XXII. La maldición de La Dama de las Camelias. Todos mienten.
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"Es preciso que hayamos hecho mucho mal antes de nacer o que vayamos a gozar de una felicidad muy grande después de la muerte, para que Dios permita que en esta vida se den todas las torturas de la expiación y todos los dolores de la prueba."
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Clan Gojo, 1994.
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—¿Por qué no puedo ser como un niño normal? —Inquirió el pequeño que estaba en medio de un berrinche porque no le era permitido salir del Clan y tampoco tener una vida normal como la de cualquier niño.
Las lágrimas se resbalaban en su infantil rostro, sin embargo nadie lo consoló, nadie lo abrazó, y nadie enjugó el agua que surcaba su rostro.
Nadie le dijo que las cosas estarían bien, que no se preocupara.
—Tu sola existencia representa la divinidad concebida, no eres un niño normal, ni tampoco serás un hombre normal… —contestó lacónico el anciano que estaba con él—, ahora, preocúpate por aprender y controlar todo tu poder, tu vida está dedicada al poder, la salvación y el sacrificio…
—¡No me quiero morir…!
—La vida es efímera, eso es algo que no debería importarte, las cosas banales no son para ti, Satoru.
—¡Pero yo quiero tener una vida normal! —Gritó sorbiendo los mocos—, no quiero sacrificarme…
—Esa será tu vida, así que más vale que aprendas a aceptarlo y a entregarte a ello, ahora, basta de lloros, ¿ya te aprendiste lo que está en ese libro…?
Así sin más, sus berrinches y sollozos eran ignorados todo el tiempo, cada vez que codiciaba ser un niño común y corriente.
En su mente lo único que era admisible era convertirse en el más fuerte, porque un día… tendría que arriesgarlo todo para reestablecer el equilibrio de la humanidad. Eso fue de lo que le llenaron la cabeza.
Mientras tanto, al mismo tiempo, Kenjaku movía los hilos, poco a poco, para empujar las cosas en ese siglo, y aunque casi todo estaba listo, aún tenía muchos hilos sueltos que necesitaba atar… además, se había dado cuenta de que existía en aquel siglo un niño capaz de manipular maldiciones, absorberlas y domarlas… ¡Qué habilidad más útil!
"Tal vez valdría la pena juntar a esos dos, tal vez sería buena idea que se encontraran, tener a los dos más fuertes juntos, me quita bastante trabajo de encima…", pensó Kenjaku mientras observaba a lo lejos a la mujer hechicera de aquel que pertenecía a la misma línea sanguínea de Sukuna…
Para cuando Masamichi Yaga localizó a Suguru Geto, un año después, y lo llevó con Satoru, muchas de las cosas que siguieron sucediendo, ya habían sido previstas.
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Plantel de Jujutsu Highschool, Tokio.
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—Suguru, hay algo que me interesaría saber y había olvidado preguntarte —Reflexionó Masamichi, aprovechando que estaba solo en el salón.
—¡Ah! Claro, ¿de qué se trata? —Su teléfono comenzó a vibrar desaforadamente, era Satoru, siempre era Satoru Gojo.
"¿Dónde estás? ¿Te quedaste en el salón? ¿No dijiste que me alcanzarías en la biblioteca?"
"Suguru, ¿qué diablos? ¿Te fuiste por el retrete o algo así?"
"¡Contesta el jodido teléfono!"
—Las maldiciones que puedes absorber, son aquellas que no tienen ningún vínculo con el poseedor ¿O acaso si tienen el vínculo, es imposible absorberlas? —Inquirió directamente el hombre mayor.
Suguru escuchó atento la pregunta, abrió la boca para responder, estaba por decir que no, que eso no importaba, que podía eliminar al poseedor y aunque tuviese un vínculo, era capaz de absorberla y controlarla… pero… algo dentro de él le dijo que no, que se guardara esa información para sí mismo.
—No, si existe un vínculo con el poseedor de la misma, no es posible adueñarme de ella… —mintió.
—Entonces, aun cuando ese poseedor muriese, ¿no es posible controlarla? —Inquirió interesado.
