XXIII. La maldición de los Diarios Amorosos. Estamos hechos de fuego.
.
.
.
"Me repito una y otra vez: El conocimiento y la inteligencia no son peligrosos si una tiene suficiente emotividad y suficiente sexualidad para mantenerse en movimiento. Se matan quienes son débiles emocional y sexualmente."
.
.
.
Años atrás, casa de los Itadori.
.
.
.
Jin no tenía ningún poder, ninguna habilidad en particular, era más bien un tipo normal con un trabajo común y el gran deseo de un día tener un hijo. Para cuando conoció a Kaori, cuando ambos eran muy jóvenes, supo de inmediato que ella era la indicada.
No tenía idea de cómo es que lo supo. Sólo lo sabía.
Unas cuantas salidas al cine, a cenar, a caminar por ahí, les bastó para decidir que sí, que los dos estaban hechos el uno para el otro. Ella le confesó un día algo de la hechicería, que él no entendió pero que le apenó admitirlo; lo que sí entendió fue que lo que ella llamaba su "técnica", era algo peligroso y masivo que servía para defenderse a sí misma y a los demás, de algo llamado "maldiciones".
Algo dentro de sí mismo le decía que eso era real.
A su padre, Wasuke, ella no le agradaba, decía que no era una mujer adecuada para él, que no serían felices, que mejor se buscara a alguien más.
Quizás eso fue lo único en lo que le llevó la contraria. Su padre sabía cosas, estaba seguro, cosas que no le decía, o tal vez sólo era que el hombre era muy místico. En fin. Pese a la renuencia de su padre, acabó casándose con ella.
Fueron a una fiesta elegante, de esas de sociedad, ella lo había invitado, bailaron toda la noche, hasta que ya no daban más… y fue ahí donde él le dijo que se casaran, mientras estaban sentados en una banca, contemplando la noche estrellada en el jardín infinito.
Todo era tan aparentemente normal, hasta el día en el que su propio padre le dijo que ni se le ocurriera tener hijos, porque nada bueno podría salir de ahí. Se puso furioso.
¿Cómo se atrevía a pedirle eso? ¿Cómo se permitía opinar de algo que ni siquiera le importaba?
Kaori por aquellos días había salido de misión, le había dicho que sería una misión importante, peligrosa, pero que las cosas estarían bien, que justo por eso la habían enviado a ella.
—Anda, no te preocupes, todo estará bien… —le había susurrado ella al oído, lo abrazó con fuerza mientras ambos yacían en la cama.
—Ya, estoy seguro de que sí, envían a la mejor hechicera, pero no deja de preocuparme…
—Shhh… todo estará bien, regresaré en unos días y tal vez podamos ir a la playa, ¿no te gustaría?
Jin evitó seguir atormentándola con sus preocupaciones, la amaba tanto, como un loco, así que decidió dejar todo por la paz y confiar en ella, confiar en lo que le decía.
Regresó unos días después, con la cabeza vendada porque la misión no había sido del todo fácil y la herida en su frente era fiel testigo de ello. Discutieron por primera vez respecto a si era o no buena idea arriesgar su vida así.
—¡Casi te arrancan la mitad de la cabeza! ¿Tú crees que me puedo quedar tan tranquilo sabiendo que un día tal vez no vuelvas?
—¡Vamos! ¡Tú ya sabías que había riesgos! No me vengas ahora con esos reclamos…
—Te amo tanto… que la vida sin ti, sería inconcebible… —le confesó él.
—Jin… por favor… —contestó ella acercándose a él, acariciando su mejilla.
La realidad era que Kaori ya no era Kaori, Kenjaku, uno de los hechiceros ancestrales más crueles y enfermos, se había apoderado del cuerpo y de la técnica de ella, por lo que, literalmente, en su cerebro, en su cabeza, estaba instalado este hechicero.
Kaori había muerto en aquella misión.
Pero para Jin, Kaori seguía ahí con él. Kenjaku casi se sintió conmovido así que dejó las cosas como estaban. De todos modos su plan ya estaba en marcha y las cosas iban saliendo bien. No le había costado mucho trabajo encontrar aquella alma del gemelo de Sukuna, alojada y escondida en el cuerpo de Jin.
Así que había matado dos pájaros de un tiro.
