CIII
Las manos de Eleven se apresuran a sujetar el brazo ensangrentado de Henry de manera instintiva.
—Por favor, no lo lastimes, es… Es solo un gato.
Las palabras se le escapan antes de que pueda siquiera reflexionar acerca de lo que está diciendo. Henry la observa con el ceño fruncido y una mueca de dolor fija en el rostro. Eleven se apresura a levantarse.
—Voy… Voy a llevarme a Poe y… Y voy a traerte gasas y… desinfectante… Espera un mo…
—Eleven —la interrumpe él, atrapando su muñeca derecha con la mano del brazo que no ha sido herido—. Está bien. Quédate.
Sus labios tiemblan. Sus rodillas impactan contra el almohadón; no está segura de si se debe a que Henry ha tirado de ella o si sus músculos han flaqueado debido al absoluto terror que siente.
El joven, no obstante, le sonríe.
—No voy a hacerle nada. —Pese a sus palabras, Eleven sabe que no puede disimular la preocupación de su rostro; Henry, sin duda, la nota, y por eso añade—: Como dijiste, es solo un gato. Lo entiendo.
Lentamente, Eleven gira el rostro hacia el animal; Henry hace lo mismo. Del otro lado del ático, Poe respira agitadamente, sus ojos fijos aún en el hombre.
—Pero esto lo hace más complicado —suspira él para luego volver a mirarla—. ¿Podría pedirte que lo sostengas en tu regazo? Necesito que se quede quieto.
Eleven frunce el entrecejo.
—Está… asustado.
—Sí, y entiendo que tal vez reaccione, pero es neces…
—¿Para qué quieres que lo sujete? —lo interpela.
Henry aprieta los labios hasta que no son más que una fina línea.
—Quiero intentar algo…
—¿Qué?
El hombre levanta la mirada hasta fijarla en el techo, obviamente irritado. Eleven, por su parte, no se deja amilanar.
—Tengo mis razones para no decírtelo. Ahora, ¿podrías, por favor, sujetar al gato?
—Si no me dices lo que tienes planeado, no.
Él baja la vista de golpe. Eleven ve la ira contenida en sus ojos azules y en su expresión crispada.
—¿Es mucho pedir que confíes en mí, Eleven? —la cuestiona entre dientes.
—Confío en ti —replica ella sin dudar—. Pero… Poe… Él está asustado y no te conoce y… Y yo… Yo decidí traerlo aquí, yo debo ocuparme de él y…
Y protegerlo, piensa. Incluso de ti.
Henry se lleva una mano a la frente y cierra los ojos; Eleven sabe que está intentando serenarse.
—Solo necesito que lo tengas en tu regazo. Eso es todo. —Como ella no dice nada, Henry le ofrece otro razonamiento—: Si… Poe confía en ti y tú confías en mí, ¿no crees que podrías hacer lo que digo? Prometo no moverlo de tu regazo ni tocarlo —agrega—. Solo… Solo sostenlo y… No sé, acarícialo, como siempre. Retenlo para que se quede quieto.
De pronto, Eleven es consciente de su rígida postura: en un esfuerzo consciente, relaja sus músculos.
—¿Es… solo eso, entonces?
—Solo eso —confirma él.
Piensa en pedirle que lo prometa, mas se detiene.
Por alguna razón, debajo de su expresión impaciente e irritada, Eleven distingue otro sentimiento más…
Dolor.
—Okay —acepta al fin.
Como Poe no da señales de calmarse, Henry opta por retirarse del ático hasta que Eleven tenga la situación bajo control.
—Estaré esperando que me avises —le informa antes de bajar las escaleras.
Cuando Eleven finalmente logra que Poe se acomode de vuelta sobre sus piernas —con mucha paciencia, promesas de cariño y hasta un poco de atún que hubo de buscar de la cocina—, cierra los ojos y, con suma delicadeza, roza la conciencia de Henry.
Estamos listos.
No pasa un minuto cuando la puerta del ático vuelve a abrirse. Las orejas de Poe tiemblan levemente, mas no parece predispuesto a salir corriendo ante la sola la presencia de Henry. Ya más tranquila ahora que el gato se ha tranquilizado, Eleven nota que Henry se ha limpiado las heridas, seguramente con agua y antiséptico.
