Capítulo 1: Vientos de un Nuevo Comienzo
El sol del mediodía caía con fuerza sobre Konoha, iluminando sus calles con un resplandor dorado. Había pasado un año desde la Cuarta Gran Guerra Ninja, y aunque las cicatrices de la batalla aún eran visibles en algunos lugares, la aldea estaba en plena reconstrucción. La paz, aunque frágil, había permitido que la vida siguiera adelante.
Naruto caminaba con las manos detrás de la cabeza, disfrutando del bullicio de la aldea. Su fama había crecido aún más después de la guerra, pero, lejos de dejarse llevar por ello, estaba enfocado en convertirse en Hokage. Sin embargo, en ese momento su mente estaba ocupada en otra cosa: la llegada de una invitada especial.
—Oye, Shikamaru, ¿estás seguro de que vendrá? —preguntó Naruto, girándose hacia su amigo.
El ninja de la Aldea Oculta entre las Hojas suspiró con fastidio.
—Sí, Temari viene hoy. Como cada mes.
Naruto río ante la respuesta seca de su amigo. Después de la guerra, Temari se había convertido en la principal embajadora de la Arena en Konoha, encargándose de asuntos diplomáticos entre ambas aldeas. Aunque oficialmente solo estaba de visita por trabajo, todos sabían que su relación con Shikamaru era algo más que profesional.
—Bueno, pues será mejor que la recibamos. Tsunade nos pidió que la escoltemos hasta la oficina del Hokage.
—No me lo recuerdes —murmuró Shikamaru, rodando los ojos—. Como si ella necesitara escolta.
Naruto sonrió y ambos se dirigieron a las puertas de la aldea, donde ya se veía una figura de cabellos rubios moviéndose con gracia bajo la brisa.
—Vaya, vaya, qué recibimiento —dijo la kunoichi con una media sonrisa cuando se detuvo frente a ellos—. Me hacen sentir como una persona importante.
—Lo eres —respondió Naruto con entusiasmo
—Solo hago mi trabajo —replicó Temari con modestia. Luego, se giró hacia Shikamaru—. ¿Listo para soportarme unos días más?
Shikamaru suspiró con fingida resignación.
—Qué fastidio… pero supongo que sobreviviré.
Naruto soltó una carcajada mientras Temari sonreía divertida.
Una cena inesperada
Esa misma noche, después de que Temari terminara sus reuniones, Naruto la encontró caminando por las calles de la aldea. Shikamaru se había retirado temprano, alegando que tenía trabajo, así que ella había decidido dar un paseo.
—¿A dónde vas sola? —preguntó Naruto al alcanzarla.
Temari se encogió de hombros.
—Solo estoy explorando. No suelo tener mucho tiempo libre cuando vengo aquí.
—Entonces deberíamos aprovechar. Te invito a cenar —dijo Naruto con su clásica sonrisa.
La kunoichi arqueó una ceja, sorprendida.
—¿En serio?
—Sí, claro. ¿Por qué no? Además, conozco un lugar donde la comida es increíble.
Temari no vio razones para rechazar la oferta, así que lo siguió hasta un pequeño restaurante que no estaba tan concurrido como el Ichiraku. Naruto pidió un par de platos y, mientras esperaban, la conversación fluyó con naturalidad.
—No te veía tan relajado desde hace tiempo —comentó Temari, observándolo con interés—. Siempre que vengo, estás corriendo de un lado a otro.
Naruto soltó una risa algo avergonzada.
—Sí, últimamente he estado ocupado entrenando y ayudando a la aldea. Pero bueno, hoy puedo darme un descanso.
Temari asintió, comprendiendo lo que quería decir. Ella misma había tenido que encargarse de muchas responsabilidades en la Arena tras la guerra.
—Debe ser duro, ¿no? Todos esperando que te conviertas en Hokage.
Naruto la miró con sorpresa antes de sonreír con nostalgia.
—Sí, pero no me molesta. Siempre soñé con esto, así que voy a seguir adelante.
—Eso es admirable —dijo Temari, y luego añadió con una sonrisa burlona—. Aunque aún eres un cabeza hueca en algunas cosas.
Naruto hizo un puchero fingido.
—Oye, eso es injusto.
