XX. La maldición de Las Bacantes. Amuletos.

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"¡Tuya es la revelación, oh dios! ¡Tuyo es el éxtasis, la embriaguez, el delirio! ¡Tuya es la palabra, la danza, la música! ¡Tuya es la vida, la muerte, la eternidad!"

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La actualidad

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En más de una ocasión se había encontrado a sí mismo acostado en la cama, en cualquier cama, la suya en el Clan Gojo, la de la escuela, la de su departamento, alguna cama anónima, acostado boca arriba con las manos bajo la cabeza. Se concentraba observando el techo, rememorando tiempos que se habían ido para siempre y no volverían jamás.

Se preguntaba cosas que no tenían respuesta.

Se recriminaba otras que tampoco tenían culpables.

Escuchaba una voz, su voz, una y otra vez diciendo lo mismo "te sigo amando, siempre… ". La tortura no tenía fin.

"¿Dónde se me perdieron los veinte dos años, los veinticuatro, a dónde se me cayeron los veintiséis?" Se preguntaba con ironía.

Porque no podía recordar qué había pasado con aquellos años. Sabía que estuvo ahí pero no le era tan claro qué sucedió.

El viejo ventilador del techo, donde pendía la lámpara, hacía un ruido particular, que si la memoria no le fallaba era el mismo ruido que había hecho toda la vida; el aire añejo, rancio, le mesaba los cabellos.

Cerró los ojos un momento. Era como antes, lo podía ver y sentir si se concentraba profundamente. Por eso y sólo por eso se había empecinado en poner uno de esos ventiladores de techo en la habitación de su departamento en Tokio.

Cuando Megumi, tan inteligente como siempre fue, siendo todavía un niño pegado de la mano de Tsumiki, al ver las habitaciones que ocuparía, se fijó en la suya. Parado en el marco de la puerta con sus bermudas infantiles, más grandes de la talla que deberían, sus piernecillas flacas que resaltaban más por sus rodillas redondas, infantiles, señaló con su dedo al techo.

—Tienes ventilador.

—Eh, sí, pero no te preocupes, la habitación de Tsumiki y la tuya tienen ventilación y si no es suficiente, haremos los arreglos necesarios —contestó sonando como un adulto responsable, cuando en realidad sólo tenía dieciocho, casi diecinueve.

—En la otra casa moríamos de calor, nunca hemos dormido separados —explicó algo triste aquel niño flacucho.

—Bueno, pues ahora cada quién tendrá su habitación, su espacio, sin embargo, seguirán estando juntos, en la misma casa y todo…

—Ya…

—Megumi, deja de quejarte, si te sigues quejando nos botarán otra vez —le dijo bajito la niña.

A Satoru se le partió el corazón cuando escuchó eso, no supo si llamarle la atención, si reír o llorar.

—No, eso no. No los voy a botar, ahora pensemos en… ¿qué quieren comer? ¿Una pizza, hamburguesa?

—¿Puede ser McDonald's? Nunca hemos comido eso… —contestó lacónico el niño de ojos verdes.

—¡Gumi! No, puede ser lo que sea, podríamos preparar algo aquí y… —se apresuró a ofrecer la niña, preocupada de que ahora eran la carga de alguien más.

Otra vez sintió que se rompía en pedazos.

—Sí, claro, vamos a McDonald's, comamos muchas hamburguesas, las que quieran…

—¿Luego podemos probar el pollo de Kentucky?

—Sí, también…

—Megumi, deja de pedir cosas.

—No finjas que no quieres probar, Tsumiki…

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Jujutusu Highschool

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—¿Te dolerá? —Preguntó pensando que ahora era él quien se sentía torpe.

—No, está bien —había contestado el otro, observando el cuerpo laxo de Satoru, sus músculos perfectos, su piel perfecta, todo él estaba hecho como una divinidad. Pensó que eventualmente se convertiría en un hombre de belleza arrebatadora.

Había mentido un poco, quizás si le doliese, pero estaba dispuesto a eso y más.

—No… sé bien cómo hacer esto, en general todo… pero aprendo rápido, así que eso es bueno para ti —dijo autopromocionándose Satoru con una sonrisa orgullosa.

Sus labios mordiendo sus pezones, levantándolos, no parecían tan torpes; tampoco la lengua tibia en su sexo; tenía algo de razón en decir que aprendía rápido y lo estaba demostrando.

La mano de Suguru en su nuca le indicó cómo le gustaba, y vaya que esa boca sabía lo que hacía.

Gojo entendió así lo que había dicho antes Suguru, comprendió eso de que se le había ido la vida entre sus muslos porque, efectivamente, entre las piernas de su amigo sintió que perdió la cordura y que su vida hasta entonces se dividía entre el antes y el después de aquello.

El calor de su cuerpo, su interior que le constreñía… el aire que generaba el ventilador del techo y que secaba las gotas de sudor de su espalda, aquellas otras que cayeron de su frente hacia el cuerpo de Suguru mientras se estremecía y jadeaba.

Lo mordía… lo arañaba… conocerlo en la cama había sido una sorpresa y eso le gustaba, que fuera rudo, le encantaba esa faceta suya, entendió que todos, absolutamente todos, eran como caleidoscopios y que la luz que desprendían y reflejaban dependía de los momentos y los ángulos.

—Dioses, Suguru…

—¿Qué pasa?

—Eres un hombre tremendamente guapo…

Acabaron en la cama como gatos, hechos un ovillo, tocándose apenas con las puntas de los dedos, en la paz que precede al éxtasis, hasta que al final se quedaron dormidos. Satoru fue el primero en caer rendido, Suguru estaba aún despierto, contemplando su desnudez etérea, su belleza feérica.

Llevaba por toda prenda la pulsera que le había regalado cuando era un niño, lo mismo que él.

Se levantó despacio, sin hacer un solo ruido y sin mover mucho la cama. Fue hacia su mochila y sacó un omamori(1) que había comprado en un templo esa tarde, lo metió en la mochila de Satoru, en una de los bolsillos internos, cerró el cierre y dejó todo tal como lo había encontrado.

Satoru no encontraría ese amuleto hasta años después, cuando Suguru ya se había marchado…

El problema empezó unas horas más tarde, cuando por la madrugada, con el cabello revuelto y hecho un lío, Gojo se levantó de la cama para ir al baño y entonces… dio un alarido de dolor cuando apoyó las piernas en el piso… el grito de animal herido hizo que su compañero se levantara de inmediato, aterrado.

El joven de cabello prístino se dejó caer como muerto en la cama, jadeando, enrojecido de dolor.

—¿Qué pasa, Satoru…?

—¡No puedo caminar… ya no puedo caminar!

—¡¿Qué?!

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Tokyo Radio FM 96

Oh, my life is changing everyday

In every possible way

And oh, my dreams

It's never quite as it seems

'Cause you're a dream to me

Dream to me.

Dreams, The Cranberries

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N. de la A.

Omamori – Se trata de un amuleto tradicional japonés que data del siglo XVII, aproximadamente, se realizaba en papel o madera delgada, con inscripciones y bendecido en el templo donde se adquiría. Lo realizaban antaño a mano las miko en los templos. Estos amuletos son para diversas necesidades: pareja, amor, dinero, salud, estudios y un largo etcétera. Su aspecto es como el de una pequeña bolsa de satén bordada que normalmente se lleva consigo.