Isabella Swan no solía llegar tarde.

Había aprendido desde temprano en su carrera que la puntualidad no era solo una cortesía, sino una declaración de intenciones. Así que cuando las puertas del ascensor se deslizaron con un suave zumbido exactamente a las 9:58 a. m., supo que su margen de error era inexistente.

El vestíbulo del último piso de Cullen Architecture & Design era todo lo que esperaba de una firma líder en el mundo: minimalista, con detalles en vidrio y acero, y lo suficientemente sobrio como para no parecer pretencioso. El silencio era casi absoluto, interrumpido solo por el leve tecleo de una recepcionista que la miró con profesionalismo antes de esbozar una sonrisa ensayada.

—Señorita Swan, bienvenida. El señor Cullen la recibirá en un momento. Puede tomar asiento.

Bella asintió con cortesía, pero en lugar de sentarse, aprovechó para observar el entorno. Sabía que las oficinas de una empresa reflejaban la mente de quien la dirigía. Y todo en este espacio gritaba control, eficiencia y perfección.

Interesante.

Antes de que pudiera analizar más, una puerta se abrió.

—Isabella Swan.

Se giró hacia la voz, encontrándose con una mujer de cabello corto, expresión afilada y vestimenta impecable. Su aire de autoridad era innegable.

—Alice Cullen —se presentó con una sonrisa, extendiendo la mano. Bella se la estrechó con firmeza.

—Un placer.

—Lo mismo digo. Ven conmigo.

Bella la siguió por un pasillo de cristal que desembocaba en una oficina con una vista imponente de la ciudad. Y detrás del escritorio, con la espalda recta y una expresión inescrutable, estaba Edward Cullen.

El hombre en persona era incluso más intimidante que su reputación.

Vestía un traje oscuro perfectamente ajustado, su cabello cobrizo ligeramente despeinado contrastando con su apariencia impecable. Su mandíbula marcada y sus ojos afilados transmitían un tipo de intensidad que no dejaba espacio para lo superfluo.

No se levantó cuando entró.

No le ofreció la mano.

Solo la observó.

Bella no se inmutó. Sabía lo que estaba haciendo: midiendo su reacción.

Así que simplemente lo miró de vuelta, con la misma calma impenetrable.

Alice sonrió con satisfacción, como si disfrutara del enfrentamiento silencioso.

—Los dejo para que hablen —dijo antes de salir, cerrando la puerta tras de sí.

Un segundo de silencio. Luego, Edward inclinó la cabeza.

—Tome asiento.

Bella se sentó con elegancia y colocó su bolso a un lado, sin prisas, sin nerviosismo.

—Revisé su expediente —dijo Edward sin preámbulos—. Sus credenciales son impecables. Harvard, cinco años en Nueva York, gestión de crisis… No parece el perfil de alguien que busca ser asistente personal.

—No lo es —respondió ella con tranquilidad—. Pero tampoco busco un empleo tradicional.

Él apoyó un codo en el escritorio, entrelazando los dedos.

—Explíquese.

—Sé exactamente lo que implica este puesto. He trabajado con ejecutivos que necesitan más que alguien que agende reuniones o responda correos. Necesitan estructura, visión y alguien que sepa adelantarse a los problemas antes de que existan.

Edward no reaccionó de inmediato, pero sus ojos se enfocaron más en ella.

—¿Y usted cree que puede hacer eso?

Bella sostuvo su mirada sin titubear.

—No lo creo. Lo sé.

Un silencio denso se instaló entre ellos. Edward estaba acostumbrado a la seguridad en la gente, pero rara vez veía confianza sin arrogancia.

—Si tiene tanta capacidad, ¿por qué dejó Nueva York?

—Porque quiero algo más que un escritorio en una empresa donde todos son prescindibles. Prefiero un lugar donde la exigencia sea proporcional a la responsabilidad real.

Edward sostuvo la mirada un segundo más. Luego, con un leve asentimiento, tomó un documento de su escritorio y lo deslizó hacia ella.

—Muy bien, señorita Swan. Demuéstrelo.

Bella tomó la carpeta sin apartar la vista de él.

—Lo haré.

Bella tomó la carpeta con calma, aunque sentía la mirada de Edward fija en ella, evaluando cada uno de sus movimientos. La abrió y examinó el contenido sin apurarse.

Proyecto: Revitalización Urbana – Chicago

Un resumen ejecutivo, diagramas, presupuestos preliminares y un calendario de entrega. Información clara, pero sin cohesión. Era un rompecabezas a medio armar.

—Es un proyecto de renovación en el distrito financiero de Chicago —dijo Edward, observándola con interés—. El cliente es uno de nuestros inversionistas más importantes, pero la administración ha sido un desastre. Retrasos, problemas con permisos, falta de comunicación entre equipos. Quiero un informe en dos horas con un plan de acción inmediato.

Bella alzó la vista con expresión neutral.

—¿Desde cero?

—Exacto.

Un reto en la primera reunión. Perfecto.

Con 32 años y una carrera construida con base en decisiones rápidas y precisión estratégica, Bella estaba acostumbrada a situaciones de crisis. Su trabajo en Nueva York había sido un campo de batalla constante, y este encargo no era distinto.

Cerró la carpeta con decisión.

—¿Dónde puedo trabajar?

Edward alzó levemente una ceja, como si hubiera esperado una queja, dudas, quizá una negociación de tiempo.

No. Ella no jugaba así.

—Alice te dará acceso a una oficina temporal —dijo tras una breve pausa—. Veremos qué tan buena eres en dos horas.

Bella se puso de pie con elegancia y tomó la carpeta.

—Lo verá.

Alice apareció poco después y guió a Bella hasta una oficina moderna pero funcional, con una gran mesa de trabajo, una silla ergonómica y una computadora de última generación. La habitación tenía un ventanal con vista a la ciudad, y una pizarra en la pared lateral llena de anotaciones y diagramas inacabados.

—Aquí tienes todo lo necesario —dijo Alice, apoyándose en el marco de la puerta—. Internet rápido, acceso a los archivos y café si lo necesitas. Impresióname.

Bella asintió sin perder el tiempo. Colocó la carpeta sobre el escritorio, abrió la computadora y empezó a revisar los documentos digitales del proyecto. Su mente ya trabajaba en conexiones, en soluciones, en los puntos críticos que debía abordar de inmediato.

El sonido de las teclas comenzó a llenar el espacio. Sus dedos se movían con rapidez, ajustando cronogramas, identificando puntos de riesgo y tomando notas mentales. Se inclinó hacia adelante, concentrada, deslizando su mirada entre los diagramas y los números. No había distracción, solo una lógica precisa organizándose en su mente.

El ventanal ofrecía una vista panorámica de Seattle, pero Bella apenas la notó. Su mundo en ese momento estaba contenido en datos, estrategias y cálculos. Cada minuto contaba, y ella lo sabía. Un trabajo mediocre no era una opción.

Respiró hondo y se sumergió en su tarea, con la precisión de alguien que sabía exactamente lo que hacía y no fallaba.