compartido mucho tiempo en muchas situaciones, desde que eran niños.
—Espera…
—No, ¿qué quieres que espere? —Le respondió mordiendo uno de sus lóbulos.
—¿No crees que es rápido…?
—¿Por qué te preocupa tanto eso?
—Porque… somos amigos… y no me gustaría que esto cambiara las cosas —le soltó sus dudas de golpe, parecía que Suguru estaba dispuesto a bajarle la erección con filosofía de vida.
—Suguru, tú eres mi mejor amigo, el único, lo que pase entre las sábanas no va a cambiar eso… no para mí, ¿para ti sí? —Suspiró— Pero si lo prefieres, sólo… dejemos que las cosas sucedan, y ya…
—No… no lo cambiaría…
Dicho lo cual, retomaron otra vez aquello en lo que estaban. Aunque lo único a lo que avanzaron fue a tocarse por encima de la ropa, torpemente, en medio de los besos, en medio del nuevo descubrir de sus cuerpos y de su adolescencia.
Al final se quedaron dormidos, apretujados, en un amasijo de piernas y brazos con la ropa a medio poner.
Aquellos años Satoru tenía la capacidad de dormir, y sólo serían esos años, porque después… ya no volvería a dormir más que unas cuantas horas, dormir… le llevaba a soñar con esos tiempos que se le fueron como agua entre los dedos. Y dolía.
Y entonces, el sábado llegó, afortunadamente no había clases y podían hacer al vago como quisieran; así que para apaciguar un poco a la bestia salvaje que era su lujuria, salieron a comer con Shoko, pasaron horas caminando en el acuario y al final acabaron metiéndose a la pista de hielo y patinaron un rato.
Lo cual les hizo un buen lifting de rostro tanto a Shoko como a Suguru puesto que Satoru se dedicó a llevarlos a ambos, tomados uno en cada una de sus manos, a toda velocidad por la pista. Así que literal, la piel del rostro se desdibujaba hacia atrás como lifting involuntario… es más, en una de esas vueltas locas y a toda velocidad, Shoko estaba segura de que se le había escurrido un poco de saliva por la comisura de los labios.
En general fue un buen día… hasta que se regresaron a la escuela… porque ya sabían los dos, en dónde iban a terminarlo, simplemente era un hecho factico…
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Tokyo Radio FM 96
When it's cold (when it's cold) outside (outside)
Am I here in vain?
Hold on to the night (when it's cold in the night)
There will be no shame (no shame)
Always, I wanna be with you
And make believe with you
And live in harmony, harmony, oh love (the leaves are falling down)
Always, Erasure.