Ambos rieron, disfrutando del momento. Durante la cena, Temari se dio cuenta de algo: Naruto tenía una energía especial. Su sinceridad y optimismo eran contagiosos, algo que pocas personas tenían.
Cuando salieron del restaurante, la luna brillaba con intensidad en el cielo nocturno.
—Gracias por la cena, Naruto. Lo pasé bien.
—Yo también —respondió él, frotándose la nuca—. ¿Te acompaño a tu alojamiento?
—No es necesario —respondió ella con seguridad—. Puedo cuidarme sola.
Naruto asintió, aunque se quedó mirándola un instante más.
—Oye, Temari… ¿puedo preguntarte algo?
Ella arqueó una ceja.
—Dime.
—¿Qué harás cuando terminen tus visitas diplomáticas? Quiero decir… ¿seguirás viniendo a Konoha o volverás a la Arena definitivamente?
Temari parpadeó, sorprendida por la pregunta.
—Supongo que seguiré viniendo mientras sea necesario. ¿Por qué lo preguntas?
Naruto se encogió de hombros, pero sus ojos reflejaban una curiosidad genuina.
—No sé. Solo me preguntaba si alguna vez has considerado quedarte más tiempo.
Temari lo miró por un momento antes de soltar una risa suave.
—Eres más perspicaz de lo que parece, Naruto.
El joven Uzumaki ladeó la cabeza, confundido.
—¿Eh?
—Nada, olvídalo —dijo Temari con una sonrisa misteriosa—. Nos vemos mañana.
Naruto la observó alejarse, sintiendo que esa conversación había sido más importante de lo que parecía. Había algo en la manera en que Temari lo miró antes de marcharse que lo dejó pensando.
Sin darse cuenta, una idea comenzó a formarse en su mente: tal vez ella no solo venía a Konoha por trabajo. Tal vez, en algún lugar dentro de su corazón, había algo más.
El sol apenas asomaba sobre los techos de Konoha cuando Temari salió de su alojamiento. El aire fresco de la mañana acariciaba su rostro, arrastrando consigo el aroma de las. A pesar de ser temprano, la aldea ya estaba llena de vida: comerciantes abriendo sus tiendas, niños corriendo por las calles y ninjas iniciando sus entrenamientos diarios.
Temari llevaba días en Konoha cumpliendo sus deberes diplomáticos, pero esta vez algo había sido diferente. Shikamaru, quien solía ser su guía —e incluso algo más—, la había estado evitando.
La primera vez pensó que estaba ocupado. Después de todo, Shikamaru era la mano derecha de Kakashi, el nuevo Hokage, y siempre tenía alguna tarea entre manos. Pero a medida que pasaron los días, las excusas se hicieron más evidentes. Una misión urgente. Reuniones inesperadas. Algo por lo que "simplemente no tenía tiempo".
Temari, con su temperamento directo, había considerado confrontarlo, pero decidió no hacerlo. Si Shikamaru quería espacio, que lo tuviera. No iba a rogarle por atención.
Y fue entonces cuando se topó con Naruto.
—¡Hey, Temari! —exclamó el rubio al verla, con esa energía inagotable que parecía formar parte de su ser.
—¿Naruto? ¿Desde cuándo madrugas? —preguntó ella, cruzándose de brazos, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.
Naruto soltó una carcajada.
—Estoy entrenando más ahora que Kakashi-sensei es Hokage. No puedo darme el lujo de dormirme, ¡tengo que estar listo para cuando llegue mi turno!
Temari negó con la cabeza, divertida.
—Veo que ese sueño tuyo sigue intacto.
—¡Por supuesto! —afirmó él, con un brillo decidido en los ojos.
El silencio que siguió fue cómodo, pero palpable.
—¿Y tú? —preguntó Naruto, ladeando la cabeza—. ¿No deberías estar con Shikamaru?
El comentario hizo que el gesto de Temari se endureciera apenas un segundo, aunque lo disimuló rápidamente.
—Parece que está demasiado ocupado para eso —respondió con tono neutral—. Así que tengo tiempo libre.
Naruto percibió algo en su voz, aunque no supo exactamente qué.
—Bueno, si no tienes planes… ¿quieres dar una vuelta? —sugirió él con naturalidad—. Podríamos ir a las montañas Hokage. La vista desde ahí es increíble.
Temari dudó un momento. No tenía ninguna razón para negarse.