—Así es, no se puede…
—Interesante, bueno, era todo Suguru, creo que eres un hombre ocupado —ironizó el otro con el afán de incomodarlo, señalándole su teléfono que vibraba.
Y de pronto los mensajes se detuvieron, dejó de enviar uno tras otro, como era su costumbre, porque según Satoru, si le enviaba mensajes masivamente, Suguru le hacía caso más rápido… más bien por el hartazgo de que su teléfono pareciese aparato de masajes se apresuraba a contestar.
Raro.
Eso era definitivamente raro. En algo se había distraído Gojo.
Mientras estaba afuera de la biblioteca se encontró con Utahime, que igual que Suguru, gustaba de pasar buena parte de su tiempo entre los libros.
No es que aquella chica le cayese mal, es que siempre empezaron con el pie izquierdo y bueno, las cosas fueron muy tirantes entre ellos desde que hubo cierto mal entendido entre los dos. El joven de cabellos prístinos que no tenía límites encontraba gracioso hacerla enojar. Por el contrario, su otra compañera, Mei, ese era otro caso.
Ella le caía bien, mucho mejor que Utahime, pero… también se andaba con pies de plomo, porque había algo en ella que no le daba confianza del todo. Era extraño, se sentía ambivalente ante ella.
Era una mujer sumamente atractiva, tampoco es que estuviese ciego. Y le parecía que, igual que él, ella se sabía bella y se aprovechaba de eso.
Cuando se quedaron solos, antes de que Satoru enviase el quincuagésimo mensaje, los dedos de ella se deslizaron por su teléfono haciendo que dejara de escribir.
—¿Por qué no dejas un momento ese móvil? —Mencionó ella con una sonrisa zorruna.
—¡Ah! Bueno es que estaba…
—Ya sé, escribiendo a Suguru, ¿cierto? Bueno… pero estás aquí tan solito, ¿te dejó plantado? ¿Quién podría dejarte plantado a ti? —Mencionó malintencionadamente.
Antes de que su joven compañero dijera nada, con los labios entreabiertos, ella se acercó aún más. Satoru estaba recargado en el pretil corrido de la jardinera, mismo que les servía para sentarse, ella con habilidad gatuna se quedó entre sus piernas, apoyada casi contra él.
Sus dedos acariciaron con suavidad el labio inferior de él.
—Bueno… yo…
—Oye, ¿por qué no vienes a mi habitación…? —Le soltó como no queriendo, pasando la lengua por sus propios labios, distrayendo la vista azul imposible de su compañero.
—A tu hab… ¿para qué?
—Me gustaría… enseñarte algo…
—¿Algo…?
Por supuesto ella quería enseñarle un montón de cosas, en primera porque era un hombre atractivo, nadie lo iba a negar; en segunda porque era un tipo poderoso y eso le encantaba a ella, aun cuando en ese momento sólo fuera un adolescente, más adelante sería muchísimo más fuerte; y en tercera… era asquerosamente rico.
Obviamente eso le fascinaba.
Líder de un clan, tan joven y guapo, y tan rico… por supuesto que ella quería enseñarle todo, es más, quería que le enseñara lo que tenía entre las piernas, que dicho sea de paso, calculaba que debía ser algo que valía la pena… todo en la vida era una transacción, así que ella estaba dispuesta a hacer una muy buena transacción… por ejemplo engendrar al siguiente Gojo, ¿por qué no?
—Vamos… —tomó la mano de él y tiró un poco más, lo suficiente para tenerlo casi a punto de besarlo.
—¿Qué demonios, Satoru Gojo…? —La voz visiblemente molesta de Suguru lo sacó del trance en el que estaba.
En el trance estúpido y púber lascivo, el terror se dibujó en sus ojos al saberse descubierto en una situación comprometedora y que ni siquiera había buscado él mismo.
Los ojos marrones de Suguru los estaban fulminando con la mirada intensa y el ceño fruncido… nunca antes había sentido… celos desmedidos como en ese momento…
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Tokyo Radio FM 96
Well life has a funny way of sneaking up on you
When you think everything's okay and everything's going right
And life has a funny way of helping you out when
You think everything's gone wrong and everything blows up
In your face.
Ironic, Alanis Morissette.
