*Hanbagu: viene de Hamburgo donde se creé que se inventó la carne de hamburguesa; hamburguesa sin pan.
*Furoisu: pequeño taburete donde los japoneses se sientan para tallarse y lavarse antes de entrar a la tina.
*Espejo en el ofuro: Todos los ofuros de las casas tienen un espejo de cuerpo completo
*Soap: lugar donde mujeres desnudas bañan a los hombres y se supone que no hay coito, pero es de conocimiento público que sí sucede
*Keigo: lenguaje formal, usado con superiores en rango, de mayor edad, compañeros de trabajo y desconocidos.
Al primero que dieron de alta fue al señor Takahashi, dos días antes que al señor Jaken y le pidieron que fuera por él en carro. No tenía licencia y sabía que la podían arrestar por manejar sin ella, pero los policías estaban tan ocupados ahora que dudaba que alguien la fuera a descubrir, además no se veía tan difícil eso de manejar. Se subió a la camioneta de su papá y movió todo lo que el señor Takahashi suele mover cuando se sube al carro.
«¿Cómo pongo reversa?» se preguntó de repente después de estar algunos minutos sentada en el carro encendido sin moverlo, sacó el celular y buscó en youtube; "freno, R, freno D, ok ok" repitió los puntos importantes en voz alta. Automáticamente en la pantalla del GPS apareció su carro como si hubiera una cámara viéndolo desde arriba, «bendita tecnología» agradeció a los dioses porque gracias a la cámara no tuvo problemas en salir de reversa de la cochera.
Todo iba bien, hasta que tuvo que dar vuelta en una callecita de esas diminutas muy comunes en Japón, rozó todo el costado izquierdo del auto —¡noooo papá va a matarme kyaaaa! —gritó. Iba aterrada por no caerse en los canales laterales que antes le parecían hermosos, ahora le parecían una trampa para los automovilistas.
Llegó al hospital media hora tarde, entregó la tarjeta de seguro y los documentos del señor Takahashi, pagó la parte que debía con la tarjeta de él y por fin se lo entregaron en silla de ruedas. Un camillero lo subió al carro y les deseó buena suerte.
—¿Quién te dio permiso de manejar? —el señor Takahashi sonaba molesto.
—¿Cómo quería que viniera por usted?
—¿Taxi...?
—No tengo el número de ningún taxi en Hakata.
—¿Internet?
—Ay ya, mejor dígame cómo llegar a la farmacia de este hospital.
—Es esa que está cruzando la calle —señaló hacia su izquierda con la cabeza.
Rin optó por bajar del carro e ir a pie, el estacionamiento de la farmacia se veía muy pequeño y lo último que quería era chocar con alguien. Regresó con una especie de muleta, antibióticos y analgésicos.
—Podría arrestarte ahorita mismo —parecía que el señor Takahashi estaba empecinado en pelearse con ella el día de hoy. Entendía que el incidente de hace cinco días fue horrible para todos y quizá por eso estaba tan irritable, pero si seguía así, la idea de dejarlo botado en algún parque comenzaba a sonar muy tentadora en su cabeza.
—Ándele, arrésteme, aquí lo espero a que vaya por sus esposas —lo miró a los ojos claramente cansada y al no recibir respuesta, arrancó.
Cuando ya estaban cerca de la casa de la tía, pasó de nuevo por la micro calle con canales a los costados y al querer doblar a la izquierda, el señor Takahashi gritó —¡Para, para, le vas a pegar al poste! ¡Regresa el volante y pon reversa!
Ella paró, regresó el volante y se echó en reversa lentamente y… —¡Alto! Ahora gira el volante por completo, sí así lento —el señor Takahashi le daba indicaciones entre asustado y preocupado.
Esta vez logró salir del callejón sin rayar más el coche.
Con ayuda de la nueva muleta, el señor Takahashi entró a la casa sin percances, aunque se notaba que las costillas y la pierna le seguían doliendo bastante. Rin lo ayudó a sentarse en el sillón de la sala dejándolo con Ah-Un mientras ella se fue a la cocina a hacerle algo de comer.