—Está bien —dijo al fin—. Vamos.
Un momento de tranquilidad
El camino hacia las montañas Hokage fue más largo de lo esperado, pero Naruto no dejó que el silencio se volviera incómodo. Habló sobre todo y nada a la vez: sobre cómo estaba ayudando a reconstruir la aldea, las travesuras de Konohamaru, e incluso sus intensos entrenamientos con Kakashi.
Temari, por su parte, lo escuchó con atención, sorprendida de cuán cómodo era estar a su lado. Naruto tenía una energía genuina, una honestidad que no necesitaba palabras elaboradas ni gestos calculados.
Cuando finalmente llegaron a la cima, la vista era impresionante. Desde allí, Konoha se extendía como un mar de tejados y calles serpenteantes, con las enormes caras de los Hokage talladas en la montaña vigilando la aldea.
—Nunca me canso de esta vista —murmuró Naruto, sentándose en el borde de la montaña.
Temari se acomodó a su lado, con su gran abanico apoyado a su espalda.
—Es bonito —admitió, aunque su voz sonaba distante.
Naruto la observó de reojo.
—¿Estás bien?
La kunoichi frunció el ceño ante la pregunta directa, pero después de un momento de silencio, suspiró.
—Shikamaru ha estado raro últimamente —confesó finalmente—. No sé si está evitándome o si realmente está tan ocupado como dice.
Naruto rascó su nuca, incómodo.
—Shikamaru es… complicado —dijo al fin—. A veces piensa demasiado las cosas.
—¿Y qué demonios está pensando ahora? —preguntó Temari, con el tono afilado que solía usar cuando estaba molesta.
Naruto río, aunque intentó suavizar el momento.
—No lo sé, pero apuesto a que es algo aburrido —bromeó, lo que logró sacarle una sonrisa fugaz a Temari.
El viento sopló con más fuerza, levantando algunos mechones sueltos del cabello de ella. Naruto la miró un momento, notando algo que no había percibido antes: la forma en que sus ojos verdes brillaban con el reflejo del sol, la firmeza de su postura incluso cuando estaba distraída.
—Sabes, Temari… —dijo él de repente—. No deberías preocuparte tanto por lo que haga Shikamaru. Si él no sabe valorar el tiempo contigo, es su problema.
Las palabras, aunque simples, hicieron eco en el pecho de Temari más de lo que hubiera esperado.
—No me preocupa —mintió—. Solo me parece… extraño.
Naruto asintió, sin presionarla.
—Bueno, mientras tanto, puedes pasar el rato conmigo —dijo él con una gran sonrisa—. ¡Soy mucho más divertido que Shikamaru!
Temari soltó una risa genuina, breve pero sincera.
—Eso no es difícil —respondió, aun sonriendo.
El sol continuó su ascenso, bañando la montaña con luz dorada. Naruto, sin darse cuenta, sentía algo diferente con Temari, como si la distancia entre ellos se hubiera acortado un poco más. Y Temari, por su parte, comenzó a darse cuenta de que pasar tiempo con el joven Uzumaki no era una simple distracción… era algo que, contra todo pronóstico, le estaba empezando a gustar.
Sin saberlo, un viento nuevo estaba comenzando a soplar entre ambos.
Dias después
Temari había pensado en su charla con Naruto. Había llegado a la conclusión de que preocuparse por Shikamaru era inútil. Si él quería distanciarse, que lo hiciera. Ella no iba a perseguirlo ni a mendigar una explicación.
Sin embargo, el vacío que había dejado esa ausencia la inquietaba más de lo que quería admitir.
Por eso decidió despejar su mente a la única forma que conocía: entrenando.
El área que eligió estaba rodeada de árboles altos, con un claro lo suficientemente grande para desplegar todo el poder de su abanico sin causar destrozos. Pero justo cuando estaba a punto de comenzar, un sonido rítmico llamó su atención.
Thud.
Thud.
El golpe constante de puños chocando contra un tronco cercano.
Temari frunció el ceño y se acercó en silencio, rodeando unos arbustos hasta que lo vio: Naruto.