Ahora faltaba crear al envase perfecto para Sukuna, y qué mejor que concebirlo con esos dos, con el cuerpo de Kaori y el de Jin… trataba de disociarse de pensar que la consciencia era suya, simplemente se dejaba ir y hacer en el cuerpo de ella, al menos aquel hombre realmente se esforzaba por complacerla, por tratarla amorosamente.
Y sucedió… sucedió que al fin su sueño se había vuelto realidad. Al fin su hijo.
Ahí estaba el envase perfecto, pero… las cosas no siempre salían del todo bien a la primera…
Wasuke, su padre, le espetó que había tomado la peor decisión… él sabía que ahora ella… ya no era ella… y por supuesto, también sabía que Jin, su hijo, tenía dentro el poder de una maldición, dormida, latente… aquella última pelea acabó por destrozarlo, por dejarlo confundido, deshecho… y con un bebé recién nacido en brazos tan débil por las condiciones en las que nació… que sería un milagro si sobrevivía.
Y su Kaori, que ya no era ella… ¿Con quién diablos se había estado acostando durante todo ese tiempo? ¿Por qué seguía sintiendo el mismo fuego que corría por sus venas?
¿Por qué?
¿Cómo iba a hacer ahora que ya sabía todo eso? ¿Qué iba a hacer?
No tenía ningún poder, nada de magia, nada de hechicería… él sólo era un tipo normal que no tenía nada espectacular, alguien que sólo había amado como loco a una persona con la que había compartido un sueño en común: un mundo mejor y una familia, y ahora… todo se le estaba desmoronando entre las manos.
Y quizás lo único que podía hacer… en un último acto de amor fue transferir eso que decían que tenía a su propio hijo, hacerlo fuerte, salvar su vida, intercambiar lo único que tenía… darle el fuego de su propia alma, que ahora resultaba que no era su alma.
Yin era un romántico empedernido, como también lo sería Yuji… un romántico empedernido como todos los Itadori…
Wasuke Itadori, el abuelo, se llevó al único sobreviviente y rogaba porque ese fuego que le había sido transferido nunca llegara a encenderse…
.
.
.
Plantel de Jujutsu Highschool, Tokio.
.
.
.
—Esa mujer, ¿qué caramba te estaba diciendo? —Le lanzó histérico a su compañero, evidentemente celoso.
—Nada, pues… bueno, me estaba diciendo que…
—¡Lo que sea! Sólo ten cuidado, ¿vale? —Le interrumpió el otro observándolo dolido.
—No creerás que…
—¡Sé lo que quiere ella de ti! Así que mejor mantente alejado…
—¿Y qué es lo que quiere, según tú? —Siguió tirando la cuerda Satoru, como siempre nunca sabía dónde parar.
—Tu dinero, a ti…
—¿Y eso te molesta, Suguru? —Reviró riendo, sintiendo aquellos celos como un halago directo a su persona.
—¡Claro que me molesta! ¿Cómo no me va a molestar? Si casi la tenías encima de ti.
—Ya, bueno… pues… tú eres el único que me interesa, Suguru, eso ya lo sabes…
Dicho lo cual, encontró a bien acercarse a su celoso compañero y acariciar su hermoso rostro, ese que tanto le gustaba, y que ahora, en ese ataque de celos le parecía tan poderosamente atractivo. A Satoru le gustaba el peligro, y Suguru así, rabioso, le parecía peligroso… atrayente.
—Deja de jugar.
—No estoy jugando, sabes que voy muy en serio… —susurró contra sus labios, sin llegar a besarlo—, vamos por ahí, salgamos, vamos a perdernos en la ciudad…
—¿De qué hablas? Satoru… es jueves, no jodas.
—¿Y qué? ¿Qué te lo impide? Total…
Como siempre, Suguru fue arrastrado por Satoru, hacia afuera del colegio, a la ciudad, al peligro, arrastrado a los brazos de su amigo, de su amante, arrastrado al fuego en el que se consumían los dos siempre que estaban juntos…
.
.
.
Tokyo Radio FM 96
I'm standing on the bridge
I'm waiting in the dark
I thought that you'd be here by now
There's nothing but the rain
No footsteps on the ground
I'm listening but there's no sound
Isn't anyone trying to find me?
Won't somebody come take me home?
Im with you, Avril Lavigne.