Le hizo sus hanbagu* favoritas con jengibre y crema de hongos para que se le levantara el ánimo y recuperara fuerzas. Le llevó la comida en una charola y como la mesa de la sala era bajita, ella sostuvo la charola a la altura de su pecho.
—Puedo comer solo, no soy tan inútil —dijo arrebatándole la charola, aunque claramente esa acción pareció repercutir en sus costillas por el ligero gesto de dolor que cruzó por sus ojos.
—Bueno y se puede saber por qué usted está tan enojado conmigo, no recuerdo haberle hecho nada malo.
Él evadió su mirada y guardó silencio —Si no merezco ni una explicación pues me voy —Rin se levantó del sillón, pero la mano masculina la detuvo de su muñeca y la regresó al asiento.
Estuvieron unos segundos en silencio sin que él la soltara, hasta que finalmente se dignó a hablar.
—¿Por qué fuiste? Te dije que te quedaras con Ah-Un.
—Si no hubiera ido...
—¡Eso no importa, tú no debías ver eso! —la miró a los ojos con reproche y un tinte de dolor apenas perceptible.
—Entiendo, pero si volviera a pasar, yo volvería a entrar, somos un equipo, usted lo dijo.
—No, ya no. Vas a quedarte en casa de tu tía con Ah-Un hasta que esto acabe.
—Y cuando acabe, ¿qué? Usted no va a regresar por mí…, usted no puede obligarme a quedarme aquí, ¡usted no va a quitarme lo único que me hacho feliz y sentirme útil en esta vida! —se zafó del agarre, se levantó y se alejó a toda prisa de la sala.
El resto del día se la pasó lavando la ropa, tendiendo, doblando, limpiando la casa y observando de lejos las flores del ciruelo rojas en el jardín.
Llegó la hora de dormir y como no quería ver al señor Takahashi se metió al cuarto de uno de sus primos, prendió un mini calentador eléctrico claramente para niños, se echó todas las mantas que encontró en el piso de arriba e intentó dormir, pero el llanto que parecía tener su propio albedrío, no quería darle tregua.
No sabe cuánto tiempo pasó, cuando de pronto escuchó un peculiar "tun shuiish, tun shuiiish", era él con esa extraña muleta, no contento con hacerla sentir mal en la mañana, tenía el descaro de no dejarla dormir. Unos tímidos toques en la puerta sonaron, pero ella los ignoró.
—Rin —dijo él con su sedosa voz grave.
—¿Qué quiere? —contestó rogando que no se notara que estaba llorando, pero fallando épicamente en el intento.
Sin que ella le diera permiso de pasar, él abrió la puerta y entró, seguido de Ah-Un; quienes se acostaron en el tapete al lado de la cama. Él se sentó en la esquina de la pequeña camita y suspiró —Tú eres libre de hacer lo que quieras, yo no soy nadie para obligarte a nada, —se quedó en silencio unos segundos y continuó —pero nunca había deseado tanto que no estuvieras con nosotros, como ese día. Creo que ese día conocí el miedo de verdad.
Rin se destapó la cara y se sentó para enfrentarlo —yo… fue horrible, pero sentí un gran alivio por haber decidido entrar y llegar a tiempo para salvar al bebé y a ustedes dos, aunque todavía me lamento no haber entrado antes, si lo hubiera hecho, la mamá quizás seguiría viva…
—Lo dudo, si hubieras entrado con nosotros, te habrían agarrado desprevenida, fue gracias a que entraste después que los Genin se dispersaron un poco, dejando espacio para disparar… yo vi algo ese día —se giró un poco para verla a los ojos, pero el movimiento pareció provocarle dolor en las costillas.
—Ho, acuéstese por favor —dijo Rin saliéndose de la cama, delegándole el espacio. Él pareció dudarlo unos segundos, pero aceptó. Ella lo ayudó y lo arropó, tenía la intención se sentarse a su lado, pero él la detuvo.