Estaba concentrado, con los puños vendados y los pies descalzos sobre la hierba, golpeando una serie de troncos que había dispuesto como blancos. Su respiración era profunda, marcada por el esfuerzo, y su frente brillaba con una fina capa de sudor. Llevaba su clásica camiseta naranja… aunque, tras unos minutos, claramente molesto por el calor, se la quitó y la arrojó a un lado.
Temari sintió cómo su cuerpo se tensaba un instante.
El pecho de Naruto estaba cubierto de cicatrices finas, pero lo que más llamaba la atención era el sello del Nueve Colas, claramente visible sobre su abdomen. Aquel espiral negro parecía latir suavemente con cada respiración, como si aún llevara consigo un vestigio del poder que alguna vez lo había atormentado.
¿Cuándo… cuándo creció tanto?
La última vez que Temari lo había observado detenidamente, Naruto aún tenía el cuerpo del joven impulsivo que corría gritando por la aldea, sin más preocupaciones que entrenar y comer ramen. Ahora… ahora lo que tenía frente a ella era distinto.
Naruto había cambiado.
Sus músculos, aunque no eran exagerados, estaban bien definidos. Cada movimiento mostraba una combinación de fuerza y agilidad, el resultado de años de entrenamientos brutales. Pero más allá de su físico, lo que más impactó a Temari fue la intensidad en sus ojos.
Ese era un hombre que había cargado con el peso de una guerra, había luchado contra dioses y aun así seguía de pie, con la determinación intacta.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Temari se cruzó de brazos, tratando de mantener la compostura, aunque no pudo evitar que su mirada vagara por unos segundos más sobre el sello de su abdomen, el contorno de sus hombros y la línea de su mandíbula, más fuerte y marcada que antes.
Fue entonces cuando Naruto notó su presencia.
—¿Temari? —preguntó, sorprendido—. ¿Qué haces aquí?
La kunoichi parpadeó, recuperando su postura rígida.
—Estoy aquí para entrenar —respondió con naturalidad, aunque su voz sonó un poco más seca de lo que quería—. No esperaba encontrarte.
Naruto sonrió, pasando una mano por su cabello sudoroso.
—Sí… bueno, intento aprovechar cada minuto libre para mejorar. Nunca se sabe cuándo podría necesitarlo.
Temari lo observó. Esa era otra cosa que había cambiado. Antes, Naruto solía entrenar para demostrar algo: a los demás, a sí mismo… ahora parecía hacerlo porque entendía el peso de la responsabilidad.
—Te has vuelto más serio —comentó sin pensarlo demasiado.
Naruto la miró, confuso.
—¿Eso es bueno o malo?
Temari se encogió de hombros, tratando de ignorar el extraño calor que sentía en su pecho.
—Solo diferente.
El silencio entre ellos fue breve, pero cargado. Naruto se agachó para recoger su camiseta, aunque no se la puso de inmediato, permitiendo que el viento fresco le secara el sudor.
—¿Quieres entrenar juntos? —propuso él, rompiendo la tensión—. Puedo ayudarte a calentar.
Temari soltó una risa breve.
—¿Crees que necesitas contenerte conmigo?
Naruto le devolvió la sonrisa, esa sonrisa amplia y despreocupada que había mantenido incluso después de todo lo que habían pasado.
—No me atrevería. Solo intento ser educado.
La kunoichi negó con la cabeza, aunque no pudo evitar un leve tirón en las comisuras de sus labios.
—Está bien. Vamos a ver si todo ese entrenamiento tuyo vale la pena.
Naruto se río y finalmente se puso la camiseta, aunque Temari no pudo evitar sentir un extraño cosquilleo de decepción al ver cómo cubría de nuevo su torso.
El entrenamiento comenzó, pero algo había cambiado para ella. Cada vez que Naruto se movía, cada vez que hablaba con esa confianza natural… Temari no podía evitar verlo de otra forma. Ya no era solo el mocoso ruidoso de Konoha.
Era alguien más.
Alguien que, sin saber cómo ni cuándo, había comenzado a captar su atención de una manera que no esperaba.
El sol había alcanzado su punto más alto cuando Naruto y Temari decidieron que ya era suficiente por el día. El entrenamiento había sido intenso
Ahora, ambos caminaban lentamente fuera del campo de entrenamiento, sus cuerpos cubiertos de sudor y con el paso algo más relajado.
—Definitivamente necesito una ducha —dijo Naruto, sacudiendo la camiseta empapada que apenas se le pegaba al cuerpo.