—¿Te costó mucho? —pregunta él en voz baja mientras va a sentarse frente a ella con las piernas cruzadas, teniendo mucho cuidado de no asustar al felino.
—No… Con atún y mimos se calmó en seguida.
Henry sonríe ligeramente ante sus palabras.
—Ya veo. Bien, sostenlo por mí, ¿de acuerdo? —le pide—. No sé cómo reaccione…
Eleven no tiene tiempo de preguntar a qué se refiere, exactamente, cuando Henry extiende las manos.
Las coloca justo arriba de la herida en carne viva de Poe —esa zona de su lomo en la que la necrosis se extiende como una plaga imparable que tarde o temprano terminará por llevárselo—, si bien no la toca. Al instante, el animal levanta la cabeza y suelta un siseo. Y otro. Y otro más…
—Eleven…
—Lo tengo.
Con cuidado, le rasca debajo del cuello y entre las orejas, intentando llamar su atención mientras Henry…
Mientras Henry no despega la vista de la herida y mueve los dedos de sus manos lentamente, como si estuviese realizando un esfuerzo tremendo con ellos.
—Está bien, lindo —le susurra ella por su parte al gato, decidiendo mejor centrarse en él—. Pasará… Pasará pronto. —No lo sabe, en realidad, pero espera que al menos el sonido de su voz ayude a serenarlo—. Pasará pronto y… Y te daré paté, ¿te gustaría eso…?
Finalmente deja de sisear; Eleven advierte el temblor de sus piernas causado por su continuo ronroneo, y sencillamente sabe que esta vez no es causado por felicidad.
—Bebé… —susurra, luchando contra sus propias lágrimas; odia verlo sufrir—. Bebé, está bien, estoy aquí, estoy…
No puede continuar hablando; sus ojos se posan en las manos de Henry, decidida a detenerlo —obviamente, Poe no la está pasando bien con su cercanía y lo que sea que esté haciendo—, cuando advierte…
Cuando advierte que la herida ha disminuido considerablemente de tamaño. Guarda silencio y se enfoca en seguir acariciando al minino, pues teme hablar, teme preguntarle a Henry y distraerlo o…
O recuperar la esperanza.
—Listo —anuncia él, al fin, luego de unos minutos.
La herida ya no es visible: el pelaje níveo de Poe se ve impoluto, sin imperfección alguna. El felino, al notarlo, se suelta de las manos tiesas de Eleven de un salto y procede a lamerse, algo que…
Algo que la veterinaria le había dicho que él ya no podría hacer.
—Henry… —farfulla Eleven—. Henry…
Él suelta un suspiro y se lleva una mano a la frente en un gesto de cansancio absoluto.
—Deberás llevarlo… con la veterinaria —le aconseja, y su voz suena falta de aliento—. Yo… Creo que… Que debería haber sanado, pero…
Su mirada parece desenfocarse. Eleven reacciona justo a tiempo: se lanza hacia delante, hasta situarse a su lado, y rodea su torso torpemente con sus brazos, evitando que la mitad superior de su cuerpo se golpee contra la madera del suelo. Con cuidado, se acomoda detrás de él, sin soltarlo y, por último, apoya su cabeza contra su regazo.
Con suma delicadeza, Eleven le aparta los mechones rubios que le han caído sobre el rostro y limpia las gotitas de sudor que pueblan su frente: con los ojos cerrados, las facciones de Henry, ya de una belleza desmedida, se le hacen llanamente angelicales.
—Ah…
Se limpia las lágrimas con la manga de la camisa. Nota que todo su cuerpo tiembla debido a la felicidad absoluta que siente.
Como Poe, piensa. Ahora… Ahora ronroneo. Como él.
Ríe ligeramente ante el pensamiento. A su lado, el gato suelta un maullido que en nada se asemeja a los sonidos de protesta o a las peticiones que está acostumbrada a oír de él.
No, tal vez sea su imaginación, pero…
Pero suena como gratitud.