—Quédate conmigo —dijo apartando la sábana de su lado derecho donde sus costillas estaban bien. La cama era individual y estaba segura de que no dormirían nada bien, «pero a quién le dan pan que llore» pensó, ya tendría tiempo para lamentarse después. Se metió bajo las sábanas y descansó su cabeza en el musculoso hombro del policía.
—Dígame si lo lastimo, no quiero que la herida de su pierna se abra por mi culpa.
—Estoy bien.
—Bueno y qué fue lo que vio —lo urgió para que continuara su historia y así olvidarse un poco de la comprometedora escena que estaban montando, que, para colmo, ya no podían poner de pretexto que fue mientras dormían.
—Vi a un niño. —sintió como la envolvía con su brazo derecho y la apretaba hacia él, ella extendió su mano para acariciar el pecho y tratar de reconfortarlo.
—Era un Genin, muy pequeño, 140cm a lo mucho. Cuando entramos a ese cuarto, los Genin se nos fueron encima, alcancé a disparar dos flechas a uno, luego a otro ya lo tenía a centímetros de la garganta, le asesté puñaladas en el abdomen, eso pareció debilitarlo; entonces intenté serruchar su cuello mientras luchaba porque no me mordiera. En eso sentí un dolor en la pierna, era el Genin miniatura abriendo mi carne con sus garritas y tratando de arrancar el músculo para comerlo. Intenté aguantar el dolor en lo que lograba decapitar al Genin frente a mí, que finalmente me soltó para agarrar su propia garganta cercenada, entonces golpeé al mini Genin, fue fácil, lo tomé del cuello… y le clavé el cuchillo en el cráneo, cuando ya tenía a otro Genin encima, sentí como si mi fuerza fuera disminuyendo, entonces el cuarto se iluminó y te vi, disparando. Sentí… pánico, no podía rendirme si estabas tú ahí, tenía que seguir. No sé cómo, pero logré clavarle varias veces el cuchillo al Genin en la cara, tomé la ballesta del piso y disparé al Genin que creí que ya te había matado. Te incorporaste y pude respirar de nuevo, fue entonces que escuché el llanto del bebé.
Rin no sabía qué decir, cuando se asomó a aquel cuarto, había tanta sangre, tanto caos, que ni se fijó en los Genin tirados en el piso, muchísimo menos había considerado la posibilidad de que hubiera un Genin chiquito. —¿Qué tanto estrés puede tener un niño como para convertirse en Genin? —comentó, aunque bueno, recordando el acoso que sufrió en la escuela, podía imaginar el porqué —Lamento mucho que haya tenido que pasar por eso…
Se quedaron en silencio un largo rato hasta que el señor Takahashi habló —No quiero que vuelvas a exponerte así, cuando haya tantos… haciendo cosas horribles.
—Pues, yo tampoco quiero que usted y el señor Jaken vuelvan a arriesgar sus vidas cuando tengamos las de perder —otro silencio largo siguió antes de quedarse dormida.
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El domingo los papeles se invirtieron. Rin estaba lavando el sartén donde había hecho los panqueques que desayunaron esa mañana, cuando un sonido de cosas cayendo estrepitosamente la asustó. Salió en busca del ruido y encontró al señor Takahashi sin playera en el cuarto de baño sentado en el piso con los cepillos de dientes y otras cosas que estaban en lavabo tiradas en el piso. —¿Qué está haciendo? —lo confrontó.
—Me voy a bañar.
—¿Y por qué no me avisó? La enfermera le dijo claramente que yo lo debía de ayudar.
—Sal de aquí.
—Y perder la oportunidad de vengarme, ¡por supuesto que no!
—¿Tanta es tu sed de venganza o en realidad eres una pervertida? —La ceja se alzó un poco y los labios mostraron una pequeña sonrisa, provocando que Rin estuviera a punto de arrepentirse.
—No voy a perdonarlo nunca hasta que estemos a mano, ¡hum! —espetó indignada y llevó las manos a la cadera.