Temari, aún con el abanico gigante a la espalda, pasó una mano por su propio cuello, sintiendo las gotas de sudor resbalar hasta su clavícula.
—Yo también —respondió, con un tono seco, aunque consciente de lo mucho que el calor la había afectado.
Naruto la miró de reojo por un momento. Sin pensarlo demasiado, soltó:
—Bueno… te ves bien así.
El comentario fue tan casual que, al principio, Temari pensó que lo había oído mal. Pero cuando vio cómo Naruto mantenía su mirada al frente, como si no hubiera dicho nada extraño, sintió que el calor de su cuerpo subía aún más… y no precisamente por el clima.
¿Acaba de decir que me veo bien… sudada?
Por primera vez en mucho tiempo, Temari no supo qué responder. Su boca se entreabrió un segundo, como si estuviera a punto de replicar con una de sus respuestas filosas, pero nada salió. Solo desvió la mirada y, para su horror, sintió cómo un leve rubor le subía a las mejillas.
Naruto, ajeno a la reacción de Temari, continuó hablando.
—Después de ducharme, creo que iré a buscar algo de comer —dijo, encogiéndose de hombros—. No tengo ganas de cocinar hoy.
El rubor de Temari desapareció lentamente, aunque el eco de sus palabras anteriores aún flotaba en su cabeza. Decidió aferrarse a la conversación actual como un salvavidas.
—¿Sabes cocinar? —preguntó, más por curiosidad que por otra cosa.
Naruto río un poco.
—Tuve que aprender desde pequeño —respondió, con un tono ligero, pero Temari captó el trasfondo en sus palabras.
La soledad. La infancia complicada. Las noches donde nadie lo esperaba en casa.
No hizo falta decirlo en voz alta.
Temari sintió una punzada en el pecho, pero decidió no cargar el momento con lástima. Así que, con un toque de humor, arqueó una ceja y dijo:
—Entonces, supongo que tendré que probar esa famosa cocina tuya algún día.
Naruto parpadeó, sorprendido por el comentario, pero luego sonrió ampliamente.
—No suelo cocinar para otros —admitió—, pero si tú quieres… estaría encantado de hacerlo antes de que regreses a Suna.
La propuesta fue simple, directa… y a la vez, inesperadamente íntima.
Temari se cruzó de brazos, como si así pudiera evitar que su rostro revelara algo más.
—Me lo pensaré —dijo, con su tono habitual de firmeza, aunque la pequeña sonrisa en las comisuras de sus labios delataba su verdadera respuesta.
Siguieron caminando en silencio por un momento. Naruto, con su típica despreocupación, rompió de nuevo la pausa.
—Oye… si no tienes planes después de tu ducha, ¿quieres ir a comer juntos?
Temari lo miró de reojo.
—¿A dónde?
—A Ichiraku —respondió Naruto, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Para su sorpresa, Temari asintió sin dudar.
—Está bien. Nos vemos allí.
Naruto tardó unos segundos en reaccionar.
—¿En serio? ¿Quieres ir a Ichiraku? —preguntó, como si la idea de una embajadora de Suna disfrutando del mismo puesto de ramen donde él había pasado gran parte de su infancia fuera inconcebible.
Temari se encogió de hombros.
—¿Por qué no? He oído que el ramen es bueno… aunque claro, tendré que juzgarlo por mí misma.
Naruto sonrió de oreja a oreja.
—¡No te arrepentirás! El ramen de Teuchi es el mejor de todo el mundo.
La kunoichi rodó los ojos con una leve sonrisa, pero en el fondo… sintió algo diferente. No era solo la emoción de probar el famoso ramen del que Naruto hablaba sin cesar. Era la facilidad con la que había aceptado su invitación.
Y lo más importante… lo mucho que estaba empezando a disfrutar el tiempo que pasaba a su lado.
—Nos vemos allí, Naruto —dijo, dándose la vuelta con elegancia mientras se alejaba.
Naruto se quedó viéndola marchar por unos segundos antes de rascarse la nuca, todavía con una sonrisa tonta en el rostro. Y mientras el viento soplaba suavemente entre los árboles, ambos comenzaron a prepararse para lo que, sin darse cuenta, ya parecía algo más que una simple comida entre amigos.