—Haz lo que quieras, perversa —el señor Takahashi soltó rendido.
El corazón de Rin latía tan fuerte que casi no podía escuchar otra cosa que no fueran sus propios latidos, no se había visto en el espejo, pero estaba segura de que estaba más roja que las flores del ciruelo del jardín. Con las manos temblorosas se hincó frente a él para quitarle poco a poco el pantalón del pijama que traía desde que se lo entregaron en el hospital. Vamos, ya le había quitado el pantalón antes, pero ese día estaba tan concentrada en la herida que no prestó atención a nada más.
Cuando ya llevaba como 10 cm abajo, lo escuchó soltar una pequeña risa nasal y ofendida alzó la mirada para enfrentarlo. Ojos cafés chocaron contra el oro incandescente y tragó grueso, ya no estaba tan segura de querer vengarse.
—¿Has visto a un hombre antes? —su voz barítono llena de curiosidad la sacó de su trance.
—Por supuesto que sí —mintió, no quería que el señor Takahashi pensara que era una incompetente. Lo cierto era que sólo había visto a su papá cuando la bañaba de chiquita, como todo niño japonés que se mete con sus padres al ofuro y esos recuerdos eran difusos. También había visto dibujos en mangas y pinturas en la clase historia del arte.
Una vez que el pantalón quedó fuera, Rin se concentró en la herida de la pierna, se veía muy dolorosa —7 días más y le quitan los puntos —comentó al aire y metió los dedos en el resorte del bóxer cuando la mano derecha del señor Takahashi se posó sobre la suya.
—Hagamos algo, yo puedo lavar esta área con mi mano derecha, así que dejemos el bóxer en su lugar y tú lavas el resto, a menos que de verdad te estes muriendo por verme.
Rin lo miró enojada, pero aliviada a la vez —Dejémoslo —se levantó y lo ayudo a ponerse de pie para entrar a la regadera y sentarlo en el furoisu*. Poder lavar ese cabello sedoso que ahora sobrepasaba los hombros, era toda una bendición y según la imagen reflejada en el espejo* frente a ellos, él también lo estaba disfrutando.
Talló todo su escultural cuerpo, teniendo especial cuidado en las costillas de la izquierda y la herida de la pierna derecha. Tomó la regadera de teléfono y lo enjuago lentamente, gracias al cielo ahora con el vapor, ya no podía ver en el espejo el reflejo del bóxer mojado.
Salió para dejar que él lavara lo que ocultaba el bóxer y cuando acabó, le pasó la toalla con los ojos cerrados.
Si Rin notó su erección durante el baño, no dijo absolutamente nada, aunque estaba tan concentrada en no mirar ahí que probablemente no la vio. Cuando se recuperara de las costillas rotas iba a extrañar sobre manera que ella le lavara el cabello, casi se le sale un gemido de lo bien que se sintió eso.
Ella lo ayudó a vestirse, siempre cerrando los ojos cuando pasaba "por ahí" y luego lo llevó a la cocina para sentarlo y poder secar su cabello, ya que en el cuarto de baño él no tenía dónde sentarse y era demasiado alto para que ella alcanzara su cabeza.
Ese día fue como una visita a un Soap* pero con Rin vestida y sin coito; mil veces mejor que esos lugares.
—Supongo que tendré que bañar al señor Jaken también —dijo ella.
—Que se quede las 12 semanas sin bañar —contestó él hablando muy enserio.
—No, ¡cómo cree! Aplicaré esa técnica de dejar el bóxer como lo hicimos con usted, señor Takahashi.
—Hummm —no le agradaba nada la idea de que Rin bañara a Jaken, y tampoco le agradaba que después de medio año de vivir juntos ella siguiera tratándolo de "usted" —Rin, ¿algún día tendré el privilegio de que dejes de usar el keigo* conmigo?
Ella se puso roja y no respondió. Sabía que pedía mucho, romper la barrera del keigo era casi como declararse parte de la familia y es que después de todo lo que habían pasado, así se sentía él, en familia.
